lunes, 21 de enero de 2019

DIARIO DE ARTEMISA: LUNES, 21 DE ENERO DE 2019


Lunes, 21 de enero de 2019

Estamos viviendo momentos muy tristes, por eso necesito escribir. Necesito convertir en palabras lo que siento y lo que estoy viviendo. Ayer murió Iria, la madre de Lúa. Me da muchísima pena que se haya ido. Escribí el sábado explicando que la aldea estaba llena de silencio y que parecía que todos los que allí viven y también Agnes supiesen algo que nadie se atrevía a comentar en voz alta. Sé que todos sabían que Iria estaba a punto de morir, pero la que más segura estaba de que Iria se hallaba tan cerca de la muerte era Agnes. El sábado por la noche, cuando le pregunté si creía que Iria se recuperaría, ella me dijo que no, que sentía que no, que tenía una presión en el pecho de la que no había podido deshacerse en todo el día y que esa presión solamente la experimentaba cuando estaba a punto de ocurrir algo muy triste. Las intuiciones de Agnes nunca son falsas. Siempre se corresponden con la próxima realidad que vamos a vivir. Me contó hace unas semanas que también había intuido que a Lúa iba a sucederle algo terrible, pero también me reconoció que hizo todo lo posible por acallar esa intuición tan horrible que su cuerpo, en cambio, no era capaz de ignorar.

La muerte de Iria está envuelta en más hechos tristes que me cuesta mucho creer. Murió ayer por la tarde rodeada de las personas que más la querían y a las que ella más quería. Lúa no estaba, pero, tal como me dijo Agnes, sabíamos todos que Iria sentía consigo a su hija, aunque no se hallase físicamente junto a todos nosotros. Antes de morir, pidió hablar con Agnes a solas y sobre esa conversación Agnes apenas ha explicado nada. A mí sólo me confesó que fue una conversación que la había afectado mucho. Me contó que Iria estaba muy triste y se sentía muy arrepentida por no haber actuado con su hija tal como tendría que haberlo hecho. Justo antes de morir, Iria se sentía inmensamente culpable por no haberse dado cuenta de lo que su hija necesitaba y sentía realmente. Agnes intentó pedirle que no se sintiese culpable por nada porque Lúa nunca le había guardado rencor, pero no pudo hablar porque las confesiones de Iria habían hecho nacer en ella unas poderosas e indestructibles ganas de llorar contra las que Agnes apenas podía luchar.

Cuando Iria murió, noté que se instalaba entre todos nosotros una atmósfera muy extraña que a todos nos oprimía el pecho y que a Agnes estaba arrebatándole la respiración. La saqué de esa habitación en la que estaba acumulándose tanta tristeza antes de que le diese más ansiedad. Enseguida me di cuenta de que le costaba respirar y que se encontraba cada vez peor. Cuando salimos a la calle, Agnes arrancó a llorar silenciosa y profundamente mientras me apretaba las manos. Estaba temblando de desolación y yo no sabía qué decirle. Sólo fui capaz de acompañarla hacia un banco en el que nos sentamos las dos y abrazarla cariñosamente para que no se sintiese sola. A veces pienso que la vida está poniendo a prueba a Agnes. Ella lleva mucho tiempo intentando convencerse de que se ha curado y parece que la vida quiera poner ante ella hechos muy dolorosos para que todos (y sobre todo ella) comprobemos si se ha curado de verdad. No puedo negar que tengo miedo por Agnes. Este fin de semana ha estado muy triste y, desde ayer, está distraída, no se centra y en el trabajo se despistaba a la mínima ocasión. Además, en el trabajo hoy le han ocurrido cosas muy inquietantes que también contaré.

Esta tarde hemos ido a la aldea. Hemos vivido unos momentos muy tristes, silenciosos y también sublimes en los que me costaba mucho saber lo que estaba sintiendo. A veces, tenía la sensación de que no me encontraba en la misma realidad en la que llevo viviendo desde hace tantos años. Parecía como si el paso del tiempo se hubiese invertido, como si nos hallásemos de nuevo en unos años antiguos llenos de supersticiones mágicas e inquietantes. He sido testigo de una ceremonia muy bonita y a la vez solemne que todos han celebrado junto a Iria, para Iria. Agnes me ha preguntado si quería quedarme con ellos o prefería salir para dar un paseo y yo le he respondido que quería permanecer junto a ellos, pese a no tener ni idea de lo que iba a ocurrir.

Ha sido algo muy bonito que me costará explicar. Había muchas velas cuya luz trémula se reflejaba en los ojos brillantes y llorosos de todos los que estaban allí en la casa de Iria celebrando ese ritual tan extraño del que Agnes apenas me ha contado nada. Solamente me ha dicho que se celebra únicamente en su aldea, que en ningún sitio más de Galicia se celebra ni se tiene constancia de su procedencia. Nadie sabe cuán antiguo es, cuándo fue la primera vez que se celebró y cómo se acabó convirtiendo en lo que ahora es. Me ha explicado que la Iglesia intentó cristianizarlo sin éxito (como la mayoría de las fiestas que se celebran en la aldea de Agnes). Nadie se explica cómo es posible que ese ritual haya sobrevivido al paso del tiempo.

Soy incapaz de transcribir los versos que todos decían mientras deslizaban sobre el cuerpo de Iria (pero sin llegar a tocarla) una hoja de laurel rociada (según me ha contado Agnes) con esencia de romero. Recuerdo que decían sobre todo: “que voe a túa ialma, que voe a túa ialma”, para pedir que el alma de Iria volase hacia donde tuviese que ir y no se quedase entre ellos. Después han cantado una canción muy antigua y bonita sin casi alzar la voz, con la que despedían a Iria. Yo me he quedado casi hipnotizada oyendo esos cantos, sintiendo que el alma me temblaba por dentro de mí, incapaz de moverme ni de gesticular. Luego, la hermana de Iria y Anxiños se han quedado rezando por ella durante un largo rato mientras Agnes y yo salíamos de allí y paseábamos distraídamente por la aldea. Yo no sabía qué decir, pero también era consciente de que no era necesario decir nada. Agnes podía leerme la mente y saber que lo que acabábamos de vivir me había parecido precioso. Hacía una tarde muy serena, hacía mucho frío y estaba nublado, pero la luna brilla hoy con tanta fuerza que intenta traspasar con sus rayos esa espesura que cubre el cielo.

Me siento triste, no puedo negarlo, pero hay algo que me afecta más que la muerte de Iria. Lo que realmente me afecta es conocer de qué ha muerto esa pobre mujer que tenía un corazón de oro, como su hija. Nadie sabía qué le ocurría a Iria porque ella mantuvo en absoluto secreto la enfermedad que tenía, contra la que decidió no luchar. Después de morir su hija, le detectaron un tumor cerebral que ha sido la real causa de su muerte. No quiso luchar. Estaba en todo su derecho de no querer hacerlo, es evidente, pero me sorprende muchísimo que una persona pueda vivir aguardando la muerte. Sé que cada persona vive las cosas a su manera, pero me parece muy triste que Iria decidiese no luchar. Le pidió al médico que siempre la atendió que, cuando muriese, desvelase por qué había muerto. Él nos contó entonces que Iria sabía que le costaría mucho curarse de ese cáncer tan nocivo que estaba desvaneciendo su vida a una velocidad escalofriante. Quizás fuese mucho peor luchar que dejarse vencer, pero no puedo entender cómo alguien puede vivir sabiendo que se halla cada vez más cerca de la muerte.

Siento que, además de estos hechos tan tristes, hay algo que nos presiona también el alma y no sabemos describir. Agnes todavía no puede recuperarse de lo que le ha ocurrido esta mañana. Me lo ha contado cuando estábamos comiendo juntas en la cafetería, casi sin atreverse a mirarme, con una voz queda y trémula. Me lo ha contado aguantándose las ganas de llorar e intentando que no me diese cuenta de lo asustada que estaba. Voy a intentar escribirlo de la forma más parecida a como ella me lo explicó esta mañana (aunque en mi mente lo que me contó suena en gallego, aquí lo traduciré). Antes de escribirlo, contaré que hay una parte de la cocina de la cafetería donde hay cajas llenas de bebidas encima de unas estanterías de hierro y madera. Pues Agnes me ha explicado lo siguiente:

“Eran las seis y media de la mañana y estaba a punto de venir el repartidor que viene los lunes. Yo estaba recolocando unas cajas para hacer hueco para las que iba a traer cuando de repente siento que algo me agarra de la cintura y me impulsa hacia atrás. Pensé que había perdido el equilibrio o que me había mareado. No podía entender lo que me había ocurrido, pero de verdad sentía que algo me detenía y me impedía moverme. Entonces, de repente, veo que se quiebra una balda de la estantería en la que ponemos las cajas y una caja llena de latas de Coca-Cola cae al suelo desde lo alto. Por unas milésimas de segundo, no te estoy contando esto, no estoy viva.”

Luego Agnes me ha explicado que lo que le había ocurrido le había impactado tanto que no pudo evitar que se le revolviese el estómago y ha vomitado mucho, mareándose y todo de la impresión. Le he preguntado si creía que alguien la había salvado y me ha contestado que sí en silencio, moviendo de modo casi imperceptible la cabeza, sin atreverse a decir nada. Yo también pienso que alguien la ha salvado. Todavía no he reflexionado sobre eso con toda profundidad porque me da miedo analizar ese hecho. Indudablemente, Agnes no estaría aquí entre nosotros si ese algo o ese alguien no la hubiese agarrado de la cintura y la hubiese apartado de la trayectoria de esa caja que caía con tanta fuerza al suelo. Agnes me ha pedido que no se lo cuente a nadie, que ni siquiera le hable del tema; pero yo necesito escribirlo porque en estos momentos hay muchas cosas que me pregunto. Me pregunto quién se encargó de salvar a Agnes, porque es innegable que alguien le ha salvado la vida. Ella me ha dicho que, durante toda la mañana, sentía que algo se movía a su alrededor, que notaba que había una corriente muy sutil que intentaba llamar su atención. Cuando estábamos en la aldea paseando, de pronto se detenía delicadamente y fijaba los ojos en la lejanía, en algún punto en concreto de las calles o en la espesura del bosque. Ha habido un momento en el que me ha dicho que nunca estamos solas, que siempre alguien nos cuida, pero no sé en quién estaba pensando cuando me decía eso. Yo no sé si esto que estamos viviendo va a hacerle más daño a Agnes, pero tengo miedo de verdad por ella porque está muy extraña, está en esta realidad, pero no está completamente aquí. Me contesta cuando le hablo, pero me responde muy escuetamente, casi no me dice nada, sólo lo esencial. Sobre todo me habla a través de sus ojos y sus ojos me dicen que se siente completamente triste, tan triste que ni hablar puede.

Yo también he llorado mucho por Iria porque le había tomado mucho cariño, había empezado a quererla mucho y porque realmente siempre me sentí muy respetada y querida por ella. Nunca me ha dedicado una palabra agria ni una mirada hiriente. Siempre ha sido muy amable conmigo e incluso sé que ella ha hablado muy bien de mí. Qué tristeza, de verdad, qué pena que se haya ido una mujer tan buena.

Anxiños está muy triste. No sé qué decirle, sólo sé estar con ella tomándola de la mano y también la he abrazado mucho esta tarde mientras ella se deshacía en llanto. En esos momentos en los que Anxiños estaba tan triste, me recordaba más que nunca a Agnes. En realidad, se parecen muchísimo tanto en la forma de ser como en el físico. Sé que Anxiños tiene también ese sexto sentido que a Agnes le hace notar y saber tantas cosas y que este sexto sentido también lo tenía su avoíña. Agnes me ha dicho muchas veces que su avoíña me habría gustado mucho, que su avoíña me habría querido mucho. Yo también lo pienso.

Ojalá pasen rápido estos días tan tristes. Aún nos queda enterrar a Iria. La enterraremos mañana por la mañana. Estaremos tres horas fuera del trabajo, pero Silvia nos ha dicho que no nos preocupemos por nada, que ella entiende perfectamente que queramos ir al entierro y ella también va a venir. La cafetería va a permanecer cerrada durante esas horas. Silvia ha dicho que va al entierro sobre todo por Lúa y porque Iria siempre se había portado muy bien con ella, pero que no le apetecía nada vivir otro momento tan triste cuando todavía no ha conseguido superar la muerte de su mejor amiga. Lúa y Silvia se conocían desde que eran niñas, también, fueron a la misma escuela y a la misma universidad. Nunca se han separado. Por lo que estoy viendo, aquí los lazos de amistad duran para toda la vida.

Quiero que esto pase sobre todo por Agnes, porque me preocupa mucho que esté tan triste. Es verdad que aquí ella se siente distinta, que estar en Ourense le facilita no hundirse tan rápidamente, pero tampoco estoy segura de que estar aquí la proteja definitivamente de esa enfermedad tan terrible que la ha atacado durante años.

Todavía no le he explicado nada de esto a mi hermana, quien parece muy contenta con Gabriel, pero tampoco quiere contarme mucho.

Y creo que eso es todo por hoy. Tengo que hacer la cena, aunque me parece que ninguna de las dos será capaz de comer mucho. La tristeza ya nos llena demasiado. Sé que esto pasará, que dentro de unos días habrá vuelto la normalidad. Ansío volver a ver a Agnes tan contenta, tan feliz y llena de vida. Hoy no es ella. Le falta algo. No es ella. Continuamente pide con sus ojos llenos de tristeza que la proteja entre mis brazos.

