miércoles, 5 de junio de 2019

DIARIO DE ARTEMISA: MIÉRCOLES, 5 DE JUNIO DE 2019


miércoles, 5 de junio de 2019

Estoy en el avión que me lleva de vuelta a Galicia. Aterrizaré en Santiago de Compostela y, allí, tomaré un tren a Ourense. Viajé a Manresa el viernes pasado para ver a mi hermana y estar con ella unos días. Me habría quedado más tiempo, pero no puedo abusar de la bondad y comprensión de Silvia y, además, mi hermana entiende, perfectamente, que deba volver porque allí en Galicia tengo mi vida.

Agnes fue quien me convenció de que viajase a Manresa para apoyar a mi hermana en estos momentos tan difíciles. No me arrepiento nada de haberlo hecho, al contrario, me siento feliz por haber estado con ella estos días. Estoy segura de que, si no hubiese acudido junto a Casandra, jamás habríamos podido salvar nuestra relación; la que estaba pendiendo de un hilo muy frágil que se hallaba pronto a quebrarse para siempre. Mi hermana estaba alejándonos de ella porque no soportaba la idea de que su enfermedad la hiciese parecer frágil ante nosotras, porque no quería reconocer que estaba hundida y porque le daba mucha impotencia encontrarse tan enferma y haber tenido que enfrentarse a hechos tan espantosos que ninguna mujer debería vivir, ninguna. Las enfermedades pueden turbarnos tanto que nuestra razón se desvanece y sólo existen en nosotros unas emociones terribles que nos incitan a querer alejar de nuestro lado a esas personas que pueden apoyarnos y ayudarnos a estar mucho mejor. Es muy difícil entender los sentimientos de una persona enferma que está pasándolo tan mal, que está sufriendo tanto. Las enfermedades son algo incontrolable que nos desestabiliza profundamente, y no me refiero solamente a las enfermedades mentales, sino a todas, tanto las físicas como las psicológicas son capaces de derruir nuestras convicciones y nuestra serenidad.

Sin embargo, mi hermana está bien. Está mucho más delgada que antes, ha adelgazado, al menos, quince kilos en los últimos meses; pero está fuerte, con ganas de curarse, con energía para enfrentarse a su vida y yo creo que, además, mi presencia le ha inyectado una gran dosis de felicidad y fuerza que le permitirá seguir luchando contra esa terrible enfermedad. La verdad es que me ha sorprendido muchísimo verla tan animada, con tanto ímpetu al caminar, al hablar. Para nada parece que lo haya pasado tan mal. Hace un mes, salió de una operación complicada y está como si nada, pero sé que mi hermana se hace la fuerte. Es una mujer muy fuerte, eso es cierto y jamás podremos negarlo, pero mi hermana sabe coger los pocos rescoldos de fuerza que le quedan y hacer de ellos un inmenso e inextinguible incendio. Adoro a ese tipo de personas; las que son capaces de renacer de sus cenizas con un vigor indestructible. Mi hermana siempre ha sido así. Cuando éramos pequeñas, muchas veces, yo sentía que ella era como una madre para mí. Cuando me hacía daño porque me caía, me abrazaba y me curaba ella, me animaba y me hacía entender que ese daño no tenía importancia. Yo la adoraba cuando éramos pequeñas. Cuando yo sólo tenía cuatro años, ella tenía ya los doce y yo, aún así, sabía comprenderla, ella me entendía y la diferencia de edad que nos separaba parecía desvanecerse cuando estábamos juntas, pero porque a las dos nos gustaban las mismas cosas: ambas leíamos entusiasmadamente durante toda la tarde (ella pasaba horas leyéndome historias y novelas que, más tarde, pude leer yo misma y comprender mucho mejor), a ambas nos gustaban los animales y las plantas. Ella me enseñaba muchísimo sobre flores, sobre animales, sobre la naturaleza. También me llevaba a sitios hermosos a los que sola nunca habría podido ir, porque mi padre sí le permitía que se adentrase junto a mí en el bosque que quedaba cerca de nuestra casa. Son muchos los recuerdos que guardo de esos efímeros años que mi hermana y yo pudimos compartir. Mi padre nos reunía en secreto porque mi madre no soportaba saber que mi padre había tenido una aventura mucho antes de casarse ellos; lo cual nunca he podido entender porque creo que no debería importar lo que hubiese ocurrido antes de casarse; pero también comprendo que mi madre se sintiese dolida al conocer esa historia porque mis padres se conocieron desde siempre, parece ser que crecieron juntos, siempre unidos, y siempre soñaron con casarse cuando creciesen. Entonces, si recuerdo esos detalles, puedo llegar a entender el dolor que a mi madre pudo causarle descubrir que mi padre tuvo un romance con otra mujer con la que, además, tuvo una hija.

