domingo, 30 de junio de 2019

DIARIO DE ARTEMISA: VIERNES, 28 DE JUNIO DE 2019


Viernes, 28 de junio de 2019
Hace muchos días que no escribo y la verdad es que me apetecía mucho hacerlo porque quiero contar muchas cosas y desahogarme de otras tantas. Quiero hablar de muchos temas, exteriorizar muchos sentimientos y pensamientos y reflexionar sobre algunos asuntos a los que sólo me atrevo a enfrentarme empleando la escritura. Si me preguntasen cómo me van las cosas, sin pensar diría que me van excelentemente, que no podría ser más feliz. Vivo en una ciudad muy bonita y tranquila, en un piso grande, amplio y luminoso y, encima, sin tener que pagar prácticamente nada al mes cuando muchas personas están agobiadas con el alquiler o la hipoteca... Vivo con la persona que más amo en el mundo, la única persona a la que amé y podré amar. Tenemos las dos una conexión que transciende el tiempo. Nos llevamos insuperablemente bien, no tenemos problemas importantes ni de salud, aunque ella a veces sufra crisis muy fuertes que ponen en peligro su estabilidad anímica... pero todo nos va de verdad bien. Las dos tenemos un trabajo que nos gusta hacer, trabajamos juntas en una armonía que es la envidia de muchos... En general, mi vida es maravillosa. Está llena de luz, de amor, de belleza, de magia, de espiritualidad, de comprensión y calma... pero, si rebusco en mi interior, encuentro emociones que no se corresponden con las que me tendrían que llenar toda el alma yéndome las cosas tan bien, mejor que nunca. Hay varios temas que me entristecen y me preocupan; de los cuales me da mucha vergüenza hablar porque, cuando los convierto en palabras, me doy cuenta de que las emociones que me inspiran tienen nombres que no me gustan nada.
Todo deriva de una sensación que, sin saber yo por qué, me atormenta muchísimo y que no sé gestionar. Esa sensación me aprieta el alma cuando me doy cuenta de que Agnes tiene una vida absolutamente completa. Cada vez pasa más tiempo fuera de casa, llevando a cabo miles de cosas distintas que no puedo compartir con ella. Los momentos que pasamos juntas son maravillosos. Cuando estoy entre sus brazos, siento tanto amor que me pregunto cómo puedo sobrevivir sin encontrarme tan íntimamente unida a ella. Cuando estamos juntas, todo desaparece, se desvanecen esas emociones que me torturan y la vida brilla más que nunca. Me pregunto si es posible que yo sienta envidia de mi propia pareja, si es posible que tenga envidia de Agnes. Que la respuesta a esa pregunta sea afirmativa me aterroriza muchísimo. No tiene sentido que experimente envidia por Agnes.
Ayer le confesé a mi hermana todo lo que siento, aunque me costó mucho hacerlo y ella tuvo que ayudarme con preguntas y afirmaciones que yo acababa reconociendo casi sin pensar en las palabras que decía. Mi hermana me dijo que era comprensible que llegase a sentir envidia por Agnes. Cuando vivíamos en Barcelona, era yo la que tenía una vida más completa. Tenía muchísimas amigas con las que me llevaba estupendamente y con las cuales ahora ya no mantengo ninguna relación porque ninguna de ellas se ha dignado preguntarme cómo me van las cosas aquí en Ourense. Yo me esforcé por mantener viva nuestra amistad hablándoles casi todos los días, pero, poco a poco, me di cuenta de que no les importaba nada de lo que me ocurriese. Notaba un desinterés enorme en sus palabras y al final desistí, dejé de hablarles y ellas tampoco han hecho nada por recuperar el contacto, así que, tal como me dijo Agnes un día de esta semana, ellas no eran mis verdaderas amigas; pero, cuando vivíamos en Barcelona, salíamos mucho, hablábamos casi todos los días, contaba con ellas para todo. Eran amigas que antes habían sido compañeras de trabajo, eran las chicas del templo... tenía dos grupos de amigas con los que me gustaba mucho salir. Agnes no se sentía a gusto con ellas, pero yo no le daba importancia a eso porque estaba convencida de que Agnes era totalmente incapaz de relacionarse cómodamente con nadie; pero igualmente venía conmigo casi siempre, hasta que un día me confesó que no le apetecía salir y, a partir de entonces, prácticamente nunca venía a las quedadas (ni a los rituales). Siendo sincera, tengo que reconocer que yo me sentía mucho más cómoda cuando ella no venía porque, cuando me acompañaba, no dejaba de preocuparme por ella, por si estaba bien, por si se sentía a gusto o se sentía fuera de lugar. En cambio, cuando no venía, podía conversar y reír libremente, sin experimentar ni el menor ápice de desasosiego. Me sentía cómoda porque sabía que ella estaba muy bien en casa, haciendo lo que realmente le apeteciese.
Además de tener muchas amigas, en Barcelona tenía siempre algo que hacer. El trabajo en el instituto me ocupaba la mayor parte de las horas, pero, además, colaboraba mucho en el templo de la Diosa. Sentía que mi vida estaba llena de bendiciones, aunque, a decir verdad, tampoco podía sentirme completamente feliz porque Agnes nunca acababa de estar del todo bien. Aunque pasase buenas épocas en las que desprendía felicidad y calma, yo sabía que, en cualquier momento, su ánimo se desvanecería, trocándose en tristeza, y que aquella alegría era mucho más frágil que los pétalos de una amapola; pero yo me aferraba a esa vida como si me sintiese al borde de un abismo y ésta fuese la única cornisa que podía mantenerme a salvo. Me gustaba, pese a estar llena de dificultades.
Y, siguiendo con la teoría de mi hermana, ella me dijo que, ahora, quien tiene una vida totalmente llena de cosas buenas es Agnes. Ella es quien tiene amigas de verdad. Yo soy amiga de ellas porque está Agnes, no porque de veras me quieran tener como amiga. Realmente, la única persona con la que cuento de verdad aquí, aparte de Agnes, es mi hermana, pero, claro, mi hermana vive a más de mil kilómetros de Ourense y, muchas veces, no me basta con hablar con ella por teléfono. Silvia y el resto de amigas conocen más a Agnes que a mí, por lo que tampoco puedo confiar mucho en ellas.
Además, Agnes está muy volcada en temas por los que jamás pensé que se preocuparía. Nunca imaginé que Agnes pudiese interesarse por la política, pero resulta que sí, que siempre tuvo llena el alma de ideales, de sueños, de aspiraciones. Se relaciona con muchísimas personas que piensan y creen como ella. Siempre tiene algo que hacer relacionado con el partido al que está afiliada, que, además, es nacionalista.
Aparte de todo eso, emplea muchas de sus horas en ensayar con los grupos de música en los que participa. Esta noche, por ejemplo, ha ido a una foliada que celebran aquí en Ourense por las fiestas del Corpus, que llevan toda la semana haciendo cosas. No he querido ir con ella porque prefería quedarme con Laila y también porque estoy agotada. Yo no entiendo cómo es posible que le quede energía para cantar, bailar, tocar y festejar después de madrugar tanto y de trabajar tan duro. No sé de dónde saca tanta energía. Puede que de lo feliz que se siente. No obstante, pese a ser tan feliz como es, no se libra del todo de la “enfermedad” que supuestamente la ataca. Entrecomillo esa palabra porque no me gusta decir que está enferma. Yo simplemente creo que tiene una sensibilidad mucho más profunda que nadie y que las cosas que vive se le acumulan en el alma. Pueden afectarle el triple que a la mayoría de las personas. Cuando lleva ya mucho acumulado en el alma, es cuando sufre esas crisis, que no son más que la explosión de toda la tristeza o nervios que lleva sintiendo desde hace semanas. Todo lo que tiene en el alma le sale en forma de ansiedad; una ansiedad muy fuerte que puede turbar por completo su razón. No es una enfermedad, simplemente una extrema sensibilidad difícil de gestionar; pero yo no creo que esté enferma, por mucho que se empeñen en pensarlo los médicos o las personas que llegaron a conocerla bien. Su madre tampoco cree que Agnes esté enferma. Es su manera de ser y ya está. Cada persona tiene su carácter y hay que aceptarlo, hay que entenderlo.
Y no sé cómo acabé hablando de esto. Quería contar sobre todo que muchas veces siento que yo soy un complemento de la vida de Agnes, algo más que tiene y que no le dolería perder porque tiene muchísimos motivos más por los que sentirse feliz además de que esté con ella. No deja de pensar en Lúa, además, y, ahora que encontramos diarios de ella de cuando era niña y adolescente, se pasa los días leyendo lo que ella escribió e incluso digitalizando sus palabras para que no se pierdan, para mantenerla viva, aunque sea a través de esas líneas silenciosas. Pienso que tampoco le importaría que yo desapareciese; pero, después, cuando me abraza, me besa, me habla, me acaricia y me hace tan feliz con sus gestos de amor, me doy cuenta de que ella tampoco puede vivir sin mí, de que me ama de verdad. Yo no puedo vivir sin ella. Ayer, mientras compartíamos un momento muy íntimo, me embargó una desesperación repentina que nació de un pensamiento inoportuno que nació al sentirme tan feliz entre sus brazos, bajo sus manos, junto a ella, junto a su cuerpo, sintiendo sus besos y sus caricias. Pensé: “yo no puedo vivir sin ella”. Incluso empecé a temblar levemente porque, inesperadamente, sentí en todo mi ser la profundísima desesperación que me dominó durante todos esos días en los que estuvimos separadas, mientras ella estuvo con Lúa siendo tan feliz.
Cuando me habla de Lúa, la sensación de que soy prescindible para ella se intensifica imparablemente. No puedo evitar pensar que con ella compartiría prácticamente todo lo que llena su vida. Conmigo comparte muchísimas cosas, entre ellas ese sentimiento tan bonito que nos une; pero la mayor parte de lo que la divierte y le hace feliz lo vive sola, sin mí, pero no porque ella no quiera compartirlo conmigo (ya que me insiste en que vaya con ella a las foliadas o a los ensayos), sino porque soy yo la que se aparta de ella, la que le dice que no quiero ir, la que prefiere quedarse en casa en vez de disfrutar con ella de esos momentos en los que se siente tan libre, tan ella misma. No puedo estar con la verdadera Agnes en esos momentos porque ese sentimiento de envidia me lo impide. No puedo dominarlo. Yo sé que en esos momentos tendría a mi lado a la verdadera Agnes; la persona de la que estoy tan locamente enamorada, y saberlo me echa para atrás, me disuade de querer acompañarla, porque, incomprensiblemente, me cuesta aceptar que ella pueda ser tan ella misma gracias a algo en cuya existencia yo no colaboro, es decir, que no sea yo quien la ayude a liberar todo lo que es me atormenta, no sé por qué. Son celos. Tengo celos de la música y de Lúa, de esa Lúa que ya no está porque, aunque Lúa esté muerta, sigue captando la atención de Agnes, Agnes sigue pensando en ella, recordándola, componiéndole canciones, tocando para ella, sintiendo que la extraña profundamente en esos momentos musicales que tan feliz le hacen, sin embargo. La tiene presente siempre, absolutamente siempre. No sé cuántas veces ha leído ya los escritos de Lúa. Va a aprendérselos de memoria al final.
No debería sentirme celosa porque, cuando está conmigo y también cuando no, siento que me ama, que no me dejaría por nada del mundo, que me quiere con toda su alma... Me lo demuestra constantemente, incluso en esos momentos en los que me pide que vaya con ella a alguna pandeirada. Cuando le digo que no me apetece ir, los ojos se le llenan de decepción y, alguna vez, he creído ver lágrimas en su mirada; pero ni siquiera darme cuenta de que le duelen mis negativas me convence de que vaya con ella ignorando esos terribles pensamientos que me hacen sentir tanta envidia y celos. Soy idiota, de verdad. No hay otra explicación a mi comportamiento. Mi hermana me lo dice, no con esas palabras, por supuesto, pero sí me dice que mi actitud es muy infantil y enfermiza, que estoy haciéndome daño a mí misma, pero no puedo cambiar mi comportamiento, no puedo controlar mis sentimientos. Y, cuando Agnes se va, yo me dedico a ver alguna película o a leer, pero, cuando pasan unos minutos, me invaden unos remordimientos tan fuertes que me hacen llorar profundamente. Me pongo a llorar como una tonta porque me siento culpable y porque me arrepiento de no haber ido con ella, porque no puedo soportar imaginármela pasándoselo tan bien sin mí, riendo sin mí, bebiendo sin mí, porque, aunque no vuelva ebria a casa (nunca lo ha hecho), siempre viene contenta, con una risa muy adorable y fácil, con ganas de hablar y de explicarme lo bien que se lo ha pasado, lo a gusto que ha estado, lo bien que los ha recibido el público o las personas que participaban en esa foliada... pero también me confiesa que me ha echado mucho de menos, que no era lo mismo sin mí... y por eso también lloro, porque sé que, a pesar de sentirse inmensamente feliz, ella me extraña, me busca junto a ella y no encontrarme le duele. La solución a esa situación tan tensa es muy sencilla. Tendría que ir con Agnes, y punto; pero no puedo hacerlo porque esos sentimientos punzantes me dominan y hablan por mí. Me obligan a decirle que no me apetece ir, que me siento fuera de lugar cuando voy... cuando nada de eso es cierto porque ellos me tienen muy en cuenta, me hacen colaborar con mi guitarra, no me dejan de lado. Ella no se enfada conmigo, pero sé que le entristece que no la acompañe.
Llevamos varias semanas sin ir a la aldeíña porque, todos los fines de semana, Agnes tiene algo que hacer, siempre hay algo: ya sea una foliada o pandeirada, una cena con los del partido (a eso sí que no voy nunca) o cualquier otra actividad que se haga en Ourense y a la que Agnes no quiere faltar por nada del mundo porque es que resulta que ahora se ha vuelto imprescindible para todos, en todas partes es necesaria, en todas partes la necesitan para algo. Es increíble lo que ha cambiado su situación. Antes, en Barcelona, ella se creía nadie, no se sentía importante. Ahora, en cambio, nota que es necesaria e importante en muchísimos asuntos. Eso le alimenta el alma, y, aunque parezca extraño e incomprensible, ha aumentado su autoestima una barbaridad. Ahora se arregla mucho, incluso para trabajar. Se maquilla, se compra ropa muy bonita que resalta la preciosa forma de su cuerpo, viste muy elegante siempre, se cuida mucho el pelo... Está irreconocible, con un brillo muy bonito en los ojos, que parecen más grandes y negros que nunca por la forma como se los pinta... Sonríe con mucha vida, habla libre y agradablemente con los demás, con cualquier persona que se dirija a ella. Ni rastro queda de la timidez que le impedía relacionarse con los demás. Yo me siento eclipsada a su lado, es decir, me siento poca cosa. Se han invertido los papeles. Antes era al revés. No digo con esto que antes me creciese por saber que Agnes se sentía tan inferior a mi lado. Sería muy cruel que me enorgulleciese de ello... pero tampoco me gusta esta situación y tampoco sé cómo remediarla.
Mi hermana está bien. Eso me hace estar tranquila. Últimamente me habla mucho de dejarlo todo y venir a Galicia a vivir con Gabriel, que no ha dejado de quererlo, lo sé, y además sé también que, aunque ella quisiese mantenerlo lejos de su vida cuando estuvo enferma, él siempre estuvo pendiente de ella, siempre se mostró cariñoso e interesado por su salud. Me encantaría que mi hermana viniese aquí a Galicia. Podríamos abrir una herboristería las dos. La idea le parece estupenda. No sé si la he convencido ya de que venga a vivir aquí; pero, si no lo he hecho, poco me falta. Ella siente que yo también la necesito y yo sé que ella nos necesita a todos, tanto a Agnes como a mí y sobre todo a Gabriel. Creo que ése sí es el hombre de su vida.
Son las once de la noche y Agnes lleva más de una hora sin decirme nada por whatsapp. No me extraña. Debe de estar totalmente sumergida en la fiesta. Una voz me dice: “déjala que disfrute. Lleva muchos años sintiéndose infeliz, sufriendo por estar lejos de su tierra y de su verdadera identidad. Ahora es cuando puede ser ella misma. No sientas celos por nada porque ella te quiere”, pero me cuesta mucho conseguir que ésa sea la única voz que susurre en mi interior.
Yo no entiendo por qué, si la amo tanto, tengo que experimentar estos sentimientos tan dolorosos que me hacen actuar como jamás actuaría si sólo me dominase el corazón y la verdadera razón que debería hablarme, pero algo me ocurre últimamente. Después de conversar largo tiempo con mi hermana sobre lo que puede estar sucediéndome, hemos llegado a la conclusión de que el origen de estos sentimientos tan punzantes está en todo lo que Agnes ha vivido con Lúa y en lo que sintió por ella y aún siente, por mucho que me asegure que a mí me ama con toda su alma y que, igualmente, estaría conmigo si ella estuviese viva. El origen de mis celos y mi envidia está en saber que Agnes sí amó a otra mujer y no sólo eso, sino que, además, fue su primer amor, fue la primera que la besó, aunque fuesen besos inocentes y efímeros que posiblemente no tengan importancia, pero no puedo dominar lo que siento cuando recuerdo que ellas compartieron muchísimos más momentos de los que Agnes me habló. Agnes me esconde muchas cosas que me va desvelando poco a poco, pero no sé si alguna vez conseguiré conocer todo lo que vivió cuando era pequeña y adolescente. Yo creía que la conocía bien. Sí la conozco, pero su vida siempre será una incógnita para mí, su historia y su pasado, todo eso será algo inalcanzable para mí. No sé si alguna vez conoceré todos sus recuerdos porque ella no los comparte conmigo, como si temiese que yo pudiese destrozarlos si los compartiese conmigo.
No quiero echar las culpas de mis celos a Lúa porque no es agradable pensar así en alguien que no está entre nosotros, que está en otra dimensión muy lejana a la nuestra, pero no puedo evitarlo. El otro día, le dije a Agnes que no creía que pudiese llevarme bien con Lúa alguna vez. Pongamos el caso de que ella estuviese viva. Estoy segura de que, aunque estuviese conmigo, no dejaría de compartir con Lúa un sinfín de momentos que conmigo jamás podría vivir. Se pasarían el día juntas tocando y cantando, no dejarían de salir casi todas las noches porque siempre tendrían algo que hacer, algo relacionado con la música o con el partido al que ella también estaba afiliada. Si es que parecen la misma persona en muchos aspectos. Me fastidia mucho que sean tan parecidas. Yo no podría ser amiga de Lúa porque continuamente estaría sintiendo celos de ella, por mucho que Agnes me demostrase que me ama a mí.
Mi hermana me entiende porque ella también experimenta muchas veces estas emociones. Incluso me confesó ayer que, alguna vez, había sentido envidia de mí por ser tan feliz con Agnes. A veces tengo la sensación de que a mi hermana la satisface que le cuente los problemillas que tengo con Agnes. Me escucha con mucha atención y noto que le gusta saber que a veces no todo nos va tan bien. A lo mejor me equivoco.
No obstante, se comporte como se comporte, es mi hermana y necesito hablar con ella. Es la que mejor me puede entender en estos momentos. Todas las personas que se encuentran en mi vida ahora pertenecen más al mundo de Agnes que al mío, es decir, son más amigas y familiares suyos que míos y eso no puedo cambiarlo.
Y creo que voy a dejar de escribir ya porque tengo mucho sueño y, aunque Agnes no haya venido todavía, me iré a dormir. Igualmente, siempre me despierto cuando llega. Hace ya algo de calor en Ourense. Hoy llegamos a los treinta grados y en la aldeíña hace más calor todavía, pero mi hermana sí que lo está pasando realmente mal porque en Cataluña hace un calor espantoso, de infierno total, más de cuarenta grados, y encima hay un incendio horrible que está quemando muchas hectáreas. Qué pena. Lo peor es que el calor se quedará unos días y, encima, habrá viento, por lo que será prácticamente imposible controlar ese incendio. A mí me duele mucho que se quemen los bosques de allí... porque le tengo cariño a ese lugar.
Y eso es todo por hoy.

