Domingo, 10 de marzo de 2019
Escribo teniendo el río Miño
enfrente de mí. El sol brilla tras unas nubes finas que dejan pasar su luz
convertida en una lluvia dorada que hace resplandecer las jóvenes hojas de los
árboles. Algunos tímidos rayos se pierden en las delicadas olas que agitan el
agua del río. De vez en cuando, sopla un viento templado que trae el aroma de
la hierba recién nacida. Hay algo en el ambiente que me hace estar tranquila,
que me acaricia el alma y me llena el corazón de esperanza y buenas emociones.
Hace mucho tiempo que no me siento mal, que no lloro de tristeza ni de rabia,
que me encuentro totalmente en paz conmigo misma, con mi vida y con el mundo
que me rodea. Gran parte de la responsabilidad de mi bienestar la tiene el
hecho de que Agnes sea feliz. Sentir que Agnes está recuperada es algo que me
hace experimentar una emoción que no puedo expresar con palabras. Es algo mucho
más grande que el hecho de sentirme viva. Es algo que va más allá de una
realización personal. Es algo que tiene un valor incalculable. Que ella esté
sana, que se sienta sana, que no tenga miedo a caer en alguna de esas horribles
crisis hace que la vida sea vida, sólo vida, que cada instante sea hermoso, que
haya más ganas de vivir cada día. Muchas veces, mi hermana me ha dicho que
parece que me importe más el bienestar de Agnes que el mío propio y debo
reconocer que no se equivoca en absoluto. Tiene razón, pero hay un motivo muy
poderoso que justifica mi actitud y es que yo no he estado enferma nunca. He
vivido épocas horribles en las que he estado sumida en depresiones espantosas
que me quitaban por completo las ganas de vivir; pero yo misma he sabido
recuperarme de esa tristeza y salir a flote sin que nadie me tenga que dar la
mano con fuerza. Yo tengo la capacidad de renacer, de resurgir de mi tristeza y
de encontrar la manera de seguir caminando por mi existencia en busca de mi
próximo momento de felicidad. En cambio, Agnes sí ha estado enferma, muy
enferma, durante demasiado tiempo. Ella sí ha estado a punto de hundirse
irrevocablemente en la tristeza más devastadora a pesar de que varias personas
le hayan dado la mano para ayudarla a levantarse de nuevo. Por ella misma,
nunca ha sido capaz de hallar la manera de seguir enfrentándose a la vida. Ella
creía que sí podía seguir viviendo pese a sentirse tan destruida, pero no era
así para nada. Es verdad que yo le he impedido durante mucho tiempo que
recupere su bienestar anímico, pero lo que importa es que ahora estamos aquí,
sumergidas en una vida maravillosa en la que somos muy felices las dos.
Yo me encuentro muy bien.
Evidentemente, hay cosas que me preocupan mucho. Por ejemplo, me desasosiega
mucho haberme presentado tres veces al examen del carné de conducir y no haber
aprobado todavía. No sé si alguna vez aprobaré porque son tantos los errores
que se pueden cometer que me parece a mí que nunca podré conducir sin
equivocarme. También me da la sensación de que te pueden suspender por la cosa
más tonta. Muchas veces pensé en rendirme, pero Agnes me anima a seguir
intentándolo. Estamos ahorrando para comprarnos un coche eléctrico. Por nada
del mundo queremos tener un coche normal que contamine. Ésa es la única
condición que pongo para conducir, pero, evidentemente, no lo compraremos hasta
que haya aprobado y hasta que haya adquirido más confianza al volante. Soy un
completo desastre y enseguida me pongo nerviosa. Cuando me encuentro un
semáforo en rojo, rezo para que tarde mucho en ponerse verde porque no quiero
seguir conduciendo. Me parece que soy incapaz de prestarles atención a la mayor
parte de los estímulos que me rodean. Es que, encima, hago el examen siempre a
la peor hora, cuando es la hora punta de Ourense, cuando hay mucho más tráfico
y jaleo que en todo el día. He intentado cambiar la hora del examen, pero nunca
lo he conseguido. Todos son a esa hora, encima cuando está atardeciendo y el
sol deslumbra una barbaridad. Estos días, que ha estado nublado, podría haberme
aprovechado de que no hacía tanto sol para estar más tranquila, pero para nada
ha sido así. Y mejor no hablo de cuando me toca hacer el examen en un día de
lluvia.
No obstante, cuando sé que he
suspendido, no me desaliento tanto como la primera vez. Agnes sabe que no he
aprobado en cuanto entro en casa sin que ni siquiera necesite mirarme a los
ojos. Ya nos reímos cada vez que vengo con la noticia de que he suspendido.
