jueves, 29 de noviembre de 2018

DIARIO DE ARTEMISA: MIÉRCOLES, 28 DE NOVIEMBRE DE 2018


Miércoles, 28 de noviembre de 2018

Tengo que dar varias noticias importantes: ¡la primera de ellas es que he aprobado la teórica del carné de conducir! No puedo ni creérmelo, la verdad. Me creía totalmente incapaz de aprehender unos conocimientos tan horribles y aburridos y sobre todo de aprobar un examen tipo test que me parecía tan difícil; pero lo he aprobado. Después de Navidades, empezaré con las prácticas; pero Damián (el tío de Agnes) se ha comprometido a ayudarme para que no tenga que gastarme tanto dinero en prácticas, que son algo caras. Se ha comprometido a venir a Ourense tres días a la semana por las mañanas para ayudarme a practicar y para enseñarme más o menos cómo funciona todo en un coche para que no esté tan nerviosa cuando me llegue el momento de las prácticas. Se lo agradezco muchísimo, la verdad. Lo cierto es que les tengo mucho cariño y les estoy muy agradecida a todos los vecinos de la aldea de Agnes porque se portan muy bien conmigo y me tratan como si siempre hubiese formado parte de sus vidas.

La otra noticia que tengo que dar es que el sábado ya estaremos viviendo en la casa de Lúa. El viernes dejaremos este piso (ya casi no tenemos nada aquí) y, a partir del sábado, nuestra vida continuará en ese pisito tan bonito y acogedor que Lúa le regaló a Agnes. Cada vez que pienso en que no tendremos que pagar alquiler nunca más, siento una alegría tan grande que casi no me cabe en el cuerpo. Se acabó por fin lo de cuidar tanto la economía, de estar pendientes de si podemos pagar el alquiler un mes más. Ahora viviremos más desahogadas, aunque también es cierto que el sueldo que Agnes recibe no es para vivir como ricas, pero por lo menos nos permite tener lo esencial. Además, aquí en Ourense, la vida es mucho más barata. Con veinte euros, puedes ir al supermercado y comprar casi para toda la semana, sobre todo porque nosotras solemos hacer comidas que pueden durar más de tres días en la nevera y también en el congelador.

No obstante, tengo que confesar que me da un poco de miedo comenzar a vivir en la casa de Lúa. No desconfío de Agnes, en absoluto; pero sé que le va a costar muchísimo empezar a crear recuerdos conmigo en ese lugar y lo sé porque ella misma me lo ha dicho. El domingo pasado, fuimos a dejar algunas maletas y entonces me confesó, con lágrimas en los ojos, que le resultaría difícil no acordarse de Lúa continuamente. Me contó que cada rincón de ese hogar tenía un recuerdo cuya voz le costaría mucho ignorar. También me dijo que iba a ser algo complicado empezar a crear recuerdos allí donde ella vivió momentos tan bonitos, pero también me aseguró que iba a esforzarse mucho por llenar de nuevas vivencias cada rincón de esa casa donde ella fue tan feliz. Evidentemente, la entiendo a la perfección. No es necesario que me dé explicaciones. Yo ya sabía que vivir en esa casa va a ser difícil. Además, tengo que confesar que noto que Agnes está muy frágil y sensible. Creo que lo dije la última vez que escribí. Esta semana está siendo bastante dura para ella y sé que enseguida se acuerda de Lúa, que está costándole mucho aceptar que nunca más volverá a verla; mas esa tristeza no le impide ser feliz conmigo y entregarme todo lo que ella desea darme, no le impide vivir con toda su alma cada instante que compartimos, no le impide amarme todas las tardes o todas las noches, no le impide hacerme la mujer más feliz del mundo. Yo sé que superar la muerte de un ser querido es algo que no conseguiremos nunca. Yo perdí a mi padre y todavía lloro por él cuando lo recuerdo o cuando rememoro todos los momentos que compartimos. Por eso sé que Agnes siempre llorará a Lúa, por muchos años que pasen.

Mas sí es verdad que está muy triste, aunque me lo quiera ocultar. No sé cómo explicar lo que percibo en ella. No me atrevo a decir que está deprimida ni que esté viviendo el principio de una recaída, pero sí la veo muy cansada y muchas veces algo desanimada, tanto que ni le apetece hablar; pero sé también que está tan agotada por culpa del trabajo. Trabajar en la cafetería es muy duro, mucho más de lo que ella se imaginaba y de lo que nadie puede pensar. Ella empezó a trabajar en la cafetería con muchísima energía y ganas. Yo, cuando la veía allí, me parecía que estaba en el lugar donde de verdad podía dar mucho de sí misma. Me daba la sensación de que estaba feliz, sabía que le gustaba lo que hacía y que, aunque fuese duro, era capaz de enfrentarse a todo lo que le viniese; pero, desde hace más de una semana, percibo que algo ha cambiado en ella, que está cada vez más cansada tanto física como mentalmente, pero sobre todo mentalmente y creo que tiene demasiados motivos para estarlo.

Hablaré de Agnes y después contaré otra cosa de la que quiero hablar bastante también porque necesito desahogarme; pero primero quiero contar todo lo que veo y percibo en Agnes porque siento que es muy importante, sobre todo porque ella no me cuenta ni la mitad de cosas que le ocurren. Hay muchos detalles que están acumulándose en su alma y que están mudando su ánimo. Lo primero que tengo que decir sobre eso es que, aunque ella no me lo reconozca, yo creo que están explotándola o, mejor dicho, está explotándola su jefa, Silvia. Silvia, al principio, me pareció una mujer muy amable que se preocupaba de verdad por Agnes, tal vez por la relación que la había unido a Lúa; pero ahora me parece que está aprovechándose de la bondad de Agnes. No sólo es Silvia quien está aprovechándose de lo inmensamente buena que es Agnes, sino también María, la chica que trabaja por las tardes en la cafetería. Es una chica de Venezuela (hay muchos venezolanos viviendo en Ourense, muchísimos) y no es mala mujer, pero hace cosas que no me gustan nada. Agnes me las explica con tristeza y con cansancio, pero yo las contaría con rabia porque no me parecen normales. El horario de Agnes es de siete de la mañana a tres de la tarde. Pues ella, la mayoría de días, hace de seis a cuatro. Se levanta a las cinco y diez de la mañana y a las cinco y media ya está saliendo de casa para poder llegar a las seis a la cafetería. Además, en Ourense a esas horas hace un frío terrible ya (esta semana ya ha habido heladas por primera vez este otoño/invierno). No tiene por qué ir tan temprano a la cafetería, pero ella va para poder prepararlo todo y abrir a las siete ya con todo listo, porque tiene que recibir a los repartidores y porque prefiere ir con tiempo por si le surge algún imprevisto. El imprevisto que le puede surgir es que a María no le haya dado la gana de limpiar y recoger la cafetería antes de marcharse a las diez de la noche, que ella hace de tres a diez de la noche, menos horas que Agnes porque, supuestamente, tiene hijos y tiene que cuidar de ellos, pero ni Silvia ni Agnes han visto nunca a su familia. El caso es que, prácticamente siempre, Agnes se encuentra la cafetería con las mesas llenas de cosas, de platos y tazas sin limpiar, con el lavavajillas lleno de cubiertos, vasos y tazas sin limpiar, con el suelo lleno de porquería, con los servicios sucios, sin limpiar. Supuestamente, Silvia iba a contratar a una mujer de la limpieza, pero nadie ha visto nunca tal mujer. Entonces, ¿qué ocurre? Que tiene que ser Agnes quien se encargue de recoger todo eso, de limpiar todo lo que está sucio e incluso de barrer y fregar la cafetería, de limpiar los servicios, de atender a los repartidores, de comprobar si no falta nada, de poner el horno para hacer el pan, los cruasanes y las demás pastas, de atender a los primeros clientes de la mañana (que suelen ser siempre los mismos) y de más cosas que no me cuenta, pero que puedo imaginarme perfectamente. Y hablo de esto porque ayer por la mañana, cuando llegué de hacer el examen, me di cuenta de que Agnes estaba muy mal, pero se esforzaba lo indecible por atender lo mejor posible a las personas que entraban en la cafetería, por servirles sin equivocarse todo lo que le pedían, de limpiar las tazas y los platos que se iban usando, de que todo estuviese en orden. Yo he cogido por costumbre ir a las doce de la mañana a la cafetería para estudiar allí y para ver a Agnes, para acompañarla, y la verdad es que también voy para comprobar si necesita ayuda. La he ayudado ya varias veces al darme cuenta de que no podía con todo, por mucho que ella me asegurase que no necesitaba ayuda. La he ayudado a limpiar, a hacer infusiones o cafés, la he ayudado de incógnito, aunque ella me haya pedido millones de veces que por favor no la ayude, que no tengo por qué hacerlo; pero yo no soporto verla desviviéndose de esa manera, no soporto verla con tanto trabajo encima, no soporto verla tan agotada, no soporto que se esfuerce por hacer todo el trabajo que tendrían que hacer dos personas. Ella no quiere reconocerme que la explotan, que Silvia tendría que despedir a María y contratar a otra mujer que la ayudase y a otra que estuviese por las tardes. Agnes no quiere llorar delante de mí cuando está tan reventada, porque eso no es estar cansada, eso es estar reventada directamente, como si le hubiese pasado un camión por encima. Ayer por la noche, me confesó que no entendía por qué se cansaba tanto, que, cuando vivía en la cabaña, se levantaba con las primeras luces del día, que se dedicaba a trabajar muy duramente la tierra y se iba a dormir cuando salían las estrellas, que entendía que fuese más joven en ese momento, pero que incluso en esa época le había costado mucho tener energía porque en el hospital se la quitaron toda; pero es que yo lo que no entiendo es por qué Agnes se exige tanto. Cuando llega a casa por lo menos a las cinco de la tarde (sin comer ni nada), se pone a estudiar para las oposiciones y muchísimas veces la he tenido que despertar porque la pobre se ha quedado dormida encima del libro. No suele ocurrir muy a menudo. La mayoría de veces se queda durmiendo en el sofá, pero ella se arranca el sueño y se esfuerza por seguir estudiando cuando me parece que ni tendría que intentarlo. Si sigue trabajando de esa manera, no se sacará jamás las oposiciones. No se lo digo para no desanimarla, pero es que es imposible que pueda estudiar trabajando de esa forma. Además, también digo que la explotan porque esta semana, todos los días, en lugar de salir a las tres de la tarde como le correspondería, está saliendo mucho más tarde porque María, casualmente, siempre tiene algo que hacer: o llevar a los niños al médico, o ir ella al médico o cuidar a su hermana mayor, que también está viviendo aquí... y Agnes está saliendo incluso a las ocho de la noche, entrando a las seis de la mañana. No lo entiendo, la verdad es que no lo entiendo, y, por mucho que la avise de que tenga cuidado, por mucho que le pida que no permita que la exploten, ella está empeñada en aguantar porque dice que tiene que trabajar como sea, que ese trabajo está muy bien y que no puede dejarlo ni despistarse porque Silvia enseguida la echaría. Y eso tampoco lo entiendo, la verdad.

