jueves, 26 de diciembre de 2019

DIARIO DE ARTEMISA: JUEVES, 26 DE DICIEMBRE DE 2019


Jueves, 26 de diciembre de 2019
Mi hermana se fue el martes a Ourense y, según me ha contado, está pasándoselo muy bien y está muy a gusto allí apartada de los ruidos de la ciudad y del estrés de la rutina. Lo que no me ha dicho es que también está muy a gusto lejos de la profunda negatividad que llena nuestras vidas por culpa de mi horrible estado de salud. Hace unos minutos, estuve hablando durante más de una hora con ella y me ha contado todo lo que ha vivido desde que llegó allí. Yo le he insistido en que me hable de todo sin sentir miedo a herirme. Quiero que me lo cuente todo. No me sienta mal que me hable de Agnes. Yo no sé lo que me está pasando, pero me siento distinta desde hace unos días. Hace una semana, todavía estaba sumida en esa inmensísima tristeza que me quitaba por completo las ganas de luchar y de vivir, pero, desde hace unos pocos días, me despierto sintiendo una energía muy bonita llenándome el alma. Es como si hubiese amanecido por dentro de mí. Incluso me siento más fuerte. Llevo desde el lunes yendo a caminar por las mañanas, cuando sale el sol, y me siento muy a gusto paseando por el campo. La calma que lo invade todo se me mete en el alma y me da fuerzas para seguir caminando. No sé de dónde proviene esta energía tan bonita, pero no quiero que se vaya. Ojalá me durase para siempre. Si se queda conmigo, estoy totalmente segura de que me curaré, de que podré luchar contra esta horrible enfermedad. Quiero vivir. Siento latir en mí el deseo de batallar contra todo lo que me impida ser feliz. Quiero vivir. Hace muchísimo tiempo que no siento ese deseo gritando con fuerza en mí y quiero aferrarme a él para luchar por mí. Sé que me curaré si siento este ánimo, si consigo mantener conmigo este ánimo tan bonito. Incluso mi hermana ha notado que estoy diferente. Ha podido oír en mi voz ese aliento que hace mucho tiempo que no siento y eso le hace feliz. No sé cómo explicar lo que siento y tampoco sé por qué de repente me siento tan distinta, pero, inesperadamente, me di cuenta de que había algo diferente en mí; algo que me hacía sonreír, como una caricia en el alma, como una voz que me enviaba pensamientos positivos y una energía luminosa que me instaba a salir de casa y disfrutar del sol. El sol también me da mucha energía, me envía luz... pero yo siento que esta energía tan bonita me viene de otro lugar. No sé de dónde proviene, pero sé que no procede ni de mi entorno ni de la medicación que tomo porque llevo muchas semanas medicándome, y hasta ahora no he notado ningún efecto. Incluso tengo ánimo para cocinar, para salir a comprar, aunque me canso mucho, pero el cansancio no me detiene. Simplemente, me detengo un poco para recuperar el aliento y luego sigo caminando, a mi ritmo. Hace mucho tiempo que no puedo caminar tan rápido como antes, pero sé que esto es temporal. Además, he perdido tanto peso que enseguida me siento agotada, pero ahora sí tengo paciencia conmigo misma, ahora sí tengo la capacidad de comprender mejor a mi cuerpo enfermo y de mimarlo como mejor se merece.
No sé qué me ocurre, pero me encanta sentirme así y no quiero que esto cambie. Quiero estar así para siempre. Cuando le confesé todo esto a mi hermana, noté que se emocionaba, que me decía que se alegraba con la voz temblorosa. Mi hermana está pasándolo muy mal por mí, pero sé que no es la enfermedad que me ataca lo que más la desanima, sino el hecho de que yo no quisiese luchar por mi vida. Digo quisiese porque ahora sí quiero luchar por mi vida.
Mi hermana me ha contado cosas muy bonitas que me han hecho tener aún más ganas de luchar por mi vida porque el hecho de que ocurran esas cosas tan hermosas me anima a creer que yo también podré vivir acontecimientos preciosos que me llenen el alma de magia y felicidad. Al principio, mi hermana se mostraba reticente a explicarme esas cosas bonitas, pero al final conseguí convencerla de que me las contase. Cuando lo hizo, al contrario de lo que ella creía, no me sentí triste ni rabiosa. Me sentí feliz por ello; pero empezaré por orden o al menos lo intentaré. Me siento con fuerzas para escribir durante horas y voy a aprovecharme de ello.
Mi hermana me contó que, cuando llegó a Ourense con Gabriel, los recibió Anxiños con mucho amor y calor. Enseguida se reencontró con Agnes. Hacía mucho tiempo que no se veían. Creo que hacía por lo menos un año. Un año sin verse, un año en el que ocurrieron muchas cosas, en el que estuvieron a punto de perder el contacto para siempre; pero Agnes es muy buena e indulgente y perdonó a mi hermana lo mal que la trató en su momento. Agnes piensa que es mejor perdonar a las personas que queremos en vez de estar a disgusto con ellas impidiendo vivir los momentos hermosos que la vida nos tiene reservados.
Mi hermana me dijo que se sintió y se siente muy a gusto con Agnes, que Agnes la acogió en su casa con mucho cariño, que han estado hablando durante horas sobre miles de temas distintos, que Agnes está muy diferente y muy guapa... Estuve a punto de decirle que tampoco hacía falta que le echase tantos halagos a Agnes, pues lo único que conseguía era alimentar más el amor que siento por ella; pero no se lo dije porque en realidad, me gustaba escucharla. Sé que Agnes está mucho más guapa que nunca; que le brillan los ojos porque es feliz, que está mucho mejor; que, al verla, parece imposible creer que haya estado tan malita... Lo que más me sorprendió fue oír que a mi hermana le había caído genial Lúa. Me dijo que le parecía una mujer fascinante, llena de virtudes, con un corazón enorme, con mucha bondad en el alma y miles de cosas preciosas más. Sé que Lúa es así, pero me cuesta reconocerlo porque me duele que sea el eterno amor de Agnes, pero no es justo que la deteste de esta manera porque quien más sufre por culpa de este sentimiento tan malo soy yo. A mí es a quien se le contamina el alma experimentando emociones tan negativas. He visto fotos de la cena del martes y me gusta verlos a todos juntos. Una parte de mi alma me revela que a mí también me gustaría estar con ellos. Me gustaría compartir con Agnes y su bonita familia esos momentos tan mágicos y alegres, pero, de momento, eso no es posible, principalmente porque estoy enferma, pero también porque todavía amo a Agnes con todo mi corazón y me dolería mucho verla tan feliz con Lúa; mas tengo la esperanza de que algún día pueda estar a su lado sin sentir que el corazón se me desgarra.
Agnes estaba preciosa el martes. Siempre lo está, pero el martes iba tan elegante y guapa... Me he tirado horas mirando las fotos que me pasó Casandra de ella. Llevaba un vestido rojo que remarcaba la perfecta y delgada forma de su cuerpo, tenía los ojos delineados con una sombra color terracota y los labios también pintados de un rojo discreto, pero muy elegante. Llevaba el pelo suelto, larguísimo que lo tiene ya, brillante. Estaba tan y tan guapa que no puedo evitar que me arda todo el cuerpo cuando miro esas fotos. Lúa también iba muy guapa. Llevaba un vestido blanco con una falda con mucho vuelo y con bordados de flores en el pecho y en el talle. También llevaba el pelo suelto. Lúa también tiene un pelo precioso. Últimamente me fijo mucho en el pelo de la gente porque echo mucho de menos el mío. Yo también lo tenía muy bonito. Mi cabello era fuerte, rizado, intensamente castaño... Ahora no sé cómo me crecerá. Me dicen que me habrá cambiado, que por culpa de la medicación y la enfermedad me crecerá más frágil, que tendré menos cantidad... pero no me importa. Quiero tener otra vez mi pelo y ya está, pero también quiero mi salud, mi vigor, mi fortaleza física, mi ánimo, mi energía, mi resistencia física... Ojalá pueda recuperar todo eso pronto.
Mi hermana me contó que la cena fue muy bien, que se sintió muy a gusto con todos, que los familiares de Agnes (y de Gabriel) son personas muy buenas, muy amables, muy nobles y humildes que lo dan todo a cambio de nada, a cambio de unas gracias con una sonrisa. Me contó que se rió mucho con todos ellos, que le encantó verlos bailar, cantar, tocar música, que era una gozada ver a Agnes bailar, cantar y tocar la pandereta, que incluso ella aprendió a bailar algunas danzas tradicionales. No obstante, lo que más me sorprendió de todo lo que me explicó fue esto:
Cuando terminaron de cenar, antes de empezar a tocar música, Lúa llamó la atención de todos ellos y, delante de todos, le preguntó a Agnes si quería casarse con ella. Agnes le dijo que sí, evidentemente, y no sólo eso, sino que, además, fue una escena muy bonita que les hizo llorar a casi todos. Agnes va a casarse con Lúa en primavera. Según me ha dicho mi hermana, Lúa ya lo tiene casi todo preparado. Sólo faltan algunas cosas, pero lo principal ya lo tienen organizado. Me alegro por ellas. Si se casan, quiere decir que Agnes ama a Lúa de verdad, que no me dejó por alguien que no quiere con toda su alma. Sé que no me dejó por ella directamente, pero indirectamente sí. Ella dejó de amarme cuando se reencontró con Lúa el año pasado, aunque le costó mucho reconocerlo. Ya he aceptado que Agnes siempre amó a Lúa como amó a su tierra. No niego que ella me amase, no lo niego porque con Agnes yo fui muy feliz y alguien que no te ama no puede hacerte feliz; pero yo no soy el amor de su vida. No pasa nada. Ella no puede dominar su corazón, ella ni nadie.
También quiero contar que el domingo fue mi cumpleaños y, sin que pudiese imaginarlo, mi hermana me organizó una fiesta. El domingo por la mañana, me obligó a arreglarme, a vestirme elegantemente, me maquilló... Yo no tenía ganas de celebrar nada, aunque el alma se me llenó de esperanza en cuanto mi hermana empezó a ayudarme a arreglarme. Incluso llegué a pensar que Agnes había venido de Galicia para darme una sorpresa, pero, evidentemente, eso no tenía ningún sentido. No obstante, mi hermana me contó que, el domingo por la mañana, Agnes la había llamado para pedirle que me felicitase de su parte. Agnes sabe que no me conviene hablar con ella, por eso no intentó llamarme a mí; pero para mí el hecho de que llamase a mi hermana y le pidiese que me felicitase de su parte ya es más que suficiente. Agnes sigue queriéndome, aunque no amándome, pero me quiere. Es imposible que no me quiera. Hemos compartido muchísimas cosas, hemos estado juntas durante más de cinco años... y nos hemos amado mucho, mucho. No puedes dejar de querer a alguien con quien has compartido tanto de la noche a la mañana, aunque sé que no me ama, que nunca volverá conmigo, nunca; pero tengo la esperanza de que podamos ser amigas en el futuro. Sé que podremos ser muy buenas amigas e incluso también de Lúa; pero, para ello, el alma también se me tiene que curar.
Hacia el mediodía, mi hermana me llevó a un restaurante donde nos esperaban ya la mayoría de nuestras amigas. Me he hecho amiga de las amigas de mi hermana y también estaban las chicas del templo. Me hizo mucha ilusión verlas a todas, aunque también me dio vergüenza que me viesen en ese estado. Tengo que llevar pañuelos para ocultar mi falta de pelo, estoy muy delgada, tanto que tengo que disimular mi cuerpo huesudo bajo bastante ropa, pues no encuentro ropa que me quede bien y tengo que llevar muchas capas. Además, siempre tengo frío y la piel se me ha puesto de un color pálido, cetrino... pero el domingo mi hermana me maquilló muy bien, tanto que mi piel parecía tener toda la vida que le está faltando a mi cuerpo. Aunque me encuentre mal continuamente, el domingo llegué a sentirme animada, incluso guapa. Hacía mucho tiempo que no me sentía guapa. En las fotos que hicieron, salgo con un brillo especial en los ojos. Hacía mucho tiempo que no salía tan bien en las fotos. Además, me sentí muy arropada y querida por todas. Todas me apoyaron mucho, me animaron. Tal vez la energía positiva que siento me venga de ellas, pero dudo mucho que sea ése su único origen. Mi hermana quiso decirme algo esta mañana. Cuando hablamos, quiso decirme algo sobre Agnes, pero se arrepintió enseguida y me dijo que ya me lo contaría en persona, cuando volviese. Intuyo que es algo muy bueno y estoy deseando saberlo, pero también tendré paciencia.
Hoy me haré caldo de verduras para comer. No puedo comer cosas fuertes porque enseguida vomito y el estómago se me ha vuelto muy delicado. Me lleno enseguida y cualquier cosa puede sentarme mal, aunque sea sólo un vaso de agua. He de tomar muchas infusiones para mantener estable mi cuerpo. La semana que viene, el lunes, tengo que ir al hospital para hacerme análisis y aplicarme el tratamiento y sé que será la primera vez que los análisis saldrán bien, mejor que nunca. Además, me siento a gusto y muy tranquila estando aquí sola en casa. Alguna tarde, viene Sandra; una amiga de mi hermana y mía con la que me llevo muy bien, y vemos alguna película, escuchamos música, hablamos... Me hace mucho bien estar con ella porque es una chica que tiene mucha inteligencia emocional y con la que se puede hablar de cualquier cosa. Me gusta estar con ella también porque es muy positiva y consigue hacerme reír con mucha facilidad.
Creo que ya dejaré de escribir. Me gustaría contar más cosas, pero he de. Hacer la comida. Sé que cada vez estaré mejor y eso me anima muchísimo. Ojalá consiga mantener conmigo esta energía tan bonita que tanto ánimo me da.


