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VIVIR
EN EL ABANDONO
Transcurrieron varios días hasta que Mila pudo trasladarse a aquel lugar
en el que realmente hallaría su hogar. Encontró una cabaña abandonada en la que
introdujo todo lo necesario para vivir. La acomodó de modo que la convirtió en la
morada más confortable en la que había habitado hasta entonces. Lo que más la
satisfacía era saber que se hallaba totalmente alejada de las personas. No
quería ver a nadie y tampoco anhelaba crear nuevas relaciones que
interrumpiesen sus propósitos. Estaba sobre todo convencida de que se
encontraba en ese sitio y en ese instante por algo muy importante y no estaba
dispuesta a renunciar a la tranquilidad que la vida acababa de entregarle.
Planeó su vida de forma que nada le sobrase ni faltase. Vivía con lo
necesario. Se esforzó mucho por cultivar una pequeña porción de tierra de la
que, al cabo de pocos meses, brotaron los primeros frutos de su trabajo. Cosía
y confeccionaba prendas de vestir que después vendía en el mercado de la
ciudad. Era muy curioso que todavía no se hubiese encontrado con ninguna
dificultad. La vida era sencilla para ella y, aunque realmente no ganase una
cantidad considerable de dinero con sus manufacturas, estaba contenta con lo
que tenía y sabía que no necesitaba nada más para vivir en calma.
El agua que requería para cocinar y limpiarse la adquiría de un río
caudaloso que discurría cerca de su hogar. Era consciente de que, si llovía con
intensidad, aquel río crecería hasta inundar la pequeña porción de tierra que
le daba de comer y también la cabaña que la protegía de la intemperie, pero
confiaba en que aquello no ocurriese durante los próximos meses. Sabía que
contra la voluntad de la naturaleza no se podía luchar. Aceptaba su fuerza y
amaba su ímpetu como nadie.
Una mañana gris en la que el cielo se hallaba pronto a estallar en una
lluvia potente, mientras caminaba en busca de algunos frutos, Mila oyó que
alguien andaba cerca de ella. Alzó la mirada, levemente asustada. Llevaba mucho
tiempo viviendo en aquel lugar y nadie se había acercado a su cabaña. Además,
hacía bastantes meses que no conversaba con nadie. Las últimas veces que había
tenido que hacerlo había sido en el mercado, cuando había vendido algunos de
sus productos. Por eso en esos momentos se sentía muy nerviosa e incapaz de
ordenar sus pensamientos.
Sus nervios se acrecieron cuando descubrió que la persona que se acercaba
a ella era una mujer vestida toda de blanco, con los cabellos muy claros, casi
canosos, y con una mirada serena que destilaba muchísima sabiduría. Mila
permaneció observándola hasta que la mujer la tuvo al alcance de sus manos; las
que se notaba que habían hecho grandes esfuerzos, pues aparecían algo marcadas
por el trabajo. La mujer, sin embargo, parecía no inquietarse ante su aspecto
misterioso, sino que, más bien, desprendía seguridad con cada movimiento; lo
cual sosegó levemente a Mila.
—
Buenos días –la saludó la mujer con serenidad.
—
Buenos días –contestó Mila con timidez.
—
Sé que esta pregunta te extrañará. ¿Podemos hablar
en algún sitio más tranquilo?
—
Sí,
por supuesto.
Mila estaba totalmente extrañada, pero no se atrevía a negarse a la
propuesta de la mujer. La condujo con sigilo e intriga hacia su peculiar hogar.
La mujer no se refirió en ningún momento a lo pequeña que era aquella cabaña.
Parecía estar acostumbrada a encontrarse con personas que vivían en lugares
exóticos e inusuales. A Mila el comportamiento de la mujer le transmitía una
paz que hacía mucho tiempo que no sentía.
La invitó a sentarse en una de las sillas de madera y mimbre que tenía en
torno a la mesa que solía usar para comer y escribir y después le sirvió una
taza caliente de té con menta. La mujer se lo agradeció con mucho cariño y
después se dispuso a hablarle con calma y a la vez educación. Mila la escuchaba
como si ella portase una verdad universal, aunque sus palabras la sobrecogían y
la impresionaban tanto que le costaba creerse que aquel momento fuese real.
—
Sé que lo que te contaré no te asombrará tanto como
podría ocurrirle a cualquier otra persona. Soy consciente de que eres especial.
