martes, 30 de abril de 2019

DIARIO DE ARTEMISA: LUNES, 29 DE ABRIL DE 2019


Lunes, 29 de abril de 2019

Hoy ha sido un día de trabajo muy intenso. Tengo la sensación de que hay más gente en Ourense, pero también ocurre que estamos un poco agotadas y cualquier cosa nos parece un mundo. No obstante, pienso que Agnes sabe luchar contra el cansancio mejor que yo. A mí me cuesta, a veces, encontrar la energía que me permita aguantar tantas horas trabajando, pero no me ocurre esto porque no me guste mi trabajo, que sí me gusta, sino porque quiero detenerme un tiempo para quitarme de encima toda la tensión que estoy acumulando desde hace semanas y también necesito detenerme para curarme de la decepción que siento con mi hermana. Estoy muy decepcionada con Casandra. Ella lo sabe, pues se lo he dicho varias veces por mensajes de whatsapp e incluso por teléfono; pero ella no reacciona. Es como si le dijese que mañana es martes. Ni se inmuta. Estoy tan decepcionada con ella porque, en todas estas semanas, ni se ha dignado preguntar cómo está Agnes, sabiendo perfectamente que a mí me afecta mucho que Agnes esté mal. No estoy recibiendo nada de apoyo por su parte. Nadie me pregunta cómo llevo que Agnes haya recaído, a nadie le importan mis lágrimas, mis preocupaciones, mi insomnio, mi cansancio... Sólo Agnes se da cuenta de que no duermo bien, sólo Agnes me cuida y me escucha, pero a ella no puedo confesarle que estoy muerta de miedo por ella. No puedo decirle que mi mayor preocupación es ella, es que esté mal, que vuelva a darle otro ataque de ansiedad, que no encuentre las fuerzas para levantarse cuando vuelva a caer. No puedo decírselo porque ella parece no darle importancia a su estado de ánimo. Me ha dicho muchísimas veces que está segura de que puede luchar contra la ansiedad, me ha dicho que no quiere darle importancia a esta recaída porque, si se la damos, puede hacerse más fuerte. Tengo la continua sensación de que Agnes está huyendo de sí misma. No quiere mirar a su enfermedad a los ojos. Esquiva sin cesar el tema de la ansiedad y de sus cambios de ánimo alegando que, si hablamos de la ansiedad, estamos atrayendo otro nuevo ataque. Además, últimamente está diciendo cosas muy extrañas como que hay una conspiración contra Galicia, que intuye que hay un grupo muy grande de personas planeando destruir el mundo, que hay alguien por encima de nosotros que nos domina, que nos vigila, que sabe dónde darnos para hacernos mucho daño. Dice que ese alguien es ese grupo de personas que están conspirando y que estamos vigilados desde todas partes, que ni siquiera en nuestra propia casa estamos seguras. Al principio, me reí de esa idea tan espeluznante, pero enseguida me di cuenta de que Agnes hablaba muy en serio. Incluso está empleando tiempo en buscar datos extraños por Internet: fechas de hechos horribles, distancias entre escenarios de atentados, biografías de personas sospechosas de grandes crímenes... y más datos que se me escapan. Está comparando fechas, distancias, nombres... Creo que está obsesionándose con el tema y no quiero que ahora vaya pensando que hay un grupo de personas vigilándonos y conspirando para hacer el mayor daño posible. Eso me parece demasiado horrible para que pueda ser cierto. Lo único que sucede es que la tierra está llena de gente malvada, punto. Me parece imposible creer que haya una conspiración contra Galicia y que alguien esté encargándose de planificar atentados en varios sitios a la vez. Me dice también Agnes que lo del cambio climático y la contaminación también forma parte del plan de destrucción que tienen estas personas. Le he preguntado cuál cree que es el motivo que tienen estas personas para querer destruir el planeta y me ha dicho que todavía no lo sabe, pero que lo descubrirá con el tiempo; aunque dice que el motivo no se encuentra sólo en este presente, sino que es algo que viene de muchos siglos atrás e incluso tiene la intuición de que ese grupo de personas pueden ser hijos o nietos de otros miembros del mismo grupo que lleva conspirando contra la vida del planeta tierra desde hace tantos siglos. Me ha dicho que los motivos pueden ser científicos, pero también cree que todo esto está relacionado con el deseo de gobernar toda la Tierra. Es imposible. A mí me parece una locura... pero no me atrevo a decírselo. Espero que estas ideas se le vayan rápido de la cabeza. Dice que el incendio de Notre-Dame y el de las termas da Chavasqueira de Ourense están relacionados, que todos los atentados fuertes que hay últimamente también lo están, que incluso las guerras también son otro plan. Tiene una paranoia cada vez más grande con este tema, pero tampoco sé cómo pedirle que se olvide de todo eso. No sé a quién contárselo porque, realmente, no tengo a nadie con quien hablar, pero me parece que toda persona pasa por una temporada así, en la que cree este tipo de cosas.

Salvo eso, todo nos va más o menos bien. Tenemos mucho trabajo y hay días en los que no podemos irnos a dormir hasta, al menos, las once de la noche porque no sólo tenemos trabajo en la cafetería, sino también en casa, con Laila, con todo en general. Hay veces en las que, incomprensiblemente, se nos acumulan las cosas, a las dos, nos da mucha rabia ver que se ha pasado el día sin que hagamos la mitad de todo lo que teníamos que hacer. Supongo que hay épocas así que acaban pasando y todo vuelve a la normalidad... pero no sé cuándo ocurrirá eso.

También vivimos momentos muy bonitos, la mayoría de los que vivimos lo son. Este fin de semana en la aldea fue precioso. El viernes por la noche, estuvimos tocando música en la casa de Damián y nos lo pasamos muy bien. Yo toqué la guitarra, que estoy aprendiéndome muchas canciones de Galicia, y también llegué a cantar con Agnes otras que los emocionaron a todos.

Mas hay cosas que me preocupan mucho y no sé cómo gestionar. Aparte de la recaída de Agnes, me preocupa mi anemia. No he conseguido curarme del todo. Todavía tengo bastante anemia y no entiendo por qué, ya que como muy bien, me alimento con mucho hierro... El doctor dice que tendríamos que investigar de dónde me proviene porque, siguiendo la dieta que sigo, la anemia ya tendría que haber remitido. Estoy muy asustada, la verdad. Sé que no me pasa nada grave, o eso es lo que quiero creer. A lo mejor sí me sucede algo grave, y no somos capaces de verlo. Agnes me tranquiliza mucho siempre que le digo que estoy asustada, pero no conseguimos que se me quite totalmente el miedo.

Yo sabía que vivir en Ourense no nos alejaría definitivamente de los problemas. Yo era la primera que creía que la enfermedad de Agnes no desaparecería tan fácilmente. Sé que incluso estas ideas tan extrañas que tiene provienen de su enfermedad, son parte de su desequilibrio anímico. No puedo olvidar que ella ha estado muy mal durante mucho tiempo, que ha estado completamente perdida en esa enfermedad que estuvo a punto de destruirla en tantas ocasiones. El hecho de que pase meses muy buenos no significa que ya esté a salvo de la ansiedad, de su bipolaridad... pero no hacía falta que nadie me lo recordase continuamente, y mucho menos mi hermana. Estar así con mi hermana me duele muchísimo, pero no me siento capaz de intentar solucionar las cosas con ella. No soy capaz de hablar lo que está ocurriendo porque ella no está nada receptiva, está a la defensiva continuamente y no se puede hablar calmadamente con ella. Incluso Gabriel nos dijo que, por el momento, prefería mantenerse alejado de ella para evitar que acabasen mal. Lo encuentro lógico. Me da mucha pena que Casandra haya rechazado la posibilidad de compartir su vida con alguien que merece la pena de verdad, porque Gabriel es muy buena persona, es un hombre muy noble, muy amable, muy inteligente y cariñoso. No tengo la esperanza de que mi hermana cambie de opinión. Va a quedarse muy sola si sigue comportándose así con las personas que la queremos. Me duele mucho que conmigo esté tan distante, pero lo que sobre todo me hace daño es que ignore a Agnes de esta manera. Agnes le ha perdonado muchos desplantes que ella le hizo, la ha perdonado en infinidad de ocasiones por haber hablado mal de ella. La ha alojado en su vida después de que mi hermana la criticase injustamente, y ahora parece como si nada de eso tuviese importancia. Agnes sí aprecia a mi hermana, y mucho, pero a mi hermana parece darle igual que la quieran. Me duele muchísimo que mi hermana hable de Agnes como si fuese una mujer desconocida y despreciable, que la llame enferma mental, que diga que nunca estará bien, que empeorará con el paso de los años. Me duele que dude de sus palabras, de sus sentimientos. Me duele que hable de ella con ese desprecio, con esa rabia contenida, con ese sarcasmo que me hiere como si fuese un cuchillo deslizándose por mi alma. No puedo soportar que hablen mal de Agnes, que la traten mal, que la rechacen. Ya lo han hecho muchísimas veces a lo largo de su vida. Me duele porque la amo, pero también porque sé que Agnes es muy buena, es gentil, es leal, es cariñosa, sincera, amable, comprensiva y dulce. No es justo que la traten mal, que hablen mal de ella, y lo que más me hiere es que lo haga la otra persona más importante de mi vida: mi hermana.

No sé si alguna vez podremos volver a ser las de siempre porque a mí se me ha quebrado algo por dentro. Estoy profundamente decepcionada con ella, pero también lo estoy un poco con la vida porque no entiendo por qué mi hermana tiene que fallarme de este modo. No obstante, siempre me tranquilizo cuando recuerdo que tenemos en nuestra vida a personas maravillosas que nos quieren de verdad. La familia de Agnes es increíble. Son todos personas muy buenas, humildes y cariñosas con las que se puede hablar de todo. Me llevo estupendamente con Anxos. Incluso permanecemos hablando durante horas cuando Agnes da sus eternos paseos por Ourense junto a Laila. No obstante, a Anxos no me atrevo a confesarle cuánto me preocupa el estado anímico de Agnes. Le oculto lo que ella me cuenta sobre sus paranoicas ideas, pues sé que Anxos se desasosegaría muchísimo si conociese lo que siente Agnes. Anxos sabe que su hija tiene ansiedad y desánimos muy fuertes, pero no es necesario que conozca todo lo que le ocurre. Anxos también es muy sensible, no tanto como su hija, pero hay que cuidarla.

Escribo sobre todo esto porque necesito desahogarme, pero, en realidad, no me siento triste ni hundida. Necesito quitarme de encima tantas cosas... Necesito reciclarme, y no sé cómo hacerlo. Estar con Agnes me ayuda mucho. Cuando compartimos nuestros momentos más íntimos y bonitos, siento que mis profundas preocupaciones disminuyen por unos momentos, pero cualquier detalle puede darles fuerza otra vez. No obstante, tengo que luchar, tengo que ser fuerte porque Agnes me necesita, y mucho, y no puedo permitirme hundirme porque tengo que recibirla en mis brazos si ella cae otra vez. Tengo que ser su apoyo cuando a ella le falte el equilibrio anímico que necesita para vivir.

Mas siento que, aparte de Agnes, yo no tengo en quién agarrarme si me siento caer. Agnes puede sostenerme cuando más trémula me siento, pero a ella, a veces, no puedo decirle cuáles son los motivos que me desaniman tanto. No obstante, tengo totalmente aceptado que Agnes será para siempre la única persona que compartirá mi vida conmigo de verdad. Los demás pasan. Ella sí se quedará a mi lado para siempre. No dudo de su amor ni de su alma. Su alma es pura y está llena de tanto amor que, muchas veces, ni siquiera ella misma sabe experimentarlo.