jueves, 27 de junio de 2019

DIARIO DE AGNES: MÉRCORES, 26 DE XUÑO DE 2019


Mércores, 26 de xuño de 2019

Onte, Artemisa preguntoume: “por que cando chega o verán che dá por lembrar o teu pasado con máis sinceridade e profundidade?” Tamén me dixo: “ti non queres superar a morte de Lúa. Pensas que, se a superas, xa a      esquecerás e non lembrarás máis dela”.

Non lle deixo de dar voltas a iso que me dixo. Mantivemos unha conversación moi profunda namentres camiñabamos pola beira do río. Aínda non vai tanta calor e choveu algo, polo que o ar está máis limpo i lixeiro, pero dentro de pouco xa vai vir esa calor que tanto nos abafa e que converte Ourense nun forno.

A conversación que mantivemos comezou cando me preguntou que andaba a escribir ultimamente con tanta desesperación e durante tantas horas e que estaba a facer, se estaba a escribir un libro ou algo así. Eu boteime a rir cando escoitei as súas verbas e díxenlle que para nada estaba a escribir un libro, que só estaba escribindo no meu diario e tamén dixitalizando os escritos de Lúa que atopamos. Ela quedou en silencio un anaco e despois botoume esa pregunta, a de por que no verán daba en lembrar máis cousas, se é que a calor me turraba da lingua ou algo así, porque, segundo dixo ela (e con razón porque é verdade), o ano pasado tamén estaba horas escribindo verbo o meu pasado. A resposta que lle dei a esa pregunta foi: “porque o verán me lembra moito á miña infancia”. Non é mentira, para nada, é o máis sincero que lle puiden dicir. O verán faime pensar en todas esas tardes que vivín na aldeíña xunta Lúa, cando, despois de rematar con todas as cousas que eu tiña que facer cos animais e nas nosas leiras, saía dar unha voltiña polo bosque e, casualmente, atopábaa tamén camiñando sen rumbo. Parecíame que me procuraba, pero tardei en anos en preguntarlle se iso podía ser. Xaora que o era. Ela buscábame, queríame falar, atoparme para estar comigo aproveitando o tempo. Moitas veces, renunciaba a ir ás excursións que planificaban os outros rapaces que viñan á aldeíña no verán por estar comigo, díxomo moitas veces.

Mais voume do tema, coma sempre. Contaba que onte mantiven unha conversación moi importante con Artemisa na que me dixo cousas que me removeron a miña ialma toda. Unha delas foi que eu non quería superar a morte de Lúa. Non é de todo mentira. Si quero superar esta tristura que me aperta o peito, esta inmensa nostalxia que me fai chorar por ela; pero non quero deixar de pensar nela, de lembrala, de recordar todas as cousas que vivimos, que son moitísimas máis das que todos os que me coñecen saben. Mesmo miña nai sabe que hai moitos momentos que vivín con Lúa que só ela e máis eu coñecemos. É evidente que, se non lle falei a ninguén de todo o que vivimos, é porque hai cousas que, daquela, ninguén podería entender; pero, moitísimos anos máis tarde, a miña nai demostroume que ela soubo sempre o que ocorría e que saber precisamente o que pasaba entre Lúa e máis eu era unha das razóns polas cales me quería enviar lonxe da aldea, porque cría que... erroneamente, eu estaba moito máis doente do que ninguén podía imaxinar. Ela cría que eu me tiña que curar, pero tamén cría que merecía vivir libre nun lugar no que non tivese que dar explicacións sobre a miña vida. Non sei que tiña na cachola a miña nai cando decidiu enviarme lonxe de Galiza, pero non paga a pena preguntarmo porque sei que ela se arrepentiu axiña do que fixo. Se non o tivese feito, non tería ido a Barcelona para me procurar entolecida pola cidade toda sen ter ningunha noción de onde me encerraron. Arrepíame imaxinarme á miña nai, tan perdida, por Barcelona, sentíndose tan desorientada e sen recibir a axuda de ninguén, pero non porque a xente non a quixese axudar, para nada, senón porque ninguén me coñecía nin tiña nin idea de onde eu podía estar.

Outra vez desvieime do tema! Non teño remedio. Quería contar que ao final acabei algo molesta con Artemisa porque, así como ela me dixo o que pensaba desa maneira tan sincera, eu tamén lle confesei que non me sentou ben que o sábado non quixese vir comigo. Si o pasamos moi ben na excursión que fixemos pola montaña e coido que o remate perfecto dese día tan bonito era o concerto que iamos tocar naquela foliada. Ademais, é que non sei se Artemisa se toma en serio o que fago. As asociacións ou centros nos que imos tocar págannos cartos pola nosa música. Nin é tempo perdido nin nada diso, sobre todo porque son inmensamente feliz cando fago música, cando noto que non hai fronteiras nas miñas mans, que podo tocar sen pensar case no ritmo que teño que seguir, coma se de verdade o repenicar non nacese das miñas mans, senón do máis fondo da miña ialma, coma se o tivese no meu sangue e pode que o teña no sangue, transmitido todo de xeración en xeración. E ouvir como a miña voz se mestura con todas as que me acompañan e co son da pandeireta faime sentir algo que non se pode explicar con verbas. É coma se desaparecese todo, coma se o mundo se reducise a ese intre, a esa música, e son feliz, feliz de verdade, sen restricións, feliz totalmente. E eu quero compartir todo iso con Artemisa porque a quero, porque quero que sexamos felices xuntas, e notar o seu desinterese faime un dano que non podo aturar, que mesmo me fai chorar. Ao principio, Artemisa viña comigo a todas as festas, a todas as foliadas nas que tocabamos, pero, dende un tempo a esta parte, está comezando a me deixar soa nisto, cando precisamente lle confesei hai pouco que era nas foliadas e nas pandeiradas cando máis en falla botaba a Lúa, e iso díxenllo unha noite de sábado na que me confesou que non lle apetecía para nada vir comigo. Doeume, porque eu pensaba que a ela lle gustaba verme tocar e cantar. Sei que si lle gusta, pero dime tamén que se sente fóra de lugar. Iso non o entendo tampouco porque ela moitas veces colabora connosco coa súa guitarra, que cada vez toca mellor, e mesmo xa sabe de memoria moitísimas das cancións da nosa terra. Non sei que lle pasa. É o único que me doe, que nisto non esteamos xuntas, porque eu pensaba que si podiamos compartir a música. E dóeme.

