martes, 26 de febrero de 2019

DIARIO DE ARTEMISA: MARTES, 26 DE FEBRERO DE 2019


Martes, 26 de febrero de 2019

El mes de febrero no está pasando por nuestras vidas. Está volando. Me cuesta mucho creer que Agnes y yo llevemos casi cinco meses viviendo en Ourense. Tengo la sensación de que el tiempo transcurre mucho más rápido desde que vivimos aquí. Además, está siendo un mes de febrero muy extraño, lleno de momentos de todo tipo, también de mucho esfuerzo y de trabajo. La cafetería da muchísimo trabajo y hay días en los que parece que no podremos llevarla las dos juntas. Silvia está muy contenta con nosotras y, de vez en cuando, viene para echarnos una mano. Ella se queda al mando de la cafetería cuando yo termino mi jornada a las cinco de la tarde; pero, de las tres, creo que quien más duro trabaja en la cafetería es Agnes y, sin embargo, es la que menos se queja. Agnes es quien la abre a las seis de la mañana, quien la pone en condiciones de ser abierta, quien lo limpia y ordena todo, quien pone las primeras hornadas del día y quien recibe a los repartidores cuando corresponde. Además, lo hace todo ella sola, se levanta tempranísimo (a las cinco de la mañana) y camina media hora por Ourense cuando ni siquiera hay cuatro grados de temperatura en la calle; pero no se queja nunca. Nunca la oigo protestar por nada, ni siquiera cuando le pregunto si no está cansada. Me reconoce que sí lo está, pero le cuesta mucho hacerlo, no sé por qué.

Como hace varios días que no escribo, tengo muchas cosas por contar. Sinceramente, yo me siento muy bien ahora. Estoy muy contenta y llena de energía. No me cuesta nada levantarme todos los días y enfrentarme a las horas que tengo por delante, al contrario, saber que voy a trabajar junto a Agnes me llena de ilusión y de energía. No obstante, he de reconocer que tengo el alma llena de dudas. Van a salir oposiciones de enseñanza y no sé si presentarme. Sí me gustaría recuperar el trabajo para el que tanto me he preparado, pero no quiero separarme de Agnes. Me gusta mucho trabajar en la cafetería, pero sobre todo me gusta porque estoy con ella, porque comparto este trabajo con ella, porque lo vivimos juntas, todos los días. Además, me gustaría que esa cafetería fuese nuestra. Es una parte innegable de nuestra vida y muchas veces me sorprendo imaginándome que es totalmente nuestra. Me cuesta mucho recordar que la propietaria de Auria es Silvia. Hace poco, le propuse a Agnes que le comprásemos la cafetería a Silvia, pero no quiso. Me dijo que ya tenía suficiente con trabajar allí, que ser propietarias de la cafetería era algo muy complicado y que ahora mismo no le apetecía meterse en esas cosas. Creo que Agnes se ha acomodado mucho en esta vida. También se está resistiendo a que adoptemos a una perrita preciosa, de la que creo que ya he hablado aquí, aunque se nota a leguas que le ha cogido un cariño inmenso. No obstante, dice que se siente incapaz de cuidar de ella, que no podemos mantenerla ahora porque pasamos muchas horas fuera de casa; pero sé que al final acabaré por convencerla y, dentro de poco, tendremos a un ser pequeñito lleno de pelo recorriendo toda nuestra casa.

Espero que Agnes cambie pronto de opinión, aunque ahora no la veo mucho por la labor de hacerlo. Está algo extraña desde hace unos días, igual que el clima que está haciendo. Para ser febrero, está haciendo muchísimo calor. El domingo incluso llegamos casi a los treinta grados por la tarde. Yo tengo que reconocer que a mí este tiempo me gusta mucho. Me anima mucho que haga tanto calor. Me apetece mucho caminar por la orilla del Miño mientras siento el calor y la luz del sol envolviéndome, alejándome de los rescoldos del invierno. Además, ahora que está cada vez más cerca Entroido (el Carnaval de aquí), me apetece mucho más disfrazarme si hace este tiempo. Me paso las tardes caminando, fuera de casa, también corriendo de vez en cuando y disfrutando de este clima tan extraño que, muy bien lo sé, no deberíamos tener ahora porque todavía estamos en febrero; pero parece que yo me adapte a las cosas mucho mejor que Agnes. Agnes no lleva nada bien que haga este tiempo. No le gusta nada que haga tanto calor e, incluso, tengo que reconocer que está de un mal humor terrible. Está insoportable, la verdad. No le apetece nada salir de casa. Dice que prefiere pasarse toda la tarde leyendo antes que tener que soportar este absurdo calor. Me dice, textualmente lo cito tal como me lo dice: “eu con ista calor non vou a ningures”, que significa que con este calor no va a ninguna parte. Su decisión es totalmente respetable, pero creo que no debería permitir que estas cosas le afectasen tanto. Yo noto que hace un gran esfuerzo por no pagar con nadie el mal humor que tiene. Intenta sonreírles a los clientes, siempre, siempre habla con amabilidad y cercanía; pero tiene menos paciencia que nunca. Yo, en lugar de sentirme ofendida o contagiada por su humor, me río muchísimo delante de ella. Cuando me ve reírme de ella, hay veces en las que se enfada todavía más, pero la mayoría de veces acaba riéndose conmigo y reconociendo delante de mí que no se soporta ni a sí misma. A mí me hace mucha gracia verla así, oír como maldice las cosas que se caen al suelo, tengo que reconocer que me atrae mucho cuando está así. Me ha dicho ya varias veces que no entiende por qué me gusta tanto este clima, que no entiende que me parezca bien que haga tanto calor y que debería estar muy preocupada porque este calor que hace en pleno febrero es la señal más evidente de que todo va muy mal y que cada vez vamos a estar peor; pero yo no puedo evitar que me guste el verano, que me guste la primavera, que me encante salir con este sol tan bonito que hay. Ourense bajo el sol se ve preciosa. El Miño brilla reflejando la luz de la tarde, se refleja todo en el cielo, hay mucha vida entre los árboles, las calles parecen teñidas de oro, hay otro ambiente, otra energía, incluso lo noto en la gente. Esta semana, ya hemos servido los primeros helados del año. La primera persona que nos pidió un helado era una chica joven que iba vestida con una camiseta de tirantes, una falda corta y unas sandalias. Agnes la miró como si estuviese hablándole en japonés y la chica, riéndose, preguntó si no era posible comer helados. Agnes le puso el helado todavía sin comprender por qué la chica le estaba pidiendo eso. Yo tuve que esforzarme mucho por no arrancar a reír porque es que la situación era muy graciosa. Cuando la chica se fue todo contenta con su tarrina de helado, le dije a Agnes que pedir un helado era lo más normal del mundo con el calor que estaba haciendo. Ella me contestó: “eu só digo que a xente corre moito” y siguió fregando tazas y cubiertos como si nada. Esta tarde, yo me moría de ganas de comerme mi primer helado del año y, aunque no hace tanto calor como otros días, he salido de la cafetería con una tarrina de helado en la mano. Me la he comido caminando por la calle, subiendo las cuestas del centro y llegando luego a la plaza mayor. Hay un ambiente increíble, la verdad. Yo creo que lo que más le fastidia a Agnes es ver que la gente disfruta con este tiempo. Le da rabia que en el telediario salgan noticias que muestran las playas totalmente llenas de gente, pero yo sé que lo que siente es impotencia porque, a ver, tiene toda la razón del mundo. Aún no debería hacer este tiempo, pero es lo que hay y lo mejor que podemos hacer es adaptarnos.

No obstante, sé perfectamente que lo que le ocurre a Agnes es que tiene miedo a que este calor y este tiempo de sequía puedan traer problemas. Lo que más la aterra es que pueda haber incendios. No soporta que haya incendios. Hace una semana, hubo uno en su aldea y yo creía que perdería su cordura; pero actuó con tanta celeridad y exactitud que me pareció que nunca había estado tan cuerda. El miedo puede hacernos reaccionar de varias maneras. El miedo puede paralizarnos o puede despertar nuestra mente más que cualquier otra emoción. Yo, en cambio, me quedé paralizada cuando Agnes entró en la casa de su madre aquel domingo por la mañana pidiéndonos que llamásemos a los bomberos y comunicándonos que ella iba a avisar a los demás vecinos para que entre todos apagásemos el incendio que se había declarado en el bosque. Me quedé paralizada porque sentí un miedo atroz por Agnes, más que por el bosque. Enseguida pensé que, si le ocurría algo a ese rinconcito del mundo que ella ama tanto, perdería la cordura para siempre; pero no ha sucedido así, evidentemente, aunque sí tengo que contar que hay días en los que, aparentemente sin motivos, está muy nerviosa y casi con ansiedad. Además, intuyo que echa mucho más de menos a Lúa de lo que me confiesa. Sé que la extraña muchísimo. Sé que, cuando no la veo, se dedica a mirar vídeos y fotografías que todavía guarda en su móvil en los que aparece Lúa. Sé también que todavía tiene guardado su número de teléfono y creo que nunca va a ser capaz de borrarlo, aunque ese número ya le pertenezca a otra persona. Enseguida habla de Lúa por cualquier cosa y sé también que muchas veces se reprime para no mencionarla en cualquier conversación. Sé que le duele pensar en ella, pero también parece que necesite muchísimo traerla a nuestra vida para hacer que reviva, para darle esa vida que ya hace meses que no tiene.

A mí no me importa que hable de Lúa. Lo que sí me duele es que me esconda que aún llora por ella. Hay veces en las que una canción le hace llorar y yo sé que llora por ella, porque la encuentra en las canciones más tristes, porque la oye en esos poemas que tratan temas tan tristes como la muerte. Sé, también, que una de las primeras cosas que hace cuando llegamos a la aldea todos los viernes es visitar la tumba de Lúa; pero ¿quién soy yo para pedirle que no piense en ella, que no la recuerde, que no llore por ella? Sé que el duelo que tenemos que pasar cuando perdemos a un ser tan querido es muy largo, puede ser larguísimo; pero a veces me pregunto si Agnes estaría conmigo si Lúa volviese, si estaría conmigo si Lúa aún estuviese viva. Sé que Agnes me ama con toda su alma. No dudaré nunca de su amor, jamás. Sé que me ama porque conmigo es de un modo único, porque me lo da todo cuando estamos juntas, porque me lo dice con cada mirada que me dedica, porque cuenta conmigo siempre, porque siento que estamos unidas por un vínculo que no tiene materia, porque lo siento cada vez que me abraza, que me habla, que me consuela cuando me siento algo triste, lo sé también porque comparte la alegría conmigo, porque reímos juntas siempre que yo río, aunque ella no sepa de qué me río, porque todo me lo dice cuando estamos juntas en un lugar, todo, el aire, todo, la atmósfera que nos rodea. No obstante, sé que Lúa ocupa una parte muy importante en su corazón y eso no sé si me duele o no. No quiero saberlo, la verdad. No quiero indagar en mis emociones porque tengo miedo a encontrarme con sentimientos de los que hace mucho tiempo perdí el rastro. No quiero sentirme mal por nada porque sé que no tiene sentido que me ofenda que todavía llore por ella. Además, muchas veces me descubro pensando en que Agnes tuvo y tiene muchos motivos para querer a Lúa. Lúa siempre fue maravillosa con ella. Lúa era una gran persona. Era muy buena. A mí nunca me contestó cuando yo la ataqué con mis celos. Nunca me insultó ni me faltó el respeto, al contrario, aguantó mi mala actitud, mis horribles miradas, mi despecho, el vacío que le hice en varias ocasiones. Y sé que lo hacía por Agnes, para que las cosas fuesen más sencillas para Agnes, pero sobre todo porque la amaba, la amaba de verdad. No sé si la amaba más que yo, pero la amaba con una sinceridad y una fuerza que ni siquiera la cercanía de la muerte pudo atenuar. La amó hasta el final, incluso la amó más allá de la muerte. Y estoy segura de que todavía la ama a pesar de que ya no quede nada de ella. Y Agnes eso lo sigue sintiendo.

De quien quisiera hablar también es de mi hermana, pero ya no me queda mucho tiempo para escribir. Lo que diré de ella es que se encuentra en una situación muy parecida a la que yo viví con Agnes. Mi hermana está cada vez más enamorada de Gabriel. Pasaron una semana maravillosa, de ensueño, pero mi hermana tiene miedo. Casandra es como yo. Nos parecemos mucho. A ella también le cuesta mucho separarse de esa vida que tanto le ha costado construir, pero, ahora que estoy aquí con Agnes, sé que merece la pena dejarlo todo por amor. Si yo no lo hubiese dejado todo por Agnes, ahora estaría deshecha, puede que ni siquiera estuviese viva, y Agnes tampoco sería tan feliz. Ahora tengo a la Agnes que siempre fue y que todo el mundo se encargó de machacar.

A mi hermana no dejo de recomendarle que no se reprima nunca, que ya no tiene edad para pensarse las cosas así, que, si de verdad lo quiere, tiene que luchar por ese amor. Gabriel sí merece la pena. A mí me gusta mucho para mi hermana. Él es médico y mi hermana, fitoterapeuta. Son una pareja muy curiosa que, sin embargo, se complementarían muy bien. Yo sé que a Casandra sí le iría bien con él, con él sí, pero tiene mucho miedo. Agnes no entiende que, si lo ama, sea capaz de pensarse tanto el venirse a vivir a Galicia. Yo la defiendo diciéndole que no es una decisión tan sencilla de tomar. La defiendo porque la entiendo y le digo a Agnes que no tiene que subestimar lo que mi hermana siente. Agnes está totalmente convencida de que el vínculo que ella tiene con Galicia es único y le cuesta imaginarse que alguien pueda estar muy enlazado a Cataluña. Pues mi hermana sí lo está. Ella es feliz viviendo en Manresa. Le gusta mucho ese lugar, le gusta tener su tienda, su piso. Ella sí tiene más dificultades para venirse a vivir aquí. Ella tiene que pagar una hipoteca, por ejemplo; aunque sé que, ante el amor verdadero, todo pierde importancia.