Y eso es precisamente lo que más siento que tengo que hacer, protegerla, intentar darle energía para que pueda ir superando este trance poco a poco. Sé que le duele la muerte de Iria sobre todo porque Lúa murió hace tres meses; pero también sé que, a pesar de que tenga miedo por su salud, Agnes es fuerte, que podrá con esto y con mucho más. Yo siempre estaré a su lado para darle todo lo que necesite sin que tenga que pedírmelo.

domingo, 20 de enero de 2019

DIARIO DE AGNES: DOMINGO, 20 DE XANEIRO DE 2019


Domingo, 20 de xaneiro de 2019

Xa non estarás soa, Luíña, nese mundo no que moras dende hai uns meses. Agora, túa nai estará contigo, acompañándote nesa vida que xa non é vida; pero non quero chamar “morte” a ese lugar e a ese tempo nos que agora te atopas, nos que terás que vivir para sempre. Agora estará xunta ti unha das persoas que máis te quixo nunca. Seica ninguén te quixo nin te poderá querer coma ela, malia querérmoste moitas persoas con toda a nosa ialma. Eu xamais te poderei esquecer porque vives no meu corazón, vives en moitísimas cancións que para sempre serán o teu fogar, vives no son do vento e na voz da auga. Vives en tantas partes que me parece que, ao marchares, deixaches unha pegada profundísima na natureza que nunca ren poderá borrar. Aínda me custa moito dixerir o que ocorreu hoxe pola tarde. Sigo pensando que a todos nos sorprendeu moito, pero tamén é certo que levabamos toda a fin de semana sabendo que ía ocorrer. Ninguén o podía dicir. Talvez non fose preciso dicir ren. O noso ollar xa expresaba mellor cás verbas o que sentiamos e pensabamos. Non sei se ti te poderás alegrar de que ela agora estea contigo. Tampouco sei se de verdade túa nai e máis ti vos atopades no mesmo lugar. Quixer pensar que si, que estades na mesma dimensión. Todos queremos crer iso. Sería moi fermoso que fose precisamente a túa ialma a que hoxe veu buscar da túa nai, quen morreu rodeada por todas as persoas que quixo sempre, agás ti, pero eu sei que ela te levaba no corazón e todos sabiamos que te sentía con ela, malia non estares fisicamente connosco, pero estabas no ar, no silencio que cubría ese momento tan triste.

Eu non puiden falar durante máis dunha hora. Non podía deixar de mirar á túa nai e, asemade, non podía fixar os meus ollos nela. Túa nai faloume con moitísimo agarimo antes de marchar para sempre. Quixo estar comigo a soas, quixo que nos deixasen soas. Díxome que, se ela soubese no seu momento que ti foras a Barcelona para me buscares, te tería axudado moitísimo, que non tería permitido que casases con ese home que sempre te tratou coma se non foses máis cunha escrava, que te tratou tan mal. Confesoume que nese momento se arrepentía máis que nunca do mal que se comportou contigo sen sabelo, só porque pensaba que todo o que che ocorría era o mellor que che podía ocorrer. Díxome que se levaba sentindo como unha parva dende había moitos anos e que nunca che puido pedir perdón coma de verdade o merecías, por moitas veces que se desculpase ante ti. Eu precisaba dicirlle que non pagaba a pena que sentise ese rancor inxusto por ela mesma, que ti nunca lle gardaras rancor, que a querías con loucura e que nunca me dixeras ren sobre que te sentises decepcionada coa túa nai, ao contrario, sempre me falaras moi ben dela; pero non podía falar. As confesións da túa nai estaban a me esnaquizar a ialma. Sentía moitas ganas de chorar.

Lúa, túa nai queríache pedir perdón malia non estares xa alí. Agardo que agora o poida facer como sempre desexou, aínda que eu sei que xa non paga a pena que che pida perdón porque nunca lle gardaches rancor por ren. Ti es coma min, a túa ialma non pode aloxar eses sentimentos tan dolorosos que nos esnaquizan o corazón porque sabemos que non son bos, que non nos farán felices... pero esta tristura tan forte tampouco nos pode facer felices e túa nai falaba con moita tristura. Díxome que todos os escritos que naceron de ti están nunha caixiña que deixara preparada para min, pediume que os conservase sempre, que algunha vez fixese algo con eles, botalos fóra do teu mundo, exteriorizalos dalgún xeito. Díxome: “ti, que escribes tan ben, poderías facer algo coas súas lembranzas”, pero cústame moito lelas, Lúa.

Non sei que teño que facer. Estamos xa en Ourense porque voltamos á casa despois de estarmos no hospital. Mañá tería que ser un día completamente normal, pero non o será. Silvia xa sabe que Iria morreu. Morreu tan de súpeto e á vez tan agardada era a súa morte que todos ficamos sen saber que dicir cando Mar, a irmá de Iria, nos chamou para nos comunicar que a súa irmá estaba morrendo. Estabamos na aldeíña, acababamos de xantar e quedaba pouquiño para voltar a Ourense. Miña nai non puido dicir nada. Tiven que falar eu por teléfono tentando que a miña voz soase clara, pero tiña un nó na gorxa que afogaba as palabras que pretendía dicir. Mais non cumpría dicir ren.

Artemisa dixo onte unha cousa que me estarreceu no seu momento e que me fixo preguntarlle se de verdade cría o que estaba dicindo; pero arestora penso que seica non fose tan mala idea. Confesoume que chegara a pensar que eras ti, Lúa, quen se quería levar a ialma da túa nai para non estar máis soa. Cecais, sempre te sentises moi soíña nese mundo. Eu pregunteille a Artemisa se de verdade cría o que estaba dicindo porque me parecía imposíbel pensar que ti lle quixeses tirar a vida á túa nai. Amais, Artemisa díxome que escollías a ialma da túa nai porque a min aínda me resta moito por vivir e, en troques, a túa nai xa vivira moitísimo. Aínda que me pareza unha idea arrepiante, ten tamén algo de beleza. Mais tamén sei que non paga a pena tentar atopar as respostas a todo o que está a ocorrer neste tempo no que parece que a tristura sinta envexa da felicidade que enchía a nosa vida toda.

Ía todo tan ben... tan felices eramos todos na aldeíña... Si é certo que Iria sempre botou moito en falla á súa filla, pero podía seguir gozando da vida, das pequenas cousas nas que sempre paraba mentes. Agora xa non está. Hai unha ialma menos na aldeíña, alguén que xa non estará nas festas nin nas ceas, alguén a quen nunca máis lle poderemos dar apertas nin bicos. Agora hai un baleiro máis vivindo nesa aldeíña que tan protexidos sempre nos fixo sentir a todos.

Non podo negar que me sinto moi tristeiriña, moitísimo. Non podo chorar máis. Esta tarde chorei xa moitísimo. Non só chorei porque Iria marchase da vida, senón porque hai algo que me aperta o peito, que me fai sentir moi triste, tanto que case non podo mirar a ningures. Levamos toda esta fin de semana sentindo que o ar está feito de tristura, que a choiva que o ceo chorou onte enchía de tristura os campos. Xa nevou, á fin, aínda que o ten que facer moito máis, pero a neve tamén inflúe nesta tristura. Paréceme que o vento que zoa trae o recendo da neve xélida que coroa os cumes das montañas de Ourense. A noite parece moito máis escura e fría, pero hai algo neste ambiente que me fai sentir acollida, que me di que a miña tristura é lóxica e ten sentido, que me pide que non teña medo a chorar, que non me asuste por sentirme tan deprimida, que me fai comprender que sentirme así é natural. Morreu outra persoa á que quería e é lóxico que a queira chorar.

Mais esta tarde non choraba só porque me afectase a morte de Iria. Choraba pola miña nai. A miña nai e máis Iria sempre foron moi amigas, as mellores amigas do mundo. Medraron xuntas, coñecíanse dende que eran cativiñas, descubriron xuntas a vida, a unha foi testemuña do que lle acontecía á outra, sempre se apoiaron e axudaron, malia viviren cada unha nun lugar. Iria mudouse a Ourense cando casou, pero sempre ía ver á miña nai, quen sempre atopou en Iria un refuxio, uns brazos nos que chorar cando se sentía tristeiriña e unhas mans ás que collerse cando quería danzar por estar feliz. Iria e maila miña nai foron sempre como irmás. Por iso tamén choraba hoxe, porque a miña nai sente moitísimo a morte de Iria, porque a miña nai agora sente que morreu unha parte de si mesma.

Non entendo por que temos que vivir estas cousiñas tan tristes cando estabamos tan ben. O único que me consola é pensar que agora Iria está con Lúa, que Lúa xa non está tan soíña nese mundo escuro no que a morte a obriga a vivir; pero non podo evitar sentirme moi tristeiriña, ter ganas de chorar e de estar soa. Non sei que dicir cando estou con máis persoas, malia que eiquí na aldeíña non fai falla falar. Podémonos comunicar a través das miradas, a través do silencio que mantemos; pero eu non quero que ninguén se dea de conta de cando comezo a chorar e de cando son quen de deter as miñas bágoas. Cando me sinto tan tristeiriña, o único que quero é estar soa. Seica precise tanto a soidade cando estou tan morriñenta porque, ao longo da miña vida, me tiven que enfrontar eu soa aos momentos máis duros. Estiven soa moitísimos anos namentres o meu corazón todo estaba cheo da tristura máis dolorosa, namentres a miña ialma estaba feita anacos; pero tampouco quero deixar soa a Artemisa porque está perdidiña nestes momentos nos que todos estamos tan tristeiros que case nin sabemos como temos que mirar aos outros.

Esta tarde estivemos moito tempo no hospital. Os médicos non quixeron que Iria morrese na súa casa por moito que o pediu. Morreu acompañada por todos nós nunha estancia de paredes brancas, vixiada por enfermeiros que estaban pendentes do ritmo do seu corazón. Eu pensaba que non morrería, que a súa vida podería durar máis, pero estaba moi trabucada. Eu sabía dende onte que Iria morrería deica pouco, que cada vez tiña menos vida no seu ser, e niso non me equivocaba. Cando morreu, miña nai díxome que Artemisa e máis eu voltásemos á nosa casa, que xa había abondo, que tiñamos que descansar, pero eu non me sentía quen de deixar soa á miña nai. Non a quería deixar soa e quería voltar á aldeíña con ela, pero ela convenceume de que o mellor que podía facer era voltar á casa e estar tranquiliña, chorar con Artemisa protexidas ambas as dúas polo silencio e a soidade da nosa casa, non na aldeíña, que non permitise que Artemisa vivise eses momentos tan tensos, que non o merecía, que xa había abondo con toda a tristura que tiveramos que aturar durante esta fin de semana toda. Miña nai tiña razón, pero tamén me doe moitísimo deixala soa, aínda que sei tamén que non está soa, que están alí todos os veciños da aldea. Agora todos estarán tan tristeiriños... pero de momento non van levar a Iria á aldeíña. Levarana mañá para que poidamos facer o dolo, para que os demais veciños lle poidan dar o derradeiro adeus. Enterrarana o martes pola mañá e Silvia xa me dixo que podo ir sen problemas, que ela tamén irá. Mañá farémoslle unha cerimonia moi bonita que sempre se fixo na nosa aldeíña para dicirlles “ata loguiño” aos que marchan á morte. Para todos nós, non é un adeus eterno. Sabemos que algunha vez nos volveremos ver. Preferimos crer que isto é só un paso máis da existencia e que a morte non é a fin de todo, mais seica xa todos saibamos que iso non é certo, que pode haber mortes que rematan con todo, cun destino que seica durase anos e séculos.

Mais non hai verbas nin cerimonias que poidan acougar esta tristura que nos enche a ialma a todos. É unha tristura que ten que vivir o tempo que precise. Temos que seguir adiante, é certo, pero tamén precisamos estes momentos nos que non haxa máis que este sentimento de impotencia. A morte de Iria non me doe só porque sexa ela quen marchou, senón porque me fai pensar en moitas cousiñas, porque esperta en min emocións que me fan dano, que me esnaquizan a ialma. Esta tarde, cando morreu, Artemisa tívome que sacar do cuarto no que Iria se apagara porque, de súpeto, empezou a custarme respirar, porque comecei a sentir que algo me oprimía o peito e porque notei que non podía aturar a forza da tristura que se estaba a amorear nese lugar. Estabamos alí Mar (a irmá de Iria), miña nai, Artemisa, Damián e máis eu e sentín de repente que non podía respirar, pero aínda ninguén ouvira a miña dificultosa respiración. Artemisa deuse de conta de que estaba a me custar respirar porque me cubrira a faciana cunha man namentres coa outra me apertaba o peito. Non fora consciente de que estaba a piques de ter unha crise de ansiedade ata que sentín que Artemisa me collía do brazo e me sacaba de alí. Cando o frío e húmido ar da tarde me acariñou a pel, entón fun consciente do mal que me encontraba. Xa estaba chorando moito e Artemisa protexeume entre os seus brazos. Había moito tempo que non sentía unha tristura tan forte e uns nervios tan perigosos. Nin tan sequera cando Lúa morreu sentín que me fallaba o ar. Si sentín unha tristura que me desfixo por completo, que me impedía comunicarme co mundo, que me detivo, que me fixo ficar encerrada nunha parálise que parecía indestrutíbel; pero esta tarde sentín algo distinto. Por Lúa chorei moitísimo, chorei ata sentir que afogaba, pero o de hoxe foi algo máis daniño. Tiven medo a sufrir un ataque de ansiedade, pero todo o que sentía converteuse en pranto e estiven chorando moito durante un tempo que non sabía contar. Fíxome ben sentir o fresquiño do solpor e a calor e o agarimo cos que Artemisa tentaba acougarme. Agradezo moitísimo, profundamente, que ela estea eiquí comigo. Non poderei esquecer ese momento no que ela soubo detectar tan ben o que eu sentía. Se ela non tivese actuado, é moi posíbel que eu tivese sufrido un ataque de ansiedade xusto cando a vida de Iria se apagou. É que xuro que notei moitísimo a presenza da morte nese momento. Hai moito tempo que soño que a morte me persigue e non me podo sacar da cabeza o momento no que Lúa morreu entre os meus brazos. Iso deixoume unha pegada na miña ialma que me custará moito calar. Sei que nunca se borrará, pero custarame moito aprender a vivir con esas lembranzas e coas que esta tarde se introduciron na miña mente. Sentín xusto nese momento que o cuarto no que nos atopabamos se enchía dunha néboa espesa que nos afogaba a todos, pero non sei como sentiron os demais a presenza desa néboa. Artemisa díxome que eu son moi sensíbel e que esas cousas me afectan moitísimo. Díxome que non negaba que os demais se sentisen profundamente tristeiriños e nerviosos, pero a min as cousas aféctanme dunha maneira impresionante e que teño que reaccionar antes de que eses feitos me poidan facer perder a calma. E ten moitísima razón, a verdade. Sempre fun así. Calquera cousiña dolorosa pódeme facer moito dano.

Agora veñen uns días moi tristes e dolorosos. Non só falo deses días nos que teremos que facer o dolo por Iria, tampouco me refiro ao día no que a enterraremos a carón da súa filla, senón a os que virán despois. A aldeíña estará chea de tristura durante moitas semanas. Miña nai mesmo me propuxo que non fósemos á aldeíña a vindeira fin de semana para que non teñamos que sentir toda a tristura que convivirá con todos eles durante días, pero eu axiña a convencín de que non tiña sentido de que nos quixese protexer dun feito tan natural como a morte dunha persoa, que non podía permitir que ese feito nos arredase, que tiñamos que estar máis xuntos que nunca e mesmo lle dixen que, se precisaba vir connosco á nosa casa para non estar tan soíña, que o fixese, pero negoumo dicíndome que na aldeíña non se sentiu nunca soa, e enténdoa. Non só estarán con ela os veciños cos que sempre conviviu, senón tamén o bosque, o río Miño, o fermoso ceo que protexe ese antergo recuncho do mundo.