miércoles, 25 de diciembre de 2019

DIARIO DE AGNES: MÉRCORES, 25 DE DECEMBRO DE 2019


mércores, 25 de Decembro de 2019
A noite de onte estivo inzada de sentimentos. Foi fermosa e intensamente emotiva. AS emocións parecían terse materializado. Eu sentíaas aboiar entre nós, compartindo con todos nós esas horas tan bonitas. Non sei como describir todo o que vivimos. Non sei por onde comezar a explicar como foi todo onte. Aínda me custa pensar en cada unha das cousiñas que ocorreron e tamén me custa saber cal foi antes e cal despois, xa que a lembranza de todas elas fica mesturada na miña ialma, emocionándome cando as recordo. Síntome coma se tivese volto dunha longa viaxe, pois onte estivemos noutro mundo, noutra realidade; unha realidade que, non obstante, crea a realidade que vivimos todos os días; esa que, ás veces, nos resulta tan dura e, noutras, parécenos o soño máis máxico que xamais puidemos imaxinar. Así me sinto hoxe. Síntome protagonista dun soño que non quero que remate nunca. Síntome morriñenta polo que xa pasou. Cando lembro a noite de onte, sinto que a quero volver vivir, que me gustaría retroceder nas horas para voltar a ese xusto momento no que todo empezou.
O sentimento que máis me aperta a ialma agora é a felicidade. Trátase dunha felicidade que se mestura coa morriña. É coma se sentir a morriña latexar en min, fundíndose con esa felicidade que me enche a ialma toda, fixese que esa  alegría brillase máis. Agora cae a tarde, empardece tenramente sobre as baleiras árbores do Posío. Empardece en silencio e eu só ouzo o lene vento que axita as espidas pólas. Que paz, canta paz... e non chove.
Estou en Ourense, escribindo xunta a fiestra dende a que vemos, ao lonxe, a sombra dos xardíns do Posío. Hai unha paz infinda inzándoo todo, coma se esta chovese do ceo, e sinto que estou no lugar e no momento axeitados. Mesmo sinto que agora comezo a vivir de verdade, aínda que tamén son consciente de que empecei a vivir de verdade dende que voltei a Galiza, pero agora sinto que a miña vida se expresa con máis firmeza, con máis forza, sendo como quixo ser sempre.
Onte era un día moi bonito no que practicamente todas as persoas que viñan á cafetaría estaban felices. Eu pechei ás tres a cafetaría e marchei para a casa, onde Lúa xa me agardaba con todo preparadiño para irmos á aldeíña en canto puidésemos. Lúa ten vacacións ata o día oito de xaneiro, pero eu non me puiden coller máis días dos verdadeiramente festivos. Ser a dona da cafetaría me obriga a traballar máis, pero non me importa facelo porque o meu choio me gusta moitísimo. Non obstante, si me gustaría poder pasar máis tempo coa miña Luíña.
Estivemos na aldeíña contra as cinco da tarde. Queriamos axudar á miña nai a preparar a cea e tamén queriamos recibir a Casandra e a Gabriel cando chegasen. Eu tiña moitas ganas de ver a Casandra. Malia non manter unha relación con Artemisa xa, sigo querendo moito a Casandra por todo o que vivimos e porque me parece unha muller fascinante e moi forte coa que me gusta moito falar. Amais, tamén devecía por presentarlle ben a Lúa. A Noite na que a coñeceu, practicamente non puideron falar e eran uns momentos demasiado tristes como para que se puidesen coñecer ben; mais onte si se poderían coñecer profundamente, poderían falar e compartir unha morea de momentos fermosos. Lúa tamén  desexaba coñecer ben a Casandra. Eles chegaron contra as sete da tarde. Daquela, nós xa tiñamos preparadas practicamente todas as cousiñas da cea. Fixemos unha chea de pratos distintos, entre verduras sazonadas, empanadas, mesmo marisco, tortas de améndoa, bicas, mesmo a miña nai fixo algúns polvoróns ela mesma e unha ducia de cousas máis que esquezo porque levaban carne e eu nin fixen eses pratos nin comín deles.
Eu acababa de vestirme e de acicalarme cando ouvín que a miña nai falaba co meu curmán e con Casandra. Sentín unha ilusión moi bonita cando souben que xa os podería saudar. Nese momento, botei contas do tempo que había que non nos viamos e souben que había xusto un ano que non nos viamos. Un ano. Como era posíbel que tivese pasado tanto tempo?
Levei un vestido vermello que me chegaba por riba dos xeonllos e que tiña adorniños brillantes no peito. É un vestido que me gusta moitísimo. Non me fixen ren no cabelo, só o levei solto e lisiño como xa é, e maquilleime bastante. Normalmente sempre vou maquillada, pero onte xa puxen unhas cores máis atrevidas. Sobre todo quería gustarlle a Lúa, malia saber que non facía falta que me esforzase tanto por gustarlle, porque eu xa lle gusto loucamente; pero, dende que estou con ela, síntome moito máis interesada no meu aspecto físico. Amais, onte haberían moitos familiares que había tempo que non vía... Ultimamente, a verdade é que estou bastante presumida; algo que me abraia, pois non estou adoitada a ter estes intereses tan intensos no meu aspecto. Hai pouco, este non me importaba moito e ía de calquera maneira, decente e ben vestida, pero sen esforzos e case sen adobíos.
Non sei por que me entreteño escribindo estas cousiñas cando teño outras moito máis importantes que contar. Onte non só vivimos momentos fermosos, senón outros algo duriños dos que tamén quero falar, xa que considero que son moi importantes. Eses momentos tristes vivinos con Casandra. Cando nos reencontramos, ambas as dúas emocionámonos porque había moito tempo que non nos viamos. Amais, é sinxelo darse de conta de que Casandra non está a pasar por una boa tempada por mor do que lle ocorre a Artemisa. Onte souben, á fin, cal é a doenza que a ataca. Non a quero nomear eiquí porque me parece un nome horríbel e aínda me custa vencellar esa espantosa verba con Artemisa.
Lúa estaba compoñéndose cando eu recibín a Casandra. Sentamos xuntas ao redor da lareira e comezamos a falar animadamente, pero eu sentía que Casandra devecía por desafogarse comigo, mais non se atrevía a confesarmo porque, segundo pensaba (logo díxomo), non quería estragar con tristura unha noite tan máxica e bonita; pero, en canto me dixo iso, eu animeina a que falase todo o que precisase e díxenlle que o feito de ser unha noite de celebración non quería dicir que xa tivésemos que esquecer por completo dos problemas que temos na nosa vida. Casandra confesoume que estaba vivindo un momento horríbel, que desexaba que todo pasase xa, que non podía aguantar máis que a súa irmá estivese tan doente. Eu confeseille que sabía que Artemisa estaba doente porque mo revelaran as cartas e que, dende que o soubera, non deixara de celebrar rituais para enviarlle saúde e boa enerxía a Artemisa a través da distancia, que sempre trataba de atopar algúns minutos para meditar pensando nela... Cando Casandra ouviu isto, botouse a chorar profundamente namentres me apertaba as mans e me daba as grazas. Díxome que eu era a persoa máis boa que coñecía, que sabía que eu tiña un corazón enorme, pero que nunca imaxinara que fose tan e tan boa, que se arrepentía moitísimo de terme tratado tan mal no pasado... Eu díxenlle que iso xa estaba esquecido e que o que importaba era que podiamos ser amigas, que estaba aí para todo o que precisase. Díxenlle que sabía que Artemisa non quería que eu soubese que ela estaba doente, pero que iso non me disuadía da idea de axudala como puidese, que facendo eses rituais era a única maneira que tiña de axudala.
Lúa apareceu xusto cando Casandra me dixera o nome da doenza que ataca a Artemisa. Lúa ouviuno e tamén estivo alí escoitando a Casandra, apoiándoa e animándoa como puido. Non obstante, Casandra é unha muller moi forte que sempre atopa motivos para sorrir malia ter a ialma esnaquizada. Amais, ela tamén pasou por esa doenza e superouna; o cal lle dá máis esperanzas, o cal lle fai confiar en que Artemisa tamén se curará. Eu sei que Artemisa se curará. Non me fai falta lelo nas cartas. Artemisa poderá superar esta doenza porque ela tamén é forte e a vida turrará dela sempre, sempre, por moi mal que se encontre.
Eses momentos previos á cea foron moi tristes, pero os que viñeron despois só estiveron cheos de felicidade e celebración. Falamos animadamente todos durante a cea, rimos moitísimo, bebemos viño, comemos tanto e tan ben... Éramos e somos unha grande familia, unida de verdade. Nin unha soa das persoas que estabamos onte na cea se leva mal con ninguén. Todos nos queremos moitísimo, con toda sinceridade, e iso vai ser así sempre.
Pero o momento máis inesperado, fermoso e máxico chegou despois de cear, antes de comezar a tocar, bailar e cantar música. Eu tiña preparada unha morea de cancións para tocar coa pandeireta e Lúa trouxera a guitarra e tamén a zanfona. O meu tío Damián tocaría a gaita e eu bailaría moito, moito, desafogando toda esa enerxía que teño amoreada no meu ser... mais, antes de vivir eses momentos tan bonitos e alegres, Lúa ergueuse da mesa e, logo de chamar a nosa atención, dixo isto que segue (escribireino tal como o dixo porque o lembro perfectamente, verba a verba):
«Nesta noite tan bonita e especial na que nos reunimos todos, quero pedirlle algo moi importante á persoa que máis quero do mundo, mais tamén vos quero dicir unhas cousiñas que desexo dicirvos dende hai ben semanas. Quérovos dicir que me sinto moi feliz por poder celebrar convosco unhas datas tan máxicas, pero tamén por poder estar na miña aldea, no lugar no que máis feliz fun sempre». Eiquí, a Lúa xa se lle crebara a voz, pero seguiu falando tentando ignorar a emoción que sentía. «Gustaríame que estivese eiquí a miña nai. Bótoa moitísimo en falla. É o primeiro Nadal que vivo sen ela eiquí despois de tantos anos compartindo estes días tan bonitos; pero sinto que está eiquí entre nós, celebrando connosco, con felicidade, e que ela se sente moi feliz por vernos xuntos. Sinto que ela é feliz alí onde está. Agora, o que vos quero dicir é moi importante para min.»
Notábase moitísimo que Lúa estaba profundamente nerviosa. Tremíanlle as mans e tiña os ollos húmidos. De súpeto, sentín o seu verde e fermoso ollar caendo enriba miña. A súa mirada era intensa, era tan forte que me parecía que me falaba cos ollos. Entón, sentín que o corazón me comezaba a latexar cada vez máis rapidamente. Parecía que me estoparía en calquera momento; pero latexoume aínda máis violentamente cando ouvín o que Lúa dicía:
«Agnes, miña Agnesiña, levo anos devecendo pedirche isto, poder vivir este momento contigo. Ti es o meu soño, sempre o fuches. Sempre fuches o meu motivo máis forte para vivir, a razón para existir. Non quero estar sen ti nunca máis, nunca máis. Quero vivir contigo, con toda intensidade, os anos todos que nos restan por vivir. “Por ti poño esta vida na punta dun puñal”, por ti daría a miña vida, por ti faría calquera cousiña, Agnes, calquera. Por iso... quéroche pedir se...»
Antes de proseguir, Lúa achegouse a min con algo nas mans. Tiña algo agochado nas súas trementes mans. Eu non era quen de moverme. Non podía retirar os meus ollos dela. Afundírame na súa mirada coma se non houbese nada máis no mundo, coma se a miña vida dependese dela, de ficar mirándoa para sempre. Estaba tan fermosa e, nese momento, a súa infinda beleza caera enriba miña, arroubándome. Levaba un vestido branco e dourado cuxa saia voaba cando ela se movía, co peito cheo de flores, coa cintura axustadiña... Tiña os cabelos máis brillantes que nunca baixo a luz de todas as candeas que alumeaban aquela noite e os seus ollos parecían dúas esmeraldas refulxentes. Sorríame con vergonza, coma se nese momento volvese ser esa rapaza que me confesaba can namorada estaba de min, coma se de novo nos achásemos nesa noite na que nos bicamos por primeira vez.
«Por iso, quéroche pedir se... se queres casar comigo, Agnes» díxome case sen voz. A emoción quería silenciar a súa preciosa voz, a súa doce voz, a voz máis bonita que xamais existiu neste mundo, que xamais falou neste mundo. Nese momento, o seu sorriso tremía porque a emoción quería que ela chorase, só que chorase, pero Lúa loitaba contra o pranto porque non quería perder nin a máis lene noción dese momento tan importante. Entón, deime de conta de que o que tiña agochado entre os seus dedos era una caixiña brillante e pequena.
«¿Queres, Agnes?» volveume preguntar con medo, coma se pensase que o silencio que me paralizaba fose un non. Eu non podía falar porque estaba profundamente abraiada e, nese intre, xa comezara a sentir que nacía en min unha ledicia moi grande, enorme, infinda, que me enchía a ialma toda, o meu corpo todo, que de súpeto me fixo ter ganas de rir e de chorar asemade.
Deime de conta, tamén, de que todas as persoas que nos rodeaban contiveran a respiración. Ficaban ollándonos sen poder crer o que estaba ocorrendo, pero tamén sabendo que aquilo ía acontecer dun momento a outro. Vin que a miña nai tamén se reprimía as ganas de chorar e que sorría, sorría de felicidade e de tenrura. Entón, souben que non podía seguir calada, que tiña que falar, que devecía por dicir todo o que sentía e pensaba. Crin que a miña voz non soaría porque o corazón me latexaba tan forte que non deixaría saír a miña voz de min, pero, cando falei, sentín que a miña voz era clara, alegremente fermosa, coma se xurdise dun manancial. Non domeei o que dixen, só me deixei levar polo que sentía, que era moito máis forte ca min. Namentres me erguía para situarme diante de Lúa, dixen:
«Hai anos que quero casar contigo, Luíña. Es o amor da miña vida. Eu tampouco quero estar sen ti nunca máis, xamais. Eu non podo vivir sen ti, Luíña. Nunca puiden, nunca.»
Ao ouvirme falar, ao escoitar o que dixera, Lúa achegouse máis a min e, tras abrir a caixiña que sostiña entre as súas preciosas mans, colocoume un aneliño fermoso namentres me ollaba cunha intensidade tan forte que crin que me desfaría cos seus bonitos ollos verdes. Xa choraba, xa non podía seguir reprimindo toda a emoción que sentía; pero, case sen poder falar, díxome:
«Pois casaremos, daquela, e estaremos xuntas para sempre, para sempre, durante a nosa vida toda e durante a nosa eternidade, meu amor. Quérote, Agnes.»