Y, estos días, he vuelto a sentirme como me sentía entonces cuando, a escondidas, podía reunirme con mi hermana. Hemos estado juntas como si nada hubiese ocurrido, como si, de nuevo, fuésemos esas niñas que disfrutaban tanto hablando de los temas que más las entusiasmaban. Me he sentido, también, como si yo fuese, esta vez, la madre, la hermana protectora, en lugar de ser mi hermana la que debía protegerme a mí, porque, esta vez, soy yo la que está bien, soy yo la que debe mostrar fortaleza. No obstante, sé que mi hermana no necesita tanto como yo que alguien la ampare del dolor. Ella sabe gestionar mucho mejor que yo las emociones terribles, aunque también es cierto que no ha sabido luchar contra la envidia y la rabia que le provocaba saber que estaba enferma. Esos sentimientos tan horribles la dominaron irreversiblemente y estuvieron a punto de separarla de nosotras.

Esta mañana, mientras Casandra me llevaba al aeropuerto, ha llamado a Agnes y ha estado hablando con ella delante de mí. Le ha pedido perdón por cómo se ha comportado con ella, por todas las cosas que ha dicho de ella, por la forma cómo ha hablado de ella, y le ha prometido que nunca más la juzgará, que nunca más volverá a ser tan cruel con ella. Mi hermana me ha dicho, varias veces, que Agnes es un tesoro. Al saber que fue ella quien me insistió en que yo fuese a verla, Casandra se puso a llorar porque se dio cuenta enseguida de que había sido muy injusta con Agnes y que Agnes no le guardaba ni el menor ápice de rencor por ello, al contrario, Agnes seguía preocupándose (y sigue preocupándose) por mi hermana, quiere que esté bien, y a Casandra saber todo eso la desmoronó y le hizo sentir tan arrepentida, tan mal... pero ahora todo eso queda atrás y espero que esta vez sea para siempre porque no puedo soportar que las tres estemos tan separadas, tan distanciadas, porque nos queremos mucho. Hemos vivido muchas cosas juntas. Incluso mi hermana ha protegido a Agnes durante mucho tiempo. Ya por eso, mi hermana debe quererla muchísimo. Al sentirte protectora de otra persona que te necesita tanto, inevitablemente nace entre tú y esa persona un vínculo que cuesta mucho romper, y sobre todo si esa persona a la que ayudaste tanto siempre te demuestra que te está profundamente agradecida, y Agnes nunca ha dejado de demostrarle a mi hermana cuánto la quiere.

Además, han sido días muy bonitos porque he ayudado a mi hermana en su herboristería. Hemos conversado durante horas sobre cualquier tema, hemos hecho excursiones a la montaña y hemos pasado días preciosos que a las dos nos ha ido muy bien vivir. Mi hermana se ha despejado junto a mí y yo he aprendido muchas cosas con ella, como si de nuevo fuese esa niña que veía en su hermana la persona a quien imitar en la vida. Además, le he confesado a mi hermana que me gustaría mucho abrir una herboristería en Ourense y me ha animado a que lo haga e incluso me ha prometido que ella me ayudaría a conseguir proveedores y en todo lo que necesitase.