También me habla mucho últimamente de los sueños que tiene. A través de los sueños, está recibiendo revelaciones de sus vidas pasadas. Cuando me habla de lo que sueña, me parece increíble que pueda ser cierto todo lo que me cuenta. Es algo tan mágico que me parece parte de una historia de fantasía; pero no puedo dudar de ella, de su sinceridad. No obstante, a veces tengo miedo a que les dé demasiada importancia a esos sueños.

Y creo que dejaré de escribir por hoy. Aún nos quedan muchas cosas por hacer y al día casi ya no le quedan horas.

domingo, 28 de abril de 2019

DIARIO DE AGNES: SÁBADO, 27 DE ABRIL DE 2019




Sábado, 27 de abril de 2019

Hai un ano, estaba eu vivindo en Barcelona con Artemisa tentando, decotío, atopar os azos que me permitisen avanzar pola miña vida. Lembro que tiña momentos moi bos nos que a vida me parecía moi sinxela e outros nos que non lle vía senso a ren, nos que cada novo día me pesaba na ialma coma se fose de pedra. Hai un ano, estaba todo abafada estudando para unhas oposicións que non aprobei e para un exame de galego que si aprobei. Realmente, sempre me importou moito máis o exame de galego cás oposicións porque eu, realmente, non confío moito en que me poida pasar a miña vida toda traballando nalgo que para nada me encherá a ialma. Agora podería estar estudando para as oposicións que tamén se convocaron este ano, as mesmas para as que estudaba o ano pasado, pero, certamente, non teño folgos para sentar diante dun libro cheo de palabras que topan contra o meu cerebro e voan lonxe da miña mente coma se esta nunca as puidese aloxar. Agora non teño alento para poñerme a estudar algo tan complicado que tanto se afasta dos meus verdadeiros intereses. A min gustaríame facer algo útil para a miña terra. Artemisa dime que, estudando para esas oposicións, podería acabar traballando no concello de Ourense e así podería loitar contra as cousas que non me parecen ben, pero non é tan sinxelo como ela pensa.

Mais non comecei a escribir no meu diario para falar unicamente das oposicións; un tema que, dependendo do día, me desacouga máis ou menos. Quero falar sobre todo de que esta semana experimentei moitísimas sensacións e emocións estrañas que non sei nomear. Ocorreron feitos horríbeis que me deixaron a ialma ferida e outros que realmente me fixeron moi feliz. O peor que ocorreu esta semana que xa se vai é que arderon as termas da Chavasqueira. Queimáronse todas. Cando o ouvín o mércores na radio, fiquei paralizada, sen saber que pensar, crendo mesmo que me atopaba nun soño; pero non deixaban de repetir que fora un incendio que queimara toda a estrutura das termas e que xa non se poderán empregar ata que as reconstrúan, que non sei cando será iso. Tamén é certo que, nese momento no que ouvín esa nova tan estarrecedora, quedei sen poder comprender o que dicía o locutor, tentando entender o que estaba ouvindo. Había tempo que sentía medo a que a Ourense lle ocorrese algo espantoso e ese momento chegou esta semana. Axiña experimentei un inmenso medo a que ese incendio non fose o único que atacase á nosa cidade, que fose o principio dunha época horríbel na que non deixarían de suceder cousas arrepiantes. mesmo, dende ese momento, comecei a pensar en que hai unha conspiración contra Galicia e que alguén, dende non sei onde, quere destruír o mundo enteiro. Axiña lembrei tamén de que, xustamente había unha semana, ardera a catedral de Notre-Dame, o cal tamén me impresionou moito cando ocorreu. Pensei nas guerras que está a haber continuamente no mundo, pensei no atentado de Sri Lanka, pensei en moitísimas cousas ao mesmo tempo namentres a xente tomaba o seu café con leite e comía os croissants acabados de facer. Pensei niso namentres Artemisa viña de camiño á cafetaría, sen saber eu como a miraría cando entrase pola porta, que lle diría. Xustamente planificaramos ir bañarnos ás termas esa mesma tarde, que casualidade. Eu había moitos meses que non bañaba nelas, dende que Lúa morreu, porque me recordaban moito a Lúa, porque con ela estivera moitas veces alí, gozando da tranquilidade do lugar, da calor das augas… E todo iso desaparecera, coma Lúa.

Todos eses pensamentos fan que perda o ronsel do que me rodea e fique detida nun momento que só está cheo de escuridade. Cústame moito saír desa escuridade na que eses pensamentos me queren afundir. Síntome coma se camiñase por un bosque ao que nin chega a luz das estrelas, no que só hai escuridade e noite. Hai brétemas que agochan os troncos das árbores, as pólas densas ocultan as ramas das demais árbores e paréceme que non hai ningunha luz no mundo que poida alumear o meu camiño. Cando eses pensamentos tan tristes enchen a miña ialma toda, síntome caer por un baleiro que non ten fin e, aínda que alguén me chame dende a realidade na que habito, non son quen de seguir esa voz, de comprender esas verbas que me din, de entender que mas dirixen a min. Fico detida nun momento que ninguén máis comprende, só a miña ialma ferida e doente. Nin tan sequera a miña mente pode comprender por que a invaden eses pensamentos, non pode saber de onde nacen estes.

Chegou Artemisa cando nin tan sequera me recuperara do impacto que me provocara aquela nova e non fun quen de dicirlle nada ata que transcorreron dúas horas ao menos. Ela quedou todo abraiada, pero non soubo que dicirme. Pasados uns minutos, aseguroume que as reconstruirían antes do que pensaba, xa que son un punto moi importante da cidade e a todos lles interesaba que as termas estivesen reconstruídas canto antes. Eu díxenlle que seguramente si, pero case que falaba sen pensar no que dicía e así estiven toda a mañá e a meirande parte dese día tan estraño no que, dentro de min, loitaba a tristura contra as ganas de recuperarme e de coller nas miñas mans a luz que alumea a miña vida toda. Hei de dicir que o que ocorreu coas termas me impactou máis que me entristeceu, é dicir, si me dá moita mágoa que pasase, pero aínda non chorei verdadeiramente por iso. Máis ben, estou sorprendida, incapaz de reaccionar ben, de entender o que pasou. Atópome nun momento da miña vida no que choro con moita facilidade polo detalle máis simple. mesmo choro por cousas nas que os demais nin se fixan. Sei que, ás veces, choramos por cousas que parecen pequenas que son, en realidade, pequenos detalles doutras cousas máis grandes. é coma se a nosa ialma atopase nesas pequenas cousas o motivo polo cal desafogar toda a tristura que a enche. Moitas veces, nin tan sequera sabemos cal é o motivo que verdadeiramente nos fai chorar. Pensamos que si, pero non é certo. Seica poidamos adiviñar un deses motivos, pero o principal cústanos moito atopalo.

Agora estamos na aldeíña, como todas as fins de semana. Eiquí, parece que non existan as cousas malas. Na miña casa, coa miña nai, parece que se deteña o tempo, que non haxa nin pasado nin futuro, só este presente que parece escollido dun pasado moito máis antigo cá vida da terra. Hai algo no ar que me transporta á miña nenez. Síntome, moitas veces, coma se puidese mirar aos ollos desa cativa que soñaba con vivir sempre na súa aldea, traballando a terra, coidando os seus animais. Cando era cativa, soñaba con ter moitos animais para ser amiga deles, para coidalos, para que fosen a miña familia. Cando era cativa, tiña un segredo que nunca lle contei a ninguén. Ese segredo era que non quería compartir a miña vida con persoas, só con animais, porque me custaba moito confiar na xente. Agora, lembrando o que desexaba cando era cativa, río pensando no soíña que me acabaría sentindo sen o amor dunha persoa amada. Agora non me podería imaxinar sen Artemisa, nunca, nunca. Cando era cativa, nin tan sequera sabía que Artemisa existía, pero estou segura de que, se o tivese sabido no seu momento, axiña tería mudado de opinión. En moitas ocasións, fico pensando en todo o que vivimos Artemisa e máis eu dende que nos unimos. A primeira noite que compartimos é tan distinta das que compartimos agora… Cando estivemos xuntas por primeira vez, ambas as dúas (sobre todo eu) estabamos mortas da vergonza, tiñamos medo a facernos dano, a non saber acariñarnos. Eu lembro perfectamente a sensación de baleiro que sentín cando souben que ela tiña o meu corpo todo ao alcance das súas mans, cando souben que ela podía descubrir todos os recunchos do meu ser, non só fisicamente, senón sobre todo animicamente. Sabía que, ao entregármonos desa maneira tan íntima, quedarían ao descuberto todos os meus segredos, os meus medos, as miñas inseguridades, os meus desexos máis profundos… Eu aínda estaba moi doente cando compartín aquela noite con Artemisa. Tiña moito medo a non gustarlle, a que se arrepentise do que estabamos a facer, a que, en calquera momento, ela me dixese que non podía nin quería seguir, que non podía estar comigo… pero nada diso ocorreu. Os segundos avanzaban namentres ela e máis eu nos afundiamos cada vez máis nunha paixón que non nos asustaba, que desfacía levemente os meus medos e a miña vergonza. Non obstante, tardei moito tempo en conseguir estar con ela sen sentir vergonza. Queríame tan pouco a min mesma que non podía nin pensar en que ela me mirase e puidese acariñarme toda. Foi moi difícil crer que ela me amaba de verdade. Eu devecía por estar con ela a todas horas, pero dábame moitísima vergonza que ela o soubese, que soubese que eu a amaba e a desexaba tanto e tanto. E, agora, todo é tan distinto… Podo describir perfectamente a súa pel centímetro a centímetro, ela coñece o meu corpo mellor ca min. Estar xuntas é algo que facemos sen pensar, só deixándonos levar polas nosas emocións, pola calma que experimentamos cando estamos intimamente soas. E é algo tan e tan bonito que non o podo describir. Estar xuntas é sentir a vida, é deter a vida por uns momentos que desexamos volver eternos. O mundo párase e non existe nada agás de nós, do noso amor, e todo se detén coma se de verdade o mundo deixase de existir. Non hai ren máis alá das nosas mans, das nosas miradas, de nós. Estar con ela é atoparme noutro lugar no que me sinto realmente protexida. Cando estou con ela, esquezo que estou doente.

Hai algo que tamén me axuda moitísimo a estar mellor. Trátase da música. Onte á noite, ceamos na casa do meu tío Damián case que todos os veciños da aldea (que non somos máis de quince persoas) porque era o aniversario do meu tío. Despois de cear, namentres rematabamos o viño que quedaba nas cuncas, o meu tío Damián propuxo tocar música. Artemisa trouxera a guitarra e foi ela quen comezou a tocar. Hei de dicir que ela pasa moitas tardes aprendendo a tocar cancións da nosa terra, as cancións que adoitamos cantar nas festas. Foi ela quen nos arengou a todos a que cantásemos. Eu fun buscar á miña casa a pandeireta que teño dende cativa e axiña todo mudou de cor, de son, de luz. En canto comecei a tocar e a cantar, sentín que o nó que tiña na ialma (un nó feito de todas as emocións que fun amoreando durante estes días) se desfacía e empezaban a saír de min eses sentimentos que me ferían. Sentín que a impotencia guiaba as miñas mans, que a gratitude tentaba acalar a rabia que me daba saber o que acababa de ocorrer en Ourense e tamén que non estou curada como cría… E a tristura mesturouse tamén coa gratitude porque, nese momento, malia ter enriba o ronsel dos recordos deses momentos tan tristes, me sentía agradecida coa vida. A música tíñame sostida nunha nube que non se desfaría, que me protexería da doenza, da ansiedade. Si é certo que estiven sentindo ganas de chorar durante case toda a noite, pero podía loitar contra elas.