Y creo que eso es todo lo que quería contar. Espero no pasarme tanto tiempo sin escribir.

Por cierto, mañana vuelvo a subir al examen del carné de conducir. No me cabe ni la menor duda de que voy a suspender otra vez.

martes, 19 de febrero de 2019

DIARIO DE AGNES: LUNS, 18 DE FEBREIRO DE 2019


Luns, 18 de febreiro de 2019

Hai ben días que non escribo. Non é por falta de ganas nin de interese por contar o que estou a vivir. É por falla de tempo e de enerxía. Os días que vivo son moi intensos e, ademais, vou vivindo cousas sen parar, unha trala outra, e moitas delas son moi importantes e penso en explicalas no meu diario cando escriba; pero, ao día seguinte, case que xa esquecín todas esas cousas que me gustaría contar. Vivimos moi tranquilas en Ourense, pero os nosos días flúen tan rápido e a nosa vida está tan chea de tantos feitos e momentos que moitas veces esquezo botarlle unha ollada ao meu interior para recoñecer as emocións que me enchen a ialma e, de súpeto, algunha emoción xorde do meu interior con forza, silenciando todo o que me envolve e ocorre ao meu redor. Sinto a tristura coma se fose a única emoción que existe no mundo, podo chegar a estar enfadada durante uns breves intres e tamén podo experimentar en min a ledicia máis intensa, todo sempre sen aviso.

Teño que contar varias cousas, pero non sei por onde empezar. Vai un clima moi estraño. Hoxe veu choiva e onte tamén estivo chovendo, pero a semana pasada parecía que fose xa primavera. Artemisa estaba moi contenta porque ía bastante calor na metade do día e as tardes eran fermosísimas. Pasabamos as tardes camiñando pola beira do Miño sen sentir o paso do tempo. Era o sol quen nos avisaba de que chegara o momento de voltar á nosa casa, de desfacer o andado. Gozabamos moitísimo do temperán ar que zoaba, da cor do ceo, tan brilante, e tamén da calor que o sol nos daba. Era marabillosa a temperatura que había e a min tamén me gustaba moito sentila, pero tamén me inquietaba moito que fixese esa calor porque non é o que ten que facer neste tempo. Febreiro sempre foi moi frío en Ourense, chuvioso e frío, non tan cálido; pero Artemisa axúdame a gozar de cada cousa ignorando o que me desacouga.

Síntome moi ben con Artemisa. Son moi feliz con ela, gústame facer calquera cousa con ela, estamos tan unidas que non imaxino a vida sen ela. Todas as noites, facemos que a escuridade se funda coa intimidade e aboiamos no noso silandeiro mundo, vivindo eses momentos que só nos pertencen a nós. Cada momento pode ser especial, aínda vivírmolo na cafetaría. Unha mirada pode expresar moitas palabras que ninguén máis oe. Podémonos coller da man durante uns momentos efémeros e sentir nese contacto a enorme complicidade que nos une. Ela, cando me sorrí, faime sentir especial, faime sentir que a gravidade desaparece e síntome termada polo seu ollar.

Pero teño que recoñecer que, moitas veces, sen que nin eu mesma o poida prever, comezo a botar moitísimo en falla a Lúa, tanto que hei de me afastar do mundo porque non podo domear as intensas ganas de chorar que sinto. Sempre pásame os venres, non o entendo, e este venres pasado botei case toda a tarde xunta o Miño chorando por ela, lembrando todo o que vivimos, devecendo por traela ao noso mundo. Quería que voltase, que de novo puidésemos compartir a música, a vida mesma, aínda non sermos o que eramos cando ela marchou para sempre. Nos momentos nos que choro por Lúa, sinto que podo chorar por calquera cousa, pola cousiña máis parva ou por algo que ocorreu hai anos. É coma se, ao chorar por Lúa, a miña ialma toda se abrise e voase fóra dela o recordo de todas esas experiencias que me feriron no pasado; mais chorar por Lúa é algo especial que sempre prefiro facer soa, sen que ninguén vexa as miñas bágoas. Ademais teño que dicir que, durante a semana pasada toda, estiven sentíndome moi nerviosa, coma se o meu corpo intuíse algo que a miña mente non podía albiscar no futuro. Ultimamente, o meu poder de intuición exprésase desa maneira tan estraña. Máis que expresarse a través dos soños ou da miña ialma, empregando a voz do meu ser, exprésase a través das sensacións e as emocións que sinto. Iso faime sentir moi impotente porque, por moi nerviosa que estea e por moito que pense, non podo saber por que me sinto así. Mesmo teño que recoñecer que tiven algo de ansiedade. Non sufrín ningún ataque como me ocorría en Cataluña, pero si que sentín, en moitas ocasións, que me custaba moito respirar, que tiña un nó na gorxa e que mesmo me custaba domear os meus pensamentos, coma se estes se expresasen tan rápido que nin eu mesma os podía comprender. Incluso houbo dous días da semana pasada nos que estiven moi doentiña da barriga. Trousaba moi doadamente e case que non podía comer nada. Artemisa tentaba axudarme a adiviñar o que me pasaba, por que estaba así, pero non me podía axudar nin a sabelo nin a acougarme. Si, só me acougaba cando ela e máis eu compartiamos os momentos máis íntimos que podemos compartir. Entón esquecía todo o que sentía e o que estaba a vivir e o medo ao futuro desaparecía. Falaba eu coa miña nai todos os días porque quería saber se estaba ben sempre, en todo momento, pero ela sempre me dicía que na aldeíña as cousiñas ían moi ben, ían moi ben ata esta fin de semana, na que vivimos un susto horríbel. Agora sei por que estaba así. O que ocorreu fíxome descubrir por que me sentira tan nerviosa durante toda a semana. Agora síntome desfeita, coma se alguén me tivese triturado a ialma, pero sei que me recuperarei. Só preciso tempo.

Esta fin de semana, tiñamos pensado ir á aldeíña o sábado pola mañá porque o venres Silvia nos invitara á festa de aniversario dunha das súas amigas e voltar da aldeíña o domingo pola mañá porque pola tarde tamén iamos quedar para tocar nunha pandeirada, pero ao final non fixemos nin a metade de cousas que tiñamos planificadas. Á festa si que fomos. Eu non tiña nada de ganas de festa, a verdade, e fun case obrigada. Sentíame esgotada tanto física como animicamente e o único que me apetecía era deitarme entre os brazos de Artemisa e deixar que o día rematase, pero xa nos comprometeramos con Silvia e non lle quería fallar. Ademais, contaban comigo para tocar música. Os momentos nos que pandeirei e cantei foron os máis bonitos do día. Coa pandeireta na man e envolta por toda a música que soaba, sentín que desaparecía todo; pero, cando voltamos á nosa casa, contra as catro da mañá, sentín que voltaban esas preocupacións tan estrañas. Asemade, Artemisa tamén estaba desacougada pola súa irmá por algo moi diferente ao que a min me pasaba, pero diso falarei despois. Ademais, eu bebín máis do que o meu corpo quería aturar e, malia beber só dúas cunquiñas de viño, sentíame mareada e con ganas de perder a todo o mundo de vista. Había moito tempo que non me sentía así e mesmo teño que recoñecer que me poñía medo pensar que todo iso que estaba a sentir non eran máis que síntomas da miña doenza, a que voltara para torturarme, pero eu sei que xa non estou tan doente, que, aínda que a teña agochada, esa doenza horríbel xa me deixou en paz, ao menos polo momento.

Mais o domingo pola mañá eu pensei que de novo entolecería. Vivín algo horríbel que non cría poder vivir eiquí, que agardo con toda a miña ialma que nunca máis se repita. Estabamos preparando o almorzo coa miña nai cando de súpeto notamos que o ceo estaba estraño. Non o quero contar con detalles porque me doe moito, tanto que non podo nin pensar niso. O cheiro do fume meteuse polas fiestras (que as tiñamos abertas porque ía un día moi bonito) e eu quedei paralizada cando comprendín o que estaba a ocorrer. Non puiden evitar que se escapase un: “non!” Dos meus beizos e corrín fóra da casa para comprobar se o que pensaba era certo. E si o era. Había un incendio no noso bosque, entre ás árbores erguíase unha columna de lume que me tirou a razón. Rapidamente, entrei na casa da miña nai e pedinlles a ela e máis Artemisa que, por favor, chamasen rápido aos bombeiros namentres eu avisaba ao resto dos veciños e enchía cubos de auga. Non domeaba o que facía. Sei que desapareceu todo para min, que o terror que me invadira a ialma me facía actuar rapidamente e que nin tan sequera pensei en que a miña vida corría perigo se me achegaba ao bosque. Por sorte, era un fume moi pequerrechiño, pero sei que, se non tivésemos actuado a tempo, tería sido todo un horríbel desastre. Ardeu unha pequena parte do bosque, pero non temos que laiarnos moito porque non foi grave. Non o foi grazas a nós, aos veciños, ao noso esforzo, pero non polos bombeiros. Os bombeiros tardaron polo menos vinte minutos en chegar. Namentres non viñan, nós estivemos apagando o lume empregando toda a nosa vontade, a nosa valentía. Eu o único que sei agora é que só pedía que non fose grave, que, por favor, se apagase ese lume canto antes.

Cando todo pasou, entón decateime de que as persoas que apagaramos o lume estabamos entre as árbores sen poder dicir ren, mirándonos os uns aos outros sen saber que cara poñer. Eu ceibei o cubo que sostiña e corrín deica a miña casa. Encerreime no cuarto de baño e boteime a chorar desafogando todos os nervios que sentía e o medo que sentira. Ninguén veu tras miña. Seica todos soubesen que non quería que me vesen chorar, que me tiñan que deixar soa.

Cando dei domeado ese pranto, saín e procurei a Artemisa e tamén á miña nai. Aínda estaban na rúa, esta vez na praza da aldeíña, falando cos demais veciños do que acababa de ocorrer. Eu non sabía que dicir, pero, cando ouvín á miña nai dicir que pensaba que o lume fora intencionado, entón dixen con rabia que, se era así, lle desexaba o peor a esa persoa que puxera en perigo o noso mundo. Non quería acusar a ninguén, pero o meu ollar foi esvarando por todos os que estaban alí, sen saber como miralos. Miña nai decatouse axiña de que estaba moi  nerviosa e, colléndome da man, pediume que volvésemos á nosa casa. Artemisa veu tras nosa e, cando estivemos na cociña, entón díxenlles que sabía que ese lume non era casual, que estaba farta de ver que ardía axiña a nosa terra e que non o podía aturar. Miña nai consoloume moi ben, dicíndome que os lumes eran unha maldición que sufriran dende sempre e que o que importaba é que, malia haber persoas más que lle fan dano á nosa terra, a meirande parte dos que vivimos eiquí amamos o noso fogar e que esas persoas sempre estaríamos dispostas a loitar contra os lumes.

Ficamos na aldeíña toda a tarde. Voltamos a Ourense pola noite. Eu aínda non me encontro ben. Si teño ganas de facer cousas, evidentemente, pola mañá igualmente sinto ganas de enfrontarme ao día que me agarda, pero teño que recoñecer que me sinto abatida, coma se tivese volto dunha batalla horríbel. Artemisa tampouco se atreve a preguntarme nada sobre como me sinto porque sabe que ten que ser a miña ialma a que se recupere devagariño de toda a axitación que vivín estes días.

Mais hoxe estivemos a piques de discutir por unha parvada, por diferentes opinións, mais eu non sei discutir con ninguén e moito menos con Artemisa. Ao notar que a conversación esta ba a se virar tensa, axiña mudei de tema e tragueime a impotencia que sentía. Todo foi porque lle dixen que non comprendía a actitude da súa irmá. Casandra está vivindo unha historia de amor marabillosa co meu curmán Gabriel. Gabriel estivo en Barcelona (ou en Manresa, máis ben, xa que Casandra vive en Manresa) durante unha semana e estiveron na casa de Casandra, vivindo algo marabilloso. O domingo, cando o meu curmán marchou, Casandra chamou a Artemisa chorando como unha cativiña e dicíndolle que o botaba moito en falla, que viviran algo marabilloso, que estaba cada vez máis namorada del e que estaba feita unha lea porque sabía que era o home da súa vida, pero non sabía como conseguir vivir con el, que ela agora non se podía mudar a Galicia e máis historias que sobran por completo se hai amor de por medio. Entón hoxe eu díxenlle a Artemisa que non entendía por que Casandra se negaba a vir eiquí a Galicia, que por amor paga a pena facer estas cousas, que se debería adaptar e máis cousas que Artemisa me contradixo axiña, dicíndome que eu non tiña dereito a afirmar algo así cando eu son a primeira que fun incapaz de adaptarme a vivir noutro sitio por amor. Artemisa díxome que eu estiven a piques de deixala a ela por vir vivir a Galicia e despois rectificou dicindo que eu a deixara por virme a Galicia. Eu díxenlle que non me podía comparar con ninguén, que cadaquén tiña a súa experiencia, que eu sabía que Casandra non está tan vencellada a Cataluña como eu o estou a Galicia e entón díxome algo que me sentou moi mal. Díxome que non tiña dereito a xulgar os sentimentos de ninguén, que que sabía eu do que Casandra sentía pola terra onde vive, que, polo feito de que ela non se enferme ao saír de Cataluña, non significa que sexa menos importante o vencello que a une a ese lugar. Entón eu calei porque non souben que dicir máis. Artemisa venceume con esas palabras; pero, ao cabo duns minutos, xa estabamos coma se nada, xa esqueceramos o que falaramos. Moitas veces, aínda non estar de acordo coa maneira de pensar de Artemisa, prefiro calar porque non me gusta para nada discutir con ela e, cando falamos da súa irmá, sinto que se pon moito á defensiva e non me gusta que pense que a estou a criticar. Ademais, axiña sinto que Artemisa me pode facer dano segundo o que diga, malia dicirmo sen mala intención, pero porque é a persoa que máis me importa, porque é quen ten a miña ialma nas súas mans.