Lo que quería contar sobre el día de ayer es que llegó un momento en el que pensé que tendría que llevar a Agnes al hospital. Estaba sirviendo a unos clientes cuando me di cuenta de que estaba pálida y de que le temblaban las manos. Cogió unos vasos para llevarlos a la barra y se le cayeron al suelo, se agarró instantáneamente a una mesa y, si yo no me hubiese levantado rápidamente y no la hubiese acogido entre mis brazos, habría caído al suelo. Se mareó tanto que estuvo a punto de perder el conocimiento. Casualmente, había una chica que era enfermera y la atendió enseguida, le puso alcohol en las sienes y la obligó a comer algo de chocolate. Agnes me confesó enseguida que no había podido desayunar ese día porque había tenido mucho trabajo desde las seis de la mañana y había tenido que hacerlo todo antes de las seis y media, que era cuando venía el repartidor, que viene todos los días prácticamente. Me lo confesó a mí intentando que nadie más la oyese. Yo estuve a punto de llamar a Silvia impulsada por un ataque de rabia, pero Agnes me detuvo y me rogó que no dijese nada, que ya hablaría ella con Silvia sobre María; mas yo sé que no lo va a hacer. No entiendo por qué le cuesta tanto hablar con la gente sobre temas tan serios.

Salvo eso, todo nos va muy bien, aunque para mí ya eso es muy importante y creo que es lo esencial, que Agnes no esté tan agotada y explotada. Está explotada y no sé qué hacer para que se dé cuenta. Incluso me da la sensación de que le tiene miedo a Silvia. Yo, el viernes, cuando estuvimos cenando con ella y con las amigas que tocan en las pandeiradas, no capté nada extraño e incluso noté que entre Silvia y Agnes había una amistad muy bonita; pero, en el trabajo, parece que todo cambie.

Fue el viernes cuando cenamos con todas esas chicas, no el sábado, al final quedamos el viernes y he de reconocer que me lo pasé muy bien, mucho mejor de lo que me imaginaba. Estuve muy a gusto con ellas. De vez en cuando, hablaba en gallego con alguna de ellas, pero enseguida me pasaba a mi lengua porque, si no me expresaba en castellano, me ponía mucho más tensa y nerviosa. La verdad es que las mujeres de las pandeiradas, como las llama Agnes, son muy simpáticas y divertidas. Después de cenar, estuvieron tocando, cantando y bailando y me encantaba verlas, la verdad, me alegraba el alma ver y oír tanta alegría. Agnes cambia mucho en cuanto empieza a cantar, a bailar y a tocar. Se transforma en una mujer llena de energía, de felicidad y de luz. Toda ella brilla muchísimo. Y qué voz tiene, qué ritmo tiene. Es un don que sí tendría que aprovechar. Y las otras no dejaban de pedirle canciones, de incitarla a cantar y a bailar sin cesar, aprovechándose de la felicidad que ella siente cada vez que se entrega a la música de su tierra.

Llegamos muy tarde a casa, pero no importaba porque las dos nos habíamos olvidado del paso del tiempo. Yo también bailé, como pude, guiada por Agnes o por alguna de sus amigas, y nos reímos muchísimo. Incluso Agnes intentó que yo tocase la pandeireta, pero soy un desastre. Es muy difícil hacerla sonar tan bien. Parece algo muy simple, pero en realidad es algo complicadísimo conseguir tocar con tanto ritmo y melodía al mismo tiempo. Sí las acompañé con la guitarra siempre que pude, pero mayormente me dediqué a bailar y a cantar cuando me aprendía las canciones. Agnes no me dejó sola en ningún momento, no dejó de prestarme atención y de hacerme participar, aunque no supiese bailar ni cantar como ellas, pero no me sentí apartada en ningún momento.

Hacía tiempo que no veía a Agnes tan contenta y es que ella me confesó varias veces que echaba mucho de menos tocar en alguna pandeirada y que necesitaba cantar, bailar y tocar música junto a las mujeres de las pandeiradas, que era algo que la llenaba muchísimo. Supongo que quedarán más veces. Fue Agnes quien le preguntó a Silvia si alguna vez iban a quedar y ella le dijo que sí, que estaban deseando que ella se lo preguntase.

Después, el sábado fuimos a la aldeíña y estuvimos allí hasta el domingo por la tarde, como siempre. En cuanto al clima, no deja de llover. Precisamente hoy ha venido un temporal que ha dejado mucho viento y lluvias. Parece que no podremos respirar tranquilos. Llueve desde no sé cuándo y parece que la lluvia no tiene muchas intenciones de irse. Mi hermana me ha contado que allí también ha llovido mucho, que la semana pasada descarriló un tren entre Manresa y Terrassa y que se murió una persona y todo. Agnes dice que le cuesta mucho imaginar que todos los días cogía precisamente ese tren, que esos momentos le parecen ya muy lejanos.

De mi hermana quería hablar. No sé si conté que últimamente estaba algo seca y arisca conmigo. Pues cada vez está más distante e incluso me suelta comentarios que me hacen mucho daño. La semana que viene, el día cinco, iremos a Barcelona y pasaremos el puente con ella. Espero que estos días nos sirvan para reconciliarnos definitivamente y para cerrar las pocas heridas que aún tenemos en el alma, pero sobre todo espero que a ella se le pase ese rencor tan absurdo que siente hacia Agnes. No deja de decirme que Agnes es egoísta, que no tiene derecho a obligarme a vivir aquí sólo porque piensa que se enfermará si no vive en Galicia. Me duele muchísimo que mi hermana hable así de Agnes, sobre todo después de presenciar los peores momentos de su vida, sobre todo después de conocer lo mal que puede estar Agnes. Me extraña muchísimo que mi hermana sea capaz de decir esas cosas. Ni siquiera quiere hablar con Agnes e incluso dice que Agnes está conmigo porque Lúa ha muerto. Agnes se puso a llorar en cuanto oyó lo que mi hermana decía, que justamente estábamos teniendo una conversación las tres. Nos dolió muchísimo que dijese eso y no dejo de preguntarme por qué no me lo dijo a mí solamente, por qué tuvo que soltar ese comentario en una conversación que estábamos teniendo las tres. También me pregunta si iría con ella en el caso de que se enfermase... y más cosas que no me apetece escribir, la verdad. Me duele muchísimo que mi hermana esté así con nosotras. Agnes dice que está muy celosa, que no soporta que estemos tan lejos, que me echa tanto de menos que no sabe ni manifestarlo... pero creo que hay otras formas de demostrar que extrañamos a una persona. Lo que ocurre es que Agnes es muy buena y comprensiva y es incapaz de pensar mal de nadie y más aún de hablar en contra de otra persona.

Agnes tiene ganas de ver a mi hermana y desea que, en cuanto estemos juntas las tres, se deshagan esos sentimientos tan horribles que llenan el alma de Casandra. No obstante, yo tengo que confesar que, a pesar de que note que a Agnes le hace ilusión ir a Barcelona, tengo miedo por ella. Van a ser solamente casi cuatro días lejos de Galicia, pero tengo miedo. Ella ni siquiera se plantea estas cosas (y, si lo hace, no me lo demuestra), pero yo no dejo de preguntarme si le hará bien salir de Ourense. Es cierto que, cuando fuimos a Oporto, ella estaba muy bien, le gustó mucho el viaje, pero eran muy pocos días y estábamos muy cerca de Galicia, no sólo en cuanto a la distancia, sino sobre todo en cuanto a la cultura, estábamos cerca de Galicia en el habla de la gente, en muchas más cosas; pero la semana que viene volveremos a un lugar en el que Agnes no ha vivido precisamente los mejores momentos de su vida. A mí me produce una sensación muy extraña imaginarme de nuevo en Manresa, en Barcelona, en la casa de mi hermana... y, si a mí me produce una sensación rarísima imaginarme allí, no quiero pensar qué le provocará a Agnes saber que va a estar otra vez en esos lugares donde vivió momentos tan duros. La última vez que Agnes estuvo en Barcelona, lo pasó muy mal. No sé si ella podrá recordar con nitidez lo que vivió allí antes de regresar a Galicia, pero estaba muy mal. No atendía a casi nada de su alrededor y estaba muy herida y triste. Ojalá me equivoque, por favor. No quiero que recaiga. Muchas veces me he planteado la posibilidad de anular el viaje. Tengo yo más miedo que ella. Mas, si lo anulo, mi hermana definitivamente me mata.

Puede que también le vaya bien descansar un poco del trabajo, pero no sé si le irá bien estar tan lejos de Ourense. Mas me esforzaré lo indecible por lograr que cada momento sea especial y muy mágico, todo lo mágico y especial que pueda ser.

Y creo que eso es todo por hoy. Estoy feliz por haber aprobado el examen, estoy ansiosa por ver a mi hermana y por vivir esos días allí con Agnes y con ella, estoy deseando vivir en la casa de Lúa (la que tendría que llamar “nuestra casa”), pero también es cierto que estoy preocupada por Agnes y estoy preocupada por ella sobre todo por lo que no me cuenta, por lo que no me dice, por lo que se calla, por las lágrimas que no derrama. Ayer me confesó que todo estaba complicándose un poco, pero que era capaz de enfrentarse a todo lo que le viniese porque estaba en Ourense, que, si no estuviese en Ourense, ya estaría más que hundida. Y espero que eso sea verdad para siempre; pero, si noto que está dando demasiada energía, soy capaz de cogerla de la mano y llevármela a la aldea para alejarla de lo que tanto la consume. Agnes es tan entregada y trabajadora que no le presta atención a su cuerpo ni a su alma. Por eso aguanta y aguanta tanto.

La próxima vez que escriba, creo que lo haré ya habiendo vivido el fin de semana que tenemos que vivir con mi hermana. Agnes no escribe en su diario porque dice que tiene que estudiar, pero creo que no escribe porque no quiere contar lo que está viviendo en el trabajo. Y eso es una inequívoca señal. Mas, cuando estamos juntas en la casa en la que vivimos ahora, parece que todo eso queda atrás y sólo existimos nosotras dos y nuestro amor; que es nuestro verdadero mundo.

