Dentro
de unas horas, tendré que regresar a Cataluña. No me apetece estar allí con
todo lo que está pasando. En Galicia, el tema del virus no está tan presente y
podemos olvidarnos de vez en cuando de todo lo que pasamos y de lo que aún nos
queda por vivir; pero también echo de menos mi libertad y esa vida que empecé a
construirme. Tengo muchos proyectos y no voy a permitir que nada me los
destroce ni quite y mucho menos el miedo.
Este
viaje a Galicia está haciéndome descubrir muchísimas cosas. He vivido momentos
de todo tipo y regresaré a Cataluña con el corazón lleno de decepciones y de
gratitud, emociones que contrastan mucho, pero que crean algo que me define
como persona en estos momentos. Muchos son los motivos que me incitan a estar
desilusionada, pero tengo muchos más que me ayudan a saber que todavía me
quedan muchas cosas por las que luchar.
Hace
dos semanas que llegamos a Galicia y me parece que vivimos aquí un tiempo que
pasó muy rápido y que a la vez se congeló, como si no pudiese pasar y,
simultáneamente, quisiese irse pronto para acercarnos al fin. Miro atrás,
recuerdo todo lo que vivimos desde que llegamos aquí, y me parece imposible que
haya sido real. Los días en Ourense, el
camino de Santiago, los días en Vigo, la noche en las Cíes y luego las
excursiones por Ourense... me parece que todo eso lo viví en un sueño, en otra
dimensión.
Descubrí
que aún quedan recovecos de mí que ni la tristeza ni el cáncer han podido
destruir, recovecos en los que me queda mucha alma. Todavía me emociono como
siempre lo hice ante la belleza, me estremezco con los atardeceres, me siento
única mirando el mar, sintiendo la brisa, oliendo la sal, oliendo el aroma de
los árboles. En las Cíes me sentí única. Estuvimos dos días y una noche en el
camping que hay, en tiendas de campaña. Fue muy mágico y, después de un
durísimo y productivo camino de Santiago, me fue muy bien desconectar así de
esa manera, sentirme única en esos momentos, reencontrarme conmigo misma.
Lo
justo sería que contase las cosas desde el principio. Pasé muchos nervios los
días previos a ir a Galicia y también el día en el que volamos a Santiago,
muchísimos. Estaba nerviosa por muchísimos motivos: por ver a Uxía, por todo lo
que íbamos a vivir y por ver a Agnes. Sinceramente, ni siquiera yo era
consciente de lo nerviosa que me tenía saber que iba a ver a Agnes. Mi hermana
sí me insinuó en más de una ocasión que intuía que estaba muy nerviosa porque
iba a verla, pero yo no quería reconocérselo. Ver a Uxía también me tenía hecha
un flan, pero porque también tenía miedo a lo que pudiese pasar, a
decepcionarme con ella e incluso a que yo no fuese para ella lo que esperaba de
mí.
Llegamos
a Santiago y Uxía vino a buscarnos a mi hermana y a mí al aeropuerto. Gabriel
no vino hasta el veinte de julio porque antes tenía que trabajar. Mi hermana y
yo íbamos a alojarnos en la casa de Uxía, que tenía espacio de sobras.
Cuando
vi a Uxía, sentí algo muy fuerte en el estómago. No pude ver su sonrisa porque
llevaba la mascarilla, pero nos dimos un abrazo larguísimo. Creo que fue el
abrazo más largo y cariñoso que nos hemos dado estos días. En el momento en el
que me sentí entre sus brazos y yo la sentí entre los míos, creí firmemente que
todo iría bien, que todo estaba yendo bien, que había algo muy bonito entre las
dos... pero esa misma tarde supe que todo aquello sólo fueron ilusiones y ganas
de que saliese todo bien, voluntad de que fuese todo bien...
pero
en esos momentos estábamos las dos muy ilusionadas. Mi hermana también nos veía
muy bien desde fuera, pero mi hermana también tiene un sexto sentido muy fuerte
y me reconoció que en esos momentos pensó que aquello que había entre las dos
no iba a durar. Todavía me faltaba ver a Agnes y para mi hermana ese hecho
tenía una importancia inmensa.
