sábado, 19 de enero de 2019

DIARIO DE ARTEMISA: SÁBADO, 19 DE ENERO DE 2019


Sábado, 19 de enero de 2019

Hoy apetece salir a la calle menos que nunca. Hace mucho frío y está lloviendo bastante. La lluvia ha vuelto húmedo el frío y éste se mete en los huesos enseguida, por eso hemos pasado toda la mañana en casa, junto al fuego o haciendo otras cosas. Además, estamos solas en casa desde media mañana porque Anxiños está con Iria, la madre de Lúa, ya que no se encuentra bien. El jueves Damián la llevó al hospital de Ourense porque se sentía muy mareada y ahora está con vértigos, casi sin poder moverse ni comer. Pobrecita. Encontrarse tan mal físicamente la ha derrumbado anímicamente. Ayer fuimos a verla por la noche y nos dijo que ojalá esto que le ocurre fuese el preludio de su muerte. Nos confesó que estaba deseando irse de la vida, que no le apetecía seguir luchando ya más, que ha luchado mucho a lo largo de su vida para mantenerse bien y sobre todo siente que se esfuerza por vivir desde que Lúa murió. Nos dijo que ansiaba morir para poder ir junto a su hija, que sabía que tenía que abrazarla la muerte sin que ella tuviese que hacer nada para poder llegar junto a su hija, que sólo le quedaba esperar el fin de su existencia. Agnes no pudo evitar ponerse a llorar cuando oyó lo que Iria decía y yo tuve que esforzarme por no arrancar a llorar porque estaban afectándome mucho las palabras de Iria, sobre todo porque la entendía perfectamente. Sé lo que se siente cuando el alma se nos llena de ese desaliento que desvanece nuestra fuerza vital y que nos quita las ganas de seguir luchando por nuestra vida. Además, debe de ser horrible perder a una hija, a alguien que creció en tu ser y por quien lo habrías dado todo. Iria no ha superado aún la muerte de Lúa y todos estamos convencidos de que no la superará jamás, que, mientras su vida dure, existirá llevando en el alma una tristeza que nunca desaparecerá. Iria tiene ya setenta años y está mucho más envejecida que Anxiños, que tiene sesenta y dos y parece mucho más joven que cualquiera de las mujeres mayores que viven en la aldea. Ayer, Iria nos dijo que no podía vivir sabiendo que Lúa no respiraba, que se le destrozaba el alma cada vez que se acordaba de que su hija no estaba viva y que le costaba mucho encontrarle el sentido a seguir viviendo si no podía hablar con ella. La quiso muchísimo, la quiere todavía mucho, y nos confesó que, cuando supo que su hija sufría una enfermedad rara que no tenía cura, pensó en darle su propio corazón si así conseguía que su hija pudiese envejecer y vivir todo el tiempo que esa enfermedad le arrebataría; pero ni siquiera un trasplante habría salvado a Lúa.

Siento que este fin de semana la aldea está llena de tristeza. La lluvia ha vuelto mucho más nostálgico y solitario este rinconcito del mundo y también ha llenado de soledad las calles. No obstante, a mí me parece que está mucho más bello que nunca. Este cielo plomizo que lo cubre todo hace refulgir el color marrón de la tierra y de los troncos de los árboles, hace que brille más la nieve que se puede distinguir a lo lejos, tan lejos que parece imposible que podamos observar esas cumbres nevadas. El río se ha vuelto más quedo y parece que no discurra entre las rocas áridas que forman su orilla. La hierba se ha mezclado con la tierra que duerme en los márgenes del Miño y de todos lados brota un intensísimo y precioso aroma a tierra mojada que da la vida, que abre y limpia los pulmones y revitaliza; mas todo está en silencio. Sólo se oye la lluvia chocándose con la callada voz del bosque. Las calles están más resbaladizas que nunca y, aunque me encantaría ver llover en el bosque, prefiero permanecer escribiendo junto al fuego. Me siento muy tranquila y a la vez ansiosa porque quiero contar muchas cosas y no sé cuál explicar primero. Quiero hablar de mi vida, pero también de Agnes y de mi hermana.