O anel brillaba intensamente na miña man. Era un anel de ametista. Quedei abraiadísima cando o vin, cando descubrín o bonito que era.
Ouvín que todos comezaban a aplaudir con alegría, a botar aturuxos, a rir, a darnos os parabéns. Lúa riu namentres me apertaba con forza contra ela, namentres eu procuraba os seus beizos na noite e a bicaba cun amor e unha tenrura infindos. Entón, namentres a bicaba, deime de conta de que ambas as dúas estabamos chorando.
Entre bico e bico, mireina con fascinación, con arroubo, sendo consciente do tesouriño que tiña entre os meus brazos, comigo para sempre, mireina coma se nese momento a vise por primeira vez. Lúa é tan fermosa que nunca cansarei de observala. Nese intre, ela parecía unha moura, un ser máxico, que viñera para namorarme, para encherme a ialma de amor, de felicidade, de maxia. Entón pensei que a vida era máxica porque ela estaba comigo. Nunca dubidei de que a vida é máxica porque existe algo por riba nosa que a fai máxica, pero, neses momentos, sentín que o que máis máxica facía que fose a vida era que Lúa existise, que ela estivese comigo, namoradiña de min.
«Ámote, Luíña, ámote co meu corazón todo, miña vida, meu amor, miña xoia» díxenlle namentres enleaba os meus dedos entre os seus cabelos crenchos e vermelliños, nos seus cabelos de cobre.
«Eu ámote máis» contestoume ela empurrándome suavemente lonxe das cadeiras e da mesa na que cearamos todos. Entón, ouvín que o meu tío comezaba a  tocar a gaita, a miña nai collía unha pandeireta e todos empezaban a cantar. Nese momento, o único que desexei foi que a música soase para sempre para poder bailar con Lúa todas esas cancións que non puidemos bailar durante anos nas festas da nosa aldeíña.
Lúa xa me facía voar coa súa maneira de danzar. Bailabamos entre a luz das candeas, dos faroliños, entre a música, entre a calor que nos daba o viño que beberamos, entre a tenrura e a felicidade, aboiando por riba de toda esa felicidade que nos enchía a ialma toda. Riamos, pero aínda chorabamos levemente de emoción. Mais nese momento só bailabamos xuntas, sentíndonos cada vez máis preto a unha da outra. Eu sentinme coma se de novo fose esa adolescente que entolecía entre os brazos desa rapaza tan especial pola que tanto adoraba o verán, que lles daba sentido ás festas da aldea e a eses meses de absoluta calor na que todo ficaba en silencio, moito máis calado que na invernía.
Namentres bailabamos, non deixei de mirar a Lúa, alimentábame da súa beleza para seguir sorrindo, sentía que ela tiña a enerxía que me movía, que me facía voar. Sabía que os demais nos miraban sorrindo tenramente e que moitos xa bailaban tamén, pero o meu mundo era Lúa, era só Lúa. Era ela a luz da noite, a luz que crebaba as sombras, a música que soaba, a felicidade que facía latexar o meu corazón. Aínda lembro coma se fosen un soño eses momentos tan intensos nos que sentín que non tiña materia, que xa non había terra baixo os meus pés. Voaba xunta ela, tan achegadiña a ela, que me sentía de ar, que sentía que ela me levaba entre os seus brazos. A súa mirada sostíñame, era o meu equilibrio.
Lembrei fugazmente aquela noite de verán na que ambas as dúas fomos a unha festiña que celebraban nunha aldeíña preto da nosa, aquela noite de xullo na que eu aínda estaba con Artemisa e que devecía por entregarme a Lúa para recuperar todo ese tempo perdido; esa noite na que ambas as dúas nos reprimiamos, esforzabámonos por non bicarnos, por non traspasar esa fronteira que impoñía o feito de que eu estivese con outra muller. Que inocentes fomos nese tempo no que pensamos que poderiamos loitar contra a forza do amor que sempre sentimos a unha pola outra. Aquela noite, fomos moito máis adolescentes do que o fomos no pasado. No pasado, fomos moito máis valentes do que o fomos o ano pasado.
Bailamos moito, pero tamén tocamos música, unha canción trala outra. Eu sentía que non me custaba en absoluto danzar e repenicar asemade. Sentía que todos estabamos tan felices que a felicidade nos empurraba a danzar, a cantar e tocar sen parar, ata ben entrada a madrugadiña, ata case notar a chegada do amencer. Eu deino todo onte. Cantei con toda a miña ialma, malia ter aínda os rescaldos do enorme arrefriado que sufrín estes días; pero cantei sen importarme que tivese cada vez menos voz, toquei ata que notei que os meus dedos eran xa parte da pandeireta na que repenico nas festas dende que era cativa, ata que notei que a música e máis eu eramos un único ser. E Todo iso fíxeno sentíndome a muller máis feliz e ditosa do mundo, sen perder de vista a Lúa, quen tamén se entregara profundamente á música. Que momentos tan e tan bonitos. Foron incríbeis, incríbeis. Cando xa rematamos de tocar, moitísimos familiares que había tempo que non vía dixéronme que non sabían que eu tiña todos eses dons, que lles abraiara moitísimo a miña maneira de bailar, de cantar e de repenicar na pandeireta. É certo que sempre bailei moi ben, que sempre domeei moi ben a pandeireta e que canto con toda a miña ialma sempre que podo; pero sempre me conmove moito que me dean os parabéns por facer ben algo que eu amo facer. Sinto que as miñas habelencias teñen sentido.
A persoa que máis agarimosamente me deu os parabéns por comprometerme con Lúa foi Casandra e iso abraioume moitísimo porque eu crin que a ela non lle gustaría que eu me casase con Lúa, pero díxome que se alegraba de verdade por nós e que, evidentemente, viría á voda se a invitabamos. Xaora, invitarémola. Non tería sentido facer o contrario. A nosa voda será na primavera, cando xa os días sexan máis longos e as árbores dean as súas primeiras follas.
Fomos durmir sentindo que viviramos a noite máis intensa da nosa vida. Sentíame tan feliz que me custou moito durmir. Amais, non fomos durmir axiña que quedamos soíñas no cuarto, xaora que non.
E iso é todo por hoxe. Creo que nada me pode facer máis feliz que saber que agora si poderei estar con Lúa para sempre, absolutamente para sempre, na nosa terra.
E, por certo, tamén teño que contar que nos tocou algo na lotería, un belisquiño bastante importante de diñeiro, e, con eses cartos, o que faremos será reconstruír a casa da aldea e facer algunhas reformiñas no noso piso, que hai ben anos que non se reforma e precisa algunhas melloras, e o que faremos tamén será viaxar, viaxar moito. Con estes cartos, agora podo estar máis relaxada no choio, pero tampouco quero deixar de traballar por ter máis cartos, xaora que non. Non son só nosos. Sinto que tamén son da nosa familia, emporiso non nolos quedaremos todos e darémoslle unha grande parte á miña nai, ao meu tío, mesmo a Casandra se o precisa... mais ela aínda non sabe que nos tocou a lotería. É moi bonito que tocase eiquí en Ourense, aínda que sexa ese belisquiño. Que máis podemos pedir? A vida sorrinos todo iso que non nos sorriu no pasado. Agora sinto que o recuperamos todo, todo, todo iso que non tivemos antes, pero non o digo polos cartos, senón pola felicidade, polo amor, por todo o que nos fai verdadeiramente afortunadas por estarmos vivas.

Traducción:  

Miércoles, 25 de diciembre de 2019
La noche de ayer estuvo llena de sentimientos. Fue hermosa e intensamente emotiva. Las emociones parecían haberse materializado. Yo las sentía flotar entre nosotros, compartiendo con todos nosotros esas horas tan bonitas. No sé cómo describir todo lo que vivimos. No sé por dónde comenzar a explicar cómo fue todo ayer. Todavía me cuesta pensar en cada una de las cosiñas que ocurrieron y también me cuesta saber cuál fue antes y cuál después, ya que el recuerdo de todas ellas permanece mezclado en mi alma, emocionándome cuando las rememoro. Me siento como si hubiese vuelto de un largo viaje, pues ayer estuvimos en otro mundo, en otra realidad; una realidad que, no obstante, crea la realidad que vivimos todos los días; ésa que, a veces, nos resulta tan dura y, en otras, nos parece el sueño más mágico que jamás pudimos imaginar. Así me siento hoy. Me siento protagonista de un sueño que no quiero que termine nunca. Me siento morriñosa por lo que ya pasó. Cuando recuerdo la noche de ayer, siento que quiero volver a vivirla, que me gustaría retroceder en las horas para regresar a ese justo momento en el que todo empezó.
El sentimiento que más me presiona el alma ahora es la felicidad. Se trata de una felicidad que se mezcla con la morriña. Es como si sentir la morriña latir en mí, fundiéndose con esa felicidad que me llena toda el alma, hiciese que esa alegría brillase más. Ahora cae la tarde, atardece tiernamente sobre los vacíos árboles del Posío. Atardece en silencio y yo sólo oigo el leve viento que agita las desnudas ramas. Qué paz, cuánta paz... y no llueve.
Estoy en Ourense, escribiendo junto a la ventana desde la que vemos, a lo lejos, la sombra de los jardines del Posío. Hay una paz infinita llenándolo todo, como si ésta lloviese del cielo, y siento que estoy en el lugar y el momento adecuados. Incluso siento que ahora comienzo a vivir de verdad, aunque también soy consciente de que empecé a vivir de verdad desde que regresé a Galicia, pero ahora siento que mi vida se expresa con más firmeza, con más fuerza, siendo como quiso ser siempre.
Ayer era un día muy bonito en el que prácticamente todas las personas que venían a la cafetería estaban felices. Yo cerré a las tres la cafetería y me marché para casa, donde Lúa me esperaba con todo preparadiño para ir a la aldeíña en cuanto pudiésemos. Lúa tiene vacaciones hasta el ocho de enero, pero yo no pude cogerme más días de los verdaderamente festivos. Ser la dueña de la cafetería me obliga a trabajar más, pero no me importa hacerlo porque mi trabajo me gusta muchísimo. No obstante, sí me gustaría poder pasar más tiempo con mi Luíña.
Estuvimos en la aldeíña hacia las cinco de la tarde. Queríamos ayudar a mi madre a preparar la cena y también queríamos recibir a Casandra y a Gabriel cuando llegasen. Yo tenía muchas ganas de ver a Casandra. A pesar de no mantener una relación con Artemisa ya, sigo queriendo mucho a Casandra por todo lo que vivimos y porque me parece una mujer fascinante y muy fuerte con la que me gusta mucho hablar. Además, también ansiaba presentarle bien a Lúa. La noche en la que la conoció, prácticamente no pudieron hablar y eran unos momentos demasiado tristes como para que pudiesen conocerse bien; mas ayer sí podrían conocerse profundamente, podrían hablar y compartir un montón de momentos hermosos. Lúa también deseaba conocer bien a Casandra. Ellos llegaron hacia las siete de la tarde. Para entonces, nosotras ya teníamos preparadas prácticamente todas las cosiñas de la cena. Hicimos una cantidad de platos distintos, entre verduras sazonadas, empanadas, incluso marisco, tartas de almendra, bicas, incluso mi madre hizo algunos polvorones ella misma y una docena de cosas más que olvido porque llevaban carne y yo ni hice esos platos ni comí de ellos.
Yo acababa de vestirme y de acicalarme cuando oí que mi madre hablaba con mi primo y con Casandra. Sentí una ilusión muy bonita cuando supe que ya podría saludarlos. En ese momento, eché cuentas del tiempo que hacía que no nos veíamos y supe que hacía justo un año que no nos veíamos. Un año. ¿Cómo era posible que hubiese pasado tanto tiempo?
Llevé un vestido rojo que me llegaba por encima de las rodillas y que tenía adorniños brillantes en el pecho. Es un vestido que me gusta muchísimo. No me hice nada en el pelo, sólo lo llevé suelto y lisiño como ya es, y me maquillé bastante. Normalmente siempre voy maquillada, pero ayer ya me puse unos colores más atrevidos. Sobre todo quería gustarle a Lúa, a pesar de saber que no hacía falta que me esforzase tanto por gustarle, porque yo ya le gusto locamente; pero, desde que estoy con ella, me siento mucho más interesada en mi aspecto físico. Además, ayer habría muchos familiares que hacía mucho tiempo que no veía... Últimamente, la verdad es que estoy bastante presumida; algo que me sorprende, pues no estoy acostumbrada a tener estos intereses tan intensos en mi aspecto. Hace poco, éste no me importaba mucho e iba de cualquier manera, decente y bien vestida, pero sin esfuerzos y casi sin adornos.
No sé por qué me entretengo escribiendo estas cosiñas cuando tengo otras mucho más importantes que contar. Ayer no sólo vivimos momentos hermosos, sino otros algo duriños de los que también quiero hablar, ya que considero que son muy importantes. Esos momentos tristes los viví con Casandra. Cuando nos reencontramos, ambas nos emocionamos porque hacía mucho tiempo que no nos veíamos. Además, es sencillo darse cuenta de que Casandra no está pasando por una buena temporada por culpa de lo que le ocurre a Artemisa. Ayer supe, al fin, cuál es la enfermedad que la ataca. No quiero nombrarla aquí porque me parece un nombre horrible y todavía me cuesta vincular esa espantosa palabra con Artemisa.