Houbo cancións que só Artemisa e máis eu cantamos, moi bonitas, que emocionaron a todo o mundo. Tamén houbo cancións que tiraron de nós unha infinda fervenza de alegría… Foron moi bonitos e necesarios eses momentos. Cando fomos durmir, sentíame lixeira, coma se de verdade me tivese sacado de enriba un gran peso.

Artemisa di que, a estas alturas da miña vida, xa tería que estar adoitada aos meus cambios de ánimo, xa tería que coñecerme de verdade; mais cústame moito, ás veces, saber quen son, que sente a miña ialma. É moi complicado afacerte a vivir cunha ialma que está chea de sentimentos tan diferentes que, máis ben, son contrarios uns dos outros. Amais, non só me inflúen as cousas que ocorren ao meu redor. Tamén me inflúe, ás veces de xeito moi negativo, a enerxía das demais persoas, a enerxía que se amorea nos lugares, a enerxía que podo atopar en calquera recuncho. Son moi sensíbel a calquera cambio no ar, a calquera son inesperado, a calquera resposta que alguén me poida dar sen que eu poida entender por que me falou dese xeito. Son moi sensíbel tamén aos soños que poida ter nas noites. Non é sinxelo para min tirarme de enriba o efecto que provocan na miña ialma os pesadelos que teño. Sen ir máis lonxe, onte, venres, estiven case toda a mañá pensando no pesadelo que tivera á noite. Non me podía tirar de enriba a tristura e o medo que sentira no soño. Non podía deixar de ouvir as verbas que Lúa me dedicara, non podía deixar de pensar no significado que tiña aquel soño. Sabía que ese soño non nacera só dos meus medos, senón dunha realidade á que eu non teño acceso; unha realidade que existe e que, arestora e para sempre, forma o mundo no que vive Lúa. O mundo dos mortos está moi lonxe de nós porque se trata dunha dimensión moi distinta á nosa, pero, asemade, está moi preto da nosa vida, pero porque, de algunha maneira ou outra, a morte forma parte da vida, pero eu non podo entender que a nada poida formar parte da vida, malia saber tamén que os mortos poden establecer contacto connosco, sobre todo coas persoas que teñen dentro de si ese sentido que lles permite comunicarse coas ialmas que nesta terra xa non teñen corpo. Eu, por desgracia ou por sorte, non sei como interpretalo, tiven sempre a capacidade de ver aos que se foron. Non os vexo tal como foron nesta vida. Non se presenta ante min o aspecto que os definía cando estaban vivos. O que vexo das ialmas que non viven eiquí é un pequeno anaco de ar que ten na súa existencia o murmurio da enerxía da persoa que formou parte da miña vida. Sempre podo ver a persoas que quixen e quixéronme. A miña avoa presentouse moitas veces ante min no vento, nalgunha pinga de auga, na noite, no ar que zoa entre as pólas das árbores… pero non necesariamente teño que falar con ela para saber que está. A Lúa tamén a vin moitísimas veces. Máis que velas, o que ocorre é que a miña ialma as sente preto de min. Sei que hai algo no meu redor que non pertence ao mundo dos vivos. É algo que sei sen que ninguén mo teña que dicir. Seino coma se, hai moitísimos séculos, alguén me tivese explicado que esas sensacións tan estrañas que experimento cando vexo ás ialmas que xa non están son algo que pertence a outra realidade, é coma se alguén mo tivese ensinado hai moitísimo tempo. Non podo dubidar do que sinto porque é algo que teño moi dentro de min.

Pois o pesadelo que tiven o xoves pola noite deixoume a ialma tan tremente porque en ningún momento me pareceu un soño. Era moi real, demasiado real. A miña ialma estaba chea das mesmas sensacións e emocións que a enchen cando estou esperta. Sentín os mesmos medos, a mesma inseguridade, a miña doenza latexando por dentro de min, tamén sentín moi real o lugar no que me atopaba. Camiñaba pola beira do Miño, polo paseo das ninfas, ao solpor, cando ao sol non lle quedaban apenas raiolas para botar á terra. Había unhas nubes douradas que lle daban a todo un aspecto moito máis máxico e irreal; mais eu vin esas cores no río en máis dunha ocasión. Sei que son reais, mais no soño parecían provir doutro mundo. Non había ninguén, o cal me estrañaba e, á vez, me acougaba porque me prestaba moito estar soa. Precisaba estar soa. Sentíame coma se acabase de sufrir outro forte ataque de ansiedade como o que me levou a urxencias a última vez. Sentíame moi avergonzada, moi tristeiriña e decepcionada e non quería que ninguén se puidese asomar ao meu ollar e descubrir os meus sentimentos. Nin tan sequera me apetecía que Artemisa soubese o mal que me sentía. Prefería que só a natureza captase os meus sentimentos. Estaba afundida, pero quería atopar as ganas de vivir, quería seguir vivindo, devecía por continuar coa miña vida como se ren tivese ocorrido, como na vixilia.

Entón, cando cría que a soidade me protexía por completo, alguén murmurou o meu nome entre as ramas das árbores. Era unha voz coñecida que, ultimamente, só ouvira nas gravacións de vídeo nas que estaba rexistrada. Axiña souben que era Lúa quen me chamaba. Non rexeitei a posibilidade de falar con ela, ao contrario, nese momento pensei que era a única persoa que me podía axudar, coa que si podería falar sen sentirme culpábel. Axiña me dei de conta de que xustamente soaba a súa voz na dirección que conducía ás termas da Chavasqueira; mais, no soño, a situación das termas non coincidía coa realidade. Era coma se Ourense fose máis pequena e antiga, coma se non existise a metade das rúas que distribúen a cidade. Sentíame coma se estivese nun espellismo de Ourense, no na Ourense que coñecemos.

Lúa estaba entre dúas árbores que non están en realidade nese lugar, pero no soño no dubidaba de ren. Sabía que, noutro momento da Historia, esas árbores si estiveron alí. Ela mirábame con moito agarimo, pero tamén con culpabilidade, coma se estivese arrepentida de presentarse ante min. Eu queríaa chamar, pero non podía falar. Na miña gorxa había un nó que devorara a miña voz; mais souben que non era preciso falar, que ela me podía escoitar a través dos meus ollos, como fixo sempre, como tamén fai Artemisa.

Vin que, tras súa, había un fume que subía ao ceo facendo espirais que se perdían na cor dourada do solpor, alimentando tamén as nubes que agochaban as derradeiras raiolas de sol do día. Quixen volvela chamar, outra vez, pero tampouco puiden falar. O seu nome quedou detido nos meus beizos, sen son.

Lúa pediume que a seguise e fíxeno sen fixarme no lugar por onde camiñabamos, só sentindo que ela me atraía, que me atraía tamén o vento que a perseguía, coma se ela fose a nai de todo o ar que podía zoar no bosque. O río, ao principio, antes de que ela me chamase, estaba calado, coma sempre; pero de súpeto comezou a soar moi forte, a levantar a súa voz, coma se el tamén me quixese chamar. Lúa camiñaba cada vez máis rápido, pero eu podía seguila porque me sentía lixeira, malia levar no meu interior tanta tristura e medo. Si, tiña medo, tiña medo porque, malia recoñecer o lugar no que nos atopabamos, me sentía estraña, coma se non puidese saber de todo en que momento da miña vida nos achabamos.

Lúa detívose perante dese incendio que enviaba ese fume negro e devastador ao ceo. Miroume e díxome de súpeto, sen descanso, pero falando con claridade, falando amodiño, coma se fose consciente do efecto que me provocarían as súas verbas:

«Estar doente non che dá dereito a agocharte da vida. Tes que vivir. Estou moi decepcionada contigo, Agnes, porque te estás a render. Non quero que te rendas, quero que loites. Tes dereito a ser feliz, xa cho dixen moitas veces; mais non vin ata ti para pedirche que loites pola túa felicidade porque sei que o queres facer. Vin porque preciso amosarche algo moi importante, para revelarche algo que necesitas saber. Tes dereito a saber por que che doe tanto que a Galicia lle ocorran cousas tan malas. Quero que o saibas. Por ti mesma, nunca serás quen de descubrilo porque non te queres enfrontar a esa realidade, porque sabes que algo moi forte está detrás dese vencello que te une á nosa terra. Senta, pois o que che quero contar é algo longo.»

Evidentemente, non podo lembrar todas as verbas que me dirixiu, pero si podo escribir o resumo de todo o que me contou. Non sei aínda se crer todo o que me dixo. Artemisa anímame a que o faga. Dime que eu son unha persoa moi especial que pode recibir nos soños mensaxes que na vixilia nunca me chegarían, que a miña ialma comunícase, a través dos soños, con outras realidades que non son mentira, que tamén son reais e forman parte da vida.

«Hai moito tempo, viviches eiquí. Xa sabes que viviches eiquí durante moitísimos séculos. Mesmo me atrevería a afirmar que sempre viviches eiquí, vida tras vida; pero iso foi así porque, a primeira vez que estiveches viva en Galicia, que naciches eiquí, fixeches un xuramento que prometiches non crebar xamais. Non fixeches soa ese xuramento. Foi un xuramento que compartiches coa terra. Saber cando viviches eiquí por primeira vez sería imposíbel, pero máis dunha persoa que te coñeceu no pasado pensa que a primeira vez que naciches eiquí foi cando Galicia nin tan sequera era Galicia, cando vivían eiquí as primeiras poboacións que habitaron na nosa terra. Viviches na época dos celtas, dos romanos, na Idade Media… Século tras século, fuches reencarnándote sen querer, só porque unha forza inmensa e poderosa quería que estiveses eiquí. Esa forza é a ialma desta terra. Esta terra sempre te necesitou, coma se ti foses parte dela. E, en realidade, formas parte dela. Vida tras vida, matáronte porque te acusaron sempre de bruxería, porque sempre pensaron acertadamente que eras unha meiga que estaba enfeitando todo o que a rodeaba, e era certo. Ao principio, nas primeiras vidas, mesmo fuches unha feiticeira respectada por todos. Acudían a ti moitas persoas en procura de axuda; mais, nos anos máis escuros da Idade Media, todo mudou para ti. A sociedade rexeitoute inxustamente e tiveches que agocharte nos bosques, vivir nos bosques lonxe de calquera persoa, tendo aos animais como única familia.»

Atrevinme a preguntarlle como sabía todo iso. Paréceme imposíbel crer de todo a resposta que me deu, pero tampouco teño motivos para pensar que non pode ser certa. Díxome:

«Porque, cando morres, tes liberdade para vagar dunha dimensión a outra, porque cando morres tes dereito a ver o pasado das persoas que máis quixeches. O pasado de todos nós amoréase nunha memoria que nunca ninguén nin nada poderá destruír. Trátase da memoria dos tempos, á que só poden acceder as ialmas que se foron, mais non todos teñen acceso a ela. Se na vida tiveches algunhas facultades especiais, na morte podes viaxar. Non quero dicir con isto que as persoas sen ningunha facultade especial non teñan dereito a visualizar o pasado dos seus seres queridos, pois toda persoa ten facultades únicas que as demais non teñen; mais precísase ter moitísima forza anímica para poder enfrontar as terríbeis imaxes que forman o pasado dos que quixemos. E eu quería coñecerte ben, quería saber de onde proviña ese vencello tan forte que tes coa nosa terra. Eu tamén amaba a nosa terra, pero o que ti sentes vai máis alá de calquera amor ou admiración.»

Esa realidade paréceme demasiado forte para min. É demasiado para min. Non sei como aloxala dentro de min. É moi grande para que a poida aceptar sen máis. Artemisa riu cando lla revelei, pero non porque se burlase de min, senón porque lle parecía demasiado fermosa para que fose certa.

