domingo, 18 de junio de 2017

EL ABRAZO DE LA TIERRA: INTRODUCCIÓN Y PRÓLOGO




Introducción

 

Habla Agnes...

 

Hay historias que son verdades únicas que nadie se atreve a tergiversar, que moran en la memoria del mundo sin que ningún hecho las enturbie. Hay historias que vagan de unos labios a otros sin quedarse en ninguna parte, volando entre manos que la desfiguran. Las cuentan palabras que no declaran su realidad, que modifican sus matices y que llegan a los corazones convertidas en una sombra de lo que fueron. Se albergan en memorias que nunca las evocan con sus verdaderos susurros. Incluso muchas se pierden en el olvido sin que nadie haya podido conocerlas plenamente.

Hay historias que enamoran, que lucen en el horizonte de la muerte siendo las estrellas que impulsan a creer que la vida no se termina cuando llega la nada, historias que trascienden el tiempo, que se escapan del espacio que las vio nacer y vuelan hacia el infinito, perseguidas por las alas de la esperanza.

Y hay historias que prefieren ser olvidadas, que se ocultan en la oscuridad de la ignorancia. Su voz, entonces, se queda pendiendo de unos labios que jamás la rescatarán. Las manos de la injusticia la entierran en lo más hondo de la nada. El vacío las absorbe y nunca renacen, nadie las evocará jamás.

Puede que la mía sea una de esas historias que se contaron en susurros, con verdades a medias. Puede que se convirtiese en palabras que apenas sonaban, que mutaron el significado que realmente la creó. Puede que nunca se descubra mi verdad; pero, ciertamente, siempre pensé que no existe, en ningún rincón del mundo, una verdad que sea única e innegable. Todas las que creemos inquebrantables no son más que el reflejo de los estímulos que pretendemos percibir. Alguien puede musitarnos en el oído unas palabras que cambien por completo la idea que de esos hechos tenemos.

No puede haber una verdad única porque cada corazón vive los instantes de su vida con sus propias emociones y nadie experimenta los mismos sentimientos. No se creó una sensación que more genuina en toda alma. La tristeza, la alegría, el miedo, la melancolía, la rabia e incluso el amor son sentimientos que contienen distintos matices dependiendo del alma que los encierre, dependiendo del alma de la que nazcan.

No pretendo desmentir nada. Tampoco quiero resurgir de las brumas que cubren mi memoria para gritar de impotencia. Lo único que anhelo es desvelar mi verdad, confesar mis sentimientos, mis pensamientos, mis sueños; ésos que parecían ya definitivamente fenecidos y de repente renacían con una fuerza estremecedora, chillando, ellos sí, con una frustración que me desgarraba el corazón. Fueron mis sueños los que me sugirieron desenterrar el recuerdo de todos esos acontecimientos que contiene mi pasado, que definen mis años transcurridos, mis días vacíos y mis intensas noches. Y lo hice porque un alma que es la mitad de la mía me insistió en que convirtiese en palabras todo lo que viví, quien me aseguró sin cansarse que mi historia no debía perderse en la memoria del olvido; esa memoria evanescente a la que nadie puede asomarse.

Deseo disipar las brumas que ocultaron mi verdad para que, al menos, ésta pueda resplandecer una última vez antes de apagarse con mi vida. Sé que, cuando me vaya, nunca más regresaré a este mundo; pero esa realidad no me asusta, pues siento que ya viví todo lo que estaba dispuesto para mí en el vientre del que nace todo destino. Y, cuando llegue mi muerte, el instante en el que cierre los ojos para siempre, me sentiré orgullosa de morir en la tierra que me vio nacer, entre los mismos árboles que me enseñaron a amar la naturaleza, en la aldea que fue mi cuna, que me instaba a admirar ese silencio profundo y aterciopelado que no volví a oír en ninguna parte más del mundo; ese silencio que para mí hablaba, que se expresaba mucho más claramente que cualquier persona que yo conocía.

