viernes, 31 de julio de 2020

DIARIO DE ARTEMISA: DOMINGO, 26 DE JULIO DE 2020

Domingo, 26 de julio de 2020

Dentro de unas horas, tendré que regresar a Cataluña. No me apetece estar allí con todo lo que está pasando. En Galicia, el tema del virus no está tan presente y podemos olvidarnos de vez en cuando de todo lo que pasamos y de lo que aún nos queda por vivir; pero también echo de menos mi libertad y esa vida que empecé a construirme. Tengo muchos proyectos y no voy a permitir que nada me los destroce ni quite y mucho menos el miedo.

Este viaje a Galicia está haciéndome descubrir muchísimas cosas. He vivido momentos de todo tipo y regresaré a Cataluña con el corazón lleno de decepciones y de gratitud, emociones que contrastan mucho, pero que crean algo que me define como persona en estos momentos. Muchos son los motivos que me incitan a estar desilusionada, pero tengo muchos más que me ayudan a saber que todavía me quedan muchas cosas por las que luchar.

Hace dos semanas que llegamos a Galicia y me parece que vivimos aquí un tiempo que pasó muy rápido y que a la vez se congeló, como si no pudiese pasar y, simultáneamente, quisiese irse pronto para acercarnos al fin. Miro atrás, recuerdo todo lo que vivimos desde que llegamos aquí, y me parece imposible que haya sido real.  Los días en Ourense, el camino de Santiago, los días en Vigo, la noche en las Cíes y luego las excursiones por Ourense... me parece que todo eso lo viví en un sueño, en otra dimensión.

Descubrí que aún quedan recovecos de mí que ni la tristeza ni el cáncer han podido destruir, recovecos en los que me queda mucha alma. Todavía me emociono como siempre lo hice ante la belleza, me estremezco con los atardeceres, me siento única mirando el mar, sintiendo la brisa, oliendo la sal, oliendo el aroma de los árboles. En las Cíes me sentí única. Estuvimos dos días y una noche en el camping que hay, en tiendas de campaña. Fue muy mágico y, después de un durísimo y productivo camino de Santiago, me fue muy bien desconectar así de esa manera, sentirme única en esos momentos, reencontrarme conmigo misma.

Lo justo sería que contase las cosas desde el principio. Pasé muchos nervios los días previos a ir a Galicia y también el día en el que volamos a Santiago, muchísimos. Estaba nerviosa por muchísimos motivos: por ver a Uxía, por todo lo que íbamos a vivir y por ver a Agnes. Sinceramente, ni siquiera yo era consciente de lo nerviosa que me tenía saber que iba a ver a Agnes. Mi hermana sí me insinuó en más de una ocasión que intuía que estaba muy nerviosa porque iba a verla, pero yo no quería reconocérselo. Ver a Uxía también me tenía hecha un flan, pero porque también tenía miedo a lo que pudiese pasar, a decepcionarme con ella e incluso a que yo no fuese para ella lo que esperaba de mí.

Llegamos a Santiago y Uxía vino a buscarnos a mi hermana y a mí al aeropuerto. Gabriel no vino hasta el veinte de julio porque antes tenía que trabajar. Mi hermana y yo íbamos a alojarnos en la casa de Uxía, que tenía espacio de sobras.

Cuando vi a Uxía, sentí algo muy fuerte en el estómago. No pude ver su sonrisa porque llevaba la mascarilla, pero nos dimos un abrazo larguísimo. Creo que fue el abrazo más largo y cariñoso que nos hemos dado estos días. En el momento en el que me sentí entre sus brazos y yo la sentí entre los míos, creí firmemente que todo iría bien, que todo estaba yendo bien, que había algo muy bonito entre las dos... pero esa misma tarde supe que todo aquello sólo fueron ilusiones y ganas de que saliese todo bien, voluntad de que fuese todo bien...

pero en esos momentos estábamos las dos muy ilusionadas. Mi hermana también nos veía muy bien desde fuera, pero mi hermana también tiene un sexto sentido muy fuerte y me reconoció que en esos momentos pensó que aquello que había entre las dos no iba a durar. Todavía me faltaba ver a Agnes y para mi hermana ese hecho tenía una importancia inmensa.