Despois de revelarme algo tan importante e impactante, Lúa proseguiu:

«Sempre morriches de xeito inxusto, vida tras vida. Nunca morriches de xeito natural, porque a túa vida chegase á súa fin de maneira natural, senón porque che tiraron a vida sempre. Non me vou deter a revelarche como morriches en cada vida. Só che direi que, a primeira vez que te quixeron tirar a vida, te querían levar a un lugar moi afastado do teu fogar e da túa familia. Non che querían dicir onde te levarían. Pecháronte nunha cela escura e húmida, atáronte de pés e mans e dixéronche que, ata que confesases o máis importante dos teus segredos, non te ceibarían. ti non quixeches confesar, así que te levaron perante dunha persoa con moita autoridade que decidiría se seguirías vivindo ou non. Estabas famenta, chea de feridas, decepcionada coa vida, moi asustada e fráxil, pero ninguén se apiadou de ti. Eras moi nova e tiñas moito medo, pero a todos lles daba igual como te sentises. Decidiron que morrerías perante dun emperador que non vou nomear, non é importante que coñezas o seu nome. Era un home desapiadado e moi cruel que non tivo compaixón de ti, que te quixo torturar ata tirarche ese segredo que ti tiñas tan ben gardado. Ías morrer afogada, lonxe da túa terra; mais, a derradeira noite que ías pasar eiquí en Galicia, conseguiches fuxir da cela na que te pecharon porque o vixiante que tiña que coidar de que non marchases quedou durmido, ti golpeáchelo na cabeza ata deixalo inconsciente e fuxiches. Cando estabas fóra xa, correndo cara á túa casa, alguén te atrapou de novo. Levoute diante da persoa que decidira a túa morte e, daquela, decidiron arrincarte do teu fogar aquela mesma noite. Leváronte moi lonxe, durante días estiveches viaxando da maneira máis incómoda e horríbel, sen case comida nin auga, en condicións que prefiro non explicarche. Foi arrepiante ver como te presentaban diante desa persoa que quería a túa morte, esa persoa que te temía por crerte demasiado poderosa, e como despois te levaron perante dun río desbocado cuxo caudal baixaba entolecido dunha alta montaña. Atáronche pedras nos nocellos e nas mans e botáronte á auga. Antes de afundirte, botaches ao ar unhas verbas que estarreceron a todos os que presenciaban a túa morte. Dixeches: “por moi lonxe que me atope da miña terra, xamais ninguén me poderá separar da súa ialma. Hai tempo que fixemos un xuramento xuntas, ese xuramento nos manterá unidas para sempre. Non vivirei se estou lonxe dela. Non sodes ninguén. Morro porque vós o decidistes, pero en realidade a miña ialma sempre estará viva alí. Voltarei noutra vida e procurareivos para vingarme de vós!”

E é certo. Unha noite, cando intuías que te querían matar, saíches da túa casa, corriches ata o bosque e fendiches a terra cun coitelo para tirar dela o zume das árbores, restos de raíces, pedras esquecidas, auga, terra. Despois, con ese mesmo coitelo, fixécheste un corte na man. O teu sangue caeu dentro do corte que lle fixeras á terra, mesturándose así o interior da terra co teu sangue, nacendo desa mestura unha sustancia da que ti colliches un anaco, coas túas trementes mans. Levaches esa sustancia á túa casa e, sen facer ruído, mesturáchela con auga e despois… despois bebíchela rapidamente namentres aínda seguías sangrando. Namentres o teu sangue caía na ferida que lle fixeras á terra, pediches volver vida tras vida a ese lugar ao que pertencías tanto. Non sei por que estabas tan segura de que pertencías a este lugar, pero sempre o tiveches claro. Pediches que, por moi lonxe que morreses do teu fogar, a túa ialma nunca se afastase de eiquí. E así ocorreu vida tras vida, Agnes. Botaches sobre a túa vida un feitizo que ninguén poderá desfacer xamais. A terra aínda garda o teu antigo sangue. Seguramente moitas destas árbores que agora ves naceron da túa esencia. Hai moito de ti eiquí e iso ninguén nunca o poderá mudar. Agora, tes que entender que a túa vida non pode depender do que ocorra eiquí porque ti tamén tes dereito a gozar de cada cousa boa que che ocorra, que vos ocorra a ti e máis a Artemisa. Non obstante, nin ti mesma podes fuxir dos efectos que che provoca o sufrimento deste lugar. Será algo co que tes que cargar ata a túa morte. Gustaríame darche algún remedio para desfacer ese meigallo que te botaches a ti mesma, pero coido que non hai nada que poida anular algo que leva tanto tempo existindo. É arrepiante, pero é a túa realidade. Mesmo hei de atreverme a dicirche que, se agora estás doente, é porque, noutra vida, ti xuraches que preferías a tolaría antes que vivir lonxe da túa terra. Agora estás doente porque toleaches ao estar lonxe de eiquí. Non me gustaría afirmar que ti es a única responsábel da túa doenza, pero coido que esa é unha realidade que ninguén pode negar, e moito menos ti. Síntoo moito, Agnes.»

E, daquela, espertei porque soou a alarma das cinco e cuarto da mañá.

AS imaxes do soño desapareceron, pero non o fixeron nin as sensacións que sentira, nin o eco das verbas de Lúa nin tampouco o efecto que provocaran en min. Pasei todo o día pensando en todo o que ela me contara. E aínda non me puiden desfacer dese inmenso efecto que aínda latexa en min. Pregúntome, decotío, por que a min me tocou existir dunha maneira tan irreal… pero non podemos fuxir do noso destino, por moito que nos estarreza enfrontarnos a el.

Ocórreme tamén que todo o que me contou Lúa no soño me parece tan irreal que mesmo esquecín preguntarlle cal era ese segredo que tan fielmente quería gardar, polo cal todos me perseguiron e torturaron durante todas as miñas vidas. Sei que todas as persoas que me coñecían adiviñaban axiña que eu era meiga, pero sei tamén que esa non é a única razón que atopaban para querer matarme. Sei que hai algo máis e seica ese algo estea vencellado coa relación que mantiven con Artemisa noutras vidas, pero non sei se terei oportunidade de coñecer a verdade, toda a verdade.

E coido que hoxe xa escribín abondo. Seguirei pensando en todo o que souben grazas a Lúa, preguntándome cal é a mellor maneira de existir despois de coñecer esas verdades tan fortes e importantes.

Traducción:
 


Sábado, 27 de abril de 2019

Hace un año, estaba yo viviendo en Barcelona con Artemisa intentando, continuamente, encontrar los ánimos que me permitiesen avanzar por mi vida. Recuerdo que tenía momentos muy buenos en los que la vida me parecía muy sencilla y otros en los que no le veía sentido a nada, en los que cada nuevo día me pesaba en el alma como si fuese de piedra. Hace un año, estaba todo agobiada estudiando para unas oposiciones que no aprobé y para un examen de gallego que sí aprobé. Realmente, siempre me importó mucho más el examen de gallego que las oposiciones porque yo, realmente, no confío mucho en que pueda pasarme toda la vida trabajando en algo que para nada me llenará el alma. Ahora podría estar estudiando para las oposiciones que también se han convocado este año, las mismas para las que estudiaba el año pasado, pero, ciertamente, no tengo fuerzas para sentarme delante de un libro lleno de palabras que chocan contra mi cerebro y vuelan lejos de mi mente como si ésta nunca pudiese alojarlas. Ahora no tengo aliento para ponerme a estudiar algo tan complicado que tanto se aleja de mis verdaderos intereses. A mí me gustaría hacer algo útil para mi tierra. Artemisa me dice que, estudiando para esas oposiciones, podría acabar trabajando en el ayuntamiento de Ourense y así podría luchar contra las cosas que no me parecen bien, pero no es tan sencillo como ella piensa.

Mas no he comenzado a escribir en mi diario para hablar únicamente de las oposiciones; un tema que, dependiendo del día, me preocupa más o menos. Quiero hablar sobre todo de que esta semana he experimentado muchísimas sensaciones y emociones extrañas que no sé nombrar. Ocurrieron hechos horribles que me dejaron el alma herida y otros que realmente me hicieron muy feliz. Lo peor que ha ocurrido esta semana que ya se va es que ardieron las termas Da Chavasqueira. Se quemaron todas. Cuando lo oí el miércoles en la radio, me quedé paralizada, sin saber qué pensar, creyendo incluso que me encontraba en un sueño; pero no dejaban de repetir que había sido un incendio que había quemado toda la estructura de las termas y que ya no podrán utilizarse hasta que las reconstruyan, que no sé cuándo será eso. También es cierto que, en ese momento en el que oí esa noticia tan estremecedora, me quedé sin poder comprender lo que decía el locutor, intentando entender lo que estaba oyendo. Hacía tiempo que sentía miedo a que a Ourense le ocurriese algo espantoso y ese momento llegó esta semana. Enseguida experimenté un inmenso miedo a que ese incendio no fuese lo único que atacase a nuestra ciudad, que fuese el principio de una época horrible en la que no dejarían de suceder cosas escalofriantes. Incluso, desde ese momento, comencé a pensar en que hay una conspiración contra Galicia y que alguien, desde no sé dónde, quiere destruir el mundo entero. Enseguida recordé también que, justamente hacía una semana, había ardido la catedral de Notre- Dame, lo cual también me impresionó mucho cuando ocurrió. Pensé en las guerras que está habiendo continuamente en el mundo, pensé en el atentado de Sri Lanka, pensé en muchísimas cosas al mismo tiempo mientras la gente tomaba su café con leche y comía los cruasanes acabados de hacer. Pensé en eso mientras Artemisa venía de camino a la cafetería, sin saber yo cómo la miraría cuando entrase por la puerta, qué le diría. Justamente habíamos planificado ir a bañarnos a las termas esa misma tarde, qué casualidad. Yo hacía muchos meses que no me bañaba en ellas, desde que Lúa murió, porque me recordaban mucho a Lúa, porque con ella había estado muchas veces allí, disfrutando de la tranquilidad del lugar, del calor de las aguas... y todo eso había desaparecido, como Lúa.

Todos esos pensamientos hacen que pierda el rastro de lo que me rodea y permanezca detenida en un momento que sólo está lleno de oscuridad. Me cuesta mucho salir de esa oscuridad en la que esos pensamientos quieren hundirme. Me siento como si caminase por un bosque al que ni llega la luz de las estrellas, en el que sólo hay oscuridad y noche. Hay tinieblas que esconden los troncos de los árboles, las copas densas ocultan las ramas de los demás árboles y me parece que no hay ninguna luz en el mundo que pueda alumbrar mi camino. Cuando esos pensamientos me llenan toda el alma, me siento caer por un vacío que no tiene fin y, aunque alguien me llame desde la realidad en la que habito, no soy capaz de seguir esa voz, de comprender esas palabras que me dicen, de entender que me las dirigen a mí. Permanezco detenida en un momento que nadie más comprende, sólo mi alma herida y enferma. Ni tan siquiera mi mente puede comprender por qué la invaden esos pensamientos, no puede saber de dónde nacen éstos.

Llegó Artemisa cuando ni tan siquiera me había recuperado del impacto que me había provocado aquella noticia y no fui capaz de decirle nada hasta que transcurrieron dos horas por lo menos. Ella se quedó todo asombrada, pero no supo qué decirme. Pasados unos minutos, me aseguró que las reconstruirían antes de lo que pensaba, ya que son un punto muy importante de la ciudad y a todos les interesaba que las termas estuviesen reconstruidas cuanto antes. Yo le dije que seguramente sí, pero hablaba casi sin pensar en lo que decía y así estuve toda la mañana y la mayor parte de ese día tan extraño en el que, dentro de mí, luchaba la tristeza contra las ganas de recuperarme y de coger en mis manos la luz que ilumina mi vida toda. He de decir que lo que ocurrió con las termas me impactó más que me entristeció, es decir, sí me da mucha pena que pasase, pero aún no lloré verdaderamente por eso. Más bien, estoy sorprendida, incapaz de reaccionar bien, de entender lo que pasó. Me encuentro en un momento de mi vida en el que lloro con mucha facilidad por el detalle más simple. Incluso lloro por cosas en las que los demás ni se fijan. Sé que, a veces, lloramos por cosas que parecen pequeñas que son, en realidad, pequeños detalles de otras cosas más grandes. Es como si nuestra alma encontrase en esas pequeñas cosas el motivo por el cual desahogar toda la tristeza que la llena. Muchas veces, ni tan siquiera sabemos cuál es el motivo que verdaderamente nos hace llorar. Pensamos que sí, pero no es cierto. Quizás podamos adivinar uno de esos motivos, pero el principal nos cuesta mucho encontrarlo.