Hay vidas que se mezclan con amores pasajeros y fugaces que apenas dejan huella al partir. Hay almas que se llenan de amores que no la desmenuzan, que la acarician y después se marchan sombría y silenciosamente; pero hay vidas, hay almas, hay corazones que nacen de un amor imperecedero; un amor que mora siempre en su destino, que no les permite respirar; amores que provocan que quienes lo portan en su interior no encuentren La Paz en ningún rincón del mundo. Y yo viví siempre en las garras de uno de esos amores que me arrebataban el aliento, que dondequiera que estuviese ensombrecía La Luz de mis días; un amor que más bien era una perenne nostalgia, una inquebrantable morriña que siempre tornó húmeda y tímida mi voz, que me impregnaba los ojos de tristeza.

Puede que en ésta mi historia haya algunos matices que resulten levemente incomprensibles, pero hay almas que llegan ya heridas a una vida y sienten cada emoción como si fuese la única que la invadió, que experimenta cada sentimiento como si fuese el único que latiese en el mundo. Y mi alma fue siempre tan rebelde, alzó siempre tanto su voz que muchas veces me ensordecía, me alejaba de los susurros que llenaban mi entorno.

Yo nací para ser libre sólo en un rincón del mundo. Nací para amar de veras a dos seres que, siendo muy distintos, se mezclaron en otro tiempo en una misma existencia. Yo nací para amar a mi ensoñada tierra, a Galicia, y al alma que mora junto a mí en estos días en los que ya no se respeta la voz de la naturaleza; mas yo siento que el mundo queda ya muy lejos, que a esta aldea donde mora la magia ancestral que siempre cubrió mi tierra apenas llega el grito de la terrible humanidad que está destruyendo la belleza de este planeta único. Nosotras protegemos su aliento entre nuestras manos, protegemos su quietud y su soledad para que nadie las aniquile.

Yo podría dar la vida por mi tierra. Podría entregarle mi existencia para que así nunca muriese. Y ése es el verdadero amor; el que nos insta a despreciar nuestra vida si desaparece quien nos lo provoca...

en esta historia hay acontecimientos y verdades que una mente terrenal y razonable, que busca explicaciones lógicas para cada hecho, no podría entender realmente, porque es el alma, la parte intangible de nuestro ser, la que debe interpretar las palabras que la componen, que debe aclarar las sombras que pueden esconderse en cada frase. No es posible atisbar la magia de la vida si nos negamos a creer que existe. Así como no apreciaríamos las virtudes de un ser cualquiera si no creyésemos en su bondad, en su esplendente corazón, tampoco podremos captar con nuestros sentidos la magnificencia de la vida.

Durante muchísimos años, posiblemente durante la mayor parte de los años que existí, yo apenas pude percibir la dulce voz de la vida. Creía que la vida era sólo oscuridad, tristeza, desesperación, y tuve que recuperarla a ella, a quien tuve entre mis brazos hace ya tantos siglos, para entender el verdadero significado de mi existencia. Y tuve que regresar a mi Galicia querida para poder respirar al fin en paz, para poder atisbar los aromas más exquisitos de mi destino. Entonces, es innegable que la vida no puede ser vida si nos mantenemos lejos De la Fuente de donde puede manar nuestra paz, nuestros sueños, nuestra libertad. No podremos apretar entre nuestros brazos el sentido de nuestra existencia si permanecemos distanciados de la tierra de la que pueden brotar esos frutos que nos alimentarán el alma. Hallándonos lejos de ese rincón del mundo que es nuestro verdadero hogar, jamás podremos conocer qué significa vivir. Y, hallándonos lejos de esa persona que puede protegernos como nadie entre sus brazos, nunca habremos conocido el verdadero sabor del amor.

Yo no soy quien para alentar a nadie, ya que a mí nadie consiguió alentarme, ya que yo nunca capté el ánimo que querían entregarme cuando más hundida me sentía. No puedo aspirar a que me escuchen quienes tienen el alma herida porque yo no oía las palabras dulces que me dedicaban para impulsarme a vivir. Cada persona, cada ser, cada momento incluso, debe encontrar su instante de renacimiento, debe aferrarse a su propia respiración para emerger de las aguas en las que se halla sumergido... y no hay palabra alentadora, no hay mano que pueda tirar de nosotros si no queda en nuestro corazón ni el más leve hálito de vida, ni el más sutil pedacito de esperanza, si nuestra alma perdió la capacidad de soñar.