Uxía nos llevó a Ourense. A la mínima ocasión, Uxía alargaba la mano y cogía la mía o me acariciaba mis cortos cabellos o las mejillas, me apretaba el brazo, me deslizaba la mano por la pierna sensualmente... Me sentía feliz junto a ella, creyendo que todo iría bien, que estaba creciendo algo muy bonito entre las dos.

Llegamos a Ourense y fuimos a su casa para dejar las mochilas y las maletas y también para ducharnos. Hacia las siete de la tarde, fuimos a casa de Agnes. Antes, Uxía y yo tuvimos un momento muy bonito, vivimos algo precioso. No me controlé cuando ella me abrazó y empezó a besarme. Buscó mis labios con desesperación, me desnudó rápidamente, me desvistió con urgencia y me acarició con profundidad y ardor hasta hacerme enloquecer. No puedo arrepentirme de lo que vivimos porque fue único. Me gustó mucho estar con ella y, después de tantos meses sin vivir momentos así, me sentí viva, descubrí cuánto me apetecía compartir mi cuerpo con otra mujer. Además, Uxía me gustaba mucho. La miraba y su sonrisa me encandilaba. De hecho, todavía me gusta... pero las cosas no se reducen a eso.

Nos arreglamos y fuimos a casa de Agnes. Fuimos andando porque quedaba a unos veinte minutos de la casa de Uxía. No puedo describir con exactitud lo que sentí al caminar de nuevo por las calles de Ourense. Los recuerdos se me acumulaban brutalmente en la memoria y me apretaban el alma, como si quisiesen hacérmela estallar. Incluso hubo momentos en los que me pareció que había regresado a los meses que viví aquí con Agnes y creí que, si giraba la cabeza, la vería a mi lado. Uxía me tenía tomada de la mano, con toda libertad, y... tengo que reconocer que creía que la mano que tenía entre las mías era la de Agnes; pero lo más fuerte no es eso. Lo más fuerte de todo es que, cuando me entregué a Uxía por primera vez, cerraba los ojos y los recuerdos se me confundían con la realidad y llegaba a olvidar que estaba con Uxía, no con Agnes. Agnes es la única mujer con la que he estado en mi vida. No he estado con nadie más. Tengo grabado en lo más profundo del alma el recuerdo de su cuerpo, de su piel, de sus besos, de sus suspiros, de toda ella. La tengo clavada en el alma. Pensaba que podría arrancármela intentando ser feliz con otra mujer, pero no ha sido así. No creo que pueda serlo algún día.

Uxía se dio cuenta de que me temblaba todo cuando estábamos esperando a que Lúa o Agnes nos abriesen la puerta. Fue Lúa quien apareció en el umbral. Llevaba la mascarilla, pero yo supe que sonreía porque se le notaba en los ojos. Sus ojos sonreían. Ver a Lúa me produjo algo que no sé explicar. No fue dolor ni celos. Fue como un orgullo de poder estar ante ella sin sentirme tan mal como me sentía cuando la conocí. Podía sonreírle con sinceridad. Eso es un logro para mí.

Por seguridad, nos saludamos con el codo. Yo sabía que los primeros días iban a ser muy fríos en ese sentido, aunque con Uxía ya lo había compartido todo. Entendía que tomasen medidas, que no se acercasen a nosotras hasta estar seguras todas de que no teníamos nada, de que nos tendríamos que relacionar llevando siempre la mascarilla... pero lo que no me imaginaba era que Agnes tuviese tanto miedo a acercarse a nosotras. Cuando llegamos, Agnes estaba en la ducha. Cuando entramos en su casa, noté que caían sobre mí los recuerdos de todo lo que habíamos vivido Agnes y yo. Me pareció que la casa olía diferente, pero seguía manteniendo el olor dulzón que siempre la caracterizó, ese olor como a melocotón y a ropa limpia que siempre tuvo. Estos días descubrí que ese olor lo lleva Lúa en la piel, en el pelo y en todo lo que le pertenece. Ese olor está profundamente grabado en todos los rincones de su casa.