Pero non a quero criticar porque somos moi felices, porque ela fai por min cousas que non sei se todo o mundo faría. Está vivindo eiquí comigo, deixouno todo por min, por recuperarme, e agora ela sente dúbidas porque eu me estou a lembrar moito de Lúa, porque onte lle confesei que estaba indo a tratamento porque precisaba que me axudasen a superar a morte de Lúa e non porque me sinta fráxil, que si, que si sinto a miña doenza aí perseguíndome, e teño a sensación de que non podo fuxir dela, de que me asexa dende os recunchos, dende as sombras, agardando a que eu teña un mal momento para me coller da ialma e encherma de ansiedade e desesperación; pero eu non penso permitir que me afunda outra vez. É moi abraiante notar que hai unha sombra que te quere cubrir para tirar de ti a luz que inza os teus días. Eu son moi feliz eiquí en Ourense e non quero que nada nin ninguén me estrague esta felicidade que estiven agardando durante tanto tempo. Non me dá a gana. Unha cousiña é estar tristeiriña por Lúa, pero é que mesmo esa tristura me gusta, faime sentir ben, cando non se converte en xenreira, xaora, porque, cando só é rabia, sinto ganas de berrar, de coller algo nas miñas mans para viralo en po... Sinto unha desesperación que me aperta o peito cunha forza que me afoga. No canto, a tristura que sinto pola marcha eterna de Lúa é fermosa, mesmo me pode empurrar a recordar cousiñas que, só sentindo felicidade, nunca lembraría.

Non chegamos a discutir, pero si que chegamos á casa sentindo unha cousiña no ar, unha opresión... como un peso que nos impedía estar acougadas; pero, á noitiña, antes de ir durmir, Artemisa preguntoume se de verdade estaba segura de que estaría con ela se Lúa estivese viva. Eu díxenlle que seguramente acabaría voltando con ela inevitabelmente porque, cando ela veu a Ourense, eu xa comezara a ter dúbidas. Xaora que nunca poderemos coñecer o que vai ocorrer na nosa vida, por moitas cavilacións que fagamos, por moito que pensemos no que puido ser e non foi, no que podería ser se tivese sucedido outra cousa totalmente distinta... Coido que non paga a pena preguntarnos que tería ocorrido se unha cousa en concreto nunca tivese pasado. Non ten senso. Podemos imaxinar, pero tampouco ten importancia que nos desacouguemos por algo que nunca poderemos saber e así llo dixen a Artemisa onte. Non quero que ela se sinta mal. Que eu estea a lembrar momentos do meu pasado non quere dicir que non a queira igual, que a vaia deixar de querer. Non ten nada que ver, absolutamente nada que ver o meu pasado co meu presente. O meu pasado forma parte da miña vida, pero ela agora é a miña vida toda; mais ser feliz con ela non me impide procurar nos meus recordos eses momentos tan bonitos que me fixeron sentir tan ditosa.

E, vindo a conto de todo isto, copiarei outro día do diario de Lúa, esta vez máis cortiño, pero non menos intenso e importante:

 

Luns, 13 de xullo de 1987:

Díxenlle á miña avoa que xa empezara a escribir no meu diario e púxose moi contenta. Preguntoume se no meu diario me presentara e eu díxenlle rindo que non, que non tiña senso que me presentase se só o ía ler eu. Entón, díxome unha cousa que me fixo pensar moito e que non me saco da cachola: “vale, vas lelo ti só, evidentemente, pero, cando pasen uns cantos anos, quererás saber como eras daquela, non si? Porque todos mudamos, Luíña, e seguramente ti non serás a mesma cando medres un pouco máis. Eu recoméndoche que fales de ti, de como es arestora. Non che fará dano.”

Vale, pois, seguindo os consellos da miña avoa, falarei hoxe de min, máis que nada porque o preciso. Pois son unha rapaza curiosa. Sempre fun unhas das poucas rapazas de cabelo roxo, roxo case que laranxa, da escola. Non digo que se metesen comigo por iso nin que me insultasen por ter pinchiñas na pel, ao contrario, sempre me preguntaron por que era así. Gústame levar o cabelo longo para poderme facer trinzas. Gústanme moito as trinzas e, cando as desfago, queda o meu cabelo todo cheo de ondas que me lembran ao mar, porque eu amo o mar, moito, gústame a montaña e amo os bosques, pero na beiriña do mar síntome diferente. É coma se puidese esquecer do mundo enteiro cando ouzo o canto das ondas, cando me mergullo no fermoso son da auga topando contra as rochas, arrastrando a area. Gústanme as mareas, o xogo que a auga ten coas furnas que atopamos en moitas das praias da miña terra... pero seguirei falando de min, mais fareino a través das verbas que onte me dixo Agnes. Estivemos falando moito anaco namentres camiñabamos polo bosque. Ía unha tarde moi bonita. Tal como pensaba eu, díxome que eu era a única persoa que vira coa miña cor de cabelo. É certo que a miña avoa ten a mesma cor de ollos ca min e, cando era nova, tiña o meu cabelo, igualiño, pero nin pegada queda xa na súa aparencia do que foi. Agora xa está moi maior. Curiosamente, miña nai non quitou os cabelos nin os ollos da miña avoa, senón o cabelo louro do meu avó, que parece un home inglés, coa pel tan clariña, que eu tamén herdei, xaora. E son alta e forte, iso din, que teño moita forza nos brazos e nas pernas, pero porque me gusta correr e nadar, porque me gusta moito facer deporte. Non me gusta estar queda. Sempre teño que estar a facer algo e na rúa, xaora. Cústame moito aturar estar encerrada. Morrería se me tivese que pasar toda unha tarde na casa pechada no meu cuarto. Por iso cústame tanto poñerme a estudar...

Pero Agnes díxome:

                 A verdade é que ti es moi bonita. Tes moita luz e gústame como miras e falas. Tes unha cor de ollos moi fermosa e uns cabelos moi curiosos. Parecereite parva dicíndoche isto.

Falaba con moita vergonza, algo que me conmovía moito, e díxenlle que ela nunca me podería parecer parva, xamais, ao contrario. Díxenlle que ela me parecía moi interesante. Ela botouse a rir, incrédula, pensando que ría dela. Díxenlle que estaba sendo sincera, que nunca lle mentiría, e ela preguntoume por que me parecía curiosa e interesante, se era unha rapaza de aldea totalmente normal, pero ben sabía ela que non estaba dicindo o que pensaba. Ela nunca pensará que é unha rapaza normal, mais nunca recoñecerá que non o é, que é tan especial.

Chegamos á beiriña do río cando xa non había raiolas do sol no ceo, entre lusco e fusco, cando o ceo estaba recibindo xa as primeiras estrelas da noitiña. Ía un fresquiño moi delicioso e eu quería quedar alí para sempre. Non quería voltar á casa. Sentei na herba e ela fíxoo ao meu lado.

Eu a Agnes fíxenlle preguntas un pouco comprometidas que sei que non lle sentou ben que lle fixese. Pregunteille por que non quería vir estudar á cidade, díxenlle que ela era moi intelixente e que na aldeíña acabaría por murcharse. Non me entendía, evidentemente. Eu penso que Agnes non é unha persoa deste tempo. Non parece unha rapaza de arestora, de hogano, porque ten ideas e xeitos de comportarse máis ben propios das persoas que naceron hai alomenos cincuenta anos. É coma se tivese a educación que tiñan as nosas avoas. Non só quere vivir na aldeíña para sempre, senón que, ademais, sente que non lle interesa ningún recuncho máis do mundo que non sexa a nosa terra, que non perdeu ren fóra de Galicia. É curiosa. Mais eu sei que agocha moitas cousas que a ninguén conta. Ela díxome unha vez que tiña un sexto sentido que lle traguía voces que non eran desta realidade, que vira moitas cousas que non se atreve a contar, só á súa avoa, quen era a única que a podía entender, pero, por moito que lle pregunte, non dou conseguido que me responda, que me conte algo, e iso faime desexar estar con ela todo o tempo. Quéroa descubrir ben, quero saber que vive cando ninguén a ve, que é a meirande parte do día porque case que non está con ninguén. Só se xunta con todos nós cando tocamos, cando facemos foliadas, porque adora cantar e tocar a pandeireta.

Onte conteille que os meus amigos da cidade non entenden por que quero tocar a pandeireta, por que estou aprendendo a tocala. Mesmo rin de min dicíndome que ise é un instrumento de vellas. Eu enfádome moito porque non é certo. A min paréceme moi importante. E, sinceramente, tamén quero aprender a tocala para poder compartir iso con Agnes. Gústame moito compartir a música con ela, malia vérmonos só nos veráns, pero os momentos nos que repenicamos e cantamos xuntas son tan bonitos que non os mudaría por ren.

Onte quedamos moito tempo falando de calquera cousa, sorríndonos sen saber por que. Eu sinto algo moi especial cando fala comigo, cando me fala e me mira cos seus fondos e negros ollos. Ten os ollos máis negros que vin na miña vida.

Miña nai pregúntame por que moitas veces prefiro quedar na aldeíña no canto de ir de excursión cos demais rapaces que pasan o verán na aldea. Non lle expliquei á miña nai que prefiro quedar eiquí porque así podo estar con Agnes porque sei que non me entendería. Miña nai quere moito a Agnes, pero quérea porque é a filla da súa mellor amiga. Miña nai non coñece a Agnes. Dende sempre, díxome que é unha rapaza un pouco especial que, amais, ten algún problemiña na mente que lle impide relacionarse cos demais e que non me preocupase se non conseguía falar con ela porque, segundo lle dixo Anxiños, Agnes non fala case que con ninguén, malia levarse moi ben cos demais veciños da aldeíña; pero cos rapaces non fala nunca, é coma se nin tan sequera tivese interese na xente da súa idade. Na escola, non ten nin unha soa amiga, non fala con ninguén. Vai á escola e volta sen ter falado con ningún rapaz nin nada. Seguramente eles tampouco se esforzan moito por coñecela. É unha mágoa que unha persoa tan interesante coma ela non teña amigos, pero tamén será que ela non os precisa. Tamén Anxiños di que dende cativa amosou que era demasiado intelixente e que quita unhas notas perfectas na escola. Explicáronme que comezou a falar cando nin tan sequera tiña un ano de vida e iso abraiou moitísimo aos veciños todos da aldea. Esas razós fanlles pensar a todos que Agnes é estraña e mesmo algúns a temen, coma se fose perigosa; pero o que ninguén sabe é que ela ten a ialma máis belida que existe no mundo e que é moi máxica.

Cando falo con ela, dáme a sensación de que sabe da vida como non sabe ninguén, de que ten na súa ialma sentimentos que unha cativa de tan só dez anos non debería de ter. Fálame da morte cunha madurez que me fai sentir arrepíos e, malia non termo dito, estou certa de que, algunha vez, viu a Compaña, que por eiquí a chaman avexón.

Este verán é o primeiro no que de verdade a estou coñecendo. Estamos a pasar moitas horas xuntas. Case que non estou con ninguén máis. Mesmo me gusta ver como coida aos animais, como lles dá de comer ás galiñas e á vaquiña que teñen, á que lle ten moitísimo agarimo. Que bonito lle fala sempre, coma se intuíse que a vaquiña a pode entender. É unha vacaloura que parece brilar baixo o sol. Sempre a saca da corte cando non vai tanta calor para levala ao pradiño que queda por eiquí preto, pero case non hai herba fresca no verán, que mágoa; mais Agnes pasa moito tempo con ela. Lévase mellor cos animais que coas persoas. A min iso gústame, pero tamén me pon un poquiño tristeiriña porque de verdade que no mundo hai persoas marabillosas e coido que ela se podería levar moi ben con moita xente, como coa miña amiga Silvia, que é un encanto. Bótoa en falla. A ela non me atrevo a falarlle tanto de Agnes porque axiña se daría de conta do que me pasa.

O ano pasado, cando cheguei á aldeíña, o primeiro que fixen foi buscala. Atopeina na súa casa axudando á súa nai a facer unha empanada, pero non me fixo moito caso. Saudoume con vergonza e axiña volveu á cociña. Tiña as mans cheas de fariña. Anxiños propúxolle que saíse a dar comigo unha voltiña, pero ela non quixo. Tiña as meixelas vermellísimas. A súa nai pediulle que non fose tan tímida, pero non houbo maneira de convencela de que viñese comigo ao río.