Agnes parece contagiada por la tristeza que este fin de semana mora en la aldea. Todos parecen afectados por algo, pero nadie responde con sinceridad a la pregunta de: “¿te ocurre algo?” Agnes y su madre parecen cortadas por la misma tijera porque ninguna de las dos responde con claridad cuando se les formula esa pregunta. Esta mañana, oí conversar a Agnes y a su madre mientras me duchaba. Anxiños le confesaba a su hija que no entendía por qué renunciaba a prepararse unas oposiciones, no entendía por qué se había rendido tan pronto y que le gustaría que fuese funcionaria porque así tendría una vida más relajada y no tendría que estar dependiendo de nadie para trabajar (eso no es muy verdad, pero Anxiños ve las cosas así de sencillas). Agnes le decía que en estos momentos no se sentía capaz de estudiar unos temas tan complicados y que no necesitaba ser funcionaria porque le gustaba mucho el trabajo de la cafetería. Su madre la contradecía diciéndole que el trabajo de la cafetería no era seguro, que en cualquier momento este negocio podía ir mal y que, si Silvia cerraba la cafetería, tanto ella como yo nos quedaríamos sin trabajo. También le alegaba que confiaba mucho en ella, que sabía que era muy inteligente y que esos temas no eran nada para ella, que sólo tenía que ponerle fuerza de voluntad. Anxiños le repitió a su hija muchas veces que ella siempre fue muy inteligente, que estaba segura de que no era tan difícil como pensaba y que enseguida podría aprender todo eso que necesitaba saber para tener un trabajo estable para el resto de su vida; pero Anxiños no ha conseguido convencer a Agnes y realmente lo lamento mucho. Lo último que Agnes le dijo fue que, por el momento, no se prepararía esas oposiciones porque no hay plaza en Galicia de eso y entonces su madre la animó a que se presentase a otras, pero Agnes la calló diciendo que, para presentarse a la mayor parte de las oposiciones, había que tener una carrera universitaria y que ella sólo tenía hasta la selectividad. Entonces se acabó la conversación. Creo que Anxiños está afectada por la enfermedad de Iria, que realmente parece muy grave; pero, como suele ocurrir, nadie quiere ponerle nombre a lo que le sucede a Iria. Agnes ni lo sabe y Anxiños, aunque fuese la única persona que quedase en el mundo conociendo lo que está aconteciendo, jamás abriría la boca. Yo no entiendo por qué la gente de aquí de la aldea es tan reservada, pero yo soy la menos indicada para criticar a alguien que no confiesa la verdad. Yo también he actuado así muchas veces, sobre todo últimamente. He mentido a Agnes deliberadamente sobre la excedencia que supuestamente me había pedido para poder venir a vivir a Galicia. Nunca existió tal excedencia porque todavía no llevaba trabajados los años que se precisan para poder pedirla. Tampoco podía pedir un traslado porque no había convocado ningún concurso y tampoco llevaba trabajados dos años, pero fue muy fácil engañar a Agnes y eso me sabe muy mal, la verdad, porque ella siempre me creyó sin preguntarse nada, sin sospechar nada.

Sigo pensando que no me arrepiento nada de haber renunciado a mi plaza. No cambiaría por nada la vida que tengo ahora aquí en Ourense con Agnes. Tengo a Agnes conmigo como jamás la tuve antes y no sería capaz de cambiar nada ahora porque estamos tan bien que cualquier cambio apagaría la intensa luz que ilumina nuestra vida; mas tengo la sensación de que esta vida también es muy frágil. No es frágil lo que tenemos. Nuestro trabajo y nuestra vida en Ourense en general es firme y la siento fuerte. La sensación que tengo es que puede ocurrir cualquier cosa dolorosa que haga temblar la estabilidad anímica de Agnes. Sin querer, presiento que va a suceder algo triste. No sé si tiene que ver con la madre de Lúa o con Agnes en sí, pero va a pasar algo. Es como si todos me avisasen de ello con el silencio que les llena la mirada, es como si me lo dijesen a través de las silentes palabras que no se dicen. Y me da la impresión de que todos conocen lo que va a ocurrir o lo que ya está ocurriendo porque se miran de una manera que sólo ellos pueden entender. Anoche, cuando Anxiños, Damián, Agnes, Xiña y yo salimos de la casa de Iria, justo después de cenar, se miraron todos en silencio. Fue una mirada que duró apenas unos segundos, pero pareció alargarse en el tiempo y en el espacio. Sentí que esa mirada que los unía y los comunicaban los envolvía a todos en un halo de complicidad y entendimiento que me excluía delicadamente. Yo era la única que no comprendía el lenguaje de sus miradas, pero no me ofendió en absoluto. Los observé desde fuera, desde fuera de ese halo de complicidad que los unía tanto, y tuve la sensación de que no necesitaban decirse nada, que se entendían mucho mejor con esa mirada que con cualquier palabra. Después, a todos se les llenaron los ojos de una tristeza silenciosa que les impidió hablar hasta que nos dimos todos las buenas noches antes de entrar en nuestras respectivas casas. Cuando Agnes y yo nos hallamos en nuestro cuarto, no fui capaz de preguntarle qué ocurría porque tampoco sabía qué tenía que preguntar. Agnes parecía abatida, tristísima, pero, estando junto a mí, se sentía la persona más feliz del mundo. Yo creía que se dormiría enseguida entre mis brazos, pero no ocurrió así. Estuvimos hablando y compartiendo todo nuestro ser hasta casi las doce de la noche, disfrutando de esa profunda intimidad que nos protegía, que protegía todas nuestras caricias, nuestros besos, nuestras palabras de amor y de ternura. Incluso cuando Agnes parece tan triste me hace la mujer más feliz del mundo.

