martes, 30 de octubre de 2018

DIARIO DE ARTEMISA: MIÉRCOLES, 31 DE OCTUBRE DE 2018


Miércoles, 31 de octubre de 2018
Yo sabía que todo mi esfuerzo merecería la pena. Sabía que no me equivocaba, que estaba en lo cierto, que mi sexto sentido no me engañaba. Por fin, por fin la vida me da la razón, por fin puedo callar a todos aquéllos que pensaban que Agnes y yo nunca más volveríamos a estar juntas, que creían que Agnes no me quería y que me había olvidado para siempre. No quiero restregarle nada a nadie por la cara, pero mi hermana y mis amigas dudaban mucho de Agnes y ahora sabrán que no hay nadie en el mundo que la conozca mejor que yo. Yo sabía que acabaríamos solucionando las cosas. Sabía que venir a vivir a Galicia no era en balde, no era una locura. Yo siempre confié en ella. Tenía que vivir esa historia de amor con Lúa, es cierto; pero yo sabía que tarde o temprano acabaríamos volviendo porque nuestro amor es mucho más fuerte que nada.
Estoy tan contenta y me siento tan feliz que no sé ni cómo explicar las cosas, no sé contarlas con orden. Esta tarde iremos a la aldea de Agnes y celebraremos nuestro ritual de Samhain. El sábado celebraremos Magosto; una fiesta muy importante en Ourense que lleva celebrándose desde hace muchísimos años. Tengo muchas ganas de conocer cómo se celebra esa fiesta que, en la aldea de Agnes, siempre se ha celebrado igual, no importando el paso del tiempo. Agnes también está muy ilusionada por poder asistir por fin a Magosto, después de tantos años sin participar en esa fiesta que ella define como la más alegre y a la vez solemne que se celebra en su aldea, pero también me ha advertido de que habrá mucho vino y castañas, sobre todo castañas y vino, y que se come mucho, que se baila mucho más y que es todo muy divertido, que llega el día sin que nadie se percate del paso del tiempo, que es una fiesta que te arranca toda la energía que tienes en el cuerpo porque es muy intensa e incluso puede seguir alargándose hasta la tarde del día siguiente, al menos así era como se celebraba antes, y dice Agnes que el viernes ya comienzan a hacer cosas, que es algo tan bonito que no puede explicarlo con palabras. Y dice también que está muy feliz por poder vivirla conmigo, que está deseando que conozca esa fiesta que a ella le gusta tanto, que dice que incluso son más intensas que las fiestas patronales de su aldea; en las que, sin embargo, honoran a un roble inmenso y precioso que hay en la plaza de la aldea. De eso no hablé porque se me olvidó. Fueron tantas las cosas que vivimos esos días que me olvidé de contar lo más sublime de la fiesta. Adornaron ese roble tan antiguo y bonito con cintas de colores, de papel, por supuesto, y luego también cantaron y bailaron a su alrededor, entonando unos cantos sólo hechos de voces, tan antiguos me parecían que soy incapaz de recordar qué palabras los componían. Es algo impresionante que no se puede contar, que se tiene que ver, que no se puede imaginar, que se tiene que vivir. Y me imagino que Magosto será algo similar.
Y ahora me parece que todo se ha llenado de luz, a pesar de que sea otoño. Qué bonito me parece todo. Ahora Agnes está viviendo conmigo en este piso que estoy alquilando yo. Dice que le gustaría que viviésemos en el que Lúa le dejó porque es mucho más grande y más bonito, pero que quiere hablar largo y tendido con Iria, la madre de Lúa, y también quiere que ella la ayude a recoger las cosas de su hija, a vender las que Lúa quería que Agnes vendiese y también a llevar a la aldea las que no quería que se perdiesen. Agnes dice que Iria tiene que quedarse con la mayoría de cosas de su hija y venderlas ella, que el dinero le hace más falta que a nosotras, que también Lúa le dejó a su madre una gran ayuda para rehabilitar su casa, que está muy antigua, y Agnes dice que no quiere quedarse con nada que no sea suyo, que incluso le da mucha vergüenza vivir en el piso de Lúa, pero Iria no quiere ni oír hablar de eso. Dice que ya está todo decidido, pero, de momento, mientras no se haga todo eso, le he propuesto a Agnes que se quede conmigo, que va a ser mucho más fácil para las dos recomenzar en este pisito que de momento casi no alberga recuerdos para las dos y menos para ella.
A mí me parecía que Agnes estaba cada vez más cerca de mí, a punto de desprenderse de la inseguridad que la atacaba y le impedía volver conmigo. El sábado, cuando estábamos en su aldea, me pareció que le faltaba muy poco para volver conmigo, para dejarse amar por mí, pero todavía la notaba insegura y tímida. El lunes, por fin, vino a mi piso y le gustó mucho cuando se lo enseñé. Me hizo mucha ilusión recibirla. Llegó a las seis y media de la tarde y me hizo mucha ilusión que llamase al interfono y después a la puerta de mi casa. Parecerá una tontería, pero en esos momentos me pareció que ella no estaba llamando al timbre de mi puerta, sino al de mi vida. Y, cuando la vi delante de mí, en el rellano, no pude evitar cogerla suavemente del brazo para atraerla hacia mí y la abracé con muchísima ternura mientras cerraba la puerta tras ella. La abracé con todo el amor que siempre he sentido por ella. Al principio, noté que Agnes estaba trémula y nerviosa, pero, poco a poco, fue serenándose entre mis brazos y al final me pareció que se dejaba llevar por la vida, por mis emociones, por mis gestos cariñosos; pero ese día todavía no me atreví a quebrar la distancia que aún nos separaba. Además, me parece que Agnes está cada vez más guapa y perfecta. No sé cómo lo hace, pero está tan bonita... Tiene los ojos mucho más profundos que nunca y tiene tanta serenidad en la mirada... Es cierto también que ha adelgazado mucho, por lo menos tres kilos (que a ella se le nota enseguida), y que sería bueno que cogiese un poco de peso, pero aún así me parece tan perfecta... Cuando la abrazo, me da la sensación de que es frágil y que yo puedo protegerla de cualquier cosa que pueda hacerle daño. Yo, en cambio, he de confesar que he engordado dos kilos, y no sé por qué, pues ando mucho, pero será el cambio de aires, no sé, y serán las comidas de Anxos y las que Agnes me trae de vez en cuando. Una semana en la casa de Anxiños supondría engordar veinte kilos en un momento. No obstante, ya me va bien engordar un poco, pues me quedé muy delgada por culpa de lo mal que lo pasé por Agnes.
El lunes, estuvimos hablando tranquilamente en el sofá mientras tomábamos una infusión y la verdad es que estábamos tan bien, hablando de cualquier cosa, tan calmadamente... Además, nos reímos muchísimo. Nos reímos tanto que las dos acabamos con dolor de barriga y de mejillas. Hacía muchísimo tiempo que no me reía tanto con Agnes, y en general con nadie. Nos reímos tanto que yo creía que me moriría de la risa. Tengo entendido que hay quien ha llegado a morirse de la risa. Y fue por una tontería. Fue porque empecé a hacerle tests de la autoescuela a Agnes. Evidentemente, nos reíamos de lo mala que era, pero también ella empezó a reírse por lo poco que entendía lo que le preguntaba. Nos reíamos más cuando acertaba alguna así, al azar, por pura casualidad. Fue muy divertido, la verdad. Parecerá una tontería, pero yo creo que la risa que compartimos acabó de deshacer la poca tensión que todavía existía entre nosotras. Además, debo confesar que, desde hace más de una semana, Agnes y yo hablamos todas las noches por teléfono, antes de irnos a dormir. Claro que ayer fue la primera noche que compartimos después de tanto tiempo separadas. A mí me parece que llevamos años sin dormir juntas. Pues, antes de la noche de ayer, claro, se entiende, hablábamos por teléfono siempre, todos los días, y estábamos mucho tiempo hablando muy cariñosamente. Incluso, en más de una ocasión, Agnes me dijo que le encantaría que estuviese con ella, que me echaba de menos, que quería ser capaz de volver conmigo, que deseaba estar conmigo. Y al fin, al fin se ha sentido capaz de volver conmigo, y de qué manera, por la Diosa...
Ayer por la tarde, volvimos a quedar, pero para dar un paseo por el río. No obstante, tuvimos que pasar la tarde merendando en una cafetería porque llovía mucho y hacía frío. Cuando se hizo de noche, Agnes me dijo que no quería separarse de mí y me preguntó si quería ir con ella a cenar a su casa, pero yo le devolví la propuesta diciéndole que podría venirse ella a cenar a la mía, que tenía preparado un cocido de soja que me había quedado buenísimo y también unas magdalenas de chocolate que me habían salido también deliciosas. Yo creo que le conquistaron más las magdalenas, pero, cuando se lo propuse, vi un brillo especial en sus ojos; un brillo nuevo, y sé que no se lo provocaba saber que yo había hecho magdalenas.
Cuando llegamos a mi casa, le dije que me alegraba mucho de que estuviese allí conmigo, que no se imaginaba lo feliz que era por poder compartir con ella esos momentos, por estar en Ourense con ella, y entonces, sin esperarlo, esa vez fue Agnes quien se acercó a mí y me abrazó con un cariño y una ternura que me derritieron al instante. Me contestó, mientras me abrazaba, que ella también era muy feliz cuando estaba conmigo, que se alegraba muchísimo de que estuviese allí con ella, que no dejaba de dar las gracias por eso, por tenerme con ella. Al oír sus palabras, pronunciadas con tanta dulzura, susurré su nombre con mucha emoción mientras intensificaba el amor con el que nos abrazábamos y la apretaba contra mí. Estábamos muy cerca del sofá del comedor y yo no pude evitar desear que ella me impulsase hacia él, pero fui paciente... aunque sabía que las cosas estaban a punto de cambiar. Y no dudé de ello cuando, al separarnos levemente, las dos nos miramos a los ojos y nos reímos con timidez. Agnes tenía los ojos lacrimosos y yo también. Mas no necesitamos decirnos nada, nada. Y no fue Agnes quien se acercó a mí para besarme. Tampoco fui yo quien lo hizo. Fuimos las dos, las dos al mismo tiempo.
Y no puedo explicar lo que sentí al notar que ella estaba entregándose a mí. Al principio, sí me di cuenta de que Agnes estaba un poco tímida, que sentía vergüenza e inseguridad, pero la dulzura con la que nos besábamos se intensificaba con el paso de los segundos y la pasión que nos dominó destruyó por completo la vergüenza y los nervios que Agnes sentía.
Es imposible describir lo que vivimos porque son emociones y sensaciones que no se pueden explicar con palabras. Son emociones y sensaciones hechas de miles de pensamientos, de recuerdos, de anhelos al fin cumplidos. Yo me sentía como si hubiese vuelto a casa después de una larga travesía llena de obstáculos, de peligros, de tormentas, de huracanes, de enfermedad y de agotamiento. Sentía también que mi alma se curaba, como si una mano sanadora me la acariciase cerrando las heridas que la vida me había hecho allí; en la parte inmaterial de mi ser. Sentía también que Agnes estaba entregándose por completo a mí, sin ninguna resistencia, sin ninguna censura. Estaba dándome todo lo que ella era, tanto física como anímicamente, estaba dándomelo todo sin pensar, sólo sintiendo. Estaba dándome lo que yo tanto había extrañado. Yo incluso tenía que hacer un esfuerzo para no descontrolarme, pues la pasión y el deseo que nunca había dejado de sentir por ella eran indomables y querían apoderarse de todo lo que yo era; pero llegó un momento en el que me di cuenta de que Agnes estaba haciendo exactamente el mismo esfuerzo que yo. Darme cuenta de eso me descontroló inevitablemente y creo que nunca nos hemos amado así, con tanta entrega, con tanto y tanto amor, con una dulzura que no desaparecía nunca, ni siquiera cuando más desesperadamente nos entregábamos la una a la otra. En esos momentos, me pareció que no había mucha diferencia entre la Agnes que estaba entregándose a mí con la Agnes que se entregaba a la música dejándose llevar por todo su talento y el amor que siente por la música de su tierra, porque también era una Agnes entregadísima que había dejado el mundo atrás sólo para amarme a mí, igual que se olvida del mundo cuando toca, canta y baila. Entonces supe en esos momentos que, por fin, la tendría enteramente como ella es, tendría la Agnes verdadera, la que siempre fue y a la que tanto torturaron, que vivió escondida durante tantos y tantos años.
No reprimí ni un beso, ni una caricia, nada, ni una palabra, nada de lo que tanto anhelé entregarle durante tantos días. No puedo saber cuánto tiempo estuvimos juntas porque para mí el tiempo también había desaparecido. Al principio, le pregunté varias veces a Agnes si estaba bien. Ella me decía que sí, que estaba muy bien, que se sentía muy bien, que estaba feliz; pero al final no me hizo falta seguir preguntándole si estaba bien y si estaba cómoda porque me lo decía todo el tiempo con sus ojos, con sus sonrisas, con su forma de suspirar, de apretarse contra mí, de acariciarme, de besarme...
Después, cuando terminó todo, nos echamos a reír con felicidad mientras aún nos apretábamos una contra la otra, celebrando lo felices que nos sentíamos. Estábamos embriagadas de amor, nos sentíamos flotar en una nube muy densa y brillante que sabíamos que ya no se desharía. Y a Agnes le brillaba tanto la mirada y sonreía con tanta felicidad que me sentía deslumbrada por el resplandor que la inundaba toda.
Nos duchamos y después cenamos, sí, pero apenas le prestamos atención a la comida, pues todo el tiempo nos salía reírnos con inocencia, como si acabásemos de hacer una travesura. Por cierto, las magdalenas estaban buenísimas.
Y, cuando al fin llegó el momento de dormirme entre sus brazos, no pude evitar echarme a llorar de alegría, a la vez que todavía reía. Antes de dormir, le di las gracias a Agnes por hacerme tan feliz y ella tampoco pudo contestarme con palabras. Sólo me abrazó a la vez que también le resbalaban las lágrimas por las mejillas. Y dormí muy poco esta noche porque todo el tiempo me despertaba dándole gracias a todo por tener a Agnes conmigo. Me despertaba sintiéndome incapaz de creerme que Agnes estuviese conmigo al fin. La felicidad que sentía no me dejaba dormir. Sólo quería sentir a Agnes durmiendo entre mis brazos, quería oír su casi inaudible respiración, quería sentir su sueño, su quieto sueño, aspirar su olor, notarla conmigo, saber que por fin estaba conmigo. Y sé que ella notaba que me despertaba porque me abrazaba con más dulzura y me daba besitos en la frente, me acariciaba suavemente los cabellos... pero ha sido una noche preciosa.
Y creo que eso es todo por hoy. Tengo que prepararlo todo y hacer la comida. También tendría que estudiar un poco.