Días despois, nunha noite de lúa chea, namentres tocabamos música na praza, achegouse a min e preguntoume se quería que repenicase con ela. Sei que non mo pedía porque quixese, senón porque a súa nai lle propuxo que o fixese. E cantamos xuntas, pero ela canta moitísimo mellor ca min. Logo, namentres soaba a gaitiña de Damián e o pandeiro que tocaba Gabriel (un fillo de Damián que ten máis ou menos a nosa idade), bailou moito comigo. Eu non quería que aquela noite se fose, pero axiña chegou a hora de marcharmos. Non tivemos outra oportunidade para volver danzar como aquela noite porque os meus pais, o ano pasado, quixeron ir antes á praia, así que me tiven que despedir dela moitísimo antes do que quería.

Mais este ano quedaremos na aldeíña ata finais de agosto, que ben! Quedan aínda moitos momentos por compartir e estou desexando que cheguen xa as festas da Carballeira, que son as festas da aldeíña. Son moi bonitas e Agnes díxome que este ano ela ía tocar moito máis que nunca, que ben. Seguramente pasarémolo estupendamente.

Ten só dez anos, pero a min paréceme que é moito máis intelixente e sabia do que o son a meirande parte dos rapaces que coñezo e, mesmo, que moitas persoas que supostamente son maduras.

E eiquí o deixo porque teño que ir cear.

  
Traducción:

Miércoles, 26 de junio de 2019

Ayer, Artemisa me preguntó: ”¿por qué cuando llega el verano te da por recordar tu pasado con más sinceridad y profundidad?” También me dijo: “tú no quieres superar la muerte de Lúa. Piensas que, si la superas, ya la olvidarás y no te acordarás más de ella”.

No dejo de darle vueltas a eso que me dijo. Mantuvimos una conversación muy profunda mientras caminábamos por la orilla del río. Todavía no hace tanto calor y ha llovido algo, por lo que el aire está más limpio y ligero, pero dentro de poco ya va a venir ese calor que tanto nos agobia y que convierte Ourense en un horno.

La conversación que mantuvimos comenzó cuando me preguntó qué andaba escribiendo últimamente con tanta desesperación y durante tantas horas y qué estaba haciendo, si estaba escribiendo un libro o algo así. Yo me eché a reír cuando oí sus palabras y le dije que para nada estaba escribiendo un libro, que sólo estaba escribiendo en mi diario y también digitalizando los escritos de Lúa que encontramos. Ella se quedó en silencio durante un rato y después me espetó esa pregunta, la de por qué en verano me daba por recordar más cosas, si es que el calor me tiraba de la lengua o algo así, porque, según dijo ella (y con razón porque es verdad), el año pasado también estaba horas escribiendo acerca de mi pasado. La respuesta que le di a esa pregunta fue: “porque el verano me recuerda mucho a mi infancia”. No es mentira, para nada, es lo más sincero que pude decirle. El verano me hace pensar en todas esas tardes que viví en la aldeíña junto a Lúa, cuando, después de acabar con todas las cosas que yo tenía que hacer con los animales y en nuestras eras, salía a dar una vueltiña por el bosque y, casualmente, la encontraba también caminando sin rumbo. Me parecía que me buscaba, pero tardé años en preguntarle si eso podía ser. Por supuesto que lo era. Ella me buscaba, quería hablarme, encontrarme para estar conmigo aprovechando el tiempo. Muchas veces, renunciaba a ir a las excursiones que planificaban los otros chicos que venían a la aldeíña en verano por estar conmigo, me lo dijo muchas veces.

Mas me voy del tema, como siempre. Contaba que ayer mantuve una conversación muy importante con Artemisa en la que me dijo cosas que me removieron toda el alma. Una de ellas fue que yo no quería superar la muerte de Lúa. No es del todo mentira. Sí quiero superar esta tristeza que me aprieta el pecho, esta inmensa nostalgia que me hace llorar por ella; pero no quiero dejar de pensar en ella, de recordarla, de rememorar todas las cosas que vivimos, que son muchísimas más de las que todos los que me conocen saben. Incluso mi madre sabe que hay muchos momentos que viví con Lúa que sólo ella y yo conocemos. Es evidente que, si no le hablé a nadie de todo lo que vivimos, es porque hay cosas que, en aquel entonces, nadie podría entender; pero, muchísimos años más tarde, mi madre me demostró que ella supo siempre lo que ocurría y que saber precisamente lo que pasaba entre Lúa y yo era una de las razones por las que quería enviarme lejos de la aldea, porque creía que... erróneamente, yo estaba mucho más enferma de lo que nadie podía imaginar. Ella creía que yo tenía que curarme, pero también creía que me merecía vivir libre en un lugar en el que no tuviese que dar explicaciones sobre mi vida. No sé qué tenía en la cabeza mi madre cuando decidió enviarme lejos de Galiza, pero no merece la pena preguntármelo porque sé que ella se arrepintió enseguida de lo que hizo. Si no lo hubiese hecho, no habría ido a Barcelona para buscarme enloquecida por toda la ciudad sin tener ninguna idea de dónde me encerraron. Me horroriza imaginarme a mi madre, tan perdida, por Barcelona, sintiéndose tan desorientada y sin recibir ayuda de nadie, pero no porque la gente no quisiese ayudarla, para nada, sino porque nadie me conocía ni tenía ni idea de dónde podía estar.

¡Otra vez me he desviado del tema! No tengo remedio. Quería contar que al final acabé algo molesta con Artemisa porque, así como ella me dijo lo que pensaba de esa manera tan sincera, yo también le confesé que no me sentó bien que el sábado no quisiese venir conmigo. Sí lo pasamos muy bien en la excursión que hicimos por la montaña y creo que el remate perfecto de ese día era el concierto que íbamos a tocar en aquella foliada. Además, es que no sé si Artemisa se toma en serio lo que hago. La asociaciones o centros en los que vamos a tocar nos pagan dinero por nuestra música. Ni es tiempo perdido ni nada de eso, sobre todo porque soy inmensamente feliz cuando hago música, cuando noto que no hay fronteras en mis manos, que puedo tocar sin pensar casi en el ritmo que tengo que seguir, como si de verdad el percutir no naciese de mis manos, sino de lo más hondo de mi alma, como si lo tuviese en la sangre y puede que lo tenga en la sangre, transmitido todo de generación en generación. Y oír cómo mi voz se mezcla con todas las que me acompañan y con el sonido de la pandereta me hace sentir algo que no se puede explicar con palabras. Es como si desapareciese todo, como si el mundo se redujese a ese instante, a esa música, y soy feliz, feliz de verdad, sin restricciones, feliz totalmente. Y yo quiero compartir todo eso con Artemisa porque la quiero, porque quiero que seamos felices juntas, y notar su desinterés me hace un daño que no puedo soportar, que incluso me hace llorar. Al principio, Artemisa venía conmigo a todas las fiestas, a todas las foliadas en las que tocábamos, pero, desde un tiempo a esta parte, está empezando a dejarme sola en esto, cuando precisamente le confesé hace poco que era en las foliadas y en las pandeiradas cuando más echaba de menos a Lúa, y eso se lo dije una noche de sábado en la que me confesó que no le apetecía nada venir conmigo. Me dolió, porque yo pensaba que a ella le gustaba verme tocar y cantar. Sé que sí le gusta, pero me dice también que se siente fuera de lugar. Eso no lo entiendo tampoco porque ella muchas veces colabora con nosotros con su guitarra, que cada vez toca mejor, e incluso ya sabe de memoria muchísimas de las canciones de nuestra tierra. No sé qué le pasa. Es lo único que me duele, que en esto no estemos juntas, porque yo pensaba que sí podíamos compartir la música. Y me duele.

Pero no quiero criticarla porque somos muy felices, porque ella hace por mí cosas que no sé si todo el mundo haría. Está viviendo aquí conmigo, lo dejó todo por mí, por recuperarme, y ahora ella siente dudas porque yo estoy acordándome mucho de Lúa, porque ayer le confesé que estaba yendo a tratamiento porque necesitaba que me ayudasen a superar la muerte de Lúa y no porque me sienta frágil, que sí, que sí siento mi enfermedad ahí persiguiéndome, y tengo la sensación de que no puedo huir de ella, de que me acecha desde los rincones, desde las sombras, esperando a que yo tenga un mal momento para cogerme del alma y llenármela de ansiedad y desesperación; pero yo no pienso permitir que me hunda otra vez. Es muy impactante notar que hay una sombra que quiere cubrirte para quitarte la luz que llena tus días. Yo soy muy feliz aquí en Ourense y no quiero que nada ni nadie me estropee esta felicidad que estuve aguardando durante tanto tiempo. No me da la gana. Una cosiña es estar tristiña por Lúa, pero es que incluso esa tristeza me gusta, me hace sentir bien, cuando no se convierte en rabia, por supuesto, porque, cuando sólo es rabia, siento ganas de gritar, de coger algo en mis manos para volverlo polvo... Siento una desesperación que me aprieta el pecho con una fuerza que me ahoga. En cambio, la tristeza que siento por la marcha eterna de Lúa es hermosa, incluso puede empujarme a recordar cosiñas que, sólo sintiendo felicidad, nunca recordaría.

No llegamos a discutir, pero sí llegamos a casa sintiendo una cosiña en el aire, una opresión... como un peso que nos impedía estar calmadas; pero, a la nocheciña, antes de irnos a dormir, Artemisa me preguntó si de verdad estaba segura de que estaría con ella si Lúa estuviese viva. Yo le dije que seguramente acabaría volviendo con ella inevitablemente porque, cuando ella vino a Ourense, yo ya había comenzado a tener dudas. Claro que nunca podremos conocer lo que va a ocurrir en nuestra vida, por muchas cavilaciones que hagamos, por mucho que pensemos en lo que pudo ser y no fue, en lo que podría ser si hubiese sucedido otra cosa totalmente distinta... Creo que no merece la pena preguntarnos qué habría ocurrido si una cosa en concreto nunca hubiese pasado. No tiene sentido. Podemos imaginar, pero tampoco tiene importancia que nos preocupemos por algo que nunca podremos saber y así se lo dije a Artemisa ayer. No quiero que ella se sienta mal. Que yo esté recordando momentos de mi pasado no quiere decir que no la quiera igual, que vaya a dejar de quererla. No tiene nada que ver, absolutamente nada que ver mi pasado con mi presente. Mi pasado forma parte de mi vida, pero ella ahora es mi vida toda; mas ser feliz con ella no me impide buscar en mis recuerdos esos momentos tan bonitos que me hicieron sentir tan dichosa.

Y, viniendo a cuento de todo esto, copiaré otro día del diario de Lúa, esta vez más cortiño, pero no menos intenso e importante.

 

Lunes, 13 de julio de 1987:

Le dije a mi abuela que ya había empezado a escribir en mi diario y se puso muy contenta. Me preguntó si en mi diario me había presentado y yo le dije riendo que no, que no tenía sentido que me presentase si sólo iba a leerlo yo. Entonces, me dijo una cosa que me hizo pensar mucho y que no me saco de la cabeza: “vale, vas a leerlo tú sólo, pero, cuando pasen unos cuantos años, querrás saber cómo eras entonces, ¿no? Porque todos cambiamos, Luíña, y seguramente tú no serás la misma cuando crezcas un poco más. Yo te recomiendo que hables de ti, de cómo eres ahora mismo. No te hará daño”.

Vale, pues, siguiendo los consejos de mi abuela, hablaré hoy de mí, más que nada porque lo necesito. Pues soy una chica curiosa. Siempre fui una de las pocas chicas de cabello pelirrojo, casi naranja, de la escuela. No digo que se metiesen conmigo por eso ni que me insultasen por tener pequiñas en la piel, al contrario, siempre me preguntaron por qué era así. Me gusta llevar el cabello largo para poder hacerme trenzas. Me gustan mucho las trenzas y, cuando las deshago, queda todo mi cabello lleno de ondas que me recuerdan al mar, porque yo amo el mar, mucho, me gusta la montaña y amo los bosques, pero en la orilla del mar me siento diferente. Es como si pudiese olvidar el mundo entero cuando oigo el canto de las olas, cuando me sumerjo en el hermoso sonido del agua topando contra las rocas, arrastrando la arena. Me gustan las mareas, el juego que el agua tiene con las cuevas que encontramos en muchas de las playas de mi tierra... pero seguiré hablando de mí. Lo haré a través de las palabras que ayer me dijo Agnes. Estuvimos hablando mucho rato mientras caminábamos por el bosque. Hacía una tarde muy bonita. Tal como pensaba yo, me dijo que yo era la única persona que había visto con mi color de pelo. Es cierto que mi abuela tiene el mismo color de ojos que yo y, cuando era joven, tenía mi cabello, igualiño, pero ni rastro queda ya en su apariencia de lo que fue. Ahora ya está muy mayor. Curiosamente, mi madre no sacó los cabellos ni los ojos de mi abuela, sino el cabello rubio de mi abuelo, que parece un hombre inglés, con la piel tan clariña, que yo también heredé, por supuesto, y soy alta y fuerte, eso dicen, que tengo mucha fuerza en los brazos y en las piernas, pero porque me gusta correr y nadar, porque me gusta mucho hacer deporte. No me gusta estar quieta. Siempre tengo que estar haciendo algo y en la calle, por supuesto. Me cuesta mucho estar encerrada. Moriría si tuviese que pasarme toda una tarde en casa encerrada en mi cuarto. Por eso me cuesta tanto ponerme a estudiar...

pero Agnes me dijo:

     La verdad es que tú eres muy bonita. Tienes mucha luz y me gusta cómo miras y hablas. Tienes un color de ojos muy hermoso y unos cabellos muy curiosos. Te pareceré tonta diciéndote esto.

