Miércoles, 28 de noviembre de 2018
Tengo que dar varias noticias importantes:
¡la primera de ellas es que he aprobado la teórica del carné de conducir! No
puedo ni creérmelo, la verdad. Me creía totalmente incapaz de aprehender unos
conocimientos tan horribles y aburridos y sobre todo de aprobar un examen tipo
test que me parecía tan difícil; pero lo he aprobado. Después de Navidades,
empezaré con las prácticas; pero Damián (el tío de Agnes) se ha comprometido a
ayudarme para que no tenga que gastarme tanto dinero en prácticas, que son algo
caras. Se ha comprometido a venir a Ourense tres días a la semana por las
mañanas para ayudarme a practicar y para enseñarme más o menos cómo funciona todo
en un coche para que no esté tan nerviosa cuando me llegue el momento de las
prácticas. Se lo agradezco muchísimo, la verdad. Lo cierto es que les tengo
mucho cariño y les estoy muy agradecida a todos los vecinos de la aldea de
Agnes porque se portan muy bien conmigo y me tratan como si siempre hubiese
formado parte de sus vidas.
La otra noticia que tengo que dar es que
el sábado ya estaremos viviendo en la casa de Lúa. El viernes dejaremos este
piso (ya casi no tenemos nada aquí) y, a partir del sábado, nuestra vida
continuará en ese pisito tan bonito y acogedor que Lúa le regaló a Agnes. Cada
vez que pienso en que no tendremos que pagar alquiler nunca más, siento una
alegría tan grande que casi no me cabe en el cuerpo. Se acabó por fin lo de
cuidar tanto la economía, de estar pendientes de si podemos pagar el alquiler
un mes más. Ahora viviremos más desahogadas, aunque también es cierto que el
sueldo que Agnes recibe no es para vivir como ricas, pero por lo menos nos
permite tener lo esencial. Además, aquí en Ourense, la vida es mucho más
barata. Con veinte euros, puedes ir al supermercado y comprar casi para toda la
semana, sobre todo porque nosotras solemos hacer comidas que pueden durar más
de tres días en la nevera y también en el congelador.
No obstante, tengo que confesar que me da
un poco de miedo comenzar a vivir en la casa de Lúa. No desconfío de Agnes, en
absoluto; pero sé que le va a costar muchísimo empezar a crear recuerdos
conmigo en ese lugar y lo sé porque ella misma me lo ha dicho. El domingo pasado,
fuimos a dejar algunas maletas y entonces me confesó, con lágrimas en los ojos,
que le resultaría difícil no acordarse de Lúa continuamente. Me contó que cada
rincón de ese hogar tenía un recuerdo cuya voz le costaría mucho ignorar. También
me dijo que iba a ser algo complicado empezar a crear recuerdos allí donde ella
vivió momentos tan bonitos, pero también me aseguró que iba a esforzarse mucho por
llenar de nuevas vivencias cada rincón de esa casa donde ella fue tan feliz.
Evidentemente, la entiendo a la perfección. No es necesario que me dé
explicaciones. Yo ya sabía que vivir en esa casa va a ser difícil. Además,
tengo que confesar que noto que Agnes está muy frágil y sensible. Creo que lo
dije la última vez que escribí. Esta semana está siendo bastante dura para ella
y sé que enseguida se acuerda de Lúa, que está costándole mucho aceptar que
nunca más volverá a verla; mas esa tristeza no le impide ser feliz conmigo y
entregarme todo lo que ella desea darme, no le impide vivir con toda su alma
cada instante que compartimos, no le impide amarme todas las tardes o todas las
noches, no le impide hacerme la mujer más feliz del mundo. Yo sé que superar la
muerte de un ser querido es algo que no conseguiremos nunca. Yo perdí a mi
padre y todavía lloro por él cuando lo recuerdo o cuando rememoro todos los
momentos que compartimos. Por eso sé que Agnes siempre llorará a Lúa, por
muchos años que pasen.
Mas sí es verdad que está muy triste, aunque
me lo quiera ocultar. No sé cómo explicar lo que percibo en ella. No me atrevo
a decir que está deprimida ni que esté viviendo el principio de una recaída,
pero sí la veo muy cansada y muchas veces algo desanimada, tanto que ni le
apetece hablar; pero sé también que está tan agotada por culpa del trabajo.