Artemisa recoméndame que non loite contra a tristura que agora me enche a ialma. Aréngame a chorar se teño ganas de chorar, pero a min asústame esta tristura porque, para min, a tristura nunca foi un sentimento inocente. Sempre me fixo moito dano estar tristeira e teño medo a que esta tristura poida espertar emocións moito máis fortes que me poden fender moito a ialma, agora que estaba tan estábel, tan ben... Teño medo e iso non llo confesei a Artemisa porque seica sexa unha cousiña que está só en min, que non corresponde con ningunha realidade; pero teño medo porque había moito tempo que non sentía eses síntomas que preceden a un ataque de ansiedade; pero seica non teña sentido que me desacougue por ter sentido iso. Talvez me teña que convencer de que sentir algo así nun momento tan difícil sexa algo completamente normal. O que si quero dicir é que esta tristura non nos vai tirar as ganas de vivir. Todo ten que seguir, temos que loitar pola nosa vida. Que a morte veña de cando en vez para se levar a un ser querido ten que facernos apreciar máis a vida, ten que nos convencer de que debemos de loitar para vivir o mellor que poidamos. A vida é un tesouro que non podemos ignorar; aínda que esteamos tristeiriños, aínda que na nosa ialma pese a morriña e a impotencia. Habemos de vivir estes momentos porque son parte da mesma vida... malia que tamén teño que confesar que o que me fixo chorar moitísimo tamén esta tarde foi pensar en que, se me doe así a morte de Iria, non quero nin imaxinar como me doerá a da miña nai... pero á miña nai aínda lle resta moito tempo de vida. Seino, véxoo nela, véxoo porque está forte, porque é forte, porque tamén ela superou moitísimos feitos durísimos que a calquera persoa lle abaterían. Miña nai tamén pensou que me perdera para sempre, así que era moi sinxelo que se entendese con Iria nese aspecto.

E coido que deixarei de escribir xa. É moi tarde xa e quero chamar á miña nai para lle preguntar como van as cousiñas na aldeíña. Mañá iremos nós á aldeíña para estarmos con todos eles e para nos despedirmos ben de Iria.


Traducción:

Domingo, 20 de enero de 2019

Ya no estarás sola, Luíña, en ese mundo en el que moras desde hace unos meses. Ahora, tu madre estará contigo, acompañándote en esa vida que ya no es vida; pero no quiero llamar "muerte" a ese lugar y a ese tiempo en los que ahora te encuentras, en los que tendrás que vivir para siempre. Ahora estará junto a ti una de las personas que más te quiso nunca. Quizás nadie te quiso ni podrá quererte como ella, a pesar de quererte muchas personas con toda nuestra alma. Yo jamás podré olvidarte porque vives en mi corazón, vives en muchísimas canciones que para siempre serán tu hogar, vives en el sonido del viento y en la voz del agua. Vives en tantas partes que me parece que, al marcharte, dejaste una huella profundísima en la naturaleza que nunca nada podrá borrar. Aún me cuesta mucho digerir lo que ha ocurrido hoy por la tarde. Sigo pensando que a todos nos ha sorprendido mucho, pero también es cierto que llevábamos todo el fin de semana sabiendo que iba a ocurrir. Nadie podía decirlo. Tal vez no fuese necesario decir nada. Nuestra mirada expresaba mejor que las palabras lo que sentíamos y pensábamos. No sé si tú podrás alegrarte de que ella ahora esté contigo. Tampoco sé si de verdad tu madre y tú os encontráis en el mismo lugar. Quisiera pensar que sí, que estáis en la misma dimensión. Todos queremos creer eso. Sería muy hermoso que fuese precisamente tu alma la que hoy ha venido a buscar la de tu madre, quien ha muerto rodeada por todas las personas que quiso siempre, excepto tú, pero yo sé que ella te llevaba en el corazón y todos sabíamos que te sentía con ella, pese a no estar físicamente con nosotros, pero estabas en el aire, en el silencio que cubría ese momento tan triste.

Yo no pude hablar durante más de una hora. No podía dejar de mirar a tu madre y, al mismo tiempo, no podía fijar los ojos en ella. Tu madre me habló con muchísimo cariño antes de marcharse para siempre. Quiso estar conmigo a solas, quiso que nos dejasen solas. Me dijo que, si ella hubiese sabido en su momento que tú habías ido a Barcelona para buscarme, te habría ayudado muchísimo, que no habría permitido que te casases con ese hombre que siempre te trató como si no fueses más que una esclava, que te trató tan mal. Me confesó que en ese momento se arrepentía más que nunca de lo mal que se comportó contigo sin saberlo, sólo porque pensaba que todo lo que te ocurría era lo mejor que podía ocurrirte. Me dijo que llevaba sintiéndose como una tonta desde hacía muchos años y que nunca pudo pedirte perdón como de verdad lo merecías, por muchas veces que se disculpase ante ti. Yo necesitaba decirle que no merecía la pena que sintiese ese rencor injusto hacia ella misma, que tú nunca le habías guardado rencor, que la querías con locura y que nunca me habías dicho  nada sobre que te sintieses decepcionada con tu madre, al contrario, siempre me habías hablado muy bien de ella; pero no podía hablar. Las confesiones de tu madre estaban destrozándome el alma. Sentía muchas ganas de llorar.

Lúa, tu madre quería pedirte perdón pese a no estar ya allí. Espero que ahora pueda hacerlo como siempre deseó, aunque yo sé que ya no merece la pena que te pida perdón porque nunca le guardaste rencor por nada. Tú eres como yo, tu alma no puede albergar esos sentimientos tan dolorosos que nos despedazan el corazón porque sabemos que no son buenos, porque no nos harán felices... pero esta tristeza tan fuerte tampoco puede hacernos felices y tu madre hablaba con mucha tristeza. Me dijo que todos los escritos que nacieron de ti están en una cajiña que había dejado preparada para mí, me pidió que los conservase siempre, que alguna vez hiciese algo con ellos, echarlos de tu mundo, exteriorizarlos de algún modo. Me dijo: “tú, que escribes tan bien, podrías hacer algo con sus recuerdos”, pero me cuesta mucho leerlos, Lúa.

No sé qué tengo que hacer. Estamos ya en Ourense porque volvimos a casa después de estar en el hospital. Mañana tendría que ser un día completamente normal, pero no lo será. Silvia ya sabe que Iria ha muerto. Ha muerto tan de súbito y a la vez tan aguardada era su muerte que todos permanecimos sin saber qué decir cuando Mar, la hermana de Iria, nos llamó para comunicarnos que su hermana estaba muriéndose. Estábamos en la aldeíña, acabábamos de comer y quedaba poquiño para volver a Ourense. Mi madre no pudo decir nada. Tuve que hablar yo por teléfono intentando que mi voz sonase clara, pero tenía un nudo en la garganta que ahogaba las palabras que pretendía decir. Mas no era necesario decir nada.

Artemisa dijo ayer una cosa que me horrorizó en su momento y que me hizo preguntarle si de verdad creía lo que estaba diciendo; pero ahora mismo pienso que quizás no fuese tan mala idea. Me confesó que había llegado a pensar que eras tú, Lúa, quien quería llevarse el alma de tu madre para no estar más sola. Tal vez, siempre te hayas sentido muy soliña en ese mundo. Yo le pregunté a Artemisa si de verdad creía lo que estaba diciendo porque me parecía imposible pensar que tú quisieses quitarle la vida a tu madre. Además, Artemisa me dijo que escogías el alma de tu madre porque a mí todavía me queda mucho por vivir y, en cambio, tu madre ya había vivido muchísimo. Aunque me parezca una idea escalofriante, tiene también algo de belleza. Mas también sé que no merece la pena intentar encontrar las respuestas a todo lo que está ocurriendo en este tiempo en el que parece que la tristeza sienta envidia de la felicidad que llenaba nuestra vida toda.

Iba todo tan bien... tan felices éramos todos en la aldeíña... Sí es cierto que Iria siempre echó mucho de menos a su hija, pero podía seguir disfrutando de la vida, de las pequeñas cosas a las que siempre les dio importancia,. Ahora ya no está. Hay un alma menos en la aldeíña, alguien que ya no estará en las fiestas ni en las cenas, alguien a quien nunca más podremos darle abrazos ni besos. Ahora hay un vacío más viviendo en esa aldeíña que tan protegidos nos hizo sentir siempre a todos.

No puedo negar que me siento muy tristiña, muchísimo. No puedo llorar más. Esta tarde lloré ya muchísimo. No sólo lloré porque Iria se marchase de la vida, sino porque hay algo que me aprieta el pecho, que me hace sentir muy triste, tanto que casi no puedo mirar a ninguna parte. Llevamos todo este fin de semana sintiendo que el aire está hecho de tristeza, que la lluvia que el cielo lloró ayer llenaba de tristeza los campos. Ya ha nevado, al fin, aunque tiene que hacerlo mucho más, pero la nieve también influye en esta tristeza. Me parece que el viento que sopla trae el aroma de la nieve gélida que corona las cumbres de las montañas de Ourense. La noche parece mucho más oscura y fría, pero hay algo en este ambiente que me hace sentir acogida, que me dice que mi tristeza es lógica y tiene sentido, que me pide que no tenga miedo a llorar, que no me asuste por sentirme tan deprimida, que me hace entender que sentirme así es natural. Ha muerto otra persona a la que quería y es lógico que quiera llorarla.

Mas esta tarde no lloraba sólo porque me afectase la muerte de Iria. Lloraba por mi madre. Mi madre e Iria siempre fueron muy amigas, las mejores amigas del mundo. Crecieron juntas, se conocían desde que eran niñas, descubrieron juntas la vida, la una fue testigo de lo que le acontecía a la otra, siempre se apoyaron y ayudaron, pese a vivir cada una en un lugar. Iria se mudó a Ourense cuando se casó, pero siempre iba a ver a mi madre, quien siempre encontró en Iria un refugio, unos brazos en los que llorar cuando se sentía tristiña y unas manos a las que cogerse cuando quería danzar por estar feliz. Iria y mi madre fueron siempre como hermanas. Por eso también lloraba hoy, porque mi madre siente muchísimo la muerte de Iria, porque mi madre ahora siente que ha muerto una parte de sí misma.

No entiendo por qué tenemos que vivir estas cosiñas tan tristes cuando estábamos tan bien. Lo único que me consuela es pensar que ahora Iria está con Lúa, que Lúa ya no está tan soliña en ese mundo oscuro en el que la muerte la obliga a vivir; pero no puedo evitar sentirme muy tristiña, tener ganas de llorar y de estar sola. No sé qué decir cuando estoy con más personas, aunque aquí en la aldeíña no hace falta hablar. Podemos comunicarnos a través de las miradas, a través del silencio que mantenemos; pero yo no quiero que nadie se dé cuenta de cuándo comienzo a llorar y de cuándo soy capaz de detener mis lágrimas. Cuando me siento tan tristiña, lo único que quiero es estar sola. Quizás necesite tanto la soledad cuando estoy tan morriñosa porque, a lo largo de mi vida, tuve que enfrentarme yo sola a los momentos más duros. Estuve sola muchísimos años mientras mi corazón todo estaba lleno de la tristeza más dolorosa, mientras mi alma estaba hecha pedazos; pero tampoco quiero dejar sola a Artemisa porque está perdidiña en estos momentos en los que todos estamos tan tristes que casi ni sabemos cómo tenemos que mirar a los otros.

Esta tarde estuvimos mucho tiempo en el hospital. Los médicos no quisieron que Iria muriese en su casa por mucho que lo pidió. Murió acompañada por todos nosotros en una habitación de paredes blancas, vigilada por enfermeros que estaban pendientes del ritmo de su corazón. Yo pensaba que no moriría, que su vida podría durar más, pero estaba muy equivocada. Yo sabía desde ayer que Iria moriría dentro de poco, que cada vez tenía menos vida en su ser, y en eso no me equivocaba. Cuando murió, mi madre me dijo que Artemisa y yo volviésemos a nuestra casa, que ya era suficiente, que teníamos que descansar, pero yo no me sentía capaz de dejar sola a mi madre. No quería dejarla sola y quería regresar a la aldeíña con ella, pero ella me convenció de que lo mejor que podía hacer era volver a casa y estar tranquiliña, llorar con Artemisa protegidas ambas por el silencio y la soledad de nuestra casa, no en la aldeíña, que no permitiese que Artemisa viviese esos momentos tan tensos, que no se lo merecía, que ya había suficiente con toda la tristeza que habíamos tenido que soportar durante este fin de semana todo. Mi madre tenía razón, pero también me duele muchísimo dejarla sola, aunque sé también que no está sola, que están allí todos los vecinos de la aldea. Ahora todos estarán tan tristiños... pero de momento no van a llevar a Iria a la aldeíña. La llevarán mañana para que podamos hacer el duelo, para que los demás vecinos puedan darle el último adiós. La enterrarán el martes por la mañana y Silvia ya me ha dicho que puedo ir sin problemas, que ella también irá. Mañana le haremos una ceremonia muy bonita que siempre se ha hecho en nuestra aldeíña para decirles “ata loguiño” a los que se marchan a la muerte. Para todos nosotros, no es un adiós eterno. Sabemos que alguna vez volveremos a vernos. Preferimos creer que esto es sólo un paso más de la existencia y que la muerte no es el fin de todo, mas quizás ya todos sepamos que eso no es cierto, que puede haber muertes que acaban con todo, con un destino que tal vez haya durado años y siglos.