Hay algo que me ha sorprendido mucho y que me ha hecho viajar al pasado. Ha sido comprobar que mi hermana sigue creyendo en la Diosa con toda su alma, sigue celebrando esos rituales que siempre celebramos juntas. Al descubrirla tan conectada con nuestra Divinidad, me he dado cuenta de que yo, inconscientemente, me he alejado mucho de ese mundo, menos que Agnes (porque es que Agnes ni siquiera parece acordarse de todo lo que vivimos con el aquelarre y con nuestras celebraciones); pero yo apenas me acuerdo de prestarle atención a nuestro calendario y también me olvido muchas veces de adornar el altar que tenemos en casa. No sé por qué ahora me siento tan lejos de nuestra religión. Sí necesito sentirme cerca de la Diosa, pero tengo la sensación de que apenas dispongo de tiempo para ocuparme de todo aquello que antes llenaba mis horas. Y lo cierto es que no me reconozco cuando me recuerdo viviendo esos momentos. Yo era tan distinta... Creo que he cambiado mucho, pero, en realidad, no sé qué me ha hecho cambiar. Agnes hace tiempo que dejó de prestarles atención a nuestras creencias e, incluso, cuando estábamos viviendo todavía en Barcelona, me decía que no le apetecía nada asistir a los rituales. Eso, en su momento, me dolía mucho porque me costaba mucho comprender por qué había perdido la fe de ese modo; pero, con el paso de los meses, me di cuenta de que Agnes no había perdido la fe y entendí que lo único que le ocurría era que no se sentía conectada a ningún aspecto de la vida que llevábamos en Barcelona. Lo comprendí cuando, al volver a Galicia el año pasado, empezó a celebrar rituales con Lúa y conmigo como si nada de eso hubiese ocurrido. Sin embargo, Agnes nunca ha vuelto a ser la que era. No se asemeja en absoluto a esa mujer que vivía con Neftis y conmigo hace ya al menos nueve años... Ha cambiado muchísimo y es que ni tan sólo se parece a esa mujer que se escondía tanto de lo que en realidad era, mostrándose ante nosotras vestida con un traje que ocultaba plenamente su verdadera personalidad y sus verdaderos deseos. A ninguna de las tres (cuando vivíamos Casandra, Neftis, Agnes y yo juntas durante unos meses) nos habló de su potente anhelo de volver a Galicia. Años más tarde, me confesó que luchaba continuamente contra ese deseo porque la aterraba reconocer que lo único que podía salvarla era volver a Galicia, pues había fracasado muchísimas veces en el intento de regresar, había enfermado profundamente por no haberlo logrado... y para ella el anhelo de volver a Galicia era algo enfermizo que quería desterrar de su vida. Luchaba por olvidar su tierra, sus recuerdos más bonitos. Incluso, cuando ya vivíamos juntas ella y yo y la convencí de que escribiese sus recuerdos (en castellano para que yo pudiese leerlos, evidentemente; lo cual fue un grave error), intentó teñir de dolor todos los recuerdos de su vida, incluso ocultó los momentos más felices de su infancia y de su adolescencia, porque acordarse de todo ello le hacía tanto daño que no podía soportarlo, y por eso prefirió hacernos creer a todos que su infancia fue horrible, que en la aldea nadie la quiso jamás y, sobre todo, nos escondió que había tenido un medio romance con Lúa cuando eran adolescentes. Ni siquiera cuando consiguió hablar del tema fue capaz de explicar lo que ocurrió entre ellas antes de separarse para siempre. Agnes todavía nos oculta muchísimos momentos de su vida y sé que alguna vez los revelará. A mí me reconoció que lo que nos ha contado a todos sobre Lúa y ella no es ni la mitad de lo que sucedió en verdad, que hay muchas más cosas que nos esconde porque es incapaz de hablarnos de esos momentos, porque aún le duele, y actúa así como si fuese un mecanismo de defensa contra esa nostalgia, ese dolor, esa impotencia. No sé si alguna vez conseguiré conocer todos los recuerdos de Agnes, pero tampoco puedo obligarla a que me los confiese si no se siente capaz de hacerlo.