Trabajar en la cafetería es muy duro, mucho más de lo que ella se imaginaba y
de lo que nadie puede pensar. Ella empezó a trabajar en la cafetería con
muchísima energía y ganas. Yo, cuando la veía allí, me parecía que estaba en el
lugar donde de verdad podía dar mucho de sí misma. Me daba la sensación de que
estaba feliz, sabía que le gustaba lo que hacía y que, aunque fuese duro, era
capaz de enfrentarse a todo lo que le viniese; pero, desde hace más de una
semana, percibo que algo ha cambiado en ella, que está cada vez más cansada
tanto física como mentalmente, pero sobre todo mentalmente y creo que tiene
demasiados motivos para estarlo.
Hablaré de Agnes y después contaré otra
cosa de la que quiero hablar bastante también porque necesito desahogarme; pero
primero quiero contar todo lo que veo y percibo en Agnes porque siento que es
muy importante, sobre todo porque ella no me cuenta ni la mitad de cosas que le
ocurren. Hay muchos detalles que están acumulándose en su alma y que están
mudando su ánimo. Lo primero que tengo que decir sobre eso es que, aunque ella
no me lo reconozca, yo creo que están explotándola o, mejor dicho, está
explotándola su jefa, Silvia. Silvia, al principio, me pareció una mujer muy
amable que se preocupaba de verdad por Agnes, tal vez por la relación que la
había unido a Lúa; pero ahora me parece que está aprovechándose de la bondad de
Agnes. No sólo es Silvia quien está aprovechándose de lo inmensamente buena que
es Agnes, sino también María, la chica que trabaja por las tardes en la
cafetería. Es una chica de Venezuela (hay muchos venezolanos viviendo en
Ourense, muchísimos) y no es mala mujer, pero hace cosas que no me gustan nada.
Agnes me las explica con tristeza y con cansancio, pero yo las contaría con
rabia porque no me parecen normales. El horario de Agnes es de siete de la
mañana a tres de la tarde. Pues ella, la mayoría de días, hace de seis a
cuatro. Se levanta a las cinco y diez de la mañana y a las cinco y media ya
está saliendo de casa para poder llegar a las seis a la cafetería. Además, en
Ourense a esas horas hace un frío terrible ya (esta semana ya ha habido heladas
por primera vez este otoño/invierno). No tiene por qué ir tan temprano a la
cafetería, pero ella va para poder prepararlo todo y abrir a las siete ya con
todo listo, porque tiene que recibir a los repartidores y porque prefiere ir
con tiempo por si le surge algún imprevisto. El imprevisto que le puede surgir
es que a María no le haya dado la gana de limpiar y recoger la cafetería antes
de marcharse a las diez de la noche, que ella hace de tres a diez de la noche,
menos horas que Agnes porque, supuestamente, tiene hijos y tiene que cuidar de
ellos, pero ni Silvia ni Agnes han visto nunca a su familia. El caso es que,
prácticamente siempre, Agnes se encuentra la cafetería con las mesas llenas de
cosas, de platos y tazas sin limpiar, con el lavavajillas lleno de cubiertos,
vasos y tazas sin limpiar, con el suelo lleno de porquería, con los servicios
sucios, sin limpiar. Supuestamente, Silvia iba a contratar a una mujer de la
limpieza, pero nadie ha visto nunca tal mujer. Entonces, ¿qué ocurre? Que tiene
que ser Agnes quien se encargue de recoger todo eso, de limpiar todo lo que
está sucio e incluso de barrer y fregar la cafetería, de limpiar los servicios,
de atender a los repartidores, de comprobar si no falta nada, de poner el horno
para hacer el pan, los cruasanes y las demás pastas, de atender a los primeros
clientes de la mañana (que suelen ser siempre los mismos) y de más cosas que no
me cuenta, pero que puedo imaginarme perfectamente. Y hablo de esto porque ayer
por la mañana, cuando llegué de hacer el examen, me di cuenta de que Agnes
estaba muy mal, pero se esforzaba lo indecible por atender lo mejor posible a
las personas que entraban en la cafetería, por servirles sin equivocarse todo
lo que le pedían, de limpiar las tazas y los platos que se iban usando, de que
todo estuviese en orden. Yo he cogido por costumbre ir a las doce de la mañana
a la cafetería para estudiar allí y para ver a Agnes, para acompañarla, y la
verdad es que también voy para comprobar si necesita ayuda. La he ayudado ya
varias veces al darme cuenta de que no podía con todo, por mucho que ella me
asegurase que no necesitaba ayuda. La he ayudado a limpiar, a hacer infusiones
o cafés, la he ayudado de incógnito, aunque ella me haya pedido millones de
veces que por favor no la ayude, que no tengo por qué hacerlo; pero yo no
soporto verla desviviéndose de esa manera, no soporto verla con tanto trabajo
encima, no soporto verla tan agotada, no soporto que se esfuerce por hacer todo
el trabajo que tendrían que hacer dos personas. Ella no quiere reconocerme que
la explotan, que Silvia tendría que despedir a María y contratar a otra mujer
que la ayudase y a otra que estuviese por las tardes. Agnes no quiere llorar
delante de mí cuando está tan reventada, porque eso no es estar cansada, eso es
estar reventada directamente, como si le hubiese pasado un camión por encima.