lunes, 29 de octubre de 2018

DIARIO DE AGNES: LUNS, 29 DE OUTUBRO DE 2018


Luns, 29 de outubro de 2018

Que outubro máis estraño, cheo de momentos fermosísimos, cheo de alivio por estar xa vivindo na miña terra, cheo de nostalxia e tamén de tristura. Está a piques de rematar un mes que non sei como describir, que ten a imaxe dunha noite escura chea de estrelas. Estou segura de que deixou unha pegada moi forte en min e que, cando o lembre dentro duns anos, sentirei exactamente as mesmas sensacións que agora sento ao estalo vivindo. É curioso como certas andainas da nosa vida van vencelladas a unha sensación que só existe para elas, para envolvelas, para definilas. Ás veces, lembras máis a sensación que vai unida a ese tempo cós recordos dos momentos que vivías. Son cousas da ialma que non se poden explicar, igual que tampouco se pode explicar ben o que me ocorreu onte pola noite, o que me segue ocorrendo agora e o que me seguirá ocorrendo ata que eu peche a porta que separa eses dous mundos que están a se mesturar na miña vida. Eu tiña pensado celebrar Samaín no bosque o mércores pola noite xunta Artemisa se ela se atrevía a vir comigo, que coido que lle dá mediño vir comigo e participar deses momentos. Eu quería vivir intensamente e dunha maneira moi especial o primeiro Samaín que vivo en Galicia despois de tantos anos lonxe dela. Quería falar coa miña avoa, pero tamén con Lúa, para me despedir ben dela. Sinto que non nos despedimos, que non tiven tempo para despedirme dela, que se foi demasiado rápido, que ela si se puido despedir de min, pero eu nin tan sequera lle puiden dicir aburiño, ata outra. Sei que algunha vez volveremos vernos, non sei onde, pero sei que as ialmas non morren tan doadamente. Mais sinto que hai algo que está fallando, que está invertendo a orde das cousas. Onte, cando cheguei da aldeíña pola tarde, notei que esta casiña onde vivín con Lúa dende o principio xa non estaba tan chea de soidade. Parecía coma se acabase de ser habitada, coma se non levase pechada dende o venres. Había calor nos recunchos, parecía que alguén empregara as cousas, que alguén respirara nas estancias. Ducheime sentindo que non ía frío (e iso que parece que chegase o inverno plenamente). Cando me preparei a cea, parecíame que algo me rodeaba, protexéndome da escuridade da noite. Cando me fun durmir, entón si puiden sentir de verdade, con moita claridade, que non estaba soa. Non sentín medo porque a min nunca me arreguizaron as ánimas, pero si é certo que de súpeto me sentín moi morriñenta e tristeiriña. A tristura que levo no meu corazón medrou de repente, berrando con forza, e comecei a chorar sen poder evitalo, sentindo que tiña que me desafogar, que tiña moitas bágoas que ceibar. Daquela, notei que alguén me volvía acariñar os cabelos, as meixelas, retirándome as bágoas que me mollaban a pel. Fiquei queda, sen facer nin un só movemento, agardando a ouvir algunha verba silandeira que cruzase o ar sen soar; mais ninguén dicía nada. Todo estaba en silencio, agás o meu corazón. El berraba con moita forza, berraba tamén a miña ialma, pero custábame moito entender o que ela me dicía porque cada vez me sentía máis confusa.

Notei que alguén quentaba o ar que me rodeaba. Cada vez ía menos frío, parecía que non fose de noite. Entón si me asustei, moito, porque esas sensacións non eran comprensíbeis. Mesmo pensei que había lume, pero todo estaba demasiado calado. Erguinme do leito querendo fuxir desa sensación e entón pareceume que alguén guiaba os meus movementos, que alguén me ordenaba en silencio que fose ao cuarto onde Lúa tiña os libros e collese un ao chou. Eu non tiña ganas de ler. Cústame ler porque me custa concentrarme, e iso que eu sempre amei ler; pero nese momento dábame medo ler, non sei por que. Gañaba medo ao pensar que en calquera sitio podería atopar a ausencia de Lúa. A ausencia de Lúa está en ducias de poemas, en milleiros de cancións... mais non podía fuxir desas silandeiras ordes e fun a ese cuarto. O que collín foi Cantares galegos de Rosalía de Castro. Ese libro era meu. Sempre foi meu. Foi o libro que merquei o día que me afastaron da miña terra, nesa librería de Ourense que aínda segue aberta e funcionando tan ben. Non sei por que, pero abrín calquera páxina, tal como fixen a primeira noite que pasei naquel horríbel hospital. Non me fixo falla ler todo o cantar que me saíra para descubrir por que precisamente posara os ollos neses versos...:

“Non me olvides, queridiña, se morro de soidás,
tantas leguas mar adentro;
miña casiña, meu lar.”

Mais, coma se os meus pensamentos non nacesen de min, axiña se me encheu a mente doutros versos, esta vez da canción de Ancares de Luar na Lubre...

“Tengo el amor ausente y estoy llorando la despedida.

La despedida es corta y la ausencia larga.

Quiero que te diviertas y no me olvides, prenda del alma.”

Sabía que non era casualidade, que algo me empurraba dende o Alén, que alguén se encargaba de encherme a mente con eses versos. Non dubidaba de nada. Só estaba abraiada, cada vez máis abraiada. Quería voltar á camiña, pero non me atrevía a moverme. Deixei suavemente o libro no estante e fiquei sentada no sofá que eilí hai ata que de verdade sentise que tiña que volver. Había algo en min que me pedía que quedase eilí, que agardase. Case non había luz, só a dunha lámpada de sal que case non rachaba as sombras que se amoreaban nos recunchos; pero eu sentía que podía ver calquera cousa, que podería percibir calquera cambio que se producise nese lugar.