Hablaba con mucha vergüenza, algo que me conmovía mucho, y le dije que ella nunca podría parecerme tonta, jamás, al contrario. Le dije que ella me parecía muy interesante. Ella se echó a reír, incrédula, pensando que me reía de ella. Le dije que estaba siendo sincera, que nunca le mentiría, y ella me preguntó por qué me parecía curiosa e interesante, si era una chica de aldea totalmente normal, pero bien sabía ella que no estaba diciendo lo que pensaba. Ella nunca pensará que es una chica normal, mas nunca reconocerá que no lo es, que es tan especial.

Llegamos a la orilliña del río cuando ya no había rayos de sol en el cielo, “entre lusco e fusco”, cuando el cielo estaba recibiendo ya las primeras estrellas de la nocheciña. Hacía un fresquiño muy delicioso y yo quería quedarme allí para siempre. No quería volver a casa. Me senté en la hierba y ella lo hizo a mi lado.

Yo a Agnes le hice preguntas un poco comprometidas que sé que no le sentó bien que le hiciese. Le pregunté por qué no quería venir a estudiar a la ciudad, le dije que ella era muy inteligente y que en la aldeíña acabaría por marchitarse. No me entendía, evidentemente. Yo pienso que Agnes no es una persona de este tiempo. No parece una chica de ahora, de hoy en día, porque tiene ideas y modos de comportarse más bien propios de las personas que nacieron hace al menos cincuenta años. Es como si tuviese la educación que tenían nuestras abuelas. No sólo quiere vivir en la aldeíña para siempre, sino que, además, siente que no le interesa ningún rincón más del mundo que no sea nuestra tierra, que no se le ha perdido nada fuera de Galicia. Es curiosa. Mas yo sé que esconde muchas cosas que a nadie cuenta. Ella me dijo una vez que tenía un sexto sentido que le traía voces que no eran de esta realidad, que había visto muchas cosas que no se atreve a contar, sólo a su abuela, quien era la única que podía entenderla, pero, por mucho que le pregunte, no he conseguido que me responda, que me cuente algo, y eso me hace desear estar con ella todo el tiempo. Quiero descubrirla bien, quiero saber qué vive cuando nadie la ve, que es la mayor parte del día porque casi no está con nadie. Sólo se junta con todos nosotros cuando tocamos, cuando hacemos foliadas, porque adora cantar y tocar la pandereta.

Ayer le conté que mis amigos de la ciudad no entienden por qué quiero tocar la pandereta, por qué estoy aprendiendo a tocarla. Incluso se ríen de mí diciéndome que ése es un instrumento de viejas. Yo me enfado mucho porque no es cierto. A mí me parece muy importante y, sinceramente, también quiero aprender a tocarla para poder compartir eso con Agnes. Me gusta mucho compartir la música con ella, a pesar de vernos sólo en los veranos, pero los momentos en los que percutimos y cantamos juntas son tan bonitos que no los cambiaría por nada.

Ayer nos quedamos mucho tiempo hablando de cualquier cosa, sonriéndonos sin saber por qué. Yo siento algo muy especial cuando habla conmigo, cuando me habla y me mira con sus hondos y negros ojos. Tiene los ojos más negros que he visto en mi vida.

Mi madre me pregunta por qué muchas veces prefiero quedarme en la aldeíña en vez de ir de excursión con los demás chicos que pasan los veranos en la aldea. No le he explicado a mi madre que prefiero quedarme aquí porque así puedo estar con Agnes porque sé que no me entendería. Mi madre quiere mucho a Agnes, pero la quiere porque es la hija de su mejor amiga. Mi madre no conoce a Agnes. Desde siempre, me ha dicho que es una chica un poco especial que, además, tiene algún problemiña en la mente que le impide relacionarse con los demás y que no me preocupase si no conseguía hablar con ella porque, según le ha dicho Anxiños, ella no habla casi con nadie, a pesar de llevarse muy bien con los demás vecinos de la aldeíña, pero con los demás chicos no habla nunca, es como si ni tan siquiera tuviese interés en la gente de su edad. En la escuela, no tiene ni una sola amiga, no habla con nadie. Va a la escuela y vuelve sin haber hablado con ningún chico ni nada. Seguramente ellos tampoco se esfuerzan mucho por conocerla. Es una lástima que una persona tan interesante como ella no tenga amigos, pero también será que ella no los necesita. También Anxiños dice que desde niña demostró que era demasiado inteligente y que saca unas notas perfectas en la escuela. Me han explicado que comenzó a hablar cuando ni tan siquiera tenía un año de vida y eso asombró muchísimo a todos los vecinos de la aldea. Esas razones les hacen pensar a todos que Agnes es extraña e incluso algunos la temen, como si fuese peligrosa, pero lo que nadie sabe es que ella tiene el alma más bella que existe en el mundo y que es muy mágica.

Cuando hablo con ella, me da la sensación de que sabe de la vida como no sabe nadie, de que tiene en su alma sentimientos que una niña de diez años no debería tener. Me habla de la muerte con una madurez que me hace sentir escalofríos y, a pesar de no habérmelo dicho, estoy segura de que, alguna vez, vio a la Compaña, que por aquí la llaman “avexón”.

Este verano es el primero en el que de verdad estoy conociéndola. Estamos pasando muchas horas juntas. Casi no estoy con nadie más. Incluso me gusta ver cómo cuida a los animales, cómo les da de comer a las gallinas y a la vaquiña que tienen, a la que le tiene muchísimo cariño. Qué bonito le habla siempre, como si intuyese que la vaquiña puede entenderla. Es una vaca rubia que parece brillar bajo el sol. Siempre la saca del cobertizo cuando no hace tanto calor para llevarla al pradiño que queda por aquí cerca, pero casi no hay hierba fresca en verano, qué lástima; mas Agnes pasa mucho tiempo con ella. Se lleva mejor con los animales que con las personas. A mí eso me gusta, pero también me pone un poco tristiña porque de verdad que en el mundo ay personas maravillosas y creo que ella podría llevarse bien con mucha gente, como con mi amiga Silvia, que es un encanto. La echo de menos. A ella no me atrevo a hablarle tanto de Agnes porque enseguida se daría cuenta de lo que me pasa.

El año pasado, cuando llegué a la aldeíña, lo primero que hice fue buscarla. La encontré en su casa ayudando a su madre a hacer una empanada, pero no me hizo mucho caso. Me saludó con vergüenza y enseguida volvió a la cocina. Tenía las manos llenas de harina. Anxiños le propuso que saliese a dar conmigo una vueltiña, pero ella no quiso. Tenía las mejillas rojísimas. Su madre le pidió que no fuese tan tímida, pero no hubo manera de convencerla de que viniese conmigo al río.

Días después, en una noche de luna llena, mientras tocábamos música en la plaza, se acercó a mí y me preguntó si quería que percutiese con ella. Sé que no me lo pedía porque quisiese, sino porque su madre le propuso que lo hiciese. Y cantamos juntas, pero ella canta muchísimo mejor que yo. Luego, mientras sonaba la gaitiña de Damián y el pandero que tocaba Gabriel (un hijo de Damián que tiene más o menos nuestra edad), bailó mucho conmigo. Yo no quería que aquella noche se fuese, pero enseguida llegó la hora de marcharnos. No tuvimos otra oportunidad para volver a danzar como aquella noche porque mis padres, el año pasado, quisieron ir antes a la playa, así que tuve que despedirme de ella muchísimo antes de lo que quería.

Mas este año nos quedaremos en la aldeíña hasta finales de agosto, ¡qué bien! Quedan aún muchos momentos por compartir y estoy deseando que lleguen ya las fiestas de la Carballeira, que son las fiestas de la aldeíña. Son muy bonitas y Agnes me dijo que este año iba a tocar mucho más que nunca, qué bien. Seguramente nos lo pasaremos estupendamente.

Tiene sólo diez años, pero a mí me parece mucho más inteligente y sabia de lo que lo son la mayoría de los chicos que conozco e, incluso, que muchas personas que supuestamente son maduras.

Y aquí lo dejo porque tengo que ir a cenar.

 

martes, 25 de junio de 2019

DIARIO DE AGNES: LUNS, 24 DE XUÑO DE 2019


Luns, 24 de xuño de 2019

Onte, facendo limpeza da casa e ordenando armarios, Artemisa e máis eu atopamos moitos escritos de Lúa recollidos en libretiñas e tamén en diarios con portadas fermosas debuxadas por ela. Eu sabía que Lúa coidaba moito as súas creacións, pero nunca imaxinei que escribir fose tan importante para ela. Érao e nótase na súa caligrafía, nos debuxos cos que adornaba os seus escritos... O máis antigo que atopamos foi un diario que ela comezou a escribir cando tiña catorce anos. Artemisa non o queixo ler, pero eu estiven enganchada ás súas verbas durante horas, sen poder deixar de ler. Chorei moitas veces emocionada polas verbas coas que ela se refería a min, rin coas súas arrincadas e tamén me abraiou moitísimo a claridade coa que ela escribía e vía as cousas. Lúa sempre foi moi madura para a súa idade, pero tamén moi rebelde e iso non o imaxinei nunca. Eu sempre crin que ela fora unha rapaza exemplar, obediente e responsábel; pero no seu diario ela confesaba case que todas as trasnadas que facía ás costas dos seus pais. Púidenme asomar ben á súa vida, entender o seu pasado e tamén puiden descubrir moitas das razóns polas cales ela era como era, tan forte, tan alegre e vital. Ponme medo que todos eses escritos se poidan perder, así que decidín trasladalos ao meu propio diario para que nunca se esvaezan. Non digo que o meu diario vaia durar para sempre, pero, ao menos, se as súas verbas están en dúas partes, será máis difícil que o tempo as borre. Non quero que Lúa desapareza. Quero que siga viva, aínda que só sexa no seus escritos. Paga a pena conservar todo isto.

Eu tamén teño un diario que escribía cando era cativa, pero dáme medo asomarme ás miñas verbas porque algunhas delas son moi duras, sobre todo porque contaba experiencias que nunca lle confesei a ninguén e arrepíame lembrar que, xa sendo tan cativa,, vivín cousiñas que unha nena nunca tería que vivir. A min fíxome madurar o sexto sentido que sempre berrou por dentro de min.

Mais a que importa agora é Lúa. Decidín que, no meu diario, irei combinando as cousas que eu vivo, as cousas que viviu Lúa e as que vivín eu cando era cativa, así será moito máis entretido escribir e tamén me gustaría dixitalizar todo isto. Creo que todo o mundo debería de dixitalizar os seus recordos materiais para que nunca se perdan ou para que sexa máis difícil que algo os destrúa.

Comezarei co primeiro día no que Lúa escribiu no seu diario:

 

Sábado, 11 de xullo de 1987:

Onte foi o meu aniversario e fixéronme moitos agasallos, moi bonitos todos. Coido que non merezo tanto porque tampouco son tan boíña como para que me dean tantos regalos. Un deles foi un libro. Abrino e quedei abraiada cando descubrín que as súas follas estaban en branco. Era un libro que non tiña ren escrito. “Pero se non ten ren escrito”, dixen rindo, e, daquela, miña avoa díxome: “non ten ren escrito porque has ser ti quen encha as súas follas”. Eu pregunteille con que o tiña que encher, pero ela díxome só: “coas cousas que vivas, Luíña”.