Y es que no puede negarme que está un poco triste, y de hecho no me lo niega ni me lo esconde. Sin embargo, esa tristeza no le impide ser feliz ni le quita la energía que necesita para enfrentar cada nuevo día con tanta ilusión y ganas. Trabaja con mucha energía y ánimo, sin cansancio, sin acobardarse ante la inmensa cantidad de trabajo que se nos puede llegar a acumular. Anxiños me dijo ayer que ésa era la manera de ser de Agnes, que Agnes siempre fue muy trabajadora, que, cuando era niña, era la que menos se cansaba trabajando la tierra, que tenía mucha fuerza y energía, que era la primera en levantarse para ir a las vendimias cuando era época de vendimiar (o a la siega cuando era el tiempo de “seitura”, como lo llaman aquí) y la primera en acostarse cuando el día de vendimia terminaba para poder descansar y estar recargada para el día siguiente, que se levantaba muy temprano, almorzaba corriendo, se preparaba la comida para ese día y se marchaba aún cuando ni siquiera la noche se había dado cuenta de que le quedaba cada vez menos tiempo de vida. El amanecer la sorprendía ya en los campos, reuniéndose con las demás personas que trabajarían junto a ella. Los vecinos de esta aldea y de las demás de esta parroquia no podían dar crédito a que una niña tan menuda y delgada tuviese tanta fuerza de voluntad y fuese tan trabajadora e inagotable. Muchos llegaron a pensar que estaba hechizada por algún espíritu y sobre todo (esto me lo confesó Anxiños con un hilo de voz) muchos creían que Agnes era una meiga. Muchos pensaban que no era humana del todo, pero nadie se atrevía a decir esas palabras en voz alta. Como siempre, lo comentaban en silencio, a través de miradas que expresaban mucho más que cualquier palabra. Agnes conocía perfectamente lo que la gente pensaba de ella, pero no le importaba. Empezó a importarle cuando la arrancaron de su tierra, cuando comenzó a creer que su madre había querido deshacerse de ella enviándola a ese hospital terrible donde quisieron abatirla y destruirla. Agnes sólo pudo empezar a sentir rencor por todo lo que había vivido, pero porque le dolía tanto recordar su tierra que no podía soportarlo y esa profundísima tristeza fue convirtiéndose en rencor y resentimiento hacia todas las personas que la habían visto crecer y que no habían hecho nada para impedir que su madre la alejase de su hogar, del único lugar del mundo en el que ella podía ser ella misma, donde podía ser feliz.

Ayer pensé, sintiendo un profundo escalofrío: “cuánto daño le hemos hecho a Agnes, hemos sido todos los que la conocemos los que le hemos destrozado el alma”. Agnes me dice que no tiene sentido que me sienta culpable por todo lo que ella ha llegado a sufrir, pero sí me siento culpable por haberla obligado a vivir tan lejos de su tierra durante tanto tiempo, sabiendo perfectamente que ella estaba enferma porque no se encontraba en Galicia, sabiendo que regresar a este lugar era lo único que podía curarla. Siempre creí que podía ser feliz en cualquier parte mientras estuviésemos juntas, que con el tiempo su enfermedad iría atenuándose si teníamos una vida sencilla, pero estuve muy equivocada.

