Viernes,
28 de junio de 2019
Hace muchos días que no escribo y la verdad es que me apetecía mucho
hacerlo porque quiero contar muchas cosas y desahogarme de otras tantas. Quiero
hablar de muchos temas, exteriorizar muchos sentimientos y pensamientos y
reflexionar sobre algunos asuntos a los que sólo me atrevo a enfrentarme
empleando la escritura. Si me preguntasen cómo me van las cosas, sin pensar
diría que me van excelentemente, que no podría ser más feliz. Vivo en una
ciudad muy bonita y tranquila, en un piso grande, amplio y luminoso y, encima,
sin tener que pagar prácticamente nada al mes cuando muchas personas están
agobiadas con el alquiler o la hipoteca... Vivo con la persona que más amo en
el mundo, la única persona a la que amé y podré amar. Tenemos las dos una
conexión que transciende el tiempo. Nos llevamos insuperablemente bien, no
tenemos problemas importantes ni de salud, aunque ella a veces sufra crisis muy
fuertes que ponen en peligro su estabilidad anímica... pero todo nos va de
verdad bien. Las dos tenemos un trabajo que nos gusta hacer, trabajamos juntas
en una armonía que es la envidia de muchos... En general, mi vida es
maravillosa. Está llena de luz, de amor, de belleza, de magia, de
espiritualidad, de comprensión y calma... pero, si rebusco en mi interior,
encuentro emociones que no se corresponden con las que me tendrían que llenar
toda el alma yéndome las cosas tan bien, mejor que nunca. Hay varios temas que
me entristecen y me preocupan; de los cuales me da mucha vergüenza hablar
porque, cuando los convierto en palabras, me doy cuenta de que las emociones
que me inspiran tienen nombres que no me gustan nada.
Todo deriva de una sensación que, sin saber yo por qué, me atormenta
muchísimo y que no sé gestionar. Esa sensación me aprieta el alma cuando me doy
cuenta de que Agnes tiene una vida absolutamente completa. Cada vez pasa más
tiempo fuera de casa, llevando a cabo miles de cosas distintas que no puedo
compartir con ella. Los momentos que pasamos juntas son maravillosos. Cuando
estoy entre sus brazos, siento tanto amor que me pregunto cómo puedo sobrevivir
sin encontrarme tan íntimamente unida a ella. Cuando estamos juntas, todo
desaparece, se desvanecen esas emociones que me torturan y la vida brilla más
que nunca. Me pregunto si es posible que yo sienta envidia de mi propia pareja,
si es posible que tenga envidia de Agnes. Que la respuesta a esa pregunta sea
afirmativa me aterroriza muchísimo. No tiene sentido que experimente envidia
por Agnes.
Ayer le confesé a mi hermana todo lo que siento, aunque me costó mucho
hacerlo y ella tuvo que ayudarme con preguntas y afirmaciones que yo acababa
reconociendo casi sin pensar en las palabras que decía. Mi hermana me dijo que era
comprensible que llegase a sentir envidia por Agnes. Cuando vivíamos en
Barcelona, era yo la que tenía una vida más completa. Tenía muchísimas amigas
con las que me llevaba estupendamente y con las cuales ahora ya no mantengo
ninguna relación porque ninguna de ellas se ha dignado preguntarme cómo me van
las cosas aquí en Ourense. Yo me esforcé por mantener viva nuestra amistad
hablándoles casi todos los días, pero, poco a poco, me di cuenta de que no les
importaba nada de lo que me ocurriese. Notaba un desinterés enorme en sus
palabras y al final desistí, dejé de hablarles y ellas tampoco han hecho nada
por recuperar el contacto, así que, tal como me dijo Agnes un día de esta
semana, ellas no eran mis verdaderas amigas; pero, cuando vivíamos en Barcelona,
salíamos mucho, hablábamos casi todos los días, contaba con ellas para todo.