Mas no hay palabras ni ceremonias que puedan sosegar esta tristeza que nos llena el alma a todos. Es una tristeza que tiene que vivir el tiempo que precise. Tenemos que seguir adelante, es cierto, pero también necesitamos estos momentos en los que no haya más que este sentimiento de impotencia. La muerte de Iria no me duele sólo porque sea ella quien se ha marchado, sino porque me hace pensar en muchas cosiñas, porque despierta en mí emociones que me hacen daño, que me destrozan el alma. Esta tarde, cuando murió, Artemisa tuvo que sacarme del cuarto en el que Iria se había apagado porque, de súbito, empezó a costarme respirar, porque comencé a sentir que algo me oprimía el pecho y porque noté que no podía soportar la fuerza de la tristeza que estaba acumulándose en ese lugar. Estábamos allí Mar (la hermana de Iria), mi madre, Artemisa, Damián y yo y sentí de repente que no podía respirar, pero aún nadie había oído mi dificultosa respiración. Artemisa se dio cuenta de que estaba costándome respirar porque me había cubierto la cara con una mano mientras con la otra me apretaba el pecho. No había sido consciente de que estaba a punto de tener una crisis de ansiedad hasta que sentí que Artemisa me cogía del brazo y me sacaba de allí. Cuando el frío y húmedo aire de la tarde me acarició la piel, entonces fui consciente de lo mal que me encontraba. Ya estaba llorando mucho y Artemisa me protegió entre sus brazos. Hacía mucho tiempo que no sentía una tristeza tan fuerte y unos nervios tan peligrosos. Ni tan siquiera cuando Lúa murió sentí que me faltaba el aire. Sí sentí una tristeza que me deshizo por completo, que me impedía comunicarme con el mundo, que me detuvo, que me hizo permanecer encerrada en una parálisis que parecía indestructible; pero esta tarde sentí algo distinto. Por Lúa he llorado muchísimo, he llorado hasta sentir que me ahogaba, pero lo de hoy fue algo más dañino. Tuve miedo a sufrir un ataque de ansiedad, pero todo lo que sentía se convirtió en llanto y estuve llorando mucho durante un tiempo que no sabía contar. Me hizo bien sentir el fresquiño del ocaso y el calor y el cariño con los que Artemisa intentaba calmarme. Agradezco muchísimo, profundamente, que ella esté aquí conmigo. No podré olvidar ese momento en el que ella supo detectar tan bien lo que yo sentía. Si ella no hubiese actuado, es muy posible que yo hubiese sufrido un ataque de ansiedad justo cuando la vida de Iria se apagó. Es que juro que noté muchísimo la presencia de la muerte en ese momento. Hace mucho tiempo que sueño que la muerte me persigue y no puedo sacarme de la cabeza el momento en el que Lúa murió entre mis brazos. Eso me dejó una huella en mi alma que me costará mucho callar. Sé que nunca se borrará, pero me costará mucho aprender a vivir con esos recuerdos y con los que esta tarde se introdujeron en mi mente. Sentí justo en ese momento que el cuarto en el que nos encontrábamos se llenaba de una niebla espesa que nos ahogaba a todos, pero no sé cómo sintieron los demás la presencia de esa niebla. Artemisa me ha dicho que yo soy muy sensible y que esas cosas me afectan muchísimo. Me ha dicho que no negaba que los demás se sintiesen profundamente tristiños y nerviosos, pero a mí las cosas me afectan de una manera impresionante y que tengo que reaccionar antes de que esos hechos puedan hacerme perder la calma. Y tiene muchísima razón, la verdad. Siempre he sido así. Cualquier cosiña dolorosa puede hacerme mucho daño.

Ahora vienen unos días muy tristes y dolorosos. No sólo hablo de esos días en los que tendremos que hacer el duelo por Iria, tampoco me refiero al día en el que la enterraremos a la vera de su hija, sino a los que vendrán después. La aldeíña estará llena de tristeza durante muchas semanas. Mi madre incluso me ha propuesto que no fuésemos a la aldeíña el fin de semana que viene para que no tengamos que sentir toda la tristeza que convivirá con todos ellos durante días, pero yo enseguida la he convencido de que no tenía sentido que quisiese protegernos de un hecho tan natural como la muerte de una persona, que no podía permitir que ese hecho nos distanciase, que teníamos que estar más juntos que nunca e incluso le he dicho que, si necesitaba venir con nosotras a nuestra casa para no estar tan soliña, que lo hiciese, pero me lo ha negado diciéndome que en la aldeíña no se ha sentido nunca sola, y la entiendo. No sólo estarán con ella los vecinos con los que siempre ha convivido, sino también el bosque, el río Miño, el hermoso cielo que protege ese antiguo rincón del mundo.

Artemisa me recomienda que no luche contra la tristeza que ahora me llena el alma. Me anima a llorar si tengo ganas de llorar, pero a mí me asusta esta tristeza porque, para mí, la tristeza nunca ha sido un sentimiento inocente. Siempre me ha hecho mucho daño estar triste y tengo miedo a que esta tristeza pueda despertar emociones mucho más fuertes que pueden hendirme mucho el alma, ahora que estaba tan estable, tan bien... Tengo miedo y eso no se lo he confesado a Artemisa porque quizás sea una cosiña que está sólo en mí, que no corresponde con ninguna realidad; pero tengo miedo porque hacía mucho tiempo que no sentía esos síntomas que preceden a un ataque de ansiedad; pero tal vez no tenga sentido que me preocupe por haber sentido eso. Tal vez tenga que convencerme de que sentir algo así en un momento tan difícil sea algo completamente normal. Lo que sí quiero decir es que esta tristeza no va a quitarnos las ganas de vivir. Todo tiene que seguir, tenemos que luchar por nuestra vida. Que la muerte venga de vez en cuando para llevarse a un ser querido tiene que hacernos apreciar más la vida, tiene que convencernos de que debemos luchar para vivir lo mejor que podamos. La vida es un tesoro que no podemos ignorar, aunque estemos tristiños, aunque en nuestra alma pese la morriña y la impotencia. Hemos de vivir estos momentos porque son parte de la misma vida... aunque también tengo que confesar que lo que me hizo llorar muchísimo también esta tarde fue pensar en que, si me duele así la muerte de Iria, no quiero ni imaginar cómo me dolerá la de mi madre... pero a mi madre aún le queda mucho tiempo de vida. Lo sé, lo veo en ella, lo veo porque está fuerte, porque es fuerte, porque también ella ha superado muchísimos hechos durísimos que a cualquier persona le habrían abatido. Mi madre también pensó que me había perdido para siempre, así que era muy sencillo que se entendiese con Iria en ese aspecto.

Y creo que dejaré de escribir ya. Es muy tarde ya y quiero llamar a mi madre para preguntarle cómo van las cosiñas en la aldeíña. Mañana iremos nosotras a la aldeíña para estar con todos ellos y para despedirnos bien de Iria.

sábado, 19 de enero de 2019

DIARIO DE ARTEMISA: SÁBADO, 19 DE ENERO DE 2019


Sábado, 19 de enero de 2019

Hoy apetece salir a la calle menos que nunca. Hace mucho frío y está lloviendo bastante. La lluvia ha vuelto húmedo el frío y éste se mete en los huesos enseguida, por eso hemos pasado toda la mañana en casa, junto al fuego o haciendo otras cosas. Además, estamos solas en casa desde media mañana porque Anxiños está con Iria, la madre de Lúa, ya que no se encuentra bien. El jueves Damián la llevó al hospital de Ourense porque se sentía muy mareada y ahora está con vértigos, casi sin poder moverse ni comer. Pobrecita. Encontrarse tan mal físicamente la ha derrumbado anímicamente. Ayer fuimos a verla por la noche y nos dijo que ojalá esto que le ocurre fuese el preludio de su muerte. Nos confesó que estaba deseando irse de la vida, que no le apetecía seguir luchando ya más, que ha luchado mucho a lo largo de su vida para mantenerse bien y sobre todo siente que se esfuerza por vivir desde que Lúa murió. Nos dijo que ansiaba morir para poder ir junto a su hija, que sabía que tenía que abrazarla la muerte sin que ella tuviese que hacer nada para poder llegar junto a su hija, que sólo le quedaba esperar el fin de su existencia. Agnes no pudo evitar ponerse a llorar cuando oyó lo que Iria decía y yo tuve que esforzarme por no arrancar a llorar porque estaban afectándome mucho las palabras de Iria, sobre todo porque la entendía perfectamente. Sé lo que se siente cuando el alma se nos llena de ese desaliento que desvanece nuestra fuerza vital y que nos quita las ganas de seguir luchando por nuestra vida. Además, debe de ser horrible perder a una hija, a alguien que creció en tu ser y por quien lo habrías dado todo. Iria no ha superado aún la muerte de Lúa y todos estamos convencidos de que no la superará jamás, que, mientras su vida dure, existirá llevando en el alma una tristeza que nunca desaparecerá. Iria tiene ya setenta años y está mucho más envejecida que Anxiños, que tiene sesenta y dos y parece mucho más joven que cualquiera de las mujeres mayores que viven en la aldea. Ayer, Iria nos dijo que no podía vivir sabiendo que Lúa no respiraba, que se le destrozaba el alma cada vez que se acordaba de que su hija no estaba viva y que le costaba mucho encontrarle el sentido a seguir viviendo si no podía hablar con ella. La quiso muchísimo, la quiere todavía mucho, y nos confesó que, cuando supo que su hija sufría una enfermedad rara que no tenía cura, pensó en darle su propio corazón si así conseguía que su hija pudiese envejecer y vivir todo el tiempo que esa enfermedad le arrebataría; pero ni siquiera un trasplante habría salvado a Lúa.

Siento que este fin de semana la aldea está llena de tristeza. La lluvia ha vuelto mucho más nostálgico y solitario este rinconcito del mundo y también ha llenado de soledad las calles. No obstante, a mí me parece que está mucho más bello que nunca. Este cielo plomizo que lo cubre todo hace refulgir el color marrón de la tierra y de los troncos de los árboles, hace que brille más la nieve que se puede distinguir a lo lejos, tan lejos que parece imposible que podamos observar esas cumbres nevadas. El río se ha vuelto más quedo y parece que no discurra entre las rocas áridas que forman su orilla. La hierba se ha mezclado con la tierra que duerme en los márgenes del Miño y de todos lados brota un intensísimo y precioso aroma a tierra mojada que da la vida, que abre y limpia los pulmones y revitaliza; mas todo está en silencio. Sólo se oye la lluvia chocándose con la callada voz del bosque. Las calles están más resbaladizas que nunca y, aunque me encantaría ver llover en el bosque, prefiero permanecer escribiendo junto al fuego. Me siento muy tranquila y a la vez ansiosa porque quiero contar muchas cosas y no sé cuál explicar primero. Quiero hablar de mi vida, pero también de Agnes y de mi hermana.

Agnes parece contagiada por la tristeza que este fin de semana mora en la aldea. Todos parecen afectados por algo, pero nadie responde con sinceridad a la pregunta de: “¿te ocurre algo?” Agnes y su madre parecen cortadas por la misma tijera porque ninguna de las dos responde con claridad cuando se les formula esa pregunta. Esta mañana, oí conversar a Agnes y a su madre mientras me duchaba. Anxiños le confesaba a su hija que no entendía por qué renunciaba a prepararse unas oposiciones, no entendía por qué se había rendido tan pronto y que le gustaría que fuese funcionaria porque así tendría una vida más relajada y no tendría que estar dependiendo de nadie para trabajar (eso no es muy verdad, pero Anxiños ve las cosas así de sencillas). Agnes le decía que en estos momentos no se sentía capaz de estudiar unos temas tan complicados y que no necesitaba ser funcionaria porque le gustaba mucho el trabajo de la cafetería. Su madre la contradecía diciéndole que el trabajo de la cafetería no era seguro, que en cualquier momento este negocio podía ir mal y que, si Silvia cerraba la cafetería, tanto ella como yo nos quedaríamos sin trabajo. También le alegaba que confiaba mucho en ella, que sabía que era muy inteligente y que esos temas no eran nada para ella, que sólo tenía que ponerle fuerza de voluntad. Anxiños le repitió a su hija muchas veces que ella siempre fue muy inteligente, que estaba segura de que no era tan difícil como pensaba y que enseguida podría aprender todo eso que necesitaba saber para tener un trabajo estable para el resto de su vida; pero Anxiños no ha conseguido convencer a Agnes y realmente lo lamento mucho. Lo último que Agnes le dijo fue que, por el momento, no se prepararía esas oposiciones porque no hay plaza en Galicia de eso y entonces su madre la animó a que se presentase a otras, pero Agnes la calló diciendo que, para presentarse a la mayor parte de las oposiciones, había que tener una carrera universitaria y que ella sólo tenía hasta la selectividad. Entonces se acabó la conversación. Creo que Anxiños está afectada por la enfermedad de Iria, que realmente parece muy grave; pero, como suele ocurrir, nadie quiere ponerle nombre a lo que le sucede a Iria. Agnes ni lo sabe y Anxiños, aunque fuese la única persona que quedase en el mundo conociendo lo que está aconteciendo, jamás abriría la boca. Yo no entiendo por qué la gente de aquí de la aldea es tan reservada, pero yo soy la menos indicada para criticar a alguien que no confiesa la verdad. Yo también he actuado así muchas veces, sobre todo últimamente. He mentido a Agnes deliberadamente sobre la excedencia que supuestamente me había pedido para poder venir a vivir a Galicia. Nunca existió tal excedencia porque todavía no llevaba trabajados los años que se precisan para poder pedirla. Tampoco podía pedir un traslado porque no había convocado ningún concurso y tampoco llevaba trabajados dos años, pero fue muy fácil engañar a Agnes y eso me sabe muy mal, la verdad, porque ella siempre me creyó sin preguntarse nada, sin sospechar nada.