Y de todo ello he estado hablando con mi hermana estos días. Mi hermana me ha hecho muchas preguntas sobre la relación entre Agnes y yo porque quiere entenderlo todo, quiere comprender a Agnes para no juzgarla nunca más. Y no sé si ha merecido la pena mantener esas conversaciones tan delicadas. Yo no sé si he hecho bien hablándole tan sinceramente a mi hermana de lo mal que lo paso cuando Agnes sufre una crisis. La última crisis que padeció fue horrible, tanto que yo pensaba que de nuevo tendríamos que llevarla al hospital, sobre todo cuando ni siquiera podía comer porque se apoderaban de ella unas visiones horribles cuando lo intentaba, cuando ni siquiera podía dormir porque, en cuanto cerraba los ojos, la atormentaban pesadillas de las que yo tenía que rescatarla y cuando la ansiedad la descontrolaba tan inesperadamente, en momentos en los que parecía que estaba profundamente tranquila; pero Agnes también es una persona muy fuerte y sé que nada podrá con ella, por muy enferma que pueda llegar a estar, porque ahora, sobre todo ahora, ella siente que tiene muchísimos motivos para luchar contra su enfermedad, porque, al fin, ella se siente feliz de verdad, feliz sin tapujos, sin máscaras, porque ahora puede mostrarse tal como es delante de todos sin sentir vergüenza, sin creerse inferior ni extraña.

Y saber todo eso hace que esta vida que tenemos en Ourense merezca la pena, que merezca la pena haberlo dejado todo para crear esta vida junto a ella. No me arrepiento para nada de haber abandonado todo lo que tenía en Barcelona para vivir en Galicia. No me arrepiento de haber abandonado mi profesión, no me arrepiento absolutamente de nada, porque, tal como le he dicho a mi hermana en varias ocasiones, sentir la felicidad de la persona que amas hace que la tuya crezca imparablemente, hace que todo tenga sentido, que no dudes de nada, ni siquiera del futuro, que quieras seguir viviendo para siempre así. Merece la pena todo si veo que Agnes es feliz porque la felicidad de la persona que amas es la tuya propia también, porque es imposible estar bien si la persona que más quieres en el mundo no es feliz.

Y necesito tanto estar con Agnes... No soporto más estar lejos de ella. La necesito, necesito su cuerpo, sus abrazos, sus besos, sus caricias... No voy a poder dominarme cuando la vea, por eso le he pedido que nos veamos directamente en nuestra casa cuando ella salga de trabajar. Yo llegaré a Santiago a las once y cuarto de la mañana y a las doce ya cogeré el tren que me llevará a Ourense. A las tres de la tarde, Agnes saldrá del trabajo y nos veremos por fin. Estoy tan feliz por volver a Galicia... pero también de haber vivido con mi hermana estos días que nos han hecho tanto bien a las dos. Además, tengo que contar que mi hermana ya no ve tan descabellada la idea de vivir en Galicia. Yo le he dicho que sería muy bonito que viviésemos todas allí, que incluso podríamos llevar juntas la herboristería que quiero abrir en Ourense, que sería feliz junto a Gabriel porque se merecen estar juntos. Le he dicho que somos una familia y que lo que más deseo en estos momentos es que estemos las tres juntas, que ella forme su propia familia con Gabriel, que es un hombre muy bueno, con muy buen corazón (todos los miembros de la familia de Agnes parecen ser así) y que merece la pena luchar por esa relación. Mi hermana ya no se niega en rotundo cuando le propongo que se venga a vivir a Galicia. Incluso me ha dicho que Gabriel le ofreció ser su médico si ella venía a Galicia, que él trabaja en una clínica de pago y que podría atenderla sin ningún problema, pero no sé si eso está permitido por el código ético. No sé, parece ser que la vida se enderezará al final para todos.