Pasamos a la sala donde tienen el piano. No podía dejar de recordar todo lo que había vivido allí. Sé que mi mirada brillaba de nostalgia, pero nadie me preguntó nada. Sólo mi hermana me rozó el brazo disimuladamente en un momento dado para hacerme sentir que me apoyaba y me entendía.

Estuvimos hablando con Lúa durante un largo rato. Ella nos preguntó muy simpáticamente cómo nos había ido el viaje, hablamos también de cómo íbamos a hacer el camino, de los últimos detalles que nos quedaban para prepararlo todo y de lo que íbamos a hacer en cada sitio. Me gustó mucho ese momento, pero también estaba muy nerviosa. Me iba el corazón muy rápido y no podía controlar mis nervios. Saber que en breve iba a ver a Agnes me ponía tensísima y me costaba reconocer que temblaba porque iba a verla, porque en breve iba a tenerla delante de mí, a mi lado.

No tardó en aparecer. Me aparté de Uxía levemente para que no se diese cuenta de lo bestialmente que me temblaban las manos. Fue en ese momento cuando me percaté de que aún seguía enamorada de Agnes. Sí, sigo enamorada de Agnes de una manera insoportable. Lo supe en ese momento, lo supe con más certeza cuando noté que estaba detrás de mí, cuando olí lejanamente el aroma de su cuerpo, de sus cabellos, cuando oí su voz, su acento, su dulce manera de expresarse. Sentí el inmenso impulso de abrazarla, pero tuve que contenerme por varios motivos: teníamos que mantener la distancia de seguridad, debía disimular lo que sentía sobre todo delante de Uxía y de Lúa, pero también de Agnes. A ella tenía que convencerla de que sólo la quiero como amiga, pero es evidente que a Agnes tampoco la puedo engañar, ni a ella ni a nadie.

Cuando me di la vuelta, la miré directamente a los ojos y sentí una corriente de electricidad, de calor y de dolor atravesándome todo el cuerpo. Tuve que cerrar los ojos porque el poder de su dulce mirada se me clavó en el corazón, como si fuese una espada. Soy consciente de que Agnes ni intuyó que su manera de mirarme me haría tanto daño. No me miró mal, ni con desconfianza ni con tensión, sino con los ojos llenos de interrogantes. Lo que me afectó fue verla con la mascarilla FP2. Entiendo que se quieran proteger, pero no sabía que Agnes tenía tanto miedo, tanta inseguridad y tensión con respecto a ese tema. Quise acercarme a ella, pero se apartó antes de que pudiese tocarla. En ese momento, me sentí muy mal. No era culpa de Agnes que me sintiese así. Era cosa mía, sólo cosa mía, porque yo quería abrazarla, quería apretarla contra mí y decirle que todavía me muero por ella y lo que ella me dio como saludo fue desconfianza y miedo. Entiendo que sea por el tema del bicho, pero aún así me dolió. Quería abrazarla. Lo necesitaba, aunque fuese como amigas, sólo como amigas, pero necesitaba y necesito sentir el calor de su cuerpo, olerla, sentirla conmigo, más cerca de mí, y saber que no puedo abrazarla ni tenerla tan cerca me duele hondamente en el alma. Por eso agradezco irme ya de Galicia porque así no me duele tanto no poder estar con ella. Estar lejos de ella me permitirá construir mejor el sentimiento de amistad que tengo que dedicarle. Sé que ella es feliz con Lúa, que va a estar con ella siempre, siempre, siempre, y lo sé con más certeza desde ayer, desde ese momento en el que presencié cómo se unían para siempre, prometiéndose amor eterno delante de todos los que asistíamos a su boda. Fue una boda preciosa, pero muy dolorosa. Sentir que definitivamente la perdía me destrozó el corazón; pero yo sabía qué iba a vivir en esa boda, por lo que no me puedo quejar. Lo cierto es que lo estoy afrontando demasiado bien.

Sí hubo un momento en el que pude hablar con Agnes sin que hubiese nadie delante. Fue durante el camino de Santiago. Yo era la más delicada de todas, pero, aún así, me superé, saqué fuerzas de donde no las tenía y ahora me siento fuerte, más ágil que nunca y muy llena de energía. Agnes nos sorprendió a todos. Qué fuerza tiene, cuánta resistencia, qué poder, y qué paciencia, cuánto aguante tiene tanto físico como psicológico.