Sigo pensando que no me arrepiento nada de haber renunciado a mi plaza. No cambiaría por nada la vida que tengo ahora aquí en Ourense con Agnes. Tengo a Agnes conmigo como jamás la tuve antes y no sería capaz de cambiar nada ahora porque estamos tan bien que cualquier cambio apagaría la intensa luz que ilumina nuestra vida; mas tengo la sensación de que esta vida también es muy frágil. No es frágil lo que tenemos. Nuestro trabajo y nuestra vida en Ourense en general es firme y la siento fuerte. La sensación que tengo es que puede ocurrir cualquier cosa dolorosa que haga temblar la estabilidad anímica de Agnes. Sin querer, presiento que va a suceder algo triste. No sé si tiene que ver con la madre de Lúa o con Agnes en sí, pero va a pasar algo. Es como si todos me avisasen de ello con el silencio que les llena la mirada, es como si me lo dijesen a través de las silentes palabras que no se dicen. Y me da la impresión de que todos conocen lo que va a ocurrir o lo que ya está ocurriendo porque se miran de una manera que sólo ellos pueden entender. Anoche, cuando Anxiños, Damián, Agnes, Xiña y yo salimos de la casa de Iria, justo después de cenar, se miraron todos en silencio. Fue una mirada que duró apenas unos segundos, pero pareció alargarse en el tiempo y en el espacio. Sentí que esa mirada que los unía y los comunicaban los envolvía a todos en un halo de complicidad y entendimiento que me excluía delicadamente. Yo era la única que no comprendía el lenguaje de sus miradas, pero no me ofendió en absoluto. Los observé desde fuera, desde fuera de ese halo de complicidad que los unía tanto, y tuve la sensación de que no necesitaban decirse nada, que se entendían mucho mejor con esa mirada que con cualquier palabra. Después, a todos se les llenaron los ojos de una tristeza silenciosa que les impidió hablar hasta que nos dimos todos las buenas noches antes de entrar en nuestras respectivas casas. Cuando Agnes y yo nos hallamos en nuestro cuarto, no fui capaz de preguntarle qué ocurría porque tampoco sabía qué tenía que preguntar. Agnes parecía abatida, tristísima, pero, estando junto a mí, se sentía la persona más feliz del mundo. Yo creía que se dormiría enseguida entre mis brazos, pero no ocurrió así. Estuvimos hablando y compartiendo todo nuestro ser hasta casi las doce de la noche, disfrutando de esa profunda intimidad que nos protegía, que protegía todas nuestras caricias, nuestros besos, nuestras palabras de amor y de ternura. Incluso cuando Agnes parece tan triste me hace la mujer más feliz del mundo.

Y es que no puede negarme que está un poco triste, y de hecho no me lo niega ni me lo esconde. Sin embargo, esa tristeza no le impide ser feliz ni le quita la energía que necesita para enfrentar cada nuevo día con tanta ilusión y ganas. Trabaja con mucha energía y ánimo, sin cansancio, sin acobardarse ante la inmensa cantidad de trabajo que se nos puede llegar a acumular. Anxiños me dijo ayer que ésa era la manera de ser de Agnes, que Agnes siempre fue muy trabajadora, que, cuando era niña, era la que menos se cansaba trabajando la tierra, que tenía mucha fuerza y energía, que era la primera en levantarse para ir a las vendimias cuando era época de vendimiar (o a la siega cuando era el tiempo de “seitura”, como lo llaman aquí) y la primera en acostarse cuando el día de vendimia terminaba para poder descansar y estar recargada para el día siguiente, que se levantaba muy temprano, almorzaba corriendo, se preparaba la comida para ese día y se marchaba aún cuando ni siquiera la noche se había dado cuenta de que le quedaba cada vez menos tiempo de vida. El amanecer la sorprendía ya en los campos, reuniéndose con las demás personas que trabajarían junto a ella. Los vecinos de esta aldea y de las demás de esta parroquia no podían dar crédito a que una niña tan menuda y delgada tuviese tanta fuerza de voluntad y fuese tan trabajadora e inagotable. Muchos llegaron a pensar que estaba hechizada por algún espíritu y sobre todo (esto me lo confesó Anxiños con un hilo de voz) muchos creían que Agnes era una meiga. Muchos pensaban que no era humana del todo, pero nadie se atrevía a decir esas palabras en voz alta. Como siempre, lo comentaban en silencio, a través de miradas que expresaban mucho más que cualquier palabra. Agnes conocía perfectamente lo que la gente pensaba de ella, pero no le importaba. Empezó a importarle cuando la arrancaron de su tierra, cuando comenzó a creer que su madre había querido deshacerse de ella enviándola a ese hospital terrible donde quisieron abatirla y destruirla. Agnes sólo pudo empezar a sentir rencor por todo lo que había vivido, pero porque le dolía tanto recordar su tierra que no podía soportarlo y esa profundísima tristeza fue convirtiéndose en rencor y resentimiento hacia todas las personas que la habían visto crecer y que no habían hecho nada para impedir que su madre la alejase de su hogar, del único lugar del mundo en el que ella podía ser ella misma, donde podía ser feliz.

Ayer pensé, sintiendo un profundo escalofrío: “cuánto daño le hemos hecho a Agnes, hemos sido todos los que la conocemos los que le hemos destrozado el alma”. Agnes me dice que no tiene sentido que me sienta culpable por todo lo que ella ha llegado a sufrir, pero sí me siento culpable por haberla obligado a vivir tan lejos de su tierra durante tanto tiempo, sabiendo perfectamente que ella estaba enferma porque no se encontraba en Galicia, sabiendo que regresar a este lugar era lo único que podía curarla. Siempre creí que podía ser feliz en cualquier parte mientras estuviésemos juntas, que con el tiempo su enfermedad iría atenuándose si teníamos una vida sencilla, pero estuve muy equivocada.

Agnes me ha confesado muchas veces que es inmensamente feliz, que ya no la inquieta nada, pero que ser tan feliz aquí no significa que nunca más vaya a estar triste, que la vida nunca puede carecer de momentos tristes y que es imposible que nada pueda desanimarla pese a vivir en Ourense, que vivir aquí no la aleja para siempre de las cosas tristes.

El jueves, aprovechando que venía a Ourense, Iria le entregó a Agnes una gran cantidad de escritos de Lúa. Le dijo que quería que los tuviese ella. Agnes permaneció leyendo esos escritos durante toda la tarde, pero apenas pudo leerse tres hojas. Le afectó muchísimo descubrir lo mal que lo pasó Lúa cuando estaba yo todavía aquí en Galicia a finales de agosto. A mí también me impactó muchísimo saber que Lúa se encontraba muy mal ese día en el que nos llevó a León y conocer que ella había llorado tanto aquel día porque sentía que su muerte estaba cada vez más cerca. Me sabe muy mal por ella, la verdad. Lamento mucho que lo pasase tan mal, pero yo no he llorado por ella. En cambio, Agnes lloró muchísimo el jueves en cuanto descubrió los verdaderos sentimientos de Lúa, cuando supo por qué ella había comenzado a comportarse así con ella, con tanto dolor e impotencia, cuando leyó lo mal que lo pasó cuando permaneció una noche entera en el hospital. Me preguntó muchas veces a mí por qué nunca se lo había dicho a nadie, por qué no pidió ayuda, por qué quiso vivir todo eso sola. Yo puedo llegar a imaginarme lo que Lúa sintió esos días, pero lo que yo pueda experimentar no se asemeja en absoluto a lo que Agnes siente. Tengo la impresión de que Agnes puede conectarse profundamente con el alma de Lúa y puede llegar a experimentar esas fuertes emociones que a Lúa le llenaron el alma con tanta potencia. Y puede ser que entre ellas sí hubiese otro vínculo muy poderoso que ni siquiera la muerte ha podido quebrar. No me molesta ni me ofende que Agnes llore todavía así por Lúa. Sé que superar la muerte de un ser querido es algo muy complicado. Tampoco tengo miedo por la salud mental de Agnes porque la tristeza que siente no es destructiva. Es como un río que va fluyendo entre rocas, entre árboles, con un caudal poderoso que, sin embargo, no arrastra todo lo que se encuentra a su paso, como sí ocurría con la tristeza que atacaba a Agnes cuando su enfermedad aún gritaba con fuerza. Aquella tristeza la deshacía físicamente, le impedía tener energía para vivir y cada nuevo despertar era una tortura para ella. Sólo se serenaba cuando se hallaba entre mis brazos, protegida por nuestro amor; pero, cuando tenía que enfrentarse al mundo, cuando tenía que ir a trabajar o simplemente salir de casa para realizar cualquier gestión o para quedar con alguien, parecía como si el mundo se le cayese encima y se volvía pequeña como un granito de arena amenazado por un inmenso tsunami. Y cómo lloraba. Recuerdo muchos momentos estremecedores en los que llegué a pensar que tendría que dormirla empleando algún método artificial para conseguir que se calmase. Recuerdo, por ejemplo, cuando aquel octubre hubo tantos incendios en Galicia, que lloraba y lloraba suplicándole desesperadamente a la Diosa que, por favor, ayudase a su tierra, cuando se desvivió por celebrar decenas de rituales para atraer la lluvia y para intentar enviarle energía curativa a su tierra. En esos momentos, pensé que, si alguien le hubiese dicho que dando la vida por Galicia conseguiría que nunca más hubiese incendios y que todo volviese a ser como antes, Agnes habría dado la vida por su tierra sin pensárselo dos veces. Esta mañana precisamente me ha dicho que lo único que puede enloquecerla otra vez es que le ocurra algo similar a su tierra o a que a mí también me pueda suceder algo malo. Me ha dicho que, si a mí me ocurre algo, ella no podría superarlo, que el dolor la destruiría. Oírla decirme eso me ha hecho tener ganas de llorar. No sé por qué esta mañana hemos mantenido conversaciones tan tristes nada más despertarnos, pero hay un ambiente en la aldea que incita a hablar de las cosas más profundas y transcendentales de la vida. Agnes me ha confesado esta mañana que se ha despertado preguntándose de dónde salió toda la Tierra, pensando en que lo único que había antes de que existiesen los humanos sedentarios era naturaleza, que todo lo que fue creado por la misma naturaleza es hermoso y, en cambio, la mayor parte de lo que hemos hecho los humanos es horrible, sobre todo porque lo hemos construido sin pensar en la naturaleza, sin valorar que estábamos dejando sin vida a millones de seres pequeños que vivían tranquilamente antes de que a esas personas se les ocurriese construir una carretera, un edificio, un poblado entero, llevándose por delante árboles, hierba, flores, ríos… Me ha preguntado entonces si creo que todo eso de verdad nació de la evolución como creen los científicos o si de veras hay detrás de todo esto un espíritu creador. Me ha sorprendido muchísimo que me hiciese esa pregunta porque Agnes siempre ha tenido tanta fe como yo, pero esta mañana he descubierto que apenas le queda fe en el alma. No ha dejado de creer en la Diosa, pero me ha dicho que muchas veces se ha preguntado si es real todo lo que siempre creyó o simplemente es una invención de nuestra alma, anhelante de encontrar las respuestas más mágicas al porqué de nuestra existencia. Me ha dicho también que, si es verdad que detrás de todo esto hay un espíritu creador, no entiende por qué creó a los seres humanos sabiendo perfectamente que nosotros destrozaríamos su planeta, su más bella creación. Yo ni sabía qué decirle cuando me hacía esas preguntas, y no porque fuesen las ocho y media de la mañana, sino porque hace mucho tiempo que no me preguntaba algo así. Lo único que he podido hacer ha sido preguntarle por qué decía todo eso. Entonces me ha confesado que tiene dudas, que le ha costado mucho mantener viva su fe últimamente. Entonces yo le he cuestionado cómo es posible que diga eso después de conseguir por fin la vida que tanto anheló vivir aquí en Galicia y entonces me ha dicho que esta vida no se la ha dado la Diosa, sino Lúa, que fue Lúa quien la ayudó de verdad a comenzar aquí una nueva vida. Ha sido una conversación muy larga y profunda que me ocuparía más de diez hojas si quisiese transcribirla toda porque ha durado mucho, un tema nos llevaba a otro y hemos estado por lo menos una hora hablando de muchas cosas, cada una más profunda que la anterior. Al final Agnes me ha dicho que a veces se siente perdida, pero que eso no la deprime ni nada, que es normal dudar de vez en cuando, pero yo dudo mucho de que pierda totalmente su fe. Es imposible que pierda por completo la fe. Me ha confesado también que extraña cómo era ella cuando vivía en la cabaña. Yo le he dicho que, en esa época, estuvo enferma casi siempre y ella me lo ha negado. Me ha contado que, mucho antes de que yo apareciese, ella vivía feliz, aunque también me ha reconocido que esa felicidad y esa estabilidad tampoco eran naturales, sino que las creaba su propia enfermedad, y ella siempre fue consciente de ello; mas me ha dicho que añora la fe que tenía en aquel entonces y la inmensa energía que la despertaba todos los días con ganas de trabajar la tierra. Sin embargo, yo creo que Agnes no ha perdido aún esa energía que tanto extraña. Si ella se viese desde fuera, se daría cuenta de que todo su ser desprende energía e irradia positivismo, aunque esté triste, aunque tenga los ojos llenos de nostalgia. Incluso tengo que reconocer que me parece muy hermosa la forma como ahora ella se entristece. Es una tristeza que no la destruye y que la incita a permanecer tranquila en su mundo, contemplativa y serena, inspirada y profundamente concentrada en la lectura o la escritura. Yo respeto que esté triste de vez en cuando e incluso lo encuentro natural y lógico que de vez en cuando pase momentos de pura tristeza en los que sólo le apetece llorar por las cosas que le afectan. A mí también me ocurre. Hay días en los que siento que desciendo anímicamente como si de veras mi alma estuviese resbalando por una cuesta hecha de hierba húmeda y de repente sólo ansío estar sola para llorar, llorar por cualquier cosa. A lo mejor son recuerdos los que me hacen tener ganas de llorar. Hay veces en las que, sin darnos cuenta, las cosas que van ocurriendo a nuestro alrededor van despertando en nosotros recuerdos de momentos que nos duele rememorar y de súbito todo eso se nos acumula en el alma y necesitamos desahogarnos para poder estar fuertes otra vez. Dejarse llevar por el llanto muchas veces puede renovarnos la energía y además nos limpia el alma.

Sé que lo que vivieron Agnes y Lúa es algo muy intenso, fue algo impresionante que las unió para siempre y Agnes nunca podrá olvidar todo lo que compartió con ella. Hay muchas canciones que le recuerdan a esos momentos y es comprensible que se emocione cuando escucha alguna de esas canciones. Yo también me emociono cuando escucho alguna canción que me trae a la mente algunos de los momentos que Agnes y yo vivimos allí en Barcelona, porque hay muchas canciones que fueron la banda sonora de esos meses.

Me gustaría escribir sobre tantas cosas… pero siento que se me termina el tiempo. Es por la tarde, hace poco que comimos y no ha dejado de llover. Anxiños ha venido hace poco de la casa de Iria y nos ha dicho que Iria está muy maliña, que tendrán que llevarla al hospital porque tiene unos mareos muy fuertes y que ya ha perdido la consciencia en muchas ocasiones. No puede comer y casi no habla ya y no saben qué hacer. Agnes se ha puesto pálida al escuchar las palabras de su madre. Dicen que la llevarán al hospital en cuanto Damián vuelva, que está a punto de llegar a la aldea. Ha ido a pasar el día en Lugo.