Doutra cousiña da que quería falar é que estamos practicamente todos os días facéndolle visitas a esa cadeliña que, supostamente, vai vivir connosco a partir do mes que vén. É un encanto de animaliño. Cando nos ve, axiña entolece de felicidade. Comigo ten un vencello moi especial. Síntoo na maneira como me olla, como me lambe as mans, como move a súa caduíña cando estamos xuntas. Gústalle que a colla en brazos e estea con ela durante horas.

Coñecémola hai case dúas semanas. Eu estaba sentada na beiriña do Miño. Sentíame desfeita de tristura nese momento porque, de novo, lembrara de Lúa e só me apetece chorar por ela alí. Son os únicos momentos nos que choro por ela. Estaba mergullada no meu mundo, sen case nin lembrar o que me rodeaba, pero de súpeto noto que unha cadeliña estaba a se achegar a min e comeza a lamberme as mans. Axiña, a súa amiga (non me gusta dicir a súa dona) correu deica min e pediume perdón con moita vergonza. Eu díxenlle que non se preocupase por nada, que non pasaba nada, ao contrario, díxenlle que lle tiña que agradecer que pasase por alí xusto nese momento, que a presenza da cadeliña me facía sentir ben. Era certo. Deixara de chorar axiña que ela me mirou así, con eses olliños tan fermosos. A muller díxome que os animais sempre nos facían sentir ben, que turraban de nós cando sentiamos que o mundo enteiro pesaba sobre nós e tamén me contou que precisamente había catro meses que a súa cadela dera a luz a uns cantos cadeliños e que estaba a procurar a alguén que quixese quedar coa derradeira cadeliña que lle quedaba na casa. Amosoume unha fotografía dela e quedei abraiada polo fermosísima que era. Ademais, axiña pensei en Artemisa. Artemisa leva pedíndome dende hai meses que teñamos un can na casa. Eu non me atrevo a ter ningún animal porque case que non temos tempo para nós; pero estou a piques de mudar de opinión porque a verdade é que lle estou a coller moito agarimo a esta cadeliña tan bonita. Chámase Laila, por certo, e coido que xa o mes que vén comezará a vivir connosco. Ademais, a muller xa nos ten dito que ten unha amiga que se adica a pasear aos cans cando os seus amigos non o poden facer e mesmo pode quedar con eles na súa casa algúns días cando teñen vacacións.

E coido que de momento iso é todo o que se me ocorre contar. Agora temos que saír, que habemos de mercar para case toda a semana. O entroido xa se sente no ar. Teño ganas de que o celebremos, pero tamén teño que recoñecer que me dá preguiciña que se esvaeza a fermosísima calma que enche as rúas de Ourense; mais é unha festa tan grande e importante que me apetece moitísimo vivila, sobre todo porque levo case trinta anos sen facelo.
Traducción:
 
Lunes, 18 de febrero de 2019
Hace bastantes días que no escribo. No es por falta de ganas ni de interés por contar lo que estoy viviendo. Es por falta de tiempo y de energía. Los días que vivo son muy intensos y, además, voy viviendo cosas sin parar, una tras la otra, y muchas de ellas son muy importantes y pienso en explicarlas en mi diario cuando escriba; pero, al día siguiente, casi ya he olvidado todas esas cosas que me gustaría contar. Vivimos muy tranquilas en Ourense, pero nuestros días fluyen tan rápido y nuestra vida está tan llena de tantos hechos y momentos que muchas veces olvido echarle una mirada a mi interior para reconocer las emociones que me llenan el alma y, de súbito, alguna emoción surge de mi interior con fuerza, silenciando todo lo que me envuelve y ocurre a mi alrededor. Siento la tristeza como si fuese la única emoción que existe en el mundo, puedo llegar a estar enfadada durante unos breves instantes y también puedo experimentar en mí la felicidad más intensa, todo siempre sin aviso.
Tengo que contar varias cosas, pero no sé por dónde empezar. Hace un clima muy extraño. Hoy ha llovido y ayer también estuvo lloviendo, pero la semana pasada parecía que fuese ya primavera. Artemisa estaba muy contenta porque hacía bastante calor en la mitad del día y las tardes eran hermosísimas. Pasábamos las tardes caminando por la orilla del Miño sin sentir el paso del tiempo. Era el sol quien nos avisaba de que había llegado el momento de volver a nuestra casa, de deshacer lo andado. Disfrutábamos muchísimo del templado aire que soplaba, del color del cielo, tan brillante, y también del calor que el sol nos daba. Era maravillosa la temperatura que había y a mí también me gustaba mucho sentirla, pero también me inquietaba mucho que hiciese ese calor porque no es lo que tiene que hacer en este tiempo. Febrero siempre ha sido muy frío en Ourense, lluvioso y frío, no tan cálido, pero Artemisa me ayuda a disfrutar de cada cosa ignorando lo que me desasosiega.
Me siento muy bien con Artemisa. Soy muy feliz con ella, me gusta hacer cualquier cosa con ella, estamos tan unidas que no imagino la vida sin ella. Todas las noches, hacemos que la oscuridad se funda con la intimidad y flotamos en nuestro silente mundo, viviendo esos momentos que sólo nos pertenecen a nosotras. Cada momento puede ser especial, aunque lo vivamos en la cafetería. Una mirada puede expresar muchas palabras que nadie más oye. Podemos cogernos de la mano durante unos momentos efímeros y sentir en ese contacto la enorme complicidad que nos une. Ella, cuando me sonríe, me hace sentir especial, me hace sentir que la gravedad desaparece y me siento sostenida por su mirada.
Pero tengo que reconocer que, muchas veces, sin que ni yo misma pueda preverlo, empiezo a echar mucho en falta a Lúa, tanto que he de alejarme del mundo porque no puedo dominar las intensas ganas de llorar que siento. Siempre me pasa los viernes, no lo entiendo, y este viernes pasado estuve casi toda la tarde junto al Miño llorando por ella, rememorando todo lo que vivimos, ansiando traerla a nuestro mundo. Quería que volviese, que de nuevo pudiésemos compartir la música, la vida misma, aunque no fuésemos lo que éramos cuando ella se marchó para siempre. En los momentos en los que lloro por Lúa, siento que puedo llorar por cualquier cosa, por la cosiña más tonta o por algo que ocurrió hace años. Es como si, al llorar por Lúa, mi alma toda se abriese y volase fuera de ella el recuerdo de todas esas experiencias que me hirieron en el pasado; pero llorar por Lúa es algo especial que siempre prefiero hacer sola, sin que nadie vea mis lágrimas. Además tengo que decir que, durante la semana pasada toda, estuve sintiéndome muy nerviosa, como si mi cuerpo intuyese algo que mi mente no podía atisbar en el futuro. Últimamente, mi poder de intuición se expresa de esa manera tan extraña. Más que expresarse a través de los sueños o de mi alma, empleando la voz de mi ser, se expresa a través de las sensaciones y las emociones que siento. Eso me hace sentir muy impotente porque, por muy nerviosa que esté y por mucho que piense, no puedo saber por qué me siento así. Incluso tengo que reconocer que tuve algo de ansiedad. No sufrí ningún ataque como me ocurría en Cataluña, pero sí que sentí, en muchas ocasiones, que me costaba mucho respirar, que tenía un nudo en la garganta y que incluso me costaba dominar mis pensamientos, como si éstos se expresasen tan rápido que ni yo misma podía comprenderlos. Hasta hubo dos días de la semana pasada en los que estuve muy maliña de la barriga. Vomitaba con mucha facilidad y casi no podía comer nada. Artemisa intentaba ayudarme a adivinar lo que me pasaba, por qué estaba así, pero no podía ayudarme a saberlo ni a sosegarme. Sí, sólo me serenaba cuando ella y yo compartíamos los momentos más íntimos que podemos compartir. Entonces olvidaba todo lo que sentía y estaba viviendo y el miedo al futuro desaparecía. Hablaba yo con mi madre todos los días porque quería saber si estaba bien siempre, en todo momento, pero ella siempre me decía que en la aldeíña las cosiñas iban muy bien, iban muy bien hasta este fin de semana, en el que vivimos un susto horrible. Ahora sé por qué estaba así. Lo que ocurrió me hizo descubrir por qué me había sentido tan nerviosa durante toda la semana. Ahora me siento deshecha, como si alguien me hubiese triturado el alma, pero sé que me recuperaré. Sólo necesito tiempo.
Este fin de semana, teníamos pensado ir a la aldeíña el sábado por la mañana porque el viernes Silvia nos había invitado a la fiesta de cumpleaños de una de sus amigas y volver de la aldeíña el domingo por la mañana porque por la tarde también íbamos a quedar para tocar en una pandeirada, pero al final no hicimos ni la mitad de cosas que teníamos planificadas. A la fiesta sí que fuimos. Yo no tenía nada de ganas de fiesta, la verdad, y fui casi obligada. Me sentía agotada tanto física como anímicamente y lo único que me apetecía era tumbarme entre los brazos de Artemisa y dejar que el día acabase, pero ya nos habíamos comprometido con Silvia y no quería fallarle. Además, contaban conmigo para tocar música. Los momentos en los que pandeiré y canté fueron los más bonitos del día. Con la pandereta en la mano y envuelta por toda la música que sonaba, sentí que desaparecía todo; pero, cuando volvimos a nuestra casa, hacia las cuatro de la mañana, sentí que volvían esas preocupaciones tan extrañas. Al mismo tiempo, Artemisa también estaba preocupada por su hermana por algo muy diferente a lo que a mí me pasaba, pero de eso hablaré después. Además, yo bebí más de lo que mi cuerpo quería soportar y, a pesar de beber sólo dos taciñas de vino, me sentía mareada y con ganas de perder a todo el mundo de vista. Hacía mucho tiempo que no me sentía así e incluso tengo que reconocer que me daba miedo pensar que todo eso que estaba sintiendo no eran más que síntomas de mi enfermedad, la que había vuelto para torturarme, pero yo sé que ya no estoy tan enferma, que, aunque la tenga escondida, esa enfermedad horrible ya me ha dejado en paz, al menos por el momento.
Mas el domingo por la mañana yo pensé que de nuevo me enloquecería. Viví algo horrible que no creía poder vivir aquí, que espero con toda mi alma que nunca más se repita. Estábamos preparando el almuerzo con mi madre cuando de repente notamos que el cielo estaba extraño. No quiero contarlo con detalles porque me duele mucho, tanto que no puedo ni pensar en eso. El olor del humo se metió por las ventanas (que las teníamos abiertas porque hacía un día muy bonito) y yo me quedé paralizada cuando comprendí lo que estaba ocurriendo. No pude evitar que se me escapase un: “¡non!” De mis labios y corrí hacia fuera de casa para comprobar si lo que pensaba era cierto. Y sí lo era. Había un incendio en nuestro bosque, entre los árboles se levantaba una columna de fuego que me arrancó la razón. Rápidamente, entré en la casa de mi madre y les pedí a ella y a Artemisa que, por favor, llamasen rápido a los bomberos mientras yo avisaba al resto de los vecinos y llenaba cubos de agua. No dominaba lo que hacía. Sé que desapareció todo para mí, que el terror que me había invadido el alma me hacía actuar rápidamente y que ni tan siquiera pensé en que mi vida corría peligro si me acercaba al bosque. Por suerte, era un fuego muy pequeniño, pero sé que, si no hubiésemos actuado a tiempo, habría sido todo un horrible desastre. Ardió una pequeña parte del bosque, pero no tenemos que lamentarnos mucho porque no fue grave. No lo fue gracias a nosotros, a los vecinos, a nuestro esfuerzo, pero no por los bomberos. Los bomberos tardaron por lo menos veinte minutos en llegar. Mientras no venían, nosotros estuvimos apagando el fuego empleando toda nuestra voluntad, nuestra valentía. Yo lo único que sé ahora es que sólo pedía que no fuese grave, que, por favor, se apagase ese fuego cuanto antes.
Cuando todo pasó, entonces me percaté de que las personas que habíamos apagado el fuego estábamos entre los árboles sin poder decir nada, mirándonos los unos a los otros sin saber qué cara poner. Yo solté el cubo que sostenía y corrí hasta mi casa. Me encerré en el cuarto de baño y me eché a llorar desahogando todos los nervios que sentía y el miedo que había sentido. Nadie vino tras de mí. Tal vez todos supiesen que no quería que me viesen llorar, que me tenían que dejar sola.
Cuando conseguí dominar ese llanto, salí y busqué a Artemisa y también a mi madre. Aún estaban en la calle, esta vez en la plaza de la aldeíña, hablando con los demás vecinos de lo que acababa de ocurrir. Yo no sabía qué decir, pero, cuando oí a mi madre decir que pensaba que el incendio había sido intencionado, entonces dije con rabia que, si era así, le deseaba lo peor a esa persona que había puesto en peligro nuestro mundo. No quería acusar a nadie, pero mi mirada fue deslizándose por todos los que estaban allí, sin saber cómo mirarlos. Mi madre se dio cuenta enseguida de que estaba muy nerviosa y, cogiéndome de la mano, me pidió que volviésemos a nuestra casa. Artemisa vino tras de nosotras y, cuando estuvimos en la cocina, entonces les dije que sabía que ese incendio no era casual, que estaba harta de ver que ardía enseguida nuestra tierra y que no podía soportarlo. Mi madre me consoló muy bien, diciéndome que los incendios eran una maldición que habían sufrido desde siempre y que lo que importaba era que, a pesar de haber personas malas que le hacen daño a nuestra tierra, la mayor parte de los que vivimos aquí amamos nuestro hogar y que esas personas siempre estaríamos dispuestas a luchar contra los incendios.
Permanecimos en la aldeíña durante toda la tarde. Volvimos a Ourense por la noche. Yo aún no me encuentro bien. Sí tengo ganas de hacer cosas, evidentemente, por la mañana igualmente siento ganas de enfrentarme al día que me aguarda, pero tengo que reconocer que me siento abatida, como si hubiese vuelto de una batalla horrible. Artemisa tampoco se atreve a preguntarme nada sobre cómo me siento porque sabe que tiene que ser mi alma la que se recupere poquiño a poco de toda la agitación que he vivido estos días.
Mas hoy estuvimos a punto de discutir por una tontería, por diferentes opiniones, mas yo no sé discutir con nadie y mucho menos con Artemisa. Al notar que la conversación estaba volviéndose tensa, enseguida cambié de tema y me tragué la impotencia que sentía. Todo fue porque le dije que no comprendía la actitud de su hermana. Casandra está viviendo una historia de amor maravillosa con mi primo Gabriel. Gabriel estuvo en Barcelona (o en Manresa, más bien, ya que Casandra vive en Manresa) durante una semana y estuvieron en la casa de Casandra, viviendo algo maravilloso. El domingo, cuando mi primo se marchó, Casandra llamó a Artemisa llorando como una niña y diciéndole que lo echaba mucho de menos, que habían vivido algo maravilloso, que estaba cada vez más enamorada de él y que estaba hecha un lío porque sabía que era el hombre de su vida, pero no sabía cómo conseguir vivir con él, que ella ahora no podía mudarse a Galicia y más historias que sobran por completo si hay amor de por medio. Entonces yo le dije a Artemisa que no entendía por qué Casandra se negaba a venir aquí a Galicia, que por amor merece la pena hacer estas cosas, que debería adaptarse y más cosas que Artemisa me contradijo enseguida, diciéndome que yo no tenía derecho a afirmar algo así cuando yo soy la primera que fui incapaz de adaptarme a vivir en otro sitio por amor. Artemisa me dijo que yo estuve a punto de dejarla a ella por venirme a vivir a Galicia y después rectificó diciendo que yo la había dejado por venirme a Galicia. Yo le dije que no podía compararme con nadie, que cada persona tenía su experiencia, que yo sabía que Casandra no está tan vinculada a Cataluña como yo lo estoy a Galicia y entonces me dijo algo que me sentó muy mal. Me dijo que no tenía derecho a juzgar los sentimientos de nadie, que qué sabía yo de lo que Casandra sentía por la tierra donde vive, que, por el hecho de que ella no se enferme al salir de Cataluña, no significa que sea menos importante el vínculo que la une a ese lugar. Entonces yo callé porque no supe qué decir más. Artemisa me venció con esas palabras, pero, al cabo de unos minutos, ya estábamos como si nada, ya habíamos olvidado lo que habíamos hablado. Muchas veces, pese a no estar de acuerdo con la manera de pensar de Artemisa, prefiero callarme porque no me gusta para nada discutir con ella y, cuando hablamos de su hermana, siento que se pone mucho a la defensiva y no me gusta que piense que estoy criticándola. Además, enseguida siento que Artemisa puede hacerme daño según lo que diga, a pesar de decírmelo sin mala intención, pero porque es la persona que más me importa, es quien tiene mi alma en sus manos.
De otra cosiña de la que quería hablar es que estamos prácticamente todos los días haciéndole visitas a esa perriña que, supuestamente, va a vivir con nosotras a partir del mes que viene. Es un encanto de animaliño. Cando nos ve, enseguida se vuelve loca de felicidad. Conmigo tiene un vínculo muy especial. Lo siento en la manera como me mira, en cómo me lame las manos, cómo mueve su coliña cuando estamos juntas. Le gusta que la coja en brazos y esté con ella durante horas.
La conocimos hace casi dos semanas. Yo estaba sentada en la orilliña del Miño. Me sentía deshecha de tristeza en ese momento porque, de nuevo, me había acordado de Lúa y sólo me apetece llorar por ella allí. Son los únicos momentos en los que lloro por ella. Estaba sumergida en mi mundo, sin casi recordar lo que me rodeaba, pero de súbito noto que una perriña estaba acercándose a mí y comienza a lamerme las manos. Enseguida, su amiga (no me gusta decir su dueña) corrió hacia mí y me pidió perdón con mucha vergüenza. Yo le dije que no se preocupase por nada, que no pasaba nada, al contrario, le dije que tenía que agradecerle que pasase por allí justo en ese momento, que la presencia de la perriña me hacía sentir bien. Era cierto. Había dejado de llorar en cuanto ella me miró así, con esos ojiños tan hermosos. La mujer me dijo que los animales siempre nos hacían sentir bien, que tiraban de nosotros cuando sentíamos que el mundo entero pesaba sobre nosotros y también me contó que precisamente hacía cuatro meses que su perra había dado a luz a unos cuantos cachorriños y que estaba buscando a alguien que quisiese quedarse con la última perriña que le quedaba en la casa. Me enseñó una fotografía de ella y me quedé asombrada por lo hermosísima que era. Además, enseguida pensé en artemisa. Artemisa lleva pidiéndome desde hace meses que tengamos un perro en la casa. Yo no me atrevo a tener ningún animal porque casi no tenemos tiempo para nosotras; pero estoy a punto de cambiar de opinión porque la verdad es que estoy cogiéndole mucho cariño a esta perriña tan bonita. Se llama Laila, por cierto, y creo que ya el mes que viene empezará a vivir con nosotras. Además, la mujer ya nos ha dicho que tiene una amiga que se dedica a pasear a los perros cuando sus amigos no pueden hacerlo e incluso puede quedarse con ellos en su casa algunos días cuando tienen vacaciones.
Y creo que de momento eso es todo lo que se me ocurre contar. Ahora tenemos que salir, que hemos de comprar para casi toda la semana. El carnaval ya se siente en el aire. Tengo ganas de que lo celebremos, pero también tengo que reconocer que me da pereciña que se desvanezca la hermosísima calma que llena las calles de Ourense; mas es una fiesta tan grande e importante que me apetece muchísimo vivirla, sobre todo porque llevo casi treinta años sin hacerlo.
 