 

martes, 20 de noviembre de 2018

DIARIO DE ARTEMISA: LUNES, 19 DE NOVIEMBRE DE 2018


Lunes, 19 de noviembre de 2018

La semana que viene me examinaré de la teórica de la autoescuela. Qué ganas tengo de quitarme de encima ese examen. Me da mucho más miedo y pereza que el de gallego. Estoy haciendo tests sin parar y no hay manera de que acierte ni diez preguntas, pero voy mejorando. El examen de gallego ya pasó y me parece mentira que haya pasado ya. El sábado, cuando tenía que hacerlo, estaba tan nerviosa como cuando hice el de las oposiciones en Cataluña. Me parecía imposible poder construir frases con coherencia, pero hacerlo fue mucho más sencillo y ligero de lo que pensaba. Lo que voy a contar parecerá imposible e incluso mágico, pero es la verdad más absoluta. Cuando empecé a escribir en el examen, contestando la primera pregunta, noté que no dudaba de nada, que sabía qué tenía que escribir y cómo tenía que decirlo. No era un examen sencillo porque tenía que prestarle mucha atención a la extensión de los textos que tenía que escribir, pero yo pensaba que me costaría muchísimo más construir frases gramaticalmente correctas y no me ocurrió eso en absoluto. Me sentía como si por dentro de mí hubiese una voz o una fuerza diciéndome lo que tenía que escribir y cómo tenía que colocar las palabras. Sentí que no estaba sola haciendo ese examen, que Agnes estaba conmigo. Sí notaba a Agnes conmigo. En cuanto dudaba de cómo se escribía una palabra o de cómo tenía que colocar los pronombres, enseguida me parecía que ella me daba la respuesta a través de la distancia o recordaba alguna frase en la que ella hubiese empleado esa construcción. Recordaba todo lo que ella me había enseñado sobre ortografía, sobre sintaxis, sobre semántica e incluso pragmática. Recordaba cualquier detalle que ella me hubiese hecho notar sobre la gramática o la manera de escribir cualquier palabra. Notaba que Agnes seguía hablándome, aunque no estuviésemos en el mismo lugar. Y, cuando tuve que hacer la prueba oral, no dejé de recordarme a mí misma los consejos que Agnes me había dado tantas veces: “no hables rápido, piensa muy bien lo que vas a decir y pronuncia como te he enseñado, pronuncia bien las vocales, las consonantes, no digas nada que te cause inseguridad...” Creo que he aprobado y, si he aprobado, será sólo gracias a Agnes. Yo no habría aprobado este examen sin su ayuda, de eso estoy totalmente segura.

Este fin de semana fue muy especial, pero no sólo porque hiciese las pruebas del CELGA, sino porque viví unos momentos muy bonitos con Agnes en su aldea. Hacía tiempo que no íbamos a su aldea, creo que dos semanas, pero a nosotras nos parecía que hacía más tiempo que no íbamos a la aldea. He de decir que es la primera vez que me ha parecido que ese lugar está inundado de soledad y lleno de silencio. No hay casi nadie en la aldea. Los otros fines de semana en los que íbamos, siempre había mucha gente porque se celebraba algo especial, pero este fin de semana era muy tranquilo y sólo estaban en la aldea las personas que viven allí todo el año, que no llegan ni a diez vecinos. No hace frío todavía, pero el bosque está lleno de un silencio que acalla cualquier susurro del viento y parece que hayan emigrado todos los pájaros y que se haya pasado la época de respirar, de vivir. Qué silencios tan densos oímos cuando estuvimos en el bosque, también cuando llegamos a la aldea y cuando estuvimos paseando por sus antiguas calles, apenas iluminadas por unas farolas que daban una luz amarillenta. También me impactó mucho oír el profundo silencio que nos rodeaba cuando nos fuimos a dormir. Había tanto silencio que me parecía que no tenía que hablar. Ese silencio me incitaba a susurrar. No quería quebrar con mi voz ese profundísimo silencio que parecía proteger a la aldea entera, al bosque, a los árboles y a nosotras mismas.

Anxos nos recibió con mucho cariño y mucha ilusión. Llegamos al atardecer, casi a las siete de la tarde, si es que no las pasaban ya, y llegamos cuando apenas quedaba luz en el cielo, cuando se acercaba ya la noche. Como dice Agnes, llegamos “entre lusco e fusco”, entre dos luces. Sé que a ella también le causó una impresión muy grande ver su aldea tan solitaria y silenciosa. Me dijo que ese silencio y esa soledad le recordaban muchísimo a los inviernos de su infancia. Casi se emocionó cuando me dijo que quedaba poco para que volviese a ver esos inviernos que tanto la sobrecogían y que tanto la enamoraban. Cuando la vi con los ojos cristalinos mientras me decía eso, me di cuenta de que Agnes estaba mucho más sensible de lo que me imaginaba y me esperaba. Desde ese momento, no dejé de notar que Agnes estaba muy sensible y frágil. Cualquier cosa le llenaba los ojos de lágrimas. Cuando su madre y ella se abrazaron al reencontrarse, vi que a Agnes se le llenaban los ojos de lágrimas, pero se las limpió mucho antes de que su madre se diese cuenta de que su hija se había emocionado tanto. También, cuando la madre de Lúa la saludó, me percaté de que Agnes se esforzaba por no ponerse a llorar, pero Iria sí advirtió que Agnes estaba muy emocionada. No obstante, no le dijo nada. Tal vez no hiciese falta. Por la forma como Iria le preguntó a Agnes cómo estaba, supe que ambas estaban pensando en Lúa. Y es que Agnes ha estado muy sensible sobre todo porque creo que, al volver a la aldea, se ha acordado mucho más de Lúa y también se le habrá despertado más su recuerdo al volver a su casa esta semana pasada para  comenzar a hacer la mudanza. También pienso que ahora es cuando es realmente consciente de que Lúa se ha marchado para siempre. Hasta ahora, la ha llorado mucho, es cierto, y con mucho sentimiento y dolor; pero creo que la ha llorado por sentir que es injusto que se haya ido tan pronto. Ahora, en cambio, sé que la llora porque definitivamente es consciente de que nunca más volverá a verla. Y este fin de semana ha llorado muchísimo por ella, muchísimo, y no ha dejado de pedirme que, por favor, no crea que está llorando por ella porque la echa de menos como pareja. Evidentemente, yo sé que no llora por Lúa por ese motivo, sino porque, independientemente de la relación que las unió, Lúa era un ser muy querido, era una persona a la que ella quería mucho y es totalmente comprensible que llore por ella, que llore su muerte, que le duela su muerte. Creo que de momento todavía no ha podido superar que ella se haya ido y no sé si algún día lo podrá superar porque de verdad sí se querían mucho. Lo notaba cuando se hablaban, cuando se miraban, cuando hacían música juntas. Y sé también que, aunque Agnes hubiese dejado a Lúa para volver conmigo, habrían sido siempre muy buenas amigas, quizás las mejores amigas del mundo; pero ella no está y nunca podremos saber si eso habría ocurrido. A mí también me duele que Lúa se haya ido, pero porque me arrepiento mucho de no haber sido diferente con ella. Ahora sé que me equivoqué mucho con ella, sé que era buena de verdad, no porque quisiese engatusar a Agnes demostrándole que era tan comprensiva y bondadosa, sino porque lo era de verdad. Si no lo fuese, todo lo que le demostró a Agnes habría quedado en nada al irse de la vida, pero no ha sido así. Incluso después de muerta sigue demostrándonos que tenía un corazón de oro; un corazón enfermo que, sin embargo, era uno de los corazones más sanos que he conocido, sin contar a Agnes, evidentemente, pero creo que Agnes no es consciente de lo buena persona que es y eso le impide sacar provecho a su bondad.

Pero este fin de semana Agnes también lloró por otras cosas. Fue ayer por la tarde, cuando estuvimos en el bosque, justo en el rincón en el que Agnes siempre se protegía cuando era pequeña, cuando más se desahogó conmigo. Empezó a decirme todo lo que sentía y pensaba y a mí me costaba que sus palabras y la forma como las pronunciaba no me hiciesen llorar porque realmente sí me afectaba mucho cómo me hablaba. Hablaba con miedo, con mucha emoción, con mucha tristeza, pero sobre todo con miedo, sí, con miedo. Me confesó que dudaba de que se hubiese curado definitivamente, que creía que sí se había curado, pero que de repente pensaba que el hecho de vivir en Ourense no la había sanado, sino que solamente la mantenía estable, pero que su enfermedad aún estaba ahí, esperando la menor ocasión para surgir de nuevo; pero yo no creo que Agnes esté todavía tan enferma. Es cierto que no podemos estar seguras de que se ha curado, pero ya no es tan frágil como antes. No la he visto padecer ningún ataque de pánico desde que estamos aquí, tampoco la he visto sufrir una crisis de ansiedad, tampoco ha perdido las ganas de vivir y de tirar para adelante, ni siquiera cuando Lúa murió. Cuando Lúa murió, sí es cierto que sólo quería estar detenida, sin hacer nada, durante unos días, pero eso es algo totalmente comprensible. Sin embargo, ella duda de sí misma y de su mente. Duda de que su alma esté exenta de esas heridas que tanto la desorientaban y la destruían. Duda de su propia vida, de su carácter y de su estabilidad; pero sobre todo duda de su fortaleza y eso es lo que más triste me pone, que dude de que es fuerte y de que es capaz de llevar una vida totalmente normal sin sentir tanto miedo a que su estabilidad mental se desvanezca. Yo creo que ella sí se ha curado o al menos se encuentra en el camino de curarse. Creo que la Agnes que ahora tengo a mi lado no se parece en absoluto a la Agnes frágil que rescaté del hospital y a la que tanto tuve que ayudar para que se encontrase a sí misma. La mujer que vive conmigo, compartiendo tantas cosas, no tiene nada que ver con esa mujer tan insegura que todos los días lloraba por cualquier cosa, que necesitaba esconderse hasta de sí misma y a la que tan difícil le resultaba quererse. No obstante, sí es cierto que ayer por la tarde sentí miedo a que esa estabilidad tan bonita que la domina se quebrase y volviese la oscuridad; pero estoy completamente convencida de que esa oscuridad que tanto la destrozaba ha quedado atrás, no sé si para siempre, pero al menos para un tiempo incontable. Intuyo que, aunque viva momentos de profunda tristeza, Agnes ya nunca más volverá a desanimarse tanto como antes, tanto hasta desaparecer casi enteramente todo lo que ella es.

Mas sí sé que la muerte de Lúa le duele de una manera desgarradora, aunque intente ocultármelo y convencerme de que sólo la llora porque le sabe muy mal que haya muerto tan pronto. Sé que la llora así porque la muerte de Lúa le ha arrancado un pedazo de alma que solamente le pertenecía a ella y que nunca nadie le devolverá. Creo que el estar tan unidas a otra persona hace que se establezca entre esa persona y nosotras un lazo que nunca va a morir. Si una de las dos personas desaparece, entonces ese lazo se queda incompleto y creo que eso provoca que en el alma surja un vacío que nadie ni nada podrá llenar jamás porque ese vacío sólo le pertenece al pedacito de lazo que la otra persona nos arrancó al irse para siempre. No me refiero solamente a una separación causada por la muerte, sino también por la ruptura de una relación por diferencias o por hechos terribles que no se pueden superar. Y ese lazo del que hablo es mucho más fuerte si con esa persona compartimos tantas cosas. Yo sé que Agnes me ama como jamás amará ni amó a nadie, pero también tengo que reconocer que sé que entre Lúa y ella había una relación muy especial y una conexión muy mágica que Agnes nunca ha tenido con nadie, excepto con Némesis. Puede que el lazo que uniese a Lúa y a Agnes para siempre se hubiese parecido al que la unía a Némesis, con diferencias notables, pero puede que se le parezca. Agnes me ha dicho muchas veces que, cuando Némesis murió, perdió de repente la noción de todo, que se quedó paralizada en un estado del que no sabe cuándo salió, que sintió como si le arrancasen el alma de repente. Pues seguramente la muerte de Lúa le habrá hecho sentir algo así, tan fuerte y desgarrador.