E o captei perfectamente, decateime de todo o que comezou a pasar. Sei que todo é real, que, malia que ese momento parecese un soño, era todo real. De súpeto souben que alguén estaba a intentar comunicarse comigo. Eu só tiña que escoitar, mirar, escoitar non só cos sentidos, senón sobre todo coa ialma; pero non quería facer nada, non me atrevía a moverme nin a acenar. Estiven paralizada ata sentir que alguén achegaba unha man invisíbel e intanxíbel ao meu peito. Sentín que algo efémero e case sen ar me apertaba o peito, coma se quixese coller a miña ialma cos seus dedos. Fiquei quedísima, sen mover nada, nin tan sequera as pálpebras. Entón ouvino perfectamente, ouvín que alguén musitaba, dende outro lugar, pero á vez dende moi pretiño:

«Non quero que teñas tanta tristura na ialma. Non podo aturar que esteas tan tristeiriña. Quero que sexas feliz. Xa viviches moitos anos sendo infeliz, sufrindo moitísimo. Mereces estar ben, completamente ben. Desfarei a túa tristura e levareina a outro lugar de onde nunca poida regresar. Queridiña miña, non fai falla que fagas nada para intentar comunicarche comigo. Lembra que sempre, sempre, sempre “hai un rumor que move o vento no ar, que encolle a ialma cando o sentes. Hai un rumor que sabe a terra e a sal, que aínda ten voz na que habitar. [...] En cada fráxil cantar do que xa foi, do que ha de ser. [...] Non hai silencio se te vexo tentar coller na man o mundo enteiro. [...] Antigas lendas da montaña e do mar, e contos nados na lareira, van debuxando frente a ti, devagar, ecos do alén. Na túa voz, a luz ha se prender; mostrando as sombras que fan saber que hai máis do que outros ven. A túa voz, vieiros ancestrais, terán alento, meu ben. Na túa voz”. Lembra que eu estarei sempre en calquera voz da natureza, en calquera soprido do vento, no son da auga, pero tes que vivir a túa vida, vivila de verdade. Mañá xa te sentirás moito mellor. E non quero que sufras por min. Eu fun tan feliz nos derradeiros días da miña vida que esa felicidade desfixo toda a miña tristura. Tes aínda moitas bendicións que recibir. Non deixes que o tempo pase levándose os días da túa dita. Quérote e sempre te recordarei. Sei que ti nunca me esquecerás, pero a memoria non ten que ser unha lagoa chea de tristura. Estarei pendente da túa ialma ata que de verdade vexa que só está chea de luz e felicidade.»

E entón desapareceu a presenza cálida que me acompañara e fiquei soa, sen saber que pensar, pero sentíndome moito mellor que antes, cada vez mellor. Sorrín e fun durmir coa sensación de que alguén me limpara a ialma con moita dozura. E hoxe síntome coma se nunca tivese chorado por nada. Estou tranquila, aínda que tamén moi morriñenta, pero teño moitas ganas de vivir, de saber que me agarda na vida.

Non contei que Artemisa regaloume unha viaxe a Portugal. Iremos o día oito de novembro. Eu traballo o día dous de novembro (que a meirande parte dos negocios fan ponte) a cambio de ter o día nove libre. Díxome Artemisa que era moito mellor ir nesa data, que habería menos xente. Iremos a Oporto e a verdade é que me presta moito ir. Nunca fun a Portugal e me presta moitísimo descubrir o país dos nosos irmáns. E tamén sei que esta viaxe axudaranos moito a esquecer todo o que ocorreu, axudaranos a ser máis libres. E a verdade é que me presta moitísimo descubrir con ela outro lugar do mundo. Préstame compartir con ela unha viaxe, a ilusión de estar xuntas por primeira vez nun lugar distinto no que nunca estivemos. E teño a esperanza de que esta viaxe acabe de pechar esa feridiña que non deixa de latexar por dentro miña. Artemisa parece xa tan recuperada do que pasou... Gústame vela eisí, tan riseira, cos ollos tan brilantes, con tantas ganas de vivir. Abráiame moito que sexa capaz de estudar cousas tan horríbeis como todo ese temario do carné de conducir. A min paréceme que nunca sería quen de memorizar coñecementos tan aburridos e difíciles.

E xa deixarei de escribir. Estou bastante esgotadiña. Hoxe tiven moito traballo e quedei na cafetería máis horas das que traballo en realidade. Tamén quedei con Artemisa e estivemos, ao fin, na súa casa, pero xa falarei noutro momento do que vivimos esta tarde. O mércores iremos á aldeíña, por certo. Ah, tamén celebraremos Magosto o sábado!

 

Traducción:

Lunes, 29 de octubre de 2018

Qué octubre más extraño, lleno de momentos hermosísimos, lleno de alivio por estar ya viviendo en mi tierra, lleno de nostalgia y también de tristeza. Está a punto de terminar un mes que no sé cómo describir, que tiene la imagen de una noche oscura llena de estrellas. Estoy segura de que ha dejado una huella muy fuerte en mí y que, cuando lo recuerde dentro de unos años, sentiré exactamente las mismas sensaciones que ahora siento al estar viviéndolo. Es curioso cómo ciertas épocas de nuestra vida van vinculadas a una sensación que sólo existe para ellas, para envolverlas, para definirlas. A veces, recuerdas más la sensación que va unida a ese tiempo que los recuerdos de los momentos que vivías. Son cosas del alma que no se pueden explicar, igual que tampoco se puede explicar bien lo que me ocurrió ayer por la noche, lo que sigue ocurriéndome ahora y lo que seguirá ocurriéndome hasta que yo cierre la puerta que separa esos dos mundos que están mezclándose en mi vida. Yo tenía pensado celebrar Samaín en el bosque el miércoles por la noche junto a Artemisa si ella se atrevía a venir conmigo, que creo que le da miediño venir conmigo y participar de esos momentos. Yo quería vivir intensamente y de una manera muy especial el primer Samaín que vivo en Galicia después de tantos años lejos de ella. Quería hablar con mi abuela, pero también con Lúa, para despedirme bien de ella. Siento que no nos despedimos, que no tuve tiempo para despedirme de ella, que se fue demasiado rápido, que ella sí pudo despedirse de mí, pero yo ni tan siquiera pude decirle adiosiño, hasta otra. Sé que alguna vez volveremos a vernos, no sé dónde, pero sé que las almas no mueren tan fácilmente. Mas siento que hay algo que está fallando, que está invirtiendo el orden de las cosas. Ayer, cuando llegué de la aldeíña por la tarde, noté que esta casiña donde he vivido con Lúa desde el principio ya no estaba tan llena de soledad. Parecía como si acabase de ser habitada, como si no llevase cerrada desde el viernes. Había calor en los rincones, parecía que alguien había usado las cosas, que alguien había respirado en las estancias. Me duché sintiendo que no hacía frío (y eso que parece que haya llegado el invierno plenamente). Cuando me preparé la cena, me parecía que algo me rodeaba, protegiéndome de la oscuridad de la noche. Cuando me fui a dormir, entonces sí pude sentir de verdad, con mucha claridad, que no estaba sola. No sentí miedo porque a mí nunca me aterrorizaron las ánimas, pero sí es cierto que de súbito me sentí muy morriñosa y tristiña. La tristeza que llevo en mi corazón creció de repente, gritando con fuerza, y comencé a llorar sin poder evitarlo, sintiendo que tenía que desahogarme, que tenía muchas lágrimas que liberar. Entonces, noté que alguien volvía a acariciarme los cabellos, las mejillas, retirándome las lágrimas que me mojaban la piel. Me quedé quieta, sin hacer ni un solo movimiento, esperando a oír alguna palabra silente que cruzase el aire sin sonar; pero nadie decía nada. Todo estaba en silencio, excepto mi corazón. Él gritaba con mucha fuerza, gritaba también mi alma, pero me costaba mucho entender lo que ella me decía porque cada vez me sentía más confusa.

Noté que alguien templaba el aire que me rodeaba. Cada vez hacía menos frío, parecía que no fuese de noche. Entonces sí me asusté, mucho, porque esas sensaciones no eran comprensibles. Incluso pensé que había fuego, pero todo estaba demasiado callado. Me levanté del lecho queriendo huir de esa sensación y entonces me pareció que alguien guiaba mis movimientos, que alguien me ordenaba en silencio que fuese al cuarto donde Lúa tenía los libros y cogiese uno al azar. Yo no tenía ganas de leer. Me cuesta leer porque me cuesta concentrarme, y eso que yo siempre he amado leer; pero en ese momento me daba miedo leer, no sé por qué. Me daba miedo pensar que en cualquier sitio podría encontrar la ausencia de Lúa. La ausencia de Lúa está en decenas de poemas, en millones de canciones... mas no podía huir de esas silenciosas órdenes y fui a ese cuarto. Lo que cogí fue Cantares gallegos de Rosalía de Castro. Ese libro era mío. Siempre fue mío. Fue el libro que compré el día que me alejaron de mi tierra, en esa librería de Ourense que todavía sigue abierta y funcionando tan bien. No sé por qué, pero abrí cualquier página, tal como hice la primera noche que pasé en aquel horrible hospital. No me hizo falta leer todo el cantar que me había salido para descubrir por qué precisamente había posado los ojos en esos versos...

“Non me olvides, queridiña, se morro de soidás,
tantas leguas mar adentro;
miña casiña, meu lar.”

Mas, como si mis pensamientos no naciesen de mí, enseguida se me llenó la mente de otros versos, esta vez de la canción de Ancares de Luar na Lubre...

“Tengo el amor ausente y estoy llorando la despedida.

La despedida es corta y la ausencia larga.

Quiero que te diviertas y no me olvides, prenda del alma.”.”

Sabía que no era casualidad, que algo me empujaba desde el Más allá, que alguien se encargaba de llenarme la mente con esos versos. No dudaba de nada. Sólo estaba asombrada, cada vez más asombrada. Quería volver a la camiña, pero no me atrevía a moverme. Dejé suavemente el libro en la estantería y me quedé sentada en el sofá que allí hay hasta que de verdad sintiese que tenía que volver. Había algo en mí que me pedía que me quedase allí, que aguardase. Casi no había luz, sólo la de una lámpara de sal que casi no rasgaba las sombras que se acumulaban en los rincones; pero yo sentía que podía ver cualquier cosa, que podría percibir cualquier cambio que se produjese en ese lugar.