Agnes me ha confesado muchas veces que es inmensamente feliz, que ya no la inquieta nada, pero que ser tan feliz aquí no significa que nunca más vaya a estar triste, que la vida nunca puede carecer de momentos tristes y que es imposible que nada pueda desanimarla pese a vivir en Ourense, que vivir aquí no la aleja para siempre de las cosas tristes.

El jueves, aprovechando que venía a Ourense, Iria le entregó a Agnes una gran cantidad de escritos de Lúa. Le dijo que quería que los tuviese ella. Agnes permaneció leyendo esos escritos durante toda la tarde, pero apenas pudo leerse tres hojas. Le afectó muchísimo descubrir lo mal que lo pasó Lúa cuando estaba yo todavía aquí en Galicia a finales de agosto. A mí también me impactó muchísimo saber que Lúa se encontraba muy mal ese día en el que nos llevó a León y conocer que ella había llorado tanto aquel día porque sentía que su muerte estaba cada vez más cerca. Me sabe muy mal por ella, la verdad. Lamento mucho que lo pasase tan mal, pero yo no he llorado por ella. En cambio, Agnes lloró muchísimo el jueves en cuanto descubrió los verdaderos sentimientos de Lúa, cuando supo por qué ella había comenzado a comportarse así con ella, con tanto dolor e impotencia, cuando leyó lo mal que lo pasó cuando permaneció una noche entera en el hospital. Me preguntó muchas veces a mí por qué nunca se lo había dicho a nadie, por qué no pidió ayuda, por qué quiso vivir todo eso sola. Yo puedo llegar a imaginarme lo que Lúa sintió esos días, pero lo que yo pueda experimentar no se asemeja en absoluto a lo que Agnes siente. Tengo la impresión de que Agnes puede conectarse profundamente con el alma de Lúa y puede llegar a experimentar esas fuertes emociones que a Lúa le llenaron el alma con tanta potencia. Y puede ser que entre ellas sí hubiese otro vínculo muy poderoso que ni siquiera la muerte ha podido quebrar. No me molesta ni me ofende que Agnes llore todavía así por Lúa. Sé que superar la muerte de un ser querido es algo muy complicado. Tampoco tengo miedo por la salud mental de Agnes porque la tristeza que siente no es destructiva. Es como un río que va fluyendo entre rocas, entre árboles, con un caudal poderoso que, sin embargo, no arrastra todo lo que se encuentra a su paso, como sí ocurría con la tristeza que atacaba a Agnes cuando su enfermedad aún gritaba con fuerza. Aquella tristeza la deshacía físicamente, le impedía tener energía para vivir y cada nuevo despertar era una tortura para ella. Sólo se serenaba cuando se hallaba entre mis brazos, protegida por nuestro amor; pero, cuando tenía que enfrentarse al mundo, cuando tenía que ir a trabajar o simplemente salir de casa para realizar cualquier gestión o para quedar con alguien, parecía como si el mundo se le cayese encima y se volvía pequeña como un granito de arena amenazado por un inmenso tsunami. Y cómo lloraba. Recuerdo muchos momentos estremecedores en los que llegué a pensar que tendría que dormirla empleando algún método artificial para conseguir que se calmase. Recuerdo, por ejemplo, cuando aquel octubre hubo tantos incendios en Galicia, que lloraba y lloraba suplicándole desesperadamente a la Diosa que, por favor, ayudase a su tierra, cuando se desvivió por celebrar decenas de rituales para atraer la lluvia y para intentar enviarle energía curativa a su tierra. En esos momentos, pensé que, si alguien le hubiese dicho que dando la vida por Galicia conseguiría que nunca más hubiese incendios y que todo volviese a ser como antes, Agnes habría dado la vida por su tierra sin pensárselo dos veces. Esta mañana precisamente me ha dicho que lo único que puede enloquecerla otra vez es que le ocurra algo similar a su tierra o a que a mí también me pueda suceder algo malo. Me ha dicho que, si a mí me ocurre algo, ella no podría superarlo, que el dolor la destruiría. Oírla decirme eso me ha hecho tener ganas de llorar. No sé por qué esta mañana hemos mantenido conversaciones tan tristes nada más despertarnos, pero hay un ambiente en la aldea que incita a hablar de las cosas más profundas y transcendentales de la vida. Agnes me ha confesado esta mañana que se ha despertado preguntándose de dónde salió toda la Tierra, pensando en que lo único que había antes de que existiesen los humanos sedentarios era naturaleza, que todo lo que fue