sábado, 12 de enero de 2019

DIARIO DE ARTEMISA: SÁBADO, 12 DE ENERO DE 2019


Sábado, 12 de enero de 2019

Estoy escribiendo sintiéndome protegida por el calor de la lumbre. Agnes lee junto a mí, también amparada por el calor de la lareira. Tenía muchas ganas de escribir, pero sobre todo tenía ganas de volver a la aldeíña de Agnes. Siento que aquí también puedo encontrar mi hogar. Siento que este lugar ya es mi hogar, una parte innegable de mi vida y un rincón donde puedo alejarme de todo aquello que me ha preocupado e inquietado a lo largo de mi existencia. Este rincón parece formar parte de otra dimensión. Parece alejado de cualquier sentimiento punzante, parece quedar apartado de la energía negativa y de la maldad. Tenía muchas ganas de estar en la aldea sobre todo para poder disfrutar del silencio y de la tranquilidad que aquí moran. Esta mañana, desperté oyendo el canto de los pocos pájaros que no se fueron, que se atrevieron a seguir viviendo aquí pese al frío del invierno. Desperté oyendo también hablar en la calle a Anxos con Iria y con más vecinas de la aldea. Sus voces estaban impregnadas de tranquilidad y sencillez. Comentaban que hacía mucho frío y una de ellas decía que tenía que llamar a algún veterinario porque tenía mala la “vaquiña”. Salvo eso, no se oía nada. El silencio era otra voz que escuchaba y que hablaba junto a las tres mujeres que intercambiaban sonrisas y palabras llenas de cariño y armonía. Hay algo en los habitantes de la aldea que me calma, que me hace saber que la vida no es tan difícil como pienso a veces, pese a que ellos llevan en realidad una vida muy dura, pues tienen que trabajar en el campo haga el tiempo que haga. Ahora, el invierno ha dejado paralizados los trabajos del campo, pero nunca descansan. Estas personas me despiertan una admiración muy tierna y me dan envidia también porque las siento más puras que las personas que vivimos en alguna ciudad. Yo todavía tengo en el alma la prisa y el estrés de haber vivido en una ciudad tan estresante durante tres años por lo menos. En Ourense no me estreso tanto, pero también es verdad que me exijo mucho, aunque también tengo que decir que no siento la misma agonía que sentía cada vez que tenía que caminar por aquellas calles tan llenas de gente, con tantos coches y ruido. Hay cosas de esa ciudad que extraño, pero las que me da Ourense les resta importancia a las que no tengo. También ahora estoy yendo por fin a la autoescuela para hacer prácticas. Cada vez me siento más segura conduciendo; algo que pensé que no llegaría nunca.

Tengo que contar muchas cosas. Ahora me siento tan tranquila que incluso me cuesta construir frases y saber qué quiero contar primero. La calma de la aldea se me ha metido en el alma y ha barrido todo lo que llevaba acumulado. Aunque no lleve una vida estresante, tengo todavía huellas de todo lo que he sufrido estos últimos meses por causa de mis decisiones. Tengo todavía en el alma las huellas de esa inmensa tristeza que estuvo a punto de matarme hace unos meses. Todavía lloro cuando recuerdo cuánto extrañé a Agnes, cuánto me sentí morir sin ella y me cuesta reponerme un poco de lo que me ocurrió cuando Agnes estaba con Lúa. No obstante, cuando estoy en la aldea, parece que todo eso no haya pasado y que lo único que ha habido en mi vida siempre ha sido sencillez, felicidad y amor. Todo eso queda muy lejos, pero a veces sí siento escalofríos cuando recuerdo que estuve a punto de quitarme la vida, sobre todo porque me horroriza pensar que me habría perdido todo esto que estoy viviendo ahora si lo hubiese conseguido. También siento que ahora amo más la vida, más que nunca, porque últimamente he vivido momentos en los que pensaba que mi vida se me iría, en los que creí que perdería mi salud para siempre. Ahora aprecio más que nunca el hecho de estar viva. Estar viva es el regalo más inmenso que tenemos, que nos dieron, y cada momento es especial, aunque sea duro, pues los momentos duros nos ponen a prueba y nos hacen más fuertes. Me convenzo más que nunca de que vivir es una bendición cuando miro a Agnes y noto toda la fortaleza que reina en su interior, cuando la observo trabajando con tanta energía y recuerdo cuán enferma ha llegado a estar. Agnes es el ejemplo más grande que tengo a mi alcance de superación, de fortaleza. Es increíble que ahora pueda vivir tan tranquilamente y a la vez con tantas ganas después de haber estado tan enferma, después de haberse hallado tantas veces al borde de la muerte.