A propósito de Gabriel, el hijo de Damián, tengo que contar que mi hermana ya me ha dicho varias veces que, desde que ella regresó a Barcelona, hablan todos los días por whatsapp y también por teléfono, que se lo cuentan prácticamente todo, que cada vez se conocen mejor y que se llevan muy bien. Noto que a mi hermana le da vergüenza hablarme de estas cosas, pero yo la conozco muy bien y sé qué piensa, a pesar de que se mantenga en silencio. No quiere reconocerme que Gabriel cada vez le gusta más porque tiene miedo a que yo le diga esas cosas que ella no quiere escuchar. Me ha explicado que en marzo posiblemente él vaya a Barcelona para verla, que antes no puede porque tiene mucho trabajo. Yo creo que entre ellos hay algo, pero mi hermana no quiere contármelo porque sabe perfectamente lo que le diría si me lo confesase. Agnes también lo piensa. Me alegro mucho por mi hermana, la verdad, porque sé que Gabriel es un hombre leal, es muy buena persona y me gustaría mucho que mi hermana y él estuviesen juntos. Agnes me ha contado que su exmujer lo dejó por otro. Menos mal que no tenían hijos porque entonces todo habría sido muy complicado.

Y, por lo que a mí respecta, tengo que decir que ahora me encuentro mejor físicamente. Ya no me mareo apenas y cada vez me siento más fuerte. No obstante, sigo sin tener apetito y me cuesta mucho comer, a pesar de que, cuando lo hago, disfruto de veras de la comida porque aquí todo está buenísimo, pero enseguida me siento saciada y muchas veces la comida ni me sienta bien; pero sé que cada vez estaré mejor. Agnes, además, está ayudándome haciéndome sesiones de Reiki y otras terapias con minerales que me van muy bien, la verdad. Tiene tanto poder en las manos y en el alma que no puede imaginar cuán bien me siento cuando está así conmigo. Enseguida noto el influjo de su poderosa energía y, si algo me duele o me preocupa, en cuanto ella me toca con sus manos o se dedica tan profundamente a mí, percibo que poco a poco me envuelve una nube de algodón que me protege de todo. El tiempo se desvanece y sólo siento las vibraciones que manan de sus manos, de su piel, de su presencia.

Además, me gusta mucho trabajar en la cafetería. No obstante, tengo que reconocer que ése no es el trabajo de mi vida, pero sí es el que, por el momento, puede ayudarnos a seguir adelante y no me desagrada para nada. También es cierto que muchas veces me siento ignorante junto a Agnes, quien no duda ni un momento de lo que hay que hacer. Agnes está enseñándome mucho y me hace sentir segura enseguida cuando nota que yo dudo de cómo tengo que llevar a cabo alguna tarea que nunca hice antes. Sé que no es el trabajo de mi vida porque todavía noto latir por dentro de mí mi vocación de maestra. Por las tardes, siempre viene a las cuatro y algo un niño con su madre que siempre empieza a hacer los deberes en la cafetería y muchas veces no he podido evitar ayudarlo en cuanto me daba cuenta de que se sentía perdido con algún ejercicio de lengua, de matemáticas o de ciencias. Incluso, cuando ya eran las cinco y Silvia había venido para relevarme, me he sentado junto a él y lo he ayudado a entender esas cosas que se sentía incapaz de comprender. La madre es muy agradecida y me pregunta si quiere recibir algo a cambio de darle esas pequeñas clases a su hijo. Yo le digo que de ninguna manera le cobraría nunca por ayudarlo, que lo hago porque me sale del corazón, no porque quiera obtener algún beneficio. Creo que ya hemos tomado por costumbre hacer los deberes juntos cada martes y cada jueves. Silvia me ha propuesto darles clases de repaso a los hijos de algunas de sus amigas, que sabe que muchos tienen problemas con las ciencias o las matemáticas y yo le he dicho que no tengo ningún problema, que me encantaría dar clases de repaso. Silvia parece una empresa de recursos humanos. Puede encontrar trabajo para todo el mundo. Cuando le dije eso a Agnes, se echó a reír sin poder evitarlo. Agnes y yo nos reímos muchísimo trabajando juntas en la cafetería. Cualquier cosa nos hace mucha gracia y compartimos todo lo que nos ocurre con una complicidad que sólo nosotras entendemos.

Y creo que por el momento voy a dejar de escribir. Espero que Iria se recupere. No me gustaría nada que se pusiese peor; pero el silencio que lo llena todo este fin de semana en la aldea habla mucho más alto que cualquier voz y se expresa con una claridad absoluta. Ese silencio me hace tener el alma llena de presentimientos y estoy totalmente convencida de que Agnes siente exactamente lo mismo que yo, incluso sé que ella tiene intuiciones mucho más exactas que yo; pero no me atrevo a preguntarle qué intuye porque sé que no le convendrá contestarme. Está muy callada y ensimismada leyendo, pero sé que muchas veces detiene la lectura para pensar, porque seguro que sabe mucho más que nadie.

Y eso es todo por hoy. Es muy curioso que no me incomode esta tristeza ni este silencio que nos vuelve tan herméticos a todos. Nuestro ánimo confluye con la apariencia de este día tan frío y lluvioso en el que la naturaleza también parece estremecida por una intuición que ni siquiera el futuro puede ignorar.

La lluvia ahora cae con más fuerza, golpeando los cristales de las ventanas y la piedra de los muros que nos protegen. Se oye la lluvia chocarse contra la piedra de las calles y caer sobre los árboles allí a lo lejos. La voz de la lluvia es un sonido continuo que nos acaricia el alma. Agnes acaba de decirme que sólo le apetece estar tranquila oyendo cómo la lluvia se expresa. Es la voz más antigua, me dice, y la que más puede sosegarnos. Tiene los ojos brillantes. Puedo intuir las lágrimas que están a punto de llenárselos. Es un momento único que el fuego protege y templa. Ojalá se detuviese el tiempo, me dice, hasta que de verdad sintamos que nos apetece seguir fluyendo con las horas… Y qué razón tiene. Creo que Agnes y yo no somos las únicas que deseamos que se detenga el tiempo por unos momentos, que se detenga la vida.

 

jueves, 17 de enero de 2019

DIARIO DE AGNES: XOVES, 17 DE XANEIRO DE 2019

Nota de la editora y de la traductora:
Junto con lo que escribió en su diario, Agnes me envió una copia de los escritos de Lúa sobre los que habla en esta entrada. Me he limitado a copiarlos después de lo que Agnes escribe y he intentado traducirlos lo más fiel posible a lo que ambas escribieron.

Xoves, 17 de xaneiro de 2019

Devecía por escribir para contar moitas cousiñas. Arestora teño moitas emocións amoreadas na miña ialma e non sei se realmente me sinto feliz, tristeiriña, morriñenta ou chea de impotencia. Experimento moitas cousas ao mesmo tempo, pero si teño claro que non estou deprimida, que sigo pensando que teño unha vida fermosa que nunca puiden soñar, que en realidade non se asemella a esa vida coa que tanto soñei, que tanto devecía vivir xunta Artemisa; mais non podo esquecer que na vida hai cousiñas moi tristes que nunca me deixarán de facer dano. Unha desas cousas é que na nosa provincia, precisamente en Ourense, está habendo incendios dende principios do ano. Estou moi preocupada por estes incendios porque están a queimar monte arborado e sinto que non é xusto. Non entendo por que lle queren facer dano á nosa terriña, non sei quen se encarga de destruír a beleza desta terra tan boíña e tan chea de maxia. Artemisa dime que son persoas de eiquí as que provocan os incendios, pero non entendo que beneficio poden obter queimando o monte, non o entendo. Arderon moitas hectáreas xa e o peor é que non chove. Teño medo a que este ano tamén sexa maliño para a nosa terra. Artemisa entende que isto me desacougue tanto, pero tamén me di que non podo permitir que estas cousiñas me fagan sentir tan mal porque sentíndome así non vou conseguir ren e ten razón, pero non o podo evitar. Dóeme moito que lle fagan tanto dano á nosa terra, que queimen os nosos bosques, o noso monte, deixando sen vida a milleiros de animaliños que nunca souberon da maldade e da cobiza das persoas.

Outra cousiña que me pon moi tristeiriña é pensar en todo o que Lúa sufriu por min antes de estarmos xuntas. Eu non sabía que Lúa o pasara tan mal. Non tiña nin idea das emocións que lle enchían a ialma toda neses días nos que gozabamos da beleza da nosa terra con Artemisa. Agora si podo imaxinar un chisquiño todo o que ela sufriu, canto sufriu por sentir que eu non estaba con ela tal como ela desexaba que estivese. Non hai verbas que poidan expresar todo o que ela viviu. Só cómpre lelo para termos unha idea do que ela experimentou. Non se pode describir unha desesperación tan profunda e estarrecedora como a que a ela lle enchía a ialma.

Hoxe Iria veunos ver a Ourense e entregoume máis escritos de Lúa. Díxome que quería que os tivese eu. Son follas cheas de verbas escritas cunha desesperación que case impide comprender o que ela escribiu con tanta dor e tristura. Podo sentir nas súas verbas e sobre todo no aspecto que teñen as letras que as compoñen o inmenso desacougo que a domeaba toda. Non é xusto que ela sufrise desa maneira, pero ninguén lle podía pedir que estivese tranquila. Achábase nun momento na súa existencia no que nin tan sequera ela podía contar os días que lle restaban por vivir.

Ler todos eses escritos fíxome dano. Non só me feriu o contido deses escritos, senón sobre todo a maneira como están redactadas as frases. Son frases cheas de impotencia, de súplicas, de tristura. Ademais, pódese deducir que Lúa escribía ás présas, coma se nese momento xa lle estivese a fallar a vida. Non puiden evitar botarme a chorar cando lin todo o que ela escribira hai uns meses, neses momentos nos que eu sentía que a nosa amizade estaba en perigo e tamén cando xa nos entregamos a unha á outra nesa mañá de agosto tan bonita, na beira do río Miño, quen foi testemuña do momento máis feliz da vida de Lúa e tamén da fin da súa existencia, que curioso. Pobriña Lúa, coitadiña, non é xusto que unha ialma tan boíña e fermosa coma a súa sufrise dese xeito; pero tamén me aleda descubrir o que ela sentiu nese tempo porque así me podo achegar máis a ela e coñecer mellor a súa vida. A súa lembranza agora ten outra cor e coido que é xusto que a lembremos así, con todos os seus recordos, dende os máis bonitiños ata os máis duros. Desa maneira, sabendo o que viviu, a súa vida non cae no esquecemento.

O que tamén me fixo chorar moito foi saber que Lúa e máis eu experimentamos sufrimentos semellantes. Non sufrimos polo mesmo, pero si de modo parecido. Lendo as súas verbas, lembrei axiña do desesperada que me sentía cando me encerraron no hospital a primeira vez, cando aínda era unha rapaciña chea de vida e con tantos soños por cumprir, cando aínda o meu corazón latexaba con forza. Puiden lembrar o inmensamente tristeiriña que me sentía ao lembrar á miña terra e verme encerrada nesas catro paredes brancas que en ren se asemellaban aos campos da miña terra, aos bosques que eu amaba tanto, cando tentaba arrecender o aroma da herba e só podía ulir o noxento cheiro da lixivia, dos desinfectantes e das menciñas. Non podo describir a tristura que me enchía a ialma porque non hai verbas que poidan exteriorizar un sufrimento tan destrutivo. Eu quería ser libre, como Lúa quería ser libre da morte, ceibarse desa morte que a perseguía.

E tamén me foi ben ler todo isto porque agora sinto que me desfixen dun peso ao chorar polos tristes recordos de Lúa. E só me queda pensar que foi feliz de verdade como ela tanto desexaba. Iso faime sentir viva a min, faime ter ganas de vivir. Saber que lle fixen feliz, que foi feliz comigo os derradeiros días da súa vida ten moito máis valor que eses momentos nos que ela se sentía morrer de desesperación e impotencia.

Mañá iremos á aldeíña. Canto me apetece volver á aldeíña. Xa non vai tanto frío e choveu algo, pero non é abondo. Ogallá chova de verdade e neve, sobre todo ten que nevar, sobre todo neses lugares que o lume destruíu. Sinto que hoxe non estou tan positiva como os outros días, pero a tristura que agora me enche a ialma non se asemella a esa tristura enfermiza que me esnaquizaba o corazón cando estaba doente. Esta tristura ten senso, brota de feitos que se poden explicar, que a calquera persoa lle poñería tristeiriña. Sinto que a miña tristura ten sentido. Non é destrutiva nin tampouco me vai tirar as ganas de vivir, para nada. Agora temos que seguir avanzando por esta vida tan fermosa coa que a nosa terra nos agasalla a todos.

O que me apetece moito é cantar e tocar a pandeireta namentres a gaitiña me acompaña, porque preciso botar esta tristura que só a música pode curar. Preguntareille ao meu tío Damián se quere que mañá fagamos algo de música despois de cear, para encher de ledicia ese anaquiño de mundo.

 

Escritos de Lúa:

 

Sinto que a vida se me vai, que me restan cada vez menos horas para vivir. Pasei toda a noite no hospital porque, cando onte voltamos de León (que onte pasamos tódolo día alí con Artemisa), empecei a encontrarme moi mal. Levaba encontrándome mal durante tódolo día. Espertei sentindo que me doía o peito moito e que tiña moi pouca enerxía, pero non fun quen de dicirlles a Agnes e a Artemisa que aprazásemos a viaxe a León porque non estaba segura de se a poderiamos facer algunha vez. Non me arrepinto de facela con elas, de levalas á aldea na que naceu Artemisa, pero síntome agora coma se me tivesen arrincado o corazón. Eu mesma me arrincaría este corazón doente que tanto me fai sufrir. Ninguén pode imaxinar o que sinto. A vida marcha de min. Pasei tódala noite no hospital con probas, mesmo estiveron a piques de dicirme que quedase alí porque non me conviña saír e seguir vivindo coma se ren, pero a min ninguén me detén e eu quero vivir igual coma se non estivese doente. Non me quero apagar nun hospital, nun cuarto no que inza a desinfectante e a menciñas. Non quero morrer conectada a milleiros de trebellos que indican o que me queda de vida cun  son horríbel. Non quero. Quero morrer xunta o río Miño, á beiriña dese río que me viu medrar, que sempre estivo comigo, dende que era cativiña, tanto se estaba na aldeíña como en Ourense, sempre estivo comigo, e quero morrer baixo as pólas das árbores, envolta polo silencio que mora na aldea... pero sobre todo quero morrer entre os brazos de Agnes. Iso é o que máis me doe: Agnes, Agnes é o que máis me fai sufrir.