En ese momento en el que pudimos hablar, le pregunté si era feliz con Lúa. Me confesó que era más feliz que nunca, que lo único que la inquietaba era el tema del bicho, pero todo lo demás le iba demasiado bien, que tenía la vida soñada, que sabía que dentro de poco podría realizar uno de sus sueños, el de abrir una bodega en su aldea. Me dijo que Lúa le hacía muy feliz, que estaba profundamente enamorada de ella, que ella sabía que nunca la había olvidado, pero que no se imaginaba que pudiese sentir un amor tan fuerte. Sé que Agnes me confesaba todo eso siendo consciente de que para mí esas palabras estaban causándome un efecto dolorosísimo, pero también sabiendo que me convenía que fuese tan sincera conmigo y agradezco mucho que lo sea, que lo fuese. No sólo lo fue a través de sus palabras, sino también a través de su actitud, de cómo se comportaba con Lúa, de cómo nos demostraban a todas lo unidas que estaban. Qué envidia. Yo nunca podré ser tan feliz con otra mujer como Agnes lo es con Lúa, al menos durante varios años porque a Agnes no sé si podré olvidarla algún día. No lo creo. Saberlo me duele, pero lo acepto.

Uxía se dio cuenta enseguida de que no podía estar con ella porque todavía amaba a Agnes. Me lo confesó el lunes 13, el día en el que emprendimos el camino de Santiago. Me confesó que notaba que yo todavía amaba a Agnes, que se había dado cuenta de cómo la miraba, de lo que sentía cuando la tenía cerca... y yo no pude negarle nada porque tenía razón. Me dijo que por el momento se conformaba con ser mi amiga porque tampoco quería estar conmigo si no la quería, si sólo sentía atracción por ella. Me dijo que pensaba que no tenía sentido intentar nada si aún tenía todo mi corazón ocupado por Agnes y tiene toda la razón. Somos amigas. Por suerte, todavía no ha crecido algo fuerte entre nosotras, no llegamos tan lejos como para que esto doliese mucho.

El camino de Santiago me enseñó mucho, me unió mucho más a mi hermana y, aunque parezca mentira, también a Agnes; pero la unión con Agnes es algo dolorosa. Nos llevamos bien. Podemos hablar de cualquier tema. Nos gusta conversar sobre las cosas más profundas de la vida y valoramos exactamente los mismos detalles de nuestro entorno, sentimos con muchísima intensidad cada emoción y agradecemos toda bendición que la naturaleza nos envía. Sin embargo, al sentirme cerca de ella, me siento lejos de mí misma. La amo tanto todavía que me cuesta concebirme sin ella. Creo que la tengo, que aún estamos juntas, que tengo plena libertad para besarla o tomarla de la mano si lo necesito, y tengo que esforzarme lo indecible para reprimirme, para intentar que no se me note cuánto la quiero y la necesito. Eso cuesta mucho. Incluso sé que Agnes ha podido leer estos sentimientos en mis ojos. A ella no se le escapa nada. Es tan inteligente, intuitiva y sabia que es imposible engañarla. Oye la voz de la mente de los demás y percibe las emociones que a todos nos llenan el alma. Tiene un poder que ni siquiera ella misma sabe gestionar.

Empezamos el camino de Santiago un lunes. Pues el miércoles mi hermana me pilló por banda, me apartó de las demás y, mientras caminábamos, me dijo que sabía perfectamente cómo me sentía, que podía desahogarme si lo necesitaba y que mis emociones eran totalmente lícitas y lógicas. Me confesó que se había dado cuenta enseguida de que todavía siento algo muy fuerte por Agnes y que supo desde el primer momento que no llegaría lejos con Uxía. Ambas teníamos mucha ilusión en lo nuestro, pero en realidad era más fuerte esa ilusión que lo que sentíamos realmente. En verdad, a mí no me apetece tener ninguna relación porque soy incapaz de entregarme a otra persona mientras ame así a Agnes. Es que me gusta muchísimo y eso no puedo evitarlo. No puedo luchar contra lo que siento ni tampoco lo puedo controlar. Cuando, hace tantos años, me di cuenta de que estaba enamorándome de Agnes, algo en mí me dijo que ese amor me haría sufrir muchísimo. Por eso quería huir de ella, porque tenía la intuición de que lo que sentiría por ella sería mucho más fuerte que yo, que la vida, que todo, que me iba a dominar brutalmente, que iba a invadir todo mi destino ese amor tan potente. Quise huir de ella, pero su recuerdo se me ha adherido profundamente al alma.