Ahora estamos en la aldeíña, como todos los fines de semana. Aquí, parece que no existan las cosas malas. En mi casa, con mi madre, parece que se detenga el tiempo, que no haya ni pasado ni futuro, sólo este presente que parece escogido de un pasado mucho más antiguo que la vida de la Tierra. Hay algo en el aire que me transporta a mi niñez. Me siento, muchas veces, como si pudiese mirar a los ojos de esa niña que soñaba con vivir siempre en su aldea, trabajando la tierra, cuidando sus animales. Cuando era niña, soñaba con tener muchos animales para ser amiga de ellos, para cuidarlos, para que fuesen mi familia. Cuando era niña, tenía un secreto que nunca le conté a nadie. Ese secreto era que no quería compartir mi vida con personas, sólo con animales, porque me costaba mucho confiar en la gente. Ahora, rememorando lo que deseaba cuando era niña, me río pensando en lo soliña que acabaría sintiéndome sin el amor de una persona amada. Ahora no podría imaginarme sin Artemisa, nunca, nunca. Cuando era niña, ni tan siquiera sabía que Artemisa existía, pero estoy segura de que, si lo hubiese sabido en su momento, enseguida habría cambiado de opinión. En muchas ocasiones, me quedo pensando en todo lo que vivimos Artemisa y yo desde que nos unimos. La primera noche que compartimos es tan distinta de las que compartimos ahora... Cuando estuvimos juntas por primera vez, las dos (sobre todo yo) estábamos muertas de la vergüenza, teníamos miedo a hacernos daño, a no saber acariciarnos. Yo recuerdo perfectamente la sensación de vacío que sentí cuando supe que ella tenía todo mi cuerpo al alcance de sus manos, cuando supe que ella podía descubrir todos los rincones de mi ser, no sólo físicamente, sino sobre todo anímicamente. Sabía que, al entregarnos de esa manera tan íntima, quedarían al descubierto todos mis secretos, mis miedos, mis inseguridades, mis deseos más profundos... Yo todavía estaba muy enferma cuando compartí aquella noche con Artemisa. Tenía mucho miedo a no gustarle, a que se arrepintiese de lo que estábamos haciendo, a que, en cualquier momento, ella me dijese que no podía ni quería seguir, que no podía estar conmigo... pero nada de eso ocurrió. Los segundos avanzaban mientras ella y yo nos hundíamos cada vez más en una pasión que no nos asustaba, que deshacía levemente mis miedos y mi vergüenza. No obstante, tardé mucho tiempo en conseguir estar con ella sin sentir vergüenza. Me quería tan poco a mí misma que no podía ni pensar en que ella me mirase y pudiese acariciarme toda. Fue muy difícil creer que ella me amaba de verdad. Yo ansiaba estar con ella a todas horas, pero me daba muchísima vergüenza que ella lo supiese, que supiese que yo la amaba y la deseaba tanto y tanto. Y, ahora, todo es tan distinto... Puedo describir perfectamente su piel centímetro a centímetro, ella conoce mi cuerpo mejor que yo. Estar juntas es algo que hacemos sin pensar, sólo dejándonos llevar por nuestras emociones, por la calma que experimentamos cuando estamos íntimamente solas. Y es algo tan y tan bonito que no puedo describirlo. Estar juntas es sentir la vida, es detener la vida por unos momentos que deseamos volver eternos. El mundo se para y no existe nada excepto nosotras, nuestro amor, y todo se detiene como si de verdad el mundo dejase de existir. No hay nada más allá de nuestras manos, de nuestras miradas, de nosotras. Estar con ella es encontrarme en otro lugar en el que me siento realmente protegida. Cuando estoy con ella, olvido que estoy enferma.

Hay algo que también me ayuda mucho a estar mejor. Se trata de la música. Ayer por la noche, cenamos en la casa de mi tío Damián casi todos los vecinos de la aldea (que no somos más de quince personas) porque era el cumpleaños de mi tío. Después de cenar, mientras nos acabábamos el vino que quedaba en las tazas, mi tío Damián propuso tocar música. Artemisa había traído la guitarra y fue ella quien comenzó a tocar. He de decir que ella pasa muchas tardes aprendiendo a tocar canciones de nuestra tierra, las canciones que habituamos cantar en las fiestas. Fue ella quien nos animó a todos a que cantásemos. Yo fui a buscar a mi casa la pandereta que tengo desde niña y enseguida todo cambió de color, de sonido, de luz. En cuanto comencé a tocar y a cantar, sentí que el nudo que tenía en el alma (un nudo hecho de todas las emociones que fui acumulando durante estos días) se deshacía y empezaban a salir de mí esos sentimientos que me herían. Sentí que la impotencia guiaba mis manos, que la gratitud intentaba acallar la rabia que me daba saber lo que acababa de ocurrir en Ourense y también que no estoy curada como creía... La tristeza se mezcló también con la gratitud porque, en ese momento, a pesar de tener encima el rastro de los recuerdos de esos momentos tan tristes, me sentía agradecida con la vida. La música me tenía sostenida en una nube que no se desharía, que me protegería de la enfermedad, de la ansiedad. Sí es cierto que estuve sintiendo ganas de llorar durante casi toda la noche, pero podía luchar contra ellas.

Hubo canciones que sólo Artemisa y yo cantamos, muy bonitas, que emocionaron a todo el mundo. También hubo canciones que sacaron de nosotros una infinita cascada de alegría... Fueron muy bonitos y necesarios esos momentos. Cuando nos fuimos a dormir, me sentía ligera, como si de verdad me hubiese quitado de encima un gran peso.

Artemisa dice que, a estas alturas de mi vida, ya tendría que estar habituada a mis cambios de ánimo, ya tendría que conocerme de verdad; mas me cuesta mucho, a veces, saber quién soy, qué siente mi alma. Es muy complicado acostumbrarte a vivir con un alma que está llena de sentimientos tan diferentes que, más bien, son contrarios unos de los otros. Además, no sólo me influyen las cosas que ocurren a mi alrededor. También me influye, a veces de modo muy negativo, la energía de las demás personas, la energía que se acumula en los lugares, la energía que puedo encontrar en cualquier rincón. Soy muy sensible a cualquier cambio en el aire, a cualquier sonido inesperado, a cualquier respuesta que alguien pueda darme sin que yo pueda entender por qué me habló de ese modo. Soy muy sensible también a los sueños que pueda tener por las noches. No es sencillo para mí quitarme de encima el efecto que provocan en mi alma las pesadillas que tengo. Sin ir más lejos, ayer, viernes, estuve casi toda la mañana pensando en la pesadilla que tuve por la noche. No podía quitarme de encima la tristeza y el miedo que había sentido en el sueño. No podía dejar de oír las palabras que Lúa me había dedicado, no podía dejar de pensar en el significado que tenía aquel sueño. Sabía que ese sueño no había nacido sólo de mis miedos, sino de una realidad a la que yo no tengo acceso; una realidad que existe y que, ahora mismo y para siempre, forma el mundo en el que vive Lúa. El mundo de los muertos está muy lejos de nosotros porque se trata de una dimensión muy distinta a la nuestra, pero, simultáneamente, está muy cerca de nuestra vida, pero porque, de alguna manera u otra, la muerte forma parte de la vida, pero yo no puedo entender que la nada pueda formar parte de la vida, a pesar de saber también que los muertos pueden establecer contacto con nosotros, sobre todo con las personas que tienen dentro de sí ese sentido que les permite comunicarse con las almas que en esta tierra ya no tienen cuerpo. Yo, por desgracia o por suerte, no sé cómo interpretarlo, tuve siempre la capacidad de ver a los que se fueron. No los veo tal como fueron en esta vida. No se me presenta ante mí el aspecto que los definía cuando estaban vivos. Lo que veo de las almas que no viven aquí es un pequeño pedazo de aire que tiene en su existencia el murmullo de la energía de la persona que formó parte de mi vida. Siempre puedo ver a personas que quise y me quisieron. Mi abuela se presentó muchas veces ante mí en el viento, en alguna gota de agua, en la noche, en el aire que sopla entre las copas de los árboles... pero no necesariamente tengo que hablar con ella para saber que está. A Lúa también la he visto muchísimas veces. Más que verlas, lo que ocurre es que mi alma las siente cerca de mí. Sé que hay algo a mi alrededor que no pertenece al mundo de los vivos. Es algo que sé sin que nadie tenga que decírmelo. Lo sé como si, hace muchos siglos, alguien me hubiese explicado que esas sensaciones tan extrañas que experimento cuando veo a las almas que ya no están son algo que pertenece a otra realidad, es como si alguien me lo hubiese enseñado hace muchísimo tiempo. No puedo dudar de lo que siento porque es algo que tengo muy dentro de mí.

Pues la pesadilla que tuve el jueves por la noche me dejó el alma tan trémula porque en ningún momento me pareció un sueño. Era muy real, demasiado real. Mi alma estaba llena de las mismas sensaciones y emociones que la llenan cuando estoy despierta. Sentí los mismos miedos, la misma inseguridad, mi enfermedad latiendo por dentro de mí. También sentí muy real el lugar en el que me encontraba. Caminaba por la orilla del Miño, por el paseo de las ninfas, al atardecer, cuando al sol no le quedaban apenas rayos para lanzar a la Tierra. Había unas nubes doradas que le daban a todo un aspecto mucho más mágico e irreal; mas yo he visto esos colores en el río en más de una ocasión. Sé que son reales, mas en el sueño parecían provenir de otro mundo. No había nadie, lo cual me extrañaba y, a la vez, me serenaba porque me apetecía mucho estar sola. Necesitaba estar sola. Me sentía como si acabase de sufrir otro fuerte ataque de ansiedad como el que me llevó a urgencias la última vez. Me sentía muy avergonzada, muy tristiña y decepcionada y no quería que nadie pudiese asomarse a mi mirada y descubrir mis sentimientos. Ni tan siquiera me apetecía que Artemisa supiese lo mal que me sentía. Prefería que sólo la naturaleza captase mis sentimientos. Estaba hundida, pero quería encontrar las ganas de vivir, quería seguir viviendo, ansiaba continuar con mi vida como si nada hubiese ocurrido, como en la vigilia.

Entonces, cuando creía que la soledad me protegía por completo, alguien murmuró mi nombre entre las ramas de los árboles. Era una voz conocida que, últimamente, sólo había oído en las grabaciones de vídeo en las que estaba registrada. Enseguida supe que era Lúa quien me llamaba. No rechacé la posibilidad de hablar con ella, al contrario, en ese momento pensé que era la única persona que podía ayudarme, con la que podría hablar sin sentirme culpable. Enseguida me di cuenta de que justamente sonaba su voz en la dirección que conducía a las termas Da Chavasqueira; mas, en el sueño, la ubicación de las termas no coincidía con la realidad. Era como si Ourense fuese más pequeña y antigua, como si no existiese la mitad de las calles que distribuyen la ciudad. Me sentía como si estuviese en un espejismo de Ourense, no en la Ourense que conocemos.