Lo peor que ha tenido que vivir mi hermana no es el cáncer que la ataca, sino verse obligada a abortar al hijo que estaba esperando. Eso ha sido lo peor que ha vivido en su vida. Me habló de esos momentos con tanta sinceridad que me hizo llorar con todo lo que me explicó. Me contó que, cuando estaba procediendo a abortar, sintió que se convertía en una horrible asesina, que en esos momentos prefería morir antes que seguir viviendo ese hecho tan espantoso, que estuvo llorando durante tantas horas que ni siquiera comió ni bebió nada ese día, que permaneció durante un día y medio en el hospital porque no era capaz de reaccionar cuando le hablaban, que no encontraba razones para mirar a su alrededor. Me ha explicado que le dieron muchas pastillas para reanimarla, para intentar controlar la profunda ansiedad que tenía, que creía que se volvería loca para siempre y que, curiosamente, en quien pensó más en esos momentos fue Agnes, no dejó de acordarse de ella mientras esa enloquecida tristeza la dominaba, mientras sintió que era incapaz de encontrarle sentido a su vida. Me confesó que sintió la necesidad imperiosa de llamar a Agnes para hablar con ella, pero justamente Agnes también estaba pasando por esa crisis tan horrible. Habría sido imposible conversar con ella. ¿Cómo se pueden acumular tantas cosas malas en un mismo tiempo?

Mas todo eso quedó atrás. No es imposible que mi hermana vuelva a quedarse embarazada, pero nadie se lo recomienda. Entonces ella piensa que lo mejor que puede hacer es adoptar, pero esos trámites son muy largos y desesperantes. Ojalá lo consiga.

No hay que perder esa esperanza que nos hace tener ganas de vivir. Es muy importante que no olvidemos lo que deseamos, que no dejemos de luchar contra las sombras para mantener intacto el brillo de nuestra alma, que siempre cuidemos nuestra esencia. Yo misma me estremezco cuando recuerdo todo lo que he vivido. Tengo treinta y siete años y me parece que, cuando pienso en lo que vivía hace precisamente diez años, estoy rememorando una vida que no es la mía; pero, en esos recuerdos, sigo viéndome a mí misma, sigo sintiendo el eco de la voz de mi alma. No soy otra persona, soy distinta a la que soy ahora, pero sigo siendo la misma, porque siempre mantuve viva mi esencia, viviese lo que viviese. No sé describir cuál es mi esencia porque describir la esencia de cada uno es imposible, ya que se compone de sensaciones que no se pueden convertir en palabras. La esencia de cada persona es más bien una sensación, no un hecho, es algo que siempre se desprende de ese ser sin que nada pueda ocultarlo. Agnes también ha mantenido siempre su esencia ocurriese lo que ocurriese. Siempre ha sido la misma, pese a sentir distintas preferencias a lo largo de su vida porque siempre ha sido ella misma. Creo que nunca podremos destruir nuestra esencia porque ésta incluso sigue viva cuando morimos. Al mirar una fotografía de alguien que se marchó hace mucho tiempo, incluso podemos detectar la esencia de esa persona, podemos detectarla en la imagen que tenemos delante. Por ejemplo, cuando miro esas fotografías que Agnes tiene de ella cuando era niña, me parece que sólo cambia mínimamente el aspecto de esa mujer que tanto amo, que sólo es la parte física de su ser la que parece levemente diferente (aunque tampoco ha cambiado tanto, es curioso). La forma de mirar que Agnes tiene en esas fotografías es exactamente igual que la de ahora. De sus ojos se desprenden las mismas sensaciones, el mismo porte sereno y misterioso. Eso es algo que me resulta muy curioso y extraño, que algo como una mirada pueda expresar tanto.