El camino de Santiago nos pone al límite de nuestra energía, de nuestras fuerzas físicas como psicológicas; pero también ese límite al que nos hace llegar el inmenso esfuerzo que tenemos que hacer nos enseña a resistir, a ser más fuertes. Yo me siento mucho más fuerte ahora que hice el camino, tanto física como anímicamente. Me siento fuerte porque fui capaz de rechazar a una persona por amar a otra, fui capaz de estar junto a la mujer que más amo del mundo y a la que más amaré sin que se me quebrase continuamente el alma, gestionando mis emociones. No podía dejar de mirar a Agnes, escuchaba con plena atención todo lo que ella contaba, le seguía todas las conversaciones que ella iniciaba... pero eso me llenaba, no me hería en el corazón. Intenté que Lúa no se sintiese incómoda por culpa de mis sentimientos y sé que lo he conseguido. Hubo una mañana en la que, también mientras caminábamos, Lúa se acercó a mí y me dijo que era consciente de que todavía amaba a Agnes y que lamentaba que no hubiese salido bien mi relación con Uxía. Agradecí muchísimo esas palabras, la verdad. Lúa también es una mujer maravillosa. Es buena, comprensiva, alegre y muy positiva. Es tan positiva que parecía que nunca le doliese nada ni estuviese cansada, cuando ella era la que tenía más riesgo de todas nosotras porque sufre una enfermedad del corazón que la obliga a tener mucho cuidado con los esfuerzos que hace. Me explicó lo que le pasa y me estremecí al imaginarme todo por lo que ha pasado. Incluso la operaron para ponerle una válvula. No recuerdo el nombre de la válvula exacta que le falla, pero no importa. Con lo que me quedo es con que es fuerte y muy valiente. Había momentos en los que sí se quedaba más atrás, pero nos pedía que siguiésemos avanzando, que ella ya llegaría, y así pasaba.

Pasamos por tramos muy complicados y cada una de nosotras seguía su ritmo. Todas llegábamos al final al mismo sitio. Por eso podíamos compartir tramos con una, luego con otra... y fue todo tan bien que me parece increíble haber vivido algo tan bonito. La llegada a Santiago fue impresionante y muy dura, pero la emoción que se siente cuando entras en la plaza del Obradoiro después de tantos y tantos quilómetros de esfuerzo no se puede describir con palabras. Es una emoción que te domina y grita por dentro de ti, ensordeciéndote.

Hubo momentos muy bonitos después del camino. Como Agnes tenía que trabajar desde el martes hasta el viernes, fuimos a Ourense después de estar en las Cíes. Pues, en Ourense, asistí a un ensayo de Iauga. Hacía mucho tiempo que no las veía tocar. Sólo las he visto por vídeos y no tiene comparación a verlas en vivo, delante, oírlas cantar a todas, oírlas percutir en la pandereta, oír cómo tocan los instrumentos con tanta energía. Es increíble. A mí me gusta muchísimo cómo suenan. Tienen canciones preciosas de composición propia y versiones de otras, hechas con mucha maestría. La mayoría de las composiciones propias del grupo salen del alma de Agnes y se nota mucho. Agnes es toda una poeta. Incluso, cuando atravesábamos bosques densos llenos de vida, le salían del corazón unos versos hermosos que me encogían el alma, versos que exteriorizaban lo que ella sentía cuando se encontraba entre árboles, en su tierra, amando y respetando cada rincón de la provincia en la que nació. Cuántas veces la vi emocionarse. Cuánto nos emocionamos todas durante estos días.

Creo que por hoy es suficiente. La próxima vez que escriba, hablaré de la boda de Agnes y Lúa. Hoy no me siento capaz de hacerlo. Ya convertí demasiados sentimientos en palabras.