Introducción
Habla Agnes...
Hay historias que son verdades únicas que
nadie se atreve a tergiversar, que moran en la memoria del mundo sin que ningún
hecho las enturbie. Hay historias que vagan de unos labios a otros sin quedarse
en ninguna parte, volando entre manos que la desfiguran. Las cuentan palabras
que no declaran su realidad, que modifican sus matices y que llegan a los
corazones convertidas en una sombra de lo que fueron. Se albergan en memorias
que nunca las evocan con sus verdaderos susurros. Incluso muchas se pierden en
el olvido sin que nadie haya podido conocerlas plenamente.
Hay historias que enamoran, que lucen en
el horizonte de la muerte siendo las estrellas que impulsan a creer que la vida
no se termina cuando llega la nada, historias que trascienden el tiempo, que se
escapan del espacio que las vio nacer y vuelan hacia el infinito, perseguidas
por las alas de la esperanza.
Y hay historias que prefieren ser
olvidadas, que se ocultan en la oscuridad de la ignorancia. Su voz, entonces,
se queda pendiendo de unos labios que jamás la rescatarán. Las manos de la
injusticia la entierran en lo más hondo de la nada. El vacío las absorbe y
nunca renacen, nadie las evocará jamás.
Puede que la mía sea una de esas historias
que se contaron en susurros, con verdades a medias. Puede que se convirtiese en
palabras que apenas sonaban, que mutaron el significado que realmente la creó.
Puede que nunca se descubra mi verdad; pero, ciertamente, siempre pensé que no
existe, en ningún rincón del mundo, una verdad que sea única e innegable. Todas
las que creemos inquebrantables no son más que el reflejo de los estímulos que
pretendemos percibir. Alguien puede musitarnos en el oído unas palabras que
cambien por completo la idea que de esos hechos tenemos.
No puede haber una verdad única porque
cada corazón vive los instantes de su vida con sus propias emociones y nadie
experimenta los mismos sentimientos. No se creó una sensación que more genuina
en toda alma. La tristeza, la alegría, el miedo, la melancolía, la rabia e
incluso el amor son sentimientos que contienen distintos matices dependiendo
del alma que los encierre, dependiendo del alma de la que nazcan.
No pretendo desmentir nada. Tampoco quiero
resurgir de las brumas que cubren mi memoria para gritar de impotencia. Lo
único que anhelo es desvelar mi verdad, confesar mis sentimientos, mis
pensamientos, mis sueños; ésos que parecían ya definitivamente fenecidos y de
repente renacían con una fuerza estremecedora, chillando, ellos sí, con una
frustración que me desgarraba el corazón. Fueron mis sueños los que me
sugirieron desenterrar el recuerdo de todos esos acontecimientos que contiene
mi pasado, que definen mis años transcurridos, mis días vacíos y mis intensas
noches. Y lo hice porque un alma que es la mitad de la mía me insistió en que
convirtiese en palabras todo lo que viví, quien me aseguró sin cansarse que mi
historia no debía perderse en la memoria del olvido; esa memoria evanescente a
la que nadie puede asomarse.
Deseo disipar las brumas que ocultaron mi
verdad para que, al menos, ésta pueda resplandecer una última vez antes de
apagarse con mi vida. Sé que, cuando me vaya, nunca más regresaré a este mundo;
pero esa realidad no me asusta, pues siento que ya viví todo lo que estaba
dispuesto para mí en el vientre del que nace todo destino. Y, cuando llegue mi
muerte, el instante en el que cierre los ojos para siempre, me sentiré
orgullosa de morir en la tierra que me vio nacer, entre los mismos árboles que
me enseñaron a amar la naturaleza, en la aldea que fue mi cuna, que me instaba
a admirar ese silencio profundo y aterciopelado que no volví a oír en ninguna
parte más del mundo; ese silencio que para mí hablaba, que se expresaba mucho
más claramente que cualquier persona que yo conocía.
Hay vidas que se mezclan con amores
pasajeros y fugaces que apenas dejan huella al partir. Hay almas que se llenan
de amores que no la desmenuzan, que la acarician y después se marchan sombría y
silenciosamente; pero hay vidas, hay almas, hay corazones que nacen de un amor
imperecedero; un amor que mora siempre en su destino, que no les permite
respirar; amores que provocan que quienes lo portan en su interior no
encuentren La Paz en ningún rincón del mundo. Y yo viví siempre en las garras
de uno de esos amores que me arrebataban el aliento, que dondequiera que
estuviese ensombrecía La Luz de mis días; un amor que más bien era una perenne
nostalgia, una inquebrantable morriña que siempre tornó húmeda y tímida mi voz,
que me impregnaba los ojos de tristeza.