Lo primero que quiero explicar es que me encanta trabajar en la cafetería. No me imaginaba que me gustaría tanto. me lo paso muy bien trabajando con Agnes, aprendo mucho con ella e incluso es que tengo que reconocer que me alivia muchísimo saber que, cuando termine de trabajar, no tendré que seguir trabajando en casa, cuando me acuerdo de que, fuera del trabajo, ya no tengo que hacer nada más, que mi trabajo sólo consiste en estar ocho horas sirviendo a toda la gente que viene a la cafetería, haciendo infusiones, cafés, bocadillos (por cierto, no me gusta nada hacer bocadillos de embutido), poniendo pastas en el horno, limpiando las mesas y haciendo muchas más cosas que nunca terminaría de escribir. Lo que más me gusta es sentir que la gente me sonríe, saber que a la gente le caigo bien y sobre todo trabajar con Agnes. Nos coordinamos perfectamente, ella me dice qué es lo que tengo que hacer cuando llego por la mañana y nos distribuimos las tareas sin ninguna complicación. Además, nos reímos muchísimo por la cosa más tonta. Reímos hasta llorar de risa y eso nos da energía para seguir trabajando. Trabajar en la cafetería es mucho más sencillo de lo que me esperaba no sólo porque las tareas que tengo que realizar sean fáciles, sino porque con Agnes todo siempre se vuelve mucho más ligero, es todo mucho más mágico y bonito. Es cierto que, cuando ella se va a las tres, me siento algo vacía, pero saber que en dos horas volveremos a vernos me da fuerzas para trabajar el tiempo que me queda. Además, me siento muy a gusto en todo momento con la gente. Hay personas de todo tipo, pero por lo general la gente es muy amable y paciente. Además, me gusta mucho ver cómo Agnes se dedica a hacer su trabajo lo mejor posible, me gusta verla trabajar con tanta eficiencia y energía. He de reconocer que, cuando tengo que hacer algo por primera vez, me siento muy insegura, como cuando tuve que hacer un cappuccino por primera vez y Agnes me enseñó a hacerlo. Es una cosa muy simple, pero me sentía muy insegura y pensaba que me iba a quedar muy mal. También me sentí así cuando tuve que rellenar de chocolate unos cruasanes pequeños, pero después ya lo hago como si llevase mil años haciendo todo eso. Agnes, además, me hace confiar en mí, me ayuda a tener más seguridad en mí misma.

Mas tengo que hablar de algo que no es tan positivo, pero tampoco lo considero muy grave o, más bien, yo no quiero darle la importancia que quizás tenga. El lunes fuimos al médico para que me diesen los resultados de los análisis. Me dijeron que tenía que ir; lo cual quería decir que no salieron bien. Cuando salen bien, no hace falta que vayas a ninguna consulta. Agnes me acompañó en todo momento y, cuando me preguntó si quería que entrase conmigo a la consulta del doctor (por cierto, me gusta mucho el doctor que tenemos), le dije que sí. No quería estar sola en ese momento. Tenía miedo a que me diesen una mala noticia y quería que ella estuviese a mi lado. Lo que tengo es una anemia fortísima. El doctor me explicó que tengo falta de hierro tanto en la sangre como en las reservas de hierro, que en las reservas de hierro no tengo nada de hierro prácticamente y que por eso me mareo, por eso apenas tengo hambre, por eso tengo todos esos síntomas que tengo. Me preguntó si había vivido recientemente una situación que me hubiese afectado anímicamente y le dije que sí. Enseguida pensé en lo mal que estuve cuando Agnes y yo lo dejamos. Sabía que esa época tan oscura me dejaría secuelas físicas porque no me alimenté bien durante semanas, porque estuve tan y tan triste que ni ganas tenía de comer ni de beber agua. No tenía ánimo para nada, ni siquiera para dormir. No podía dormir bien, no me sentaba bien lo que comía, sólo podía llorar y llorar sin sentir que ese llanto tuviese fin. Lloraba sintiendo que cada vez estaba más vacía. Solamente estuve sin Agnes un mes y medio prácticamente, pero ese tiempo me hizo mucho daño. Pasé una depresión fortísima que se dejó dejándome unas huellas graves que me costará mucho borrar. Sé que la anemia que tengo nació justo en ese tiempo tan triste y duro. El doctor (que se apellida Piñeiro) me dijo que no me asustase, que seguramente podré recuperarme rápido con las pastillas de hierro que me recetó y sobre todo me recomendó que cambiase mi alimentación. Me dijo que tenía   que abandonar mi dieta vegana y que tendría que hacer el esfuerzo de comer carne. Sinceramente, yo me puse a llorar cuando me dijo eso. Le dije que era absolutamente incapaz de comer carne, que no podía ni pensarlo. Él me sonrió y me dijo que, entonces, me hiciese zumos de remolacha todos los días, que comiese soja varias veces a la semana y muchísimas legumbres y nueces. También me dijo que tenía que comer muchas naranjas y mandarinas, hacerme zumos de limón por las mañanas para obtener la vitamina C que posibilite que mi organismo asimile el hierro que voy comiendo. Me advirtió de que, si en un mes no había mejorado prácticamente, tendría que comer carne obligadamente, como si fuese una medicina. Agnes se puso blanca cuando oyó esas palabras. Cuando salimos de la consulta, me dijo que ella se había recuperado de una anemia fortísima sin necesidad de comer carne. Esa anemia fue una de las secuelas que tuvo de haber estado en coma y yo fui testigo de cómo se iba recuperando poco a poco. Recuerdo perfectamente todo lo que la ayudé en ese tiempo. Lo que no entiendo es cómo es posible que no cayese en sus brazos, cómo fui capaz de estar con ella en todo momento sin abandonar mis convicciones. Me acuerdo de que la ayudaba a ducharse, a asearse, a todo, a todo, porque no se podía casi mover y tuvo una recuperación lentísima. Yo fui su más fiel enfermera y lo que no entiendo es cómo es posible que no traspasase la débil frontera que nos separaba. Me acuerdo perfectamente de cómo me miraba Agnes, de cómo me daba las gracias continuamente, de cómo se ruborizaba cada vez que tenía que ayudarla a vestirse o a ducharse, de cómo lloraba cuando le decía que nunca iba a dejarla sola, de cómo notaba yo lo protegida que se sentía a mi lado. Son muchísimos los recuerdos que guardo de esos meses tan duros.