Ayer por la noche, me confesó que no entendía por qué se cansaba tanto, que, cuando
vivía en la cabaña, se levantaba con las primeras luces del día, que se
dedicaba a trabajar muy duramente la tierra y se iba a dormir cuando salían las
estrellas, que entendía que fuese más joven en ese momento, pero que incluso en
esa época le había costado mucho tener energía porque en el hospital se la
quitaron toda; pero es que yo lo que no entiendo es por qué Agnes se exige
tanto. Cuando llega a casa por lo menos a las cinco de la tarde (sin comer ni
nada), se pone a estudiar para las oposiciones y muchísimas veces la he tenido
que despertar porque la pobre se ha quedado dormida encima del libro. No suele
ocurrir muy a menudo. La mayoría de veces se queda durmiendo en el sofá, pero
ella se arranca el sueño y se esfuerza por seguir estudiando cuando me parece
que ni tendría que intentarlo. Si sigue trabajando de esa manera, no se sacará
jamás las oposiciones. No se lo digo para no desanimarla, pero es que es
imposible que pueda estudiar trabajando de esa forma. Además, también digo que
la explotan porque esta semana, todos los días, en lugar de salir a las tres de
la tarde como le correspondería, está saliendo mucho más tarde porque María,
casualmente, siempre tiene algo que hacer: o llevar a los niños al médico, o ir
ella al médico o cuidar a su hermana mayor, que también está viviendo aquí... y
Agnes está saliendo incluso a las ocho de la noche, entrando a las seis de la
mañana. No lo entiendo, la verdad es que no lo entiendo, y, por mucho que la
avise de que tenga cuidado, por mucho que le pida que no permita que la
exploten, ella está empeñada en aguantar porque dice que tiene que trabajar
como sea, que ese trabajo está muy bien y que no puede dejarlo ni despistarse
porque Silvia enseguida la echaría. Y eso tampoco lo entiendo, la verdad.
Lo que quería contar sobre el día de ayer
es que llegó un momento en el que pensé que tendría que llevar a Agnes al
hospital. Estaba sirviendo a unos clientes cuando me di cuenta de que estaba
pálida y de que le temblaban las manos. Cogió unos vasos para llevarlos a la
barra y se le cayeron al suelo, se agarró instantáneamente a una mesa y, si yo
no me hubiese levantado rápidamente y no la hubiese acogido entre mis brazos,
habría caído al suelo. Se mareó tanto que estuvo a punto de perder el
conocimiento. Casualmente, había una chica que era enfermera y la atendió
enseguida, le puso alcohol en las sienes y la obligó a comer algo de chocolate.
Agnes me confesó enseguida que no había podido desayunar ese día porque había
tenido mucho trabajo desde las seis de la mañana y había tenido que hacerlo
todo antes de las seis y media, que era cuando venía el repartidor, que viene
todos los días prácticamente. Me lo confesó a mí intentando que nadie más la
oyese. Yo estuve a punto de llamar a Silvia impulsada por un ataque de rabia,
pero Agnes me detuvo y me rogó que no dijese nada, que ya hablaría ella con
Silvia sobre María; mas yo sé que no lo va a hacer. No entiendo por qué le
cuesta tanto hablar con la gente sobre temas tan serios.
Salvo eso, todo nos va muy bien, aunque para
mí ya eso es muy importante y creo que es lo esencial, que Agnes no esté tan
agotada y explotada. Está explotada y no sé qué hacer para que se dé cuenta.
Incluso me da la sensación de que le tiene miedo a Silvia. Yo, el viernes,
cuando estuvimos cenando con ella y con las amigas que tocan en las
pandeiradas, no capté nada extraño e incluso noté que entre Silvia y Agnes
había una amistad muy bonita; pero, en el trabajo, parece que todo cambie.