Uxía
nos llevó a Ourense. A la mínima ocasión, Uxía alargaba la mano y cogía la mía
o me acariciaba mis cortos cabellos o las mejillas, me apretaba el brazo, me
deslizaba la mano por la pierna sensualmente... Me sentía feliz junto a ella,
creyendo que todo iría bien, que estaba creciendo algo muy bonito entre las
dos.
Llegamos
a Ourense y fuimos a su casa para dejar las mochilas y las maletas y también
para ducharnos. Hacia las siete de la tarde, fuimos a casa de Agnes. Antes,
Uxía y yo tuvimos un momento muy bonito, vivimos algo precioso. No me controlé
cuando ella me abrazó y empezó a besarme. Buscó mis labios con desesperación,
me desnudó rápidamente, me desvistió con urgencia y me acarició con profundidad
y ardor hasta hacerme enloquecer. No puedo arrepentirme de lo que vivimos
porque fue único. Me gustó mucho estar con ella y, después de tantos meses sin
vivir momentos así, me sentí viva, descubrí cuánto me apetecía compartir mi
cuerpo con otra mujer. Además, Uxía me gustaba mucho. La miraba y su sonrisa me
encandilaba. De hecho, todavía me gusta... pero las cosas no se reducen a eso.
Nos
arreglamos y fuimos a casa de Agnes. Fuimos andando porque quedaba a unos
veinte minutos de la casa de Uxía. No puedo describir con exactitud lo que
sentí al caminar de nuevo por las calles de Ourense. Los recuerdos se me
acumulaban brutalmente en la memoria y me apretaban el alma, como si quisiesen
hacérmela estallar. Incluso hubo momentos en los que me pareció que había
regresado a los meses que viví aquí con Agnes y creí que, si giraba la cabeza,
la vería a mi lado. Uxía me tenía tomada de la mano, con toda libertad, y...
tengo que reconocer que creía que la mano que tenía entre las mías era la de
Agnes; pero lo más fuerte no es eso. Lo más fuerte de todo es que, cuando me
entregué a Uxía por primera vez, cerraba los ojos y los recuerdos se me
confundían con la realidad y llegaba a olvidar que estaba con Uxía, no con
Agnes. Agnes es la única mujer con la que he estado en mi vida. No he estado
con nadie más. Tengo grabado en lo más profundo del alma el recuerdo de su
cuerpo, de su piel, de sus besos, de sus suspiros, de toda ella. La tengo
clavada en el alma. Pensaba que podría arrancármela intentando ser feliz con otra
mujer, pero no ha sido así. No creo que pueda serlo algún día.
Uxía
se dio cuenta de que me temblaba todo cuando estábamos esperando a que Lúa o
Agnes nos abriesen la puerta. Fue Lúa quien apareció en el umbral. Llevaba la
mascarilla, pero yo supe que sonreía porque se le notaba en los ojos. Sus ojos
sonreían. Ver a Lúa me produjo algo que no sé explicar. No fue dolor ni celos.
Fue como un orgullo de poder estar ante ella sin sentirme tan mal como me
sentía cuando la conocí. Podía sonreírle con sinceridad. Eso es un logro para
mí.
Por
seguridad, nos saludamos con el codo. Yo sabía que los primeros días iban a ser
muy fríos en ese sentido, aunque con Uxía ya lo había compartido todo. Entendía
que tomasen medidas, que no se acercasen a nosotras hasta estar seguras todas
de que no teníamos nada, de que nos tendríamos que relacionar llevando siempre
la mascarilla... pero lo que no me imaginaba era que Agnes tuviese tanto miedo
a acercarse a nosotras. Cuando llegamos, Agnes estaba en la ducha. Cuando
entramos en su casa, noté que caían sobre mí los recuerdos de todo lo que
habíamos vivido Agnes y yo. Me pareció que la casa olía diferente, pero seguía
manteniendo el olor dulzón que siempre la caracterizó, ese olor como a
melocotón y a ropa limpia que siempre tuvo. Estos días descubrí que ese olor lo
lleva Lúa en la piel, en el pelo y en todo lo que le pertenece. Ese olor está
profundamente grabado en todos los rincones de su casa.
Pasamos
a la sala donde tienen el piano. No podía dejar de recordar todo lo que había
vivido allí. Sé que mi mirada brillaba de nostalgia, pero nadie me preguntó
nada. Sólo mi hermana me rozó el brazo disimuladamente en un momento dado para
hacerme sentir que me apoyaba y me entendía.