Puede que en ésta mi historia haya algunos
matices que resulten levemente incomprensibles, pero hay almas que llegan ya
heridas a una vida y sienten cada emoción como si fuese la única que la
invadió, que experimenta cada sentimiento como si fuese el único que latiese en
el mundo. Y mi alma fue siempre tan rebelde, alzó siempre tanto su voz que
muchas veces me ensordecía, me alejaba de los susurros que llenaban mi entorno.
Yo nací para ser libre sólo en un rincón
del mundo. Nací para amar de veras a dos seres que, siendo muy distintos, se
mezclaron en otro tiempo en una misma existencia. Yo nací para amar a mi
ensoñada tierra, a Galicia, y al alma que mora junto a mí en estos días en los
que ya no se respeta la voz de la naturaleza; mas yo siento que el mundo queda
ya muy lejos, que a esta aldea donde mora la magia ancestral que siempre cubrió
mi tierra apenas llega el grito de la terrible humanidad que está destruyendo
la belleza de este planeta único. Nosotras protegemos su aliento entre nuestras
manos, protegemos su quietud y su soledad para que nadie las aniquile.
Yo podría dar la vida por mi tierra.
Podría entregarle mi existencia para que así nunca muriese. Y ése es el
verdadero amor; el que nos insta a despreciar nuestra vida si desaparece quien
nos lo provoca...
en esta historia hay acontecimientos y
verdades que una mente terrenal y razonable, que busca explicaciones lógicas
para cada hecho, no podría entender realmente, porque es el alma, la parte
intangible de nuestro ser, la que debe interpretar las palabras que la
componen, que debe aclarar las sombras que pueden esconderse en cada frase. No
es posible atisbar la magia de la vida si nos negamos a creer que existe. Así
como no apreciaríamos las virtudes de un ser cualquiera si no creyésemos en su
bondad, en su esplendente corazón, tampoco podremos captar con nuestros
sentidos la magnificencia de la vida.
Durante muchísimos años, posiblemente
durante la mayor parte de los años que existí, yo apenas pude percibir la dulce
voz de la vida. Creía que la vida era sólo oscuridad, tristeza, desesperación,
y tuve que recuperarla a ella, a quien tuve entre mis brazos hace ya tantos
siglos, para entender el verdadero significado de mi existencia. Y tuve que
regresar a mi Galicia querida para poder respirar al fin en paz, para poder
atisbar los aromas más exquisitos de mi destino. Entonces, es innegable que la
vida no puede ser vida si nos mantenemos lejos De la Fuente de donde puede
manar nuestra paz, nuestros sueños, nuestra libertad. No podremos apretar entre
nuestros brazos el sentido de nuestra existencia si permanecemos distanciados
de la tierra de la que pueden brotar esos frutos que nos alimentarán el alma.
Hallándonos lejos de ese rincón del mundo que es nuestro verdadero hogar, jamás
podremos conocer qué significa vivir. Y, hallándonos lejos de esa persona que
puede protegernos como nadie entre sus brazos, nunca habremos conocido el
verdadero sabor del amor.
Yo no soy quien para alentar a nadie, ya
que a mí nadie consiguió alentarme, ya que yo nunca capté el ánimo que querían
entregarme cuando más hundida me sentía. No puedo aspirar a que me escuchen
quienes tienen el alma herida porque yo no oía las palabras dulces que me
dedicaban para impulsarme a vivir. Cada persona, cada ser, cada momento
incluso, debe encontrar su instante de renacimiento, debe aferrarse a su propia
respiración para emerger de las aguas en las que se halla sumergido... y no hay
palabra alentadora, no hay mano que pueda tirar de nosotros si no queda en
nuestro corazón ni el más leve hálito de vida, ni el más sutil pedacito de
esperanza, si nuestra alma perdió la capacidad de soñar.
Te entrego mi memoria en estas palabras
para que la resguardes en la tuya, para que tú interpretes libremente los
acontecimientos que viví, para que hagas de mi tiempo y de mis experiencias una
enseñanza. No pretendo transmitir la única verdad, sólo la mía, sólo la que yo
tengo encerrada en mi corazón; la que tantas veces protestó de impotencia al
advertir que la habían tergiversado irremediablemente.
No te pediré que luches contra tus propios
sentimientos para deshacer el desaliento que se te posó en el alma. Sólo te
pediré que busques tu única verdad y la defiendas, porque, al fin y al cabo,
cuando nos vayamos, lo que quede de nosotros será la estela que dejemos en la
tierra mientras nos alejamos del existir. Y esa estela son los ecos de nuestras
palabras, de nuestros gritos, de nuestras lágrimas. Esa estela son los hechos
que vivimos y que quienes los compartieron con nosotros tienen albergados en su
alma. Intenta que tu estela brille en las sombras del olvido.