Y lo capté perfectamente, me percaté de todo lo que empezó a pasar. Sé que todo es real, que, a pesar de que ese momento pareciese un sueño, era todo real. De súbito supe que alguien estaba intentando comunicarse conmigo. Yo sólo tenía que escuchar, mirar, escuchar no sólo con los sentidos, sino sobre todo con el alma; pero no quería hacer nada, no me atrevía a moverme ni a gesticular. Estuve paralizada hasta sentir que alguien acercaba una mano invisible e intangible a mi pecho. Sentí que algo efímero y casi sin aire me apretaba el pecho, como si quisiese coger mi alma con sus dedos. Permanecí quietísima, sin mover nada, ni tan siquiera los párpados. Entonces lo oí perfectamente, oí que alguien musitaba, desde otro lugar, pero a la vez desde muy cerquiña:

«No quiero que tengas tanta tristeza en el alma. No puedo soportar que estés tan tristiña. Quiero que seas feliz. Ya has vivido muchos años siendo infeliz, sufriendo muchísimo. Mereces estar bien, completamente bien. Desharé tu tristeza y la llevaré a otro lugar de donde nunca pueda regresar. Queridiña mía, no hace falta que hagas nada para intentar comunicarte conmigo. Recuerda que siempre, siempre “hai un rumor que move o vento no ar, que encolle a ialma cando o sentes. Hai un rumor que sabe a terra e a sal, que aínda ten voz na que habitar. [...] En cada fráxil cantar do que xa foi, do que ha de ser. [...] Non hai silencio se te vexo tentar coller na man o mundo enteiro. [...] Antigas lendas da montaña e do mar, e contos nados na lareira, van debuxando frente a ti, devagar, ecos do Alén. Na túa voz, a luz hase prender; mostrando as sombras que fan saber que hai máis do que outros ben. A túa voz, bieiros ancestrais, terán alento, meu ben. Na túa voz.” Recuerda que yo estaré siempre en cualquier voz de la naturaleza, en cualquier soplo del viento, en el sonido del agua, pero tienes que vivir tu vida, vivirla de verdad. Mañana ya te sentirás mucho mejor. Y no quiero que sufras por mí. Yo fui tan feliz en los últimos días de mi vida que esa felicidad deshizo toda mi tristeza. Tienes aún muchas bendiciones que recibir. No dejes que el tiempo pase llevándose los días de tu dicha. Te quiero y siempre te recordaré. Sé que tú nunca me olvidarás, pero la memoria no tiene que ser una laguna llena de tristeza. Estaré pendiente de tu alma hasta que de verdad vea que sólo está llena de luz y felicidad.»

Y entonces desapareció la presencia cálida que me había acompañado y me quedé sola, sin saber qué pensar, pero sintiéndome mucho mejor que antes, cada vez mejor. Sonreí y me fui a dormir con la sensación de que alguien me había limpiado el alma con mucha dulzura. Y hoy me siento como si nunca hubiese llorado por nada. Estoy tranquila, aunque también muy morriñosa, pero tengo muchas ganas de vivir, de saber qué me aguarda en la vida.

No he contado que Artemisa me ha regalado un viaje a Portugal. Iremos el día ocho de noviembre. Yo trabajo el día dos de noviembre (que la mayor parte de los negocios hacen puente) a cambio de tener el día nueve libre. Me dijo Artemisa que era mucho mejor ir en esa fecha, que habría menos gente. Iremos a Oporto y la verdad es que me apetece mucho ir. Nunca he ido a Portugal y me apetece muchísimo descubrir el país de nuestros hermanos. Y también sé que este viaje nos ayudará mucho a olvidar todo lo que ha ocurrido, nos ayudará a ser más libres. Y la verdad es que me apetece muchísimo descubrir con ella otro lugar del mundo. Me apetece compartir con ella un viaje, la ilusión de estar juntas por primera vez en un lugar distinto en el que nunca estuvimos. Y tengo la esperanza de que este viaje acabe de cerrar esa heridiña que no deja de latir por dentro de mí. Artemisa parece ya tan recuperada de lo que pasó... Me gusta verla así, tan sonriente, con los ojos tan brillantes, con tantas ganas de vivir. Me sorprende mucho que sea capaz de estudiar cosas tan horribles como todo ese temario del carné de conducir. A mí me parece que nunca sería capaz de memorizar conocimientos tan aburridos y difíciles.

Y ya dejaré de escribir. Estoy bastante agotadiña. Hoy he tenido mucho trabajo y me quedé en la cafetería más horas de las que trabajo en realidad. También he quedado con Artemisa y estuvimos, al fin, en su casa, pero ya hablaré en otro momento de lo que vivimos esta tarde. El miércoles iremos a la aldeíña, por cierto. Ah, ¡también celebraremos Magosto el sábado!

DIARIO DE ARTEMISA: DOMINGO, 28 DE OCTUBRE DE 2018



Domingo, 28 de octubre de 2018

Ya estoy en casa. He pasado este fin de semana en la aldea de Agnes. No volvía a su aldea desde agosto, desde cuando nos fuimos, y, tal como estaban yendo las cosas, pensaba que nunca más regresaría; pero, cuando Agnes me preguntó si me apetecía asistir a la fiesta que harían el viernes 26 por su cumpleaños, no dudé ni un momento. Me apetecía muchísimo volver a ver a su madre y a los demás vecinos de la aldea, me apetecía también volver a caminar por el bosque y sentarme en la orilla del río. Además, debo reconocer que echaba mucho de menos las comidas y los dulces que Anxiños sabe hacer tan bien. También añoraba la forma de cocinar de Agnes (que parece que la haya heredado de su madre) porque llevaba mucho tiempo sin comer nada que ella hubiese cocinado, así que este fin de semana he comido todo lo que me han puesto e incluso he repetido siempre que he podido. No hay nada que le haga más feliz a Anxiños que ver que disfrutas de la comida que ella prepara con tanto cariño. Además, Agnes y ella han hecho una bica amantecada que estaba para chuparse los dedos. No ha durado ni dos días, y eso que era bastante grande.

Llevo tantos días sin escribir porque apenas he tenido tiempo para mí. Estoy estudiando muchísimo para sacarme el carné de conducir cuanto antes, pero también estoy estudiando gallego porque me interesa aprobar el examen del CELGA4. Agnes incluso está ayudándome a estudiar, pero apenas me atrevo a pedirle que me ayude porque ella no está nada concentrada, está muy distraída y le cuesta mucho centrarse. No está bien. Está muy triste. Yo sé que ella quiere volver conmigo, pero sé que necesita que el tiempo le cure las heridas que tiene en el alma. Sé que volveremos, pero es preciso que viva este tiempo de luto para que, cuando volvamos, pueda hacerlo sintiéndose completamente bien. Cualquier cosa que ve o canción que oye le recuerda a Lúa. Enseguida se acuerda de ella y los ojos se le llenan de lágrimas. Ha llegado a confesarme que no sólo le duele que ella no esté y que nunca más vaya a volver, sino también que ella se fuese habiendo sufrido tanto, llevándose a la muerte tanto dolor. Dice que le hace mucho daño pensar que Lúa se sintió tan mal durante tanto tiempo... pero eso no es nada exclusivo de ella. Todos tenemos nuestras tristezas. Puede que para los demás las cosas que más nos hieren o nos ponen tristes parezcan una tontería, pero cada persona es un mundo y hay cosas que no estamos enseñados a superar. Nadie nos enseñó nunca a aceptar las pérdidas, nadie nos enseñó nunca a seguir viviendo llevando tanta tristeza en el corazón, nunca nadie nos enseñó a aceptar la muerte de un ser querido. Por mucho que sepamos que la vida es finita, que algún día ya no estarán a nuestro lado los seres que más queremos, cuando alguien que queremos tanto falta, se va para siempre, sientes que no sabes nada, que tienes que aprender a vivir de cero, desde el principio, porque vamos aprendiendo, con cada día que vivimos, a existir en una vida concreta; pero, cuando perdemos de repente algo que formaba parte de nuestra vida, tenemos que aprender a vivir otra vida que, aunque se parezca a la que vivíamos antes, no se asemeja en casi nada a la que teníamos cuando esa persona estaba viva, porque cuando esa persona estaba viva hacía que nuestra vida fuese de una determinada manera. Al irse, todo vuelve a empezar, tenemos que aprender a vivir sin que esa persona esté, y eso es muy difícil de conseguir. Agnes está precisamente en ese punto, está intentando aprender a existir en una vida en la que Lúa ya no respira y eso va a costarle mucho porque, aunque llevasen poco tiempo juntas, estaban muy conectadas, estaban muy unidas y se entendían como si siempre hubiesen estado juntas. En tan poquito tiempo, han compartido muchísimas cosas, tantas que sería imposible nombrarlas todas. Y ahora Lúa no está. Cuando Agnes tiene que enfrentarse a la soledad que vive con ella en la casa que fue de Lúa, entonces se siente pequeña e ignorante, eso me ha dicho, siente que no sabe vivir, siente que no sabe qué tiene que hacer...

Además de estudiar, lo que también he hecho es estar mucho con Agnes. He estado con ella todo el tiempo que nos ha sido posible. No quiero que se sienta sola. No sé cómo tiene valor de vivir en la casa de Lúa (la que es un piso, por cierto), sin ella, estando tan sola... Yo no me atrevo a proponerle que vivamos juntas todavía porque quiero que sea ella quien me lo pida, igual que quiero que sea ella quien me bese de verdad por primera vez después de tanto tiempo separadas. Quiero que sea ella quien se atreva a traspasar la frontera que nos separa algo todavía. Ayer pensaba que sería capaz de lanzarse a mis brazos, pero no lo hizo. Fue ayer por la noche. Cenamos solas en su casa. Su madre se fue a Ourense a cenar con su hermano y la madre de Lúa, a quien querían distraer un poco. A Agnes no le apetecía nada salir porque decía que estaba muy cansada de la noche anterior, que la verdad es que fue muy intensa, así que nos quedamos solas. Yo le propuse compartir una botella de vino y, extrañamente, ella me dijo que no sabía si le convenía beber, que le daba miedo que el alcohol intensificase sus sentimientos; pero al final la compartimos. Cenamos muy bien, muy tranquilas. En la aldea es que no hay ni un solo sonido que nos haga daño. Sólo se oye la noche, los grillos... Debo decir también que la semana pasada llovió bastante en Galicia, así que el bosque está cargado de olores exquisitos, el río parece más grande y fuerte y la oscuridad de la noche es húmeda y cristalina. Agnes también se percata de todas estas cosas y, a veces, no es necesario que la una le confiese a la otra lo que piensa porque creo que ya nos entendemos a la perfección en nuestros silencios.