Ninguén imaxina o que sinto agora, tras unha noite enteiriña no hospital pensando que me ía sen lle poder dicir que a quero con toda a miña ialma. Ela sábeo, pero preciso dicirllo para que nunca o esqueza, mais preciso sobre todo estar con ela. Quero saber que é estar con ela antes de morrer. Por favor, se de verdade existe a Deusa na que tanto crin sempre, que me escoite agora máis que nunca, que por favor non me permita irme deste mundo sen ter estado con Agnes. Ámoa máis cá miña vida e non quero marchar sen saber que é estar con ela, pero agora sinto que se vai todo, que se quere apagar todo, todo, e non podo, non o podo aturar. Por favor, non quero marchar sen vela unha vez máis, sen me poder despedir dela. Non é xusto, dempois de tódolo que pasei... de agardala tanto e tanto, por favor, por favor.

O doutor díxome que me resta moi pouquiño tempo de vida, que non é quen de precisar canto vivirei, pero que non cre que dure máis de dous meses. Díxomo así, así, sen poderme mirar aos ollos, cunha voz tremente, porque este doutor me quere moito, tenme consigo dende que era cativa, estivo xunta min en tódalas operacións que me fixeron, para ren, absolutamente para ren, porque o meu corazón nunca sandou nin sandará. Díxome, literalmente, que se me estaba a desfacer o corazón, e si, iso é certo porque estou morrendo de amor. Sinto que non poder estar con Agnes está a me matar, está tirándome a vida. Hai moito tempo que sei que teño unha doenza destas que se chaman “raras” e que non teñen cura, pero a miña ilusión foi sempre reencontrarme con Agnes antes de morrer. Agora non quero marchar da vida sen ter estado con ela. Só poderei morrer acougada e conforme se morro entre os seus brazos, pero sei que é imposíbel, que estar con ela é imposíbel, carallo...

Escribo case rachando o papel co lapis que emprego, escribo con forza porque quero desafogar o que sinto. Choro sen acougo, arreo, sen me poder acougar, porque me sinto moi mal agora mesmo e non podo recibir o consolo de ninguén porque non lle podo explicar a Agnes o que me ocorre, e ela é a única que me pode acougar. Non quero que saiba que estou doente e que estou morrendo, non quero. Quero que me lembre sempre chea de vida, non así, tan feble. A lúa nunca se apagará namentres brile o sol. Eu sinto que o meu sol brila con tanta forza que non podo aturar a súa luz. Eu estou minguando xa e dentro de pouquiño xa ninguén me poderá chamar Lúa, porque non o merecerei, nunca máis.

Xoves, 30 de agosto de 2018.

 

A Deusa ouvíume, ouvíume de verdade, máis que nunca. Agora non sei onde van os ríos da nosa vida. Non sei a que mar se dirixe esta auga que nos leva, pero síntome voar coma se un paxariño me tivese dado as súas ás. Que ledicia, que ledicia. Miña nai preguntoume se estaba ben cando cheguei á casiña porque me brilaban moito os ollos e estaba moi risoña, sen poder deixar de lembrar todo o que vivín esta mañá. A miña intención era marchar a Ourense antes de que Agnes se decatase de que estou moi mal, tanto física como animicamente, pero Agnes veume buscar á miña casa antes de que tivese tempo para me ir. Eu funa buscar á súa casa para despedirme dela, pero a súa nai díxome que estaba durmindo aínda e que lle diría que eu viñera, pero eu non a quería ver xa... mais non me deu tempo a marchar, e menos mal porque Agnes me deu a vida, deume ganas de vivir de novo, de seguir adiante malia ter cada vez menos tempo para gozar da vida, para espertar cada mañá.

Falei con ela esta mañá sen saber que dicirlle porque me sentía impotente e frustrada por pensar que aquela era a derradeira vez que poderiamos falar ben. Eu quería morrer antes que vela marchar para sempre, pero tamén pensaba que non me quería arredar dela tan rápido. Non sabía o que sentía. Só sabía que quería estar con ela eses momentos que parecían tan bonitos e que eran en realidade tan tensos. Non sabiamos que dicirnos porque ambas as dúas nos sentiamos feridas por esa situación que provocaba a miña doenza. Eu non estaba impotente por non poder estar con Agnes. Estaba impotente porque sentía que me ía e que non podía facer ren para deter a miña vida no meu corpo. Eu dicíalle a Agnes que marcharía para sempre despois desa mañá e que nunca máis nos volveriamos ver. Ela cría que o dicía porque non me achegaría nunca máis a ela malia vivirmos no mesmo lugar, en Ourense, pero en realidade eu non falaba de marchar fisicamente do seu lado, senón marchar animicamente, de corazón, de ialma, de pensamento, de vida, porque eu falaba da miña morte, non dunha distancia que eu mesma provocaría. Por iso pedinlle que me dixese que sentía por min e así podería marchar en paz, marchar da vida, non da aldeíña, non do seu carón, da súa vida.

Mais Agnes fíxome vivir de novo, deulle alento ao meu corazón, deulle azos á miña ialma para seguir tendo esperanza. Fixen o amor con ela coma xamais pensei que o podería facer. Foi algo físico que nos uniu animicamente moito máis que calquera outra cousa. Non sei explicar o que vivimos porque non o percibo real. Paréceme que é algo máis propio dunha novela, dunha fermosa película das que che fan soñar. Fun tan feliz entre os seus brazos, tan pegadiña ao seu corpo, baixo as súas mans, con ela... Coido que a miña vida toda ten sentido agora porque estiven con Agnes compartindo moito máis có noso corpo e a nosa ialma. Estou segura de que existe entre nós un vencello moi forte que nos uniu hai moitísimos anos xa. Sentino namentres nos acariñabamos, namentres nos bicabamos e nos amabamos así, con tanta liberdade, dunha maneira tan bonita e entregada.

Sinto que esta entrega abriu unha porta nova á vida e coido que non quedará en ren. Sei que Agnes ama a Artemisa, pero algo me di que non a perderei, que esta vez si a poderei ter comigo durante o pouquiño tempo que dure a miña vida. Non quero que ninguén sufra, pero eu ireime desta vida dentro de pouquiño e non estarei para sempre ao carón de Agnes. Sei que Artemisa e máis Agnes están moi unidas, vencelladas por algo que non é deste mundo nin desta vida, pero tamén sei que entre Agnes e máis eu hai algo moi forte e fermoso tamén. Se non o houbese, non nos teriamos reencontrado, para sempre viviriamos lonxe a unha da outra. Miña nai dime que teña coidado, que me estou a meter nun terreo moi perigoso. Miña nai non sabe ren. Eu non lle contei que estiven con Agnes, pero coñece moi ben os meus sentimentos. Eu sei que á miña nai gustaríalle moito que eu puidese estar con Agnes. Agnes sempre lle pareceu unha muller moi especial, dende sempre pensou que é moi intelixente e boíña, pero tamén é quen de aceptar que seica nunca poidamos estar xuntas, ou si... O certo é que agora non sei que vai pasar coas nosas vidas, pero intúo que ren volverá ser igual para Agnes despois do que vivimos esta mañá. Ela voltará a Barcelona con Artemisa, pero sei que regresará a Galicia moito antes do que planifica porque esta terra e máis Agnes xa non poden vivir separadas. Sei que Agnes estivo doente namentres ficou lonxe de Galicia porque nesta terra se atopa a meirande parte da súa ialma. Ao voltar ela, recompúxose todo por dentro dela e sei que, se queda eiquí para sempre, devagariño a súa doenza irá desaparecendo. Ogallá a miña tamén se esvaecese estando coa outra metade do meu ser, coa muller que máis amei e amo.

Agora síntome estraña, entre feliz e tristeiriña... pero prefiro ficar lembrando todo o que vivimos...

Venres, 31 de agosto de 2018.

 

Agnes foise. Foise. Sei que voltará. Que marchase non é o peor que está a ocorrer. O peor que está a ocorrer é que ela está mal, moi mal, e eu non podo facer ren por ela. Teño medo por ela. Antes de volver a Barcelona, ela estaba ben. Non estaba tristeiriña. Mesmo teño que recoñecer que non se arrepentía de estar comigo. Estivemos xuntas o domingo outra vez e foi marabilloso, tan máxico e fermoso que non podo crer que eses momentos sexan reais. Máis ben, parecen ese soño que eu tiña tódalas noites con Agnes, soños nos que eramos tan libres, nos que nos amabamos ceibes de toda fronteira.

Mais estou estarrecida por Agnes porque agora si noto que está doente de verdade, non só fisicamente (ten algo no estómago e non deixa de trousar), senón sobre todo animicamente porque as súas verbas carecen de luz. Non brila a súa voz e, cando falamos, sinto que lle treme a ialma. Por favor, que volte, que volte antes de que poida empeorar moito máis. Mesmo son quen de ir buscala se non se dan présa en axudala a voltar. Artemisa non se decata de que Agnes non pode estar lonxe de Galicia? Aínda non se deu de conta de que Agnes ten eiquí nesta terra a meirande parte da súa ialma? Como é posíbel que, amándoa como a ama, non pense na súa felicidade, na súa saúde? Non a quero acusar de non pensar en Agnes, pero dóeme moito que ela estea alí agora sentíndose tan mal. E a súa dor síntoa eu na miña ialma, no meu doente corazón, o que non deixa de latexar dun xeito estraño que me desacouga moito. Díxome o doutor que non me estrañase se notaba que me latexaba o corazón dun xeito atípico. Díxome que, cando sinta que se quere deter, vaia decontado ao hospital ou fique tranquila agardando que iso pase ou que veña a fin, porque ese será un sinal que indique a fin, eses latidos estraños e un inmenso cansazo que me fará estar mareadiña.

Que iso ocorra cando Agnes xa volte e poidamos estar xuntas outra vez, soñando na beiriña do Miño, baixo as árbores, coa compaña das lonxanas montañas, protexidas polo fermoso ceo da nosa terra, brilante ás veces e neboento en outras.

Só a agardo a ela, á miña vida, á muller que me pode alongar o tempo de vivir e as ganas de soñar. Quéroa tanto que o meu corazón non pode latexar levando tanto amor.

Venres, 7 de setembro de 2018.

Traducción:


Jueves, 17 de enero de 2019

Ansiaba escribir para contar muchas cosiñas. Ahora mismo tengo muchas emociones acumuladas en el alma y no sé si realmente me siento feliz, tristiña, morriñosa o llena de impotencia. Experimento muchas cosas al mismo tiempo, pero si tengo claro que no estoy deprimida, que sigo pensando que tengo una vida hermosa que nunca pude soñar, que en realidad no se asemeja a esa vida con la que tanto soñé, que tanto ansiaba vivir junto a Artemisa; mas no puedo olvidar que en la vida hay cosiñas muy tristes que nunca dejarán de hacerme daño. Una de esas cosas es que en nuestra provincia, precisamente en Ourense, está habiendo incendios desde principios de año. Estoy muy preocupada por esos incendios porque están quemando monte de árboles y siento que no es justo. No entiendo por qué quieren hacerle daño a nuestra terriña, no sé quién se encarga de destruir la belleza de esta tierra tan bueniña y tan llena de magia. Artemisa me dice que son personas de aquí las que provocan los incendios, pero no entiendo qué beneficio pueden obtener quemando el monte, no lo entiendo. Han ardido muchas hectáreas ya y lo peor es que no llueve. Tengo miedo a que este año también sea maliño para nuestra tierra. Artemisa entiende que esto me desasosiegue tanto, pero también me dice que no puedo permitir que estas cosiñas me hagan sentir tan mal porque sintiéndome así no voy a conseguir nada y tiene razón, pero no puedo evitarlo. Me duele mucho que le hagan tanto daño a nuestra tierra, que quemen nuestros bosques, nuestro monte, dejando sin vida a millones de animaliños que nunca han sabido de la maldad y de la codicia de las personas.

Otra cosiña que me pone muy tristiña es pensar en todo lo que Lúa sufrió por mí antes de estar juntas. Yo no sabía que Lúa lo había pasado tan mal. No tenía ni idea de las emociones que le llenaban el alma toda en esos días en los que disfrutábamos de la belleza de nuestra tierra con Artemisa. Ahora sí puedo imaginar un poquiño todo lo que ella sufrió, cuánto sufrió por sentir que yo no estaba con ella tal como ella deseaba que estuviese. No hay palabras que puedan expresar todo lo que ella vivió. Sólo es preciso leerlo para que podamos tener una idea de lo que ella experimentó. No se puede describir una desesperación tan profunda y aterradora como la que a ella le llenaba el alma.

Hoy Iria ha venido a vernos a Ourense y me entregó más escritos de Lúa. Me dijo que quería que los tuviese yo. Son hojas llenas de palabras escritas con una desesperación que casi impide comprender lo que ella escribió con tanto dolor y tristeza. Puedo sentir en sus palabras y sobre todo en el aspecto que tienen las letras que las componen el inmenso desasosiego que la dominaba toda. No es justo que ella sufriese de esa manera, pero nadie podía pedirle que estuviese tranquila. Se hallaba en un momento en su existencia en el que ni tan siquiera ella podía contar los días que le quedaban por vivir.

Leer todos esos escritos me hizo daño. No solo me hirió el contenido de esos escritos, sino sobre todo la manera como están redactadas las frases. Son frases llenas de impotencia, de súplicas, de tristeza. Además, se puede deducir que Lúa escribía a toda prisa, como si en ese momento ya estuviese faltándole la vida. No he podido evitar ponerme a llorar cuando he leído todo lo que ella había escrito hace unos meses, en esos momentos en los que yo sentía que nuestra amistad estaba en peligro y también cuando ya nos entregamos la una a la otra en esa mañana de agosto tan bonita, a la orilla del río Miño, quien fue testigo del momento más feliz de la vida de Lúa y también del fin de su existencia, qué curioso. Pobriña Lúa, pobriña, no es justo que una alma tan bueniña y hermosa como la suya sufriese de ese modo; pero también me alegra descubrir lo que ella sintió en ese tiempo porque así puedo acercarme más a ella y conocer mejor su vida. Su recuerdo ahora tiene otro color y creo que es justo que la rememoremos así, con todos sus recuerdos, desde los más bonitiños hasta los más duros. De esa manera, sabiendo lo que vivió, su vida no cae en el olvido.