Eran amigas que antes habían sido compañeras de trabajo, eran las chicas del
templo... tenía dos grupos de amigas con los que me gustaba mucho salir. Agnes
no se sentía a gusto con ellas, pero yo no le daba importancia a eso porque
estaba convencida de que Agnes era totalmente incapaz de relacionarse
cómodamente con nadie; pero igualmente venía conmigo casi siempre, hasta que un
día me confesó que no le apetecía salir y, a partir de entonces, prácticamente nunca
venía a las quedadas (ni a los rituales). Siendo sincera, tengo que reconocer
que yo me sentía mucho más cómoda cuando ella no venía porque, cuando me
acompañaba, no dejaba de preocuparme por ella, por si estaba bien, por si se
sentía a gusto o se sentía fuera de lugar. En cambio, cuando no venía, podía
conversar y reír libremente, sin experimentar ni el menor ápice de desasosiego.
Me sentía cómoda porque sabía que ella estaba muy bien en casa, haciendo lo que
realmente le apeteciese.
Además de tener muchas amigas, en Barcelona tenía siempre algo que
hacer. El trabajo en el instituto me ocupaba la mayor parte de las horas, pero,
además, colaboraba mucho en el templo de la Diosa. Sentía que mi vida estaba
llena de bendiciones, aunque, a decir verdad, tampoco podía sentirme
completamente feliz porque Agnes nunca acababa de estar del todo bien. Aunque
pasase buenas épocas en las que desprendía felicidad y calma, yo sabía que, en
cualquier momento, su ánimo se desvanecería, trocándose en tristeza, y que
aquella alegría era mucho más frágil que los pétalos de una amapola; pero yo me
aferraba a esa vida como si me sintiese al borde de un abismo y ésta fuese la
única cornisa que podía mantenerme a salvo. Me gustaba, pese a estar llena de
dificultades.
Y, siguiendo con la teoría de mi hermana, ella me dijo que, ahora,
quien tiene una vida totalmente llena de cosas buenas es Agnes. Ella es quien
tiene amigas de verdad. Yo soy amiga de ellas porque está Agnes, no porque de
veras me quieran tener como amiga. Realmente, la única persona con la que
cuento de verdad aquí, aparte de Agnes, es mi hermana, pero, claro, mi hermana
vive a más de mil kilómetros de Ourense y, muchas veces, no me basta con hablar
con ella por teléfono. Silvia y el resto de amigas conocen más a Agnes que a mí, por lo que
tampoco puedo confiar mucho en ellas.
Además, Agnes está muy volcada en temas por los que jamás pensé que se
preocuparía. Nunca imaginé que Agnes pudiese interesarse por la política, pero
resulta que sí, que siempre tuvo llena el alma de ideales, de sueños, de
aspiraciones. Se relaciona con muchísimas personas que piensan y creen como
ella. Siempre tiene algo que hacer relacionado con el partido al que está
afiliada, que, además, es nacionalista.
Aparte de todo eso, emplea muchas de sus horas en ensayar con los
grupos de música en los que participa. Esta noche, por ejemplo, ha ido a una
foliada que celebran aquí en Ourense por las fiestas del Corpus, que llevan
toda la semana haciendo cosas. No he querido ir con ella porque prefería
quedarme con Laila y también porque estoy agotada. Yo no entiendo cómo es
posible que le quede energía para cantar, bailar, tocar y festejar después de
madrugar tanto y de trabajar tan duro. No sé de dónde saca tanta energía. Puede
que de lo feliz que se siente. No obstante, pese a ser tan feliz como es, no se
libra del todo de la “enfermedad” que supuestamente la ataca. Entrecomillo esa
palabra porque no me gusta decir que está enferma. Yo simplemente creo que
tiene una sensibilidad mucho más profunda que nadie y que las cosas que vive se
le acumulan en el alma. Pueden afectarle el triple que a la mayoría de las
personas. Cuando lleva ya mucho acumulado en el alma, es cuando sufre esas
crisis, que no son más que la explosión de toda la tristeza o nervios que lleva
sintiendo desde hace semanas. Todo lo que tiene en el alma le sale en forma de
ansiedad; una ansiedad muy fuerte que puede turbar por completo su razón. No es
una enfermedad, simplemente una extrema sensibilidad difícil de gestionar; pero
yo no creo que esté enferma, por mucho que se empeñen en pensarlo los médicos o
las personas que llegaron a conocerla bien. Su madre tampoco cree que Agnes
esté enferma. Es su manera de ser y ya está. Cada persona tiene su carácter y
hay que aceptarlo, hay que entenderlo.