creado por la misma naturaleza es hermoso y, en cambio, la mayor parte de lo que hemos hecho los humanos es horrible, sobre todo porque lo hemos construido sin pensar en la naturaleza, sin valorar que estábamos dejando sin vida a millones de seres pequeños que vivían tranquilamente antes de que a esas personas se les ocurriese construir una carretera, un edificio, un poblado entero, llevándose por delante árboles, hierba, flores, ríos… Me ha preguntado entonces si creo que todo eso de verdad nació de la evolución como creen los científicos o si de veras hay detrás de todo esto un espíritu creador. Me ha sorprendido muchísimo que me hiciese esa pregunta porque Agnes siempre ha tenido tanta fe como yo, pero esta mañana he descubierto que apenas le queda fe en el alma. No ha dejado de creer en la Diosa, pero me ha dicho que muchas veces se ha preguntado si es real todo lo que siempre creyó o simplemente es una invención de nuestra alma, anhelante de encontrar las respuestas más mágicas al porqué de nuestra existencia. Me ha dicho también que, si es verdad que detrás de todo esto hay un espíritu creador, no entiende por qué creó a los seres humanos sabiendo perfectamente que nosotros destrozaríamos su planeta, su más bella creación. Yo ni sabía qué decirle cuando me hacía esas preguntas, y no porque fuesen las ocho y media de la mañana, sino porque hace mucho tiempo que no me preguntaba algo así. Lo único que he podido hacer ha sido preguntarle por qué decía todo eso. Entonces me ha confesado que tiene dudas, que le ha costado mucho mantener viva su fe últimamente. Entonces yo le he cuestionado cómo es posible que diga eso después de conseguir por fin la vida que tanto anheló vivir aquí en Galicia y entonces me ha dicho que esta vida no se la ha dado la Diosa, sino Lúa, que fue Lúa quien la ayudó de verdad a comenzar aquí una nueva vida. Ha sido una conversación muy larga y profunda que me ocuparía más de diez hojas si quisiese transcribirla toda porque ha durado mucho, un tema nos llevaba a otro y hemos estado por lo menos una hora hablando de muchas cosas, cada una más profunda que la anterior. Al final Agnes me ha dicho que a veces se siente perdida, pero que eso no la deprime ni nada, que es normal dudar de vez en cuando, pero yo dudo mucho de que pierda totalmente su fe. Es imposible que pierda por completo la fe. Me ha confesado también que extraña cómo era ella cuando vivía en la cabaña. Yo le he dicho que, en esa época, estuvo enferma casi siempre y ella me lo ha negado. Me ha contado que, mucho antes de que yo apareciese, ella vivía feliz, aunque también me ha reconocido que esa felicidad y esa estabilidad tampoco eran naturales, sino que las creaba su propia enfermedad, y ella siempre fue consciente de ello; mas me ha dicho que añora la fe que tenía en aquel entonces y la inmensa energía que la despertaba todos los días con ganas de trabajar la tierra. Sin embargo, yo creo que Agnes no ha perdido aún esa energía que tanto extraña. Si ella se viese desde fuera, se daría cuenta de que todo su ser desprende energía e irradia positivismo, aunque esté triste, aunque tenga los ojos llenos de nostalgia. Incluso tengo que reconocer que me parece muy hermosa la forma como ahora ella se entristece. Es una tristeza que no la destruye y que la incita a permanecer tranquila en su mundo, contemplativa y serena, inspirada y profundamente concentrada en la lectura o la escritura. Yo respeto que esté triste de vez en cuando e incluso lo encuentro natural y lógico que de vez en cuando pase momentos de pura tristeza en los que sólo le apetece llorar por las cosas que le afectan. A mí también me ocurre. Hay días en los que siento que desciendo anímicamente como si de veras mi alma estuviese resbalando por una cuesta hecha de hierba húmeda y de repente sólo ansío estar sola para llorar, llorar por cualquier cosa. A lo mejor son recuerdos los que me hacen tener ganas de llorar. Hay veces en las que, sin darnos cuenta, las cosas que van ocurriendo a nuestro alrededor van despertando en nosotros recuerdos de momentos que nos duele rememorar y de súbito todo eso se nos acumula en el alma y necesitamos desahogarnos para poder estar fuertes otra vez. Dejarse llevar por el llanto muchas veces puede renovarnos la energía y además nos limpia el alma.