Fue el viernes cuando cenamos con todas
esas chicas, no el sábado, al final quedamos el viernes y he de reconocer que
me lo pasé muy bien, mucho mejor de lo que me imaginaba. Estuve muy a gusto con
ellas. De vez en cuando, hablaba en gallego con alguna de ellas, pero enseguida
me pasaba a mi lengua porque, si no me expresaba en castellano, me ponía mucho
más tensa y nerviosa. La verdad es que las mujeres de las pandeiradas, como las
llama Agnes, son muy simpáticas y divertidas. Después de cenar, estuvieron
tocando, cantando y bailando y me encantaba verlas, la verdad, me alegraba el
alma ver y oír tanta alegría. Agnes cambia mucho en cuanto empieza a cantar, a
bailar y a tocar. Se transforma en una mujer llena de energía, de felicidad y
de luz. Toda ella brilla muchísimo. Y qué voz tiene, qué ritmo tiene. Es un don
que sí tendría que aprovechar. Y las otras no dejaban de pedirle canciones, de
incitarla a cantar y a bailar sin cesar, aprovechándose de la felicidad que
ella siente cada vez que se entrega a la música de su tierra.
Llegamos muy tarde a casa, pero no importaba
porque las dos nos habíamos olvidado del paso del tiempo. Yo también bailé,
como pude, guiada por Agnes o por alguna de sus amigas, y nos reímos muchísimo.
Incluso Agnes intentó que yo tocase la pandeireta, pero soy un desastre. Es muy
difícil hacerla sonar tan bien. Parece algo muy simple, pero en realidad es
algo complicadísimo conseguir tocar con tanto ritmo y melodía al mismo tiempo.
Sí las acompañé con la guitarra siempre que pude, pero mayormente me dediqué a
bailar y a cantar cuando me aprendía las canciones. Agnes no me dejó sola en
ningún momento, no dejó de prestarme atención y de hacerme participar, aunque
no supiese bailar ni cantar como ellas, pero no me sentí apartada en ningún
momento.
Hacía tiempo que no veía a Agnes tan
contenta y es que ella me confesó varias veces que echaba mucho de menos tocar
en alguna pandeirada y que necesitaba cantar, bailar y tocar música junto a las
mujeres de las pandeiradas, que era algo que la llenaba muchísimo. Supongo que
quedarán más veces. Fue Agnes quien le preguntó a Silvia si alguna vez iban a
quedar y ella le dijo que sí, que estaban deseando que ella se lo preguntase.
Después, el sábado fuimos a la aldeíña y
estuvimos allí hasta el domingo por la tarde, como siempre. En cuanto al clima,
no deja de llover. Precisamente hoy ha venido un temporal que ha dejado mucho
viento y lluvias. Parece que no podremos respirar tranquilos. Llueve desde no
sé cuándo y parece que la lluvia no tiene muchas intenciones de irse. Mi
hermana me ha contado que allí también ha llovido mucho, que la semana pasada
descarriló un tren entre Manresa y Terrassa y que se murió una persona y todo.
Agnes dice que le cuesta mucho imaginar que todos los días cogía precisamente
ese tren, que esos momentos le parecen ya muy lejanos.
De mi hermana quería hablar. No sé si
conté que últimamente estaba algo seca y arisca conmigo. Pues cada vez está más
distante e incluso me suelta comentarios que me hacen mucho daño. La semana que
viene, el día cinco, iremos a Barcelona y pasaremos el puente con ella. Espero
que estos días nos sirvan para reconciliarnos definitivamente y para cerrar las
pocas heridas que aún tenemos en el alma, pero sobre todo espero que a ella se
le pase ese rencor tan absurdo que siente hacia Agnes. No deja de decirme que Agnes
es egoísta, que no tiene derecho a obligarme a vivir aquí sólo porque piensa
que se enfermará si no vive en Galicia. Me duele muchísimo que mi hermana hable
así de Agnes, sobre todo después de presenciar los peores momentos de su vida,
sobre todo después de conocer lo mal que puede estar Agnes. Me extraña
muchísimo que mi hermana sea capaz de decir esas cosas. Ni siquiera quiere
hablar con Agnes e incluso dice que Agnes está conmigo porque Lúa ha muerto.