Lúa estaba entre dos árboles que no están en realidad en ese lugar, pero en el sueño no dudaba de nada. Sabía que, en otro momento de la Historia, esos árboles sí estuvieron allí. Ella me miraba con mucho cariño, pero también con culpabilidad, como si estuviese arrepentida de presentarse ante mí. Yo quería llamarla, pero no podía hablar. En mi garganta había un nudo que había devorado mi voz; mas supe que no era necesario hablar, que ella podía escucharme a través de mis ojos, como hizo siempre, como también hace Artemisa.

Vi que, detrás de ella, había un humo que subía al cielo haciendo espirales que se perdían en el color dorado del atardecer, alimentando también las nubes que escondían los últimos rayos de sol del día. Quise volver a llamarla, otra vez, pero tampoco pude hablar. Su nombre se quedó detenido en mis labios, sin sonido.

Lúa me pidió que la siguiese y lo hice sin fijarme en el lugar por el que caminábamos, sólo sintiendo que ella me atraía, que me atraía también el viento que la perseguía, como si ella fuese la madre de todo el aire que podía soplar en el bosque. El río, al principio, antes de que ella me llamase, estaba callado, como siempre; pero de súbito comenzó a sonar muy fuerte, a levantar su voz, como si él también quisiese llamarme. Lúa caminaba cada vez más rápido, pero yo podía seguirla porque me sentía ligera, a pesar de llevar en mi interior tanta tristeza y miedo. Sí, tenía miedo, tenía miedo porque, pese a que reconocía el lugar en el que nos encontrábamos, me sentía extraña, como si no pudiese saber del todo en qué momento de mi vida nos hallábamos.

Lúa se detuvo delante de ese incendio que enviaba ese humo negro y devastador al cielo. Me miró y me dijo de súbito, sin descanso, pero hablando con claridad, hablando con cuidado, como si fuese consciente del efecto que me provocarían sus palabras:

«Estar enferma no te da derecho a esconderte de la vida. Tienes que vivir. Estoy muy decepcionada contigo, Agnes, porque estás rindiéndote. No quiero que te rindas, quiero que luches. Tienes derecho a ser feliz, ya te lo he dicho muchas veces; mas no he venido hasta ti para pedirte que luches por tu felicidad porque sé que quieres hacerlo. He venido porque necesito mostrarte algo muy importante, para revelarte algo que necesitas saber. Tienes derecho a saber por qué te duele tanto que a Galicia le ocurran cosas tan malas. Quiero que lo sepas. Por ti misma, nunca serás capaz de descubrirlo porque no quieres enfrentarte a esa realidad, porque sabes que algo muy fuerte está detrás de ese vínculo que te une a nuestra tierra.

Siéntate, pues lo que quiero contarte es algo largo.»

evidentemente, no puedo recordar todas las palabras que me dirigió, pero sí puedo escribir el resumen de todo lo que me contó. No sé aún si creer todo lo que me dijo. Artemisa me anima a que lo haga. Me dice que yo soy una persona muy especial que puede recibir en los sueños mensajes que en la vigilia nunca me llegarían, que mi alma se comunica, a través de los sueños, con otras realidades que no son mentira, que también son reales y forman parte de la vida.

«Hace mucho tiempo, viviste aquí. Ya sabes que viviste aquí durante muchísimos siglos. incluso me atrevería a afirmar que siempre viviste aquí, vida tras vida; pero eso fue así porque, la primera vez que estuviste viva en Galicia, que naciste aquí, hiciste un juramento que prometiste no quebrar jamás. No hiciste sola ese juramento. Fue un juramento que compartiste con la tierra. Saber cuándo viviste aquí por primera vez sería imposible, pero más de una persona que te conoció en el pasado piensa que la primera vez que naciste aquí fue cuando Galicia ni tan siquiera era Galicia, cuando vivían aquí las primeras poblaciones que habitaban en nuestra tierra. Viviste en la época de los celtas, de los romanos, en la Edad Media... Siglo tras siglo, fuiste reencarnándote sin querer, sólo porque una fuerza inmensa y poderosa quería que estuvieses aquí. Esa fuerza es el alma de esta tierra. Esta tierra siempre te necesitó, como si tu fueses parte de ella. Y, en realidad, formas parte de ella. Vida tras vida, te mataron porque te acusaron siempre de brujería, porque siempre pensaron acertadamente que eras una meiga que estaba hechizando todo lo que la rodeaba, y era cierto. Al principio, en las primeras vidas, incluso fuiste una hechicera respetada por todos. Acudían a ti muchas personas en procura de ayuda; mas, en los años más oscuros de la Edad Media, todo cambió para ti. La sociedad te rechazó injustamente y tuviste que esconderte en los bosques, vivir en los bosques lejos de cualquier persona, teniendo a los animales como única familia.»

Me atreví a preguntarle cómo sabía todo eso. Me parece imposible creer del todo la respuesta que me dio, pero tampoco tengo motivos para pensar que no puede ser cierta. Me dijo:

«Porque, cuando mueres, tienes libertad para vagar de una dimensión a otra, porque cuando mueres tienes derecho a ver el pasado de las personas que más quisiste. El pasado de todos nosotros se acumula en una memoria que nunca nadie ni nada podrá destruir. Se trata de la memoria de los tiempos, a la que sólo pueden acceder las almas que se fueron, mas no todos tienen acceso a ella. Si en la vida tuviste algunas facultades especiales, en la muerte puedes viajar. No quiero decir con esto que las personas sin ninguna facultad especial no tengan derecho a visualizar el pasado de sus seres queridos, pues toda persona tiene facultades únicas que los demás no tienen; mas se necesita tener muchísima fuerza anímica para poder enfrentar las terribles imágenes que forman el pasado de los que quisimos. Y yo quería conocerte bien, quería saber de dónde provenía ese vínculo tan fuerte que tienes con nuestra tierra. Yo también amaba nuestra tierra, pero lo que tú sientes va más allá de cualquier amor o admiración.»

Esa realidad me parece demasiado fuerte para mí. Es demasiado para mí. No sé cómo alojarla dentro de mí. Es muy grande como para que pueda aceptarla sin más. Artemisa se rió cuando se la revelé, pero no porque se burlase de mí, sino porque le parecía demasiado hermosa para que fuese cierta.

Después de revelarme algo tan importante e impactante, Lúa prosiguió:

«Siempre moriste de modo injusto, vida tras vida. Nunca moriste de modo natural, porque tu vida llegase a su fin de manera natural, sino porque te quitaron la vida siempre. No voy a detenerme a revelarte cómo moriste en cada vida. Sólo te diré que, la primera vez que quisieron quitarte la vida, querían llevarte a un lugar muy alejado de tu hogar y de tu familia. No querían decirte dónde te llevarían. Te encerraron en una celda oscura y húmeda, te ataron de pies y manos y te dijeron que, hasta que confesases el más importante de tus secretos, no te liberarían. Tú no quisiste confesar, así que te llevaron ante una persona con mucha autoridad que decidiría si seguirías viviendo o no. Estabas famélica, llena de heridas, decepcionada con la vida, muy asustada y frágil, pero nadie se apiadó de ti. Eras muy joven y tenías mucho miedo, pero a todos les daba igual como te sintieses. Decidieron que morirías ante un emperador que no voy a nombrar, no es importante que conozcas su nombre. Era un hombre despiadado y muy cruel que no tuvo compasión de ti, que quiso torturarte hasta sacarte ese secreto que tú tenías tan bien guardado. Ibas a morir ahogada, lejos de tu tierra; mas, la última noche que ibas a pasar aquí en Galicia, conseguiste huir de la celda en la que te encerraron porque el vigilante que tenía que cuidar de que no marchases se quedó dormido, tú lo golpeaste en la cabeza hasta dejarlo inconsciente y huiste. Cuando estabas fuera ya, corriendo hacia tu casa, alguien te atrapó de nuevo. Te llevó ante la persona que había decidido tu muerte y, entonces, decidieron arrancarte de tu hogar aquella misma noche. Te llevaron muy lejos, durante días estuviste viajando de la manera más incómoda y horrible, sin casi comida ni agua, en condiciones que prefiero no explicarte. Fue escalofriante ver cómo te presentaban ante esa persona que quería tu muerte, esa persona que te temía por creerte demasiado poderosa, y cómo después te llevaron ante un río desbocado cuyo caudal bajaba enloquecido de una alta montaña. Te ataron piedras en los tobillos y en las manos y te tiraron al agua. Antes de hundirte, lanzaste al aire unas palabras que horrorizaron a todos los que presenciaban tu muerte. Dijiste: “por muy lejos que me encuentre de mi tierra, jamás nadie podrá separarme de su alma. Hace tiempo que hicimos un juramento juntas, ese juramento nos mantendrá unidas para siempre. No viviré si estoy lejos de ella. No sois nadie. Muero porque vosotros lo decidisteis, pero en realidad mi alma siempre estará viva allí. ¡volveré en otra vida y os buscaré para vengarme de vosotros!”

Y es cierto. Una noche, cuando intuías que querían matarte, saliste de tu casa, corriste hasta el bosque y hendiste la tierra con un cuchillo para sacar de ella la savia de los árboles, restos de raíces, piedras olvidadas, agua, tierra. Después, con ese mismo cuchillo, te hiciste un corte en la mano. Tu sangre cayó dentro del corte que le habías hecho a la tierra, mezclándose así el interior de la tierra con tu sangre, naciendo de esa mezcla una sustancia de la que tú cogiste un pedazo, con tus trémulas manos. Llevaste esa sustancia a tu casa y, sin hacer ruido, la mezclaste con agua y después... después te la bebiste rápidamente mientras aún seguías sangrando. Mientras tu sangre caía en la herida que le habías hecho a la tierra, pediste volver vida tras vida a ese lugar al que pertenecías tanto. No sé por qué estabas tan segura de que pertenecías a este lugar, pero siempre lo tuviste claro. Pediste que, por muy lejos que murieses de tu hogar, tu alma nunca se alejase de aquí… y así ocurrió vida tras vida, Agnes. Echaste sobre tu vida un hechizo que nadie podrá deshacer jamás. La tierra aún guarda tu antigua sangre. Seguramente muchos de estos árboles que ahora ves nacieron de tu esencia. Hay mucho de ti aquí y eso nadie nunca podrá cambiarlo. Ahora, tienes que entender que tu vida no puede depender de lo que ocurra aquí porque tú también tienes derecho a disfrutar de cada cosa buena que te ocurra, que os ocurra a ti y a Artemisa. No obstante, ni tú misma puedes huir de los efectos que te provoca el sufrimiento de este lugar. Será algo con lo que tienes que cargar hasta tu muerte. Me gustaría darte algún remedio para deshacer ese embrujo que te echaste a ti misma, pero creo que no hay nada que pueda anular algo que lleva tanto tiempo existiendo. Es escalofriante, pero es tu realidad. Incluso he de atreverme a decirte que, si ahora estás enferma, es porque, en otra vida, tú juraste que preferías la locura antes que vivir lejos de tu tierra. Ahora estás enferma porque enloqueciste al estar lejos de aquí. No me gustaría afirmar que tú eres la única responsable de tu enfermedad, pero creo que ésa es una realidad que nadie puede negar, y mucho menos tú. Lo siento mucho, Agnes.»

Y, entonces, desperté porque sonó la alarma de las cinco y cuarto de la mañana.

Las imágenes del sueño desaparecieron, pero no lo hicieron ni las sensaciones que había sentido, ni el eco de las palabras de Lúa ni tampoco el efecto que habían provocado en mí. Pasé todo el día pensando en todo lo que ella me había contado. Y aún no pude deshacerme de ese inmenso efecto que todavía late en mí. Me pregunto, continuamente, por qué a mí me ha tocado existir de una manera tan irreal... pero no podemos huir de nuestro destino, por mucho que nos horrorice enfrentarnos a él.