Si no, no me habría atrevido a buscarte ni tampoco sería capaz de confesarte
todo lo que voy a explicarte ahora. La diosa me avisó, hace unas semanas, de
que cerca de donde yo vivo se había instalado alguien que debe mezclarse
irrevocablemente con mi destino. Ella me ha llevado hasta ti. Por eso estoy
aquí. Quiero conocerte. Quiero saber quién eres y qué esperas encontrar en este
lugar; pero sobre todo me interesa descubrir tu alma, más que tus aspiraciones
o tus recuerdos. Mi nombre es Gaya y estoy feliz por poder hablar contigo. Eres
una estrella que ha comenzado a brillar intensamente en mi destino y no quiero
que te apagues.
Mila no sabía qué decir. Estaba totalmente sorprendida y conmovida. Hacía
mucho tiempo que nadie le dedicaba unas palabras tan bellas apenas sin
conocerla. Sin embargo, de pronto supo que Gaya sí la conocía, aunque solamente
hubiese tenido noción de su existencia a través de visiones o sueños. No dudaba
de la veracidad de las palabras que acababa de dirigirle, así que al instante
se sintió flotar en una dimensión distinta, en un cielo de nubes esponjosas que
olían a lluvia. Además, sus confesiones le dieron forma a muchos de los
sentimientos y pensamientos que llevaban latiéndole en el alma desde hacía
muchísimos años. Casi sin pensar en lo que le contestaría, le dijo:
—
Tus palabras han dotado de sentido todas las
experiencias que he vivido hasta este momento, me han hecho descubrir que debía
hallarme en este lugar porque tenía que encontrarme contigo. Siempre he amado
la naturaleza con toda el alma y ansiaba vivir rodeada por su magia y su poder.
Tuve que marcharme del lugar en el que habitaba por razones muy tristes y
entonces supe que había llegado el momento de iniciar esa vida en la que tanto
anhelé existir siempre. Además, hace tiempo que quería morar alejada de las
personas porque a su lado nunca he sido feliz. Me he dejado llevar por mi
destino hasta encontrar esta cabaña en la que habito tranquilamente. Puede que
cualquiera piense que se trata de un lugar muy poco confortable para vivir,
pero para mí esta casita es como un palacio. Mi nombre es Mila. Adoro el modo
en que te expresas. Tus palabras también le han dado forma a muchos
sentimientos y pensamientos que he guardado siempre en mi corazón.
—
Comprendo perfectamente lo que me cuentas y cómo
te sientes. Yo no pensaré nunca que este lugar no es digno ni confortable, al
contrario; yo también prefiero habitar rodeada por el esplendor de la
naturaleza. Tu forma de hablar desvela que eres una persona leal, sincera y muy
bondadosa. Me alegra haberme atrevido a buscarte para conversar contigo. Todo
lo que me has explicado goza de la verdad más absoluta, pero permíteme que te
comunique que tú no te llamas Mila. Ése es el nombre que te dieron tus padres,
pero tu nombre real es otro. No obstante, tú serás quien lo encuentre.
—
Realmente nunca me he sentido enlazada a ese
nombre. Siempre he creído que debo llamarme de otro modo, pero no he encontrado
todavía la forma en que mi existencia debe sonar.
—
Lo hallarás muy pronto, te lo aseguro.
—
Me has hablado de la Diosa —apuntó tras beber un
sorbo de té—. ¿Te refieres al alma de la naturaleza, a la madre de todos?
—
Por supuesto que sí. Sé que siempre has creído
en Ella.
—
Sí, pero nunca me he atrevido a llamarla Diosa.
Siempre he creído que la naturaleza, como ocurre con todo ser viviente, se forma
de espíritu y cuerpo. Los árboles, las montañas, la tierra, los ríos, los
mares... todo lo que construye su apariencia y todo lo que la compone es el
cuerpo del alma que nos ha creado a todos.
—
Así es. La Diosa está en todas partes, incluso
en nuestro propio ser. La Diosa es grande, sempiterna y mágica.
—
Habernos encontrado es un regalo espléndido
—sonrió encantada—. Eres la primera persona con la que puedo compartir
plenamente mis creencias; aunque sé que todavía me queda mucho por aprender.