Y no sé cómo acabé hablando de esto. Quería contar sobre todo que
muchas veces siento que yo soy un complemento de la vida de Agnes, algo más que
tiene y que no le dolería perder porque tiene muchísimos motivos más por los
que sentirse feliz además de que esté con ella. No deja de pensar en Lúa,
además, y, ahora que encontramos diarios de ella de cuando era niña y
adolescente, se pasa los días leyendo lo que ella escribió e incluso
digitalizando sus palabras para que no se pierdan, para mantenerla viva, aunque
sea a través de esas líneas silenciosas. Pienso que tampoco le importaría que
yo desapareciese; pero, después, cuando me abraza, me besa, me habla, me
acaricia y me hace tan feliz con sus gestos de amor, me doy cuenta de que ella
tampoco puede vivir sin mí, de que me ama de verdad. Yo no puedo vivir sin
ella. Ayer, mientras compartíamos un momento muy íntimo, me embargó una
desesperación repentina que nació de un pensamiento inoportuno que nació al
sentirme tan feliz entre sus brazos, bajo sus manos, junto a ella, junto a su
cuerpo, sintiendo sus besos y sus caricias. Pensé: “yo no puedo vivir sin
ella”. Incluso empecé a temblar levemente porque, inesperadamente, sentí en
todo mi ser la profundísima desesperación que me dominó durante todos esos días
en los que estuvimos separadas, mientras ella estuvo con Lúa siendo tan feliz.
Cuando me habla de Lúa, la sensación de que soy prescindible para ella
se intensifica imparablemente. No puedo evitar pensar que con ella compartiría
prácticamente todo lo que llena su vida. Conmigo comparte muchísimas cosas,
entre ellas ese sentimiento tan bonito que nos une; pero la mayor parte de lo
que la divierte y le hace feliz lo vive sola, sin mí, pero no porque ella no
quiera compartirlo conmigo (ya que me insiste en que vaya con ella a las
foliadas o a los ensayos), sino porque soy yo la que se aparta de ella, la que
le dice que no quiero ir, la que prefiere quedarse en casa en vez de disfrutar
con ella de esos momentos en los que se siente tan libre, tan ella misma. No
puedo estar con la verdadera Agnes en esos momentos porque ese sentimiento de
envidia me lo impide. No puedo dominarlo. Yo sé que en esos momentos tendría a
mi lado a la verdadera Agnes; la persona de la que estoy tan locamente
enamorada, y saberlo me echa para atrás, me disuade de querer acompañarla,
porque, incomprensiblemente, me cuesta aceptar que ella pueda ser tan ella
misma gracias a algo en cuya existencia yo no colaboro, es decir, que no sea yo
quien la ayude a liberar todo lo que es me atormenta, no sé por qué. Son celos.
Tengo celos de la música y de Lúa, de esa Lúa que ya no está porque, aunque Lúa
esté muerta, sigue captando la atención de Agnes, Agnes sigue pensando en ella,
recordándola, componiéndole canciones, tocando para ella, sintiendo que la
extraña profundamente en esos momentos musicales que tan feliz le hacen, sin
embargo. La tiene presente siempre, absolutamente siempre. No sé cuántas veces
ha leído ya los escritos de Lúa. Va a aprendérselos de memoria al final.
No debería sentirme celosa porque, cuando está conmigo y también
cuando no, siento que me ama, que no me dejaría por nada del mundo, que me
quiere con toda su alma... Me lo demuestra constantemente, incluso en esos
momentos en los que me pide que vaya con ella a alguna pandeirada. Cuando le
digo que no me apetece ir, los ojos se le llenan de decepción y, alguna vez, he
creído ver lágrimas en su mirada; pero ni siquiera darme cuenta de que le
duelen mis negativas me convence de que vaya con ella ignorando esos terribles
pensamientos que me hacen sentir tanta envidia y celos. Soy idiota, de verdad.