Estuvimos
hablando con Lúa durante un largo rato. Ella nos preguntó muy simpáticamente
cómo nos había ido el viaje, hablamos también de cómo íbamos a hacer el camino,
de los últimos detalles que nos quedaban para prepararlo todo y de lo que
íbamos a hacer en cada sitio. Me gustó mucho ese momento, pero también estaba
muy nerviosa. Me iba el corazón muy rápido y no podía controlar mis nervios.
Saber que en breve iba a ver a Agnes me ponía tensísima y me costaba reconocer
que temblaba porque iba a verla, porque en breve iba a tenerla delante de mí, a
mi lado.
No
tardó en aparecer. Me aparté de Uxía levemente para que no se diese cuenta de
lo bestialmente que me temblaban las manos. Fue en ese momento cuando me
percaté de que aún seguía enamorada de Agnes. Sí, sigo enamorada de Agnes de
una manera insoportable. Lo supe en ese momento, lo supe con más certeza cuando
noté que estaba detrás de mí, cuando olí lejanamente el aroma de su cuerpo, de
sus cabellos, cuando oí su voz, su acento, su dulce manera de expresarse. Sentí
el inmenso impulso de abrazarla, pero tuve que contenerme por varios motivos:
teníamos que mantener la distancia de seguridad, debía disimular lo que sentía
sobre todo delante de Uxía y de Lúa, pero también de Agnes. A ella tenía que
convencerla de que sólo la quiero como amiga, pero es evidente que a Agnes
tampoco la puedo engañar, ni a ella ni a nadie.
Cuando
me di la vuelta, la miré directamente a los ojos y sentí una corriente de
electricidad, de calor y de dolor atravesándome todo el cuerpo. Tuve que cerrar
los ojos porque el poder de su dulce mirada se me clavó en el corazón, como si
fuese una espada. Soy consciente de que Agnes ni intuyó que su manera de
mirarme me haría tanto daño. No me miró mal, ni con desconfianza ni con
tensión, sino con los ojos llenos de interrogantes. Lo que me afectó fue verla
con la mascarilla FP2. Entiendo que se quieran proteger, pero no sabía que
Agnes tenía tanto miedo, tanta inseguridad y tensión con respecto a ese tema.
Quise acercarme a ella, pero se apartó antes de que pudiese tocarla. En ese
momento, me sentí muy mal. No era culpa de Agnes que me sintiese así. Era cosa
mía, sólo cosa mía, porque yo quería abrazarla, quería apretarla contra mí y
decirle que todavía me muero por ella y lo que ella me dio como saludo fue
desconfianza y miedo. Entiendo que sea por el tema del bicho, pero aún así me
dolió. Quería abrazarla. Lo necesitaba, aunque fuese como amigas, sólo como
amigas, pero necesitaba y necesito sentir el calor de su cuerpo, olerla,
sentirla conmigo, más cerca de mí, y saber que no puedo abrazarla ni tenerla
tan cerca me duele hondamente en el alma. Por eso agradezco irme ya de Galicia
porque así no me duele tanto no poder estar con ella. Estar lejos de ella me
permitirá construir mejor el sentimiento de amistad que tengo que dedicarle. Sé
que ella es feliz con Lúa, que va a estar con ella siempre, siempre, siempre, y
lo sé con más certeza desde ayer, desde ese momento en el que presencié cómo se
unían para siempre, prometiéndose amor eterno delante de todos los que
asistíamos a su boda. Fue una boda preciosa, pero muy dolorosa. Sentir que
definitivamente la perdía me destrozó el corazón; pero yo sabía qué iba a vivir
en esa boda, por lo que no me puedo quejar. Lo cierto es que lo estoy
afrontando demasiado bien.
Sí
hubo un momento en el que pude hablar con Agnes sin que hubiese nadie delante.
Fue durante el camino de Santiago. Yo era la más delicada de todas, pero, aún
así, me superé, saqué fuerzas de donde no las tenía y ahora me siento fuerte,
más ágil que nunca y muy llena de energía. Agnes nos sorprendió a todos. Qué
fuerza tiene, cuánta resistencia, qué poder, y qué paciencia, cuánto aguante
tiene tanto físico como psicológico.