La vida no es sólo una sucesión de días y
noches repletos de hechos e instantes que llenan nuestro pasado y juegan con
nuestros sentimientos. La vida es más que afrontar los desafíos que golpean
nuestro equilibrio. La vida es detenerse de súbito y mirar más allá del
horizonte de cada momento. Es cerrar los ojos y escuchar con el corazón,
contando interiormente todos los sonidos que podemos captar. Es tomar con
ternura de la mano a alguien que nos sonríe cariñosa y luminosamente. La vida
es hundirse en una preciosa melodía que remueva todas nuestras emociones, que
haga de nuestra alma un mar desbocado de olas furiosas. La vida es perderse por
caminos que no existen todavía, caminos que nacen en nuestro corazón allí donde
no había nada. La vida es llorar hasta que el llanto nos arranque el aliento.
Es reír hasta olvidarnos de por qué estamos en este mundo. La vida es más que
conseguir esos intereses materialistas que se desharán cuando nuestro cuerpo se
torne en el hogar de la muerte.
Puede que para ti ésta no sea tu verdad,
pero entonces busca en tu interior la senda que puede llevarte hacia ese rincón
donde moran tus reales sentimientos, porque cada alma viene al mundo hecha de
emociones que nadie más conoce. Entender un alma es a veces mucho más imposible
que comprender una lengua antigua.
Yo siempre supe interpretar el lenguaje a
través del que mi alma se expresa, y fueron precisamente sus silentes palabras
las que más me dificultaron apreciar la belleza de cada instante. Muchas veces,
la vida sólo son desiertos sin fin, sólo son noches que no esperan un dulce
amanecer, sino interminables ocasos, noches llenas de lágrimas, de alaridos de
impotencia. Muchas veces la vida deja de ser vida para devenir en desaliento,
en asfixia, y renacer cuando nuestra alma muere es tan complicado como rescatar
una frase que se perdió para siempre en la inmensidad etérea del silencio.
Podría compartir contigo tantos
pensamientos, tantas certezas que revolotean en mi corazón... pero sería tiranizar
mis intensos sentimientos, mis enrevesadas emociones. Es imposible encerrar en
unas sencillas frases unas ideas tan ingentes, que abarcan tantos silencios,
tantos años, tantos momentos de aprendizaje. La vida es nuestra más fiel
maestra. Es esa maestra que no nos abandona ni pierde la paciencia con nosotros
cuando no entendemos los conocimientos que ansía transmitirnos. Es la maestra
más perseverante, la que sólo deja de comunicarse con nosotros cuando llega el
fin de nuestra existencia. Y por eso es tan estremecedor tratar de reducir a
unas líneas evanescentes todo lo que pude aprender en esta escuela intangible
que es el vivir...
Sólo
anhelo que llegue un día en el que todo ser sea capaz de apreciar toda la
sabiduría que se encierra en cada rincón del mundo, en cada suspiro de aire que
agita las hojas, en cada murmurio del agua, en cada eco que lanza el trueno
entre las montañas... porque cada voz se expresa en un lenguaje único que sólo
nuestra alma puede interpretar.
No importa si tenemos la sensación de que
nadie entiende nuestras silentes palabras; ésas que se nos escapan de los ojos
o de nuestros gestos, pues en la tierra siempre hay alguien que ansía aprender
a escuchar nuestra verdadera voz. Sólo entrégale tus palabras y tus
pensamientos a quien sepa acogerlos en sus manos, a quien no amenace con
destruirlos ni desfigurarlos. Habla contigo, con tu corazón, y comprende lo que
sientes, siempre, porque entonces se acumulan las penas en el alma, se
marchitan las lágrimas que anhelan brotar de nuestros ojos... y se esfuma la
risa que puede llenar de luz nuestro sonreír.
Yo sé que es imposible respirar cuando la
añoranza más desgarradora nos inunda el corazón. Sé que es imposible no soñar
con esos anhelos que tanto necesitamos convertir en realidad; pero esa
nostalgia que tanto aplaca nuestra energía no debe arrebatarnos el aliento. Debemos
seguir soñando a través del silencio del invierno, a través del asfixiante
sopor del verano. Soñemos siempre, porque son nuestras esperanzas las que
pueden construir el verdadero significado de nuestra vida. Luchemos por volver
innegables nuestros sueños, y hagámoslo en esta vida, porque en la muerte nadie
podrá oír nuestros gritos de desesperación ni de melancolía, porque en la
muerte no habrá nada, ni siquiera morriña, ni siquiera tristeza. Cuando nuestro
tiempo pase, entonces será imposible rescatar la voz de nuestros deseos.
Dedicatoria:
Para
las dos almas que fueron mi aliento, mi sueño y mi esperanza imperecedera; esas
almas que son ya la mía, que crean mi espíritu.
