lunes, 21 de septiembre de 2020

DIARIO DE ARTEMISA: VIERNES, 18 DE SEPTIEMBRE DE 2020

Viernes, 18 de septiembre de 2020

Hace más de un mes y medio que no escribo. No lo hice porque, al principio, me faltó el ánimo, luego me faltó el tiempo y porque me volqué plenamente en encontrar trabajo, en realizar cursos de dietética y de fitoterapia para reforzar mis conocimientos y en buscar un local en el que pudiese abrir mi propia herboristería. Renuncié a ser maestra. Creo que el tiempo de dedicarme a la enseñanza ya ha pasado y llegó el que tanto esperaba; el de regresar a mí misma, el de ser alguien más bien espiritual que ignora los complejos entresijos de la vida materialista. No puedo huir de lo que es la civilización absolutamente, pues de ella nos llegamos a alimentar y también pienso que tengo mucho por dar y mucha ayuda que prestar; pero el mayor porcentaje de mi vida debe estar vinculado con la espiritualidad y con los seres de la Tierra para poder sentirme en mí misma.

No son los mejores momentos para iniciar un nuevo negocio, pero a mí me ha dado igual todo eso. La vida sigue entre contagios, miedo y muerte, pero no se ha detenido, que es lo que importa. Hay otros matices a tener en cuenta a la hora de caminar por ella, pero no nos han puesto cadenas ni nos han quitado el aliento. Tenemos que cuidarnos mucho, pero creo que eso lo tenemos que hacer siempre, ¿no?

Quiero contar que de momento mi negocio va bien. Además, con la ayuda de mi hermana y de otras personas que ya conocíamos del templo, hemos abierto un refugio de animales al que nos dedicamos también en cuerpo y alma. Allí, en la casa del refugio, viven unas cuantas personas y yo tengo pensado mudarme también cuando consiga sacarme el carné de conducir. Todavía se me resiste, pero sé que esta vez lo lograré. En Galicia me desanimé porque sentía que ninguno de los esfuerzos que allí realizaba merecía la pena, pero aquí tengo muchos motivos para luchar contra las cosas que no me gustan.

Soy otra persona, más reflexiva y silenciosa, pero soy alguien que lucha y que da mucha energía para revivir y cuidar vidas. No me estoy dedicando tan potentemente a hacer rituales como antes, pero sé que la Diosa sigue ahí. La veo en los animales que rescatamos, que cuidamos y curamos, en las personas que aman la naturaleza como yo, en las plantas de las que extraigo las medicinas que necesitamos, en el atardecer, en el principio luminoso de cada nuevo día. Estoy viviendo en un pueblo al lado de Manresa y me siento conectada a este entorno de una forma muy bonita. En este pueblo tengo el herbolario y el refugio queda a unos veinte kilómetros de aquí, por lo que puedo ir allí en bicicleta perfectamente sin importar lo que tarde en llegar.

Cuando me miro al espejo, me reencuentro con los pedacitos de la que fui, que aún siguen vibrando por dentro de mí. Ya me ha crecido bastante el pelo. Me llega por los hombros. Gracias a todos los tratamientos que hice, se me ha regenerado fuerte, aunque tengo mucho menos volumen que antes y mis rizos parecen más delicados; pero estoy contenta y satisfecha con lo que mi reflejo me devuelve. Ya no estoy tan demacrada y tengo brillo en la mirada. Aún me cuesta sentirme del todo feliz porque vivo muchos momentos de tristeza y nostalgia; pero, gracias a la terapia psicológica a la que asisto, estoy aprendiendo a convivir con esos desánimos; los que están provocados, en la mayoría de las veces, por el recuerdo de Agnes. Tengo que aceptar que no puedo olvidarla. No puedo olvidarla. No estoy obsesionada con ella ni tampoco la he subido a un pedestal del que jamás la bajaré. Simplemente estoy enamorada de ella y la amo más que a mí misma. No puedo luchar contra ese amor que me destroza. Bastante me costó digerir que me había enamorado tan locamente de Agnes. A veces pienso que habría sido mucho mejor rechazarla cuando volví de la isla. No sé qué habría ocurrido si lo hubiese hecho. Agnes estaba muy decaída y enferma cuando regresé y la encontré en el hospital otra vez. Tal vez ella se hubiese conformado con vivir allí eternamente. No habría vuelto a Galicia ni estaría con Lúa en estos momentos. Es probable que, sin mí, se hubiesen deshecho para siempre todos sus sueños; pero ¿dónde queda mi alma ahora después de todo ese esfuerzo? Por eso quiero reconstruir mi vida, porque quiero ser la protagonista de una nueva novela que luego, al pasar el tiempo, pueda escribir, porque quiero ser yo y sentir que me enorgullezco de lo que hago, de lo que soy, de lo que pienso y siento.