En ese
momento en el que pudimos hablar, le pregunté si era feliz con Lúa. Me confesó
que era más feliz que nunca, que lo único que la inquietaba era el tema del
bicho, pero todo lo demás le iba demasiado bien, que tenía la vida soñada, que
sabía que dentro de poco podría realizar uno de sus sueños, el de abrir una
bodega en su aldea. Me dijo que Lúa le hacía muy feliz, que estaba
profundamente enamorada de ella, que ella sabía que nunca la había olvidado,
pero que no se imaginaba que pudiese sentir un amor tan fuerte. Sé que Agnes me
confesaba todo eso siendo consciente de que para mí esas palabras estaban causándome
un efecto dolorosísimo, pero también sabiendo que me convenía que fuese tan
sincera conmigo y agradezco mucho que lo sea, que lo fuese. No sólo lo fue a
través de sus palabras, sino también a través de su actitud, de cómo se
comportaba con Lúa, de cómo nos demostraban a todas lo unidas que estaban. Qué
envidia. Yo nunca podré ser tan feliz con otra mujer como Agnes lo es con Lúa,
al menos durante varios años porque a Agnes no sé si podré olvidarla algún día.
No lo creo. Saberlo me duele, pero lo acepto.
Uxía
se dio cuenta enseguida de que no podía estar con ella porque todavía amaba a
Agnes. Me lo confesó el lunes 13, el día en el que emprendimos el camino de
Santiago. Me confesó que notaba que yo todavía amaba a Agnes, que se había dado
cuenta de cómo la miraba, de lo que sentía cuando la tenía cerca... y yo no
pude negarle nada porque tenía razón. Me dijo que por el momento se conformaba
con ser mi amiga porque tampoco quería estar conmigo si no la quería, si sólo
sentía atracción por ella. Me dijo que pensaba que no tenía sentido intentar
nada si aún tenía todo mi corazón ocupado por Agnes y tiene toda la razón.
Somos amigas. Por suerte, todavía no ha crecido algo fuerte entre nosotras, no
llegamos tan lejos como para que esto doliese mucho.
El
camino de Santiago me enseñó mucho, me unió mucho más a mi hermana y, aunque
parezca mentira, también a Agnes; pero la unión con Agnes es algo dolorosa. Nos
llevamos bien. Podemos hablar de cualquier tema. Nos gusta conversar sobre las
cosas más profundas de la vida y valoramos exactamente los mismos detalles de
nuestro entorno, sentimos con muchísima intensidad cada emoción y agradecemos
toda bendición que la naturaleza nos envía. Sin embargo, al sentirme cerca de
ella, me siento lejos de mí misma. La amo tanto todavía que me cuesta
concebirme sin ella. Creo que la tengo, que aún estamos juntas, que tengo plena
libertad para besarla o tomarla de la mano si lo necesito, y tengo que
esforzarme lo indecible para reprimirme, para intentar que no se me note cuánto
la quiero y la necesito. Eso cuesta mucho. Incluso sé que Agnes ha podido leer
estos sentimientos en mis ojos. A ella no se le escapa nada. Es tan
inteligente, intuitiva y sabia que es imposible engañarla. Oye la voz de la
mente de los demás y percibe las emociones que a todos nos llenan el alma.
Tiene un poder que ni siquiera ella misma sabe gestionar.
Empezamos
el camino de Santiago un lunes. Pues el miércoles mi hermana me pilló por
banda, me apartó de las demás y, mientras caminábamos, me dijo que sabía
perfectamente cómo me sentía, que podía desahogarme si lo necesitaba y que mis
emociones eran totalmente lícitas y lógicas. Me confesó que se había dado
cuenta enseguida de que todavía siento algo muy fuerte por Agnes y que supo
desde el primer momento que no llegaría lejos con Uxía. Ambas teníamos mucha ilusión
en lo nuestro, pero en realidad era más fuerte esa ilusión que lo que sentíamos
realmente. En verdad, a mí no me apetece tener ninguna relación porque soy
incapaz de entregarme a otra persona mientras ame así a Agnes. Es que me gusta
muchísimo y eso no puedo evitarlo. No puedo luchar contra lo que siento ni
tampoco lo puedo controlar. Cuando, hace tantos años, me di cuenta de que
estaba enamorándome de Agnes, algo en mí me dijo que ese amor me haría sufrir
muchísimo. Por eso quería huir de ella, porque tenía la intuición de que lo que
sentiría por ella sería mucho más fuerte que yo, que la vida, que todo, que me
iba a dominar brutalmente, que iba a invadir todo mi destino ese amor tan
potente. Quise huir de ella, pero su recuerdo se me ha adherido profundamente
al alma.