A ti,
Galicia, mi tierra soñada, añorada y siempre amada...
Y a
ti, Artemisa, alma brillante como la luna, alma amorosa como las brisas
primaverales, alma hermosa como los susurros del otoño y acogedora como el calor
de la lumbre…
Evocaré
vuestros nombres incluso cuando mi espíritu se entregue a los brazos del
olvido. Me llevaré vuestro recuerdo para que sea el que me guíe hacia la nada…
Porque
es vuestra existencia la que definió siempre la mía, porque yo estuve en el
mundo porque vosotras existíais.
Agnes Ribeira
Prólogo
Hay amores que persisten al paso del tiempo, que se mantienen
indelebles en la distancia, imperecederos e inmutables, cuya voz nunca se
calla, que gritan atravesando las distancias más largas y que moran en el alma
aún cuando quien los ha sentido pierde su último aliento. Son amores
abstractos, dedicados a algo mucho más grande que cualquier ser, amores que
susurran siempre en el corazón y que nadie puede vencer.
El amor a la tierra, al hogar que nos vio nacer, a los bosques que nos
enseñaron a oír e interpretar la voz del viento, que nos hicieron descubrir la
fortaleza perenne de los árboles, la dureza de las piedras, el murmullo húmedo
y suave del agua, el vuelo de los pájaros y los colores del atardecer y el amor
a las calles de nuestro mundo, a la casa que nos acogía cuando éramos niños y
sobre todo al cielo que amanecía siempre sobre nosotros indicándonos que la
oscuridad puede tener fin es mucho más potente e inmortal que el amor a quienes
se van sin decir adiós.
Agnes sería siempre la portadora de uno de los amores más fuertes e
indestructibles de la Historia, del mundo, de la vida. Lo llevaría siempre en
el alma, instándola a rememorar los momentos más bonitos de su existencia y a
soñar cuando ya no le quedase aliento. Aquel amor sería el latido que siempre
impulsaría su corazón, que la empujaría a avanzar por su destino, aunque éste
le resultase insufrible e incomprensible. Sería el amor que la definiría siempre,
que susurraría en su voz tersa y dulce y que se expresaría en cada palabra que
ella pronunciase con su entrañable acento.
Nunca la abandonaría ese amor a Galicia, a los bosques junto a los
cuales creció, a la aldea que fue su hogar y a su idioma y su música. Sería uno
de los amores más grandes e intensos que Agnes sentiría gritar en lo más
profundo de su alma.
Y ese amor a su tierra se mezclaba con el que sentía por su abuela
Rosiña. Rosiña era la persona que Agnes más quería, con quien mejor se
entendía; la única que la comprendía, que la escuchaba, que sabía serenarla
cuando estaba triste, que nunca la juzgaba cuando ella convertía sus
pensamientos en palabras.
Rosiña adoraba a su nieta con todo su corazón. La quería mucho más de
lo que había querido a sus hijos, pues a su nieta la unía una conexión
inquebrantable que jamás podría desvanecerse, ni siquiera cuando la muerte la
arrancase de la vida.
Agnes siempre acudía a la casa de su abuela cuando salía de la
escuela. Rosiña se asomaba a la puerta de su hogar para recibirla con todo su
cariño. Aquel momento en el que Rosiña la veía llegar, corriendo casi sin
aliento por la calle empinada que conducía a su antigua morada, era uno de los
más bonitos del día. Le resultaba muy entrañable que el esfuerzo le sonrojase
las mejillas a Agnes, quien se acercaba a ella dedicándole una sonrisa llena de
luz, de respeto y muchísima felicidad.
Agnes era una niña menuda y delgadita, pero, con tan sólo siete años,
era capaz de comprender los matices del mundo mucho mejor que cualquier persona
adulta. Agnes era demasiado inteligente. Se acordaba de todo lo que le decían,
recordaba con muchísima nitidez cualquier instante de su pasado y razonaba con
una lógica que a todos los que no la conocían les hacía sentir un gélido
escalofrío.
Rosiña sabía que Agnes era una niña muy especial. No se asemejaba a
los niños que ya tenían su edad. No le interesaban los mismos juegos que a
ellos, prefería permanecer leyendo o caminando sola entre los árboles,
observando el comportamiento de los animales e incluso el de las nubes,
analizando los matices más nítidos y también los más confusos de la naturaleza.
Después le explicaba a su abuela todo lo que había descubierto y le formulaba
preguntas que muchas veces Rosiña se creía incapaz de responderle.