Mas sé también que esa tristeza no le impide ser feliz. Somos muy felices, tanto que me parece imposible creer que nuestra vida sea tan bonita y maravillosa. Incluso es que tengo que reconocer que en la aldea me he sentido este fin de semana como si no fuese la primera vez que vivo esta época en ese lugar tan solitario y hermoso del mundo. Ha sido como volver a un lugar cuyo olor ya me resulta inmensamente conocido. Además, Anxos, Iria, Damián y los demás vecinos de la aldea me tratan como si siempre hubiese vivido con ellos. Qué gente más buena y cariñosa. También me doy cuenta de que a Agnes se le llena el alma de alegría y de gratitud cuando se percata de que me siento muy bien con la gente de su aldea y cuando nota que todos me quieren de verdad. No sólo siento que me quiere la gente que vive allí, sino también la naturaleza que protege ese rincón del mundo.

Y entiendo también que Agnes sienta miedo al pensar en su enfermedad porque la vida que tenemos es tan bonita, estamos viviendo cosas tan maravillosas y todo nos va tan bien que da miedo que todo esto se pueda quebrar. Sí es verdad que la muerte de Lúa ha hecho temblar el suelo de la vida de Agnes y la ha herido mucho en el alma, pero esa tristeza no le impide ser feliz conmigo y vivir intensamente todos los momentos que compartimos. Me siento querida siempre, incluso cuando llora por Lúa porque, aunque llore y desahogue lo que siente, no me expulsa de su lado, no me pide que no le hable, me habla y me confiesa lo que piensa, me pide por favor que no me sienta mal por el hecho de que ella llore por Lúa, me agradece muchísimo que esté a su lado y que la apoye, que la proteja y le dé tanto amor, que de verdad agradece con toda su alma que la vida nos haya dado otra oportunidad para demostrarnos cuánto nos amamos y para estar juntas. Me dice muchísimas veces que se siente muy afortunada por tenerme a su lado, que es la mujer más feliz del mundo, que tiene mucha suerte por poder estar conmigo y a mí que me diga todas esas cosas me llena tanto y me hace tan feliz que muchas veces no puedo contestarle con palabras, sino con abrazos, con besos en los que pongo toda mi alma e incluso con algunas lágrimas que se escapan rebeldes de mis ojos. Me emociono mucho cuando noto todo el amor que Agnes me da en todo momento. Me gusta también recordar los momentos que hemos vivido: nuestro viaje a Oporto, nuestro fin de semana en la aldea, nuestras tardes en Ourense... Ahora estamos ocupadas con la mudanza porque, para la semana que viene, ya tendríamos que vivir en el piso de Lúa antes de que me cobren el alquiler del mes de diciembre. También quiero hablar de eso precisamente, del hecho de que vayamos a vivir ya en la casa de Lúa y de que Agnes y yo hayamos ido juntas por primera vez a ese lugar. Es cierto que yo estuve antes, esa noche en la que mi hermana vino a buscarme, pero apenas me acuerdo de nada de esa noche. La recuerdo como si fuesen retales de un sueño que tuve en otra vida. No me acuerdo de lo que dije si hablé, no recuerdo la apariencia de los rincones de ese hogar... pero sí puedo recordar el abrazo que Agnes me dio antes de que me marchase de allí junto a mi hermana. Ella creyó que yo no apreciaba ni valoraba ese abrazo que me dio, pero estaba muy equivocada. Ya le he confesado que sí agradecí muchísimo que me abrazase. Noté en ese abrazo muchísimas cosas, a pesar de estar tan ida y confundida. En ese abrazo, yo pude oír cómo Agnes me pedía perdón con toda su alma y sobre todo pude oír cómo ella me suplicaba que no me rindiese, cómo ella me aseguraba que merecía la pena luchar por la vida porque no se nos habían agotado todavía las oportunidades para ser felices. Yo pude percibir todo eso en un abrazo que apenas duró diez segundos, pero que contuvo tantas emociones, tantos pensamientos y tantas palabras profundas...

También quiero contar que el día cinco de diciembre Agnes y yo iremos a Barcelona para estar con mi hermana hasta el domingo nueve. Hoy, Silvia ya le confirmó a Agnes que podía hacer el puente, pero le pidió a cambio que trabajase el día veinticuatro y treinta y uno de diciembre porque la chica que va por las tardes iba a estar de vacaciones durante toda esa semana. Tendrá que trabajar hasta las ocho de la noche por lo menos y no sé si lo podrá aguantar. Silvia sí podrá estar por las tardes esa semana, salvo esos dos días, pero Agnes le ha dicho que no hay ningún problema y la verdad es que me hace mucha ilusión que a ella también le apetezca ir a Barcelona y estar con mi hermana. Yo tengo muchísimas ganas de ver a mi hermana y sé que ella me necesita. Lo noto siempre que hablamos y espero también que compartir estos días le quite del alma a mi hermana ese rencor extraño que siente hacia Agnes. La culpa de que ahora estemos viviendo tan lejos la una de la otra y yo ya no sé cómo decirle que Agnes no tiene nada que ver con que yo quiera vivir en Ourense. Es evidente que estoy viviendo aquí por ella, pero ahora ya me he habituado muchísimo a estar aquí y me gusta mucho vivir en esta ciudad e ir a la aldea los fines de semana. No me esperaba que ese rincón del mundo se convirtiese de repente en el lugar en el que más me gusta estar últimamente, en el lugar donde más me apetece estar. Me he enamorado de verdad de la aldea de Agnes. Al principio, sólo era capaz de reconocer que era un sitio precioso; pero ahora es que incluso su energía me hace sentir cosas muy especiales que me cuesta mucho describir. Tiene una magia muy bonita que me acaricia el alma y a la vez despierta en mí una intensa inspiración que tengo que desahogar como sea, a través de la música o de la escritura.

Pues creo que voy a ir dejando de escribir. Ya es muy tarde y está empezando a llover. A partir de mañana ya sí volverá el otoño. Agnes me ha advertido muchísimas veces de que los inviernos de Ourense son muy duros, pero yo le recuerdo que también nací y crecí en un lugar donde los inviernos eran muy duros. Yo también crecí con la nieve y me habitué a protegerme cabe la lumbre en las noches más largas y frías. Y la verdad es que tengo ganas de conocer el invierno de Ourense y sobre todo el de la aldeíña de Agnes. Ella me ha dicho muchas veces que ansía pasar allí todas las fiestas de Navidad y por eso me sabe mal que tenga que trabajar precisamente esa semana a cambio de que vayamos juntas a Barcelona el puente del seis de diciembre. No obstante, sí iremos a la aldea para estar juntos todos en las fechas más bonitas e invernales, aunque nosotras no celebremos la Navidad, pero me imagino que, aunque no creamos como los demás, podremos compartir momentos muy musicales y Agnes me ha contado que se canta mucho alrededor de la lareira y se comen cosas muy ricas mientras se cuentan historias y se recuerdan cantigas muy antiguas mientras el frío hiela el oscuro cielo de la noche.

Y creo que eso es todo por hoy. Tengo ganas de proteger a Agnes entre mis brazos y de sentirme amparada por su amor y su inmensa alma.

 

 

lunes, 19 de noviembre de 2018

DIARIO DE AGNES: DOMINGO, 18 DE NOVEMBRO DE 2018

Domingo, 18 de novembro de 2018

Pensaba eu que, cando comezase a estudar para as oposicións, non tería case tempo para escribir e que podería resistir máis a tentación de converter en verbas o que vivo e o que sento; pero áchome nunha andaina da miña vida na que preciso moito exteriorizar o que teño por dentro, o que penso e o que vou sentindo. Agora mesmo estou escribindo mirando como o ceo tenta chorar. Chove e despois cala a choiva. Non esperaba que esta fin de semana chovese porque o clima estaba moi estábel, mesmo ía calor. Xa non prestaba ir con abrigo, senón con chaquetas finiñas, incluso pola mañá; pero din que a partir do martes xa cambiarán as temperaturas e virán as que teñen que reinar nesta época do ano.

Mais non é do clima do que quero falar. Coido que teño moitísimas cousas máis interesantes que contar. Onte Artemisa foi facer o exame do CELGA. Segundo me dixo, cre que lle saíu moito mellor do que esperaba. Mesmo me dixo que sentiu coma se algo a posuíse e que comezou a escribir case sen ter que pensar moito en como tiña que construír as frases, que lle saía todo coma se xa o tivese pensado, que si que tivo que revisar moitas veces o que escribiu en procura de erros, pero que, en xeral, a proba escrita lle foi moito mellor do que esperaba. Cando lle tocou facer a proba oral, estaba moito máis nerviosa que cando tiña que facer a escrita; pero que, cando comezou a falar, foi coma se levase toda a vida falando galego. Confesoume que nin ela mesma podía crer que lle estivese saíndo así. Si que notou que estivo a piques de trabucarse en varias ocasións, pero o mellor de todo foi que soubo rectificar a tempo. Non sei se foi por iso; pero, antes de entrar no instituto onde facían as probas (o Antonio Fraguas de Fontiñas), eu collina das mans e, namentres llas apertaba, díxenlle que todo ía saír moi ben, que, antes de escribir ou de falar, pensase moi ben en todo o que aprendera comigo e que confiase nela, que, aínda que non me puidese ver ao seu carón, eu estaría con ela todo o tempo. Mesmo levou unha pulseiriña que eu sempre levo comigo de cuarzo branco para terme con ela. Díxome que sentiu moitas veces que de verdade eu si estaba con ela, que notaba que non estaba soa. E a verdade é que me alegro moitísimo por ela, alégrome de verdade.

Namentres ela facía as probas, eu paseei por Santiago, estiven vendo tendas e tamén estiven na catedral un anaquiño, pero sobre todo estiven paseando pola cidade e pola súa contorna, moi tranquilamente. Cando remataron as probas, xa volvemos a Ourense e despois quedamos co meu tío Damián, que nos veu buscar para levarnos á aldeíña. Na aldeíña estivemos ata hoxe pola tarde, que chegamos á nosa casa contra as seis da tarde, cando case xa non quedaba luz no ceo. Foi unha fin de semana moi tranquila. Na aldeíña case non había xente porque a meirande parte da xente que vén á aldeíña para celebrar as festas máis importantes xa non adoita vir na época de invernía. Din que a aldeíña acostuma a estar moi senlleira no inverno e iso, non sei por que, faime sentir moi nostálxica e á vez gústame.