Cuando terminamos de cenar, estuvimos un buen rato hablando sentadas en el sofá, pero Agnes estaba cada vez más agotada, ya que la noche anterior nos habíamos ido a dormir muy tarde, y al final nos fuimos a dormir antes de la una. Yo dormía en una habitación de invitados que está al lado de la de Agnes. Pues fue justo cuando nos estábamos despidiendo cuando creí que todo iba a cambiar. A Agnes le había subido un poco el vino (como siempre), pero esta vez estaba muy decaída, nada que ver con las otras veces en las que la he visto algo embriagada. Nos dimos un abrazo muy cariñoso y, cuando nos separamos, antes de entrar en su habitación, Agnes me miró durante largos segundos con una ternura y un calor que se intensificaban con el paso del tiempo. Parecía estar pidiéndome con los ojos: hazlo tú, hazlo tú, yo no puedo; pero yo no podía forzar las cosas. Tiene que ser Agnes quien lo haga, quien dé el paso. Es su luto y tengo que respetarlo. No obstante, al ver la mirada que me dedicaba, con la cual parecía estar pidiéndome también que la protegiese esa noche, que no la dejase sola, me acerqué a ella y la tomé de las manos con mucha dulzura. Ella intentó sonreírme, pero entonces me di cuenta de que tenía los ojos llorosos. Le pregunté si estaba bien y ella me lo negó suavemente con la cabeza, en silencio, mientras ya le resbalaban las lágrimas por las mejillas. Era inútil que me ocultase su dolor. Yo no quería que lo hiciese. La conduje hacia su habitación y nos sentamos en su cama. Yo la abracé alentándola a que llorase todo lo que necesitaba. Tiene que llorar mucho para desahogar la pena que lleva por dentro.

     Es que me cuesta mucho aceptar que ella nunca más volverá —me dijo casi sin poder hablar, al cabo de unos largos minutos—. Siento que su ausencia grita en todas partes. Perdóname, Artemisa. Yo quiero ser feliz contigo. Ojalá pudiese estar contigo esta noche, pero no puedo, no puedo. Hay algo que me detiene y me paraliza. Yo te prometo que estaremos juntas para siempre, pero no sé cuándo podré...

     No te preocupes por nada, Agnes. No hace ni dos semanas que Lúa se ha ido. No tengas prisa, no te reprimas ninguna emoción porque luego es mucho peor. Vive tu tristeza el tiempo que necesites, pero nunca olvides que yo siempre estaré aquí a tu lado, esperándote el tiempo que sea necesario.

     Tengo tanta suerte por tenerte a mi lado...

     La querías mucho. Es comprensible que te cueste aceptar su muerte. No tienes que sentirte mal por llorarla.

     Es difícil vivir llevando una muerte en el corazón. Creo que es la primera muerte que me duele de verdad. La de Gaya me dolió muchísimo, pero la de Lúa... No sé por qué... Me siento como si me hubiesen arrancado una parte de mi corazón. Yo, Artemisa, habría vuelto contigo tarde o temprano; pero no entiendo por qué ella ha tenido que irse tan pronto. Podríamos haber sido tan buenas amigas todas... Es injusto, Artemisa.

     Sí lo es —le contesté intentando digerir las palabras que Agnes acababa de dedicarme. Pensé que, tal vez, si Lúa no se hubiese muerto, Agnes estaría conmigo ya, no habríamos tardado tanto en volver—. Es injusto porque Lúa era muy buena. No se lo merece.

     Hay muchísimas cosas que me recuerdan a ella: nuestro río, el bosque, el olor de la tierra, nuestro hablar, el sabor del vino... Hay muchísimas canciones que me recuerdan a ella, tantas que tengo la sensación de que no existe ninguna canción que no me recuerde a ella. Hemos compartido muchísima música, no sólo porque la escuchásemos, sino porque nosotras mismas la creábamos... todas las canciones de nuestra tierra tienen algo de ella... Por eso me costará tanto volver a disfrutar con la música, con los paseos por el bosque, con cualquier cosa... pero acabaré superándolo, te lo prometo. Tengo que luchar por mí, sí, pero también por ti. Te mereces recibir todo lo bueno que yo puedo tener y ser.

     Por supuesto que lo superarás. Has superado ya muchísimas cosas, Agnes. Es imposible que te hundas ahora. Además, viviendo en Galicia, tienes ya la seguridad de que tu enfermedad no va a volver.

     Es cierto... La tristeza que siento ahora no se parece en nada a la que sentía cuando estaba enferma —me reconoció ya más tranquila—. Artemisa, muchas gracias por estar conmigo. NO imaginas cuánto te agradezco que estés aquí. Gracias, gracias por volver, gracias —me dijo abrazándome con mucho cariño y fuerza—. Perdóname por todo, Artemisa.

     No tengo nada que perdonarte, cariño. Tranquila, todo irá bien, Agnes —le dije aguantándome las ganas de llorar.

     Artemisa... —me llamó mientras seguía abrazándome con tanto cariño.

     Dime, Agnesiña.

     Artemisa, te quiero. Nunca lo olvides —me dijo apretándome de nuevo contra ella—. Te quiero, Artemisiña. Nunca dejé de hacerlo... pero... fue todo tan extraño...

     Tenías que estar con Lúa este tiempo. No lo pienses más. No te preocupes más. Era lo que tenía que ocurrir.

Y me quedo con esas palabras. Hacía mucho tiempo que Agnes no me confesaba que me quería y oír cómo me lo decía me llenó el alma de orgullo, de felicidad y de emoción. Aunque estuviese todavía tan triste, sin poder dejar de llorar, yo sentí que poco a poco estaba comenzando nuestro regreso.

Es cierto que le he prometido que esperaría a que fuese ella quien deshiciese la pequeña frontera que nos separa, pero ayer, al oír cómo me decía que me quería, al tenerla tan cerca, no pude evitar acercarme a ella y rozarle suavemente los labios, dándole un beso muy tierno que sé que le acarició el alma; pero ya no hice nada más. Me quedé quieta, cerca de ella, y Agnes me devolvió el beso con mucha timidez, como si fuese la primera vez que me besaba. Notaba que temblaba delicadamente, que estaba estremecida y a la vez desorientada... por eso me aparté de ella antes de que se sintiese forzada a seguir haciendo algo que todavía no se sentía capaz de hacer; pero tuve que esforzarme mucho por reprimir mi ternura, mi amor, mi pasión.

     Eres un anxiño —me dijo muy quedo cerca de mis labios. Puse esa palabra en gallego porque me estremeció cómo sonó en su voz—. Cuando tenga el alma curada, te juro que te daré toda la felicidad que existe en el mundo. Nunca más volveré a dejarte tan sola, Artemisa. Te lo prometo.

     Yo tampoco, Agnes. Estaré contigo aquí para siempre.

Y después ya nos fuimos a dormir. Ha sido un fin de semana muy bonito, lleno de momentos preciosos y nostálgicos. Debo reconocer que la música que tocaron el viernes por la noche me llenó el alma de morriña y también de felicidad. Qué bonito fue. Ver tocar así a Agnes, tan entregada a lo que hacía, con tanto amor y ganas de hacerlo lo mejor posible, me emocionó mucho. Todavía me sorprendo mucho cuando la oigo y veo percutir en la pandereta. Parece que lleve toda la vida tocando ese instrumento.

Lo más bonito de todo es que siento que estamos muy cerca, tanto física como anímicamente, cuando compartimos el tiempo, cuando hablamos, cuando nos miramos, cuando estamos juntas. A veces, no es necesario siempre demostrar con gestos que amas a una persona. Tan sólo con la forma como la escuches, tan sólo con las miradas, con la manera de hablar, con la manera de tratar a esa persona, puedes demostrarle que la amas con toda tu alma y es precisamente lo que está ocurriéndome con Agnes. Es verdad que todavía no nos hemos entregado como tanto y tanto deseo, pero me mira de una manera que me hace sentir muy protegida y querida, me escucha con mucha atención cuando le hablo, incluso se ríe con las cosas que le cuento sobre el temario del carné de conducir o sobre cualquier cosa que nos haga gracia. Verla reír es para mí como ver brillar las flores bajo el sol después de una intensa tormenta. Oír su risa y ver su sonrisa es ver directamente la hermosura de la vida, es oírla y sentirla envolviéndote. Y sobre todo se me llena el alma de amor y felicidad cuando la veo reír sabiendo que está tan triste.

El fin de semana pasado, Agnes regresó a la casa de Lúa después de tantos días sin volver. El viernes por la noche, antes de irnos a dormir (ella estaba en la aldea y yo, en Ourense), la llamé por teléfono y estuvimos hablando durante mucho tiempo y me dijo unas cosas que me estremecieron. Me dijo que le encantaría que estuviese a su lado, incluso me dio las buenas noches como siempre hacía cuando estábamos juntas, con ese “boas noitiñas” que tanto me acaricia el alma. Cuando me dijo que iría a la casa de Lúa, le pregunté si quería que la acompañase, pero ella me dijo que tenía que vivir sola ese momento. Incluso, cuando le dije que le convenía esperar un poco más, me dijo que tenía que ir ya, que había alimentos que estarían echándose a perder y también quería vivir cuanto antes ese momento tan triste. El día del sábado lo pasó sola, totalmente sola, mientras yo me preguntaba cómo era posible que fuese tan valiente; pero el domingo me contó que lo había pasado muy mal, que había sido muy triste, que pensaba que no podría dormir, pero que al final acabó durmiendo profundamente durante muchas horas. Incluso, cuando nos vimos el lunes por la tarde, me explicó que había sentido que Lúa estaba con ella. Otra persona que no conociese a Agnes creería que Agnes ha perdido la cabeza, pero yo, que la conozco tan bien, jamás podré dudar de sus palabras. Sé que me contaba la verdad, que Lúa había estado de verdad con ella. Agnes tiene un don especial que le permite sentir esas almas que ya no están en este mundo. Y este viernes, mientras cantábamos y danzábamos, sé que también la sentía. Nos dijo, antes de empezar a tocar y a cantar, que sabía que Lúa estaba con nosotros. Yo sentí escalofríos cuando seguí la mirada de Agnes y me di cuenta de que sus ojos estaban fijos en un lugar concreto. Miraba algo que había allí; algo que sólo ella veía, y no dudaba de que era real, de que Lúa sí estaba con nosotros. Es escalofriante, pero también muy bonito. Y siento escalofríos también cuando Agnes me dice que estamos precisamente en la época del año que más propicia es para captar a las ánimas que se fueron. Es cierto, estamos en Samhain y Agnes me ha dicho que el miércoles por la noche quiere ir a su aldea, quiere ir al bosque por la noche e intentar invocar al espíritu de su abuela y al de Lúa. Yo no sé si seré capaz de acompañarla, pero no quiero dejarla sola. A mí me gusta Samhain, pero también me impone mucho y este año me siento demasiado sensible para celebrar un ritual tan potente. Agnes también está así, pero me dice que quiere aprovechar la energía de este Sabbat para sentirse cerca de sus seres queridos. No obstante, intuyo que ellos se comunicarán con ella antes de que Agnes haga cualquier cosa para llamarlos.