Agnes se puso a llorar en cuanto oyó lo que mi hermana decía, que justamente
estábamos teniendo una conversación las tres. Nos dolió muchísimo que dijese
eso y no dejo de preguntarme por qué no me lo dijo a mí solamente, por qué tuvo
que soltar ese comentario en una conversación que estábamos teniendo las tres.
También me pregunta si iría con ella en el caso de que se enfermase... y más
cosas que no me apetece escribir, la verdad. Me duele muchísimo que mi hermana
esté así con nosotras. Agnes dice que está muy celosa, que no soporta que
estemos tan lejos, que me echa tanto de menos que no sabe ni manifestarlo...
pero creo que hay otras formas de demostrar que extrañamos a una persona. Lo
que ocurre es que Agnes es muy buena y comprensiva y es incapaz de pensar mal
de nadie y más aún de hablar en contra de otra persona.
Agnes tiene ganas de ver a mi hermana y
desea que, en cuanto estemos juntas las tres, se deshagan esos sentimientos tan
horribles que llenan el alma de Casandra. No obstante, yo tengo que confesar
que, a pesar de que note que a Agnes le hace ilusión ir a Barcelona, tengo
miedo por ella. Van a ser solamente casi cuatro días lejos de Galicia, pero
tengo miedo. Ella ni siquiera se plantea estas cosas (y, si lo hace, no me lo
demuestra), pero yo no dejo de preguntarme si le hará bien salir de Ourense. Es
cierto que, cuando fuimos a Oporto, ella estaba muy bien, le gustó mucho el
viaje, pero eran muy pocos días y estábamos muy cerca de Galicia, no sólo en cuanto
a la distancia, sino sobre todo en cuanto a la cultura, estábamos cerca de
Galicia en el habla de la gente, en muchas más cosas; pero la semana que viene
volveremos a un lugar en el que Agnes no ha vivido precisamente los mejores
momentos de su vida. A mí me produce una sensación muy extraña imaginarme de
nuevo en Manresa, en Barcelona, en la casa de mi hermana... y, si a mí me
produce una sensación rarísima imaginarme allí, no quiero pensar qué le
provocará a Agnes saber que va a estar otra vez en esos lugares donde vivió
momentos tan duros. La última vez que Agnes estuvo en Barcelona, lo pasó muy mal.
No sé si ella podrá recordar con nitidez lo que vivió allí antes de regresar a
Galicia, pero estaba muy mal. No atendía a casi nada de su alrededor y estaba
muy herida y triste. Ojalá me equivoque, por favor. No quiero que recaiga.
Muchas veces me he planteado la posibilidad de anular el viaje. Tengo yo más
miedo que ella. Mas, si lo anulo, mi hermana definitivamente me mata.
Puede que también le vaya bien descansar
un poco del trabajo, pero no sé si le irá bien estar tan lejos de Ourense. Mas
me esforzaré lo indecible por lograr que cada momento sea especial y muy
mágico, todo lo mágico y especial que pueda ser.
Y creo que eso es todo por hoy. Estoy
feliz por haber aprobado el examen, estoy ansiosa por ver a mi hermana y por
vivir esos días allí con Agnes y con ella, estoy deseando vivir en la casa de Lúa
(la que tendría que llamar “nuestra casa”), pero también es cierto que estoy
preocupada por Agnes y estoy preocupada por ella sobre todo por lo que no me
cuenta, por lo que no me dice, por lo que se calla, por las lágrimas que no
derrama. Ayer me confesó que todo estaba complicándose un poco, pero que era
capaz de enfrentarse a todo lo que le viniese porque estaba en Ourense, que, si
no estuviese en Ourense, ya estaría más que hundida. Y espero que eso sea
verdad para siempre; pero, si noto que está dando demasiada energía, soy capaz
de cogerla de la mano y llevármela a la aldea para alejarla de lo que tanto la
consume. Agnes es tan entregada y trabajadora que no le presta atención a su
cuerpo ni a su alma. Por eso aguanta y aguanta tanto.
La próxima vez que escriba, creo que lo
haré ya habiendo vivido el fin de semana que tenemos que vivir con mi hermana.
Agnes no escribe en su diario porque dice que tiene que estudiar, pero creo que
no escribe porque no quiere contar lo que está viviendo en el trabajo. Y eso es
una inequívoca señal. Mas, cuando estamos juntas en la casa en la que vivimos
ahora, parece que todo eso queda atrás y sólo existimos nosotras dos y nuestro
amor; que es nuestro verdadero mundo.