Lúa estaba arreglándose cuando yo recibí a Casandra. Nos sentamos juntas alrededor de la lareira y comenzamos a hablar animadamente, pero yo sentía que Casandra ansiaba desahogarse conmigo, mas no se atrevía a confesármelo porque, según pensaba (luego me lo dijo), no quería estropear con tristeza una noche tan mágica y bonita; pero, en cuanto me dijo eso, yo la animé a que hablase todo lo que necesitase y le dije que el hecho de ser una noche de celebración no quería decir que ya nos tuviésemos que olvidar por completo de los problemas que tenemos en nuestra vida. Casandra me confesó que estaba viviendo un momento horrible, que deseaba que todo pasase ya, que no podía aguantar más que su hermana estuviese tan enferma. Yo le confesé que sabía que Artemisa estaba enferma porque me lo habían revelado las cartas y que, desde que lo supe, no había dejado de celebrar rituales para enviarle salud y buena energía a Artemisa a través de la distancia, que siempre trataba de encontrar algunos minutos para meditar pensando en ella... Cuando Casandra oyó esto, se echó a llorar profundamente mientras me apretaba las manos y me daba las gracias. Me dijo que yo era la persona más buena que conocía, que sabía que yo tenía un corazón enorme, pero que nunca se había imaginado que fuese tan y tan buena, que se arrepentía muchísimo de haberme tratado tan mal en el pasado... Yo le dije que eso ya estaba olvidado y que lo que importaba era que podíamos ser amigas, que estaba ahí para todo lo que necesitase. Le dije que sabía que Artemisa no quería que yo supiese que ella estaba enferma, pero que eso no me disuadía de la idea de ayudarla como pudiese, que haciendo esos rituales era la única manera que tenía de ayudarla.
Lúa apareció justo cuando Casandra me había dicho el nombre de la enfermedad que ataca a Artemisa. Lúa lo oyó y también estuvo allí escuchando a Casandra, apoyándola y animándola como pudo. No obstante, Casandra es una mujer muy fuerte que siempre encuentra motivos para sonreír a pesar de tener el alma destrozada. Además, ella también pasó por esa enfermedad y la superó; lo cual le da más esperanzas, lo cual le hace confiar en que Artemisa también se curará. Yo sé que Artemisa se curará. No me hace falta leerlo en las cartas. Artemisa podrá superar esta enfermedad porque ella también es fuerte y la vida tirará de ella siempre, siempre, por muy mal que se encuentre.
Esos momentos previos a la cena fueron muy tristes, pero los que vinieron después sólo estuvieron llenos de felicidad y celebración. Hablamos animadamente todos durante la cena, nos reímos muchísimo, bebimos vino, comimos tanto y tan bien... Éramos y somos una gran familia, unida de verdad... Ni una sola de las personas que estábamos ayer en la cena se lleva mal con nadie. Todos nos queremos muchísimo, con toda sinceridad, y eso va a ser así siempre.
Pero el momento más inesperado, hermoso y mágico llegó después de cenar, antes de comenzar a tocar, bailar y cantar música. Yo tenía preparado un montón de canciones para tocar con la pandereta y Lúa había traído la guitarra y también la zanfoña. Mi tío Damián tocaría la gaita y yo bailaría mucho, mucho, desahogando toda esa energía que tengo acumulada en mi ser... mas, antes de vivir esos momentos tan bonitos y alegres, Lúa se levantó de la mesa y, tras llamar nuestra atención, dijo esto que sigue (lo escribiré tal como lo dijo porque lo recuerdo perfectamente, palabra a palabra):
«En esta noche tan bonita y especial en la que nos reunimos todos, quiero pedirle algo muy importante a la persona que más quiero del mundo, mas también quiero deciros algunas cosiñas que deseo deciros desde hace muchas semanas. Quiero deciros que me siento muy feliz por poder celebrar con vosotros unas fechas tan mágicas, pero también por poder estar en mi aldea, en el lugar en el que más feliz he sido siempre». Aquí a Lúa ya se le había quebrado la voz, pero siguió hablando intentando ignorar la emoción que sentía. «Me gustaría que estuviese aquí mi madre. La echo mucho en falta. Son las primeras Navidades que vivo sin ella aquí después de tantos años compartiendo estos días tan bonitos; pero siento que está aquí entre nosotros, celebrando con nosotros, con felicidad, y que ella se siente muy feliz por vernos juntos. Siento que ella es feliz allí donde está. Ahora, lo que os quiero decir es muy importante para mí.»
Se notaba muchísimo que Lúa estaba profundamente nerviosa. Le temblaban las manos y tenía los ojos lacrimosos. De súbito, sentí su verde y hermosa mirada cayendo sobre mí. Su mirada era intensa, era tan fuerte que me parecía que me hablaba con los ojos. Entonces, sentí que el corazón comenzaba a latirme cada vez más rápidamente. Parecía que me estallaría en cualquier momento; pero me latió aún más violentamente cuando oí lo que Lúa decía:
«Agnes, mi Agnesiña, llevo años ansiando pedirte esto, poder vivir este momento contigo. Tú eres mi sueño, siempre lo fuiste. Siempre fuiste mi motivo más fuerte para vivir, la razón para existir. No quiero estar sin ti nunca más, nunca más. Quiero vivir contigo, con toda intensidad, todos los años que nos quedan por vivir. “Por ti poño esta vida na punta dun puñal”, por ti daría mi vida, por ti haría cualquier cosiña, Agnes, cualquiera. Por eso... quiero pedirte si...»
Antes de proseguir, Lúa se acercó a mí con algo en las manos. Tenía algo escondido en sus temblorosas manos. Yo no era capaz de moverme. No podía retirar los ojos de ella. Me había hundido en su mirada como si no hubiese nada más en el mundo, como si mi vida dependiese de ella, de permanecer mirándola para siempre. Estaba tan hermosa y, en ese momento, su infinita belleza había caído sobre mí, embelesándome. Llevaba un vestido blanco y dorado cuya falda volaba cuando ella se movía, con el pecho lleno de flores, con el talle ajustadiño... Tenía los cabellos más brillantes que nunca bajo la luz de todas las velas que alumbraban aquella noche y sus ojos parecían dos esmeraldas refulgentes. Me sonreía con vergüenza, como si en ese momento volviese a ser esa chica que me confesaba cuán enamorada estaba de mí, como si de nuevo nos hallásemos en esa noche en la que nos besamos por primera vez.
«Por eso, quiero pedirte si... si quieres casarte conmigo, Agnes» me dijo casi sin voz. La emoción quería silenciar su preciosa voz, su dulce voz, la voz más bonita que jamás ha existido en este mundo, que jamás habló en este mundo. En ese momento, su sonrisa temblaba porque la emoción quería que ella llorase, sólo que llorase, pero Lúa luchaba contra el llanto porque no quería perder ni la más leve noción de ese momento tan importante. Entonces, me di cuenta de que lo que tenía escondido entre sus dedos era una cajiña brillante y pequeña.
«¿Quieres, Agnes?» volvió a preguntarme con miedo, como si pensase que el silencio que me paralizaba fuese un no. Yo no podía hablar porque estaba profundamente sorprendida y, en ese instante, ya había comenzado a sentir que nacía en mí una alegría muy grande, enorme, infinita, que me llenaba toda el alma, todo mi cuerpo, que de súbito me hizo tener ganas de reír y de llorar a la vez.
Me di cuenta, también, de que todas las personas que nos rodeaban habían contenido la respiración. Permanecían mirándonos sin poder creer lo que estaba ocurriendo, pero también sabiendo que aquello iba a acontecer de un momento a otro. Vi que mi madre también se reprimía las ganas de llorar y que sonreía, sonreía de felicidad y de ternura. Entonces, supe que no podía seguir callada, que tenía que hablar, que ansiaba decir todo lo que sentía y pensaba. Creí que mi voz no sonaría porque el corazón me latía tan fuerte que no dejaría salir mi voz de mí, pero, cuando hablé, sentí que mi voz era clara, alegremente hermosa, como si surgiese de un manantial. No dominé lo que dije, sólo me dejé llevar por lo que sentía, que era mucho más fuerte que yo. Mientras me levantaba para situarme delante de Lúa, dije:
«Hace años que quiero casarme contigo, Luíña. Eres el amor de mi vida. Yo tampoco quiero estar sin ti nunca más, jamás. Yo no puedo vivir sin ti, Luíña. Nunca pude, nunca.»
Al oírme hablar, al escuchar lo que había dicho, Lúa se acercó más a mí y, tras abrir la cajiña que sostenía entre sus preciosas manos, me colocó un anilliño hermoso mientras me miraba con una intensidad tan fuerte que creí que me desharía con sus bonitos ojos verdes. Ya lloraba, ya no podía seguir reprimiendo toda la emoción que sentía; pero, casi sin poder hablar, me dijo:
«Pues nos casaremos, entonces, y estaremos juntas para siempre, para siempre, durante toda nuestra vida y durante nuestra eternidad, amor mío. Te quiero, Agnes.»
El anillo brillaba intensamente en mi mano. Era un anillo de amatista. Me quedé asombradísima cuando lo vi, cuando descubrí lo bonito que era.
Oí que todos comenzaban a aplaudir con alegría, a lanzar aturuxos, a reír, a darnos la enhorabuena. Lúa se rió mientras me abrazaba con fuerza contra ella, mientras yo buscaba sus labios en la noche y la besaba con un amor y una ternura infinitos. Entonces, mientras la besaba, me di cuenta de que las dos estábamos llorando.
Entre beso y beso, la miré con fascinación, con embeleso, siendo consciente del tesoriño que tenía entre mis brazos, conmigo para siempre, la miré como si en ese momento la viese por primera vez. Lúa es tan hermosa que nunca me cansaré de observarla. En ese instante, ella parecía un hada, un ser mágico, que había venido para enamorarme, para llenarme el alma de amor, de felicidad, de magia. Entonces pensé que la vida era mágica porque ella estaba conmigo. Nunca dudé de que la vida es mágica porque existe algo por encima de nosotros que la hace mágica, pero, en esos momentos, sentí que lo que más mágica hacía que fuese la vida era que Lúa existiese, que Lúa estuviese conmigo, enamoradiña de mí.
«Te amo, Luíña, te amo con todo mi corazón, vida mía, amor mío, miña xoia» le dije mientras enredaba mis dedos en sus cabellos rizados y rojiños, en sus cabellos de cobre.
«Yo te amo más» me contestó ella empujándome suavemente lejos de las sillas y de la mesa en la que habíamos cenado todos. Entonces, oí que mi tío comenzaba a tocar la gaita, mi madre cogía una pandereta y todos empezaban a cantar. En ese momento, lo único que deseé fue que la música sonase para siempre para poder bailar con Lúa todas esas canciones que no pudimos bailar durante años en las fiestas de nuestra aldeíña.
Lúa ya me hacía volar con su manera de danzar. Bailábamos entre la luz de las velas, de los faroliños, entre la música, entre el calor que nos daba el vino que habíamos bebido, entre la ternura y la felicidad, flotando por encima de toda esa felicidad que nos llenaba toda el alma. Nos reíamos, pero todavía llorábamos levemente de emoción. Mas en ese momento sólo bailábamos juntas, sintiéndonos cada vez más cerca la una de la otra. Yo me sentí como si de nuevo fuese esa adolescente que se enloquecía entre los brazos de esa chica tan especial por la que tanto adoraba el verano, que les daba sentido a las fiestas de la aldea y a esos meses de absoluto calor en los que todo permanecía en silencio, mucho más callado que en invierno.
Mientras bailábamos, no dejé de mirar a Lúa, me alimentaba de su belleza para seguir sonriendo, sentía que ella tenía la energía que me movía, que me hacía volar. Sabía que los demás nos miraban sonriendo tiernamente y que muchos ya bailaban también, pero mi mundo era Lúa, era sólo Lúa. Era ella la luz de la noche, la luz que quebraba las sombras, la música que sonaba, la felicidad que hacía latir mi corazón. Aún recuerdo como si hubiesen sido un sueño esos momentos tan intensos en los que sentí que no tenía materia, que ya no había tierra bajo mis pies. Volaba junto a ella, tan pegadiña a ella, que me sentía de aire, que sentía que ella me llevaba entre sus brazos. Su mirada me sostenía, era mi equilibrio.
Recordé fugazmente aquella noche de verano en la que ambas fuimos a una fiestiña que celebraban en una aldeíña cerca de la nuestra, aquella noche de julio en la que yo todavía estaba con Artemisa y que ansiaba entregarme a Lúa para recuperar todo ese tiempo perdido; esa noche en la que las dos nos reprimíamos, nos esforzábamos por no besarnos, por no traspasar esa frontera que imponía el hecho de que yo estuviese con otra mujer. Qué inocentes fuimos en ese tiempo en el que pensamos que podríamos luchar contra la fuerza del amor que siempre sentimos la una por la otra. Aquella noche, fuimos mucho más adolescentes de lo que lo fuimos en el pasado, en el pasado, fuimos mucho más valientes de lo que lo fuimos el año pasado.
Bailamos mucho, pero también tocamos música, una canción tras la otra. Yo sentía que no me costaba en absoluto danzar y percutir en la pandereta a la vez. Sentía que todos estábamos tan felices que la felicidad nos impelía a danzar, a cantar y a tocar sin parar, hasta bien entrada la madrugadiña, hasta casi notar la llegada del amanecer. Yo lo di todo ayer. Canté con toda mi alma, a pesar de tener todavía los rescoldos del enorme resfriado que sufrí estos días; pero canté sin importarme que tuviese cada vez menos voz, toqué hasta que noté que mis dedos eran ya parte de la pandereta en la que percuto en las fiestas desde que era niña, hasta que noté que la música y yo éramos un único ser. Y todo eso lo hice sintiéndome la mujer más feliz y dichosa del mundo, sin perder de vista a Lúa, quien también se había entregado profundamente a la música. Qué momentos tan y tan bonitos. Fueron increíbles, increíbles. Cuando ya terminamos de tocar, muchísimos familiares que hacía tiempo que no veía me dijeron que no sabían que yo tenía todos esos dones, que les había sorprendido muchísimo mi manera de bailar, de cantar y de percutir en la pandereta. Es cierto que siempre he bailado muy bien, que siempre dominé muy bien la pandereta y que canto con toda mi alma siempre que puedo; pero siempre me conmueve mucho que me feliciten por hacer bien algo que yo amo hacer. Siento que mis habilidades tienen sentido.
La persona que más cariñosamente me dio la enhorabuena por comprometerme con Lúa fue Casandra y eso me asombró muchísimo porque yo creí que a ella no le gustaría que me casase con Lúa, pero me dijo que se alegraba de verdad por nosotras y que, evidentemente, vendría a la boda si la invitábamos. Por supuesto, la invitaremos. No tendría sentido hacer lo contrario. Nuestra boda será en primavera, cuando ya los días sean más largos y los árboles den sus primeras hojas.