Agnes había aprendido a hablar muy pronto, cuando ni siquiera había
cumplido un año, y aquel hecho había asustado profundamente a sus padres, pues
nunca habían conocido un caso similar. En cambio, a Rosiña siempre la había
fascinado la inteligencia y la extrema sensibilidad de Agnes. Rosiña, desde que
Agnes era muy pequeña, había podido mantener con ella conversaciones mucho más
trascendentales y profundas que las que mantenía con las demás personas. Agnes
la escuchaba con atención y mucho interés y después le comunicaba su tierna y
razonable opinión. Incluso, Rosiña era capaz de afirmar sin dudar que Agnes la
había ayudado a comprender muchísimos detalles de la vida que ella nunca había
sabido interiorizar.
Además, Agnes era inmensamente sensible. Cualquier estímulo, aunque
fuese sutil, podía emocionarla o asustarla hondamente. Agnes lloraba con
muchísima facilidad sin que ni siquiera ella misma pudiese comprender por qué
todo lo que vivía le afectaba tanto; pero su abuela siempre la ayudaba a
entender que sus sentimientos eran muy hermosos y mágicos y la convencía de que
debía respetar y apreciar su forma de ser, pues ésta era única en el mundo.
Si el amor de su abuela no la hubiese protegido, Agnes habría crecido
rodeada por la soledad más inquebrantable y fría. Nadie habría sabido enseñarle
a entenderse a sí misma y se habría perdido en la inmensidad de su mundo
interior. Gracias a su abuela, ella podía explicar por qué lloraba, por qué se
enfadaba con tanta viveza y por qué comprendía mucho mejor que nadie los hechos
que acontecían a su alrededor.
Y una tarde otoñal, lluviosa y queda, Rosiña volvió a esperar con
felicidad la llegada de la única nieta que tenía, de la persona que más quería
en el mundo y en su vida. Hacía apenas un año que su marido se había marchado
de la vida, pero Agnes nunca había permitido que ella se sintiese sola. Agnes
había sido quien más había protegido su dolor, quien mejor la había
comprendido. Agnes solamente tenía siete años, sólo siete años, pero Rosiña ya
había descubierto su forma de ser; la que jamás podría cambiar, por mucho que
los demás intentasen destruirla, por mucho que ella sufriese por ser rechazada
y despreciada.
Rosiña podía prever los hechos que le acontecerían a su nieta en el
futuro y sabía que Agnes había heredado aquel don que la avisaba de lo que
próximamente ocurriría. Rosiña también era consciente de que aquella facultad
tan hermosa sería la excusa que todos utilizarían para rechazarla. Aquella
certeza la entristecía profundamente y, en muchísimas ocasiones, Agnes se había
percatado de que el corazón de su abuela se había anegado en inquietud y miedo.
A Rosiña la asustaba inmensamente la posibilidad de que hiriesen a Agnes, de
que la incomprensión y la falta de empatía y respeto pudiese destruir el alma
de aquella niña tan bondadosa, tan dulce, tan cariñosa y mágica.
—
Avoíña! Avoíña! —la llamaba ella entusiasmada cuando se percataba de
que su abuela ya la esperaba en la puerta de su casa.
La voz de Agnes era muy bonita, muy dulce y también tersa como el
susurro del agua. No obstante, Agnes apenas hablaba. Era excesivamente tímida.
Le costaba muchísimo relacionarse con los demás y muchos creían que sufría una
enfermedad mental que le impedía comprender lo que le decían o lo que ocurría a
su alrededor.
A Rosiña la apenaba que Agnes fuese una niña tan silenciosa. Agnes
prefería esconderse de la mirada de los demás. No jugaba con los niños de la
aldea y en la escuela no tenía amigos. Se apartaba de cualquier persona que
pudiese interrogarla acerca de su comportamiento o que pudiese recriminarle que
adorase tanto hallarse rodeada por la soledad más tierna y aterciopelada.
Sin embargo, a Rosiña se le llenaban los ojos de lágrimas cada vez que
era consciente de que ella era la única persona con la que Agnes podía
conversar sin sentir miedo ni timidez. Rosiña conocía todos los secretos y los
pensamientos de su nieta. Podía describirla sin equivocarse, podía saber qué
sentía en cada momento; aunque, en muchísimas ocasiones, le parecía que las
emociones de Agnes eran tan profundas e intensas que ni siquiera podía imaginárselas.
Y en aquella tarde tan bonita en la que la lluvia caía sin ruido, sin
dejar rastro, llorando del cielo con una delicadeza tan tierna y silenciosa,
Rosiña sentía que quería a su nieta mucho más que nunca. No le había confesado
a nadie que presentía cercano el fin de su vida. Notaba que la muerte la
acechaba desde las sombras de la noche y desde las nieblas del amanecer. Sabía
que la muerte la arrancaría repentina y rápidamente de la vida, sin permitirle
despedirse de sus seres queridos. No la asustaba fenecer. La asustaba irse sin
decirle adiós a Agnes, sin haber podido transmitirle todos esos conocimientos
que ella deseaba entregarle. La asustaba dejar tan sola a Agnes. No soportaba
ser consciente de que Agnes perdería con su partida eterna a la única persona
que podía comprenderla y quererla con sinceridad.