Tamén quería falar de que hoxe me sinto moi melancólica. Non sei que me pasa. Hoxe pola tarde, despois de xantar, Artemisa e máis eu fomos ao bosque e estivemos ata case as cinco da tarde. Foi un momento moi bonito. Leveina a ese recuncho do bosque onde eu pasei tantas horas cando era cativa e adolescente, ese recuncho no que me agochaba de todo cando me sentía tristeiriña ou cando non quería falar con ninguén, ese recuncho que me protexeu tanto a derradeira mañá que vivín na miña aldeíña antes de que me separasen da miña terra, ese recuncho que aprecio tanto, pero hoxe sentín cousas que non sentira antes. Si é certo que vivín momentos moi intensos eilí, como esa noite na que me veu buscar Lúa porque estiven desaparecida durante moitas horas e na que permanecín mergullada nun estado que nin era sono nin vixilia; mais hoxe pola tarde, cando Artemisa e máis eu estivemos eilí namentres morrían as derradeiras raiolas deste día, empecei a pensar moito en como era a nosa vida e mesmo pensei en cousas nas que antes non pensara. Incluso entendín cousas que eu cría que xa non me preguntaría. Os primeiros momentos que vivín con Artemisa foron moi románticos. Estivemos dicíndonos cousiñas moi bonitas namentres nos amosábamos canto nos queremos, namentres nos abrazabamos e nos bicabamos con todo o amor que sentimos e a paixón que nos domea cando estamos xuntas; pero, despois, comezamos a falar de todo e eu acabei facéndolle unhas preguntas que mesmo a min me facían dano. Empecei a pensar na miña vida, no meu pasado. Non sei se sería o silencio que nos rodeaba ou o fermosa que estaba a natureza o que me empurraba a pensar tanto. Había tempo que non pensaba tanto. Non sei como explicar como cheguei a preguntarlle a Artemisa se de verdade ela cría que eu me curara definitivamente. Artemisa díxome que si, que non dubidaba de que eu xa estaba ben, que unha proba de que xa estaba ben era o xeito como enfrontara a morte de Lúa, que ese mesmo feito me tería esnaquizado a ialma moito máis noutro momento da miña doenza. Todo isto preguntábamo porque onte pola noite Artemisa me preguntou se cría que eu volvería enfermar se vivía lonxe de Galicia outra vez e eu díxenlle que si, pero, como era tan tarde, non lle dei moita importancia á resposta que pronunciara; pero hoxe si que lla dei. Deilla porque me puxen a pensar que, talvez, estar eiquí en Ourense non me curou como todos cren, senón que simplemente fai que estea lonxe da miña enfermidade. Seica nunca me curarei de verdade, seica sempre estarei doente e a única maneira de manter estábel a miña ialma é vivindo en Galicia; pero que estea estábel eu non quere dicir que estea sa. Cando lle dixen todo isto a Artemisa, ela contradiume e confesoume que ela si cría que eu estaba curada, que era normal que, de cando en vez, tivese algúns momentos malos, pero que ter ganas de chorar ou estar desanimadiña non significa estar doente; pero eu non estou tan segura de que teña razón. Pregunteille que podería facer se voltaban as crises, se de súpeto sentía que outra vez me fallaban os azos precisos para vivir. Ela díxome que, se non esperaba as crises, estas nunca chegarían. Mais, cando se decatou de que as súas palabras non me acougaban, daquela invitoume a que desafogase o que sentía e o que pensaba. Axiña notou que eu precisaba falar, que non estaba ben, que, sen intuílo, xurdira por dentro de min unha morea de pensamentos que me estaban facendo dano.

Entón eu comecei a dicirlle que tiña medo porque a morte de Lúa me fixo máis dano do que pensaba, xa non tanto porque ela e máis eu fósemos parella (porque Artemisa sabe moi ben que eu acabaría deixando a Lúa para volver con ela), senón porque era un ser querido, que, por moito que ela pretendese que a súa morte non me detivese, a miña vida tremeu moito cando ela desapareceu e marchou para sempre, que, aínda que eu fose feliz, cando pensaba en Lúa sentía que algo fallaba, que se me crebaba o corazón e que non podía evitar que a súa morte me rachase a ialma. Artemisa díxome que iso era totalmente normal, pero entón tamén lle dixen que a morte de Lúa me fixera pensar en como me doería a morte da miña nai cando esta ocorrese, que o que máis me doería non sería só que a miña nai marchase para sempre, senón o feito de non poder compartir con ela todo o tempo que nos pertencía. Tamén lle preguntei se cría que eu estaba destinada a enfermar ou se o que me puxo doente foi a vida e todo o que vivira. Ela díxome que estaba segura de que eu nunca fun unha persoa doente, que o que me enfermou foron as estarrecedoras experiencias que tiven que vivir e como me trataron no hospital e na mesma vida, que ela cría que, se nunca me tivesen arrincado dos brazos da miña terra, eu non estaría enferma, que moitas persoas sofren cousas moi fortes que lles esnaquizan a ialma para sempre e non se poden desfacer desas feridas por moi felices que despois poidan ser. Ao ouvir as palabras que me dixo Artemisa, non puiden evitar preguntarlle:

     Pois que inxusto, non si? Que inxusto todo.

E non puiden seguir aturando as intensísimas ganas de chorar que levaba sentindo dende había tempo. Ao verme chorar e ao ouvir como pronunciara esa pregunta, a Artemisa tamén se lle encheron os ollos de bágoas. Abrazoume moi agarimosamente invitándome a chorar namentres me acaroaba os cabelos e me permitía chorar, no medio das árbores, protexidas polas súas espidas pólas. O vento zoaba abaneando as baleiras pólas e ao lonxe ouvíase o Miño silandeiramente, movéndose silandeiramente entre as rocas. Canta soidade e que protexida me sentía, sentíame protexida porque estaba na miña terra, entre os brazos da muller que máis amo do mundo, estaba protexida pola vida porque á fin, aínda que poida vivir momentos tan morriñentos, podo recoñecer que me dá a felicidade que me fallou durante anos; pero si é certo que nunca deixarei de ser unha persoa moi sensíbel e que, de cando en vez, precisarei chorar, chorar moito, coma se me tivese que limpar a ialma, porque a min me afectan moito as cousas e, malia que pareza que sorrío con moita facilidade e que teño a ialma chea de luz e dunha enerxía bonita, tamén se me creba axiña o corazón. Calquera feito, por moi pequerrechiño que sexa, pode facerme sentir unha aguilloada de dor que só desaparece chorando. A tensión da rutina tamén se me amorea na ialma, o trato coa xente, sempre pendente de pronunciar as mellores palabras o mellor que podo e sobre todo aturar que algunhas persoas non te saiban tratar como mereces fai que de súpeto sinta que preciso chorar e agocharme do mundo enteiro. Mais tamén é certo que me desacouga non estar segura de se de verdade me curei ou simplemente a miña enfermidade me deu unha tregua que se pode esvaecer cando menos o espere. Non me quero volver sentir tan mal como me sentín en tantos momentos da miña vida. Artemisa díxome hoxe, cando lle preguntei se cría que era xusto que a miña propia vida me puxese doente, que non pagaba a pena laiarse por algo que xa non ten remedio, que o que importaba era que agora estamos xuntas, vivindo xuntas en Ourense, e que iso non ía cambiar nunca; mais eu díxenlle que o que me gustaría era non ter vivido tanta dor, que non imaxinaba cantos recordos horríbeis gardo na miña memoria, canto sufrimento me podería ter evitado se nunca me tivese enfermado. Ela díxome que seica, se nunca me arrincasen de Galicia, ela e máis eu nunca nos teriamos coñecido; pero axiña lle dixen que si nos coñeceriamos, noutro lugar e doutro xeito, pero a vida si faría que nos reencontrásemos porque o noso destino foi sempre estar  eternamente xuntas. Ela non dixo nada máis, pero sei que as miñas palabras a convenceron de que eu tiña razón. É certo que non serve de nada que agora me laie por todo o que vivín, pero si penso que foi inxusto que me puxese tan doentiña e que non me poida desfacer nunca desa doenza tan horríbel que me pode esnaquizar de súpeto sen que ninguén o poida evitar. E sobre todo o que máis me desacouga é que me poida pasar en Galicia, pois eu sempre crin que eiquí estaría a salvo desa enfermidade.

Mais o que teño que facer é sempre recoñecer o que sinto e non agochar as miñas emocións porque é silenciándoas como máis fortes se fan e como máis nos prexudicamos a nós mesmos.

E coido que xa vou deixar de escribir. Malia todo o que contei, teño que recoñecer que me sinto moi tranquila eiquí e moi feliz. Coido que desanimarnos eisí de cando en vez fainos máis humanos.

traducción:
 

Domingo, 18 de noviembre de 2018

Pensaba yo que, cuando comenzase a estudiar para las oposiciones, no tendría casi tiempo para escribir y que podría resistir más la tentación de convertir en palabras lo que vivo y lo que siento; pero me hallo en una etapa de mi vida en la que necesito mucho exteriorizar lo que tengo por dentro, lo que pienso y lo que voy sintiendo. Ahora mismo estoy escribiendo mirando cómo el cielo intenta llorar. Llueve y después calla la lluvia. No esperaba que este fin de semana lloviese porque el clima estaba muy estable, incluso hacía calor. Ya no apetecía ir con abrigo, sino con chaquetas finiñas, incluso por la mañana, pero dicen que a partir del martes ya cambiarán las temperaturas y vendrán las que tienen que reinar en esta época del año.

Mas no es del clima de lo que quiero hablar. Creo que tengo muchísimas cosas más interesantes que contar. Ayer Artemisa fue a hacer el examen del CELGA. Según me dijo, cree que le salió mucho mejor de lo que esperaba. Incluso me dijo que sintió como si algo la poseyese y que comenzó a escribir casi sin tener que pensar mucho en cómo tenía que construir las frases, que le salía todo como si ya lo tuviese pensado, que sí que tuvo que revisar muchas veces lo que escribió en busca de errores, pero que, en general, la prueba escrita le fue mucho mejor de lo que esperaba. Cuando le tocó hacer la prueba oral, estaba mucho más nerviosa que cuando tenía que hacer la escrita; pero que, cuando comenzó a hablar, fue como si llevase toda la vida hablando gallego. Me confesó que ni ella misma podía creerse que estuviese saliéndole así. Sí que notó que estuvo a punto de equivocarse en varias ocasiones, pero lo mejor de todo fue que supo rectificar a tiempo. No sé si fue por eso; pero, antes de entrar en el instituto donde hacían las pruebas (el Antonio Fraguas de Fontiñas), yo la cogí de las manos y, mientras se las presionaba, le dije que todo iba a salir muy bien, que, antes de escribir o de hablar, pensase muy bien en todo lo que había aprendido conmigo y que confiase en ella, que, aunque no pudiese verme a su lado, yo estaría con ella todo el tiempo. Incluso llevó una pulseriña que yo siempre llevo conmigo de cuarzo blanco para tenerme con ella. Me ha dicho que sintió muchas veces que de verdad yo sí estaba con ella, que notaba que no estaba sola. Y la verdad es que me alegro muchísimo por ella, me alegro de verdad.