 

sábado, 9 de febrero de 2019

DIARIO DE ARTEMISA: SÁBADO, 9 DE FEBRERO DE 2019


Sábado, 9 de febrero de 2019

El miércoles subí a hacer el examen de conducir y lo he suspendido. Podría haber escrito antes en mi diario y, de hecho, tenía muchas ganas de hacerlo; pero, si he tardado tanto en entregarme a la escritura, ha sido porque no me apetecía para nada revelar que había suspendido. Me daba vergüenza decirle a mi hermana que había suspendido, me daba vergüenza decírselo a Agnes y también me daba (y me da) mucha pereza tener que hacer el examen otra vez. Encima, suspendí por un error muy tonto que ni sé explicar. En cuanto me subí al coche y lo encendí, supe que iba a suspender porque no había manera de frenar con calma. Todo el tiempo frené a trompicones y no controlé para nada la fuerza con la que pulsaba los pedales, por lo que incluso el coche llegó a hacer un ruido muy extraño que le descompuso la cara al examinador. Para colmo, me pasé un semáforo en ámbar cuando había un peatón queriendo cruzar, intenté aparcar y se me caló el coche tres veces por lo menos. Hubo un momento en el que casi abandono el vehículo en medio de una calle porque no había manera de controlar nada, me puse muy nerviosa y sentí unas tremendas ganas de llorar; pero intenté aguantar hasta llegar al lugar donde terminaba el examen, que era la calle de la autoescuela. Cuando apagué el coche, le dije al examinador que no hacía falta que me dijese nada y, acto seguido, abrí la puerta del conductor y salí corriendo. Sabía que él deseaba animarme con alguna frase amable, pero yo ni siquiera tenía ganas de recibir ánimo de nadie y mucho menos de alguien que proviniese de ese mundo. Estuve caminando por Ourense durante, al menos, una hora intentando calmarme. Me puse a llorar como una tonta delante del río Miño como si él pudiese entenderme. Se hizo muy tarde y, hacia las nueve de la noche, me dispuse a volver a casa. Agnes me había escrito un mensaje preguntándome si estaba celebrando sola que había aprobado y me dieron ganas de contestarle que me había estrellado contra un suspenso tan grande como una catedral. Volví a casa sintiéndome todavía muy frustrada y de un mal humor terrible. No tenía ganas de hablar con ella y mucho menos de cenar. Ni siquiera se me abrió el apetito cuando vi la deliciosa empanada de verduras que ella había preparado con tanto cariño, con la intención de celebrar que yo había aprobado, pero, después, me dijo que la principal razón de que la hubiese hecho era que quería darme la enhorabuena por haberme presentado a un examen tan difícil.

Agnes me recibió con mucho cariño, pero yo ni siquiera quería mirarla. Enseguida se dio cuenta de que no estaba bien y me preguntó qué tal me había ido, sabiendo perfectamente la respuesta. Yo me separé de ella pidiéndole que no me preguntase nada y me fui directamente al cuarto de baño para ducharme, pero ella vino tras de mí riéndose y diciéndome que no pasaba nada porque hubiese suspendido, que estaba segura de que muy poca gente aprobaba a la primera y que era totalmente comprensible que suspendiese un examen tan horrible, que sabía que lo aprobaría alguna vez y que no me lo tomase tan mal. Yo le dije de muy malas formas que no iba a aprobar nunca, que soy totalmente torpe con el coche y una negada para conducir, que no me gusta nada conducir y que jamás pensé que tuviese que sacarme el carné de conducir, que me había prometido a mí misma que nunca me lo sacaría y que no pensaba subir a ningún examen más. Agnes se quedó paralizada al comprobar cuán afectada estaba y lo único que hizo fue cogerme dulcemente de las manos y decirme, textualmente lo cito: “veña, Artemisiña, que non é para tanto, que xa verás como aprobas a próxima vez. Non sexas tan cruel contigo, anda.” Y la verdad es que su tierno modo de hablarme me acarició el alma y deshizo la rabia que sentía. Empecé a llorar entre sus brazos mientras le pedía perdón por haberle hablado tan mal sin tener ella la culpa de nada, pero yo sé que a Agnes no le hirió mi actitud, sé que entendía que estuviese tan desilusionada y nerviosa. No sé cómo lo hace Agnes, pero siempre consigue sosegarme. Tiene un poder especial que se refleja en su voz, en su forma de hablar y en su mirada. Creo que ése es el poder que le permite calmar a los animales y conectar con ellos.

Luego ya me duché y pudimos cenar con tranquilidad, hablando de cualquier cosa y disfrutando de nuestra intimidad, de nuestras conversaciones, de nuestro hogar, de lo bonito que es compartir una cena tan deliciosa y el fin de un día intenso que también hemos vivido juntas.

Los días que vivimos son tan intensos que casi no tengo tiempo para sentir. Casi no les presto atención a mis emociones. Sólo noto si estoy nerviosa o tranquila. Tal vez por eso el miércoles reaccioné tan mal cuando suspendí el examen de conducir, porque, al estar un poco alejada de mis emociones, no puedo dominarlas cuando se intensifican. No obstante, sí disfruto de la alegría, incluso de la tristeza cuando ésta me llena el alma y también puedo reconocer el mal humor que a veces me entra cuando me pasa algo inesperado que me da rabia. Hay días en los que, sospechosamente, se nos acumula el trabajo en la cafetería y no podemos enfrentarlo porque ese día no nos sabemos organizar tan bien, o porque simplemente estamos agotadas, o la gente está más caprichosa o impaciente o porque no nos esperábamos que de repente se nos acumulasen tantas comandas, tanta gente que quiere llevarse pastas o cualquier cosa que nos ocurra. Debo reconocer que Agnes nunca pierde la paciencia, que siempre me pide que haga cualquier cosa con mucho cariño y serenidad. Soy yo la que se pone de los nervios cuando me doy cuenta de que tengo que darme prisa en hacer algo porque me espera una infinita serie de tareas por realizar. Agnes me pide que esté tranquila, que me relaje y también me dice que no se va a terminar el mundo porque tarde un poco en hacer algo, pero yo no soporto que haya gente esperando una comanda. Sin embargo, el trabajo en la cafetería me gusta mucho y las horas se pasan muy rápido. No me esperaba para nada que pudiese gustarme un trabajo como éste. Incluso, hace unos días, le propuse a Agnes que podíamos comprarle la cafetería a Silvia, pero ella dice que no le apetece para nada meterse en algo así, que ya tiene bastante con ser la encargada de Auria (Auria es el nombre de la cafetería) y que, además, ella sabe que éste no es el trabajo de mi vida y que yo tengo que volver a la docencia en cuanto pueda. Con respecto a eso, tengo que contar que van a salir oposiciones y que, en julio, se realizarán los exámenes. Por una parte, me gustaría presentarme a esas oposiciones que, en realidad, son una gran oportunidad porque hacía mucho tiempo que no salían oposiciones para profesorado en Galicia; pero, por la otra parte, no me apetece para nada ponerme a estudiar ahora y también me da mucha tristeza dejar de trabajar con Agnes. No sé qué hacer. Es cierto que estaría desaprovechando una gran oportunidad si no me presentase a estas oposiciones, pero es que me gusta mucho trabajar con Agnes, creo que demasiado. Me da la vida tenerla cerca todo el día, compartir con ella las cosas que vivimos en la cafetería, recibir sus sonrisas y sus miradas tiernas en los momentos menos esperados, oír su voz, tener cerca su energía, oírla reír, compartir con ella las cosas graciosas que nos ocurren y también desahogarme con ella cuando algo me afecta. Estar junto a Agnes es tener siempre a mi lado una fuente inagotable de serenidad y buena energía. Cuando le confesé a mi hermana las dudas que tenía, me dijo (también lo cito textualmente): “tú eres tonta, chavala.”

Con respecto a mi hermana, quiero contar una cosa muy importante de la cual, sin embargo, no puedo dar todavía muchos detalles porque no tengo ni la menor idea de cómo están yendo las cosas en estos momentos. Lo que puedo decir es que, ayer, Gabriel (el primo de Agnes) fue a Barcelona para estar con mi hermana. Lo curioso es que ella fue a buscarlo al aeropuerto, pero la intención de Gabriel era ir en tren a Manresa y, precisamente, iba a coger un tren que se estrelló contra otro a las seis y algo de la tarde. Sí, se ha estrellado otro tren casi en el mismo sitio donde hubo un accidente hace unos meses (creo) y encima ha habido muchos heridos y ha muerto la conductora del tren que volvía de Lleida. Esa noticia nos impactó mucho a Agnes y a mí y enseguida pensamos en Gabriel. Se puede decir que mi hermana le salvó la vida. A lo mejor no le habría ocurrido nada, pero ¿quién puede saberlo?