Yo sé que me recuperaré. Agnes se ha recuperado de cosas más graves. Esta anemia que tengo no es nada grave. Todavía me mareo mucho, pero Agnes siempre está ahí para ayudarme. El miércoles, me mareé mucho de repente mientras sostenía en mis manos una bandeja llena de tazas. Ni siquiera me dio tiempo a llamarla. Agnes estaba limpiando una mesa cuando se dio cuenta de que no me encontraba bien. Se giró y me miró mucho antes de que yo tuviese tiempo de llamarla. Lo que más me estremeció y aún me estremece es que no fue necesario que le dijese nada. Ella intuyó que no me encontraba bien y actuó con una rapidez increíble. Enseguida vino hasta mí, con una mano me quitó la bandeja y la dejó en la mesa y con la otra me sostuvo para que no me cayese. Me ayudó a sentarme y permaneció a mi lado hasta que me recuperé, diciéndome que estuviese tranquila, ayudándome a sosegarme, porque es que a mí me afecta mucho marearme. Me siento impotente porque el cuerpo se me va, porque no puedo hacer nada para evitar el mareo, porque noto que el mundo se vuelve loco. Experimento una sensación horrible al sentir que el suelo se balancea, que no puedo mantener el equilibrio y que se me nubla la vista. Cuando me encontré algo mejor, Agnes, literalmente, me dio una cucharada de chocolate. Llenó una cuchara con el chocolate con el que rellenamos los cruasanes y eso me dio la vida, la verdad. Suerte tengo de que no hubiese nadie en ese momento en la cafetería. Eran las dos de la tarde, momento en el que prácticamente nunca viene nadie. Es el momento en el que Agnes y yo aprovechamos para comer juntas.

Tengo que reconocer que los mareos y mi anemia no atenúan la fuerza de la felicidad que siento. Soy muy feliz. Sé que me tengo que cuidar mucho. El doctor Piñeiro me dijo que, si la anemia no remitía, tendrían que investigar de dónde proviene, pero él también confía en que me recuperaré muy pronto. Soy feliz también porque tengo una vida muy bonita y sencilla. No necesito nada más. Me gustaría que no llegase nada más, que el tiempo se detuviese. Quiero que la vida sea siempre esto.