Nos fuimos a dormir sintiendo que habíamos vivido la noche más intensa de nuestra vida. Me sentía tan feliz que me costó mucho dormir. Además, no nos fuimos a dormir enseguida que nos quedamos soliñas en el cuarto, por supuesto que no.
Y eso es todo por hoy. Creo que nada puede hacerme más feliz que saber que ahora sí podré estar con Lúa para siempre, absolutamente para siempre, en nuestra tierra.
Y, por cierto, también tengo que contar que nos ha tocado algo en la lotería, un pellizquiño bastante importante de dinero, y, con esos cuartos, lo que haremos será reconstruir la casa de la aldea y hacer algunas reformiñas en nuestro piso, que hace muchos años que no se reforma y precisa algunas mejoras, y lo que haremos también será viajar, viajar mucho. Con estos cuartos, ahora puedo estar más relajada en el trabajo, pero tampoco quiero dejar de trabajar por tener más dinero, por supuesto que no. No es sólo nuestro. Siento que también es de nuestra familia, por eso no nos lo quedaremos todo y le daremos una gran parte a mi madre, a mi tío, incluso a Casandra si lo necesita... mas ella todavía no sabe que nos tocó la lotería. Es muy bonito que tocase aquí en Ourense, aunque sea ese pellizquiño. ¿qué más podemos pedir? La vida nos sonríe todo eso que no nos sonrió en el pasado. Ahora siento que lo recuperamos todo, todo, todo eso que no tuvimos antes, pero no lo digo por el dinero, sino por la felicidad, por el amor, por todo lo que nos hace verdaderamente afortunadas por estar vivas.

domingo, 22 de diciembre de 2019

DIARIO DE LÚA: SÁBADO, 21 DE DECEMBRO DE 2019


sábado, 21 de Decembro de 2019
Entre as paredes de pedra da casa de Anxiños, o mundo parece un lugar seguro. Lonxe queda o feroz vento e a agresiva choiva que azoutan Galiza dende hai ben días. Vén un temporal tras outro facendo moito dano. Os ríos medran sen control, o vento arrinca árbores sen piedade, o mar axítase, xorden das augas ondas inmensas que parecen querer devorar a costa e, sobre todo, a natureza volveuse perigosa. Non hai recuncho de Galiza que se libre destes temporais que tanto destrúen. Hoxe vin voar árbores por riba das casas e das rúas. Vin que esas árbores caían entre os muros de pedra e ficaban esnaquizadas no chan, baixo ese ceo que non deixaba de chorar sen consolo. Sentín arreguizos cando vin esas imaxes, cando notei ao meu redor a forza dese vento que arrasa con todo. Non sabía que facer. Quedara totalmente abraiada vendo como as árbores voaban por riba nosa. Agnes arrincoume dese momento con forza e decisión, turrándome da man e empurrándome a entrar na casa de Anxiños (e de Agnes)  e rifoume tenramente por ficar tan paralizada, sen moverme, pois estaba en perigo, pero eu non o vira, non o sentira. Nunca vira algo igual. Nunca. E levo anos vivindo en Galiza. Seica si houbo antes temporais como estes, tan violentos e destrutivos; pero esquecinos. Este impresionoume moito máis que ningún que vira antes.
Mais na nosa vida non hai máis que paz, calma. Non hai treboadas que axiten os nosos días. Emporiso, síntome protexida na nosa vida, onde todo é maxia, amor, calor, bondade, momentos fermosos. Nunca crin que puidese ser tan feliz. Eu soñara moitas veces con vivir unha vida así, pero nunca imaxinei que ese soño viraría nunha realidade moito máis fermosa cá que eu imaxinara, coa que eu soñara.
Quero escribir porque preciso converter en verbas todo o que sinto estes días tan especiais. Cando penso no que estou vivindo, noto que a ialma se me enche dunha felicidade tan grande que me descontrola. Fico sorríndome a min mesma, agradecendo todas as beizóns que enchen os meus días, e daquela síntome a persoa máis afortunada do mundo. Nunca crin que viviría algo así, que podería ser tan e tan feliz con Agnes, que me podería sentir tan querida. Síntome tan querida que, moitas veces, me parece que me derreterei, que o inmenso amor que Agnes me amosa todos os días, en cada momento, me volverá de ar, que, sen prevelo, deixarei de sentir a terra baixo os meus pés e voarei lonxe, lonxe, con ela, pero ficando non obstante na nosa terra, porque tanto a súa ialma coma a miña están vencelladas a esta terra para sempre e iso nunca poderá mudar.
Quería falar do presente, do precioso presente que estamos a vivir, pero tamén do pasado, porque moitas das cousiñas que vivimos me traen lembranzas de momentos que pensaba esquecidos para sempre xa. É coma se estar con Agnes, sendo tan feliz con ela, me levase ao pasado para que quitase á luz todos eses momentos dos que nunca lle falei a ninguén. Hai tantos que non sei cal recuperar agora.
Arestora sinto que non son a mesma muller que o ano pasado decidiu finxir que morría para sacarse do medio e permitir coa súa desaparición que a persoa que máis amaba fose feliz con outra muller. Cústame entender por que me trabuquei tanto e tanto. Agnes díxome milleiros de veces que estaba moi equivocada pensando desa maneira, que nunca habería de ter marchado porque ela nunca me deixou de amar. Mesmo me confesou que era posíbel que me deixase por Artemisa, pero, co paso dos días, daríase de conta de que non podía vivir sen min porque nunca me deixou de botar en falla. Si foi feliz con Artemisa durante un tempo, pero, malia sentirse feliz e chea con ela, sempre tivo na súa ialma un baleiro que nunca conseguía ignorar, que nunca se enchía, que nunca desaparecía. Confesoume moitas veces que necesitaba estar comigo, que precisaba compartir comigo todo iso que compartiramos. Agnes sempre chora cando me confesa todo iso e eu choro de emoción porque sinto que me arrisquei a perdela para sempre, outra vez, outra vez, por terceira ou carta vez na nosa vida. Arrisqueime a perder a oportunidade de ser feliz coa única persoa que me pode facer feliz, á única persoa á que sempre amei, sempre, non importando que se achase lonxe, que non puidese estar comigo. Entender que nunca a esquecería fíxome moito dano no seu momento. Agnes quedara gravada no meu interior para sempre, sendo parte da miña ialma, coma se a súa existencia fixese a miña existencia, coma se ela mesma crease a miña ialma. Era algo de min, era tanto de min, que durante anos sentín que me esvaecía sen ela, que a precisaba para respirar e estar sa. A doenza do corazón que teño dende cativiña fíxose moito máis grave cando entendín que nunca a esquecería, cando fun consciente de canto dano nos fixeran separándonos.
Sei que todo iso queda lonxe, pero gústame lembralo porque sinto entón que a felicidade que enche a nosa vida se fai moito máis forte. Lembrar a tristura fai que a alegría sexa máis intensa. Agora entendo moitas cousas, tantas que me dá a sensación de que eu non vivín a miña vida, de que a miña vida non a vivín eu, senón que a vin dende fóra, porque a miña vida real non era esa que eu cría estar vivindo. Agora é coma se a sentise de novo, coma se vivise outra vez eses anos perdidos que me tiraron con tanta crueldade, que nos tiraron ás dúas, sen piedade. Hai erros humanos que destrúen vidas, que fan tanto dano que parece imposíbel podelos esquecer, pero eses erros sempre nacen do medo. O medo é unha emoción innata que temos dende sempre, pero hai medos intensificados, feitos grandes a man tenta, e que realmente non teñen fundamento. O medo a que rexeitasen a Agnes foi o que empurrou a Anxiños a levala lonxe, a enviala lonxe de eiquí, pero tamén foi o medo a que ela e máis eu estivésemos xuntas sen ter que estalo. Estaba prohibido amarnos e moi ben sabía Anxiños que a ningunha das dúas nos importaba iso porque nos amabamos de verdade e, cando se ama de verdade, non importa ren máis que ese amor. Anxiños sabía dende había ben anos que entre Agnes e máis eu había algo moi especial que non todas as persoas podían entender. Sabíao porque ela sempre coñeceu moi ben á súa filla, porque a unha nai nunca se lle escapan esas cousiñas. Unha nai sabe ler no ollar dos seus fillos os sentimentos que non se atreven a converter en verbas. A miña nai non era tan atenta comigo como o era Anxiños con Agnes. Amais, a miña nai pasaba moito tempo sen falar comigo, sen observarme detidamente. A miña nai sempre foi moi á súa bóla, como se adoita a dicir, e eu era unha rapaza moi independente que non precisaba o agarimo da súa nai para sentirse ben ou iso era o que eu cría. Seguramente si que o botaba en falla, pero nunca o quixen recoñecer. Custábame recoñecer os sentimentos que sentía polos meus pais. Á miña nai queríaa moitísimo, é evidente, pero a súa intransixencia e tamén o excesivo control que exercía en min cando estabamos en Ourense abafábanme tanto que cría que non a quería tanto como pensaba. Amais, cando somos adolescentes, é máis complicado que recoñezamos o que sentimos e moitas veces verbalizamos precisamente o contrario do que pensamos e sentimos.
Ninguén se encargou de explicarme que había no mundo persoas que amaban dun xeito distinto que, en principio, non estaba aprobado pola sociedade. Ninguén me falou nunca de que había outra maneira agochada e moito máis bonita de querer. Descubrín por min mesma que en min había algo que fallaba, que, atendendo ao que todos agardaban de min, non se correspondía coa realidade nin co que pensaban que eu tiña que ser. Cando me dei de conta de que me gustaba Agnes, pasei longas horas chorando e sentindo rabia. Sabía moi ben por que choraba, que me ocorría; pero tamén me sentía afortunada e especial. Sabía que eu nunca podería amar a un home coa miña ialma e iso asustábame moito, pero tamén me atraía, era unha idea que me estarrecía e me atraía asemade. Era moi cativa cando souben que eu era diferente. Nunca lle puiden explicar a ninguén o que me ocorría, nunca, ata que fun adolescente e comecei a falar coas miñas amigas deses temas. Eu nunca dicía se me gustaba algún rapaz, ao contrario que Silvia, por exemplo, que a ela lle gustaban practicamente todos os rapaces da escola e moito máis lle gustaban se eran maiores ca ela. Lembro especialmente dunha conversación que mantivemos paseando xuntas pola beiriña do Miño unha tarde de setembro, dourada e fermosa, cálida e fresquiña asemade (como pode pasar só eiquí en Ourense). Había pouquiño que voltara da aldeíña e aínda estaba moi tristeiriña. Non dera superado que Agnes e máis eu xa non nos volveriamos ver nunca máis. Foi o derradeiro verán que compartimos sendo adolescentes. Non volveriamos compartir outro verán ata que pasasen trinta anos.
Eu tiña daquela dezaseis anos. Lembro que Silvia me preguntou: “e ti que, Luíña? Nunca che gustou ninguén? De verdade disme que na aldeíña non hai ningún rapaz que che faga sentir bolboretas no estómago?” Silvia sempre foi moi romántica e inxenua, emporiso lle fixeron tanto dano ao longo da súa vida, emporiso agora xa non quere saber nada máis do amor, porque está profundamente decepcionada con ese sentimento que debe de facernos tan felices e que a ela lle fixo sentir morrer de tristura.
Eu contesteille isto: “boeno.” Ela preguntoume: “como que boeno?” Neses momentos, sentía a fortísima necesidade de confesarlle o que sentía. Precisaba falar con alguén. Non aguantaba máis ese silencio no que pechaba os meus sentimentos. Notaba que o que sentía se convertera nunha bóla de ferro que me apertaba a ialma, ameazando con saír sen control dos meus beizos.
Eu confiaba profundamente en Silvia. Era a miña mellor amiga, foi sempre a miña mellor amiga. Dende que tiñamos tres anos, estivemos xuntas coma se fósemos irmás. Era a única persoa que nunca me fixera sentir mal, que nunca me traizoara, que sempre estivo comigo día e noite apoiándome, contando comigo para todo. E sigue sendo así. A maiores de Agnes, é a persoa que mellor me coñece.
Díxenlle: “Silvia, prométeme que xamais, nunca, lle dirás a ninguén o que che vou confesar agora.” Estaba estarrecida, estremecida, pero con tantas ganas de falar... Cando Silvia me dixo que ela nunca lle falaba a ninguén do que ela e máis eu falabamos, entón, con moitísima vergonza, confeseille: “si, na aldeíña hai alguén que, dende hai ben anos, me fai entolecer, que non só me fai sentir bolboretas na barriga, senón tamén moita calor, moita alegría, moito amor, agarimo...”
Silvia quedara totalmente abraiada, sen saber que dicirme. Mirábame de esguello, sen atreverse a pousar os ollos en min. Non me quería mirar porque intuía que o meu ollar a impresionaría moito máis. Só me dixo: “ti estás loucamente namorada, Luíña. Por que nunca mo dixeches?”
“Porque non é un amor comprendido, porque non é un amor aceptado, porque é un amor prohibido.”
A Silvia xa lle falara de Agnes en moitísimas ocasións. Contáballe todo o que facía con ela na aldeíña, faláballe desas longas tardes de baile, de festa, de cantos; das tardes no río, dos paseos polo bosque... Faláballe de todo o que compartía con Agnes esas semanas nas que eramos as rapazas máis felices do mundo. Eu tamén pasaba horas cos demais rapaces que viñan á aldea no verán e tamén cos que alí vivían sempre; pero con Agnes gozaba moito máis da vida, con Agnes gustábame estar de verdade. Silvia coñecía a existencia de Agnes. Non sei se algunha vez imaxinou o que eu sentía por ela. Preguntárame algunha vez por que lle falaba máis dela cós dos demais e nunca lle souben contestar a iso. Só lle dicía que con ela tiña moitas cousas en común, pero sei que non a conseguía convencer de todo coa miña resposta. Silvia sabía que había algo máis que eu non lle contaba, pero, evidentemente, nunca me preguntou ren.