E iso é o que pretendo facer, pero tampouco sei que interese poden ter as experiencias dunha rapaza completamente normal que ten unha vida tranquila, ou iso creo, porque, se o penso ben, tranquila precisamente non é a miña vida, sobre todo porque, durante o curso, case que non teño tempo de lecer para min. Os meus pais sempre están coa teima de que teño que aprender a facer calquera cousa que no futuro me poida ser útil, pero eles que saben verbo o meu futuro? Se nin tan sequera eu sei que vai pasar comigo mañá. Non entendo por que lles importa tanto que saiba falar perfectamente o francés, o inglés, o alemán e milleiros de linguas que me obrigan a saber falar, escribir, traducir, ler, entender, pensar... Será porque o meu pai, que viaxa por todo o mundo, pensa que eu vou querer facer o mesmo, viaxar por todo o mundo levando máis alá das fronteiras de España os beneficios da súa grande empresa. Que trabucado está. Eu non preciso coñecer ren máis agora. Eu estou moi ben eiquí en Ourense e eiquí penso quedar, ao menos polo momento. Se teño a necesidade de partir, pois xa me irei, pero de momento non quero e menos me quero adicar á labor que fai o meu pai, que nin sei a que se adica, sinceramente. El fala moitísimo do seu choio cando chega á casa, pero a meirande parte das veces eu evádome, fuxo das súas verbas aburridísimas, e prefiro mergullarme nos meus pensamentos, nas miñas composicións, nos meus debuxos. Tamén é certo que el practicamente non está na casa connosco. Eu tampouco. Eu sempre tento estar fóra, dá igual que faga na rúa, pero preciso fuxir do excesivo control que miña nai exerce sobre a miña vida: onde vou, que leo, que fago, se estou a estudar, como me van os exames... Tanta presión faime desexar marchar da miña casa e perderme pola cidade para non ouvila máis. Está moi preocupada polo meu futuro: isa e a escusa que me di sempre cando lle pregunto por que me quere controlar tanto. Eu quero moitísimo á miña nai, tanto que non me imaxino sen ela; pero non podo aturar que pense que non teño madurez abondo para saberme coidar. Carallo, teño catorce anos, agora si, e é evidente que aínda me fallan moitas cousas por vivir, pero hai moitas que xa vivín e que ela non sabe que xa me ensinaron a enfrontar a vida. Non sei como lle podo facer entender que me sei coidar, que quero estudar, que o feito de que me custe estudar o quitar exames con boa nota non é sinal de que non queira estudar. Simplemente, estou pasando un ano difícil, pero os pais (ou, máis ben, no meu caso, miña nai, porque o meu pai ren vai saber disto) pensan que, por seres cativa ou adolescente, xa non tes dereito a estar tristeiriña, ou a ter ansiedade ou sentires que non formas parte do mundo. Cando lle digo a alguén que me sinto moi distinta, que teño a sensación de que non formo parte do mundo, dinme sempre: “iso é porque es adolescente e a todos os adolescentes lles pasa”. Vale, pero eu non son “todos os adolescentes” e seguro que nin a metade deles sente o que eu sinto; pero a ninguén lle podo explicar ben as miñas cousas porque sei que non me entenderían. Emporiso, agradézolle moitísimo á miña avoa que me fixese este agasallo. Nunca se me ocorrera escribir sobre a miña vida. É estraño, pero nunca o pensara facer. Si que escribín moitos contos, poesías, cancións... pero verbo a miña vida nunca escribín. Sempre pensei que non tiña importancia, pero, ollando no meu interior, doume de conta de que si a ten. Ten importancia porque preciso exteriorizar dalgunha maneira o que levo na miña ialma.

Mais tamén me pon vergonza falar comigo mesma de certas cousas, pero supoño eu que, co tempo, tamén me irei tomando confianza a min mesma. É curioso que me vexa dende fóra como outra persoa quen de xulgarme tamén, porque decotío me sinto xulgada, xa na aldeíña, xa na cidade, onde todos te miran crendo que cos seus ollos se poden meter no teu corpo e mirar por dentro túa a ver que atopan. Ponme moi nerviosa que a xente sexa rexoubeira. A xente de eiquí é marabillosa. Non teño queixa de ninguén porque o que conta é que son moi boas persoas, pero son rexoubeiras e iso non o podo aturar. Non aturo que se interesen tanto pola vida dos demais. Por que non se centran nas súas vidas e nos deixan en paz aos que queremos vivir tranquilamente? Pero na aldeíña tense que saber todo de todos, se non, non son felices. Cando chegamos á aldeíña, eu penso que teriamos que coller cadeiras e sentar para respostar a todas as preguntas que nos formulan: "como foi o ano? Quitaches todas as materias? Que vas facer agora que remataches a EXB, vas seguir estudando ou vaste meter na empresa do teu pai? Tes mozo? Vai, algún rapaz debe de haber por aí... “

Esa derradeira pregunta sobre todo faima a miña avoa. Ela devece por verme con mozo. Pobriña. Non me verá nunca, ao menos polo momento. Non hai ningún rapaz que me teña roubado o corazón e non creo que ningún mo poida roubar. Seica xa o teño roubado. Nin o podo escribir. Sei qué é o amor porque o lin nos libros e non falo unicamente do amor entre un home e unha muller. Eu sei que hai moitos máis tipos de amores cós que vemos normalmente, cós considerados normais. Sei que o amor é un sentimento que non ten fronteiras, pero esta sociedade non lle deixa de poñer escusas, trabas, dificultades, obstáculos, prexuízos... Os prexuízos son o peor, eses prexuízos que veñen da relixión; a que tanto dano fai á xente. Miña nai é moi relixiosa e obrígame a que eu tamén o sexa. Sono, pero de verba, non de corazón, porque, namentres eu estou a ouvir unha misa coa que non me sinto identificada, estou pensando no que vou facer cando saiamos da igrexa, na pandeirada á que vou asistir no serán, ou no libro que seguirei lendo cando cheguemos á casa, ou no exame para o que teño que estudar ou... ou nela, nas ganas que teño de vela, na arenga de voltar á aldeíña para vela. Cando lle presto atención á misa, estoulle dando a volta a todo o que di o crego. Non creo ren do que di. Di que Deus é amor e que ama ás súas criaturas todas. Mentira. Precisamente é Deus quen fai que a xente rexeite a esas persoas que aman dun xeito distinto.

Ninguén me dixo nunca que estes sentimentos estivesen mal, pero sei que ninguén os aprobaría. Ninguén me dixo que estivese ben sinxelamente porque nunca se fala do tema en ningures e, cando sae por calquera cousa, vese o rexeitamento nos ollos de todos. Non o entendo, pero tampouco me vou esforzar por facerlle comprender a ninguén o que significa amar a unha persoa do teu mesmo sexo. Imaxino que, co tempo, acabarei casando cun home para ter feliz á miña nai, renunciando así á miña felicidade, porque non podería aturar que miña nai me rexeitase. Sei que o faría, que, para ela, sería coma se morrese. Non quero que iso pase.

Mais aínda son moi nova para pensar nesas cousiñas. Durante estes anos todos que fallan para que iso chegue, penso gozar de verdade da vida, agochándolle á xente a verdadeira razón do meu contento. Non obstante, sei que nada é tan sinxelo, que posibelmente ren do que penso sexa verdade, pero tampouco me podo render por iso. Esta sociedade apréndenos a ter medo, a non enfrontar as cousas por medo a que saian mal. Sae todo peor se non o tentamos, pero sei que aínda é moi cedo. Seica o ano vindeiro...

Agora estamos na aldeíña. Non podo escribir con máis claridade porque aínda teño medo a que alguén poida ler as miñas verbas. Tampouco sería bonito que lesen isto agora xa, pois confesei máis do que debería de confesar, pero as cousas saen soas de min sen que pense no que escribo. Si tiña necesidade de escribir.

Agora estou na beiriña do río, gozando da tarde. Que verán máis bonito. Aínda non vai esa calor que abafa tanto. Choveu algo onte á noitiña e a herba está húmida aínda. O ar arrecende a vida. Estou soíña, co vento e coas follas das árbores, tamén co río. Esta mañá, bañei nas súas limpas augas e sentinme tan ceibe, tan ben... Gústame tanto nadar que moitas veces esquezo do tempo cando o fago.

Hai dúas semanas que chegamos á aldeíña. O meu pai, como de costume, está fóra nunha viaxe de negocios. Cando chega, tráeme agasallos crendo que substituirá con cousas materiais a súa longa ausencia, pero o que el non sabe é que non o necesito, que non o boto en falla para nada. Adoiteime a vivir sen el, a estar na casa coa miña nai só, sen que ningunha das dúas teñamos o seu apoio.

Levamos case quince días eiquí e, aínda, case que non falei con ela. Só intercambiamos algunhas verbas case sen importancia. Teño a sensación de que ela me evita. Noto moitas cousas cando ela me olla. Ás veces faino de esguello, crendo que eu non me dou de conta de que me mira, pero si me decato de todo. Estou segura de que ela intúe que eu sei que me mira. Temos un xogo de miradas que me lembra moito a todos eses xogos de miradas que se describen nas novelas de amor. Eu son moi soñadora, a verdade, e pode que me trabuque. Pode que ela só sinta curiosidade por min porque son a única rapaza co pelo roxo da aldea e sei que ela non viu a ninguén coa miña cor de cabelo, coa mesma cor de ollos que eu, que os teño moi verdes, verdes coma a herba que brila baixo o sol do verán. Ao principio, cando me dei de conta de que ela me miraba tanto, pregunteime por que me ollaba tan atentamente, parecía que me asexase. Pensei: “por que lle chamo tanto a atención se non son a única rapaza que hai na aldeíña?” No verán veñen moitos rapaces, moitos netos de avós que eiquí viven, eu mesma son unha das netas das avoas de eiquí, veño coa miña nai porque miña nai naceu eiquí hai case corenta anos... pero ela non se relaciona con ningún rapaz máis, con ninguén, só cos veciños da aldeíña e comigo cando non lle queda máis remedio. Non fala con ningún rapaz ou rapaza da súa idade. Sei que é moi tímida, pero debe de haber outra razón que lle impida tentar relacionarse connosco. Eu si que me relaciono cos rapaces que eiquí veñen no verán. De feito, somos moi amigos, facemos moitísimas cousiñas xuntos como ir de excursión á montaña ou ao bosque ou bañarmos no río... pero ela nunca quere vir connosco. É certo que é menor ca nós. Ten agora catro anos menos ca min... Levámonos tres anos, pero o seu aniversario é en outubro, emporiso agora ten catro anos menos ca min, pero parece tan madura... Non parece unha rapaza, a verdade. Ten mirada de muller, desas mulleres que xa cargan sobre os seus ombreiros os pesares máis profundos da vida, pero o seu ollar tamén está cheo de vida e amor. Mira con amor aos animais que coida, á terra que traballa, ao fogar no que vive, ao bosque polo que se perde camiñando... Nunca vin unhas miradas tan cheas de amor como as súas. Seica tamén me mire a min con amor porque ela o mira con amor todo.

Non quero escribir o seu nome porque me dá medo que alguén me poida descubrir, pero tamén o preciso escribir, para dicilo alomenos en silencio. Agnes, Agnes é o seu nome; un nome nada galego. Rosiña, a súa avoa (a que morreu hai xa catro anos alomenos) dixo que era un nome que ouvira nunha curtísima viaxe que fixera co seu marido a Inglaterra e que namorou do seu soar dende o principio. Dicía que era o nome dunha muller que coñeceron e que os tratou moi ben na aldeíña na que estiveron durante eses días. O avó de Agnes era mariñeiro. Veu vivir a esta aldeíña das montañas de Ourense por amor a Rosiña, abandonando o seu máis forte amor, o amor que lle tiña ao mar. Paréceme tan bonito... El era de Muxía, dunha aldeíña remotísima á que case que non chegaban estranxeiros, que estaba vixiada por poderosas rochas que afundían os barcos nas noites de treboada. Eu coñecino e sempre me pareceu un home moi boíño. Cando morreu, Agnes tiña só cinco anos e dicían que ela predixo a morte do seu avó, soñou que a barca na que navegaba afundía no mar e que as ondas tragaban o seu corpo, pero Anxiños, a nai de Agnes, non quixo escoitar as horríbeis verbas da súa filla e ignorouna. Horas despois, chegaron uns policías para comunicarlle a Rosiña a morte do seu marido. Dixeron que non conseguiran atopar o seu corpo, pero, días despois, o mar devolveu o corpo á terra, coma se pensase que el tiña que estar soterrado no cemiterio do lugar no que foi feliz.  E agora están ambos os dous soterrados xuntiños no antigo cemiterio da aldeíña. Eu tamén quero que me soterren alí, non en Ourense, que eu amo ese lugar coa miña ialma toda, pero eiquí me sinto máis vencellada á terra e quero estar eiquí para sempre. Miña nai dime que nin se me ocorra falar disto agora, que aínda son moi nova, pero coido que non sabemos cando pode rematar a nosa vida e temos que estar preparados por se chega a nosa fin. Sei que son moi tétrica falando disto, pensando nestas cousas, pero a morte está aí presente, non a podemos ignorar.

Eiquí na aldeíña a morte se vive con moita mágoa, pero tamén con aceptación, e, cando morre algún veciño de eiquí, fan rituais fermosísimos, cerimonias que me poñen a pel de galiña, que non se fan en Ourense. Eiquí son moi supersticiosos, pero paréceme moi bonito que aínda se celebren estas cousas tan antigas, que tan pagás me parecen. Miña nai di que son moi pagás, que non son cristiás as cousas que fan, pero mellor.

E sei que Agnes aínda non superou a morte da súa avoa. Levábase moi ben con ela. Rosiña era a súa mellor amiga e como con ela non fala con ninguén. Ninguén a entendía mellor que ela, ninguén a poderá entender tan ben como o facía a súa avoa, pero eu quero amosarlle que si a entendo ou ao menos podo tentalo, pero non se deixa coñecer. Cando me tento achegar a ela, contéstame con respostas evasivas ou con outra pregunta, moi á galega, como din que respondemos nós os galegos.