—
Nuestro encuentro es algo que debía ocurrir, que
formaba parte de nuestro destino. Sé que puedo confiar plenamente en ti. Escúchame,
Mila: yo formo parte de un aquelarre wiccano que adora a la Diosa y hace
rituales en su honor. No tengas miedo, por favor. No hacemos el mal, sólo el
bien, y organizamos nuestra vida basándonos en los ciclos de la naturaleza. Podemos
ser tu familia; la familia que de veras te comprenderá y te amará por lo que
eres y no por lo que debes ser.
—
Todo lo que me cuentas suena tan mágico...
—
Sé que tienes dones que todavía no has sabido
desarrollar y yo quiero enseñarte a hacerlo. Si estás aquí, es porque te guió
tu intuición; la que, créeme, es muy poderosa, Mila.
—
Sí, siempre he tenido mucha facilidad para presentir
hechos que después han ocurrido, para saber que lo que siento y pienso me
conducirá a donde tengo que hallarme. Deseo que me muestres ese hermoso camino
del que me hablas.
—
Sólo lo haré si de veras lo deseas, si sientes
que debes recorrerlo.
—
Sí, sí lo siento. Estoy totalmente de acuerdo
contigo en que, si me hallo en este instante y en este lugar, es porque debía
encontrarme contigo. Eres quien puede conducirme hacia el verdadero sentido de
mi vida.
—
Pues entonces no se hable más. Yo puedo convertirme
en tu guía, en tu maestra. Ahora que te he encontrado, no quiero que vuelvas a
estar sola.
—
Deseo empezar cuanto antes —sonrió Mila
encantada, notando que de repente el tiempo que regía su vida se aceleraba
vertiginosamente.
—
Mañana mismo comenzaremos tus lecciones.
Encontrémonos mañana al alba en el lugar en el que nos hemos cruzado. Iremos a
mi morada. Yo también siento que debo enseñarte a recorrer esta senda para la
que has venido a esta vida. No tengas miedo. Nunca te haré daño.
—
No tengo miedo. Pudiendo pasarme algo malo
viviendo aquí, nunca he tenido problemas y todo lo que capto de ti es bueno,
así que iré contigo. No tengo nada que perder. Además, si estás aquí, es porque
el camino que me mostrarás es al que realmente pertenezco. Gracias, Gaya.
—
En efecto; no tienes nada que perder; al
contrario, tienes mucho que ganar, Mila. Y soy yo quien debe darte las gracias
a ti. Gracias por confiar en mí y no creer que mis palabras son desacertadas ni
osadas. Presiento que nos unirá un lazo muy hermoso e inquebrantable —le sonrió
con mucha afabilidad y amabilidad. Mila descubrió enseguida que Gaya era una de
las personas más buenas con las que se había encontrado en la vida.
Aquella noche, fue incapaz de conciliar el sueño. Continuamente se
acordaba de las palabras de Gaya; las cuales le provocaban una inmensa emoción
al ser evocadas y le desvelaban que se hallaba en el principio del verdadero
camino de su vida. Nunca había dudado de que existía una forma de creer muy
distinta a la que habían intentado inculcarle a lo largo de su infancia y parte
de su adolescencia. Había intuido que algún día llegaría ese momento en el que
al fin sus pensamientos y emociones más densos y profundos cobrarían sentido y
era consciente de que aquél ya se le había aparecido ante los ojos. Gaya había
portado en su presencia el advenimiento de ese instante que Mila llevaba
aguardando desde hacía tanto tiempo casi sin saberlo.
Deseaba con fuerza e impaciencia que alborease cuanto antes para poder
reencontrarse con aquella mujer que la había tomado de la mano apenas sin
conocerla, que le había entregado una confianza muy plena y sincera y que
estaba dispuesta a guiarla por su vida hasta la razón de su existencia.
Al fin, la mañana llegó lentamente. Amaneció como si a la luz del día le
diese miedo aparecer en el cielo apagando la oscuridad de la noche. Mila estaba
nerviosa e ilusionada. Por primera vez en su vida, alguien creía en ella sin
conocerla apenas, solamente intuyendo acertadamente que tenía dones que nadie
había sabido apreciar, dones por los que muchos la habían tratado de loca y de
bruja incluso en el pueblo en el que había nacido y crecido. Gaya la había conocido
con mucha más plenitud y exactitud en tan sólo unos instantes como no lo había
hecho ninguna de las personas que habían compartido con ella gran parte de su
vida.