Non obstante, aquela tarde, sentín que me facía todas esas preguntas que nunca se atrevera a me facer. Facíamas en silencio, comprendía en silencio, intuía en silencio, invitándome a que seguise falando. Entón proseguín: “é un amor prohibido porque namorei doutra rapaza, Silvia, e o máis bonito é que ela me corresponde. Ela sempre sentiu algo moi fermoso por min, pero ata este verán non nos atrevemos a confesárnolo.”
Eu falaba moi baixiño, case non me ouvía nin eu mesma, falaba moi pretiño do oído de Silvia, con medo a que o vento puidese levarlle as miñas verbas á miña nai onde queira que estivese, aínda que eu xa sabía que a miña nai coñecía o que pasaba entre Agnes e máis eu.
“Pero vannos separar, Silvia, porque a súa nai a quere enviar a estudar lonxe, pensando que é o mellor para ela, enviala lonxe de eiquí, cando ela nunca se imaxinou a si mesma vivindo fóra de Galiza, da aldeíña na que sempre viviu. Ela non poderá estar ben se a mandan lonxe de eiquí”
“E de ti” interveu ela con agarimo. “E ti nunca poderás estar ben se a afastan de ti, verdade? Emporiso estás tan tristeiriña dende que chegaches da aldeíña, porque sabes que nunca máis a volverás ver.”
Eu asentín con bágoas nos ollos. Non quería chorar porque me daba medo ceibar todos eses sentimentos que me apertaban a ialma, pero xa non podía fuxir do pranto. Comecei a chorar sen acougo, tentando domear esa profunda tristura que me desfacía, pero non podía loitar contra esas emocións tan fortes, contra a inmensa decepción que me enchía a ialma toda. Silvia estivo ao meu carón tentando animarme, pero tamén apoiándome. Sabía que ela entendía o que eu sentía. Sabía que ela non me xulgaba e iso era o que máis me calmaba, o que mellor me facía sentir. Silvia estaba comigo, comprendéndome, apoiándome, coma sempre, unha vez máis.
“Cando sexades xa maiores de abondo para poderdes facer a vosa vida, entón ti procurala e seguramente poderedes estar xuntas para sempre sen que ninguén volo impida” animoume con agarimo. Eu quería crer nas súas verbas, pero custábame moito porque, neses momentos, tiña o corazón cheo de desesperanza e tristura.
E foi así. Eu procurei a Agnes por ceo e terra cando o puiden facer, cando comecei a estudar en Barcelona; pero a vida non nos quixo xuntar de novo. O destino non nos permitiu reencontrarnos. Agora arrepíntome moitísimo de non ter loitado máis por ela, por deixarme vencer polo desalento e a doenza e sobre todo por desaparecer cando volviamos ter a oportunidade de estarmos xuntas, de loitarmos pola nosa vida, por esa vida que sempre soñaramos vivir xuntas... pero Anxiños hoxe díxome unha cousiña moi bonita. Díxome que non tiña sentido laiarnos polo que xa se fixo e non se pode arranxar, que é certo que pasamos trinta anos separadas, pero aínda estamos na metade da vida e temos unha morea de anos para ser todo o felices que non puidemos ser no pasado. Díxome que o que importa é o presente e o futuro, non o pasado, que o pasado é un trampolín que nos empurra ao futuro, non unha lagoa de erros e lamentacións. Canta razón ten. Que sabia é Anxiños.
Ás veces, quedamos detidos nas lembranzas arrepentíndonos de non ter actuado doutra maneira ou tamén de non ter vivido como neses momentos nos gustaría volver vivir todo iso que xa pasou; pero o que conta é que seguimos para adiante e que a vida nos reserva, sen nós sabelo, moitas sorpresas fermosas que criamos que nunca chegarían a nós, pero chegan. Eu creo que, se temos fe, podemos cumprir os nosos soños; mais tamén é certo que precisamos axuda do noso redor, do mundo, para podermos volver realidade todo iso que tanto devecemos vivir. Creo que eu recibín esta oportunidade tan fermosa porque a vida quixo, non porque eu o buscase. Evidentemente, eu levo toda a vida desexando vivir con Agnes eiquí en Ourense, sendo libres, podendo ter a nosa familia preto de nós, podendo compartir todo iso que sempre nos uniu; pero tamén me deixei levar moitísimo pola razón, por eses pensamentos destrutivos que che din: “teste que apartar do medio, has de desaparecer, porque non mereces ter contigo unha persoa tan marabillosa. Esa muller non é para ti. Ti non es boa de abondo para ela. Desaparece e déixaa vivir en paz.” Escoitei a eses pensamentos e marchei crendo que estaba a facer o mellor para ambas as dúas. Que trabucada estiven.
Tamén quero falar doutra cousiña que me ten algo... desacougada. Resulta que, dende que cheguei eiquí, Uxía, que tan amiga miña fora, non me fala case. Entendo que estea decepcionada coa vida por non poder estar con Agnes. Hai unha semana, aproximadamente, farteime desa situación e, logo de rematarmos un ensaio, achegueime a ela e díxenlle que quería que quedásemos para falar. Sentía que tiñamos que falar seriamente, con acougo, porque eu tamén precisaba preguntarlle unhas cantas cousiñas, pero non lle quería botar ren en cara. Só quería coñecer os seus sentimentos. Ela tentou evitar quedar comigo, pero ao final non lle quedou máis remedio. Amais, Silvia ouvira a nosa conversa e díxolle que debía de quedar comigo para explicarme moitas cousiñas que eu precisaba coñecer.
Cando xa puidemos falar, non me andei con parvadas e directamente pregunteille por que tentara conquistar a Agnes coñecendo perfectamente o que eu sentía por ela. A súa resposta deixoume abraiadísima. Díxome: “porque eu non sabía que Agnes aínda te quería e notaba que eu a ela lle atraía.” Non había nada máis que falar, pero díxenlle: “non te gardo rancor por iso, nin moito menos; pero síntome un pouquiño traizoada. Xaora que, co que fixeches por nós, xa queda todo arranxado, pero abraioume moito descubrir que ti tentaches conquistar a Agnes, que mesmo estiveches con ela.” Uxía díxome que Agnes tamén quixo deitarse con ela, que non fora ela soa, e, evidentemente, iso é certo. Eu repetinlle moitísimas veces que non lle gardaba rancor por ren, que o único que necesitaba era que me explicase como ocorreran as cousas dende o seu punto de vista, nada máis; pero Uxía levantou unha bandeira de guerra entre nós. Non me fala. Cando estamos nos ensaios, fálame o xusto para que as cousas vaian ben, pero eu sinto que non quere saber nada máis de min. Pregunteille que lle ocorría comigo, pero só me dixo: “ren, non me ocorre ren.” Mais eu noto que as cousas están tensas entre ambas as dúas. Tentei moitas veces que esa corda que está tan tensa entre as dúas se crebase, pero Uxía non pon da súa parte e, entón, é imposíbel levarse ben con alguén que nin quere falar contigo. A min non me gusta nada levarme mal coas persoas que quero e o que pasa con Uxía dóeme. Amais, Uxía vai todos os días á cafetaría para almorzar aí e case que non fala con Agnes. Hai ben semanas que Agnes nota que se produciu un cambio nela que a ningunha de nós nos gusta. Silvia tamén o notou, pero con Silvia e coas demais mulleres de Iauga lévase ben. Agardo que isto sexa algo pasaxeiro e que, dentro de pouquiño, poidamos ser as amigas que fomos sempre. Coñezo a Uxía dende hai dez anos, mínimo, e dóeme que esteamos así. Coñecina unha noite que saín de festa con Daniel. Estaba bebendo unha copa soíña nun recuncho, mirando timidamente ao seu redor. Daniel Díxome: “esa hai pouco que saíu do armario” e fomos falar con ela. A conexión entre ambas as dúas foi inmediata. Mesmo tivemos un efémero romance que ambas as dúas rompemos por mutuo acordo, porque nin eu estaba namorada dela nin ela quería namorar máis de min sabendo que eu non a podía corresponder. Foi unha relación bonita, desas que che enchen a ialma de ilusión, pero sabes que non van durar, que non son reais, que son momentáneas. Sempre fomos amigas, independentemente do que pasou entre nós, porque nos levamos moi ben sempre, porque con Silvia fomos as creadoras de Iauga e os nosos comezos foron preciosos, como fomos procurando a máis xente que quixese unirse a nós, como fomos medrando co paso dos anos, como fomos tocando os nosos primeiros concertos en festiñas locais... e é unha mágoa que agora esteamos así.
Mais todos estes problemas fican lonxe de min cando estou con Agnes. Cando compartimos todo o que somos, parece quedar lonxe todo, todo. Non hai problemas, nin tensións nin doenzas, nin ren, ren. É coma se estar con ela fose como estar noutro mundo. Na nosa casa, sentimos que non hai ningún perigo. Compartimos todo o que facemos, cociñamos xuntas, facemos música xuntas, mesmo compartimos os nosos momentos de lectura, cadaquén lendo o que lle apetece ler nese momento, pero debatemos verbo do que lemos... Saímos a pasear xuntas (cando o clima nolo permite, que hai ben días que iso non pasa) e falamos durante horas de todo, de milleiros de temas distintos, compartindo opinións, pero tamén expoñendo as cousiñas que pensamos de xeito distinto. Con ela manteño unha relación idílica, seino. Sei que parece unha relación de novela, de película de amor, porque é demasiado marabillosa para que sexa certa. Non dubido para nada do que ela sente por min e a ela pásalle o mesmo comigo. Eu sabía que poderiamos ser moi felices se estabamos xuntas, sempre o souben, porque, dende que eramos cativas, compartimos moitísimas cousiñas, coincidiamos en moitas máis, e eu sabía que entre nós había unha conexión moi especial. Se non a houbese, xa non nos amariamos como nos amamos, o noso amor ficaría esquecido na nada, e non é así para nada, nunca foi así.
Eu lembro todas esas veces nas que, no verán, chegaba á aldeíña, baixaba do coche da miña nai e corría e corría pola corredoira que accede á aldeíña tendo o corazón acelerado de emoción. Iso comezou a pasar sobre todo a partir de que cumprise dez anos. Agnes só tiña sete anos cando comezamos a coñecernos mellor. Evidentemente, era moi cativa aínda, pero o intelixente de abondo para ter coñecido as cousiñas máis tristes da vida. Amais, a pobreza que sempre invadiu a súa vida fíxolle madurar moito máis cedo que aos outros rapaces da aldeíña. Eu cumpriría once anos nese verán no que comecei a falar máis con ela. Lembro que, cando cheguei á aldeíña, correndo, sen folgos xa, ela estaba na corte coa súa vaquiña, á que quería coa súa ialma toda. Chamábase Terriña e era unha vaca moi boíña, cun ollar moi nobre, que non se asustaba cando te achegabas a ela. Estaba afeita ao contacto cos humanos porque Agnes sempre estivo con ela, dende sempre, dende que era unha meniña. Coidábaa coma se fose filla súa. Agnes nunca tivo bonecas, nunca tivo xoguetes. Ela non sabe que é xogar cun boneco. Ela sempre coidou aos animais coma se iso fose un xogo, un xogo moi serio, e a min iso chamábame moitísimo a atención.
Cheguei a onde estaba ela. Non había ninguén máis. Era á tardiña, empardecía, e había moito silencio ao noso redor. Ela non se atrevía a falarme porque, despois de tanto tempo sen vernos, sentía moitísima vergonza; pero eu ignorei os seus sentimentos e comeceille a preguntarlle como lle fora ese ano. Ela só me dixo: “foi.” Custaba moitísimo arrincarlle verbas, frases longas; pero, cando á fin xa comezaba a confiar en min, falábame con moita madurez de moitísimos temas dos que eu non falaba con ninguén.
Ela mirábame fixamente, tentando que eu non me dese de conta, pero eu notaba como os seus ollos loitaban contra a vergonza que ela sentía. Loitaban por pousarse en min. A Agnes chamáballe moito a atención a cor intensa dos meus cabelos vermellos e crenchos, a cor dos meus verdísimos ollos. Sempre me dixo que eu tiña nos ollos a cor da herba que medra na primavera despois do desxeo. Dicíame que eu era tan fermosa como un solpor de outono, intensamente brillante, coa cor do ceo incendiado polo sol que morre, coa mirada das follas verdes que non queren abandonar as pólas que as viron nacer. Díxome sempre unhas cousiñas tan bonitas... e díxomas cando xa levaba eu días na aldeíña, cando ninguén nos ouvía, cando bailabamos xuntas nas festiñas da aldea, tan divertidas que eran. Ano tras ano, bailamos sempre xuntas, tenteina acompañar coa pandeireta, inutilmente porque ela tocaba tan ben que eu nin a podía seguir... Bailamos sempre xuntas, cada vez máis lonxe dos demais, ata que só nos rodeaban as árbores do bosque. Entón si nos falabamos en segredo, en voz moi baixiña, coma se non quixésemos que a natureza ouvise as nosas verbas. As nosas secretas conversas foron mudando co paso dos anos ata que, aquel derradeiro verán que compartimos sendo rapazas, xa se volveron conversacións prohibidas, verbas que se mesturaban con bicos tímidos, con apertas que tentabamos disimular namentres danzabamos. Ninguén se fixaba en nós (ou iso criamos nós) e iso dábanos liberdade de abondo para bicarnos, para estar o máis xuntas posíbel. Lembro que había tardes nas que eu lle propoñía a Agnes ir ao muíño que quedaba na beiriña do río (un muíño que agora está en ruínas). No verán, non se empregaba tanto. Agnes aceptaba sabendo moi ben por que quería estar a soas alí con ela. Non facía falta que nos dixésemos ren.
Que recordos tan bonitos. Estas lembranzas alimentan a felicidade que agora enche a nosa vida toda, que estará enchéndoa para sempre, ata a fin dos nosos días.
Agora, Agnes ten un arrefriado horríbel, a pobriña. Non temos luz na casa dende onte (estou escribindo grazas á luz da lareira) por mor do temporal. Segue a chover, vai un vento horríbel que non deixa de zoar con forza. Parece que isto non teña fin.