Onte, na festa do meu aniversario, tocamos a pandeireta, fixemos unha pequena foliada moi bonita. Damián, un tío de Agnes, é gaiteiro e foi a nosa gaita, logo Agnes tamén sabe repenicar na pandeireta e de que maneira tan bonita... Eu vou ao conservatorio e non sei tocar tan ben coma ela. Están a me aprender a tocar o piano e a pandeireta, pero a pandeireta estou aprendendo a tocala porque foi un troque coa miña nai. Díxenlle que aprendería a tocar o piano se ela me permitía recibir leccións de pandeireta. Dende sempre quixen aprender a tocala porque me parece un instrumento moi especial, a voz da nosa aldeíña. Eiquí sempre foi tradición que as avoas lle ensinasen ás netas a tocala e practicamente as mulleres todas da aldea saben repenicar e dar vida ás cancións máis antigas da nosa cultura.

Pois ela onte achegouse a min e deume un pequeno agasallo feito por ela mesma. Era unha bufanda que ela mesma teceu. É de cor azul, como o ceo do verán, e ten bordadiños dourados. Ela díxome que me viu sempre desas cores, que eu son desas cores para ela, porque ela di que me ve como se eu fose a personificación do verán. Iso deixoume a ialma tremente e estiven a piques de poñerme a chorar, pero domeeime porque non quería que ninguén me notase tan emocionada nin me preguntase ren. Ela foise axiña cando me dixo iso, coma se tivese medo a que eu lle puidese preguntar algo, foise ás présas e nin tan sequera lle puiden dar as grazas.

Logo pensei que ela me fixera ese agasallo por compromiso, pero axiña souben que para nada era así, que mo fixera de todo corazón. Ela sempre me amosou lealdade, sempre me demostrou que nunca esquecera de min, que todos os veráns me agardaba. Cando falamos, síntome tan cómoda que non quero que o tempo pase.

Hai anos que me dei de conta de que ela era especial, moi diferente a todas as persoas que coñezo. Cando era unha cativiña curiosa e demasiado madura para a súa idade, dicíanme que ela quitara moitas cousas da súa avoa, que se asemellaban moito, pero eu sempre crin que ela non se asemella a ninguén. É única. O que máis me abraiou sempre dela foi a súa maneira de tratar aos animais. Trátaos cun agarimo fermosísimo, con moitísima dozura, con moito coidado... e fálalles e sei que eles a entenden ou, alomenos, poden intuír as emocións coas que ela se dirixe a eles. Sei que ten cos animais unha relación moito máis estreita que coas persoas. Iso paréceme moi máxico e bonito, a verdade.

Case non falara con ela ata que tivo nove anos e eu tiven trece. Hai un ano disa tarde xa. Era unha tarde de choiva, de moita choiva, de treboada, de lóstregos e tronos. Eu estaba na miña casa e ela veu coa súa nai. Miña nai e máis Anxiños sempre foron moi boas amigas, como irmás foron sempre. Malia viviren lonxe dende que a miña nai casou co meu pai, igualmente mantiveron sempre o contacto a través das cartas. Eiquí na aldeíña hai moi pouco que os veciños teñen teléfono. Elas escribíronse sempre, unha semana trala outra. É unha amizade moi forte que sei que nunca nada poderá estragar. A verdade é que me dan moita envexa. Eu teño moitísimas amigas, pero non confío nelas de todo. Sei que me abandonarán en canto poidan, agás Silvia. Silvia si é a miña amiga de verdade. Coñecémonos dende sempre porque somos veciñas e fomos á mesma escola e incluso á mesma clase. Ela sábeo todo de min, todo, todo, mesmo os meus segredos máis fondos, e enténdeme mellor que ninguén. Estes meses que paso na aldeíña ela está na praia. Dáme envexa tamén porque eu amo a praia, pero iremos a finais de agosto, este ano. Hai anos que imos antes de vir á aldeíña, pero este ano eu prefería vir á aldea antes. Dáme mágoa marchar de eiquí.

E... coido que por hoxe xa escribín abondo. Veu xa a anoitecida, é moi tarde e seguramente miña nai estará desacougada por min. Gústame isto de escribir. Penso facelo todos os días se podo.


Traducción:
 
Lunes, 24 de junio de 2019
Ayer, haciendo limpieza de la casa y ordenando armarios, Artemisa y yo encontramos muchos escritos de Lúa recogidos en libretiñas y también en diarios con portadas hermosas dibujadas por ella. Yo sabía que Lúa cuidaba mucho sus creaciones, pero nunca me imaginé que escribir fuese tan importante para ella. Lo era y se nota en su caligrafía, en los dibujos con los que adornaba sus escritos... Lo más antiguo que encontramos fue un diario que ella comenzó a escribir cuando tenía catorce años. Artemisa no lo quiso leer, pero yo estuve enganchada a sus palabras durante horas, sin poder dejar de leer. Lloré muchas veces emocionada por las palabras con las que ella se refería a mí, me reí con sus ocurrencias y también me sorprendió muchísimo la claridad con la que ella escribía y veía las cosas. Lúa siempre fue muy madura para su edad, pero también muy rebelde y eso no me lo imaginé nunca. Yo siempre creí que ella había sido una chica ejemplar, obediente y responsable, pero en su diario ella confesaba casi todas las trastadas que hacía a espaldas de sus padres. He podido asomarme bien a su vida, entender su pasado y también he podido descubrir muchas de las razones por las que ella era como era, tan fuerte, tan alegre y vital... me da miedo que todos esos escritos puedan perderse, así que he decidido trasladarlos a mi propio diario para que nunca se desvanezcan. No digo que mi diario vaya a durar para siempre, pero, al menos, si sus palabras están en dos partes, será más difícil que el tiempo las borre. No quiero que Lúa desaparezca. Quiero que siga viva, aunque sólo sea en sus escritos. Merece la pena conservar todo esto.
Yo también tengo un diario que escribía cuando era niña, pero me da miedo asomarme a mis palabras porque algunas de ellas son muy duras, sobre todo porque contaba experiencias que nunca le confesé a nadie y me sobrecoge recordar que, ya siendo tan pequeña, viví cosiñas que una niña nunca tendría que vivir. A mí me hizo madurar el sexto sentido que siempre gritó por dentro de mí.
Mas la que importa ahora es Lúa. He decidido que, en mi diario, iré combinando las cosas que yo vivo, las cosas que vivió Lúa y las que viví yo cuando era niña, así será mucho más entretenido escribir y también me gustaría digitalizar todo esto. Creo que todo el mundo debería digitalizar sus recuerdos materiales para que nunca se pierdan o para que sea más difícil que algo los destruya.
Comenzaré con el primer día en el que Lúa escribió en su diario:
 