Ahora había llegado el momento de renacer, de vivir y de ser ella misma
sin temer herir ni asustar a nadie. Por eso salió corriendo de su cabaña hasta
alcanzar el rincón del bosque en el que el día anterior se había encontrado con
Gaya. Gaya la esperaba allí, bañada por la luz del alba. Estaba muy hermosa,
brillaba como una estrella a la madrugada, una estrella errante, y la luna que
se escondía tras las cumbres de las montañas relucía en sus ojos sabios.
No se dijeron nada hasta que dejaron atrás el camino en cuyo principio se
habían encontrado. Olía a humedad, a los últimos destellos del rocío, y ambas
mujeres caminaban en silencio prestándole una infinita atención a aquella
amaneciente naturaleza.
Gaya vivía en una casa preciosa, rodeada por un jardín lleno de árboles,
de flores y de plantas bien cuidados. Había también en el centro del jardín un
estanque de agua clara y nítida por el que nadaban peces de colores. Mila se
imaginó bañándose allí al atardecer, toda protegida por la frondosidad de los
árboles y el aroma de las flores, y sintió el deseo impetuoso de quitarse la
ropa y sumergirse en esa piscina natural en la que se reflejaban las hojas de
los árboles y el color del cielo con una nitidez que todos los espejos
envidiarían.
—
Qué lugar tan bonito –expresó Mila con
fascinación. Gaya le sonrió y le pidió con la mirada que la siguiese–. Me
gustaría poder bañarme alguna vez en este estanque. ¿Tú lo haces?
—
Por supuesto que sí, todas las mañanas. Me gusta
nadar viendo cómo nace el día.
—
Tienes plantados muchos tipos de hierbas…
—
Todas tienen su función en la vida y es muy
importante conocer sus propiedades. Algunas son tóxicas y pueden ser letales si
no se usan bien.
—
Me gustaría aprender a distinguirlas y
conocerlas profundamente.
—
Yo te enseñaré a hacerlo, te lo prometo. Alguien
que ama tanto la naturaleza debe conocerla bien.
Mila adoraba la forma de hablar de Gaya. Era pausada, sabia y tierna,
como la voz de una madre. A Mila se le llenaron los ojos de lágrimas cuando
velozmente se planteó la posibilidad de que Gaya se convirtiese para ella en la
madre que había perdido o la madre que realmente nunca había tenido a su lado.
Era cierto que sus padres la habían querido mucho, pero no habían sabido
comprenderla plenamente y Mila siempre se había sentido sola, aunque la
relación con su padre le había llenado profundamente.
—
Espérame aquí, por favor –le pidió Gaya deteniéndose
en un rincón del jardín, entre dos grandes árboles de tronco milenario y de
ramas poderosas y frondosas–. Iré a buscar el desayuno.
Mientras Gaya preparaba el desayuno, Mila observó atentamente cómo nacía
el día, cómo la luz diurna se expandía suavemente por el horizonte hasta cubrir
los lejanos prados. Las montañas se volvían doradas al contacto con aquel
fulgor tierno y tibio y ya trinaban los pájaros más madrugadores. Se oía la voz
de la alondra, el desorientado silbar de un ruiseñor que seguramente había
perdido la oportunidad de cantar al atardecer y estaba recuperándola aquella
alba, el de los mirlos y el de algún águila que salía a buscar su alimento
antes de que el intenso resplandor del sol desvelase su presencia. Mila pensó
que aquel instante era demasiado mágico. Parecía que hubiese emanado de un
hechizo. No le resultaba real, al contrario, le costaba creer que éste no
formase parte de un sueño.
Entonces intuyó que la naturaleza se comunicaba con ella a través de
todos esos detalles mágicos. La naturaleza la avisaba, con su lenguaje y su
serenidad, de que se hallaba en el lugar y el instante idóneos; que estaba a
punto de sucederle algo importante que cambiaría por completo su vida, y que ya
no podría volver atrás, pues trasladarse a la cabaña en la que vivía había sido
la forma de dar inicio a aquella senda que tanto deseaba recorrer.