Pues la intención de Gabriel es pasar con mi hermana una semana allí en su casa. En su casa. Creo que no hace falta decir nada más. Me gustaría muchísimo que mi hermana se enamorase locamente de él y lo dejase todo para venir a Galicia a vivir con él. Echo mucho de menos a mi hermana. Hay veces en las que necesito hablar de cómo me siento y también de Agnes con alguien. Evidentemente, con Agnes no voy a hablar de ella misma. Llamo a mi hermana por teléfono cuando necesito hablar con ella, pero el teléfono nos limita mucho y no me gusta tanto la comunicación telefónica; pero sé que desear que mi hermana venga aquí a vivir es algo muy egoísta. Mi hermana dice que no se imagina viviendo en Galicia, que le gusta mucho vivir en Cataluña, que no tiene pensado para nada cambiar de vida. Si ése es su pensamiento, tal como dice Agnes, la relación con Gabriel va a ser totalmente imposible.

Según me ha contado mi hermana, llevan hablando desde que se conocieron, hablan durante todo el día e incluso conversan por teléfono todas las noches durante una hora como mínimo. Mi hermana me ha confesado que hacía mucho tiempo que no se sentía tan a gusto hablando con un hombre y que le encanta Gabriel porque es muy atento, comprensivo y cariñoso. No obstante, tengo que reconocer que mi hermana no me contó esto a mí primero, sino a Agnes. Yo no sé por qué le cuenta a ella antes que a mí todo lo que le ocurre con respecto al amor. Me da rabia que no me lo cuente a mí primero, pero tampoco tiene mucho sentido que me dé rabia eso. Lo que ocurre es que no entiendo la actitud de mi hermana. Ha puesto a Agnes de todos los colores posibles en muchas ocasiones y, sin embargo, es la primera a la que acude cuando necesita contar algo que le ha sucedido. Sí es cierto que últimamente mi hermana se lleva con Agnes mejor que nunca, pero no se me olvida todo lo que ha llegado a decir de ella sabiendo perfectamente cómo es y, luego, no obstante, es capaz de reconocer sin remilgos todas las virtudes que tiene Agnes, la puso por los cielos cuando descubrió lo bien que tocaba y cantaba, cuando se dio cuenta de lo feliz que era aquí en Ourense, cuando se dio cuenta de lo feliz que éramos las dos. Mi hermana a veces es una persona totalmente contradictoria y también incomprensible en algunos casos; pero la quiero muchísimo, muchísimo, a pesar de que diga las cosas tal como las piensa sin valorar si sentarán bien o mal, pese a que sea tan fácil que ofenda con sus palabras. A Agnes muchas veces la ha herido con el sincericidio que practica, pero Agnes perdona y olvida enseguida, algo que nos cuesta mucho hacer a la mayoría de personas.

Ojalá mi hermana sea por fin feliz en el amor, pero será una relación complicada si ninguno de los dos cambia de opinión con respecto al lugar en el que vivir. Me hace gracia que mi hermana se encuentre en una situación tan parecida a la que yo he vivido con Agnes. He llegado a decirle que es una tontería que se oponga a la idea de vivir en Galicia porque, luego, cuando ya estás viviendo aquí, te das cuenta de que era una estupidez aferrarse a un lugar en el que no se vive tan bien como aquí, que aquí hay menos contaminación y más tranquilidad, pero mi hermana me dice que Galicia le gusta para venir de vacaciones, no para vivir. Cuando le dije a Agnes lo que me había respondido mi hermana al proponerle que se viniese aquí a vivir, sentenció que, entonces, la relación entre su primo y mi hermana era completamente inviable e imposible.

No sé lo que va a ocurrir, pero de verdad que me gustaría mucho que mi hermana viviese cerca de nosotras.

También quiero hablar de otra cosita muy hermosa. Resulta que llevo más de un mes queriendo tener un perrito, pero Agnes siempre me ha dicho que no podemos tener un perro ahora, que no tenemos tiempo para ocuparnos de él, que estamos fuera casi todo el día, que sería imposible cuidarlo; pero yo quiero tener un perrito y punto. Pues ayer le ocurrió a Agnes una cosa muy curiosa. Antes de contarla, explicaré que ayer pasó un día muy triste, sintiéndose muy desanimada y frágil. Silvia vino a la cafetería a media mañana y, al descubrir que Agnes estaba encerrada en la cocina llorando profundamente, le dijo que se fuese a casa, que no tenía que trabajar si se encontraba tan mal; pero Agnes es muy testaruda y siguió trabajando a pesar de sentirse tan triste. No le ocurría nada en especial. Sólo se acordaba de Lúa y punto. Hay días en los que parece que no ha superado su muerte; pero no me confesó por qué lloraba hasta la noche. Durante el día, me dijo que estaba desanimada y punto, pero, por la noche, antes de irnos a dormir, me contó que por la mañana se había puesto a mirar fotografías y vídeos de la época en la que estuvo con Lúa y que le había invadido el alma una tristeza inmensa de la que ya no se pudo deshacer en todo el día. Silvia, además, también sigue llorando por Lúa de vez en cuando, así que pudieron entenderse bien. Agnes me dijo que a ella sí le había contado por qué lloraba. Tal vez por eso Silvia le propuso que se fuese a casa. Yo no sé qué decirle a Agnes cuando llora por Lúa. Sólo la dejo llorar porque sé que no hay palabras que puedan consolar una tristeza tan honda. Yo entiendo que todavía la llore. Lo entiendo porque sé que la quiso mucho y todavía la quiere, pero me gustaría que la muerte de Lúa quedase ya en el pasado, que no fuese algo tan doloroso, pero sé que desear algo así es ilógico y egoísta. No obstante, no son muchas las ocasiones en las que Agnes se entristece tanto. Normalmente, siempre está feliz, risueña, con ganas de vivir, se levanta siempre con un buen humor inmenso, pese a ser las cinco de la mañana, e incluso muchas veces me ha hecho reír con algún comentario nada más empezar el día; lo cual me sorprende mucho porque pocas serán las personas que tienen ganas de reír a esas horas. Me gusta mucho verla tan feliz, tan alegre, con tanta energía. Me da vida oírla reír y verla sonreír, verla y oírla tocar la pandeireta, oírla cantar y verla bailar. La semana que viene ya será el Entroido (que es el carnaval de aquí) y dice que Iauga va a tocar en Ourense y también luego el domingo iremos a la aldeíña. No sé cómo lo haremos para compaginar las dos fiestas. Va a ser una locura de fin de semana, pero también tengo ganas de vivirlo. Oír tocar y cantar a Agnes me da mucha vida, me llena el alma de alegría y me hace sentir que en la vida no hay problemas, que todo es felicidad y despreocupación, que tenemos muchos motivos para ser felices y reír.

Mas, evidentemente, sí hay cosas tristes en la vida, pero tenemos que enfrentarlas con una actitud positiva, es decir, tenemos que afrontar cada problema con la intención de superarlo, no de dejarnos vencer, porque merece la pena luchar. Claro que ahora digo todo esto porque estoy con Agnes. Cuando no estaba con ella, lo único que deseaba era dejarme abatir y desaparecer. Esta semana también me hicieron un análisis de sangre. Yo me siento mucho mejor que el mes pasado, así que estoy totalmente convencida de que ya me estoy recuperando de esa horrible anemia que tenía. Me siento más fuerte, sigo las recomendaciones del médico (excepto la de comer carne) y también las de Agnes, que también he de decir que me cuida muy bien, que está muy pendiente de mí, que me hace batidos de remolacha cuando a mí no me apetece en absoluto hacerlos. Además, ser tan feliz con ella creo que también me está ayudando mucho.

Ay, me he desviado del tema y casi dejo de escribir sin contar lo que quería explicar sobre lo que le ocurrió ayer a Agnes, que es algo muy bonito. Por la tarde, cuando salió de trabajar a las tres, en lugar de irse a casa, fue al paseo de las Ninfas y se sentó en la orilla del río para llorar y llorar, según me dijo. Le apetecía que sólo el río y los árboles viesen sus lágrimas, pero no se pudo ocultar de una mujer que pasaba por allí paseando a su perrita. La perrita fue hacia Agnes sin que la dueña se hubiese dado cuenta de que Agnes estaba allí y empezó a lamerle las manos, a llamar su atención moviendo la cola y oliéndola. Agnes me contó que dejó de llorar en cuanto sintió el cariño con el que la perrita quería llamar su atención. La dueña se acercó a ella y le preguntó si estaba bien, luego, al decirle Agnes que simplemente estaba un poco triste, le dijo que los animales siempre nos serenaban, que siempre nos animaban y tiraban de nosotros. Entonces le contó que hacía unos meses que su perrita había dado a luz a una camada preciosa y que estaba buscando a alguien que pudiese quedarse con una de las perritas que había alumbrado. Le contó que la camada había nacido a finales de octubre y, en cuanto la chica le enseñó a Agnes la foto de la cachorrita, se le iluminaron muchísimo los ojos. Por la tarde, ella y yo fuimos a verla y es que es un amor de animalito, de verdad. En cuanto Agnes la cogió en brazos, la perrita empezó a lamerle la cara, el cuello y las manos con una ternura conmovedora. La chica nos contó que era la primera vez que reaccionaba con tanta simpatía entre los brazos de alguien, que normalmente no se dejaba coger por nadie y que era la primera persona con la que realmente se había sentido a gusto. Estoy totalmente convencida de que Agnes querrá quedársela. Cuando salimos de la casa de esa chica, me dijo que le había parecido la perrita más bonita y simpática que había visto nunca. Yo estoy deseando que me diga que sí quiere quedársela. Yo creo que sí, que estoy a punto de convencerla de que nos la quedemos. Tendrá que estar todavía un tiempo con su mamá porque tiene que amamantarla, pero, hacia abril o mayo, quizá ya podamos estar con ella. Agnes no me ha dicho que no ya ninguna vez más. Sé que dirá que sí. Se le pusieron unos ojitos cuando la tuvo entre sus brazos... A ella le gustan muchísimo los animales, de eso jamás nadie podrá dudar, pero dice que, si no quiere que tengamos ninguno, es precisamente porque tiene miedo a no poder entregarle la atención que se merece; pero yo sé que nos podremos organizar bien, que siempre hay solución para todo.

Pues eso es lo más importante que tengo que contar. Estamos en la aldeíña. Está nublado, pero no hace tanto frío como otros días. Esta tarde hemos salido a caminar por el bosque y me ha gustado muchísimo sentirme envuelta por los aromas de la naturaleza. Todavía no han vuelto las aves que emigraron en invierno, pero siento que todo está lleno de vida. El río fluye con timidez, aún guardará en su fondo algunos vestigios de la nevada que cayó la semana pasada. Los montes siguen nevados y la nieve resplandecía bajo la luz de la tarde. Qué calma, cuánto amor hay en el aire y, sinceramente, qué inmensas ganas tengo de que llegue la primavera de una vez. Estoy deseando que nazcan las flores, que los árboles se llenen de verdor, que el aire sea más cálido, que se alarguen los días (aunque aquí los días duran más de lo que estaba acostumbrada). Agnes dice que a la primavera le cuesta llegar aquí y que tengo que mentalizarme de que suele llover mucho en primavera, pero igualmente tengo ganas de que llegue ya de una vez esa temperatura tan templada. Agnes me dice que esta semana no ha hecho tanto frío, pero parece olvidar que, por la mañana, cuando ella se levantaba y también cuando yo salía de casa a las ocho y media para ir a Auria, había menos de cinco grados. Parece como si Agnes no sintiese el frío. Es increíble. Ella dice que está muy bien así, que le gusta mucho el tiempo que hace, me dice también que la primavera de aquí no se distingue mucho de estos días.

Y aquí lo dejaré por hoy, pues ya tenemos que ir a cenar.

 

domingo, 3 de febrero de 2019

DIARIO DE AGNES: SÁBADO, 2 DE FEBREIRO DE 2019


Sábado, 2 de febreiro de 2019

Atopei un momento acougado, cálido e acolledor no que me podo esquecer do resto do mundo, no que me podo mergullar no meu interior e recoñecer as emocións que me enchen a ialma. Sinto que vivo ás présas, que case que non teño tempo para me deter a observar como me sinto e que penso, que os días se van moi rápido, que marchan as semanas coma se en realidade fosen intres e que un día chega cando nin tan sequera me dei de conta de que xa rematou outro; pero esta velocidade á que transcorre a miña vida non me abafa nin me molesta, ao contrario, síntome arrastrada por unha corrente que me leva por este presente facendo que goce de cada momento, que aprecie cada cousiña boa que vivo e que me fai estar no mundo dunha maneira como xamais estiven antes. Sempre me sentín afastada de todo o que forma o mundo, da realidade na que habitan os demais. Agora, síntome parte do mundo, sinto que o mundo tamén pode estar en min, que eu podo facer que un momento sexa dunha maneira ou outra para algunha persoa. Sinto que estou na vida, que non son unha persoa tan distinta como eu pensaba que era. Agora xa non me sinto estraña, xa non me sinto apartada do resto das persoas por ser máis sensíbel cos demais. Agora é cando podo recoñecer como son. Teño que recoñecer que me está a custar moito saber quen son de verdade. Descubrín que nunca me coñecín ben. Podía identificar a miña maneira de ser a medias, pero a meirande parte da miña personalidade estaba asolagada pola dura doenza que durante tanto tempo me atacou. Agora, cando xa sinto que marcha a súa influencia, está saíndo á luz esa parte de min que nunca puiden coñecer ben. Agora sinto que a xente me pode coñecer moito mellor que nunca, pero tamén é certo que haberá sempre un anaco da miña ialma que ficará agochado, protexido do ollar dos demais. Ese anaco da miña ialma está cheo dunha sensibilidade moi profunda que teño que controlar, que, moitas veces, teño que reprimir porque, se sempre fose libre, habería momentos que eu non sabería enfrontar. Aínda non aprendín a domear todo o que sinto. As cousas aféctanme moito máis do que agardo. Calquera mala nova que escoite pola radio o lea nos xornais me pode facer chorar sen moita dificultade; mais, malia tentar controlar esa parte tan sensíbel de min (a que tamén se encarga de me avisar do que lles vai ocorrer ás persoas que máis quero), esta pode saír de súpeto no momento menos agardado. E foi o que me ocorreu onte.