Agnes está irreconocible. Creo que
lo he dicho ya muchas veces, pero es que es la realidad más potente que invade
mis días ahora mismo. La Agnes que tengo a mi lado no tiene nada que ver con la
mujer que tenía a mi lado hace unos meses. Ni siquiera se parece a la Agnes que
volvió a Galicia hace unos meses, que estaba con Lúa y que después perdió a ese
amor tan especial. Está muy cambiada. Habla con los demás sin sentir el menor
ápice de timidez. Se la ve tan conforme con todo, tan feliz y tan tranquila
que, muchas veces, tengo la sensación de que es capaz de serenar a cualquier
persona que esté a su lado y que no se sienta del todo bien. Tiene un poder
especial que se le escapa de los ojos, de la voz, de su forma de hablar y de
tratar a los demás. Parece mentira que esa mujer sea la misma que, meses atrás,
era incapaz de alzar la mirada cuando se hallaba rodeada de personas que no la
conocían, que ni tan sólo era capaz de contestar con tranquilidad y confianza a
la pregunta más sencilla. Conmigo, además, es tan maravillosa, me da tanto amor
y me hace sentir tan feliz que, a veces, me siento perdida en ese amor tan
grande que me entrega porque no sé si yo le entrego la mitad de lo que ella me
da. Tengo miedo a no corresponderla como se merece, pero ella enseguida
desvanece esos miedos con su manera de tratarme. Estoy con ella sin que haya
entre nosotras la duda más sutil. Es cierto que a veces me he sentido un poco
celosa cuando noto que aún se entristece pensando en Lúa, pero el amor que me
da es mucho más importante que todo eso.
Otra cosa que me preocupa es mi hermana.
He discutido ya varias veces con ella porque no nos ponemos de acuerdo en nada.
Creo que nos echamos tanto de menos que no sabemos gestionarlo, sobre todo
ella. Ella me echa demasiado de menos y yo lo sé, pero, en vez de decírmelo, se
dedica a verbalizar pensamientos injustos y a llenar nuestras conversaciones de
declaraciones que me hacen daño. Yo, además, le insisto muchísimo en que cuide
la relación que tiene con Gabriel, que es algo muy bonito e importante, que
nunca la había visto tan ilusionada con ningún hombre y que tendría que
plantearse en serio venir aquí a vivir, pero no quiere irse de Manresa. Dice
que no quiere abandonar esa vida en la que tan feliz se siente. Agnes dice que
no se debe sentir tan feliz cuando a mí me echa todas esas cosas en cara. Me ha
repetido ya muchas veces que soy una absoluta idiota por no presentarme a las
oposiciones, que estoy dejando pasar la mejor oportunidad de mi vida, que yo no
me he dejado los cuernos estudiando para acabar trabajando en una simple
cafetería y más cosas que me niego a escribir. Además, se mete con Agnes de una
manera muy tonta, criticándole cosas que no tienen sentido, cuando Agnes es
quien me da la mayor parte de la energía que necesito para mi día a día, cuando
ella es la fuerza que hace girar mi vida, cuando ella es quien le da sentido a
todo, al hecho de que esté aquí viviendo. Además, me gusta muchísimo el trabajo
en la cafetería, más de lo que pude imaginar. Es algo muy bonito y, aunque
parece sencillo, para nada lo es. Es complicado satisfacer a todo el mundo,
pero al mismo tiempo es emocionante trabajar allí porque es que no dejas de
enterarte de las cosas que cuenta la gente. He descubierto que soy mucho más
cotilla de lo que pensaba. Agnes sí ignora más las conversaciones que se
mantienen en la cafetería, pero yo siempre tengo la oreja puesta y me encanta
oír las experiencias que comparten los clientes. Hay personas que hablan muy
bajo, la mayoría, como si no quisiesen que nadie oyese sus palabras y, encima,
las esconden tras el ruido de la cucharita dando vueltas en la taza; pero lo
que más me gusta de todo es sentir que a la gente le caemos bien. Se nota mucho
que les gustamos a las personas que vienen a la cafetería. Sobre todo, Agnes
tiene un encanto especial que engancha, que hipnotiza, que serena a la gente.
De quien quiero hablar también
mucho es de Laila. Cada vez le tenemos más cariño y esta tarde hemos estado
mucho tiempo con ella cuando hemos vuelto de la aldeíña. Tengo que reconocer
que este viernes discutí un poco con Agnes porque a mí me apetecía más quedarme
en Ourense y salir a cenar con ella por la noche, pero Agnes deseaba con todas
sus fuerzas ir a la aldea y estar con su madre y no habría habido nada en el
mundo que le hubiese hecho cambiar de opinión, así que al final tuve que
conformarme con ir a la aldea, que no me desagrada para nada, pero también me
habría gustado estar aquí este fin de semana y disfrutar también de la
tranquilidad de Ourense. También me apetecía mucho estar con Laila. Agnes
parece totalmente enamorada de ella. Cuando la tiene en brazos, le habla muy
cariñosamente y se nota muchísimo que ambas se respetan mucho y se quieren con
locura, pero Agnes no se atreve a que la tengamos en casa porque dice que no
hay tiempo para cuidarla, que no disponemos de tanto tiempo para ella. Puede
que tenga razón, pero yo no me rindo. Es más, Laila podría estar en la
cafetería perfectamente porque hay un pequeño patio que podríamos habilitar
para ella, con juguetes, con una casita para ella y con comida y todo. Agnes
dice que es una idea preciosa y muy loca, pero no la descarta. Estoy a punto de
lograr que ceda, lo sé, porque es que se le ponen unos ojitos cuando la mira...