Viajar a Manresa y estar estos días con mi hermana también me ha servido para entender mejor lo que deseo para mi vida. Hasta ahora, me he dejado llevar por el destino porque me parecía que Agnes y yo teníamos mucha suerte al disponer del trabajo de la cafetería, pero ahora estoy más segura que nunca de que me gustaría abrir una herboristería. Agnes me apoya en ese proyecto, pero me ha confesado que ella, por el momento, prefiere permanecer trabajando en la cafetería. Incluso, hace unos meses, Silvia nos propuso comprar la cafetería y convertirnos en las únicas dueñas del negocio. A mí, en su momento, me pareció una idea muy agobiante; pero Agnes no la ha descartado desde entonces. No sería inviable que ella tuviese su propio negocio y yo, el mío. Creo que es factible e incluso a las dos nos daría más ánimo para vivir, aunque Agnes ahora mismo parece encontrarse en la plenitud absoluta de su existencia.

También he decidido que recuperaré mis creencias y mis rituales. No he dejado de creer en la Diosa, pero me siento lejos de Ella y quiero recuperar esa parte tan mística de mí misma. No sé si podré cumplir todo esto cuando llegue a Ourense, pero, al menos, tengo muy viva por dentro de mí la llama de la esperanza y gritan en mi interior las intenciones de llevar a cabo todo lo que me propongo.

Agnes me ha contado esta mañana que está enferma con un dolor horrible de garganta y de cabeza, pero, igualmente, ha ido a trabajar todos estos días porque no quiere dejar sola a Silvia, quien me está sustituyendo, quien no puso ningún impedimento en que viajase a Manresa, quien nos apoya en todo. Se ha convertido en nuestra mejor amiga, la verdad. Tenemos con ella cada vez más confianza, sobre todo Agnes, y, gracias a ella, podemos salir de vez en cuando con un grupito de mujeres con las que nos llevamos muy bien. Ya no me siento tan sola en Ourense como antes. Sí que viví una época en la que me sentía sola, pero porque sentía que no tenía con quién contar si me ocurría algo o si le ocurría algo a Agnes. Ahora sé que Silvia puede estar a nuestro lado, que Silvia estará con nosotras si necesitamos algo.

Estos días, Anxiños está en nuestra casa; lo cual también me hace mucha ilusión e incluso le he pedido a Agnes que convenza a su madre de que pase con nosotras más días. Creo que le vendrá bien salir de la aldea unos días porque allí todavía se concentra mucha tristeza y soledad, y mucho más ahora que va llegando el verano. Agnes me ha contado que sienten ahora más que nunca la ausencia de Lúa porque Lúa llenaba de vida la aldea todos los veranos y era quien recibía las fiestas de la aldea con más ilusión. No están seguras de que este año puedan vivir esas fiestas con tanta felicidad, pero al menos van a intentarlo. Yo recuerdo que me impresionaron mucho porque me parecieron muy bonitas, porque también descubrí a la verdadera Agnes que se escondía tras esa mujer serena y melancólica que había tenido junto a mí hasta entonces; mas también guardo recuerdos agridulces de esos días porque, a pesar de que sintiese que Agnes y yo estábamos muy bien, notaba que había entre Lúa y ella algo que ninguna de las dos se atrevía a reconocer.

Y creo que ya voy a dejar de escribir porque ya empezamos a descender. No me gustan estos momentos. Me dan más miedo que el despegue, es curioso; pero me encanta viajar en avión. Lo adoro. Es lo más cerca que estamos de volar, sobre todo en ese momento en el que el avión se aleja de la tierra y sientes que ya no hay nada bajo tus pies... igual que me ocurre cuando estoy con Agnes en esos momentos que sólo nos pertenecen a nosotras. Qué feliz soy con ella, qué afortunada soy por tener una vida tan bonita, en un lugar tan hermoso como Ourense. Y no me extraña, por cierto, que Agnes esté con amigdalitis. El clima está totalmente enloquecido. Hizo un calor horrible estos días en Ourense y ahora resulta que está lloviendo y que ni siquiera llegan a los veinte grados. Además, vendrá una ciclogénesis explosiva de ésas que tanto miedo imponen.