Mientras ella hacía las pruebas, yo paseé por Santiago, estuve viendo tiendas y también estuve en la catedral un ratiño, pero sobre todo estuve paseando por la ciudad y por su entorno, muy tranquilamente. Cuando acabaron las pruebas, ya volvimos a Ourense y después quedamos con mi tío Damián, que vino a buscarnos para llevarnos a la aldeíña. En la aldeíña estuvimos hasta hoy por la tarde, que hemos llegado a nuestra casa hacia las seis de la tarde, cuando casi ya no quedaba luz en el cielo. Ha sido un fin de semana muy tranquilo. En la aldeíña casi no había gente porque la mayor parte de la gente que viene a la aldeíña para celebrar las fiestas más importantes ya no habitúa a venir en invierno. Dicen que la aldeíña acostumbra a estar muy solitaria en invierno y eso, no sé por qué, me hace sentir muy nostálgica y a la vez me gusta.

También quería hablar de que hoy me siento muy melancólica. No sé qué me pasa. Hoy por la tarde, después de comer, Artemisa y yo fuimos al bosque y estuvimos hasta casi las cinco de la tarde. Fue un momento muy bonito. La llevé a ese rincón del bosque donde yo pasé tantas horas cuando era niña y adolescente, ese rincón en el que me escondía de todo cuando me sentía tristiña o cuando no quería hablar con nadie, ese rincón que me protegió tanto la última mañana que viví en mi aldeíña antes de que me separasen de mi tierra, ese rincón que aprecio tanto, pero hoy sentí cosas que no había sentido antes. Sí es cierto que viví momentos muy intensos allí, como esa noche en la que me vino a buscar Lúa porque estuve desaparecida durante muchas horas y en la que permanecí sumergida en un estado que ni era sueño ni vigilia; mas hoy por la tarde, cuando Artemisa y yo estuvimos allí mientras morían los últimos rayos de este día, comencé a pensar mucho en cómo era nuestra vida e incluso pensé en cosas en las que antes no había pensado. Incluso entendí cosas que yo creía que ya no me preguntaría. Los primeros momentos que viví con Artemisa fueron muy románticos. Estuvimos diciéndonos cosiñas muy bonitas mientras nos demostrábamos cuánto nos queremos, mientras nos abrazábamos y nos besábamos con todo el amor que sentimos y la pasión que nos domina cuando estamos juntas; pero, después, comenzamos a hablar de todo y yo acabé haciéndole unas preguntas que incluso a mí me hacían daño. Empecé a pensar en mi vida, en mi pasado. No sé si sería el silencio que nos rodeaba o lo hermosa que estaba la naturaleza lo que me impulsaba a pensar tanto. Hacía tiempo que no pensaba tanto. No sé cómo explicar cómo llegué a preguntarle a Artemisa si de verdad ella creía que yo me había curado definitivamente. Artemisa me dijo que sí, que no dudaba de que yo ya estaba bien, que una prueba de que ya estaba bien era el modo cómo había afrontado la muerte de Lúa, que ese mismo hecho me habría destrozado el alma mucho más en otro momento de mi enfermedad. todo esto me lo preguntaba porque ayer por la noche Artemisa me preguntó si creía que yo volvería a enfermar si vivía lejos de Galicia otra vez y yo le dije que sí, pero, como era tan tarde, no le di mucha importancia a la respuesta que había pronunciado; pero hoy sí que se la di. Se la di porque me puse a pensar en que, tal vez, estar aquí en Ourense no me curó como todos creen, sino que simplemente hace que esté lejos de mi enfermedad. Quizás nunca me curaré de verdad, quizás siempre estaré enferma y la única manera de mantener estable mi alma es viviendo en Galicia; pero que esté estable yo no quiere decir que esté sana. Cuando le dije todo esto a Artemisa, ella me contradijo y me confesó que ella sí creía que yo estaba curada, que era normal que, de vez en cuando, tuviese algunos momentos malos, pero que tener ganas de llorar o estar desanimadiña no significa estar enferma; pero yo no estoy tan segura de que tenga razón. Le pregunté qué podría hacer si volvían las crisis, si de súbito sentía que otra vez me faltaban las fuerzas necesarias para vivir. Ella me dijo que, si no esperaba las crisis, éstas nunca llegarían. Mas, cuando se percató de que sus palabras no me sosegaban, entonces me invitó a que desahogase lo que sentía y lo que pensaba. Enseguida notó que yo necesitaba hablar, que no estaba bien, que, sin intuirlo, había surgido por dentro de mí un montón de pensamientos que estaban haciéndome daño.

Entonces yo comencé a decirle que tenía miedo porque la muerte de Lúa me hizo mucho más daño de lo que pensaba, ya no tanto porque ella y yo fuésemos pareja (porque Artemisa sabe muy bien que yo acabaría dejando a Lúa para volver con ella), sino porque era un ser querido, porque, por mucho que ella pretendiese que su muerte no me detuviese, mi vida tembló mucho cuando ella desapareció y se marchó para siempre, porque, aunque yo fuese feliz, cuando pensaba en Lúa sentía que algo faltaba, que se me quebraba el corazón y no podía evitar que su muerte me rasgase el alma. Artemisa me dijo que eso era totalmente normal, pero entonces también le dije que la muerte de Lúa me había hecho pensar en cómo me dolería la muerte de mi madre cuando ésta ocurriese, que lo que más me dolería no sería sólo que mi madre se marchase para siempre, sino el hecho de no haber podido compartir con ella todo el tiempo que nos pertenecía. También le pregunté si creía que yo estaba destinada a enfermar o si lo que me puso enferma fue la vida y todo lo que había vivido. Ella me dijo que estaba segura de que yo nunca había sido una persona enferma, que lo que me enfermó fueron las terribles experiencias que tuve que vivir y cómo me trataron en el hospital y en la misma vida, que ella creía que, si nunca me hubiesen arrancado de los brazos de mi tierra, yo no estaría enferma, que muchas personas sufren cosas muy fuertes que les destrozan el alma para siempre y no se pueden deshacer de esas heridas por muy felices que después puedan ser. Al oír las palabras que me dijo Artemisa, no pude evitar preguntarle:

     Pues qué injusto, ¿no? Qué injusto todo.

Y no pude seguir soportando las intensísimas ganas de llorar que llevaba sintiendo desde hacía tiempo. Al verme llorar y al oír cómo había pronunciado esa pregunta, a Artemisa también se le llenaron los ojos de lágrimas. Me abrazó muy cariñosamente invitándome a llorar mientras me acariciaba los cabellos y me permitía llorar, en medio de los árboles, protegidas por sus desnudas ramas. El viento soplaba meciendo las vacías ramas y a lo lejos se oía el Miño silenciosamente, moviéndose quedamente entre las rocas. Cuánta soledad y qué protegida me sentía, me sentía protegida porque estaba en mi tierra, entre los brazos de la mujer que más amo del mundo, estaba protegida por la vida porque al fin, aunque pueda vivir momentos tan morriñosos, puedo reconocer que me da la felicidad que me ha faltado durante años; pero sí es cierto que nunca dejaré de ser una persona muy sensible y que, de vez en cuando, necesitaré llorar, llorar mucho, como si tuviese que limpiarme el alma, porque a mí me afectan mucho las cosas y, aunque parezca que sonrío con mucha facilidad y que tengo el alma llena de luz y de una energía bonita, también se me quiebra enseguida el corazón. Cualquier hecho, por muy pequeniño que sea, puede hacerme sentir una punzada de dolor que sólo desaparece llorando. La tensión de la rutina también se me acumula en el alma, el trato con la gente, siempre pendiente de pronunciar las mejores palabras lo mejor que puedo y sobre todo soportar que algunas personas no sepan tratarte como te mereces hace que de súbito sienta que necesito llorar y esconderme del mundo entero. Mas también es cierto que me desasosiega no estar segura de si de verdad me he curado o simplemente mi enfermedad me ha dado una tregua que se puede desvanecer cuando menos me lo espere. No quiero volver a sentirme tan mal como me he sentido en tantos momentos de mi vida. Artemisa me dijo hoy, cuando le pregunté si creía que era justo que mi propia vida me pusiese enferma, que no merecía la pena lamentarse por algo que ya no tiene remedio, que lo que importaba era que ahora estamos juntas, viviendo juntas en Ourense, y que eso no iba a cambiar nunca; mas yo le dije que lo que me gustaría era no haber vivido tanto dolor, que no imaginaba cuántos recuerdos horribles guardo en mi memoria, cuánto sufrimiento podría haberme evitado si nunca me hubiese enfermado. Ella me dijo que tal vez, si nunca me hubiesen arrancado de Galicia, ella y yo nunca nos habríamos conocido; pero enseguida le dije que sí nos habríamos conocido, en otro lugar y de otro modo, pero la vida sí haría que nos reencontrásemos porque nuestro destino ha sido siempre estar eternamente juntas. Ella no me dijo nada más, pero sé que mis palabras la convencieron de que yo tenía razón. Es cierto que no sirve de nada que ahora me lamente por todo lo que viví; pero sí pienso que fue injusto que me pusiese tan enfermiña y que no pueda deshacerme nunca de esa enfermedad tan horrible que puede destrozarme de súbito sin que nadie pueda evitarlo. Y sobre todo lo que más me desasosiega es que pueda pasarme en Galicia, pues yo siempre he creído que aquí estaría a salvo de esa enfermedad.

Mas lo que tengo que hacer es siempre reconocer lo que siento y no esconder mis emociones porque es silenciándolas como más fuertes se hacen y cómo más nos perjudicamos a nosotros mismos.

Y creo que ya voy a dejar de escribir. A pesar de todo lo que he contado, tengo que reconocer que me siento muy tranquila aquí y muy feliz. Creo que desanimarnos así de vez en cuando nos hace más humanos.

viernes, 16 de noviembre de 2018

DIARIO DE AGNES: XOVES, 15 DE NOVEMBRO DE 2018

Xoves, 15 de novembro de 2018

Hoxe hai un mes que Lúa marchou da vida. Hai un mes que non ouzo a súa voz, que non me podo mergullar nos seus verdes ollos, que non podo gozar do seu riso. Hai un mes que se apagou a súa ialma, pero hai menos semanas que deixei de sentila connosco. Foise xa para sempre e non está por ningures xa. Non obstante, sei que aínda quedaba na nosa realidade unha pequerrechiña pegada súa que se acabou esvaecendo o martes precisamente, este martes 13, cando Artemisa e máis eu fomos á súa casa para comezar coa mudanza. Temos previsto que a semana que vén xa esteamos vivindo na casa que Lúa nos deixou. Sei que foi algo que só notei eu. Estabamos recollendo algunhas cousiñas do cuarto onde durmiamos as dúas cando de súpeto me decatei de que a luz da candea que acendera cando entrei na estancia comezaba a tremer. A súa luz tremente reflectíase na parede que tiña diante, xogando coas sombras que se amoreaban nos recunchos. Entón deime de conta de que as sombras e esa pequena luz formaban letras, si, letras, formaban unha palabra que viviu un intre diante miña e despois esvaeceuse devorada pola escuridade. A palabra que puiden ler foi: “grazas”.