Esta semana he estado muy preocupada por Agnes. No es ningún misterio para nadie que lo estuviese. La he llamado varias veces por la mañana, por la tarde e incluso por la noche, pero no consigo localizarla. Ella me pregunta por whatsapp si la he llamado cuando ya no puedo hablar con ella. Le pregunto si está bien, me dice que sí; pero yo sé que me miente. Hace casi una semana que empezó otra invasión de incendios en su tierra. Conozco a Agnes como si hubiese salido su alma de mis entrañas y no dudo en absoluto de que lo ha pasado muy mal, que no está bien, que es posible que le haya dado alguna crisis. No saber de ella me tiene atrozmente desasosegada y triste. No puedo evitarlo porque Agnes me importa mucho. No hablo con ella desde principios de agosto. La echo muchísimo de menos y me gustaría esforzarme por ser su amiga, pero sabemos muy bien las dos que eso no es posible. También he perdido el contacto con Uxía, pero con ella sí pude hablar esta semana. La llamé el miércoles por la mañana, pero no me atreví a insistirle en que me dijese cómo está Agnes porque sabía que, si le preguntaba más concretamente por ella, se iba a sentir mal, adivinaría que la había llamado para saber de Agnes. Lo único que me dijo era que estaba muy afectada por los incendios, pero nada más. Me confesó que apenas iba a la cafetería y que estaba muy deprimida. Me supo muy mal conocer el estado en el que se encuentra Uxía, pero tampoco sé cómo animarla porque soy consciente de que yo soy la culpable de parte de su desaliento. Que la rechazase la hirió profundamente, sobre todo porque no cumplí todas esas promesas que le hice cuando tanta ilusión teníamos por vernos y estar juntas.

Pero esta tarde salí de dudas porque me atreví a llamar a Lúa. Lúa sí me cogió el teléfono y estuvo hablando conmigo durante casi una hora. Resulta increíble e impactante que pueda conversar con Lúa con tanta serenidad, que incluso pueda reconocer que me guste hablar con ella y que me calme hacerlo. Lúa me parece una mujer muy franca, sincera y cuidadosa.

Me contó que Agnes está metida en una asociación que se llama Amigos da terra y que se vuelca mucho en todo este tema de los incendios, que, a través de sus ideas políticas, también lucha mucho contra las injusticias que se cometen, contra las leyes incompletas. A través de esas acciones, puede calmar y desahogar la impotencia que esta situación le provoca. No obstante, Lúa también me confesó que había sido una semana horrible para las dos, que Agnes pasaba noches sin dormir rogando que todo parase y lo más importante: que el fuego no llegase a su aldea.

Lúa me explicó que había sido muy difícil calmar a Agnes sobre todo los primeros días de esta semana, que incluso creyó que la tendría que llevar al hospital a causa de los altísimos niveles de ansiedad que sufría y que tuvo muchísimo miedo por ella. No la encontraba en la mirada perdida y aterrada de esa mujer que no dejaba de temblar ni de llorar. El martes, Silvia la llamó por teléfono desde la cafetería y le pidió que fuese a buscar a Agnes y la llevase a su aldea, que no podía trabajar en el estado en el que se hallaba, que estaba distraída y demasiado sensible. No hacía bien ninguna comanda y se olvidaba de las cosas que le pedían, las traía mal y no era capaz de centrarse. Lúa fue a buscarla y se marcharon juntas a la aldea. Lúa me dijo, cito textualmente: “si el fuego llegaba a la aldea de Agnes, ya podía despedirme de ella”. Esa desgracia estuvo a punto de ocurrir. Imagino lo que Agnes sentiría en esos momentos y me dan escalofríos intensísimos por todo el cuerpo. No puedo evitar estremecerme al figurarme la desolación y la impotencia que le llenarían el alma. No es que me compadezca de ella. Es que lamento mucho que haya sufrido tanto cuando tan feliz estaba. Parece ser que lo peor ha pasado y la lluvia está ayudando a controlar esos horribles incendios, pero lo que se ha quemado ya es irrecuperable, al menos durante un tiempo incontable, y es espantoso que haya gente que esté tan desconectada de sí misma y del mundo, gente así tan cruel, que incendie bosques, montes, matando a tantos animales... No puedo entender que hagan algo así y que luego puedan seguir viviendo tan tranquilamente. Esa gente se merece lo peor.

Cuando consiga hablar con Agnes, volveré a escribir aquí porque me interesa mucho reflexionar sobre mis sentimientos y convertirlos en palabras. Mi hermana dice que entiende que no pueda olvidar a Agnes, que la tenga clavada en lo más profundo del alma, pero me ayuda mucho a convivir con este amor que puede hacerme tanto daño, que realmente me ha hecho muchísimo daño; pero me he mentalizado de que con ella no puedo estar ni estaré jamás. No obstante, eso no me exime de amarla. La amo y estoy profundamente enamorada de ella. Eso, por el momento, no tengo manera de cambiarlo. Sin embargo, eso tampoco me impide fijarme en otras mujeres y tengo que reconocer que he llegado a vivir algún momento pasional con alguna, como me pasó con Uxía y con una chica que conocí en el refugio en el que tanto trabajamos. Puedo reconocer que me gusta mucho y que me encanta que compartamos esos momentos tan íntimos, pero el corazón va por otro lado.