Levamos unha semana un pouco difícil, con moitísimo traballo, con moitísima choiva, con menos frío, iso si, ata onte. Onte houbo un temporal fortísimo. O xoves tamén estivo chovendo durante toda a noite e caeu unha boa treboada. Nevou moitísimo na montaña, á fin, e tamén no sur de Ourense. Eu estou adoitada xa á choiva, ao frío, ao vento. Teño que recoñecer que xa nin sinto o frío cando saio de madrugada da miña casa para ir á cafetaría. Tampouco me amola a choiva, tampouco me estarrece o fortísimo vento que zoou esta semana. Seica non me arrepíe este tempo porque medrei coñecéndoo, porque nunca me foi descoñecido, sempre estivo nas nosas vidas, aínda que na aldeíña non chovía tanto como noutros lugares de Galicia, pero si foi sempre moitísimo frío na invernía, sempre nevou moito.

Agora recoñecerei que, no tocante á localización da miña aldea, nunca dixen a verdade verbo onde está situada exactamente, porque a quero manter en segredo, porque non quero que ninguén a poida coñecer tan ben, porque quero que siga agochada do mundo como o estivo sempre. Non mentín sobre a súa localización, pero en realidade está moito máis lonxe de Toén do que sempre dixen. Está agochada entre montes, está nun val que sempre se enchía de neve cando chegaba a época de invernía. É moi difícil acceder a ela cando a neve a cobre porque as estradas que conducen a ela desaparecen baixo o xeo e a neve e é imposíbel transitar por elas. Ao menos, iso era o que ocorría cando eu era cativa. Cando nevaba, o resto do mundo desaparecía. Ficabamos incomunicados, como lles acontecía a moitísimas aldeas máis da montaña. Eu sempre vía cubertos os cumes das montañas de Ourense cando nevaba, vía que o ceo caía sobre eses cumios, e parecíame que non había máis nada no mundo, que todo se detivera, que nin tan sequera existía o tempo, que para sempre ficariamos así, nese intre eterno de cor violácea, tan frío coma a neve que cubría os vieiros. Coido que eu era unha das pouquiñas persoas que se sentía tan leda cando chegaba a neve. Miña nai sempre sufriu moito cando a neve asolagaba a aldeíña porque tiña medo a que ocorrese algunha cousa mala e que ninguén nos puidese axudar. Ademais, coa neve, adoitaban vir os lobos e, con eles, o medo, a desaparición dalgunhas ovellas e o perigo; pero os lobos nunca nos fixeron dano. Simplemente, procuraron pola nosa aldea un alimento que nunca atoparon. Marchaban cando se daban de conta de que alí non había nada para eles. Eu chegaba a chorar por eles porque me sentía culpábel por non darlles ren, pero sabía que, se os alimentaba, eles nunca marcharían definitivamente e eu sabía que, se non se arredaban da nosa aldea, a súa vida podería correr perigo porque máis dun dos homes que vivían na aldeíña falara de acabar con eles. Nunca entendín por que á xente lle custou tan pouquiño rematar coa vida dun ser vivo cando, en verdade, ese ser vivo non nos faría nunca dano. Eu sabía que nunca nos farían dano.

Pero outra vez desviei do tema do que quero falar. Quero dicir con todo isto que a miña aldea está máis lonxe de Ourense do que sempre fixen crer. Non sei por que son tan desconfiada á hora de falar da miña aldea. Non quero que lle ocorra nada malo, non quero que sexa coñecida. As cousiñas descoñecidas sempre teñen unha vida moito máis acougada e están menos en perigo cás que se coñecen. Tampouco é certo que eu, dende a miña aldea, ía camiñando deica Ourense. Se o quixese facer, tería que camiñar durante alomenos doce horas. Si é certo que moitas veces pedín que me levasen a Toén e, dende alí, si puiden ir camiñando deica Ourense en moitas ocasións. Mais sinto que agora nada diso ten importancia xa.

A miña aldea non está xunta unha estrada. Hai unha estrada comarcal que accede a ela; unha estrada comarcal que está abeirada por árbores centenarias que agochan a luz do ceo, que nos gorecen do ollar das estrelas e que crean un teito natural que parece pertencer a outro mundo. A min sempre me pareceu que esa estrada tan antiga conducía a un mundo máxico no que non podía entrar calquera, sen pensar que eu xa me achaba no mundo máis máxico que pode existir. Non preciso nada máis para sentirme parte dun mundo incríbel, pertencente aos soños, máis que á realidade. Esta aldeíña tan pequerrechiña na que nacín e na que medrei pareceume sempre a imaxe dunha desas postais que a xente manda aos seus seres queridos cando se atopan lonxe da súa terra para amosarlles que están nun lugar fermosísimo. E onte, entre lusco e fusco, a miña aldea pareceume, máis que nunca, unha imaxe de postal, unha imaxe que para min non ten comparación con nada, unha imaxe que me custará moito describir porque o que eu vin cos meus propios ollos non se pode reducir a unhas simples verbas. É algo máis, algo que se sente coa ialma, non coa mente, que se vive co corazón; mais vouno tentar porque quero falar diso, quero falar do efecto que me produciu esa imaxe que había tanto e tanto tempo que non vía, que me fixo viaxar á miña nenez, que me fixo sentir cativa de súpeto, outra vez, e que me fixo entender que, por moitos anos que pasasen, eu sempre serei parte deste pequeno mundo, que eu sempre serei igual, terei os mesmos costumes. É algo tan bonito o que sentín, pero tan intenso que non podo falar diso sen sentir ganas de chorar. Amais, estou moi sensíbel dende hai moito tempo. Seica esa sexa unha consecuencia de ter estado tan doentiña durante tanto tempo, que me quedou unha sensibilidade case incontrolábel que me fai vivir as cousas cunha intensidade moito máis forte cá de calquera outra persoa. E iso téñoo que aceptar, por moi duro que sexa ás veces ser tan sensíbel, ter que loitar contra a miña ialma; pero onte non puiden reprimir o que sentía.

Como todos os venres, o meu tío Damián veunos buscar a Ourense para levarnos á aldeíña. Dentro de pouquiño, Artemisa será quen conduza deica a aldeíña e xa non molestaremos máis ao meu pobre tío, mais Artemisa non deixa de dicir que lle pon medo conducir por esas estradas tan cheas de curvas e tan estreitas. Artemisa fará o exame da autoescola este mércores. Ten moito medo, pero eu sei que aprobará.

A medida que nos afastabamos de Ourense, as estradas estaban máis cubertas de xeo e, cando xa estabamos case chegando á aldeíña, vin que quedaban algúns restiños de neve na beira da estrada. Eu estivera todo o día preguntándome se nevara na aldeíña. Xa tería que estar nevada dende hai un mes, pero a neve tardou moito en chegar á nosa terriña. Cando estabamos indo á aldeíña, pregunteille ao meu tío Damián se xa nevara e el non me quixo responder. Díxome que xa o comprobaría cos meus propios ollos. Esa resposta era un si, pero eu non me quería facer ilusións e mantívenme expectante ata que chegamos á estrada na que temos que deixar o coche porque na miña aldea non se pode entrar en coche. Tense que facer camiñando por unhas corredoiras entre árbores, subindo unha costiña que, no inverno, sempre estivo chea de neve e de xeo. Ao ver que ese camiño estaba cheo de neve, o corazón comezoume a latexar con moitísima forza e esquecín todas as verbas. Baixamos do coche e eu subín case correndo esa costiña que á meirande parte da xente lle custa moito subir. Non podo explicar o que sentín cando, no alto da costiña, vin a miña aldea toda cuberta por unha grosa capa de neve. Os tellados das casas eran brancos, non se distinguía onde comezaba unha rúa e onde remataba outra. A igrexa da praciña estaba toda branca. A neve salientaba a escura cor da pedra das que están feitas as casas. As cruces que reinaban no alto dos pazos parecían desafiar a violácea cor do ceo, cheo todo de nubes ameazantes. E o silencio, ese silencio que eu aprendín a comprender cando nin tan sequera tiña dous anos, que me parecía o son máis forte da vida. E as pólas das árbores bordeaban esa imaxe tan queda, tan silandeira, tan e tan bonita, esa imaxe que me roubara o corazón. Nin tan sequera me decatei de que Artemisa e o meu tío Damián estaban tras miña observando abraiados coma min esa imaxe tan propia dun soño.

Tiña que descender outra costiña para chegar á miña aldea, pero non me podía mover. Sentía como o frío me acariñaba a pel, ese frío tan xélido, tan forte, pero non sentía frío, só me sentía acollida nese momento pola miña terra, coma se eu fose parte da neve. E o silencio que brotaba do bosque acalara a voz da miña ialma e, asemade, espertara a voz das miñas lembranzas máis antigas. Hai case trinta anos que non vía a miña aldea nevada toda, acalada polo intenso e profundo silencio que sempre viña coa invernía.

Só me dei de conta de que estaba chorando cando notei que o ventiño que zoaba con delicadeza polas rúas e que abaneaba as pólas das árbores acariñaba as bágoas que me esvaraban paseniñamente polas meixelas, xeándose ao contacto dese vento tan frío. Entón si me decatei de que tiña a miña ialma toda chea de pranto, dunha emoción que había moito tempo que non sentía, que me descontrolou e que me fixo comezar a correr deica a miña casa para fuxir vergonzosamente do ollar de Artemisa, quen xa me sorría con agarimo; pero eu o único que precisaba era ver á miña nai, abrazala e chorar de emoción entre os seus brazos. Quería sentir o seu agarimo e tamén a calor da lareira. Quería comprobar se todo seguía sendo como sempre foi cando nevaba na miña aldeíña. E todo segue igual. A lareira segue botando os mesmos arrecendos de sempre, segue dándonos a mesma calor de sempre. Dende as ventás desta casa tan antiga, podo ver como a neve cobre os campos, as pólas das árbores, o chan do bosque, as rúas de pedra. Podo escoitar o silencio que fala coa neve, que fala coa miña ialma, facéndome voltar a eses anos tan lonxanos xa nos que a neve nos apartaba do resto do mundo. Agora as cousas son diferentes. Agora todos se esforzan por tirar a neve que cobre os camiños. Agora xa non é doado manternos tan lonxe de todo, pero, eiquí, eu síntome coma se non houbese ren máis, coma se o tempo tampouco existise, tal como me ocorría cando era cativa.

Corrín notando que os meus pes se afundían na neve, notando que me custaba camiñar, pero non me importaba. Petei á porta da miña casa e decontado abriu a miña nai. Ela tamén tiña os ollos cristalinos e tamén estaba moi emocionada porque sabía o que eu sentía, sabía que eu me emocionaría moito ao ver a nosa aldea tan fermosa, tan silandeira e chea de soidade. É certo que ese frío tan intenso que ía nos pedía que nos gorecésemos ao carón da lareira, pero eu precisaba camiñar pola aldeíña antes de pecharme na miña casa xunta miña nai e Artemisa. Por iso, cando miña nai e Artemisa tamén se saudaron, eu díxenlles que iría dar unha voltiña, que non tardaría. Miña nai díxome que ía moito frío e tentoume convencer de que entrase na casa e me deixase de voltiñas, pero eu son moito máis cacholana do que pensan todos.

Non sei por que, pero precisaba comprobar como se vía a neve cubrindo a tumba de Lúa e de Iria. Precisaba visitalas porque tamén necesitaba compartir con Lúa ese momento tan especial. Non o puiden evitar. Fun directamente ao noso cemiterio e detívenme perante das tumbas de Lúa e de Iria sen saber que pensar. A neve cubrira as flores que lles deixamos. Estaban murchadas e xeadas, confundidas co xeo e a neve que xa tentaba comezar a desfacerse. Agacheime e busquei os pétalos entre a neve, sentindo que o frío xeaba os meus dedos, pero non me importaba. Apartei a neve que me impedía ler o nome de Lúa e o de Iria e, cando os puiden ler na metade do solpor, entón sentín que si compartía con elas ese momento tan frío e fermoso.

O silencio que me acompañaba non se pode describir. Era un silencio que intensificaba os meus sentimentos. Non facía falla que dixese en voz alta o que sentía porque sabía que elas podían ouvir a voz da miña ialma; a que berraba moitísimo no medio dese silencio que devoraba calquera son.

E, despois de estar alí un bo anaco, voltei onda miña casa. Cando entrei, descubrín que miña nai e máis Artemisa estaban conversando sentadas ao carón da lareira. Non souben que tiña tanto frío ata que sentei xunta elas e a calor do lume colleume das mans.

Despois ceamos acougadamente e, logo, eu púxenme a ler sentindo a protección do lume. Teño que recoñecer que, axiña que comecei a ler, sentín moito sono. Collín unha mantiña e deiteime moi pretiño da lareira, nese banco no que tamén me deitaba cando era cativa e non me apetecía para nada ir ao meu cuarto, onde se amoreaba o frío do inverno. Na cociña da miña casa estase infinitamente ben, pero no resto da casa fai un frío insostíbel. Cando era cativa, eu colocaba preto do lume unha manta na que despois me envolvía cando tiña que ir durmir, para así non afastarme da calor da lareira. E onte fixen o mesmo, exactamente o mesmo que facía cando era cativiña.

Artemisa tívome que espertar porque quedara durmida, profundamente durmida, sentíndome tan cómoda, tan feliz, tan ben, tan acollida... Cando xa estivemos soíñas no noso cuarto, díxome que miña nai se emocionara ao descubrir que quedara durmida ao carón da lareira, tal como facía cando era cativa, e que lle dixo: “malia pasar tanto tempo, segue facendo o mesmo, segue sendo esa cativiña á que tanto lle gustaba a calor da lareira e á que, asemade, tanto amaba a invernía. Segue tendo os mesmos costumes, que curioso e bonito. Segue sendo a mesma, segue sendo a mesma.”