Mas yo iría con ella al fin del mundo y haría las locuras más descabelladas sólo para estar cerca de ella. Es cierto que mi amor raya la obsesión (mi hermana me lo ha dicho millones de veces), pero, si insisto tanto con Agnes, es porque sé que nuestro amor es verdadero, porque sé que éste no puede caer en el olvido sólo porque Agnes haya estado con otra mujer sólo un mes. No es un amor cualquiera; es un amor que ha sobrevivido a la muerte no sé cuántas veces, que se ha mantenido flotando en la inmensidad del tiempo durante siglos, durante épocas. Es un amor que puede con todo. Además, si yo no viese amor en los ojos de Agnes, si ella no me hubiese confesado que siempre me quiso y si Agnes no me tratase como me trata, demostrándome que quiere ser feliz conmigo, yo me habría apartado de ella, pero siempre supe que ella no me abandonaría nunca. Tal vez hayamos actuado de modos horribles, de la peor manera posible, pero también es cierto que somos las dos tan sensibles y emocionales que cualquier hecho grande nos supera. Agnes no ha sabido hacer las cosas bien, pero yo tampoco. Yo he llegado a perder un poco la razón por ella, pero porque siempre me pareció y sentí que estar separadas era antinatural, es como intentar separar el tronco de un árbol de las raíces de las que nacieron, es como querer separar el agua de la humedad. No tiene sentido y no se puede aceptar de ninguna de las maneras. Tengo que reconocer también que las dos ya sabemos sin dudarlo que Agnes quiso a Lúa porque tenía que quererla en los últimos días de su vida, porque tenía que hacerle feliz antes de que su corazón dejase de latir. Y tal vez haya cosas que no tienen explicación. En Agnes, la mayoría de cosas no tienen explicación, es decir, la mayoría de cosas que le ocurren a Agnes no pertenecen a este mundo, forman parte de otra dimensión menos tangible que pertenece más bien a la irracionalidad, a esas cosas que no se perciben con los sentidos, y, si las dos somos personas tan espirituales, es evidente que no nos cuesta nada entender esas cosas. Incluso el vínculo que une a Agnes y a Galicia es inverosímil si lo analizamos desde el punto de vista de lo empírico y lo racional. Las cosas más bonitas de este mundo son irracionales, son intangibles. Lo efímero, lo pasajero, lo que se puede quebrar y deshacer; eso sí es tangible, eso sí pertenece al mundo de los sentidos, porque los sentidos, como nuestro cuerpo, son algo físico y perenne. Por eso sabemos que alguien decidió que Agnes tenía que enamorarse locamente de Lúa justo ahora, justo cuando se reencontraron, justo cuando estaba a punto de morir. No tendría sentido que hubiesen estado juntas antes. Las cosas así son, así es la vida, todo tiene un porqué. No estoy diciendo con esto que el amor que Agnes y Lúa sintieron no tenga sentido, para nada, creo que fue un amor totalmente sincero, intenso y muy fuerte, por eso Agnes tiene tanta tristeza, por eso está tan dolida, por eso la echa de menos, porque la quiso de verdad; pero eso no quita que no me quiera a mí, que no quiera volver conmigo. Y, como sé que vamos a volver, no me importa esperar. Además, lo que estamos compartiendo ahora es muy bonito. Me siento como si nos estuviésemos conociendo y es que yo tengo que conocer a esa Agnes que ahora tiene que afrontar una muerte tan dolorosa; esa Agnes que ha nacido de nuevo aquí en su tierra, en Ourense, que ha empezado a ser feliz, liberada de las garras de esa enfermedad que siempre estuvo a punto de deshacerla. Ésta es una Agnes nueva; la que yo empecé a conocer cuando ella regresó a su tierra, y sé que el dolor que ahora siente la tiene dormida, mas sé que resurgirá y eso es lo que más me importa, que la tristeza que ahora experimenta no la ha deshecho, no la enfermará como esa intensa y destructiva tristeza que estuvo atacándola durante tantos años. Ahora es otra mujer y sé que es la Agnes que va a estar conmigo siempre, que morirá a mi lado cuando las dos ya nos hallemos en el anochecer de la vida.

Y yo sólo siento ganas de darle amor, energía positiva, luz, y sé que lo consigo siempre. No se me dejan de ocurrir cosas que hacer. Siempre que quedamos, hacemos algo distinto, cogemos autobuses para visitar villas muy bonitas de Ourense, vamos a bañarnos a las termas, paseamos por alrededores, disfrutamos de nuestra compañía y de la belleza de este lugar. Sé que Agnes está muy frágil, pero yo siento que a mi lado está protegida, sé que se siente protegida cuando le hablo, cuando la abrazo, cuando le sonrío, cuando la acojo en mi mirada. Y eso es lo que más me importa, es lo que me da fuerzas para estudiar cosas tan horribles como la teoría del carné de conducir. Si todo va bien, en dos semanas subiré al examen para empezar cuanto antes con las prácticas. Estoy muy contenta y motivada, aunque tengo que reconocer que también siento mucha preocupación por Agnes porque quiero que esté bien; pero sé que es mucho más fuerte de lo que ella piensa. Qué valor ha tenido esta semana para ir a trabajar sintiéndose tan triste. Es tan valiente y tan fuerte que muchas veces me sobrecojo. Evidentemente, lo es mucho más que yo. Yo no habría conseguido superar ni la mitad de cosas que ella ha superado.

Y creo que eso es todo por hoy. Volveré a escribir muy pronto.
 

domingo, 28 de octubre de 2018

DIARIO DE AGNES: SÁBADO, 27 DE OUTUBRO DE 2018


Sábado, 27 de outubro de 2018

Onte foi o meu aniversario. Parece mentira que xa teña 42 anos. Non sinto que os teña de verdade porque teño unha mentalidade distinta, porque me vexo distinta ás mulleres que teñen esa idade. A miña nai di que con esta idade xa teño sufridas e superadas moitísimas cousas duras da vida, pero esquece que ela, coa miña idade, tamén xa tiña sufrido as peores cousas da vida: a marcha do meu pai, a desaparición da súa filla e unha doenza horríbel que estivo a piques de acabar con ela. menos mal que non se foi. Tería sido tan horríbel que ela xa non estivese eiquí cando eu voltase... pero a vida, ás veces, é moito máis boíña connosco do que pensamos. E, agora, sinto algo así. É certo que a vida nos deu un golpe moi forte levándose á nosa Luíña, pero a noite de onte foi moi bonita, foi tan bonita que parece mentira que puidese haber tanta fermosura nuns momentos tan tristes. E coido que foi fermosa e tan emotiva porque, durante toda a noite, nos acompañou a ialma de Lúa, porque a súa ánima estivo connosco todo o tempo. Teño que confesar que eu a vía, vina todo o tempo diante nosa, agochándose entre ás árbores. Vía a súa vaga imaxe bretemosa entre as néboas da noite. Sentía que estaba eilí connosco, acompañándonos, arengándonos a que danzásemos, a que cantásemos, a que rísemos, a que estivésemos felices. Lúa era e foi moi máxica en vida. É lóxico que o siga sendo na morte.

Non só celebramos o meu aniversario, senón tamén unha festa en honor a Lúa, ao honor ao seu recordo; unha festa para lembrar todo o que ela era. Ela deixou dito que, cando se fose, quería que tocásemos música, que tocásemos unha pandeirada, que danzásemos, que lle cantásemos... Ela non quería tristura, quería alegría. Non quería cancións morriñentas. Quería rir cos nosos cantos... e iso foi o que intentamos facer, pero saber que ela non estaba connosco participando na música facíanos dano. Eu toquei coma se levase anos repenicando eisí na pandeireta. Coido que nunca toquei eisí antes, que era coma se un espírito me posuíse... Seica fose o seu, que estaba comigo sempre... Coido que nunca toquei con tanta precisión e ánimo. Dixéronme que parecía coma se non houbese só unha pandeireta, senón varias tocando á vez... e eu esquecín todo o que non formaba parte dese momento, deixeime levar pola música, polos nosos cantos, e tocaba sabendo perfectamente que tempo tiña que seguir, co que ritmo tiña que repenicar. E sei que había algo que nos posuía a todos...