Mila había creído hasta entonces que su vida, compuesta por su infancia,
por su adolescencia y parte de su corta madurez, había carecido por completo de
sentido; pero la naturaleza que la rodeaba también le reveló que aquellos
pensamientos no eran ciertos. Todos sus recuerdos y sus experiencias habían
existido porque tenían que llevarla hasta ese momento, hasta ese lugar.
Gaya regresó portando una bandeja que contenía pan tostado con mermelada
y dos tazas de té con limón. Desayunaron sentadas en la hierba. Mila se sentía
cada vez más conectada a Gaya, como si siempre hubiesen formado parte del mismo
destino. Conversaron acerca de las frutas de temporada, de la forma de vivir de
Mila y de su amor a la Madre tierra. Gaya le prometió a Mila que la ayudaría a
subsistir, proporcionándole la oportunidad de sacarles provecho a sus dones. A
Mila le costaba mucho creer en la veracidad de aquellas palabras, puesto que
hasta entonces había vivido en un mundo en el que era imposible que la magia
pudiese ayudarla a existir; pero entonces se apercibió de que Mila formaba
parte de una realidad distinta. Aquella certeza la impulsó a quererla mucho más
y a confiar más plenamente en que de veras se había abierto para ella una
puerta que la comunicaría irrevocablemente con su innegable destino.
Una vez más me siento atrapado por una de tus historias, y me dejo llevar por la magia (y no es un término casual) de la narración. Mila forzosamente cae bien, porque es imposible no simpatizar con su desgracia, en el primer capítulo conocemos qué mal le va en casa, y angustia asistir a su expulsión, por así decir, salir del entorno donde se supone que te sientes bien precisamente porque es un infierno resulta penoso, son muchas las vidas que se tuercen precisamente de este modo, si en casa no te va bien, en soledad y contra el mundo no es fácil que la cosa mejore... Pero, curiosamente, el primer encuentro con Centino aplaza la tragedia de momento. Mila está de viaje, y pasa de la ciudad al campo, en un lugar indeterminado pero que me imagino bien, es una situación tan improbable que resulta verosímil, tal vez yo mismo he deseado alguna vez simplificarlo todo, vivir en el campo una vida simple y natural... es una idea que se cruza y como viene se va, mi racionalidad la cataloga de fantasía irrealizable y rápidamente queda descartada, pero Mila sí tiene los arrestos de hacer eso, y solo por eso ya es una especie de heroína. Me sobrecoge su previsión de que el río puede llevárselo todo, y que eso no sería en realidad más que una muestra legítima del poder de la naturaleza... y justo en ese momento, cuando parece que las cosas irán por este lado, aparece Gaya. ¿Quién es en realidad? ¿de dónde sale? ¿por qué sabe tanto de Mila? Se había asomado al principio de todo, antes de empezar el capítulo primero, y sin duda es alguien principal en el relato... y hasta aquí sabemos, de momento. ¿Quién es en realidad Mila, y cuál será su nombre? ¿Qué relación tendrá con el aquelarre? Las posibilidades han crecido, y el giro es amable y esperanzador. Una historia muy inspirada, que me deja una sensación de humedad verde en el alma.
ResponderEliminarIntensa y mágica continuación. Me encanta tu forma de describir el entorno y los sentimientos. El lugar dónde vive Gaya es precioso, no me extraña que sea feliz. Mila también ha conseguido vivir en armonía con la naturaleza. Yo por ejemplo me habría muerto a los dos días, pero por la necesidad que tenemos a la luz eléctrica, los aparatos, los móviles, Internet...Mila es valiente y está claro que es especial. Marcharse y dejarlo todo para empezar desde cero en plena naturaleza es todo un reto. Estaba recordando el millonario que hace poco lo regaló todo (menos un móvil, el cargador y no sé que otra cosa) y empezó desde cero. Su caso también es duro, pero no empieza en plena naturaleza sin las comodidades que tenemos en la ciudad. Como dice Vicente, Mila forzosamente cae bien. Su historia es trágica, con esa madre terrible. Aunque por suerte tuvo un padre que estuvo a su lado siempre. En Gaya ve algo más que una maestra o una amiga, quizás esa figura protectora de madre que siempre añoró. Es todo muy misterioso, ya que Gaya sabía que alguien especial estaba a punto de aparecer y parece que conoce muy bien a Mila. Está muuy interesante, y engancha, deseas saber que ocurrirá. ¡¡Me está encantando!! Sigue en cuanto puedas please!!!
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