Y para mí es un regalo venir a la aldea. Ayer me emocioné muchísimo cuando llegamos. Tuve que ir corriendo a la habitación de Agnes (en la que dormimos siempre, la que también es ya mía, según me dice ella) porque no pude evitar ponerme a llorar mucho. Agnes vino tras de mí y le confesé que me había emocionado mucho oír cómo Anxos preguntaba si yo no había venido, porque Agnes entró antes que yo a su casa y yo me quedé un momento afuera hablando con Damián, que nos había traído en el coche, evidentemente. Cuando Anxos preguntó por mí, sentí que ella era la madre que me falta, que ella estaba convirtiéndose en la madre que perdí hace mucho tiempo. El cariño con el que me recibió intensificó esa emoción tan bonita y sentir el calor de este hogar tan antiguo y bonito y el silencio que lo inunda todo me desmoronó por completo. Anxos me trata como si me conociese desde siempre, con un cariño y una comprensión mucho más grandes que los que mi propia madre me dedicaba. MI madre me quería mucho, pero era muy severa conmigo. Quería adoctrinarme todo el tiempo sobre los valores de la Iglesia y quería que fuese una hija ejemplar siempre para poder presumir de mí delante de las demás vecinas. Por eso siempre sentí que la decepcionaba continuamente, por eso nunca fui capaz de confesarle que yo no era para nada la hija que ella esperaba tener. Ella me dijo, desde que era una niña, que tenía que casarme con un hombre bueno que me protegiese, esperaba de mí que me casase por la Iglesia y que tuviese hijos. Quería que fuese abogada o médico y que ganase mucho dinero para no pasar nunca ninguna necesidad.

Mi madre sigue viva, pero me temo que no le gustaría nada reencontrarse conmigo y mucho menos descubrir qué tipo de vida llevo. Cuando mi padre murió, ella se volvió mucho más estricta; pero, por suerte, yo ya estaba estudiando en León. Iba los fines de semana a casa y durante la semana vivía en un piso de estudiantes. De esa época casi no le he hablado a nadie porque no la recuerdo con mucho cariño, ya que me sentía muy mal por no poder estar junto a mi padre, quien estaba muy enfermo de cáncer. Murió de cáncer de estómago.  Debido a que mi padre tuvo cáncer de estómago, el doctor Piñeiro me dijo que tendría que hacerme unas pruebas porque ese tipo de cáncer es hereditario, pero esas pruebas me las realicé hace unos años y los resultados no fueron para nada alarmantes. No obstante, tendría que hacerme pruebas periódicamente, y no me las hago.

Ahora no quiero pensar en cosas tan tristes. No sé si a mi madre le gustaría saber de mí, pero yo tampoco sé si quiero saber de ella. Hay algo en mí que me dice que no tengo que volver a verla, que tengo que aceptar que ella nunca más va a estar en mi vida. Y, sin embargo, siento también que Anxos está ocupando el puesto que tendría que ocupar mi madre en mi corazón. Se preocupa por mí con toda sinceridad, es tan buena conmigo que a veces siento que no me lo merezco. Ni siquiera tengo que pensar en que ella me acepta. Aceptar no es una palabra que entre en su diccionario porque tampoco se encuentra en su mente la palabra rechazar.

Y de momento eso es todo lo que tengo que contar. Vivimos muy intensamente cada día. Siempre que llego del trabajo, Agnes y yo nos reencontramos profundamente la una con la otra en momentos que desvanecen el resto del mundo. Nunca dejamos de oír el amor que late en nuestra alma. Continuamente nos decimos “te quiero, te amo” a través de miradas que sólo nosotras sabemos interpretar, a través de silencios que nadie más puede oír, a través de gestos que sólo tienen sentido para nosotras. La forma como nos presionamos la mano en momentos puntuales, la manera como nos sonreímos, el modo como nos hablamos e incluso cómo callamos ciertas cosas que la otra no necesita oír expresan sin cesar lo que sentimos. Es todo tan sincero que nunca dudé de que nuestro amor viviría eternamente.

Y, con este frío tan intenso que está haciendo en Galicia (y sobre todo en Ourense), nos apetece muchísimo bañarnos en las Burgas o estar en casa protegidas del frío, pero también nos gusta sentir este frío tan gélido que hiela las calles. No obstante, Agnes está muy preocupada porque no nieva. Dice que, a estas alturas del invierno, las montañas de Ourense tendrían que estar más nevadas. Me cuenta que, en enero, su aldea estaba cubierta por un manto blanco que los aislaba a todos del resto del mundo y que el Miño estaba helado. Ahora también hay capas de hielo flotando en el río, pero dice Agnes que esta situación no se asemeja para nada a las que ella vivía cuando era pequeña; pero a mí me parece que hace muchísimo frío, que este frío va a helarme la sangre. Lo que me sorprende es que Agnes no se acobarde para nada cada vez que sale de casa a las cinco y media de la mañana. Qué valiente que es.