Antes de comezar a tocar, prestoume falar un pouquiño. O que dixen foi:

      Quérovos dar as grazas por estar eiquí comigo, celebrando o meu aniversario. Para min é moi especial este aniversario porque é o primeiro que celebro en Galicia, na miña terra, despois de tantos anos lonxe dela e lonxe de vós; a miña familia; pero esta noite tamén é moi especial porque, a través da música, lembraremos a Lúa. Coido que todos a lembraremos con moito agarimo sempre. Ela queríanos moito a todos e amaba tamén a nosa terra con toda a súa ialma. Agora sentimos todos moita tristura porque marchou, marchou para sempre; pero sei que ela non nos querería ver tristeiriños. Ela sempre desexaba que as persoas que ela tanto quería estivesen ben. Tamén sei que ela desexa que a lembremos con alegría. Por iso, esta noite imos tocar as cantigas que máis lle gustaban. Ela pediu que celebrásemos unha festa en honor ao seu recordo, quería que tocásemos divertíndonos, sendo felices... pero sei que será difícil cantar, danzar e tocar sen ela. Ela dáballe moita vida á música... Sei que será difícil non sentir a súa ausencia... Se miramos ao ceo, pode que vexamos que fallan estrelas, que hai menos luz, que a lúa brila un pouquiño menos... e non pola néboa que agora o cubre todo... pero pódovos dicir que ela está eiquí. Seino, síntoo. Ela está eiquí. Non teñades medo. Ela nunca nos faría dano. E xa sabedes por que podo dicir con tanta seguridade que ela está eiquí. Sempre soubestes que eu era... Coido que non fai falla dicilo. Agora todo é distinto xa... E Lúa sábeo. Por iso está eiquí, connosco, porque xa non sentiredes mediño ao saber que unha ánima nos mira e comparte connosco esta noite tan especial. Lúa, querémoste moitísimo todos, todos, e todas as cancións que imos tocar esta noite só serán para ti, queridiña.

Custábame falar porque a emoción enchía a miña ialma, pero arengábame a seguir falando o ollar que me dedicaban os veciños da aldeíña, quen tamén estaban tan emocionados coma min. Mesmo Artemisa tiña os ollos brilantes.

Hei de confesar que compartir con Artemisa esta fin de semana está facéndome moito ben, está índome moi ben. Foi moi bonito o seu reencontro coa aldeíña, coa miña nai e coas outras veciñas coas que se levaba tan ben. Recibírona todas con moito agarimo e felicidade, intentaron que se sentise ben en todo momento. E sei que a miña nai quere de verdade a Artemisa porque llo leo na súa mirada, porque escoito ese agarimo que lle ten cando lle fala... e iso faime feliz, non o podo negar.

Quero que queden atrás todos eses momentos de sufrimento nos que Artemisa deixou de ser ela mesma, nos que estivo a piques de desaparecer... Quero que volva a paz, a sinxeleza da vida, a maxia da vida. Sei que temos que pasar este tempo de loito, pero tamén sei que temos que ser fortes todos e seguir adiante. A Lúa non lle gustaría que nos detivésemos. Non lle gustaría que botásemos todo o día chorando.

E hei de recoñecer que, devagariño, se vai desfacendo esa inseguridade que me impedía volverme achegar a Artemisa. Hoxe pola mañá, estivemos a piques de compartir máis que unha aperta, pero non me atrevín a desfacer a pequena distancia que nos separaba para bicala. Non me atrevo, non sei por que, pero iso non quere dicir que non me preste facelo. Si me presta, moito. Preciso sentir o seu amor, preciso darlle amor, pero non sei que me ocorre. Hai algo que me impide actuar e ser libre. E Artemisa ten moita paciencia. Díxome onte que agardaría a que fose eu a que me sentise quen de pasar esa fronteira que nos separa. E eu agradezo moito que teña tanta paciencia.

Estabamos hoxe sentadas na beiriña do río, compartindo esta mañá tan outonal, tan bonita, na que o ceo está adornado cunhas nubes fermosísimas. Zoaba un ar fresquiño que traía o recendo dos campos e había tanto silencio... Estábase tan ben que, por primeira vez despois de moito tempo sen facelo, desexei que o tempo se detivese. Díxenlle a Artemisa que había moitos días que non me sentía tan ben, que estaba cada vez mellor, deille as grazas por estar comigo... e díxenlle todo iso apertándolle a man. Sentía que, paseniñamente, a confianza que sempre existiu entre nós se facía máis forte e tamén medraba a conexión que sempre nos uniu. Había algo moi íntimo ao noso redor que nos pedía que estivésemos cada vez máis xuntas, que non tivésemos medo, que deixásemos atrás todo o que nos ferira a ialma, pero eu tiña medo, estaba asustada e aínda o estou, porque non quero que pareza que me esquecín de Lúa; pero si teño moitas ganas de seguir con Artemisa a vida na que tan felices fomos e sei que agora todo será moito máis doado. Ela está en Ourense por min, veu vivir a Ourense por min, e iso eu o agradezo moito, valóroo moito, é a proba de amor máis forte que ela podería facer, e quérolle dar todo o que teño para ela, todo o amor que sigo sentindo por ela; pero sinto vergonza e inseguridade, non sei por que, é coma se nunca tivese estado con ela, coma se fose a primeira vez que nos bicariamos se ao final o facemos, que nunca estiven con ela, compartindo todo o que somos... É algo moi estraño, pero coido que tamén é algo moi bonito. E o máis bonito de todo é que non estou vivindo soa estes pensamentos e estes sentimentos. Estoulle contando a Artemisa todo o que sinto. Ela tamén pensa que o que sinto é algo moi bonito e inocente e que por iso quere ir amodiño, para que volvamos dun xeito fermoso e máxico. Coido que ambas as dúas queremos que todo sexa moi especial. Xa houbo moita tristura, aínda queda moita tristura por vivir... pero sei que xuntas conseguiremos desfacer o desalento. E sei que é o que Lúa quere, que esteamos xuntas, que eu non estea soa, e sobre todo deséxao porque sabe que eu aínda quero a Artemisa, e moito. É incríbel que poidan ocorrer cousas tan estrañas, que a nosa ialma sinta o que ten que sentir no momento preciso... pero si me tería gustado que todo fose menos ferinte. Saber que Artemisa estivo tan mal faime moito dano e gustaríame que esa dor non tivese existido nunca, nunca...

Cando lle dixen que me sentía tan ben, que había moito tempo que non sentía tanta paz, ela abrazoume con moito agarimo, protexéndome entre os seus brazos, e díxome que ela sempre se esforzaría por converter nun Paraíso calquera recuncho do mundo, pero tamén me dixo que non facía falla que se esforzase por virar nun Paraíso ningún lugar se estabamos en Galicia porque Galicia xa é un Paraíso. Que graciosiña.

E, despois desas palabras, o único que fixemos foi abrazarnos e estar en silencio durante uns momentos que foron de algodón, que nos protexeron... Eu sentíame cada vez máis acougada entre os brazos de Artemisa e sei que ela se sentía coma min. Pensaba que aquel sería o intre que separaría o noso pasado do noso presente, o intre que sería a fenda que dividiría os meses vividos dos que aínda nos quedaban por vivir; pero coido que ambas as dúas nos sentimos inseguras e tímidas. Erguín a cabeza e mireina con moita tenrura, como había moito tempo que non a miraba, e ela notouno e sorriume dunha maneira tan bonita... Pensaba que ela se atrevería a bicarme. Teño que recoñecer que desexaba que o fixese, pero ela prefire que sexa eu quen o faga antes, e é comprensíbel. Artemisa é xa feliz sabendo que, tarde ou cedo, volveremos estar xuntas e esa certeza tamén me fai sentir ilusión e felicidade a min, pero aínda estou afectadiña polo que ocorreu con Lúa, aínda que sei que isto non vai durar eternamente e Artemisa tamén o sabe. Estame custando voltar á realidade. Estiven ida moitos días, coma se a miña mente non estivese eiquí na terra. Estiven intentando afacerme á ausencia de Lúa, Esforceime moito por entender que Lúa se fora para sempre e creo que xa, devagariño, vou entendendo esa realidade tan triste, voume afacendo a esta nova vida que teño sen ela. Nesta ocasión, é certo que o tempo é quen cura as feridas que a vida nos fai na ialma; o paso do tempo, pero tamén o amor e o apoio dos nosos seres queridos, da nosa terra, da nosa propia vida e de nós mesmos.

Hei de recoñecer tamén que todos os días, a todas horas, dou as grazas por ter a Artemisa comigo. Menos mal que ela non marchou do meu lado... Por iso penso que a vida é moito máis bonita do que pensamos, porque, se fose realmente cruel, Artemisa non estaría eiquí. Ás veces, é preciso vivir momentos moi horríbeis e dolorosos para que poidamos recibir as bendicións que aínda nos agardan no noso destino. Refírome sobre todo a Artemisa, quen tivo que vivir momentos espantosos e moi tristes para decidir que viría vivir a Ourense. Sinto que me custa expresarme. Aínda estou un pouco distraída... e me custa expresar o que sinto. Por iso deixarei de escribir xa. Artemisa está durmindo na miña casa, mais nun cuarto de invitados que temos. Non se atreve a durmir comigo e eu enténdoo. Aínda é demasiado pronto para iso.

 

Traducción:

Sábado, 27 de octubre de 2018

Ayer fue mi cumpleaños. Parece mentira que ya tenga 42 años. No siento que los tenga de verdad porque tengo una mentalidad distinta, porque me veo distinta a las mujeres que tienen esa edad. Mi madre dice que con esta edad ya he sufrido y superado muchísimas cosas duras de la vida, pero olvida que ella, con mi edad, también ya había sufrido las peores cosas de la vida: la marcha de mi padre, la desaparición de su hija y una enfermedad horrible que estuvo a punto de acabar con ella. Menos mal que no se fue. Habría sido tan horrible que ella ya no estuviese aquí cuando yo hubiese vuelto... pero la vida, a veces, es mucho más bueniña con nosotros de lo que pensamos. Y, ahora, siento algo así. Es cierto que la vida nos ha dado un golpe muy fuerte llevándose a nuestra Luíña, pero la noche de ayer fue muy bonita, fue tan bonita que parece mentira que pudiese haber tanta hermosura en unos momentos tan tristes. Y creo que fue hermosa y tan emotiva porque, durante toda la noche, nos acompañó el alma de Lúa, porque su alma estuvo con nosotros todo el tiempo. Tengo que confesar que yo la veía, la veía todo el tiempo delante de nosotros, ocultándose entre los árboles. Veía su vaga imagen difuminada entre las nieblas de la noche. Sentía que estaba allí con nosotros, acompañándonos, animándonos a que bailásemos, a que cantásemos, a que riésemos, a que estuviésemos felices. Lúa era y fue muy mágica en vida. Es lógico que siga siéndolo en la muerte.