No hay otra explicación a mi comportamiento. Mi hermana me lo dice, no con esas
palabras, por supuesto, pero sí me dice que mi actitud es muy infantil y
enfermiza, que estoy haciéndome daño a mí misma, pero no puedo cambiar mi
comportamiento, no puedo controlar mis sentimientos. Y, cuando Agnes se va, yo
me dedico a ver alguna película o a leer, pero, cuando pasan unos minutos, me
invaden unos remordimientos tan fuertes que me hacen llorar profundamente. Me
pongo a llorar como una tonta porque me siento culpable y porque me arrepiento
de no haber ido con ella, porque no puedo soportar imaginármela pasándoselo tan
bien sin mí, riendo sin mí, bebiendo sin mí, porque, aunque no vuelva ebria a
casa (nunca lo ha hecho), siempre viene contenta, con una risa muy adorable y
fácil, con ganas de hablar y de explicarme lo bien que se lo ha pasado, lo a
gusto que ha estado, lo bien que los ha recibido el público o las personas que
participaban en esa foliada... pero también me confiesa que me ha echado mucho
de menos, que no era lo mismo sin mí... y por eso también lloro, porque sé que,
a pesar de sentirse inmensamente feliz, ella me extraña, me busca junto a ella
y no encontrarme le duele. La solución a esa situación tan tensa es muy
sencilla. Tendría que ir con Agnes, y punto; pero no puedo hacerlo porque esos
sentimientos punzantes me dominan y hablan por mí. Me obligan a decirle que no
me apetece ir, que me siento fuera de lugar cuando voy... cuando nada de eso es
cierto porque ellos me tienen muy en cuenta, me hacen colaborar con mi
guitarra, no me dejan de lado. Ella no se enfada conmigo, pero sé que le
entristece que no la acompañe.
Llevamos varias semanas sin ir a la aldeíña porque, todos los fines de
semana, Agnes tiene algo que hacer, siempre hay algo: ya sea una foliada o
pandeirada, una cena con los del partido (a eso sí que no voy nunca) o
cualquier otra actividad que se haga en Ourense y a la que Agnes no quiere
faltar por nada del mundo porque es que resulta que ahora se ha vuelto
imprescindible para todos, en todas partes es necesaria, en todas partes la
necesitan para algo. Es increíble lo que ha cambiado su situación. Antes, en
Barcelona, ella se creía nadie, no se sentía importante. Ahora, en cambio, nota
que es necesaria e importante en muchísimos asuntos. Eso le alimenta el alma,
y, aunque parezca extraño e incomprensible, ha aumentado su autoestima una
barbaridad. Ahora se arregla mucho, incluso para trabajar. Se maquilla, se
compra ropa muy bonita que resalta la preciosa forma de su cuerpo, viste muy
elegante siempre, se cuida mucho el pelo... Está irreconocible, con un brillo
muy bonito en los ojos, que parecen más grandes y negros que nunca por la forma
como se los pinta... Sonríe con mucha vida, habla libre y agradablemente con
los demás, con cualquier persona que se dirija a ella. Ni rastro queda de la
timidez que le impedía relacionarse con los demás. Yo me siento eclipsada a su
lado, es decir, me siento poca cosa. Se han invertido los papeles. Antes era al
revés. No digo con esto que antes me creciese por saber que Agnes se sentía tan
inferior a mi lado. Sería muy cruel que me enorgulleciese de ello... pero
tampoco me gusta esta situación y tampoco sé cómo remediarla.
Mi hermana está bien. Eso me hace estar tranquila. Últimamente me
habla mucho de dejarlo todo y venir a Galicia a vivir con Gabriel, que no ha
dejado de quererlo, lo sé, y además sé también que, aunque ella quisiese
mantenerlo lejos de su vida cuando estuvo enferma, él siempre estuvo pendiente
de ella, siempre se mostró cariñoso e interesado por su salud. Me encantaría
que mi hermana viniese aquí a Galicia. Podríamos abrir una herboristería las
dos. La idea le parece estupenda. No sé si la he convencido ya de que venga a
vivir aquí; pero, si no lo he hecho, poco me falta. Ella siente que yo también
la necesito y yo sé que ella nos necesita a todos, tanto a Agnes como a mí y
sobre todo a Gabriel. Creo que ése sí es el hombre de su vida.
Son las once de la noche y Agnes lleva más de una hora sin decirme
nada por whatsapp. No me extraña. Debe de estar totalmente sumergida en la
fiesta. Una voz me dice: “déjala que disfrute. Lleva muchos años sintiéndose
infeliz, sufriendo por estar lejos de su tierra y de su verdadera identidad.