O martes virá Casandra con Gabriel eiquí a Ourense e pasarán o Nadal na aldeíña. Faime ilusión coñecer mellor a Casandra. A noite que a coñecín, case non tiven tempo para saber como era. Agora si que nos poderemos coñecer ben. Agnes tamén ten ganas de vela, sobre todo para poderlle preguntar por Artemisa. Hai ben días que Agnes nota que a Artemisa lle pasa algo horríbel que ninguén se atreve a contarlle. Está a facer rituais fermosos para enviarlle enerxía positiva e saúde.
Para a Noiteboa, teño preparada unha sorpresa fermosa para Agnes, da cal non falarei eiquí por se acaso a ela se lle ocorre ler isto. A partir de entón, sei que seremos moitísimo máis felices.


Traducción:


Sábado, 21 de diciembre de 2019
Entre las paredes de piedra de la casa de Anxiños, el mundo parece un lugar seguro. Lejos queda el feroz viento y la agresiva lluvia que azotan Galicia desde hace tantos días. Viene un temporal tras otro haciendo mucho daño. Los ríos crecen sin control, el viento arranca árboles sin piedad, el mar se agita, surgen de las aguas olas inmensas que parecen querer devorar la costa y, sobre todo, la naturaleza se ha vuelto peligrosa. No hay rincón de Galicia que se libre de estos temporales que tanto destruyen. Hoy vi volar árboles por encima de las casas y de las calles. Vi que esos árboles caían entre los muros de piedra y quedaban destrozados en el suelo, bajo ese cielo que no dejaba de llorar sin consuelo. Sentí escalofríos cuando vi esas imágenes, cuando noté a mi alrededor la fuerza de ese viento que arrasa con todo. No sabía qué hacer. Me había quedado totalmente asombrada viendo cómo los árboles volaban por encima de nosotras. Agnes me arrancó de ese momento con fuerza y decisión, tirándome de la mano y empujándome a entrar en la casa de Anxiños (y de Agnes) y me regañó tiernamente por permanecer tan paralizada, sin moverme, pues estaba en peligro, pero yo no lo había visto, no lo había sentido. Nunca había visto algo igual. Nunca. Y llevo años viviendo en Galicia. Quizás sí hubo antes temporales como éstos, tan violentos y destructivos; pero los olvidé. Este me impresionó mucho más que ninguno que viera antes.
Mas en nuestra vida no hay más que paz, calma. No hay tormentas que agiten nuestros días. Por eso, me siento protegida en nuestra vida, donde todo es magia, amor, calor, bondad, momentos hermosos. Nunca creí que pudiese ser tan feliz. Yo había soñado muchas veces con vivir una vida así, pero nunca imaginé que ese sueño devendría en una realidad mucho más hermosa que la que yo había imaginado, con la que yo había soñado.
Quiero escribir porque necesito convertir en palabras todo lo que siento estos días tan especiales. Cuando pienso en lo que estoy viviendo, noto que el alma se me llena de una felicidad tan grande que me descontrola. Permanezco sonriéndome a mí misma, agradeciendo todas las bendiciones que llenan mis días, y entonces me siento la persona más afortunada del mundo. Nunca creí que viviría algo así, que podría ser tan y tan feliz con Agnes, que podría sentirme tan querida. Me siento tan querida que, muchas veces, me parece que me derretiré, que el inmenso amor que Agnes me demuestra todos los días, en cada momento, me volverá de aire, que, sin preverlo, dejaré de sentir la tierra bajo mis pies y volaré lejos, lejos, con ella, pero permaneciendo no obstante en nuestra tierra, porque tanto su alma como la mía están enlazadas a esta tierra para siempre y eso nunca podrá cambiar.
Quería hablar del presente, del precioso presente que estamos viviendo, pero también del pasado, porque muchas de las cosiñas que vivimos me traen recuerdos de momentos que pensaba olvidados para siempre ya. Es como si estar con Agnes, siendo tan feliz con ella, me llevase al pasado para que sacase a la luz todos esos momentos de los que nunca le hablé a nadie. Hay tantos que no sé cuál recuperar ahora.
Ahora mismo siento que no soy la misma mujer que el año pasado decidió fingir que moría para quitarse del medio y permitir con su desaparición que la persona que más amaba fuese feliz con otra mujer. Me cuesta entender por qué me equivoqué tanto y tanto. Agnes me ha dicho miles de veces que estaba muy equivocada pensando de esa manera, que nunca tendría que haberme marchado porque ella nunca dejó de amarme. Incluso me confesó que era posible que me hubiese dejado por Artemisa, pero, con El Paso de los días, se habría dado cuenta de que no podía vivir sin mí porque nunca dejó de echarme en falta. Sí fue feliz con Artemisa durante un tiempo, pero, a pesar de sentirse feliz y llena con ella, siempre tuvo en su alma un vacío que nunca conseguía ignorar, que nunca se llenaba, que nunca desaparecía. Me confesó muchas veces que necesitaba estar conmigo, que precisaba compartir conmigo todo eso que habíamos compartido. Agnes siempre llora cuando me confiesa todo eso y yo lloro de emoción porque siento que me arriesgué a perderla para siempre, otra vez, otra vez, por tercera o cuarta vez en nuestra vida. Me arriesgué a perder la oportunidad de ser feliz con la única persona que puede hacerme feliz, a la única persona a la que siempre amé, siempre, no importando que se hallase lejos, que no pudiese estar conmigo. Entender que nunca la olvidaría me hizo mucho daño en su momento. Agnes había quedado grabada en mi interior para siempre, siendo parte de mi alma, como si su existencia hiciese mi existencia, como si ella misma crease mi alma. Era algo de mí, era tanto de mí, que durante años sentí que me desvanecía sin ella, que la necesitaba para respirar y estar sana. La enfermedad del corazón que tengo desde niña se hizo mucho más grave cuando entendí que nunca la olvidaría, cuando fui consciente de cuánto daño nos habían hecho separándonos.
Sé que todo eso queda lejos, pero me gusta recordarlo porque siento entonces que la felicidad que llena nuestra vida se hace mucho más fuerte. Recordar la tristeza hace que la alegría sea más intensa. Ahora entiendo muchas cosas, tantas que me da la sensación de que yo no viví mi vida, de que mi vida no la viví yo, sino que la vi desde fuera, porque mi vida real no era ésa que yo creía estar viviendo. Ahora es como si la sintiese de nuevo, como si viviese otra vez esos años perdidos que me quitaron con tanta crueldad, que nos quitaron a las dos, sin piedad. Hay errores humanos que destruyen vidas, que hacen tanto daño que parece imposible poder olvidarlos, pero esos errores siempre nacen del miedo. El miedo es una emoción innata que tenemos desde siempre, pero hay miedos intensificados, hechos grandes a propósito, y que realmente no tienen fundamento. El miedo a que rechazasen a Agnes fue lo que empujó a Anxiños a llevarla lejos, a enviarla lejos de aquí, pero también fue el miedo a que ella y yo estuviésemos juntas sin tener que estarlo. Estaba prohibido amarnos y muy bien sabía Anxiños que a ninguna de las dos nos importaba eso porque nos amábamos de verdad, y, cuando se ama de verdad, no importa nada más que ese amor. Anxiños sabía desde hacía muchos años que entre Agnes y yo había algo muy especial que no todas las personas podían entender. Lo sabía porque ella siempre conoció muy bien a su hija, porque a una madre nunca se le escapan esas cosiñas. Una madre sabe leer en la mirada de sus hijos los sentimientos que no se atreven a convertir en palabras. Mi madre no era tan atenta conmigo como lo era Anxiños con Agnes. Además, mi madre pasaba mucho tiempo sin hablar conmigo, sin observarme detenidamente. Mi madre siempre fue muy a su bola, como se acostumbra a decir, y yo era una chica muy independiente que no necesitaba el cariño de su madre para sentirse bien o eso era lo que yo creía. Seguramente sí que lo echaba en falta, pero nunca quise reconocerlo. Me costaba reconocer los sentimientos que sentía por mis padres. A mi madre la quería muchísimo, es evidente, pero su intransigencia y también el excesivo control que ejercía en mí cuando estábamos en Ourense me agobiaban tanto que creía que no la quería tanto como pensaba. Además, cuando somos adolescentes, es más complicado que reconozcamos lo que sentimos y muchas veces verbalizamos precisamente lo contrario de lo que pensamos y sentimos.
Nadie se encargó de explicarme que había en el mundo personas que amaban de un modo distinto que, en principio, no estaba aprobado por la sociedad. Nadie me habló nunca de que había otra manera escondida y mucho más bonita de querer. Descubrí por mí misma que en mí había algo que fallaba, que, atendiendo a lo que todos esperaban de mí, no se correspondía con la realidad ni con lo que pensaban que yo tenía que ser. Cuando me di cuenta de que me gustaba Agnes, pasé largas horas llorando y sintiendo rabia. Sabía muy bien por qué lloraba, qué me ocurría; pero también me sentía afortunada y especial. Sabía que yo nunca podría amar a un hombre con mi alma y eso me asustaba mucho, pero también me atraía, era una idea que me aterraba y me atraía a la vez. Era muy niña cuando supe que yo era diferente. Nunca pude explicarle a nadie lo que me ocurría, nunca, hasta que fui adolescente y comencé a hablar con mis amigas de esos temas. Yo nunca decía si me gustaba algún chico, al contrario que Silvia, por ejemplo, que a ella le gustaban prácticamente todos los chicos de la escuela y mucho más le gustaban si eran mayores que ella. Recuerdo especialmente una conversación que mantuvimos paseando juntas por la orilliña Del Río una tarde de septiembre, dorada y hermosa, cálida y fresquiña a la vez (como puede pasar sólo aquí en Ourense). Hacía poquiño que había vuelto de la aldeíña. todavía estaba muy tristiña. No había superado que Agnes y yo ya no nos volveríamos a ver nunca más. Fue el último verano que compartimos siendo adolescentes. No volveríamos a compartir otro verano hasta que pasasen treinta años.
Yo tenía entonces dieciséis años. Recuerdo que Silvia me preguntó: “¿y tú qué, Luíña? ¿Nunca te ha gustado nadie? ¿De verdad me dices que en la aldeíña no hay ningún chico que te haga sentir mariposas en el estómago?” Silvia siempre fue muy romántica e ingenua, por eso le han hecho tanto daño a lo largo de su vida, por eso ahora ya no quiere saber nada más del amor, porque está profundamente decepcionada con ese sentimiento que debe hacernos tan felices y que a ella le hizo sentir morir de tristeza.
Yo le contesté esto: “bueno.” Ella me preguntó: “¿cómo que bueno?” En esos momentos, sentía la fortísima necesidad de confesarle lo que sentía. Necesitaba hablar con alguien. No aguantaba más ese silencio en el que encerraba mis sentimientos. Notaba que lo que sentía se había convertido en una bola de hierro que me oprimía el alma, amenazando con salir sin control de mis labios.
Yo confiaba profundamente en Silvia. Era mi mejor amiga, fue siempre mi mejor amiga. Desde que teníamos tres años, estuvimos juntas como si fuésemos hermanas. Era la única persona que nunca me había hecho sentir mal, que nunca me había traicionado, que siempre estuvo conmigo día y noche apoyándome, contando conmigo para todo. Y sigue siendo así. Aparte de Agnes, sigue siendo la persona que mejor me conoce.
Le dije: “Silvia, prométeme que jamás, nunca, le dirás a nadie lo que te voy a confesar ahora.” Estaba aterrada, estremecida, pero con tantas ganas de hablar... Cuando Silvia me dijo que ella nunca le hablaba a nadie de lo que ella y yo hablábamos, entonces, con muchísima vergüenza, le confesé: “sí, en la aldeíña hay alguien que, desde hace muchos años, me hace enloquecer, que no sólo me hace sentir mariposas en la barriga, sino también mucho calor, mucha alegría, mucho amor, cariño...”
Silvia se había quedado totalmente sorprendida, sin saber qué decirme. Me miraba de reojo, sin atreverse a posar los ojos en mí. No quería mirarme porque intuía que mi mirada la impresionaría mucho más. Sólo me dijo: “tú estás locamente enamorada, Luíña. ¿Por qué nunca me lo has dicho?”
“Porque no es un amor comprendido, porque no es un amor aceptado, porque es un amor prohibido.”
A Silvia ya le había hablado de Agnes en muchísimas ocasiones. Le contaba todo lo que hacía con ella en la aldeíña, le hablaba de esas largas tardes de baile, de fiesta, de cantos; de las tardes en el río, de los paseos por el bosque... Le hablaba de todo lo que compartía con Agnes esas semanas en las que éramos las chicas más felices del mundo. Yo también pasaba horas con los demás chicos que venían a la aldea en verano y también con los que allí vivían siempre; pero con Agnes disfrutaba mucho más de la vida, con Agnes me gustaba estar de verdad. Silvia conocía la existencia de Agnes. No sé si alguna vez se imaginó lo que yo sentía por ella. Me había preguntado alguna vez por qué le hablaba más de ella que de los demás y nunca supe contestarle a eso. Sólo le decía que con ella tenía muchas cosas en común; pero sé que no conseguía convencerla del todo con mi respuesta. Silvia sabía que había algo más que yo no le contaba, pero, evidentemente, nunca me preguntó nada.
No obstante, aquella tarde, sentí que me hacía todas esas preguntas que nunca se había atrevido a hacerme. Me las hacía en silencio, comprendía en silencio, intuía en silencio, invitándome a que siguiese hablando. Entonces proseguí: “es una mor prohibido porque me he enamorado de otra chica, Silvia, y lo más bonito es que ella me corresponde. Ella siempre ha sentido algo muy hermoso por mí, pero a hasta este verano no nos atrevimos a confesárnoslo.”
Yo hablaba muy bajiño, casi no me oía ni yo misma, hablaba muy cerquiña del oído de Silvia, con miedo a que el viento pudiese llevarle mis palabras a mi madre dondequiera que estuviese, aunque yo ya sabía que mi madre conocía lo que pasaba entre Agnes y yo.
“Pero van a separarnos, Silvia, porque su madre quiere enviarla a estudiar lejos, pensando que es lo mejor para ella, enviarla lejos de aquí, cuando ella nunca se imaginó a sí misma viviendo fuera de Galicia, de la aldeíña en la que siempre ha vivido. Ella nunca podrá estar bien si la mandan lejos de aquí.”