No sólo celebramos mi cumpleaños, sino también una fiesta en honor a Lúa, al honor a su recuerdo; una fiesta para rememorar todo lo que ella era. Ella dejó dicho que, cuando se fuese, quería que tocásemos música, que tocásemos una pandeirada, que danzásemos, que le cantásemos... Ella no quería tristeza, quería alegría. No quería canciones morriñosas. Quería reír con nuestros cantos... y eso fue lo que intentamos hacer, pero saber que ella no estaba con nosotros participando en la música nos hacía daño. Yo toqué como si llevase años percutiendo así en la pandereta. Creo que nunca he tocado así antes, que era como si un espíritu me hubiese poseído... Quizás fuese el suyo, que estaba conmigo siempre... Creo que nunca toqué con tanta precisión y ánimo. Me dijeron que parecía como si no hubiese sólo una pandereta, sino varias tocando a la vez... y yo olvidé todo lo que no formaba parte de ese momento, me dejé llevar por la música, por nuestros cantos, y tocaba sabiendo perfectamente qué tempo tenía que seguir, con qué ritmo tenía que tañer. Y sé que había algo que nos poseía a todos...

Antes de comenzar a tocar, me apeteció hablar un poquiño. Lo que dije fue:

      Quiero daros las gracias por estar aquí conmigo, celebrando mi cumpleaños. Para mí es muy especial este aniversario porque es el primero que celebro en Galicia, en mi tierra, después de tantos años lejos de ella y lejos de vosotros; mi familia; pero esta noche también es muy especial porque, a través de la música, rememoraremos a Lúa. Creo que todos la recordaremos con mucho cariño siempre. Ella nos quería mucho a todos y amaba también nuestra tierra con toda su alma. Ahora sentimos todos mucha tristeza porque se marchó,se marchó para siempre; pero sé que ella no querría vernos tristiños. Ella siempre deseaba que las personas que ella tanto quería estuviesen bien. También sé que ella desea que la recordemos con alegría. Por eso, esta noche vamos a tocar las cantigas que más le gustaban. Ella pidió que celebrásemos una fiesta en honor a su recuerdo, quería que tocásemos divirtiéndonos, siendo felices... pero sé que será difícil cantar, danzar y tocar sin ella. Ella le daba mucha vida a la música... Sé que será difícil no sentir su ausencia... Si miramos al cielo, puede que veamos que faltan estrellas, que hay menos luz, que la luna brilla un poquiño menos... y no por la niebla que ahora lo cubre todo... pero puedo deciros que ella está aquí. Lo sé, lo siento. Ella está aquí. No tengáis miedo. Ella nunca nos haría daño. Y ya sabéis por qué puedo decir con tanta seguridad que ella está aquí. Siempre supisteis que yo era... Creo que no hace falta decirlo. Ahora todo es distinto ya... y Lúa lo sabe. Por eso está aquí, con nosotros, porque ya no sentiréis miediño al saber que un alma nos mira y comparte con nosotros esta noche tan especial. Lúa, te queremos muchísimo todos, todos, y todas las canciones que vamos a tocar esta noche sólo serán para ti, queridiña.

Me costaba hablar porque la emoción me llenaba el alma, pero me animaba a seguir hablando la mirada que me dedicaban los vecinos de la aldeíña, quienes también estaban tan emocionados como yo. Incluso Artemisa tenía los ojos brillantes.

He de confesar que compartir con Artemisa este fin de semana está haciéndome mucho bien, está yéndome muy bien. Fue muy bonito su reencuentro con la aldeíña, con mi madre y con las otras vecinas con las que se llevaba bien. La recibieron todas con mucho cariño y felicidad, intentaron que se sintiese bien en todo momento. Y sé que mi madre quiere de verdad a Artemisa porque se lo leo en la mirada, porque escucho ese cariño que le tiene cuando le habla... y eso me hace feliz, no puedo negarlo.

Quiero que queden atrás todos esos momentos de sufrimiento en los que Artemisa dejó de ser ella misma, en los que estuvo a punto de desaparecer... Quiero que vuelva la paz, la sencillez de la vida, la magia de la vida. Sé que tenemos que pasar este tiempo de luto, pero también sé que tenemos que ser fuertes todos y seguir adelante. A Lúa no le gustaría que nos detuviésemos. No le gustaría que estuviésemos todo el día llorando.

Y he de reconocer que, poquiño a poco, va deshaciéndose esa inseguridad que me impedía volver a acercarme a Artemisa. Hoy por la mañana, estuvimos a punto de compartir más que un abrazo, pero no me atreví a deshacer la pequeña distancia que me separaba para besarla. No me atrevo, no sé por qué, pero eso no quiere decir que no me apetezca hacerlo. Sí me apetece, mucho. Necesito sentir su amor, necesito darle amor, pero no sé qué me ocurre. Hay algo que me impide actuar y ser libre. Y Artemisa tiene mucha paciencia. Me dijo ayer que esperaría a que fuese yo la que me sintiese capaz de pasar esa frontera que nos separa. Y yo agradezco mucho que tenga tanta paciencia.

Estábamos hoy sentadas en la orilliña del río, compartiendo esta mañana tan otoñal, tan bonita, en la que el cielo está adornado con unas nubes hermosísimas. Soplaba un aire fresquiño que traía el aroma de los campos y había tanto silencio... Se estaba tan bien que, por primera vez después de mucho tiempo sin hacerlo, deseé que el tiempo se detuviese. Le dije a Artemisa que hacía muchos días que no me sentía tan bien, que estaba cada vez mejor, le di las gracias por estar conmigo... y le dije todo eso apretándole la mano. Sentía que, lentamente, la confianza que siempre existió entre nosotras se hacía más fuerte y también crecía la conexión que siempre nos unió. Había algo muy íntimo a nuestro alrededor que nos pedía que estuviésemos cada vez más juntas, que no tuviésemos miedo, que dejásemos atrás todo lo que nos había herido el alma, pero yo tenía miedo, estaba asustada y todavía lo estoy, porque no quiero que parezca que me he olvidado de Lúa; pero sí tengo muchas ganas de seguir con Artemisa la vida en la que tan felices fuimos y sé que ahora todo será mucho más fácil. Ella está en Ourense por mí, ha venido a vivir a Ourense por mí, y eso yo lo agradezco mucho, lo valoro mucho, es la prueba de amor más fuerte que ella podría hacer, y quiero darle todo lo que tengo para ella, todo el amor que sigo sintiendo por ella; pero siento vergüenza e inseguridad, no sé por qué, es como si nunca hubiese estado con ella, como si fuese la primera vez que nos besaríamos si al final lo hacemos, que nunca he estado con ella, compartiendo todo lo que somos... Es algo muy extraño, pero creo que también es algo muy bonito. Y lo más bonito de todo es que no estoy viviendo sola estos pensamientos y estos sentimientos. Estoy contándole a Artemisa todo lo que siento. Ella también piensa que lo que siento es algo muy bonito e inocente y que por eso quiere ir despaciño, para que volvamos de un modo hermoso y mágico. Creo que las dos queremos que todo sea muy especial. Ya ha habido mucha tristeza, aún queda mucha tristeza por vivir... pero sé que juntas conseguiremos deshacer el desaliento. Y sé que es lo que Lúa quiere, que estemos juntas, que yo no esté sola, y sobre todo lo desea porque sabe que yo todavía quiero a Artemisa, y mucho. Es increíble que puedan ocurrir cosas tan extrañas, que nuestra alma sienta lo que tiene que sentir en el momento preciso... pero sí me habría gustado que todo fuese menos hiriente. Saber que Artemisa estuvo tan mal me hace mucho daño y me gustaría que ese dolor no hubiese existido nunca, nunca...

Cuando le dije que me sentía tan bien, que hacía mucho tiempo que no sentía tanta paz, ella me abrazó con mucho cariño, protegiéndome entre sus brazos, y me dijo que ella siempre se esforzaría por convertir en un paraíso cualquier rincón del mundo, pero también me dijo que no hacía falta que se esforzase por devenir en un paraíso ningún lugar si estábamos en Galicia porque Galicia ya es un paraíso. Qué graciosiña.

Y, después de esas palabras, lo único que hicimos fue abrazarnos y estar en silencio durante unos momentos que fueron de algodón, que nos protegieron... Yo me sentía cada vez más sosegada entre los brazos de Artemisa y sé que ella se sentía como yo. Pensaba que aquél sería el instante que separaría nuestro pasado de nuestro presente, el instante que sería la brecha que dividiría los meses vividos de los que todavía nos quedaban por vivir; pero creo que ambas nos sentimos inseguras y tímidas. Levanté la cabeza y la miré con mucha ternura, como hacía mucho tiempo que no la miraba, y ella lo notó y me sonrió de una manera tan bonita... Pensaba que ella se atrevería a besarme. Tengo que reconocer que deseaba que lo hiciese, pero ella prefiere que sea yo quien lo haga antes, y es comprensible. Artemisa es ya feliz sabiendo que, tarde o temprano, volveremos a estar juntas y esa certeza también me hace sentir ilusión y felicidad a mí, pero aún estoy afectadiña por lo que ha ocurrido con Lúa, aunque sé que esto no va a durar eternamente y Artemisa también lo sabe. Está costándome volver a la realidad. He estado ida muchos días, como si mi mente no estuviese aquí en la Tierra. He estado intentando hacerme a la ausencia de Lúa, me he esforzado mucho por entender que Lúa se había ido para siempre y creo que ya, poquiño a poco, voy entendiendo esa realidad tan triste, voy haciéndome a esta nueva vida que tengo sin ella. En esta ocasión, es cierto que el tiempo es quien cura las heridas que la vida nos hace en el alma; el paso del tiempo, pero también el amor y apoyo de nuestros seres queridos, de nuestra tierra, de nuestra propia vida y de nosotros mismos.

He de reconocer también que, todos los días, a todas horas, doy las gracias por tener a Artemisa conmigo. Menos mal que ella no se marchó de mi lado... Por eso pienso que la vida es mucho más bonita de lo que pensamos, porque, si fuese realmente cruel, Artemisa no estaría aquí. A veces, es preciso vivir momentos muy horribles y dolorosos para que podamos recibir las bendiciones que aún nos aguardan en nuestro destino. Me refiero sobre todo a Artemisa, quien ha tenido que vivir momentos espantosos y muy tristes para decidir que vendría a vivir a Ourense. Siento que me cuesta expresarme. Todavía estoy un poco distraída... y me cuesta expresar lo que siento. Por eso dejaré de escribir ya. Artemisa está durmiendo en mi casa, mas en un cuarto de invitados que tenemos. No se atreve a dormir conmigo y yo lo entiendo. Aún es demasiado pronto para eso.