Lo que también me ha hecho llorar mucho ha sido saber que Lúa y yo experimentamos sufrimientos semejantes. No sufrimos por lo mismo, pero sí de modo parecido. Leyendo sus palabras, me he acordado enseguida de lo desesperada que me sentía cuando me encerraron en el hospital la primera vez, cuando todavía era una rapaciña llena de vida y con tantos sueños por cumplir, cuando todavía mi corazón latía con fuerza. He podido recordar lo inmensamente tristiña que me sentía al recordar mi tierra y verme encerrada en esas cuatro paredes blancas que en nada se parecían a los campos de mi tierra, a los bosques que yo amaba tanto, cuando intentaba aspirar el aroma de la hierba y sólo podía oler el asqueroso olor de la lejía, de los desinfectantes y de las medicinas. No puedo describir la tristeza que me llenaba el alma porque no hay palabras que puedan exteriorizar un sentimiento tan destructivo. Yo quería ser libre, como Lúa quería ser libre de la muerte, librarse de esa muerte que la perseguía.

Y también me ha ido bien leer todo esto porque ahora siento que me he deshecho de un peso al llorar por los tristes recuerdos de Lúa. Y sólo me queda pensar que fue feliz de verdad como ella tanto deseaba. Eso me hace sentir viva a mí, tener ganas de vivir. Saber que le hice feliz, que fue feliz conmigo los últimos días de su vida tiene mucho más valor que esos momentos en los que ella se sentía morir de desesperación e impotencia.

Mañana iremos a la aldeíña. Cuánto me apetece volver a la aldeíña. Ya no hace tanto frío y ha llovido algo, pero no es suficiente. Ojalá llueva de verdad y nieve, sobre todo tiene que nevar, sobre todo en esos lugares que el fuego ha destruido. Siento que hoy no estoy tan positiva como los otros días, pero la tristeza que ahora me llena el alma no se asemeja a esa tristeza enfermiza que me destrozaba el corazón cuando estaba enferma. Esta tristeza tiene sentido, brota de hechos que se pueden explicar, que a cualquier persona le pondría tristiña. Siento que mi tristeza tiene sentido. No es destructiva ni tampoco me va a quitar las ganas de vivir, para nada. Ahora tenemos que seguir avanzando por esta vida tan hermosa que nuestra tierra nos regala a todos.

Lo que me apetece ahora mucho es cantar y tocar la pandereta mientras la gaitiña me acompaña, porque necesito expulsar de mí esta tristeza que sólo la música puede curar. Le preguntaré a mi tío Damián si quiere que mañana hagamos algo de música después de cenar, para llenar de alegría ese pedaciño de mundo.

 

Escritos de Lúa:

Siento que la vida se me va, que me quedan cada vez menos horas para vivir. Me he pasado toda la noche en el hospital porque, cuando ayer volvimos de León (que pasamos todo el día allí con Artemisa), empecé a encontrarme muy mal. Llevaba encontrándome mal durante todo el día. Me desperté sintiendo que me dolía el pecho mucho y que tenía muy poca energía, pero no fui capaz de decirles a Agnes y a Artemisa que aplazásemos el viaje a León porque no estaba segura de si podríamos hacerlo alguna vez. No me arrepiento de haberlo hecho con ellas, de haberlas llevado a la aldea en la que nació Artemisa, pero me siento ahora como si me hubiesen arrancado el corazón. Yo misma me arrancaría este corazón enfermo que tanto me hace sufrir. Nadie puede imaginar lo que siento. La vida se marcha de mí. He pasado toda la noche en el hospital con pruebas, incluso estuvieron a punto de decirme que me quedase allí porque no me convenía salir y seguir viviendo como si nada, pero a mí nadie me detiene y yo quiero vivir igual como si no estuviese enferma. No quiero apagarme en un hospital, en una habitación en la que apesta a desinfectante y a medicinas. No quiero morir conectada a millones de aparatos que indican lo que me queda de vida con un sonido horrible. No quiero. Quiero morir junto al río Miño, a la orilliña de ese río que me vio crecer, que siempre ha estado conmigo, desde que era niña, tanto si estaba en la aldeíña como en Ourense, siempre estuvo conmigo, y quiero morir bajo las ramas de los árboles, envuelta por el silencio que mora en la aldea... pero sobre todo quiero morir entre los brazos de Agnes. Eso es lo que más me duele: Agnes, Agnes es lo que más me hace sufrir.

Nadie imagina lo que siento ahora, tras una noche enteriña en el hospital pensando que me iba sin poder decirle que la quiero con toda mi alma. Ella lo sabe, pero necesito decírselo para que nunca lo olvide, mas preciso sobre todo estar con ella. Quiero saber qué es estar con ella antes de morir. Por favor, si de verdad existe la Diosa en la que tanto he creído siempre, que me escuche ahora más que nunca, que por favor no me permita irme de este mundo sin haber estado con Agnes. La amo más que a mi vida y no quiero marcharme sin saber qué es estar con ella, pero ahora siento que se va todo, que quiere apagarse todo, todo, y no puedo, no puedo soportarlo. Por favor, no quiero marcharme sin verla una vez más, sin poder despedirme de ella. No es justo, después de todo lo que he pasado... de aguardarla tanto y tanto, por favor, por favor.

El doctor me ha dicho que me queda muy poquiño tiempo de vida, que no es capaz de precisar cuánto viviré, pero que no cree que dure más de dos meses. Me lo dijo así, así, sin poder mirarme a los ojos, con una voz trémula, porque este doctor me quiere mucho, me tiene consigo desde que era niña, ha estado junto a mí en todas las operaciones que me han hecho, para nada, absolutamente para nada, porque mi corazón nunca sanó ni sanará. Me dijo, literalmente, que estaba deshaciéndoseme el corazón, y sí, eso es cierto porque estoy muriendo de amor. Siento que no poder estar con Agnes está matándome, está quitándome la vida. Hace mucho tiempo que sé que tengo una enfermedad de éstas que se llaman “raras” y que no tienen cura, pero mi ilusión ha sido siempre reencontrarme con Agnes antes de morir. Ahora no quiero marcharme de la vida sin haber estado con ella. Sólo podré morir tranquila y conforme si muero entre sus brazos, pero sé que es imposible, que estar con ella es imposible, carallo...

Escribo casi rasgando el papel con el lápiz que utilizo, escribo con fuerza porque quiero desahogar lo que siento. Lloro sin sosiego, continuamente, sin poder calmarme, porque me siento muy mal ahora mismo y no puedo recibir el consuelo de nadie porque no puedo explicarle a Agnes lo que me ocurre, y ella es la única que puede tranquilizarme. No quiero que sepa que estoy enferma y que me estoy muriendo, no quiero. Quiero que me recuerde siempre llena de vida, no así, tan débil. La luna nunca se apagará mientras brille el sol. Yo siento que mi sol brilla con tanta fuerza que no puedo soportar su luz. Yo estoy menguando ya y dentro de poquiño nadie podrá llamarme Lúa, porque no me lo mereceré, nunca más.

Jueves, 30 de agosto de 2018.
 

La Diosa me ha oído, me ha oído de verdad, más que nunca. Ahora no sé a dónde van los ríos de nuestra vida. No sé a qué mar se dirige esta agua que nos lleva, pero me siento volar como si un pajariño me hubiese dado sus alas. Qué alegría, qué alegría. Mi madre me preguntó si estaba bien cuando llegué a la casiña porque me brillaban mucho los ojos y estaba muy risueña, sin poder dejar de recordar todo lo que he vivido esta mañana. Mi intención era marcharme a Ourense antes de que Agnes se percatase de que estoy muy mal, tanto física como anímicamente, pero Agnes vino a buscarme a mi casa antes de que tuviese tiempo para irme. Yo fui a buscarla a su casa para despedirme de ella, pero su madre me dijo que estaba durmiendo aún y que le diría que yo había venido, pero yo no quería verla ya... mas no me dio tiempo a marcharme, y menos mal porque Agnes me ha dado la vida, me ha dado ganas de vivir de nuevo, de seguir adelante a pesar de tener cada vez menos tiempo para disfrutar de la vida, para despertar cada mañana.

Hablé con ella esta mañana sin saber qué decirle porque me sentía impotente y frustrada por pensar que aquélla era la última vez que podríamos hablar bien. Yo quería morir antes que verla marchar para siempre, pero también pensaba que no quería alejarme de ella tan rápido. No sabía lo que sentía. Sólo sabía que quería estar con ella esos momentos que parecían tan bonitos y que eran en realidad tan tensos. No sabíamos qué decirnos porque ambas nos sentíamos heridas por esa situación que provocaba mi enfermedad. Yo no estaba impotente por no poder estar con Agnes. Estaba impotente porque sentía que me iba y que no podía hacer nada para detener mi vida en mi cuerpo. Yo le decía a Agnes que me marcharía para siempre después de esa mañana y que nunca más volveríamos a vernos. Ella creía que lo decía porque no me acercaría nunca más a ella a pesar de vivir las dos en el mismo lugar, en Ourense, pero en realidad yo no hablaba de marcharme físicamente de su lado, sino marcharme anímicamente, de corazón, de alma, de pensamiento, de vida, porque yo hablaba de mi muerte, no de una distancia que yo misma provocaría. Por eso le pedí que me dijese qué sentía por mí y así podría marcharme en paz, marcharme de la vida, no de la aldeíña, no de su vera, de su vida.

Mas Agnes me ha hecho vivir de nuevo, le ha dado aliento a mi corazón, le ha dado fuerzas a mi alma para seguir teniendo esperanza. He hecho el amor con ella como jamás pensé que podría hacerlo. Fue algo físico que nos unió anímicamente mucho más que cualquier otra cosa. No sé explicar lo que hemos vivido porque no lo percibo real. Me parece que es algo más propio de una novela, de una hermosa película de las que te hacen soñar. He sido tan feliz entre sus brazos, tan pegadiña a su cuerpo, bajo sus manos, con ella... Creo que mi vida toda tiene sentido ahora porque he estado con Agnes compartiendo mucho más que nuestro cuerpo y nuestra alma. Estoy segura de que existe entre nosotras un vínculo muy fuerte que nos unió hace muchísimos años. Lo sentí mientras nos acariciábamos, mientras nos besábamos y nos amábamos así, con tanta libertad, de una manera tan bonita y entregada.

Siento que esta entrega ha abierto una puerta nueva a la vida y creo que no quedará en nada. Sé que Agnes ama a Artemisa, pero algo me dice que no la perderé, que esta vez sí podré tenerla conmigo durante el poquiño tiempo que dure mi vida. No quiero que nadie sufra, pero yo me iré de esta vida dentro de poquiño y no estaré para siempre junto a Agnes. Sé que Artemisa y Agnes están muy unidas, enlazadas por algo que no es de este mundo ni de esta vida, pero también sé que entre Agnes y yo hay algo muy fuerte y hermoso también. Si no lo hubiese, no nos habríamos reencontrado, para siempre habríamos vivido lejos la una de la otra. Mi madre dice que tenga cuidado, que estoy metiéndome en un terreno muy peligroso. Mi madre no sabe nada. Yo no le he contado que he estado con Agnes, pero conoce muy bien mis sentimientos. Yo sé que a mi madre le gustaría mucho que yo pudiese estar con Agnes. Agnes siempre le pareció una mujer muy especial, desde siempre pensó que es muy inteligente y bueniña, pero también es capaz de aceptar que tal vez nunca podamos estar juntas, o sí... Lo cierto es que ahora no sé qué va a pasar con nuestras vidas, pero intuyo que nada volverá a ser igual para Agnes después de lo que vivimos esta mañana. Ella volverá a Barcelona con Artemisa, pero sé que regresará a Galicia mucho antes de lo que planifica porque esta tierra y Agnes ya no pueden vivir separadas. Sé que Agnes estuvo enferma mientras permaneció lejos de Galicia porque en esta tierra se encuentra la mayor parte de su alma. Al volver ella, se recompuso todo por dentro de ella y sé que, si se queda aquí para siempre, poquiño a poco su enfermedad irá desapareciendo. Ojalá la mía también se desvaneciese estando con la otra mitad de mi ser, con la mujer que más amé y amo.

Ahora me siento extraña, entre feliz y tristiña... pero prefiero permanecer recordando todo lo que hemos vivido...

Viernes, 31 de agosto de 2018.

 
Agnes se ha ido. Se ha ido. Sé que volverá. Que se marchase no es lo peor que está ocurriendo. Lo peor que está ocurriendo es que ella está mal, muy mal, y yo no puedo hacer nada por ella. Tengo miedo por ella. Antes de volver a Barcelona, ella estaba bien. No estaba tristiña. Incluso tengo que reconocer que no se arrepentía de haber estado conmigo. Estuvimos juntas el domingo otra vez y fue maravilloso, tan mágico y hermoso que no puedo creer que esos momentos sean reales. Más bien, parecen ese sueño que yo tenía todas las noches con Agnes, sueños en los que éramos tan libres, en los que nos amábamos libres de toda frontera.

Mas estoy aterrada por Agnes porque ahora sí noto que está enferma de verdad, no sólo físicamente (tiene algo en el estómago y no deja de vomitar), sino sobre todo anímicamente porque sus palabras carecen de luz. No brilla su voz y, cuando hablamos, siento que le tiembla el alma. Por favor, que vuelva, que vuelva antes de que pueda empeorar mucho más. Incluso soy capaz de ir a buscarla si no se dan prisa en ayudarla a volver. ¿Artemisa no se entera de que Agnes no puede estar lejos de Galicia? ¿Todavía no se ha dado cuenta de que Agnes tiene aquí en esta tierra la mayor parte de su alma? ¿Cómo es posible que, amándola como la ama, no piense en su felicidad, en su salud? No quiero acusarla de no pensar en Agnes, pero me duele mucho que ella esté allí ahora sintiéndose tan mal. Y su dolor lo siento yo en mi alma, en mi enfermo corazón, el que no deja de latir de un modo extraño que me desasosiega mucho. Me dijo el doctor que no me extrañase si notaba que me latía el corazón de un modo inusual. Me dijo que, cuando sienta que se quiere detener, vaya inmediatamente al hospital o permanezca tranquila esperando que eso pase o que venga el fin, porque ésa será una señal que indique el fin, esos latidos extraños y un inmenso cansancio que me hará estar mareadiña.

Que eso ocurra cuando Agnes haya vuelto y podamos estar juntas otra vez, soñando en la orilliña del Miño, bajo los árboles, con la compañía de las lejanas montañas, protegidas por el hermoso cielo de nuestra tierra,  brillante a veces y nebuloso en otras.

Sólo la espero a ella, a mi vida, a la mujer que puede alargarme el tiempo de vivir y las ganas de soñar. La quiero tanto que mi corazón no puede latir llevando tanto amor.

Viernes, 7 de septiembre de 2018.