Sé que lo que vivieron Agnes y Lúa es algo muy intenso, fue algo impresionante que las unió para siempre y Agnes nunca podrá olvidar todo lo que compartió con ella. Hay muchas canciones que le recuerdan a esos momentos y es comprensible que se emocione cuando escucha alguna de esas canciones. Yo también me emociono cuando escucho alguna canción que me trae a la mente algunos de los momentos que Agnes y yo vivimos allí en Barcelona, porque hay muchas canciones que fueron la banda sonora de esos meses.

Me gustaría escribir sobre tantas cosas… pero siento que se me termina el tiempo. Es por la tarde, hace poco que comimos y no ha dejado de llover. Anxiños ha venido hace poco de la casa de Iria y nos ha dicho que Iria está muy maliña, que tendrán que llevarla al hospital porque tiene unos mareos muy fuertes y que ya ha perdido la consciencia en muchas ocasiones. No puede comer y casi no habla ya y no saben qué hacer. Agnes se ha puesto pálida al escuchar las palabras de su madre. Dicen que la llevarán al hospital en cuanto Damián vuelva, que está a punto de llegar a la aldea. Ha ido a pasar el día en Lugo.

A propósito de Gabriel, el hijo de Damián, tengo que contar que mi hermana ya me ha dicho varias veces que, desde que ella regresó a Barcelona, hablan todos los días por whatsapp y también por teléfono, que se lo cuentan prácticamente todo, que cada vez se conocen mejor y que se llevan muy bien. Noto que a mi hermana le da vergüenza hablarme de estas cosas, pero yo la conozco muy bien y sé qué piensa, a pesar de que se mantenga en silencio. No quiere reconocerme que Gabriel cada vez le gusta más porque tiene miedo a que yo le diga esas cosas que ella no quiere escuchar. Me ha explicado que en marzo posiblemente él vaya a Barcelona para verla, que antes no puede porque tiene mucho trabajo. Yo creo que entre ellos hay algo, pero mi hermana no quiere contármelo porque sabe perfectamente lo que le diría si me lo confesase. Agnes también lo piensa. Me alegro mucho por mi hermana, la verdad, porque sé que Gabriel es un hombre leal, es muy buena persona y me gustaría mucho que mi hermana y él estuviesen juntos. Agnes me ha contado que su exmujer lo dejó por otro. Menos mal que no tenían hijos porque entonces todo habría sido muy complicado.

Y, por lo que a mí respecta, tengo que decir que ahora me encuentro mejor físicamente. Ya no me mareo apenas y cada vez me siento más fuerte. No obstante, sigo sin tener apetito y me cuesta mucho comer, a pesar de que, cuando lo hago, disfruto de veras de la comida porque aquí todo está buenísimo, pero enseguida me siento saciada y muchas veces la comida ni me sienta bien; pero sé que cada vez estaré mejor. Agnes, además, está ayudándome haciéndome sesiones de Reiki y otras terapias con minerales que me van muy bien, la verdad. Tiene tanto poder en las manos y en el alma que no puede imaginar cuán bien me siento cuando está así conmigo. Enseguida noto el influjo de su poderosa energía y, si algo me duele o me preocupa, en cuanto ella me toca con sus manos o se dedica tan profundamente a mí, percibo que poco a poco me envuelve una nube de algodón que me protege de todo. El tiempo se desvanece y sólo siento las vibraciones que manan de sus manos, de su piel, de su presencia.