Este fin de semana fue muy
tranquilo. Estuvimos por la aldea, disfrutando de esa inmensa calma, del buen
tiempo que está haciendo (a Agnes le da muchísima rabia que diga que está
haciendo buen tiempo, pero es que es lo que pienso, a pesar de que la semana
pasada tuvimos lluvia, pero se agradeció mucho, aunque no agradecimos tanto el
horrible viento que hizo).
Y creo que eso es todo por hoy. El
sol está a punto de esconderse y ya ha refrescado algo, así que volveremos a
casa. Agnes está a mi lado leyendo muy concentrada y parece no sentir el frío.
Escribiré en cuanto pueda, cuando
encuentre un momento tranquilo en el que me pueda desconectar por unos
instantes del mundo que me rodea.
Por fin he podido leer la entrada. Había dado por hecho que era una entrada de Agnes, no sé porqué jajaja. La felicidad de Artemisa pasa por la felicidad de Agnes y por su bienestar. En realidad, esto es del todo normal. Si alguien que quieres está mal, irremediablemente lo estás tú, no se puede evitar (al menos que no le quieras tanto). Aunque el caso de Artemisa es más complejo. Ha vivido muchos episodios de tristeza y enfermedad de Agnes y yo creo que eso la ha traumatizado, tanto que está mucho más pendiente de ella, llegando a preocuparse en exceso por miedo a una recaída.
ResponderEliminarMe he reído mucho con lo del carné de conducir. Al menos ya no es un trauma para ella, gracias a Agnes. Le ayuda a tomarse las cosas de otra forma y eso le viene genial. ¡¿Dónde estaba Agnes cuando me estaba sacando el carné de conducir?! Me habría ido taaaan bien jajaja. Me parece tan acertado lo del coche eléctrico. Es muy ellas, no podía ser de otra forma. Fíjate que me las imaginaba con un coche de esos viejos que casi ni arranca jajaja. Me parece fatal Casandra. No soporto las personas que se creen con el derecho de juzgar tu vida, de disponer de ella y decidir que es lo mejor para ti. Si Artemisa estuviese atracando por las tiendas, pues vale, acepto que se meta, pero si está trabajando y es feliz, ¿que importa lo demás? Por otra parte, me da rabia que vuelva a criticar a Agnes. Vuelve a las andadas, cuando Agnes no está haciendo nada y ya la perdonó en su momento. Me parece que Casandra está algo amargada...
Y por último la perrita Laila. Es algo muy bonito que seguiré muy de cerca y con especial interés. Artemisa tiene buenas ideas y yo creo que será feliz junto a ellas, espero que Agnes reaccione y acepte pronto a Laila.Juntas, serán una familia inseparable. Me lo he pasado genial leyendo el capítulo, Ntoch. Es un placer saber de la vida de estas dos chicas a las que tengo ya tanto cariño.
Cuando lo más terrible que pasa es que suspendes el carnet de conducir, y la discusión más fuerte con tu pareja es si ir a la aldea o disfrutar de Orense, puedes decir con toda justicia que la vida te va muy bien.
ResponderEliminarEs muy curiosa la demora en aceptar a Laila, ¡si un perrito les va a venir fenomenal! No se me ocurren mejores personas para hacerse cargo de un ser tan maravilloso, que seguro va a ser un motivo más de unión entre ellas, pero en fin, cada quien tiene sus tiempos...
En cambio la que parece que desentona de todo este panorama tan calmo es Casandra, que parece vivir la tensión entre las personas y los lugares, está bien en Manresa pero quiere a Gabriel, entonces ¿hasta qué punto vale la pena sacrificar una por otro? Creo que a lo largo del tiempo nos enfrentamos muchas veces a ese tipo de situaciones, en la que pensamos si vale o no la pena sacrificar un cierto bienestar a cambio de la posibilidad de alcanzar otro mayor, pero claro, nadie nos garantiza que la cosa vaya a salir bien. Recuerdo que, hace muchos años, había una revista que tenía una sección muy cursi llamada "qué habría sido de mi vida si...", donde la gente contaba que en tal momento decidió algo que luego marcó su vida, por ejemplo rechazó tomar un vuelo que se estrelló, compró un décimo de lotería en el lugar de vacaciones y le tocó, prefirió como novio a un chico menos guapo que otro que luego resultó ser un asesino, etc. Y seguro que si buscamos cada uno en nuestra vida encontramos decisiones que en su momento no parecían cruciales pero que determinaron cosas muy importantes de nuestra vida, buenas o malas.
Y, por supuesto, me encanta la idea del coche eléctrico, lo malo es que hoy por hoy eso significa que se tienen que comprar un garaje también, para poder enchufarlo por las noches y que se recargue, pero es lo que me gustaría. Aunque, al paso tan lento que lleva lo del examen, lo mismo Artemisa va a tener tiempo a conocer nuevas tecnologías...
¿Qué va a pasar ahora?