Cando comprendín o que ocorrera, notei que alguén me apertaba lixeiramente a man. Foi unha presión temperada que me fixo sentir acollida. E despois todo ficou en silencio.

Artemisa apareceu de repente, pero souben que levaba segundos chamándome. Non me preguntou nada. Seica intuíse algo. Despois diso, todo seguiu coma se nada, mais Artemisa díxome que notaba que había moi boa enerxía nesa casa e que dixese iso emocionoume moitísimo.

Mais hoxe foi un día moi triste. Está sendo un día moi triste. Non podo deixar de pensar en que hai un mes que Lúa marchou porque me parece que hai moito máis tempo que a deixei de ver, que deixou de estar connosco. Pode que xa non estivese con ela se estivese viva aínda porque eu sentía que cada vez necesitaba máis estar con Artemisa, pero iso non quere dicir que ela tivese que morrer. Gustaríame que estivese entre nós.

Hoxe chorei moito por ela. Estaba soa na cafetería, sen ninguén, e púxenme a mirar fotografías e vídeos dela e de min, das dúas, cando compartimos tanto. E entón decateime de canto a botaba en falla, de canto precisaba compartir con ela todas esas cousas que nos gustaba facer. Non falo de estar con ela como parella, senón de compartir como amigas a música, o teatro, os paseos polos agochados recunchos de Galicia... Entón comecei a chorar moitísimo, profundamente, sen acougo. Agocheime na cociña crendo que podería estar segura de calquera ollar, de calquera persoa; pero de súpeto apareceu Silvia, que casualidade, aínda que me fixo ben chorar con ela porque ela tampouco podía deixar de pensar en Lúa. Tamén me decatei de que non choraba só porque a botase en falla e porque me doese tanto a súa morte, senón porque estrañaba todo o que compartiamos. Dende que ela marchou, xa non volvín tocar máis nas pandeiradas, xa non quedei máis coas súas amigas, non fun a ningures coas mulleres que ela me presentou. Non falei con ningunha delas e boto en falla estar con máis xente. Con Artemisa son moi feliz e non a cambiaría por nada do mundo, pero, cando estaba con Lúa, tiña moitas máis cousas que enchían a miña vida. De todos xeitos, tamén penso que agora co estudo das oposicións case que non tería tempo para quedar con outra xente; pero dáme a sensación de que, ao marchar Lúa, tamén marchou todo iso que ela me daba. Seica xa nada diso teña sentido se ela non está.

Mirando as fotografías deses momentos tan bonitos que compartín con Lúa, tiven a sensación, ouvindo tamén o seu riso nos vídeos que teño dela nos que ría e me falaba con tanta felicidade e agarimo, de que ela formou parte dun soño, de que foi efémero tela comigo, de que hai anos que puidemos estar xuntas compartindo todo o que nos gustaba facer. Sobre todo tiven esa sensación vendo un vídeo que gravou o meu tío Damián no que saímos as dúas cantando e rindo, falando coa xente que cantaba e danzaba connosco, no medio do solpor, na nosa aldeíña. Que nostalxia tan forte sentín ao ver ese vídeo.

Cando veu Silvia e me descubriu chorando eisí, díxome que entendía que a botase en falla, que Lúa era marabillosa, moi boíña e que deixara un baleiro moi grande ao marchar e que ese baleiro nunca o enchería ninguén, por moi felices que puidésemos ser. Ela sempre estaría ausente e iso sempre o notariamos, por moi namorada de Artemisa que eu poida estar... sempre me fallará Lúa, o seu riso, a súa comprensión, o seu xeito de ser, tan agarimoso e fermoso.

Mais é verdade tamén que, agás no día de hoxe, me sinto moi feliz na vida que levamos. Hoxe só estou morriñenta e iso non o podo evitar. Por certo, hoxe á fin coñecéronse Artemisa e máis Silvia, pero non é o día máis axeitado para que se coñezan ben, así que o sábado da semana que vén iremos á súa casa e cearemos xuntas, con máis amigas de Lúa. Aínda non me atrevo a dicir que tamén son amigas miñas porque non o son aínda.

Tamén me gustaría falar da fermosísima viaxe que fixemos a Porto Artemisa e máis eu. Non puido saír mellor. Foi fermosísima, moi romántica, moi especial. Descubrir Porto con ela foi precioso e ademais coido que esta viaxe acabou de unirnos máis. Estou con Artemisa coma se levásemos anos xuntas, sen dubidar en ningún momento de que ela é a persoa da miña vida, a muller coa que quero estar para sempre. O de Lúa non foi un erro, foi preciso para que ela puidese coñecer a felicidade. Coido que o merecía moito. As boas persoas terían que coñecer que é a felicidade absoluta antes de morrer e a mágoa é que case ninguén marcha da vida sabendo que é ser feliz.

Agora eu si podo dicir que coñezo xa o verdadeiro celme da felicidade e qué se sente cando esta se espalla pola túa ialma toda, facéndoche sentir que non hai nada máis bonito no mundo cá túa vida, có que sentes e tes. Onte pola noite, díxenlle a Artemisa que agora si son realmente feliz, malia que leve na ialma tanta tristura amoreada pola morte de Lúa, que non me deixou de doer aínda. Ela estrañouse cando me ouviu dicir iso e preguntoume se antes de vivir eiquí en Ourense nunca fun feliz. Eu díxenlle que non, que podía estar ben, pero que, cando eu pensaba que era feliz, o único que me ocorría era que estaba a pasar por unha boa etapa da miña doenza. Agora sei que a felicidade que enche os meus días non é ficticia, non está creada por unha enfermidade, senón pola realidade. Tamén, Artemisa amosoume onte que pensaba que o que vivira con Lúa foi un erro. Aclareille que non foi un erro, xa o dixen antes. Fíxome dano que Artemisa pensase que o que sentín por Lúa foi un erro. Ela preguntoume se non me arrepentía de ter estado con Lúa e eu díxenlle que non, que do que si me arrepentía era de non facer as cousas doutro xeito mellor, pero tamén é verdade que a Artemisa lle fixen moito dano, que me tería gustado evitarlle tanta dor e tanta tristura... pero xa esas cousas non se poden cambiar e de feito a vida sigue avanzando sen importarlle como fixemos as cousas. É coma se a nosa vida se compuxese de dous caras: a que está formada por todo o que vivimos e a que está creada polo noso tempo; o que vai pasando e pasando independentemente do que vivamos. Non se vai deter nada porque nos arrepintamos de como fixemos as cousas nun momento determinado da nosa vida. A vida como tal segue avanzando e o único que temos que facer é perdoarnos, é saber avanzar con ela o mellor que poidamos.

O que si teño que recoñecer é que, agás de todo iso que compartía con Lúa, non boto en falla nada namentres estou con Artemisa. Eu sei que fixen as cousas mal, que estiven a piques de perder a Artemisa; pero, se aínda estamos xuntas, xa non é só porque esteamos vencelladas por un lazo que naceu hai séculos, senón porque nunca deixei de querela, por moi ben que estivese con Lúa, por moi segura que me sentise con ela e por moi convencida que estivese de que tiña que estar con ela. Tamén teño que recoñecer que agradezo moito estar vivindo na miña terra. Cada día agradezo estar á fin en Ourense, eiquí, no lugar no que teño que estar, no que tería que estar dende sempre; aínda que tamén é certo que, como di Artemisa, a vida é un crebacabezas cuxas pezas non poderían encaixar sen as outras. Se eu nunca tivese marchado de Galicia, seica agora non sabería o que é o amor de verdade; aínda que tamén podería ter ocorrido que, ao quedar eiquí na miña terra dende sempre, Lúa e máis eu nunca nos tivésemos separado... pero nunca saberemos o que puido pasar, o que ten que ocorrer, e seica Artemisa e máis eu sempre, sempre estivésemos destinadas a estar xuntas.

Esta mañá valorei o feito de estar eiquí en Ourense. Cando escoito falar á xente que ten o mesmo acento ca min, cando escoito a miña lingua nos beizos dos demais, sinto que estou nun soño. Aínda non me acostumei a escoitar a miña lingua na rúa, e xa levo vividos eiquí uns cantos meses, por sorte; pero paréceme algo tan bonito que me custa aceptar que sexa real. Tamén me fai moi feliz que Artemisa cada vez se esforce máis por domear a miña lingua. Estou axudándoa a estudar e eu estou segurísima de que vai aprobar. Mañá pola tarde marchamos a Santiago e quedaremos durmir eilí porque o sábado pola mañá, moi cediño, Artemisa ten que estar no mesmo instituto no que eu fixen o exame hai xa case seis meses. Que curioso todo.

E con ela é todo tan bonito e máxico... A viaxe que fixemos a Porto parecía a primeira viaxe que faciamos na nosa vida. Estabamos as dúas tan emocionadas coma se fósemos cativiñas, coma se viaxásemos por primeira vez soas, como se aquela volta fose a primeira que nos deixaban soas, sen que ninguén controlase todos os nosos movementos. Que bonito foi todo, cantas lembranzas fermosas teño gardadas na miña memoria... Foi tan bonito todo que me parece que vivimos nun soño durante eses días. Ao voltar, seguimos vivindo no noso soño, pero tendo que nos enfrontar ás cousiñas da rutina, que tamén é moi bonita. Eu madrugo moito, tanto como madrugaba en Barcelona, pero non me custa tanto porque vou facer un traballo que non me desagrada, aínda que tamén me esgota moito. Hoxe saín máis tarde porque a muller que vén polas tardes chegaba ás cinco e de verdade que xa non podo máis. Ademais, tiven algunhas complicacións sen importancia que, precisamente nun día tristiño, máis imposíbeis de aturar parecen; pero xa quedou todo atrás. Agora só queda botarme aos brazos de Artemisa e deixar que o día remate paseniñamente, sentíndoa comigo, sentindo a súa respiración e compartindo moito máis que unha aperta.