Esta semana case que non tiven tempo de pensar como sería esta fin de semana na aldeíña. Érgome moi cedísimo, chego á cafetaría ás seis da mañá, saio da miña casa ás cinco e media estea chovendo, vente ou neve, malia que aínda non nevou en Ourense este ano. Saio sen pensar en nada, só en que teño que chegar. Cando chego, teño o tempo xusto para limpar o que non se limpase o día anterior, para arranxar as mesas, para ordenalo todo, para recibir aos repartidores, para poñer a primeira fornada do día. Mesmo hai veces nas que eu mesma fago o pan e algunhas tortas de Santiago, algunhas bicas e tamén empanadas de mazá, que teñen moito éxito, e tamén estamos comezando a facer bizcochada de castaña. Ás sete, hei de abrir a cafetaría teña rematado ou non todo o traballo e xa empezan a vir os primeiros clientes fixos de cada día. Teño moitísimas experiencias que contar porque ver ás mesmas persoas todos os días fai que nazan vencellos entre nós e hai cousiñas que algún día contarei. E tamén teño que dicir, aínda que me dea vergonza facelo, que rompín máis dun corazón xa.

Ás nove, vén a miña Artemisiña e entón o día comeza a pasar moito máis rápido. Axiña se fan as tres da tarde (momento no que remata a miña xornada laboral) e, cando chego á nosa casa, o que teño que facer é coidar da súa limpeza, lavar a nosa roupa, lavar a louza, facer a compra e milleiros de cousiñas máis. Hai tardes nas que vou con Iauga para ensaiarmos. Mañá celebraremos unha festa para celebrar Imbolc, que é hoxe, pero a todas lles vai mellor vir mañá á aldeíña. Escollemos sempre a miña aldeíña porque para todas é o lugar máis axeitado para tocar, para pandeirar, para encher de música cada recuncho. E así pasan os días, sentindo que case non hai horas baleiras. É que non as hai. Moi poucos momentos son os que teño para sentar no sofá cun libro nas mans, menos dos que me gustaría, e, se o consigo facer, axiña sinto moito sono. Estou esgotadísima, pero non o noto ata que Artemisa e máis eu imos durmir. Entón si me dou de conta do cansa que estou.

Pero son feliz, moito, malia estar sempre tan sensíbel. Sinto que a miña vida ten sentido. Non obstante, hai momentos nos que me desfago de medo e tristura. Onte, cando entrei na miña casa despois de estar no cemiterio, pensei de súpeto, sen podelo evitar, que, algún día, todo isto desaparecería, que chegaría un día no que xa non estaría a miña nai, no que esta casiña estaría baleira, e a tristura que ise pensamento me fixo sentir estivo a piques de me desfacer por dentro, pero desboteina rapidamente tentando que non me fixese chorar e conseguino. Axudoume tamén atoparme coa miña nai e con Artemisa e comezar a formar parte da súa conversación.

Tamén pensei que sentir tanta tristura e medo de súpeto por mor duns pensamentos tan tristes é outra consecuencia da miña doenza. Non me atrevo a afirmar que xa estou curada definitivamente. O que si sei é que ter estado tan doente non pode quedar en ren, que algunhas consecuencias me deixou estar tan mal durante anos. Agora me custa moito determinar canto tempo estiven sentindo só tristura, desesperanza e ganas de morrer. Hai veces nas que, de repente, lembro que houbo moitos momentos nos que só devecín morrer, nos que mesmo desexei que unha doenza física me desfixese e me levase á morte para non ter que matarme eu. Arrepíame saber que tentei tirarme a vida en varias ocasións. Non sei cantas veces o tentei, pero xa con unha sería abondo. Só lembro de dúas en especial: aquela tarde na casa de Gaia e tamén cando vivía na cabana, só con Némesis, quen tentou impedir que o fixese, quen foi buscar a Gilbert cando se decatou de que eu non espertaba por moito que ela me acariñase e tentase chamar a miña atención. Eu non sei que era Némesis en realidade, pero, moitas veces, cheguei a dubidar de se en verdade era só un animal. Comportouse comigo moito mellor cás persoas, entendíame moito mellor que ninguén, ollábame coma se de verdade puidese ouvir os meus pensamentos e protexeume moito máis do que xamais o fixo ninguén e coñeceume como nin tan sequera eu mesma me coñecía. Coñeceu o meu interior moito mellor que ninguén e sóuboo sempre todo de min sen que nin tan sequera eu fose consciente de canto de min ela coñecía. Moitas veces, pregunteime por que existía ese vencello tan forte, de onde nacera esa conexión tan profunda. É outra das cousas da miña vida que nunca poderei explicar. Tamén iso me fai pensar en que todas as conexións que eu sinto con todo o que forma a miña vida son demasiado intensas e fortes: a conexión coa miña terra, con Artemisa... coas persoas que quero de verdade. Non son conexións só anímicas. E tamén esa conexión coa música da miña terra, todo o que sinto cando toco esquecendo o mundo, só sentindo o que a música me fai sentir, as sensacións e as emocións que me enchen a ialma cando escoito como soa a pandeireta nas miñas mans, cando escoito como a miña voz se mestura co son da gaita e dos pandeiros. Que cousa tan forte, que bonito todo. É simplemente o son da vida.

E a miña vida é vida grazas a todo isto do que estiven falando hoxe, grazas á miña maneira de ser, a que me fai apreciar todo con moita máis forza, grazas a todas estas conexións que me fan sentir simplemente viva.

Traducción: 
Nota de la traductora: sólo recordar el significado de algunas expresiones como "entre lusco e fusco", que en castellano no tiene traducción, pero vendría a significar entre dos luces. Se refiere al momento del crepúsculo en el que apenas queda luz en el cielo, pero la suficiente para decir que todavía no es totalmente de noche. Por si acaso, también indicar que "lareira" es la cocina típica gallega, no una chimenea como se podría pensar.


Sábado, 2 de febrero de 2019

Encontré un momento sosegado, cálido y acogedor en el que puedo olvidarme del resto del mundo, en el que me puedo sumergir en mi interior y reconocer las emociones que me llenan el alma. Siento que vivo muy aprisa, que casi no tengo tiempo para detenerme a observar cómo me siento y qué pienso, que los días se van muy rápido, que se marchan las semanas como si en realidad fuesen instantes y que un día llega cuando ni siquiera me he dado cuenta de que ya ha acabado otro; pero esta velocidad a la que transcurre mi vida no me agobia ni me molesta, al contrario, me siento arrastrada por una corriente que me lleva por este presente haciendo que disfrute de cada momento, que aprecie cada cosiña buena que vivo y que me hace estar en el mundo de una manera como jamás estuve antes. Siempre me sentí alejada de todo lo que forma el mundo, de la realidad en la que habitan los demás. Ahora, me siento parte del mundo, siento que el mundo también puede estar en mí, que yo puedo hacer que un momento sea de una manera u otra para alguna persona. Siento que estoy en la vida, que no soy una persona tan distinta como yo pensaba que era. Ahora ya no me siento extraña, ya no me siento apartada del resto de las personas por ser más sensible que los demás. Ahora es cuando puedo reconocer cómo soy. Tengo que reconocer que está costándome mucho saber quién soy de verdad. He descubierto que nunca me he conocido bien. Podía identificar mi manera de ser a medias, pero la mayor parte de mi personalidad estaba inundada por la dura enfermedad que durante tanto tiempo me atacó. Ahora, cuando ya siento que se marcha su influencia, está saliendo a la luz esa parte de mí que nunca he podido conocer bien. Ahora siento que la gente puede conocerme mucho mejor que nunca, pero también es cierto que habrá siempre una parte de mi alma que permanecerá escondida, protegida de la mirada de los demás. Esa parte de mi alma está llena de una sensibilidad muy profunda que tengo que controlar, que, muchas veces, tengo que reprimir porque, si siempre fuese libre, habría momentos que yo no sabría afrontar. Aún no he aprendido a dominar todo lo que siento. Las cosas me afectan mucho más de lo que espero. Cualquier mala noticia que escuche por la radio o lea en los periódicos puede hacerme llorar sin mucha dificultad; mas, pese a intentar controlar esa parte tan sensible de mí (la que también se encarga de avisarme de lo que va a ocurrirles a las personas que más quiero), ésta puede salir de súbito en el momento menos esperado. Y fue lo que me ocurrió ayer.

Llevamos una semana un poco difícil, con muchísimo trabajo, con muchísima lluvia, con menos frío, eso sí, hasta ayer. Ayer hubo un temporal fortísimo. El jueves también estuvo lloviendo durante toda la noche y cayó una buena tormenta. Ha nevado muchísimo en la montaña, al fin, y también en el sur de Ourense. Yo estoy habituada ya a la lluvia, al frío, al viento. Tengo que reconocer que ya ni siento el frío cuando salgo de madrugada de mi casa para ir a la cafetería. Tampoco me molesta la lluvia, tampoco me horroriza el fortísimo viento que sopló esta semana. Quizás no me asuste este tiempo porque crecí conociéndolo, porque nunca me resultó desconocido, siempre ha estado en nuestras vidas, aunque en la aldeíña no llovía tanto como en otros lugares de Galicia, pero sí hizo siempre muchísimo frío en invierno, siempre nevó mucho.

Ahora reconoceré que, en cuanto a la ubicación de mi aldea, nunca dije la verdad sobre dónde está situada exactamente, porque quiero mantenerla en secreto, porque no quiero que nadie pueda conocerla tan bien, porque quiero que siga oculta del mundo como lo estuvo siempre. No he mentido sobre su ubicación, pero en realidad está mucho más lejos de Toén de lo que siempre he dicho. Está escondida entre montes, está en un valle que siempre se llenaba de nieve cuando llegaba el invierno. Es muy difícil acceder a ella cuando la nieve la cubre porque las carreteras que conducen a ella desaparecen bajo el hielo y la nieve y es imposible transitar por ellas. Al menos, eso era lo que ocurría cuando yo era niña. Cuando nevaba, el resto del mundo desaparecía. Permanecíamos incomunicados, como les acontecía a muchísimas aldeas más de la montaña. Yo siempre veía cubiertas las cumbres de las montañas de Ourense cuando nevaba, veía que el cielo caía sobre esas cimas, y me parecía que no había nada más en el mundo, que todo se había detenido, que ni tan siquiera existía el tiempo, que para siempre permaneceríamos así, en ese instante eterno de color violáceo, tan frío como la nieve que cubría las sendas. Creo que yo era una de las poquiñas personas que se sentía tan feliz cuando llegaba la nieve. Mi madre siempre sufrió muchísimo cuando la nieve inundaba la aldeíña porque tenía miedo a que ocurriese alguna cosa mala y que nadie pudiese ayudarnos. Además, con la nieve, habituaban a venir los lobos y, con ellos, el miedo, la desaparición de algunas ovejas y el peligro; pero los lobos nunca nos hicieron daño. Simplemente, buscaron por nuestra aldea un alimento que nunca encontraron. Se marchaban cuando se daban cuenta de que allí no había nada para ellos. Yo llegaba a llorar por ellos porque me sentía culpable por no darles nada, pero sabía que, si los alimentaba, ellos nunca se marcharían definitivamente y yo sabía que, si no se alejaban de nuestra aldea, su vida podría correr peligro porque más de uno de los hombres que vivían en la aldeíña había hablado de acabar con ellos. Nunca he entendido por qué a la gente le ha costado tan poquiño acabar con la vida de un ser vivo cuando, en verdad, ese ser vivo no nos haría nunca daño. Yo sabía que nunca nos harían daño.

Pero otra vez me he desviado del tema del que quiero hablar. Quiero decir con todo esto que mi aldea está más lejos de Ourense de lo que siempre he hecho creer. No sé por qué soy tan desconfiada a la hora de hablar de mi aldea. No quiero que le ocurra nada malo, no quiero que sea conocida. Las cosiñas desconocidas siempre tienen una vida mucho más sosegada y están menos en peligro que las que se conocen. Tampoco es cierto que yo, desde mi aldea, iba caminando hasta Ourense. Si quisiese hacerlo, tendría que caminar a al menos durante doce horas. Sí es cierto que muchas veces pedí que me llevasen a Toén y, desde allí, sí pude ir caminando hasta Ourense en muchas ocasiones. Mas siento que ahora nada de eso tiene importancia ya.

Mi aldea no está junto a una carretera. Hay una carretera comarcal que accede a ella; una carretera comarcal que está orillada por árboles centenarios que ocultan la luz del cielo, que nos guarnecen de la mirada de las estrellas y que crean un techo natural que parece pertenecer a otro mundo. A mí siempre me pareció que esa carretera tan antigua conducía a un mundo mágico en el que no podía entrar cualquiera, sin pensar que yo ya me hallaba en el mundo más mágico que puede existir. No necesito nada más para sentirme parte de un mundo increíble, perteneciente a los sueños, más que a la realidad. Esta aldeíña tan pequerrechiña en la que nací y crecí me pareció siempre la imagen de una de esas postales que la gente manda a sus seres queridos cuando se encuentran lejos de su tierra para demostrarles que están en un lugar hermosísimo. Y ayer, entre “lusco e fusco”, mi aldea me pareció, más que nunca, una imagen de postal, una imagen que para mí no tiene comparación con nada, una imagen que me costará mucho describir porque lo que yo vi con mis propios ojos no se puede reducir a unas simples palabras. Es algo más, algo que se siente con el alma, no con la mente, que se vive con el corazón; mas voy a intentarlo porque quiero hablar de eso, quiero hablar del efecto que me produjo esa imagen que hacía tanto y tanto tiempo que no veía, que me hizo viajar a mi niñez, que me hizo sentir niña de súbito, otra vez, y que me hizo entender que, por muchos años que pasasen, yo siempre seré parte de este pequeño mundo, que yo siempre seré igual, tendré las mismas costumbres. Es algo tan bonito lo que sentí, pero tan intenso que no puedo hablar de eso sin sentir ganas de llorar. Además, estoy muy sensible desde hace mucho tiempo. Quizás ésa sea una consecuencia de haber estado tan enfermiña durante tanto tiempo, que me ha quedado una sensibilidad casi incontrolable que me hace vivir las cosas con una intensidad mucho más fuerte que la de cualquier otra persona. Y eso tengo que aceptarlo, por muy duro que sea a veces ser tan sensible, tener que luchar contra mi alma; pero ayer no pude reprimir lo que sentía.