De ella quiero hablar también porque me está ayudando mucho sentir algo especial por ella. Es una mujer increíble. Es bióloga como yo y es profesora también. Es guapísima y tiene unos ojos preciosos, un carácter afable y muy bondadoso y muchísima energía. Me trata como hace muchísimo tiempo que nadie me trata, con respeto, amor, comprensión, cariño, dulzura... Me siento volar a su lado y olvido el paso del tiempo cuando hablamos, cuando estamos juntas. Tiene una melena rubia, ondulada y larguísima que brilla muchísimo, unos ojos azules como el cielo y una sonrisa que reluce como el sol. Me gusta mucho cómo es y tiene una paciencia inagotable. Con los animales es maravillosa, como también lo es Agnes, y es que, casualmente, encuentro algunas similitudes entre ellas dos; aunque Agnes es más misteriosa, más callada y hermética. En cambio, ella enseguida se muestra a los demás, se abre con quien la escucha, es sincera y transparente.

La primera vez que estuvimos juntas fue una noche de sábado. Habíamos tenido un día muy duro en el refugio y estábamos sentadas en el enorme jardín que rodea la casa. Hacía días, yo notaba que ella me miraba con un interés muy cálido que nos encendía las mejillas a las dos, también nos buscábamos y aprovechábamos cualquier despiste de los demás para alejarnos de todos y estar solas. Me tomaba de la mano siempre que podía, me acariciaba el pelo, halagaba algún detalle de mi aspecto físico o de mi actitud... Me di cuenta enseguida de lo que estaba ocurriendo entre las dos y eso me sorprendió tanto que no podía creerlo.

Aquella noche, bajo las estrellas, recibiendo el frescor de las montañas, estando las dos tumbadas en la hierba, me confesó sin preliminares, sin preguntarme nada antes, como si yo no estuviese allí: “eres la mujer de mis sueños. Siempre soñé con estar con alguien como tú. Tienes todo lo que yo esperaba encontrar en la persona que amase. Sé que tú amas a otra, pero eso no me desanima. Me gustas mucho y tendré paciencia, pero también entenderé que no sientas nada por mí”.

Al oír todo eso, me senté en la hierba y la miré intrigada, sorprendida y conmovida. Uxía se me había declarado también, pero no de esa manera tan bonita y sincera. No pude evitar sonreírle mientras le confesaba, como si mi voz no fuese mía, sin poder retenerme, que todavía amaba a Agnes, pero eso no me impedía sentir atracción por otras mujeres y que ella también me gustaba mucho, que no sabía lo que podía pasar en el futuro, pero en el presente me sentía muy a gusto con ella y que me encantaría que nos conociésemos más profundamente.

Entonces ella se sentó en la hierba, junto a mí, y me preguntó con sus ojos claros y brillantes si eso quería decir más de lo que yo había querido declarar. Realmente, en ese momento no me importó nada, sólo quise disfrutar de la vida, del amor, del cariño, y me acerqué a ella para abrazarla y besarla sin decir nada, únicamente dejándome llevar por lo que sentíamos. Me apetecía mucho entregarme a ella, me gustaba muchísimo su cuerpo, para mí era perfecta, sobre todo en esos momentos, bajo el cielo estrellado, sin nadie que nos viese, con el sonido de los grillos y el silencio rodeándonos... Hace ya un mes de esa noche y no me arrepiento de haberla vivido, ni ésa ni todas las que vinieron después. Congeniamos muchísimo en esos momentos y, realmente, en todos los demás. No somos pareja ni amigas, somos algo más, pero sin llegar a haber ningún compromiso entre las dos. Quizá nos guste el amor libre, las relaciones abiertas... No lo sé. Lo único que sé es que por el momento no quiero tener pareja, ella entiende que no pueda tenerla, pero ninguna de las dos quiere que esto se termine. No queremos dejar de compartir esos momentos tan bonitos y pasionales que tanto me enloquecen.

Y creo que eso es todo lo que puedo contar por hoy. Tampoco me reprimo a la hora de subir fotos con ella en el Instagram. Me gustaría que Agnes pensase que estoy saliendo con ella, que me he enamorado de nuevo, para convencerla de que podemos ser amigas. La echo mucho de menos, pero también entiendo que relacionarnos ahora no es precisamente lo más adecuado. Quizá tenga que pasar más tiempo. Esperaré si eso nos ayudará.