El
camino de Santiago nos pone al límite de nuestra energía, de nuestras fuerzas
físicas como psicológicas; pero también ese límite al que nos hace llegar el
inmenso esfuerzo que tenemos que hacer nos enseña a resistir, a ser más fuertes.
Yo me siento mucho más fuerte ahora que hice el camino, tanto física como
anímicamente. Me siento fuerte porque fui capaz de rechazar a una persona por
amar a otra, fui capaz de estar junto a la mujer que más amo del mundo y a la
que más amaré sin que se me quebrase continuamente el alma, gestionando mis
emociones. No podía dejar de mirar a Agnes, escuchaba con plena atención todo
lo que ella contaba, le seguía todas las conversaciones que ella iniciaba...
pero eso me llenaba, no me hería en el corazón. Intenté que Lúa no se sintiese
incómoda por culpa de mis sentimientos y sé que lo he conseguido. Hubo una
mañana en la que, también mientras caminábamos, Lúa se acercó a mí y me dijo
que era consciente de que todavía amaba a Agnes y que lamentaba que no hubiese
salido bien mi relación con Uxía. Agradecí muchísimo esas palabras, la verdad.
Lúa también es una mujer maravillosa. Es buena, comprensiva, alegre y muy
positiva. Es tan positiva que parecía que nunca le doliese nada ni estuviese cansada,
cuando ella era la que tenía más riesgo de todas nosotras porque sufre una
enfermedad del corazón que la obliga a tener mucho cuidado con los esfuerzos
que hace. Me explicó lo que le pasa y me estremecí al imaginarme todo por lo
que ha pasado. Incluso la operaron para ponerle una válvula. No recuerdo el
nombre de la válvula exacta que le falla, pero no importa. Con lo que me quedo
es con que es fuerte y muy valiente. Había momentos en los que sí se quedaba
más atrás, pero nos pedía que siguiésemos avanzando, que ella ya llegaría, y
así pasaba.
Pasamos
por tramos muy complicados y cada una de nosotras seguía su ritmo. Todas
llegábamos al final al mismo sitio. Por eso podíamos compartir tramos con una,
luego con otra... y fue todo tan bien que me parece increíble haber vivido algo
tan bonito. La llegada a Santiago fue impresionante y muy dura, pero la emoción
que se siente cuando entras en la plaza del Obradoiro después de tantos y
tantos quilómetros de esfuerzo no se puede describir con palabras. Es una
emoción que te domina y grita por dentro de ti, ensordeciéndote.
Hubo
momentos muy bonitos después del camino. Como Agnes tenía que trabajar desde el
martes hasta el viernes, fuimos a Ourense después de estar en las Cíes. Pues,
en Ourense, asistí a un ensayo de Iauga. Hacía mucho tiempo que no las veía
tocar. Sólo las he visto por vídeos y no tiene comparación a verlas en vivo,
delante, oírlas cantar a todas, oírlas percutir en la pandereta, oír cómo tocan
los instrumentos con tanta energía. Es increíble. A mí me gusta muchísimo cómo
suenan. Tienen canciones preciosas de composición propia y versiones de otras,
hechas con mucha maestría. La mayoría de las composiciones propias del grupo
salen del alma de Agnes y se nota mucho. Agnes es toda una poeta. Incluso,
cuando atravesábamos bosques densos llenos de vida, le salían del corazón unos
versos hermosos que me encogían el alma, versos que exteriorizaban lo que ella
sentía cuando se encontraba entre árboles, en su tierra, amando y respetando cada
rincón de la provincia en la que nació. Cuántas veces la vi emocionarse. Cuánto
nos emocionamos todas durante estos días.
Creo
que por hoy es suficiente. La próxima vez que escriba, hablaré de la boda de
Agnes y Lúa. Hoy no me siento capaz de hacerlo. Ya convertí demasiados
sentimientos en palabras.