Como todos los viernes, mi tío Damián vino a buscarnos a Ourense para llevarnos a la aldeíña. Dentro de poquiño, Artemisa será quien conduzca hasta la aldeíña y ya no molestaremos más a mi pobre tío, mas Artemisa no deja de decir que le da miedo conducir por esas carreteras tan llenas de curvas y tan estrechas. Artemisa hará el examen de la autoescuela este miércoles. Tiene mucho miedo, pero yo sé que aprobará.

A medida que nos alejábamos de Ourense, las carreteras estaban más cubiertas de hielo y, cuando ya estábamos casi llegando a la aldeíña, vi que quedaban algunos restiños de nieve en la orilla de la carretera. Yo había estado todo el día preguntándome si había nevado en la aldeíña. Ya tendría que estar nevada desde hace un mes, pero la nieve ha tardado mucho en llegar a nuestra tierriña. Cuando estábamos yendo a la aldeíña, le pregunté a mi tío Damián si ya había nevado y él no quiso responderme. Me dijo que ya lo comprobaría con mis propios ojos. Esa respuesta era un sí, pero yo no quería hacerme ilusiones y me mantuve expectante hasta que llegamos a la carretera en la que tenemos que dejar el coche porque en mi aldea no se puede entrar en coche. Tiene que hacerse caminando por unos vericuetos entre árboles, subiendo una cuestiña que, en invierno, siempre estuvo llena de nieve y de hielo. Al ver que ese camino estaba lleno de nieve, el corazón comenzó a latirme con muchísima fuerza y olvidé todas las palabras. Bajamos del coche y yo subí casi corriendo esa cuestiña que a la mayor parte de la gente le cuesta mucho subir. No puedo explicar lo que sentí cuando, en lo alto de la cuestiña, vi mi aldea toda cubierta por una gruesa capa de nieve. Los tejados de las casas eran blancos, no se distinguía dónde comenzaba una calle y dónde terminaba otra. La iglesia de la placiña estaba toda blanca. La nieve resaltaba el oscuro color de la piedra de la que están hechas las casas. Las cruces que reinaban en lo alto de los pazos parecían desafiar el violáceo color del cielo, lleno todo de nubes amenazantes. Y el silencio, ese silencio que yo aprendí a comprender cuando ni tan siquiera tenía dos años, que me parecía el sonido más fuerte de la vida. Y las ramas de los árboles bordeaban esa imagen tan quieta, tan silente, tan y tan bonita, esa imagen que me había robado el corazón. Ni tan siquiera me enteré de que Artemisa y mi tío Damián estaban tras de mí observando asombrados como yo esa imagen de ensueño.

Tenía que descender otra cuestiña para llegar a mi aldea, pero no podía moverme. Sentía cómo el frío me acariciaba la piel, ese frío tan gélido, tan fuerte, pero no sentía frío, sólo me sentía acogida en ese momento por mi tierra, como si yo fuese parte de la nieve. Y el silencio que brotaba del bosque había acallado la voz de mi alma y, al mismo tiempo, había despertado la voz de mis recuerdos más antiguos. Hace casi treinta años que no veía mi aldea nevada toda, acallada por el intenso y profundo silencio que siempre venía con el invierno.

Sólo me di cuenta de que estaba llorando cuando noté que el vientiño que soplaba con delicadeza por las calles y que mecía las ramas de los árboles acariciaba las lágrimas que me resbalaban lentamente por las mejillas, helándose al contacto de ese viento tan frío. Entonces sí me percaté de que tenía mi alma toda llena de llanto, de una emoción que hacía mucho tiempo que no sentía, que me descontroló y que me hizo comenzar a correr hasta mi casa para huir vergonzosamente de la mirada de Artemisa, quien ya me sonreía con cariño; pero yo lo único que necesitaba era ver a mi madre, abrazarla y llorar de emoción entre sus brazos. Quería sentir su cariño y también el calor de la lareira. Quería comprobar si todo seguía siendo como siempre fue cuando nevaba en mi aldeíña. Y todo sigue igual. La lareira sigue emanando los mismos aromas de siempre, sigue dándonos el mismo calor de siempre. Desde las ventanas de esta casa tan antigua, puedo ver cómo la nieve cubre los campos, las ramas de los árboles, el suelo del bosque, las calles de piedra. Puedo escuchar el silencio que habla con la nieve, que habla con mi alma, haciéndome regresar a esos años tan lejanos ya en los que la nieve nos apartaba del resto del mundo. Ahora las cosas son diferentes. Ahora todos se esfuerzan por quitar la nieve que cubre los caminos. Ahora ya no es sencillo mantenernos tan lejos de todo, pero, aquí, yo me siento como si no hubiese nada más, como si el tiempo tampoco existiese, tal como me ocurría cuando era niña.

Corrí notando que mis pies se hundían en la nieve, notando que me costaba caminar, pero no me importaba. Llamé a la puerta de mi casa y enseguida abrió mi madre. Ella también tenía los ojos cristalinos y también estaba muy emocionada porque sabía lo que yo sentía, sabía que yo me emocionaría mucho al ver nuestra aldea tan hermosa, tan silenciosa y llena de soledad. Es cierto que ese frío tan intenso que hacía nos pedía que nos amparásemos cabe la lumbre, pero yo precisaba caminar por la aldeíña antes de encerrarme en mi casa junto a mi madre y a Artemisa. Por eso, cuando mi madre y Artemisa también se saludaron, yo les dije que iría a dar una vueltiña, que no tardaría. Mi madre me dijo que hacía mucho frío e intentó convencerme de que entrase en la casa y me dejase de vueltiñas, pero yo soy mucho más cabezona de lo que piensan todos.

No sé por qué, pero precisaba comprobar cómo se veía la nieve cubriendo la tumba de Lúa y de Iria. Precisaba visitarlas porque también necesitaba compartir con Lúa ese momento tan especial. No pude evitarlo. Fui directamente a nuestro cementerio y me detuve ante las tumbas de Lúa y de Iria sin saber qué pensar. La nieve había cubierto las flores que les dejamos. Estaban marchitadas y heladas, confundidas con el hielo y la nieve que ya intentaba comenzar a deshacerse. Me agaché y busqué los pétalos entre la nieve, sintiendo que el frío me helaba los dedos, pero no me importaba. Aparté la nieve que me impedía leer el nombre de Lúa y el de Iria y, cuando pude leerlos en mitad del crepúsculo, entonces sí sentí que compartía con ellas ese momento tan frío y hermoso. El silencio que me acompañaba no se puede describir. Era un silencio que intensificaba mis sentimientos. No hacía falta que dijese en voz alta lo que sentía porque sabía que ellas podían oír la voz de mi alma; la que gritaba muchísimo en medio de ese silencio que devoraba cualquier sonido.

Y, después de estar allí un buen rato, volví a mi casa. Cuando entré, descubrí que mi madre y Artemisa estaban conversando sentadas cabe la lareira. No supe que tenía tanto frío hasta que me senté junto a ellas y el calor del fuego me tomó de las manos.

Después cenamos sosegadamente y, luego, yo me puse a leer sintiendo la protección del fuego. Tengo que reconocer que, en cuanto empecé a leer, sentí mucho sueño. Cogí una mantiña y me acosté muy cerquiña de la lareira, en ese banco en el que también me tumbaba cuando era niña y no me apetecía nada ir a mi habitación, donde se acumulaba el frío del invierno. En la cocina de mi casa se está infinitamente bien, pero en el resto de la casa hace un frío insostenible. Cuando era niña, yo colocaba cerca del fuego una manta en la que después me envolvía cuando tenía que irme a dormir, para así no alejarme del calor de la lareira. Y ayer hice lo mismo, exactamente lo mismo que hacía cuando era niña.

Artemisa tuvo que despertarme porque me había quedado dormida, profundamente dormida, sintiéndome tan cómoda, tan feliz, tan bien, tan acogida... Cuando ya estuvimos soliñas en nuestra habitación, me dijo que mi madre se había emocionado al descubrir que me había quedado dormida cabe la lareira, tal como hacía cuando era niña, y que le dijo: “a pesar de pasar tanto tiempo, sigue haciendo lo mismo, sigue siendo esa niña a la que tanto le gustaba el calor de la lareira y a la que, a la vez, tanto amaba el invierno. Sigue teniendo las mismas costumbres, qué curioso y bonito. Sigue siendo la misma, sigue siendo la misma.”

Esta semana casi que no he tenido tiempo de pensar cómo sería este fin de semana en la aldeíña. Me levanto muy tempranísimo, llego a la cafetería a las seis de la mañana, salgo de mi casa esté lloviendo, haga viento o nieve, aunque todavía no ha nevado en Ourense este año. Salgo sin pensar en nada, sólo en que tengo que llegar. Cuando llego, tengo el tiempo justo para limpiar lo que no se haya limpiado el día anterior, para adecentar las mesas, para ordenarlo todo, para recibir a los repartidores, para poner la primera hornada del día. Incluso hay veces en las que yo misma hago el pan y algunas tartas de Santiago, algunas bicas y también empanadas de manzana, que tienen mucho éxito, y también estamos comenzando a hacer bizcochos de castaña. A las siete, he de abrir la cafetería haya acabado o no todo el trabajo y ya empiezan a venir los primeros clientes fijos de cada día. Tengo muchísimas experiencias que contar porque ver a las mismas personas todos los días hace que nazcan vínculos entre nosotros y hay cosiñas que algún día contaré. Y también tengo que decir, aunque me dé vergüenza hacerlo, que he roto más de un corazón ya.

A las nueve, viene mi Artemisiña y entonces el día comienza a pasar mucho más rápido. Enseguida se hacen las tres de la tarde (momento en el que acaba mi jornada laboral) y, cuando llego a nuestra casa, lo que tengo que hacer es cuidar de su limpieza, lavar nuestra ropa, lavar los platos, hacer la compra y millones de cosiñas más. Hay tardes en las que voy con Iauga para ensayar. Mañana celebraremos una fiesta para celebrar Imbolc, que es hoy, pero a todas les va mejor venir mañana a la aldeíña. Escogemos siempre mi aldeíña porque para todas es el lugar más idóneo para tocar, para pandeirar, para llenar de música cada rincón. Y así pasan los días, sintiendo que casi no hay horas vacías. Es que no las hay. Muy pocos momentos son los que tengo para sentarme en el sofá con un libro en las manos, menos de los que me gustaría, y, si consigo hacerlo, enseguida siento mucho sueño. Estoy agotadísima, pero no lo noto hasta que Artemisa y yo nos vamos a dormir. Entonces sí me doy cuenta de lo cansada que estoy.

Pero soy feliz, mucho, a pesar de estar siempre tan sensible. Siento que mi vida tiene sentido. No obstante, hay momentos en los que me deshago de miedo y tristeza. Ayer, cuando entré en mi casa después de estar en el cementerio, pensé de súbito, sin poder evitarlo, que, algún día, todo esto desaparecería, que llegaría un día en el que ya no estaría mi madre, en el que esta casiña estaría vacía, y la tristeza que ese pensamiento me hizo sentir estuvo a punto de deshacerme por dentro, pero la deseché rápidamente intentando que no me hiciese llorar y lo conseguí. Me ayudó también encontrarme con mi madre y con Artemisa y comenzar a formar parte de su conversación.

También he pensado que sentir tanta tristeza y miedo de súbito por mor de unos pensamientos tan tristes es otra consecuencia de mi enfermedad. No me atrevo a afirmar que ya estoy curada definitivamente. Lo que sí sé es que haber estado tan enferma no puede quedar en nada, que algunas consecuencias me ha dejado estar tan mal durante años. Ahora me cuesta mucho determinar cuánto tiempo estuve sintiendo sólo tristeza, desesperanza y ganas de morir. Hay veces en las que, de repente, me acuerdo de que hubo muchos momentos en los que sólo ansié morir, en los que incluso deseé que una enfermedad física me deshiciese y me llevase a la muerte para no tener que matarme yo. Me horroriza saber que intenté quitarme la vida en varias ocasiones. No sé cuántas veces lo intenté, pero ya con una habría sido suficiente. Sólo recuerdo dos en especial: aquella tarde en la casa de Gaya y también cuando vivía en la cabaña, sólo con Némesis, quien intentó impedir que lo hiciese, quien fue a buscar a Gilbert cuando se percató de que yo no me despertaba por mucho que ella me acariciase e intentase llamar mi atención. Yo no sé qué era Némesis en realidad, pero, muchas veces, llegué a dudar de si en verdad era sólo un animal. Se comportó conmigo mucho mejor que las personas, me entendía mucho mejor que nadie, me miraba como si de verdad pudiese oír mis pensamientos y me protegió mucho más de lo que jamás lo hizo nadie y me conoció como ni tan siquiera yo misma me conocía. Conoció mi interior mucho mejor que nadie y lo supo siempre todo de mí sin que ni tan siquiera yo fuese consciente de cuánto de mí ella conocía. Muchas veces, me pregunté por qué existía ese vínculo tan fuerte, de dónde había nacido esa conexión tan profunda. Es otra de las cosas de mi vida que nunca podré explicar. También eso me hace pensar en que todas las conexiones que yo siento con todo lo que forma mi vida son demasiado intensas y fuertes: la conexión con mi tierra, con Artemisa... con las personas que quiero de verdad. No son conexiones sólo anímicas. Y también esa conexión con la música de mi tierra, todo lo que siento cuando toco olvidando el mundo, sólo sintiendo lo que la música me hace sentir, las sensaciones y las emociones que me llenan el alma cuando escucho cómo suena la pandereta en mis manos, cuando escucho cómo mi voz se mezcla con el sonido de la gaita y de los tambores. Qué cosa tan fuerte, qué bonito todo. Es simplemente el sonido de la vida.

Y mi vida es vida gracias a todo esto de lo que he estado hablando hoy, gracias a mi manera de ser, la que me hace apreciar todo con mucha más fuerza, gracias a todas estas conexiones que me hacen sentir simplemente viva.