Sábado, 11 de julio de 1987:
Ayer fue mi cumpleaños y me hicieron muchos regalos, muy bonitos todos. Creo que no me merezco tanto porque tampoco soy tan bueniña para que me den tantos regalos. Uno de ellos fue un libro. Lo abrí y me quedé asombrada cuando descubrí que sus hojas estaban en blanco. Era un libro que no tenía nada escrito. “Pero si no tiene nada escrito”, dije riéndome, y, entonces, mi abuela me dijo: “no tiene nada escrito porque has de ser tú quien llene sus hojas”. Yo le pregunté con qué lo tenía que llenar, pero ella me dijo sólo: “con las cosas que vivas, Luíña”.
Y eso es lo que pretendo hacer, pero tampoco sé qué interés pueden tener las experiencias de una chica completamente normal que tiene una vida tranquila, o eso creo, porque, si lo pienso bien, tranquila precisamente no es mi vida, sobre todo porque, durante el curso, casi no tengo tiempo de ocio para mí. Mis padres siempre están con la cabezonería de que tengo que aprender a hacer cualquier cosa que en el futuro pueda serme útil, pero ¿ellos qué saben sobre mi futuro? Si ni tan siquiera yo sé qué va a pasar conmigo mañana. No entiendo por qué les importa tanto que sepa hablar perfectamente el francés, el inglés, el alemán y millones de lenguas que me obligan a saber hablar, escribir, traducir, leer, entender, pensar... Será porque mi padre, que viaja por todo el mundo, piensa que yo voy a querer hacer lo mismo, viajar por todo el mundo llevando más allá de las fronteras de España los beneficios de su gran empresa. Qué equivocado está. Yo no necesito conocer nada más ahora. Yo estoy muy bien aquí en Ourense y aquí pienso quedarme, al menos por el momento. Si tengo la necesidad de partir, pues ya me iré, pero de momento no quiero y menos quiero dedicarme a la labor que hace mi padre, que ni sé a qué se dedica, sinceramente. Él habla muchísimo de su trabajo cuando llega a casa, pero la mayor parte de las veces yo me evado, huyo de sus palabras aburridísimas, y prefiero sumergirme en mis pensamientos, en mis composiciones, en mis dibujos. También es cierto que él prácticamente no está en casa con nosotras. Yo tampoco. Yo siempre intento estar fuera, da igual qué haga en la calle, pero preciso huir del excesivo control que mi madre ejerce sobre mi vida: a dónde voy, cómo me van los exámenes... Tanta presión me hace desear marcharme de mi casa y perderme por la ciudad para no oírla más. Está muy preocupada por mi futuro: ésa es la excusa que me dice siempre cuando le pregunto por qué quiere controlarme tanto. Yo quiero muchísimo a mi madre, tanto que no me imagino sin ella, pero no puedo soportar que piense que no tengo madurez suficiente para saber cuidarme. Carallo, tengo catorce años, ahora sí, y es evidente que todavía me faltan muchas cosas por vivir, pero hay muchas que ya he vivido y ella no sabe que ya me han enseñado a enfrentar la vida. No sé cómo puedo hacerle entender que sé cuidarme, que quiero estudiar, que el hecho de que me cueste estudiar o sacar exámenes con buena nota no es señal de que no quiera estudiar. Simplemente, estoy pasando un año difícil, pero los padres (o, más bien, en mi caso, mi madre, porque mi padre nada va a saber de esto) piensan que, por ser niña o adolescente, ya no tienes derecho a estar tristiña, o a tener ansiedad o sentir que no formas parte del mundo. Cuando le digo a alguien que me siento muy distinta, que tengo la sensación de que no formo parte del mundo, me dicen siempre: “eso es porque eres adolescente y a todos los adolescentes les pasa”. Vale, pero yo no soy “todos los adolescentes” y seguro que ni la mitad de ellos siente lo que yo siento; pero a nadie puedo explicarle bien mis cosas porque sé que no me entenderían. Por eso, le agradezco muchísimo a mi abuela que me hiciese este regalo. Nunca se me había ocurrido escribir sobre mi vida. Es extraño, pero nunca había pensado hacerlo. Sí que he escrito muchos cuentos, poesías, canciones... pero acerca de mi vida nunca he escrito. Siempre pensé que no tenía importancia, pero, mirando en mi interior, me doy cuenta de que sí la tiene. Tiene importancia porque necesito exteriorizar de alguna manera lo que llevo en mi alma.
Mas también me da vergüenza hablar conmigo misma de ciertas cosas, pero supongo yo que, con el tiempo, también me iré tomando confianza a mí misma. Es curioso que me vea desde fuera como otra persona capaz de juzgarme también, porque continuamente me siento juzgada, ya en la aldeíña, ya en la ciudad, donde todos te miran creyendo que con sus ojos pueden meterse en tu cuerpo y mirar por dentro de ti a ver qué encuentran. Me pone muy nerviosa que la gente sea cotilla. La gente de aquí es maravillosa. No tengo queja de nadie porque lo que cuenta es que son muy buenas personas, pero son muy cotillas y eso no puedo soportarlo. No aguanto que se interesen tanto por la vida de los demás. ¿Por qué no se centran en sus vidas y nos dejan en paz a los que queremos vivir tranquilamente? Pero en la aldeíña se tiene que saber todo de todos, si no, no son felices. Cuando llegamos a la aldeíña, yo pienso que tendríamos que coger sillas y sentarnos para responder a todas las preguntas que nos formulan: “¿cómo ha ido el año? ¿Has aprobado todas las materias? ¿Qué vas a hacer ahora que has terminado la EGB, vas a seguir estudiando o te vas a meter en la empresa de tu padre? ¿Tienes novio? Va, algún chico debe haber por ahí...“
Esa última pregunta sobre todo me la hace mi abuela. Ella ansía verme con novio. Pobriña. No me verá nunca, al menos por el momento. No hay ningún chico que me tenga robado el corazón y no creo que ninguno pueda robármelo. Tal vez ya lo tenga robado. Ni puedo escribirlo. Sé qué es el amor porque lo he leído en los libros y no hablo únicamente del amor entre un hombre y una mujer. Yo sé que hay muchos más tipos de amores que los que vemos normalmente, que los considerados normales. Sé que el amor es un sentimiento que no tiene fronteras, pero esta sociedad no deja de ponerle excusas, trabas, dificultades, obstáculos, prejuicios... Los prejuicios son lo peor, esos prejuicios que vienen de la religión; la que tanto daño hace a la gente. Mi madre es muy religiosa y me obliga a que yo también lo sea. Lo soy, pero de palabra, no de corazón, porque, mientras yo estoy oyendo una misa con la que no me siento identificada, estoy pensando en lo que voy a hacer cuando salgamos de la iglesia, en la pandeirada a la que voy a asistir al crepúsculo, o en el libro que seguiré leyendo cuando lleguemos a casa, o en el examen para el que tengo que estudiar o... o en ella, en las ganas que tengo de verla, en el deseo de volver a la aldeíña para verla. Cuando le presto atención a la misa, estoy dándole la vuelta a todo lo que dice el cura. No me creo nada de lo que dice. Dice que Dios es amor y que ama a todas sus criaturas. Mentira. Precisamente es Dios quien hace que la gente rechace a esas personas que aman de un modo distinto.
Nadie me dijo nunca que estos sentimientos estuviesen mal, pero sé que nadie los aprobaría. Nadie me dijo nunca que estuviesen bien porque sencillamente nunca se habla del tema en ninguna parte y, cuando sale por cualquier cosa, se ve el rechazo en los ojos de todos. No lo entiendo, pero tampoco voy a esforzarme por hacerle comprender a nadie lo que significa amar a una persona de tu mismo sexo. Me imagino que, con el tiempo, acabaré casándome con un hombre para tener feliz a mi madre, renunciando a mi felicidad, porque no podría soportar que mi madre me rechazase. Sé que lo haría, que, para ella, sería como si muriese. No quiero que eso pase.
Mas aún soy muy joven para pensar en esas cosiñas. Durante todos esos años que faltan para que eso llegue, pienso disfrutar de verdad de la vida, ocultándole a la gente la verdadera razón de mi contento. No obstante, sé que nada es tan sencillo, que posiblemente nada de lo que pienso sea verdad, pero tampoco puedo rendirme por eso. Esta sociedad nos enseña a tener miedo, a no afrontar las cosas por miedo a que salgan mal. Sale todo peor si no lo intentamos, pero sé que todavía es muy pronto. Quizás el año que viene...
Ahora estamos en la aldeíña. No puedo escribir con más claridad porque aún tengo miedo a que alguien pueda leer mis palabras. Tampoco sería bonito que leyesen esto ahora ya, pues he confesado más de lo que debería confesar, pero las cosas salen solas de mí sin que piense en lo que escribo. Sí tenía necesidad de escribir.
Ahora estoy en la orilliña del río, disfrutando de la tarde. Qué verano más bonito. Aún no hace ese calor que agobia tanto. Llovió algo ayer por la noche y la hierba está húmeda aún. El aire huele a vida. Estoy soliña, con el viento y con las hojas de los árboles, también con el río. Esta mañana, me he bañado en sus limpias aguas y me he sentido tan libre, tan bien... Me gusta tanto nadar que muchas veces me olvido del tiempo cuando lo hago.
Hace dos semanas que llegamos a la aldeíña. Mi padre, como de costumbre, está fuera en un viaje de negocios. Cuando llega, me trae regalos creyendo que sustituirá con cosas materiales su larga ausencia, pero lo que él no sabe es que no lo necesito, que no lo echo de menos para nada. Me he habituado a vivir sin él, a estar en casa con mi madre sólo, sin que ninguna de las dos tengamos su apoyo.
Llevamos casi quince días aquí y, aún, casi no he hablado con ella. Sólo intercambiamos algunas palabras casi sin importancia. Tengo la sensación de que ella me evita. Noto muchas cosas cuando ella me mira. A veces lo hace de reojo, creyendo que yo no me doy cuenta de que me mira, pero sí me entero de todo. Estoy segura de que ella intuye que yo sé que me mira. Tenemos un juego de miradas que me recuerda mucho a todos esos juegos de miradas que se describen en las novelas de amor. Yo soy muy soñadora, la verdad, y puede que me equivoque. Puede que ella sólo sienta curiosidad por mí porque soy la única chica pelirroja de la aldea y sé que ella no ha visto a nadie con mi color de cabello, con el mismo color de ojos que yo, que los tengo muy verdes, verdes como la hierba que brilla bajo el sol del verano. Al principio, cuando me di cuenta de que ella me miraba tanto, me pregunté por qué me observaba tan atentamente, parecía que me acechase. Pensé: “¿por qué le llamo tanto la atención si no soy la única chica que hay en la aldeíña?” En verano vienen muchos chicos, muchos nietos de abuelos que aquí viven, yo misma soy una de las nietas de las abuelas de aquí, vengo con mi madre porque mi madre nació aquí hace casi cuarenta años... pero ella no se relaciona con ningún chico más, con nadie, sólo con los vecinos de la aldeíña y conmigo cuando no le queda más remedio. No habla con ningún chico o chica de su edad. Sé que es muy tímida, pero debe haber otra razón que le impida intentar relacionarse con nosotros. Yo sí que me relaciono con los chicos que aquí vienen en verano. De hecho, somos muy amigos, hacemos muchísimas cosiñas juntos como ir de excursión a la montaña o al bosque o bañarnos en el río... pero ella nunca quiere venir con nosotros. Es cierto que es menor que nosotros. Tiene ahora cuatro años menos que yo... Nos llevamos tres años, pero su cumpleaños es en octubre, por eso ahora tiene cuatro años menos que yo, pero parece tan madura... No parece una chica, la verdad. Tiene mirada de mujer, de esas mujeres que ya cargan sobre sus hombros los pesares más profundos de la vida, pero su mirada también está llena de vida y amor. Mira con amor a los animales que cuida, a la tierra que trabaja, al hogar en el que vive, al bosque por el que se pierde caminando... Nunca vi unas miradas tan llenas de amor como las suyas. Tal vez también me mire a mí con amor porque ella lo mira con amor todo.
No quiero escribir su nombre porque me da miedo que alguien pueda descubrirme, pero también necesito escribirlo, para decirlo al menos en silencio. Agnes, Agnes es su nombre; un nombre nada gallego. Rosiña, su abuela (la que murió hace ya cuatro años al menos) dijo que era un nombre que había oído en un cortísimo viaje que había hecho con su marido a Inglaterra y que se enamoró de su sonar desde el principio. Decía que era el nombre de una mujer que conocieron y que los trató muy bien en la aldeíña en la que estuvieron durante esos días. El abuelo de Agnes era marinero. Vino a vivir a esta aldeíña de las montañas de Ourense por amor a Rosiña, abandonando a su más fuerte amor, el amor que le tenía al mar. Me parece tan bonito... Él era de Muxía, de una aldeíña remotísima a la que casi no llegaban extranjeros, que estaba vigilada por poderosas rocas que hundían los barcos en las noches de tormenta. Yo lo conocí y siempre me pareció un hombre muy bueniño. Cuando murió, Agnes tenía sólo cinco años y decían que ella predijo la muerte de su abuelo, soñó que la barca en la que navegaba se hundía en el mar y que las olas se tragaban su cuerpo, pero Anxiños, la madre de Agnes, no quiso escuchar las horribles palabras de su hija y la ignoró. Horas después, llegaron unos policías para comunicarle a Rosiña la muerte de su marido. Dijeron que no habían conseguido encontrar su cuerpo, pero, días después, el mar devolvió el cuerpo a la tierra, como si pensase que él tenía que estar enterrado en el cementerio del lugar en el que fue feliz. Y ahora están ambos enterrados juntiños en el antiguo cementerio de la aldeíña. Yo también quiero que me entierren allí, no en Ourense, que yo amo ese lugar con toda mi alma, pero aquí me siento más unida a la tierra y quiero estar aquí para siempre. Mi madre me dice que ni se me ocurra hablar de esto ahora, que todavía soy muy joven, pero creo que no sabemos cuándo puede terminar nuestra vida y tenemos que estar preparados por si llega nuestro fin. Sé que soy muy tétrica hablando de esto, pensando en estas cosas, pero la muerte está ahí presente, no podemos ignorarla.
Aquí en la aldeíña la muerte se vive con mucha pena, pero también con aceptación, y, cuando muere algún vecino de aquí, hacen rituales hermosísimos, ceremonias que me ponen la piel de gallina, que no se hacen en Ourense. Aquí son muy supersticiosos, pero me parece muy bonito que aún se celebren estas cosas tan antiguas, que tan paganas me parecen. Mi madre me dice que son muy paganas, que no son cristianas las cosas que hacen, pero mejor.
Y sé que Agnes aún no ha superado la muerte de su abuela. Se llevaba muy bien con ella. Rosiña era su mejor amiga y como con ella no habla con nadie. Nadie la entendía mejor que ella, nadie podrá entender tan bien como lo hacía su abuela, pero yo quiero demostrarle que sí la entiendo o al menos puedo intentarlo, pero no se deja conocer. Cuando intento acercarme a ella, me contesta con respuestas evasivas o con otra pregunta, muy a la gallega, como dicen que respondemos nosotros los gallegos.
Ayer, en la fiesta de mi cumpleaños, tocamos la pandereta, hicimos una pequeña foliada muy bonita. Damián, un tío de Agnes, es gaitero y fue nuestra gaita, luego Agnes también sabe percutir en la pandereta y de qué manera tan bonita... Yo voy al conservatorio y no sé tocar tan bien como ella. Están enseñándome a tocar el piano y la pandereta, pero la pandereta estoy aprendiendo a tocarla porque fue un trueque con mi madre. Le dije que aprendería a tocar el piano si ella me permitía recibir lecciones de pandereta. Desde siempre quise aprender a tocarla porque me parece un instrumento muy especial, la voz de nuestra aldeíña. Aquí siempre fue tradición que las abuelas le enseñasen a las nietas a tocarla y prácticamente todas las mujeres de la aldea saben percutir y dar vida a las canciones más antiguas de nuestra cultura.
Pues ella ayer  se acercó a mí y me dio un pequeño regalo hecho por ella misma. Era una bufanda que ella misma ha tejido. Es de color azul, como el cielo del verano, y tiene bordadiños dorados. Ella me dijo que me ha visto siempre de esos colores, que yo soy de esos colores para ella, porque ella dice que me ve como si yo fuese la personificación del verano. Eso me dejó el alma trémula y estuve a punto de ponerme a llorar, pero me dominé porque no quería que nadie me notase tan emocionada ni me preguntase nada. Ella se fue enseguida cuando me dijo eso, como si tuviese miedo a que yo pudiese preguntarle algo, se fue rápidamente y ni tan siquiera pude darle las gracias.
Luego pensé que ella me había hecho ese regalo por compromiso, pero enseguida supe que para nada era así, que me lo había hecho de todo corazón. Ella siempre me mostró lealtad, siempre me demostró que nunca se había olvidado de mí, que todos los veranos me esperaba. Cuando hablamos, me siento tan cómoda que no quiero que el tiempo pase.
Hace años que me di cuenta de que ella era especial, muy diferente a todas las personas que conozco. Cuando era una niña curiosa y demasiado madura para su edad, me decían que ella había sacado muchas cosas de su abuela, que se parecían mucho, pero yo siempre he creído que ella no se asemeja a nadie. Es única. Lo que más me asombró siempre fue su manera de tratar a los animales. Los trata con un cariño hermosísimo, con muchísima dulzura, con mucho cuidado... y les habla y sé que ellos la entienden o, al menos, pueden intuir las emociones con las que ella se dirige a ellos. Sé que tiene con los animales una relación mucho más estrecha que con las personas. Eso me parece muy mágico y bonito, la verdad.
Casi no había hablado con ella hasta que tuvo nueve años y yo tuve trece. Hace un año de esa tarde ya. Era una tarde de lluvia, de mucha lluvia, de tormenta, de rayos y truenos. Yo estaba en mi casa y ella vino con su madre. Mi madre y anxiños siempre fueron muy buenas amigas, como hermanas fueron siempre. A pesar de vivir lejos desde que mi madre se casó con mi padre, igualmente han mantenido siempre el contacto a través de las cartas. Aquí en la aldeíña hace muy poco que los vecinos tienen teléfono. Ellas se escribieron siempre, una semana tras otra. Es una amistad muy fuerte que sé que nunca nada podrá estropear. La verdad es que me dan mucha envidia. Yo tengo muchísimas amigas, pero no confío en ellas del todo. Sé que me abandonarán en cuanto puedan, excepto Silvia. Silvia es mi amiga de verdad. Nos conocemos desde siempre porque somos vecinas y hemos ido a la misma escuela e incluso a la misma clase. Ella lo sabe todo de mí, todo, incluso mis secretos más hondos, y me entiende mejor que nadie. Estos meses que paso en la aldeíña ella está en la playa. Me da envidia también porque yo amo la playa, pero iremos a finales de agosto, este año. Hace años que vamos antes de venir a la aldeíña, pero este año yo prefería venir a la aldea antes. Me da pena marcharme de aquí.
Y... creo que por hoy ya he escrito suficiente. Ya ha venido la anochecida, es muy tarde y seguramente mi madre estará desasosegada por mí. Me gusta esto de escribir. Pienso hacerlo todos los días si puedo.