Rosiña sabía que su muerte profundizaría la soledad en la que Agnes
solía protegerse. Sabía que, cuando ella ya no estuviese, Agnes se sumiría en
una tristeza que nunca desaparecería. Aquellas certezas le perforaban el
corazón como si fuesen un puñal afilado que se lo rasgaba hasta provocarle
heridas que sangraban profusa y dolorosamente. Tenía que cerrar los ojos cada
vez que experimentaba aquella punzada de lástima hundiéndose en su alma.
—
Avoíña! —volvió a llamarla Agnes cuando estaba a punto de llegar hasta
ella.
Agnes parecía tan feliz, tan tiernamente emocionada... Se le habían
posado algunas gotitas de lluvia en las mejillas y la piel le resplandecía como
si la luna se la acariciase. La lluvia que caía tan menuda y silenciosamente
había humedecido los campos, arrancándoles de las entrañas aquel aroma a tierra
mojada que Agnes tanto adoraba.
Las hojas caducas de los árboles refulgían con su moribunda luz bajo
los últimos suspiros del ocaso; los que se fundían con las densas nubes que
cubrían aquel cielo atardeciente que protegía los bosques y las antiguas casas
de Doce Carballeira; aquel cielo que dejaba sombras quedas sobre las calles
empedradas y empinadas.
Rosiña no quería irse, no quería dejar sola a Agnes. No deseaba que
ella creciese sin que pudiese tenderle la mano para ayudarla a caminar por sus
días, sin que nadie le enseñase a comprender los cambios que se operarían en su
vida y en su propio ser, sin que nadie pudiese asegurarle que su destino estaba
anegado en luz y amor. Lo que más le dolía a Rosiña era saber que aquello no
era cierto, que la vida de Agnes siempre sería dura y muy triste, que debían
transcurrir muchos años hasta que ella pudiese saborear y tañer de nuevo la felicidad,
hasta que encontrase a alguien que la entendiese y la amase como se merecía.
—
Hola, Agnes, queridiña —la saludó cuando ya la tuvo al alcance de sus
manos, cuando ya podía abrazarla y acariciarle sus largos, lisos y negros
cabellos; en los que se reflejaban los juguetones rayos murientes del día.
Agnes siempre se sentía feliz cuando su abuela la abrazaba. Creía que,
si ella la protegía con tanto cariño, nadie podría hacerle daño, nadie podría
apartarla de su tierra, de esos bosques que ella tanto quería, de su entrañable
aldea, del cielo siempre nublado que la amparaba.
Rosiña podía sentir en su propia alma el inmenso amor que Agnes le
profesaba. Rosiña estaba segura de que nadie la había querido como Agnes.
También podía escuchar, cuando la tenía tan cerca, todo lo que ella pensaba. Percibía
lo afortunada que Agnes se creía cuando compartían aquellos momentos tan
bonitos y entrañables.
—
Avoíña,
fai una tarde moi bonita. Vaiamos pasear polo bosque, avoíña, por favor —le suplicó Agnes separándose
levemente de su abuela y tomándola de las manos con fuerza.
—
Hoxe
non, Agnes. Prefiro que quedemos sentadas xunto á lareira. Teño un pouco de
frío.
—
Está
ben, avoíña.
Rosiña no tenía frío porque el ambiente que las rodeaba fuese gélido,
sino porque el alma se le había llenado de presentimientos muy tristes que ella
no podía soportar, cuyo matiz nostálgico se intensificaría si caminaban entre
los árboles justo cuando el atardecer lloraba tan quedamente.
Tal vez Agnes también hubiese intuido que aquélla era una de las
últimas tardes que podían compartir. Tal vez por eso se había conformado con
las palabras de su abuela y no se había desasido de sus manos durante todas
aquellas horas que vivieron juntas. Quizá por eso sus ojos nocturnos y
expresivos se hubiesen anegado en tanto misterio, en tanto silencio.
Rosiña sabía que, dentro de unos años, arrancarían a Agnes de los
brazos de Galicia. Sabía que la apartarían de allí sin que ella pudiese
protestar, sin que nadie pudiese impedir que la alejasen del único lugar del
mundo que ella podía sentir como su hogar. Y la distancia que la separaría de
Galicia sería inquebrantable, sería duradera tanto en el espacio como en el
tiempo. Sabía que Agnes no podría regresar a su tierra amada hasta que
transcurriesen muchísimos años, tantos que incluso ella perdería
definitivamente la esperanza de que algún día volvería. Sin embargo, Rosiña
también era consciente de que los pocos años que Agnes viviría en Galicia la
condicionarían para siempre, construirían su entrañable, mágica y especial
forma de ser. Aunque viviese aquel tiempo sumida en una soledad que nadie
conseguiría resquebrajar, Agnes siempre recordaría aquellos años con un amor
interminable y muy potente.