Ahora es cuando puede ser ella misma. No sientas celos por nada porque ella te
quiere”, pero me cuesta mucho conseguir que ésa sea la única voz que susurre en
mi interior.
Yo no entiendo por qué, si la amo tanto, tengo que experimentar estos
sentimientos tan dolorosos que me hacen actuar como jamás actuaría si sólo me
dominase el corazón y la verdadera razón que debería hablarme, pero algo me
ocurre últimamente. Después de conversar largo tiempo con mi hermana sobre lo
que puede estar sucediéndome, hemos llegado a la conclusión de que el origen de
estos sentimientos tan punzantes está en todo lo que Agnes ha vivido con Lúa y
en lo que sintió por ella y aún siente, por mucho que me asegure que a mí me
ama con toda su alma y que, igualmente, estaría conmigo si ella estuviese viva.
El origen de mis celos y mi envidia está en saber que Agnes sí amó a otra mujer
y no sólo eso, sino que, además, fue su primer amor, fue la primera que la
besó, aunque fuesen besos inocentes y efímeros que posiblemente no tengan
importancia, pero no puedo dominar lo que siento cuando recuerdo que ellas
compartieron muchísimos más momentos de los que Agnes me habló. Agnes me
esconde muchas cosas que me va desvelando poco a poco, pero no sé si alguna vez
conseguiré conocer todo lo que vivió cuando era pequeña y adolescente. Yo creía
que la conocía bien. Sí la conozco, pero su vida siempre será una incógnita
para mí, su historia y su pasado, todo eso será algo inalcanzable para mí. No
sé si alguna vez conoceré todos sus recuerdos porque ella no los comparte
conmigo, como si temiese que yo pudiese destrozarlos si los compartiese
conmigo.
No quiero echar las culpas de mis celos a Lúa porque no es agradable
pensar así en alguien que no está entre nosotros, que está en otra dimensión
muy lejana a la nuestra, pero no puedo evitarlo. El otro día, le dije a Agnes
que no creía que pudiese llevarme bien con Lúa alguna vez. Pongamos el caso de
que ella estuviese viva. Estoy segura de que, aunque estuviese conmigo, no
dejaría de compartir con Lúa un sinfín de momentos que conmigo jamás podría
vivir. Se pasarían el día juntas tocando y cantando, no dejarían de salir casi
todas las noches porque siempre tendrían algo que hacer, algo relacionado con
la música o con el partido al que ella también estaba afiliada. Si es que
parecen la misma persona en muchos aspectos. Me fastidia mucho que sean tan
parecidas. Yo no podría ser amiga de Lúa porque continuamente estaría sintiendo
celos de ella, por mucho que Agnes me demostrase que me ama a mí.
Mi hermana me entiende porque ella también experimenta muchas veces
estas emociones. Incluso me confesó ayer que, alguna vez, había sentido envidia
de mí por ser tan feliz con Agnes. A veces tengo la sensación de que a mi
hermana la satisface que le cuente los problemillas que tengo con Agnes. Me
escucha con mucha atención y noto que le gusta saber que a veces no todo nos va
tan bien. A lo mejor me equivoco.
No obstante, se comporte como se comporte, es mi hermana y necesito
hablar con ella. Es la que mejor me puede entender en estos momentos. Todas las
personas que se encuentran en mi vida ahora pertenecen más al mundo de Agnes
que al mío, es decir, son más amigas y familiares suyos que míos y eso no puedo
cambiarlo.
Y creo que voy a dejar de escribir ya porque tengo mucho sueño y,
aunque Agnes no haya venido todavía, me iré a dormir. Igualmente, siempre me
despierto cuando llega. Hace ya algo de calor en Ourense. Hoy llegamos a los
treinta grados y en la aldeíña hace más calor todavía, pero mi hermana sí que
lo está pasando realmente mal porque en Cataluña hace un calor espantoso, de
infierno total, más de cuarenta grados, y encima hay un incendio horrible que
está quemando muchas hectáreas. Qué pena. Lo peor es que el calor se quedará
unos días y, encima, habrá viento, por lo que será prácticamente imposible
controlar ese incendio. A mí me duele mucho que se quemen los bosques de
allí... porque le tengo cariño a ese lugar.
Y eso es todo por hoy.