Me ocurre también que todo lo que me contó Lúa en el sueño me parece tan irreal que incluso olvidé preguntarle cuál era ese secreto que tan fielmente quería guardar, por el cual todos me persiguieron y torturaron durante todas mis vidas. Sé que todas las personas que me conocían adivinaban enseguida que yo era meiga, pero sé también que ésa no es la única razón que encontraban para querer matarme. Sé que hay algo más y tal vez ese algo esté vinculado con la relación que mantuve con Artemisa en otras vidas, pero no sé si tendré oportunidad de conocer la verdad, toda la verdad.

Y creo que hoy ya he escrito suficiente. Seguiré pensando en todo lo que supe gracias a Lúa, preguntándome cuál es la mejor manera de existir después de conocer esas verdades tan fuertes e importantes.
 
 

miércoles, 24 de abril de 2019

DIARIO DE AGNES: LUNS, 22 DE ABRIL DE 2019

Luns, 22 de abril de 2019

Hai ben semanas que non escribía no meu diario. Non escribía porque non me prestaba sentar diante do ordenador ou dunha folla en branco e comezar a falar da miña vida. Falar da miña vida era falar dos sentimentos que daquela me enchían a ialma. Non quería falar do que estaba a vivir. Había por dentro de min unha treboada que contrastaba moito coa luz que enchía a nosa vida toda. Mais, mesmo nos momentos máis felices da nosa existencia, hai treboadas que tentan desfacer a luz que alumea os nosos días. Ás veces, esas treboadas aparecen tan de súpeto que cremos que non poderemos atopar a forza que nos permita loitar contra elas ou o refuxio no que poidamos protexernos da súa violencia, pero o tempo vaiche dando eses folgos que cres que che fallan e, devagariño, vas entendendo que ren é tan imposíbel nin tan terríbel como parece.

O mes de marzo foi moi estraño. Estivo cheo de contradicións, de momentos de euforia e tamén de momentos de desesperación. Houbo choiva, incendios, prantos, risos... Houbo moitas sorpresas e tamén bendicións que axitaron o noso presente. Hai cousiñas que Artemisa leva peor ca min e outras que eu levo peor ca ela. Imos combinando os nosos sentimentos para loitar xuntas contra as dificultades.

O mes de marzo foi estraño para nós sobre todo porque, á fin, Laila comezou a vivir connosco. A súa presenza enche de luz os nosos días. É unha cadeliña moi tenra e agarimosa que non nos deixa de amosar canto nos quere, aínda que hei de dicir que comigo ten unha relación un pouquiño máis especial que con Artemisa; o cal me abraia moitísimo porque eu estaba segura de que Artemisa e máis ela estarían moi unidas, xa que era Artemisa quen, nun principio, estaba interesada en adoptala; pero, co paso dos días, eu fun dándome de conta de que entre Laila e máis eu, inesperadamente, estaba xurdindo un vencello moi bonito e forte. Agora, ela non pode estar nun lugar no que eu non estea. Na cafetaría, teño que ir visitándoa de cando en vez para que estea tranquila. Se o fai Artemisa, non está tan acougada. Na cafetaría, queda nun cuartiño que lle preparamos a ela, no que ten a súa camiña, os seus xoguetes, onde lle damos de comer e de beber... Artemisa quérea moitísimo, pero eu estoume desvivindo por ela e non me custa facelo porque a quero moito, realmente, máis do que pensaba que a querería. O corazón parece ir só, de xeito independente, e non podemos prever como vai reaccionar. En realidade, estou cada vez máis convencida de que non podemos controlar ren de nós, practicamente ren, porque podemos domear os nosos pensamentos aprendendo a facelo, pero, despois, a nosa mente reacciona como lle peta, botando polo chan todo o esforzo que fixemos por estar ben. E foi o que me ocorreu a min en marzo, a finais de marzo, unha semana despois dos últimos incendios que houbo en Galicia. Houbo, de novo, incendios moi fortes en Rianxo esta vez. Eu pensaba que podería seguir vivindo como se ren tivese ocorrido. Xa houbo incendios antes namentres Artemisa e máis eu xa estabamos vivindo eiquí en Galicia. Estes, evidentemente, afectábanme moito, pero axiña atopaba os azos para superar esa tristura e seguía vivindo salientando decotío todas as cousas boas que temos na nosa vida; mais esta última vez foi todo moi distinto. Eu nin tan sequera podía prever que iso ocorrería. Foi como se houbese algo por dentro de min que eu non podía domear. E agora estou segura de que a miña doenza non me pertence nin eu lle pertenzo a ela, non a podo domear porque non é algo relacionado comigo. Quero dicir que, por moi ben que eu me poida sentir, ela vive libre, facendo o que lle peta. Estoupei sen que puidese saber que me estaba a ocorrer. Sei que podemos loitar contra a ansiedade cando notamos que vén, cando intuímos a súa presenza; pero isto non é posíbel sempre. Hai veces nas que a ansiedade é moito máis forte que nós. Apodérase da nosa ialma sen que poidamos facer ren. Queremos loitar contra ela, pero de súpeto ela volveunos débiles, fráxiles. Sentinme de repente tan fráxil que pensei que, esa vez, a miña vida marcharía de min para sempre, que morrería, que afogaría nese ataque de ansiedade tan forte que desfixo por completo a pouquiña estabilidade que me quedaba eses días. Eu seguía vivindo malia sentirme tristeiriña, pero tampouco lle daba importancia a esa tristura porque, dende que vivimos eiquí en Galicia, para min non houbo ren que puidese desfacer a beleza da nosa vida, porque eu me sentía feliz estando onde estamos, porque eu cría que vivir en Galicia xa abondaba para afastar a miña doenza para sempre; pero ren diso foi certo. A miña doenza non desapareceu definitivamente, tal como afirmou tantas veces Casandra; quen, por certo, ultimamente está irrecoñecíbel. Mesmo leva sen falar con Artemisa dende que eu sufrín ese ataque tan forte.

Non obstante, hai algo do que non dubido en absoluto e é que, eiquí en Ourense, non me sinto débil, sei que podo loitar contra a ansiedade e contra a tristura que me queiran facer caer. Sei que podo loitar contra todas as dificultades porque estou na miña terra. A miña doenza non ten tanta forza eiquí. Eiquí non vai poder comigo. Pode facerme perder o control da miña ialma, pódeme tirar a serenidade, pero non me vencerá. Fóra de Galicia, eu xa estaría afundida. Agora non me sinto afundida, malia estar máis sensíbel ante calquera cousa, malia saber que me teño que coidar moito porque calquera estímulo me pode facer perder a calma; pero non me sinto afundida. Quero seguir loitando pola miña vida porque a amo, amo a miña vida como non o facía dende que era cativa. Amo o que son eiquí en Galicia, o que teño, o que vivo, amo todo o que forma a miña vida. Estou con Artemisa no lugar ao que pertenzo, vivindo cunha cadeliña que ten dentro de si todo o amor do mundo. Miña nai e máis eu levámonos mellor que nunca. Si é certo que estou doente, que podo ter ataques de ansiedade de cando en vez, pero iso non me fai débil nin menos feliz. Si me amola, e moito, que teña que estar sempre pendente do meu estado de ánimo, pero tampouco podo permitir que ese detalle escureza a miña vida. Hai persoas que teñen problemas internos que lles duran toda a vida e seguen vivindo felices, levando enriba ou dentro iso que lles pode amolar de cando en vez.

Fóra de Galicia, eu non tería sido quen de recuperar a calma que preciso para seguir vivindo. Ese ataque tan forte de ansiedade me tería vencido. Tería perdido a calma e seguramente tería acabado pechada, de novo, no hospital. Esta vez, axiña souben que precisaba para recuperarme. Quería estar tranquila na aldea só uns días, pero tamén sabía que precisaba traballar para recuperarme antes. Os días que pasei na aldea axudáronme moitísimo. Estar tranquila alí coa miña nai, Artemisa e máis Laila axudoume moito máis do que me podería ter axudado calquera menciña. Sei que, cando me levaron ao hospital, me deron algunha menciña para axudarme a acougarme, pero foi algo puntual.

Sei que perdín a calma por completo cando vin que unha enfermeira tentaba levarme a algún lugar no que eu non quería estar. Axiña pensei que me querían afastar da miña vida para levarme, de novo, a un hospital no que me querían encerrar; pero, ao instante, deime de conta de que estaba moi trabucada cando vin ao doutor que nos atende a Artemisa e máis a min. Tamén sei que perdín a consciencia cando iamos na ambulancia porque o medo ma tirou, pero recupereina cando notei que alguén me tomaba con coidado da man e me chamaba con agarimo e dozura. Era o noso doutor. El, axiña, díxome que non me levarían a ningures, que só quería que me acougase. Díxome que Artemisa estaba fóra agardándome e que podería voltar á miña casa en canto me sentise ben. Iso calmoume moitísimo, aínda que nos custou moito domear o ritmo ao que me latexaba o corazón.

Pero todo pasou. Artemisa entrou na consulta do doutor cando me sentín ben e voltamos á nosa casa. O meu tío Damián veunos buscar a Ourense e levounos á aldeíña. Alí estivemos unha semana, aínda que Artemisa ía traballar todos os días. Silvia portouse moi ben comigo, con moita comprensión, e amosoume que é unha amiga de verdade. Cando o doutor me deu a alta, ela, igualmente, pediume que estivese na miña casa uns días máis para que acabase de recuperarme definitivamente. Agradézolle moitísimo que fose tan comprensiva comigo. Ademais, non me descontou ren do xornal.

Aínda non estou moi ben, pero sei que isto que sinto non ten importancia. En Galicia, a miña doenza non me parece nada ameazante. É algo máis da miña vida que só está aí agardándome para amolarme, pero non poderá comigo. Esta convicción xamais a tiven fóra de Galicia. Fóra de Galicia, sempre me sentín ren, fráxil, unha pinga de auga que o vento podía levar onde quixer sen importar nada, nin a súa vida nin nada. Eiquí sei que son máis forte. Miro ao meu redor e atopo na beleza de Ourense e da miña aldea a forza que preciso para loitar, para ser forte. Miro a Artemisa aos ollos e atopo axiña a razón da miña existencia. Sei que Artemisa está moi desacougada por min. Decotío quere falar do tema. Pensa que falar do tema me vai ben, que falar do que sinto conseguirá desfacer esta estraña crise que estou vivindo; pero non é verdade. Falando disto, todo medra. Medran os sentimentos complicados. Paréceme que, falando do que me ocorreu hai un mes, podemos chamar á ansiedade de novo. Emporiso, prefiro seguir vivindo coma se ren tivese existido. Falar do que me ocorreu e dicir que teño outra crise é coma tocar decotío unha ferida que sangrou moito no seu momento. Pode volvernos sangrar de novo e non quero que iso ocorra. Sei que estarei ben se non falamos do tema.

Díxenllo moitas veces, pero Artemisa pensa que non quero falar do tema porque teño medo a recoñecer o que me está a pasar. Si é certo que, ao principio, gañaba moito medo cando pensaba que estaba sufrindo unha crise en Galicia, pero, co paso dos días, souben que nada me vencería, que non pagaba a pena darlle tanta importancia a isto.

E, por ese motivo, xa non falarei máis do que me ocorreu. Agora só quero contar que me atopo nun momento moi bonito da miña vida. Hai tristura e nervios, pero como na vida de calquera persoa. Eu non vou ser distinta por ter ansiedade ou por ser máis sensíbel. Cando note que preciso tranquilidade, buscareina, e nada irá mal, todo irá ben. Seino, sei que todo irá ben porque estou na miña terra, porque a miña terra me dá unha forza que ningún sitio me podería dar, porque sei que eiquí son eu de verdade e saber quen son axúdame a ter azos para loitar. Nunca máis me perderei de novo na miña doenza como me pasou tantas veces. Nunca máis desaparecerei. Eiquí en Ourense, xunta Artemisa, sempre serei quen quero e debo ser.