Y eso es todo por hoy.

 

 

1 comentario:

  1. Por fin han podido solucionarlo todo y han recuperado su relación. Me daba mucha pena que Casandra estuviese así de mal con ellas. A Casandra la ha ido genial su visita y ha podido comprobar de primera mano que no hay rencores ni odio. No están enfadadas. Agnes inclusó animó a Artemisa a que fuese a visitar a su hermana.Me ha gustado especialmente el momento en el que Casandra le pide perdón a Agnes. Era lo justo y eso la honra. Lloró emocionada al comprobar que no cabía el rencor en el corazón de Agnes y que tiene muy presente lo bien que se comportó con ella en el pasado. Fue un apoyo vital en unos muy malos momentos, justo cuando Artemisa más le falló. Estaba claro que Casandra estaba mal y que su enfermedad la llevó a comportarse así, por lo que borrón y cuanta nueva. Eso sí, tiene suerte de tener la hermana que tiene y de contar con Agnes, otras quizás no habrían reaccionado así. Sigue luchando contra esa enfermedad y la supera con fuerza, eso también me gusta. Tiene un carácter luchador. La frase renace de sus cenizas siempre me ha gustado.

    Artemisa la adoraba cuando eran pequeñas. En esos maravillosos momentos en los que se podían ver, era inmensamente feliz. Su hermana la cuidaba, le contaba cuentos y reían felices. Esos días que han pasado juntas ha servido para recuperar todo eso y para volver a sentirse así. Es genial que le ayudase en la herboristería, así le sirve de experiencia y pudo comprobar como se le da. Casandra la anima a abrir su propia herboristería en Ourense y le brinda su ayuda, ¡es genial! Agnes también la apoya en su proyecto y a lo mejor ella se queda con la cafetería, creo que sería ideal. Ahora Silvia es una gran amiga, lo está demostrando día a día.

    Artemisa se siente alejada de su religión, Agnes parece que todavía más (al menos aparentemente) pero Casandra sigue igual que siempre, con sus rituales y su fe. Intentará acercarse más a su religión, aunque eso creo que sale solo, no te lo puedes imponer. Hay etapas en la vida en las que uno es más espiritual, pero tus creencias y tu fe pueden seguir ahí, en tu interior.

    Las memorias de Agnes, la historia que contó no fue real, y por una parte me alegro, porque era demasiado amargo todo, muy triste. Saber que la gente no fue así de cruel con ella ni que su madre fue un monstruo es todo un alivio.

    Artemisa no se siente mal por haber dejado su vida atrás, su trabajo y su profesión. Arriesgó y luchó por un futuro junto a Agnes y al final, salió victoriosa. La clave de la felicidad no la tiene nadie, y no creo que siga unas pautas, mucho menos las establecidas por la sociedad. Quizás tu felicidad es ser granjero, aunque hayas estudiado informática y creas que debes seguir ese camino, sí o sí. Somos más complicados de lo que estamos dispuestos a admitir. Podemos cambiar de vida, pero nuestra esencia, como bien dice Artemisa, puede seguir ahí, somos los mismos, pero en otro terreno.

    Por último, comentar que me ilusiona que Casandra no vea descabellada la idea de irse a vivir a Ourense. Sería un sueño que pudiesen abrir juntas la herboristería, creo que harían buen equipo. Para desayunar, a la cafetería de Agnes. Imagino que Agnes se vería obligada a contratar a alguien.
    Ah, y la ciclogénesis explosiva da mucho miedo. En la tele no paran de hablar de ella. Creo que ya está pasando, pero ya el nombre da miedo jajaja. Es como el “error catastrófico” que salía en el ordenador.

    Un capitulazo, repleto de novedades muy interesantes y que yo creo que cierra un cliclo y abre otro.¡Me ha encantado!

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