Y ya voy a dejar de escribir por hoy. Espero haber dejado constancia de lo feliz que soy. Espero que mis palabras hayan estado cargadas todas de buena energía, porque es lo único que siento que tengo dentro de mí: una energía preciosa que me hace brillar.

 

 

 

 

2 comentarios:

  1. Bueno, hay varias cosas a resaltar. Espero no olvidarme ninguna. Lo primero es agradecerte que los resultados del análisis de Artemisa no hayan sido tan malos. No son buenos, pero no son tan malos. Te tengo que invitar a a tomar algo por haber sido "buena" con Artemisa. Vale,tiene anemia severa, pero eso tiene solución. La verdad es que lo pasó fatal cuando no estaba con Agnes, eso al final deja huella. Espero que comiendo todo lo que ha dicho el doctor se cure, y si no, que deje por un tiempo sus principios y coma carne (aunque sean cápsulas o algo así), hasta recuperarse. ¡¡No quiero que le ocurra nada malo!! Aunque entiendo que es muy duro para ella. Agnes consiguió recuperarse sin comer carne, quizás ella también lo consiga.

    Por otra parte, lo que cuenta de su madre, que algo sabemos, es muy triste. Nunca fue una madre para ella y al que más quiso, que es su padre, el destino se lo arrebató. Dicen que el pasado siempre vuelve, y es normal que lo recuerde de vez en cuando. ¿Que haría su madre si la volviese a ver? Algo me dice que es mejor no abrir esa puerta, me da mala espina.

    Aunque no todo es negativo (o medio negativo), hay cosas muy positivas. Están trabajando juntas, y lo están haciendo genial. A Artemisa le encanta, disfruta mucho del trabajo, mucho más de lo que pensaba,y trabaja junto a Agnes. Es increíble, ahora es Agnes la que le enseña, la protege, la anima y le da alas para ser feliz. Otra cosa muy bonita a resaltar es cuando llegan a la aldea y Anxos pregunta por Artemisa. Ella se emociona mucho, por lo que implica y significa para ella. Anxos está siendo más madre que su propia madre, dándole cariño y preocupándose por ella. Se emociona al vivirlo, y encima, en la aldea, un lugar que ya considera su hogar. Por cierto, aparece de nuevo el tío Damián...¡y su coche! Jajajajaja. Un capítulo muy bonito, que me he leído en un segundo. Como siempre, haces un megamix de sentimientos, sensaciones y palabras que me fascina. Enhorabuena, estás que te sales. No pares de escribir, nunca.

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  2. Así que el trabajo de la cafetería le gusta a Artemisa... qué sorpresa... la verdad es que yo creo que tampoco me sentiría mal con algo así, porque tiene de bueno que la planificación y la responsabilidad apenas existen, es un trabajo que se hace sin pensar, y tiene la pequeña recompensa de que el efecto en los otros es inmediato, y te pueden comunicar en el momento que les gusta lo que haces... algo que en la mayoría de las ocupaciones es imposible. Además, claro, de que trabajar al lado de Agnes es como hacer trampas, comprendo perfectamente su buen humor la hora de hablar las cosas, poder estar con la persona que quieres es genial, más si no tienen motivos para confrontar, sino todo lo contrario.

    En cuanto al análisis, pues sí, tiene anemia, pero eso no es nada, solo cuidar la alimentación; además, son muchísimas las cosas que tienen hierro, yo creo que con que aumente un poco la cantidad y seleccione mejor ya se va a equilibrar, por ejemplo con los frutos secos, ¿a quién no le gustan? Salvo que sea alérgica a ellos lo que tiene que hacer es inflarse. Claro, estar bajito de cualquier elemento importante te pone como en desventaja con la vida, sin fuerzas... lo único que me preocupa un poco es que a veces la anemia es el síntoma de algo más importante, pero no tiene por qué, además es bastante usual entre mujeres delgadas esa tendencia a no tener el hierro suficiente, y claro, es justamente el hierro la base de la hemoglobina, la cual a su vez es el vehículo del oxígeno en sangre, y el oxígeno es el combustible del cuerpo, total, ¿hierro bajo? combustible bajo, el cuerpo no responde bien. Pero no hay más que echar leña y ya está, a punto otra vez.

    Me encanta cómo está afrontando Artemisa la situación, su adaptación a la nueva realidad es genial, ojalá todos tuviéramos esas mañas para ir cambiando a medida que la vida cambia. Otra hermosa lección vital para guardar y saborear.

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