Además, me gusta mucho trabajar en la cafetería. No obstante, tengo que reconocer que ése no es el trabajo de mi vida, pero sí es el que, por el momento, puede ayudarnos a seguir adelante y no me desagrada para nada. También es cierto que muchas veces me siento ignorante junto a Agnes, quien no duda ni un momento de lo que hay que hacer. Agnes está enseñándome mucho y me hace sentir segura enseguida cuando nota que yo dudo de cómo tengo que llevar a cabo alguna tarea que nunca hice antes. Sé que no es el trabajo de mi vida porque todavía noto latir por dentro de mí mi vocación de maestra. Por las tardes, siempre viene a las cuatro y algo un niño con su madre que siempre empieza a hacer los deberes en la cafetería y muchas veces no he podido evitar ayudarlo en cuanto me daba cuenta de que se sentía perdido con algún ejercicio de lengua, de matemáticas o de ciencias. Incluso, cuando ya eran las cinco y Silvia había venido para relevarme, me he sentado junto a él y lo he ayudado a entender esas cosas que se sentía incapaz de comprender. La madre es muy agradecida y me pregunta si quiere recibir algo a cambio de darle esas pequeñas clases a su hijo. Yo le digo que de ninguna manera le cobraría nunca por ayudarlo, que lo hago porque me sale del corazón, no porque quiera obtener algún beneficio. Creo que ya hemos tomado por costumbre hacer los deberes juntos cada martes y cada jueves. Silvia me ha propuesto darles clases de repaso a los hijos de algunas de sus amigas, que sabe que muchos tienen problemas con las ciencias o las matemáticas y yo le he dicho que no tengo ningún problema, que me encantaría dar clases de repaso. Silvia parece una empresa de recursos humanos. Puede encontrar trabajo para todo el mundo. Cuando le dije eso a Agnes, se echó a reír sin poder evitarlo. Agnes y yo nos reímos muchísimo trabajando juntas en la cafetería. Cualquier cosa nos hace mucha gracia y compartimos todo lo que nos ocurre con una complicidad que sólo nosotras entendemos.

Y creo que por el momento voy a dejar de escribir. Espero que Iria se recupere. No me gustaría nada que se pusiese peor; pero el silencio que lo llena todo este fin de semana en la aldea habla mucho más alto que cualquier voz y se expresa con una claridad absoluta. Ese silencio me hace tener el alma llena de presentimientos y estoy totalmente convencida de que Agnes siente exactamente lo mismo que yo, incluso sé que ella tiene intuiciones mucho más exactas que yo; pero no me atrevo a preguntarle qué intuye porque sé que no le convendrá contestarme. Está muy callada y ensimismada leyendo, pero sé que muchas veces detiene la lectura para pensar, porque seguro que sabe mucho más que nadie.

Y eso es todo por hoy. Es muy curioso que no me incomode esta tristeza ni este silencio que nos vuelve tan herméticos a todos. Nuestro ánimo confluye con la apariencia de este día tan frío y lluvioso en el que la naturaleza también parece estremecida por una intuición que ni siquiera el futuro puede ignorar.

La lluvia ahora cae con más fuerza, golpeando los cristales de las ventanas y la piedra de los muros que nos protegen. Se oye la lluvia chocarse contra la piedra de las calles y caer sobre los árboles allí a lo lejos. La voz de la lluvia es un sonido continuo que nos acaricia el alma. Agnes acaba de decirme que sólo le apetece estar tranquila oyendo cómo la lluvia se expresa. Es la voz más antigua, me dice, y la que más puede sosegarnos. Tiene los ojos brillantes. Puedo intuir las lágrimas que están a punto de llenárselos. Es un momento único que el fuego protege y templa. Ojalá se detuviese el tiempo, me dice, hasta que de verdad sintamos que nos apetece seguir fluyendo con las horas… Y qué razón tiene. Creo que Agnes y yo no somos las únicas que deseamos que se detenga el tiempo por unos momentos, que se detenga la vida.

 

2 comentarios:

  1. La pobre madre de Lúa desea morir, para reunirse con su hija, y parece que el deseo se le está haciendo realidad. Es un pensamiento normal, después de una pérdida tan dura, y más la de un hijo. Necesita mucho apoyo,y Agnes, Artemisa y Anxos están ahí para apoyarla. Espero que consigan que al menos, no desee la muerte. Lúa no desearía eso, seguro que querría que su madre aprovechase cada segundo de su vida, eso le haría feliz. Antes que se me olvide, en la entrada de ayer se mencionó al tío Damián y no a su coche jajajaja, cosa rara, pero en esta, ya vuelve a estar relacionado con el coche jajaja.