Lunes, 22 de abril de 2019

Hace muchas semanas que no escribía en mi diario. No escribía porque no me apetecía sentarme delante del ordenador o de una hoja en blanco y comenzar a hablar de mi vida. Hablar de mi vida era hablar de los sentimientos que entonces me llenaban el alma. No quería hablar de lo que estaba viviendo. Había por dentro de mí una tormenta que contrastaba mucho con la luz que llenaba nuestra vida toda. Mas, incluso en los momentos más felices de nuestra existencia, hay tormentas que intentan deshacer la luz que ilumina nuestros días. A veces, esas tormentas aparecen tan de súbito que creemos que no podremos encontrar la fuerza que nos permita luchar contra ellas o el refugio en el que podamos protegernos de su violencia, pero el tiempo va dándote esas fuerzas que crees que te faltan y, poquiño a poco, vas entendiendo que nada es tan imposible ni tan terrible como parece.

El mes de marzo fue muy extraño. Estuvo lleno de contradicciones, de momentos de euforia y también de momentos de desesperación. Hubo lluvia, incendios, llantos, risas... Hubo muchas sorpresas y también bendiciones que agitaron nuestro presente. Hay cosiñas que Artemisa lleva peor que yo y otras que yo llevo peor que ella. Vamos combinando nuestros sentimientos para luchar juntas contra las dificultades.

El mes de marzo fue extraño para nosotras sobre todo porque, al fin, Laila comenzó a vivir con nosotras. Su presencia llena de luz nuestros días. es una perrita muy tierna y cariñosa que no nos deja de demostrar cuánto nos quiere, aunque he de decir que conmigo tiene una relación un poquiño más especial que con Artemisa; lo cual me asombra muchísimo porque yo estaba segura de que Artemisa y ella estarían muy unidas, ya que era Artemisa quien, en un principio, estaba interesada en adoptarla; pero, con el paso de los días, yo fui dándome cuenta de que entre Laila y yo, inesperadamente, estaba surgiendo un vínculo muy bonito y fuerte. ahora, ella no puede estar en un lugar en el que yo no esté. En la cafetería, tengo que ir visitándola de vez en cuando para que esté tranquila. Si lo hace Artemisa, no está tan sosegada. En la cafetería, se queda en un cuartiño que le preparamos a ella, en el que tiene su camiña, sus juguetes, donde le damos de comer y de beber... Artemisa la quiere muchísimo, pero yo estoy desviviéndome por ella y no me cuesta hacerlo porque la quiero mucho, realmente, más de lo que pensaba que la querría. El corazón parece ir solo, de modo independiente, y no podemos prever como va a reaccionar. En realidad, estoy cada vez más convencida de que no podemos controlar nada de nosotros, prácticamente nada, porque podemos dominar nuestros pensamientos aprendiendo a hacerlo, pero, después, nuestra mente reacciona como le da la gana, echando por el suelo todo el esfuerzo que hicimos por estar bien. Y fue lo que me ocurrió a mí en marzo, a finales de marzo, una semana después de los últimos incendios que hubo en Galicia. Hubo, de nuevo, incendios muy fuertes en Rianxo esta vez. Yo pensaba que podría seguir viviendo como si nada hubiese ocurrido. Ya hubo incendios antes mientras Artemisa y yo ya estábamos viviendo aquí en Galicia. Éstos, evidentemente, me afectaban mucho, pero enseguida encontraba el ánimo para superar esa tristeza y seguía viviendo destacando continuamente las cosas buenas que tenemos en nuestra vida; mas esta vez fue todo muy distinto. Yo ni tan siquiera podía prever que eso ocurriría. Fue como si hubiese algo por dentro de mí que yo no podía dominar. Y ahora estoy segura de que mi enfermedad no me pertenece ni yo le pertenezco a ella, no puedo dominarla porque no es algo relacionado conmigo. Quiero decir que, por muy bien que yo pueda sentirme, ella vive libre, haciendo lo que le da la gana. Exploté sin que pudiese saber lo que estaba ocurriéndome. Sé que podemos luchar contra la ansiedad cuando notamos que viene, cuando intuimos su presencia; pero esto no es posible siempre. Hay veces en las que la ansiedad es mucho más fuerte que nosotros. Se apodera de nuestra alma sin que podamos hacer nada. Queremos luchar contra ella, pero de súbito ella nos volvió débiles, frágiles. Me sentí de repente tan frágil que pensé que, esa vez, mi vida se marcharía de mí para siempre, que moriría, que me ahogaría en ese ataque de ansiedad tan fuerte que deshizo por completo la poquiña estabilidad que me quedaba esos días. Yo seguía viviendo a pesar de sentirme tristiña, pero tampoco le daba importancia a esa tristeza porque, desde que vivimos aquí en Galicia, para mí no hubo nada que pudiese deshacer la belleza de nuestra vida, porque yo me sentía feliz estando donde estamos, porque yo creía que vivir en Galicia ya bastaba para alejar mi enfermedad para siempre; pero nada de eso fue cierto. Mi enfermedad no ha desaparecido definitivamente, tal como afirmó tantas veces Casandra; quien, por cierto, últimamente está irreconocible. Incluso lleva sin hablar con Artemisa desde que yo sufrí ese ataque tan fuerte.

No obstante, hay algo de lo que no dudo en absoluto y es que, aquí en Ourense, no me siento débil, sé que puedo luchar contra la ansiedad y contra la tristeza que quieran hacerme caer. Sé que puedo luchar contra todas las dificultades porque estoy en mi tierra. Mi enfermedad no tiene tanta fuerza aquí. Aquí no podrá conmigo. Puede hacerme perder el control de mi alma, puede quitarme la serenidad, pero no me va a vencer. Fuera de Galicia, yo ya estaría hundida. Ahora no me siento hundida, pese a estar más sensible ante cualquier cosa, pese a saber que tengo que cuidarme mucho porque cualquier estímulo puede hacerme perder la calma; pero no me siento hundida. Quiero seguir luchando por mi vida porque la amo, amo mi vida como no lo hacía desde que era niña. Amo lo que soy aquí en Galicia, lo que tengo, lo que vivo, amo todo lo que forma mi vida. Estoy con Artemisa en el lugar al que pertenezco, viviendo con una perrita que tiene dentro de sí todo el amor del mundo. Mi madre y yo nos llevamos mejor que nunca. Sí es cierto que estoy enferma, que puedo tener ataques de ansiedad de vez en cuando, pero eso no me hace débil ni menos feliz. Sí me fastidia, y mucho, que tenga que estar siempre pendiente de mi estado de ánimo, pero tampoco puedo permitir que ese detalle oscurezca mi vida. Hay personas que tienen problemas internos que les duran toda la vida y siguen viviendo felices, llevando encima o dentro eso que puede molestarlos de vez en cuando.

Fuera de Galicia, yo no habría sido capaz de recuperar la calma que necesito para seguir viviendo. Ese ataque tan fuerte de ansiedad me habría vencido. Habría perdido la calma y seguramente habría acabado encerrada, de nuevo, en el hospital. Esta vez, enseguida supe qué precisaba para recuperarme. Quería estar tranquila en la aldea sólo unos días, pero también sabía que precisaba trabajar para recuperarme antes. Los días que pasé en la aldea me ayudaron muchísimo. Estar tranquila allí con mi madre, Artemisa y Laila me ayudó mucho más de lo que me podría haber ayudado cualquier medicina. Sé que, cuando me llevaron al hospital, me dieron alguna medicina para ayudarme a sosegarme, pero fue algo puntual.

Sé que perdí la calma por completo cuando vi que una enfermera intentaba llevarme a algún lugar en el que yo no quería estar. Enseguida pensé que querían alejarme de mi vida para llevarme, de nuevo, a un hospital en el que querían encerrarme; pero, al instante, me di cuenta de que estaba muy equivocada cuando vi al doctor que nos atiende a Artemisa y a mí. También sé que perdí la consciencia cuando íbamos en la ambulancia porque el miedo me la quitó, pero la recuperé cuando noté que alguien me tomaba con cuidado de la mano y me llamaba con cariño y dulzura. Era nuestro doctor. Él, enseguida, me dijo que no me llevarían a ninguna parte, que sólo quería que me tranquilizase. Me dijo que Artemisa estaba fuera esperándome y que podría volver a mi casa en cuanto me sintiese bien. eso me calmó muchísimo, aunque nos costó mucho dominar el ritmo al que me latía el corazón.

Pero todo pasó. artemisa entró en la consulta del doctor cuando me sentí bien y volvimos a nuestra casa. Mi tío Damián vino a buscarnos a Ourense y nos llevó a la aldeíña. Allí estuvimos una semana, aunque Artemisa iba a trabajar todos los días. Silvia se portó muy bien conmigo, con mucha comprensión, y me ha demostrado que es una amiga de verdad. Cuando el doctor me dio el alta, ella, igualmente, me pidió que estuviese en mi casa unos días más para que acabase de recuperarme definitivamente. Le agradezco muchísimo que fuese tan comprensiva conmigo. Además, no me ha descontado nada del sueldo.

Todavía no estoy muy bien, pero sé que esto que siento no tiene importancia. En Galicia, mi enfermedad no me parece nada amenazante. Es algo más de mi vida que sólo está ahí aguardándome para molestarme, pero no podrá conmigo. Esta convicción jamás la he tenido fuera de Galicia. Fuera de Galicia, siempre me sentí nada, frágil, una gota de agua que el viento podía llevar donde quisiese sin importar nada, ni su vida ni nada. Aquí sé que soy más fuerte. miro a mi alrededor y encuentro en la belleza de Ourense y en mi aldea la fuerza que preciso para luchar, para ser fuerte. Miro a Artemisa a los ojos y encuentro enseguida la razón de mi existencia. Sé que Artemisa está muy preocupada por mí. Continuamente quiere hablar del tema. Piensa que hablar del tema me hace bien, que hablar de lo que siento conseguirá deshacer esta extraña crisis que estoy viviendo; pero no es verdad. Hablando de esto, todo crece. Crecen los sentimientos complicados. Me parece que, hablando de lo que me ocurrió hace un mes, podemos llamar la ansiedad de nuevo. Por eso, prefiero seguir viviendo como si nada hubiese existido. Hablar de lo que me ocurrió y decir que tengo otra crisis es como tocar continuamente una herida que sangró mucho en su momento. Puede volver a sangrarnos de nuevo y no quiero que eso ocurra. Sé que estaré bien si no hablamos del tema.

Se lo he dicho muchas veces, pero Artemisa piensa que no quiero hablar del tema porque tengo miedo a reconocer lo que me está pasando. Sí es cierto que, al principio, sentía mucho miedo cuando pensaba que estaba sufriendo una crisis en Galicia, pero, con el paso de los días, supe que nada me vencería, que no merecía la pena darle tanta importancia a esto.

Y, por ese motivo, ya no hablaré más de lo que me ocurrió. Ahora sólo quiero contar que me encuentro en un momento muy bonito de mi vida. Hay tristeza y nervios, pero como en la vida de cualquier persona. Yo no voy a ser distinta por tener ansiedad o por ser más sensible. Cuando note que preciso tranquilidad, la buscaré, y nada irá mal, todo irá bien. Lo sé, sé que todo va a ir bien porque estoy en mi tierra, porque mi tierra me da una fuerza que ningún sitio podría darme, porque sé que aquí soy yo de verdad y saber quién soy me ayuda a tener ánimo para luchar. Nunca más me perderé de nuevo en mi enfermedad como me pasó tantas veces. Nunca más desapareceré. Aquí en Ourense, junto a Artemisa, siempre seré quien quiero y debo ser.