 
Jueves, 15 de noviembre de 2018
Hoy hace un mes que Lúa se marchó de la vida. Hace un mes que no oigo su voz, que no puedo sumergirme en sus verdes ojos, que no puedo disfrutar de su risa. Hace un mes que se apagó su alma, pero hace menos semanas que dejé de sentirla con nosotros. Se fue ya para siempre y no está en ninguna parte ya. No obstante, sé que aún quedaba en nuestra realidad una pequeniña huella suya que acabó desvaneciéndose el martes precisamente, este martes 13, cuando Artemisa y yo fuimos a su casa para comenzar con la mudanza. Tenemos previsto que la semana que viene ya estemos viviendo en la casa que Lúa nos dejó. Sé que fue algo que sólo noté yo. Estábamos recogiendo algunas cosiñas de la habitación donde dormíamos las dos cuando de súbito me percaté de que la luz de la vela que había encendido cuando entré en la estancia comenzaba a temblar. Su luz trémula se reflejaba en la pared que tenía delante, jugando con las sombras que se acumulaban en los rincones. Entonces me di cuenta de que las sombras y esa pequeña luz formaban letras, sí, letras, formaban una palabra que vivió un instante delante de mí y después se desvaneció devorada por la oscuridad. La palabra que pude leer fue: “gracias”.
Cuando comprendí lo que había ocurrido, noté que alguien me apretaba ligeramente la mano. Fue una presión templada que me hizo sentir acogida. Y después todo quedó en silencio.
Artemisa apareció de repente, pero supe que llevaba segundos llamándome. No me preguntó nada. Quizás intuyese algo. Después de eso, todo siguió como si nada, mas Artemisa me dijo que notaba que había muy buena energía en esa casa y que dijese eso me emocionó muchísimo.
Mas hoy ha sido un día muy triste. Está siendo un día muy triste. No puedo dejar de pensar en que hace un mes que Lúa se marchó porque me parece que hace mucho más tiempo que dejé de verla, que dejó de estar con nosotros. Puede que ya no estuviese con ella si estuviese viva aún porque yo sentía que cada vez necesitaba más estar con Artemisa, pero eso no quiere decir que ella tuviese que morir. Me gustaría que estuviese entre nosotros.
Hoy lloré mucho por ella. Estaba sola en la cafetería, sin nadie, y me puse a mirar fotografías de ella y de mí, de las dos cuando compartimos tanto. Y entonces me percaté de cuánto la echaba en falta, de cuánto precisaba compartir con ella todas esas cosas que nos gustaba hacer. No hablo de estar con ella como pareja, sino de compartir como amigas la música, el teatro, los paseos por los escondidos rincones de Galicia... Entonces comencé a llorar muchísimo, profundamente, sin sosiego. Me escondí en la cocina creyendo que podría estar segura de cualquier mirada, de cualquier persona, pero de súbito apareció Silvia, qué casualidad, aunque me hizo bien llorar con ella porque ella tampoco podía dejar de pensar en Lúa. También me percaté de que no lloraba sólo porque la echase en falta y porque me doliese tanto su muerte, sino porque extrañaba todo lo que compartíamos. Desde que ella se marchó, ya no he vuelto a tocar más en las pandeiradas, ya no he quedado más con sus amigas, no he ido a ningún sitio con las mujeres que ella me presentó. No he hablado con ninguna de ellas y echo de menos estar con más gente. Con Artemisa soy muy feliz y no la cambiaría por nada del mundo, pero, cuando estaba con Lúa, tenía muchas más cosas que llenaban mi vida. De todos modos, también pienso que ahora con el estudio de las oposiciones casi no tendría tiempo para quedar con otra gente; pero me da la sensación de que, al marcharse Lúa, también se marchó todo eso que ella me daba. Tal vez nada de eso tenga sentido ya si ella no está.
Mirando las fotografías de esos momentos tan bonitos que compartí con Lúa, tuve la sensación, oyendo también su risa en los vídeos que tengo de ella en los que reía y me hablaba con tanta felicidad y cariño, de que ella formó parte de un sueño, de que fue efímero tenerla conmigo, de que hace años que pudimos estar juntas compartiendo todo lo que nos gustaba hacer. Sobre todo tuve esa sensación viendo un vídeo que grabó mi tío Damián en el que salimos las dos cantando y riendo, hablando con la gente que cantaba y bailaba con nosotras, en medio del crepúsculo, en nuestra aldeíña. Qué nostalgia tan fuerte sentí al ver ese vídeo.
Cuando vino Silvia y me descubrió llorando así, me dijo que entendía que la echase de menos, que Lúa era maravillosa, muy bueniña y que había dejado un vacío muy grande al marcharse y que ese vacío nunca lo llenaría nadie, por muy felices que pudiésemos ser. Ella siempre estaría ausente y eso siempre lo notaríamos, por muy enamorada de Artemisa que yo pueda estar... Siempre me faltará Lúa, su risa, su comprensión, su modo de ser, tan cariñoso y hermoso.
Mas es verdad también que, excepto en el día de hoy, me siento muy feliz en la vida que llevamos. Hoy sólo estoy morriñosa y eso no puedo evitarlo. Por cierto, hoy al fin se conocieron Artemisa y Silvia, pero no es el día más adecuado para que se conozcan bien, así que el sábado de la semana que viene iremos a su casa y cenaremos juntas, con más amigas de Lúa. Todavía no me atrevo a decir que también son amigas mías porque no lo son aún.
También me gustaría hablar del hermosísimo viaje que hicimos a Oporto Artemisa y yo. No pudo salir mejor. Fue hermosísimo, muy romántico, muy especial. Descubrir Oporto con ella fue precioso y además creo que este viaje acabó de unirnos más. Estoy con Artemisa como si llevásemos años juntas, sin dudar en ningún momento de que ella es la persona de mi vida, la mujer con la que quiero estar para siempre. Lo de Lúa no fue un error, fue preciso para que ella pudiese conocer la felicidad. Creo que se lo merecía mucho. Las buenas personas tendrían que conocer qué es la felicidad absoluta antes de morir y la lástima es que casi nadie se marcha de la vida sabiendo qué es ser feliz.
Ahora yo sí puedo decir que conozco ya el verdadero sabor de la felicidad y qué se siente cuando ésta se esparce por tu alma toda, haciéndote sentir que no hay nada más bonito en el mundo que tu vida, que lo que sientes y tienes. Ayer por la noche, le dije a Artemisa que ahora sí soy realmente feliz, a pesar de que lleve en el alma tanta tristeza acumulada por la muerte de Lúa, que no ha dejado de dolerme todavía. Ella se extrañó cuando me oyó decir eso y me preguntó si antes de vivir aquí en Ourense nunca fui feliz. Yo le dije que no, que podía estar bien, pero que, cuando yo pensaba que era feliz, lo único que me ocurría era que estaba pasando por una buena etapa de mi enfermedad. Ahora sé que la felicidad que llena mis días no es ficticia, no está creada por una enfermedad, sino por la realidad. También, Artemisa me demostró ayer que pensaba que lo que había vivido con Lúa fue un error. Le aclaré que no fue un error, ya lo he dicho antes. Me hizo daño que Artemisa pensase que lo que sentí por Lúa fue un error. Ella me preguntó si no me arrepentía de haber estado con Lúa y yo le dije que no, que de lo que sí me arrepentía era de no hacer las cosas de otro modo mejor, pero también es verdad que a Artemisa le hice mucho daño, que me habría gustado evitarle tanto dolor y tanta tristeza... pero ya esas cosas no se pueden cambiar y de hecho la vida sigue avanzando sin importarle cómo hicimos las cosas. Es como si nuestra vida se compusiese de dos caras: la que está formada por todo lo que vivimos y la que está creada por nuestro tiempo; el que va pasando y pasando independientemente de lo que vivamos. No va a detenerse nada porque nos arrepintamos de cómo hicimos las cosas en un momento determinado de nuestra vida. La vida como tal sigue avanzando y lo único que tenemos que hacer es perdonarnos, es saber avanzar con ella lo mejor que podamos.
Lo que sí tengo que reconocer es que, excepto de todo eso que compartía con Lúa, no echo en falta nada mientras estoy con Artemisa. Yo sé que hice las cosas mal, que estuve a punto de perder a Artemisa; pero, si aún estamos juntas, ya no es sólo porque estemos unidas por un lazo que nació hace siglos, sino porque nunca dejé de quererla, por muy bien que estuviese con Lúa, por muy segura que me sintiese con ella y por muy convencida que estuviese de que tenía que estar con ella. También tengo que reconocer que agradezco mucho estar viviendo en mi tierra. Cada día agradezco estar al fin en Ourense, aquí, en el lugar en el que tengo que estar, en el que tendría que estar desde siempre; aunque también es cierto que, como dice Artemisa, la vida es un puzle cuyas piezas no podrían encajar sin las otras. Si yo nunca me hubiese marchado de Galicia, tal vez ahora no sabría lo que es el amor de verdad, aunque también podría haber ocurrido que, al quedarme aquí en mi tierra desde siempre, Lúa y yo nos hubiésemos separado... pero nunca sabremos lo que pudo pasar, lo que tiene que ocurrir, y tal vez Artemisa y yo siempre, siempre hayamos estado destinadas a estar juntas.
Esta mañana valoré el hecho de estar aquí en Ourense. Cuando escucho hablar a la gente que tiene el mismo acento que yo, cuando escucho mi lengua en los labios de los demás, siento que estoy en un sueño. Aún no me he acostumbrado a escuchar mi lengua en la calle, y ya llevo vividos aquí unos cuantos meses, por suerte; pero me parece algo tan bonito que me cuesta aceptar que sea real. También me hace muy feliz que Artemisa cada vez se esfuerce más por dominar mi lengua. Estoy ayudándola a estudiar y yo estoy segurísima de que va a aprobar. Mañana por la tarde marchamos a Santiago y nos quedaremos a dormir allí porque el sábado por la mañana, muy tempraniño, Artemisa tiene que estar en el mismo instituto en el que yo hice el examen hace ya casi seis meses. Qué curioso todo.
Y con ella es todo tan bonito y mágico... El viaje que hicimos a Oporto parecía el primer viaje que hacíamos en nuestra vida. Estábamos las dos tan emocionadas como si fuésemos niñas, como si viajásemos por primera vez solas, como si aquella vez fuese la primera que nos dejaban solas, sin que nadie controlase todos nuestros movimientos. Qué bonito fue todo, cuántos recuerdos hermosos tengo guardados en mi memoria... Fue tan bonito todo que me parece que vivimos en un sueño durante esos días. Al volver, seguimos viviendo en nuestro sueño, pero teniendo que enfrentarnos a las cosiñas de la rutina, que también es muy bonita. Yo madrugo mucho, tanto como madrugaba en Barcelona, pero no me cuesta tanto porque voy a hacer un trabajo que no me desagrada, aunque también me agota mucho. Hoy he salido más tarde porque la mujer que viene por las tardes llegaba a las cinco y de verdad que ya no puedo más. Además, tuve algunas complicaciones sin importancia que, precisamente en un día tristiño, más imposibles de soportar parecen; pero ya quedó todo atrás. Ahora sólo queda lanzarme a los brazos de Artemisa y dejar que el día acabe despaciño, sintiéndola conmigo, sintiendo su respiración y compartiendo mucho más que un abrazo.