Cuando se hallaron sentadas las dos junto a la lumbre, Agnes rozó muy
sutilmente con sus finos dedos las gotitas de lluvia que le resbalaban por las
mejillas con la intención de secárselas. Rosiña, con mucho cariño, la tomó de
las manos y, con una voz impregnada de nostalgia, le pidió:
—
Déixaas,
Agnes. Déixaas que sigan o seu curso. Non as deteñas. Déixaas fluír como a túa
propia vida e non permitas que ninguén che corte as túas ás. Non permitas que
ninguén silencie a túa voz. Prométeme que sempre serás ti mesma, que nunca te
renderás e que sempre loitarás contra quen queira abaterche. Prométemo, por
favor.
—
Prométocho,
avoíña —le aseguró
con mucho amor, sonriéndole melancólica y tiernamente.
Mas la vida a veces se convierte en un alma feroz contra la que no
podemos luchar. Agnes no olvidaría jamás la promesa que le había hecho a su
abuela con tanta sinceridad y plenitud; pero nunca se creyó capaz de pugnar
contra los tristes momentos que se apoderaban de su destino, contra la soledad
tan inmensa y gélida que cubrió su vida desde que ella se marchó, desde que la
muerte la apartó de la única persona que la había querido de veras en este
mundo.
No pudo cumplir la promesa que le había entregado a su abuela porque
su propia alma se rindió ante las adversidades que tanto deseaban vencerla. No
obstante, Agnes todavía no podía ser consciente de aquellas certezas tan
tristes. Aunque la voz de su intuición ya le hubiese susurrado en algunas
ocasiones que su abuela estaba a punto de partir de la vida, Agnes creía que
podría crecer junto a Rosiña y que ella nunca la dejaría sola, nunca.
—
Avoíña,
prométoche que sempre serei forte e que nunca esquecerei todo o que me
ensinaches aló onde vaia, aló onde eu estea.
Rosiña sonrió a su nieta con una felicidad muy luminosa que a Agnes le
hizo sentir acogida. Le había dedicado a su abuela aquellas palabras tan
hermosas porque sabía que ella necesitaba oírlas, porque sabía que éstas le
acariciarían el corazón. Había detectado que su abuela estaba triste y deseaba
atenuar la intensidad de aquella pena tan suave que había ensombrecido sus
bonitos ojos marrones.
Y aquella tarde sería tan calmada como las que siempre compartían,
pero Agnes sabía que las horas que vivían estaban dotadas de una magia muy
entrañable que tenía sabor a despedida. No obstante, se sentía incapaz de
interpretar los avisos que su intuición le musitaba. Prefería disfrutar
plenamente de la compañía de su abuela, de las leyendas que ella le contó
aquella tarde, de las canciones que le enseñó, de la cena que después comieron
juntas, del sonido de la lluvia que no dejó de entonar allí afuera.
Agnes creía que la felicidad tenía el tacto y el olor de aquellos
instantes tan entrañables, tan calmados, tan inolvidables. Siempre los
recordaría cuando notase que la vida se había vuelto gélida, cuando creyese que
en el mundo ya no quedaban palabras ni gestos amables, cuando se percibiese
inmensamente sola en su incierto y extraño destino.
Una nueva novela (valga la repetición), que se promete muy hermosa y lleva sin duda tu sello. El abrazo de la tierra... el nombre ya parece una declaración de intenciones. En la primera parte, antes incluso del prólogo, Agnes se asoma y nos habla directamente; el prólogo ya no lo escribe ella, así que su voz nos apela desde una excepción, como si ya su ciclo hubiera culminado. Sé que la vida de Agnes ha sido muy dura, pero tengo la esperanza de que finalmente haya encontrado la paz en su Galicia amada, con su Artemisa adorada... después de todo, a ellas dos dedica el libro (a pesar de que luego la narración va en tercera persona). La voz de Agnes es muy poética, cada frase encierra incluso varias lecturas, y así lo que nos dice al arranque hay que saborearlo despacio. En cierto modo el anhelo de Agnes con su historia es el afán de todos: comprender, ser comprendido, explicar el paso por el mundo, dejar una cierta huella, que el vivir no haya sido en vano. Pero sin duda Agnes no es una más, es alguien muy singular.