    Ahora parece que la tristeza “mora” en la aldea, tal y como describes en la entrada.Todo el mundo está triste y nadie sabe muy bien la razón. Quizás la sepan, pero prefieren callar, son así, más reservados. ¿Morirá la madre de Lúa? Espero que no...llevamos ya muchas muertes arrastras, bueno, la de Lúa y la pobre vaca...parece tiempo de muerte y tristeza. Desde luego que la cosa no pinta muy bien...Atrás queda la alegría que tenían todos, sobretodo Agnes. A pesar de todo, afronta el día a día con fuerza, trabajando duro. Como bien cuenta su madre, desde pequeña es así, con una fuerza muy especial y por la que muchos pensaban que era un meiga. Son momentos en los que Agnes se plantea todo, incluso su fe por la Diosa y las cosas que da por sentado. Es bueno hablar las cosas, y aunque todo esto está influenciado por su tristeza, creo que le viene bien reflexionar. En mi opinión, eso es crecer como persona y te hace más sabio. Vivir en Galicia no quiere decir que no pueda estar triste, es algo que nos acompaña siempre, al igual que la alegría, independientemente del lugar en el que estemos. Aunque está claro que no es lo mismo estar triste en Cornellá, que en Ourense jajaja.

    Me encanta que la relación entre Casandra y Gabriel vaya viento en popa. Casandra de momento no quiere confesar lo que siente a su hermana, pero Artemisa no es tonta y la conoce bien. Ojalá llegue todo a buen puerto. Artemisa está mejor, en parte al reiki y la ayuda de Agnes. Si te das cuenta, su entrada está prácticamente dedicada a Agnes, hablando de ella, de su tristeza, de lo mal que lo pasó, de lo culpable que se siente por no haberle ayudado antes a regresar a Galicia...se nota que ella es su vida y que la tiene siempre en su pensamiento. El trabajo va bien, y encima, ahora dará clases de repaso. Ese dinero les vendrá genial y así, Artemisa se sentirá mejor, pues la enseñanza es su vocación.

    Y por último, resaltar lo a gusto que se debe sentir Artemisa, calentita, escribiendo, con el frío y la lluvia y el olor a naturaleza mojada. Recreas un ambiente maravilloso en el que uno le gustaría estar, junto a la chimenea escuchando llover y asando castañas.

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  2. Son muchísimas las cosas que ocurren en este capítulo, es como un torrente, por cierto ¿has leído Los Gozos y las Sombras de Torrente Ballester? Es una obra estupenda, creo que nunca la hemos comentado. Es que me he acordado de pronto, no sé por qué, leyendo este capítulo. Es un capítulo muy gallego, no se me ocurre cómo definirlo mejor. El dolor de Iria es el dolor de Galicia, de la lluvia, del pueblo, de Agnes... se refleja en todo y en todos una y mil veces, y tiene un origen conocido, la muerte, la de Lúa. Galicia y la muerte tienen mucha relación, indudablemente. Y cuánto entiendo a esa madre, parir una hija para luego enterrarla, no es justo, no es justo, si fuera un videojuego apagaríamos el ordenador y volveríamos a empezar porque no tiene sentido, pero la vida no es así, nos obliga a seguir viviendo... pobre Iria.

    A su lado, las vueltas y revueltas de Artemisa con sus falsa excedencia y traslado, las cuentas de Agnes con su madre con lo de las oposiciones... todo ello parece casi mezquino en comparación con los sentimientos tan puros del dolor de Iria, y sin embargo esa es la vida... recuerdo que el mismo día que enterramos a mi padre fui con mi madre a recoger unos cojines a un tienda, que habíamos encargado hacía tiempo... parecía por un lado algo absurdo, inconveniente, pero por otra parte había que hacerlo... la vida sigue, siempre, impertinente, obcecada, y eso también lo dejas bien claro aquí.

    El baile de la vida y la muerte sigue, con sus lances a veces intrascendentes, a veces cruciales... Damián, Silvia, Casandra, Daniel, Lúa, Iria, Agnes, Artemisa... cada cual baila a su son, incluso quien ya no está hace moverse al resto... siento el mal de Iria, ojalá no empeore, salir del baile es a veces tentador pero es el fin de todo... no sé cómo lo haces, me encanta.

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