“Y de ti” intervino ella con cariño. “Y tú nunca podrás estar bien si la alejan de ti, ¿verdad? Por eso estás tan tristiña desde que llegaste de la aldeíña, porque sabes que nunca más la volverás a ver.”
Yo asentí con lágrimas en los ojos. No quería llorar porque me daba miedo liberar todos esos sentimientos que me presionaban el alma, pero ya no podía huir del llanto. Comencé a llorar sin sosiego, intentando dominar esa profunda tristeza que me deshacía, pero no podía luchar contra esas emociones tan fuertes, contra la inmensa decepción que me llenaba toda el alma. Silvia estuvo a mi lado intentando animarme, pero también apoyándome. Sabía que ella entendía lo que yo sentía. Sabía que ella no me juzgaba y eso era lo que más me calmaba, lo que mejor me hacía sentir. Silvia estaba conmigo, comprendiéndome, apoyándome, como siempre, una vez más.
“Cuando seáis ya lo suficientemente mayores para poder hacer vuestra vida, entonces tú la buscarás y seguramente podréis estar juntas para siempre sin que nadie os lo impida” me animó con cariño. Yo quería creer en sus palabras, pero me costaba mucho porque, en esos momentos, tenía el corazón lleno de desesperanza y tristeza.
Y fue así. Yo busqué a Agnes por cielo y tierra cuando pude hacerlo, cuando comencé a estudiar en Barcelona; pero la vida no quiso juntarnos de nuevo. El destino no nos permitió reencontrarnos. Ahora me arrepiento muchísimo de no haber luchado más por ella, por dejarme vencer por el desaliento y la enfermedad y sobre todo por desaparecer cuando volvíamos a tener la oportunidad de estar juntas, de luchar por nuestra vida, por esa vida que siempre habíamos soñado vivir juntas... pero Anxiños hoy me ha dicho una cosiña muy bonita. Me dijo que no tenía sentido lamentarnos por lo que ya se hizo y no se puede solucionar, que es cierto que pasamos treinta años separadas, pero todavía estamos en la mitad de la vida y tenemos un montón de años para ser todo lo felices que no pudimos ser en el pasado. Me dijo que lo que importa es el presente y el futuro, no el pasado, que el pasado es un trampolín que nos empuja al futuro, no una laguna de errores y lamentaciones. Cuánta razón tiene. Qué sabia es Anxiños.
A veces, nos quedamos detenidos en los recuerdos arrepintiéndonos de no haber actuado de otra manera o también de no haber vivido como en esos momentos nos gustaría volver a vivir todo eso que ya pasó; pero lo que cuenta es que seguimos para adelante y que la vida nos reserva, sin nosotros saberlo, muchas sorpresas hermosas que creíamos que nunca llegarían a nosotros. Yo creo que, si tenemos fe, podemos cumplir nuestros sueños; mas también es cierto que necesitamos ayuda de nuestro alrededor, del mundo, para poder volver realidad todo eso que tanto ansiamos vivir. Creo que yo recibí esta oportunidad tan hermosa porque la vida quiso, no porque yo lo buscase. Evidentemente, yo llevo toda la vida deseando vivir con Agnes aquí en Ourense, siendo libres, pudiendo tener nuestra familia cerca de nosotras, pudiendo compartir todo eso que siempre nos unió; pero también me dejé llevar muchísimo por la razón, por todos esos pensamientos destructivos que te dicen: “tienes que apartarte del medio, has de desaparecer, porque no mereces tener contigo una persona tan maravillosa. Esa mujer no es para ti. Tú no eres suficiente para ella. Desaparece y déjala vivir en paz.” Escuché a esos pensamientos y me marché creyendo que estaba haciendo lo mejor para las dos. Qué equivocada estuve.
También quiero hablar de otra cosiña que me tiene algo... intranquila. Resulta que, desde que llegué aquí, Uxía, que tan amiga mía había sido, no me habla casi. Entiendo que esté decepcionada con la vida por no poder estar con Agnes. Hace una semana, aproximadamente, me harté de esa situación y, después de acabar un ensayo, me acerqué a ella y le dije que quería que quedásemos para hablar. Sentía que teníamos que hablar seriamente, con sosiego, porque yo también precisaba preguntarle unas cuantas cosiñas, pero no quería echarle nada en cara. Sólo quería conocer sus sentimientos. Ella intentó evitar quedar conmigo, pero al final no le quedó más remedio. Además, Silvia oyó nuestra conversación y le dijo que debía quedar conmigo para explicarme muchas cosiñas que yo necesitaba conocer.
Cuando ya pudimos hablar, no me anduve con tonterías y directamente le pregunté por qué había intentado conquistar a Agnes conociendo perfectamente lo que yo sentía por ella. Su respuesta me dejó asombradísima. Me dijo: “porque yo no sabía que Agnes todavía te quería y notaba que yo a ella le atraía.” No había nada más que hablar, pero le dije: “no te guardo rencor por eso, ni mucho menos; pero me siento un poquiño traicionada. Por supuesto que, con lo que hiciste por nosotras, ya queda todo arreglado, pero me sorprendió mucho descubrir que tú intentaste conquistarla, que incluso estuviste con ella.” Uxía me dijo que Agnes también quiso acostarse con ella, que no había sido ella sola, y, evidentemente, eso es cierto. Yo le repetí muchísimas veces que no le guardaba rencor por nada, que lo único que necesitaba era que me explicase cómo habían ocurrido las cosas desde su punto de vista, nada más; pero Uxía ha levantado una bandera de guerra entre nosotras. No me habla. Cuando estamos en los ensayos, me habla lo justo para que las cosas vayan bien, pero yo siento que no quiere saber nada más de mí. Le pregunté qué le ocurría conmigo, pero sólo me dijo: “nada, no me ocurre nada.” Mas yo noto que las cosas están tensas entre las dos. He intentado muchas veces que esa cuerda que está tan tensa entre las dos se quebrase, pero Uxía no pone de su parte y, entonces, es imposible llevarse bien con alguien que ni quiere hablar contigo. A mí no me gusta nada llevarme mal con las personas que quiero y lo que pasa con Uxía me duele. Además, Uxía va todos los días a la cafetería para almorzar ahí y apenas habla con Agnes. Hace muchas semanas que Agnes nota que se produjo un cambio en ella que a ninguna de nosotras nos gusta. Silvia también lo ha notado, pero con Silvia y con las demás mujeres de Iauga se lleva bien. Espero que esto sea algo pasajero y que, dentro de poquiño, podamos ser las amigas que fuimos siempre. Conozco a Uxía desde hace diez años, mínimo, y me duele que estemos así. La conocí una noche que salí de fiesta con Daniel. Estaba bebiendo una copa soliña en un rincón, mirando tímidamente a su alrededor. Daniel me dijo: “ésa hace poco que ha salido del armario” y fuimos a hablar con ella. La conexión entre ambas fue inmediata. Incluso tuvimos un efímero romance que las dos rompimos por muto acuerdo, porque ni yo estaba enamorada de ella ni ella quería enamorarse más de mí sabiendo que yo no podía corresponderla. Fue una relación bonita, de ésas que te llenan el alma de ilusión, pero sabes que no van a durar, que no son reales, que son momentáneas. Siempre fuimos amigas, independientemente de lo que pasó entre nosotras, porque nos llevamos muy bien siempre, porque con Silvia fuimos las creadoras de Iauga y nuestros comienzos fueron preciosos, cómo fuimos buscando a más gente que quisiese unirse a nosotras, cómo fuimos creciendo con El Paso de los años, cómo fuimos tocando nuestros primeros conciertos en festiñas locales... y es una lástima que ahora estemos así.
Mas todos estos problemas permanecen lejos de mí cuando estoy con Agnes. Cuando compartimos todo lo que somos, parece quedar lejos todo, todo. No hay problemas, ni tensiones ni enfermedades, ni nada, nada. Es como si estar con ella fuese como estar en otro mundo. En nuestra casa, sentimos que no hay ningún peligro. Compartimos todo lo que hacemos, cocinamos juntas, hacemos música juntas, incluso compartimos nuestros momentos de lectura, cada una leyendo lo que le apetece leer en ese momento, pero debatimos acerca de lo que leemos. Salimos a pasear juntas (cuando el clima nos lo permite, que hace muchos días que eso no pasa) y hablamos durante horas de todo, de miles de temas distintos, compartiendo opiniones, pero también exponiendo las cosiñas que pensamos de modo distinto. Con ella mantengo una relación idílica, lo sé. Sé que parece una relación de novela, de película de amor, porque es demasiado maravillosa para que sea cierta. No dudo para nada de lo que ella siente por mí y a ella le pasa lo mismo conmigo. Yo sabía que podríamos ser muy felices si estábamos juntas, siempre lo supe, porque, desde que éramos niñas, compartimos muchísimas cosiñas, coincidíamos en muchas más, y yo sabía que entre nosotras había una conexión muy especial. Si no la hubiese, ya no nos amaríamos como nos amamos, nuestro amor permanecería olvidado en la nada, y no es así para nada, nunca fue así.
Yo recuerdo todas esas veces en las que, en verano, llegaba a la aldeíña, bajaba del coche de mi madre y corría y corría por el vericueto que accede a la aldeíña teniendo el corazón acelerado de emoción. Eso comenzó a pasar sobre todo a partir de que cumpliese diez años. Agnes sólo tenía siete años cuando comenzamos a conocernos mejor. Evidentemente, era muy niña aún, pero lo bastante inteligente para haber conocido las cosiñas más tristes de la vida. Además, la pobreza que siempre invadió su vida le hizo madurar mucho más temprano que a los otros chicos de la aldeíña. Yo cumpliría once años en ese verano en el que comencé a hablar más con ella. Recuerdo que, cuando llegué a la aldeíña, corriendo, sin resuello ya, ella estaba en el cobertizo con su vaquiña, a la que quería con toda su alma. Se llamaba Terriña y era una vaca muy bueniña, con una mirada muy noble, que no se asustaba cuando te acercabas a ella. estaba acostumbrada al contacto con los humanos porque Agnes siempre estuvo con ella, desde siempre, desde que era una bebé. La cuidaba como si fuese hija suya. Agnes nunca tuvo muñecas, nunca tuvo juguetes. Ella no sabe qué es jugar con un muñeco. Ella siempre cuidó a los animales como si eso fuese un juego, un juego muy serio, y a mí eso me llamaba mucho la atención.
Llegué a donde estaba ella. No había nadie más, era por la tardiña, atardecía, y había mucho silencio a nuestro alrededor. Ella no se atrevía a hablarme porque, después de tanto tiempo sin vernos, sentía muchísima vergüenza; pero yo ignoré sus sentimientos y comencé a preguntarle cómo le había ido ese año. Ella sólo me dijo: “fue.” Costaba muchísimo arrancarle palabras, frases largas; pero, cuando al fin ya comenzaba a confiar en mí, me hablaba con mucha madurez de muchísimos temas de los que yo no hablaba con nadie.
Ella me miraba fijamente, intentando que yo no me diese cuenta, pero yo notaba cómo sus ojos luchaban contra la vergüenza que ella sentía. Luchaban por posarse en mí. A Agnes le llamaba mucho la atención el color intenso de mis cabellos rojos y rizados, el color de mis verdísimos ojos. Siempre me dijo que yo tenía en los ojos el color de la hierba que crece en primavera después del deshielo. Me decía que yo era tan hermosa como un ocaso de otoño, intensamente brillante, con el color del cielo incendiado por el sol que muere, con la mirada de las hojas verdes que no quieren abandonar las ramas que las vieron nacer. Me dijo siempre unas cosiñas tan bonitas... y me las dijo cuando ya llevaba yo días en la aldeíña, cuando nadie nos oía, cuando bailábamos juntas en las fiestiñas de la aldea, tan divertidas que eran. Año tras año, bailamos siempre juntas. Intenté acompañarla con la pandereta, inútilmente porque ella tocaba tan bien que yo ni podía seguirla... Bailamos siempre juntas, cada vez más lejos de los demás, hasta que sólo nos rodeaban los árboles del bosque. Entonces sí nos hablábamos en secreto, en voz muy bajiña, como si no quisiésemos que la naturaleza oyese nuestras palabras. Nuestras secretas conversaciones fueron cambiando con El Paso de los años hasta que, aquel último verano que compartimos siendo rapazas, ya se volvieron conversaciones prohibidas, palabras que se mezclaban con besos tímidos, con abrazos que intentábamos disimular mientras danzábamos. Nadie se fijaba en nosotras (o eso creíamos nosotras) y eso nos daba bastante libertad para besarnos, para estar lo más juntas posible. Recuerdo que había tardes en las que yo le proponía a Agnes ir al molino que quedaba en la orilliña Del Río (un molino que ahora está en ruinas). En verano, no se usaba tanto. Agnes aceptaba sabiendo muy bien por qué quería estar a solas allí con ella. No hacía falta que nos dijésemos nada.
Qué recuerdos tan bonitos. Estos recuerdos alimentan la felicidad que ahora llena toda nuestra vida, que estará llenándola para siempre, hasta el fin de nuestros días.
Ahora, Agnes tiene un resfriado horrible, la pobriña. No tenemos luz en casa desde ayer (estoy escribiendo gracias a la luz de la lareira) por culpa del temporal. Sigue lloviendo, hace un viento horrible que no deja de soplar con fuerza. Parece que esto no tenga fin.
El martes vendrá Casandra con Gabriel aquí a Ourense y pasarán las Navidades en la aldeíña. Me hace ilusión conocer mejor a Casandra. La noche que la conocí, casi no tuve tiempo para saber cómo era. Ahora sí que podremos conocernos bien. Agnes también tiene ganas de verla, sobre todo para poder preguntarle por Artemisa. Hace muchos días que Agnes nota que a Artemisa le pasa algo horrible que nadie se atreve a contarle. Está haciendo rituales hermosos para enviarle energía positiva y salud.
Para Nochebuena, tengo preparada una sorpresa hermosa para Agnes, de la cual no hablaré aquí por si acaso a ella se le ocurre leer esto. A partir de entonces, sé que seremos mucho más felices.