ResponderEliminarEl prólogo comienza lleno de ternura, es imposible no desear proteger a esa niña tan tierna e inteligente, tan sensible, tan sola. Su abuela es un personaje precioso, cuando presentas a una persona así te sale perfecta, adoro a tus abuelitas. Al tiempo, hay una innegable tristeza en el relato, porque ya se nos anuncia que el equilibrio inestable en que nieta y abuela se apoyan va a romperse de inmediato, se me encoge el corazón pensando en que Rosiña va a morir, hay personas que no se tendrían que morir nunca, deberíamos poder elegir aunque fuera una, y si fuese así seguro que muchísimos íbamos a elegir a la abuela, por encima de cualquier otra elección.
La escena de esa tarde tan bonita entre las dos se me queda grabada, las palabras, el sentimiento que despierta... es preciosa. Eso sí, creo que para la edición en papel deberías poner a pie de página los diálogos en gallego, porque aunque se entiende perfectamente lo fundamental siempre se puede escapar alguna palabra.
En fin, aquí tenemos ya una preciosidad, como ya la tienes terminada seguro que poco tardarás en darle continuidad. Buenísimo, como siempre, qué mal acostumbrados nos tienes.
Por fin podemos leer tu nueva novela. Tenía muchas ganas de leerla. Imaginaba que sería especial y no me equivocaba en absoluto. En primer lugar tengo que decirte que tu forma de escribir es magistral, mágica. Me dejas con la boca abierta y la piel de gallina con algunas párrafos, preciosos. Diría que incluso es poesía.
ResponderEliminarLuego, las cosas que escribes son tan bonitas. Las historias que desaparecen,que cambian, que nunca han sido contadas...es precioso. Ya con la introducción me dejas fascinado. Queda claro que será una historia muy intensa. Sentimientos intensos que explotan en palabras de una delicadeza y belleza sorprendentes. Además de unas reflexiones muy profundas y que te hacen pensar. De verdad, ¿de dónde sacas tanta inspiración para escribir estas cosas tan bonitas? ¡¡Tienes una imaginación asombrosa!!
El Prólogo no se queda corto y confirma lo que imaginaba. Es intensamente triste pero igualmente mágico y emotivo. Puedo sentir en mi piel lo que sienten Agnes y su abuela en esos últimos momentos juntas. Esa tristeza por la certeza de una despedida muy cercana y la preocupación de ambas por lo que eso conllevará.
Rosiña es una persona maravillosa, la abuela (o madre) perfecta. Sabiendo un poco la vida que le depara a Agnes, sé que estos son los momentos más felices de su vida (al menos hasta que conozca a Artemisa) y son irrepetibles. Es una mujer muy tierna y con mucha intuición, como su nieta. Las dos son capaces de comprender e intuir muchas cosas y eso...las hace sufrir mucho más que al resto de mortales.
De momento me está encantado. Está escrita con el corazón y de una forma tan bonita que es imposible que no llegue al alma. Eso sí, me parece que me tocará sufrir bastante. Ayy, tendré que tener pañuelos a mano. ¡Enhorabuena por esta historia! Por cierto, esto así, tal cual, parece una mini historia, y yo creo que emocionaría a todo el que la leyese.
Muchísimas gracias a los dos por vuestro incondicional apoyo. No me haría tanta ilusión escribir si vosotros no me leyeseis. No sería lo mismo sin vosotros. Es más, este blog existe porque vosotros seguís lo que escribo. No tendría sentido publicar nada si no pudieseis leerme. Me han llegado mucho vuestros comentarios. Se percibe muchísimo que os ha emocionado profundamente lo que habéis leído. Se nota en las palabras que usáis, en vuestras frases... y para mí eso es muy importante. Me llena muchísimo que lo que escribo llegue tanto al corazón y remueva emociones. Es lo que pretendo siempre, remover emociones en este mundo en el que parece que llorar sea vergonzoso, en el que parece que sea un delito mostrar ira, rabia, impotencia, tristeza...
ResponderEliminarHe pensado que os proporcionaré el enlace del traductor de gallego que uso; el cual me ha ayudado mucho a cerciorarme de que lo que escribía estaba bien. Ya sabéis que todavía no domino mucho la lengua, aunque voy aprendiendo cada vez más. Es muy útil porque podéis traducir tanto del gallego al español como del español al gallego. También os pondré el diccionario de la Real Academia Galega, que está muy bien también porque además da sinónimos. Espero que no os sea muy complicada la lectura de los diálogos en gallego.
Diccionario de la RAG (Real Academia galega):
http://academia.gal/dicionario
Traductor:
http://tradutorgaio.xunta.gal/TradutorPublico/traducir/index
¡Espero que os sirvan! Y cualquier cosa ya sabéis que podéis preguntármela.
¡Besitos!