Te entrego mi memoria en estas palabras para que la resguardes en la tuya, para que tú interpretes libremente los acontecimientos que viví, para que hagas de mi tiempo y de mis experiencias una enseñanza. No pretendo transmitir la única verdad, sólo la mía, sólo la que yo tengo encerrada en mi corazón; la que tantas veces protestó de impotencia al advertir que la habían tergiversado irremediablemente.

No te pediré que luches contra tus propios sentimientos para deshacer el desaliento que se te posó en el alma. Sólo te pediré que busques tu única verdad y la defiendas, porque, al fin y al cabo, cuando nos vayamos, lo que quede de nosotros será la estela que dejemos en la tierra mientras nos alejamos del existir. Y esa estela son los ecos de nuestras palabras, de nuestros gritos, de nuestras lágrimas. Esa estela son los hechos que vivimos y que quienes los compartieron con nosotros tienen albergados en su alma. Intenta que tu estela brille en las sombras del olvido.

La vida no es sólo una sucesión de días y noches repletos de hechos e instantes que llenan nuestro pasado y juegan con nuestros sentimientos. La vida es más que afrontar los desafíos que golpean nuestro equilibrio. La vida es detenerse de súbito y mirar más allá del horizonte de cada momento. Es cerrar los ojos y escuchar con el corazón, contando interiormente todos los sonidos que podemos captar. Es tomar con ternura de la mano a alguien que nos sonríe cariñosa y luminosamente. La vida es hundirse en una preciosa melodía que remueva todas nuestras emociones, que haga de nuestra alma un mar desbocado de olas furiosas. La vida es perderse por caminos que no existen todavía, caminos que nacen en nuestro corazón allí donde no había nada. La vida es llorar hasta que el llanto nos arranque el aliento. Es reír hasta olvidarnos de por qué estamos en este mundo. La vida es más que conseguir esos intereses materialistas que se desharán cuando nuestro cuerpo se torne en el hogar de la muerte.

Puede que para ti ésta no sea tu verdad, pero entonces busca en tu interior la senda que puede llevarte hacia ese rincón donde moran tus reales sentimientos, porque cada alma viene al mundo hecha de emociones que nadie más conoce. Entender un alma es a veces mucho más imposible que comprender una lengua antigua.

Yo siempre supe interpretar el lenguaje a través del que mi alma se expresa, y fueron precisamente sus silentes palabras las que más me dificultaron apreciar la belleza de cada instante. Muchas veces, la vida sólo son desiertos sin fin, sólo son noches que no esperan un dulce amanecer, sino interminables ocasos, noches llenas de lágrimas, de alaridos de impotencia. Muchas veces la vida deja de ser vida para devenir en desaliento, en asfixia, y renacer cuando nuestra alma muere es tan complicado como rescatar una frase que se perdió para siempre en la inmensidad etérea del silencio.
Podría compartir contigo tantos pensamientos, tantas certezas que revolotean en mi corazón... pero sería tiranizar mis intensos sentimientos, mis enrevesadas emociones. Es imposible encerrar en unas sencillas frases unas ideas tan ingentes, que abarcan tantos silencios, tantos años, tantos momentos de aprendizaje. La vida es nuestra más fiel maestra. Es esa maestra que no nos abandona ni pierde la paciencia con nosotros cuando no entendemos los conocimientos que ansía transmitirnos. Es la maestra más perseverante, la que sólo deja de comunicarse con nosotros cuando llega el fin de nuestra existencia. Y por eso es tan estremecedor tratar de reducir a unas líneas evanescentes todo lo que pude aprender en esta escuela intangible que es el vivir...
Sólo anhelo que llegue un día en el que todo ser sea capaz de apreciar toda la sabiduría que se encierra en cada rincón del mundo, en cada suspiro de aire que agita las hojas, en cada murmurio del agua, en cada eco que lanza el trueno entre las montañas... porque cada voz se expresa en un lenguaje único que sólo nuestra alma puede interpretar.
 
 
No importa si tenemos la sensación de que nadie entiende nuestras silentes palabras; ésas que se nos escapan de los ojos o de nuestros gestos, pues en la tierra siempre hay alguien que ansía aprender a escuchar nuestra verdadera voz. Sólo entrégale tus palabras y tus pensamientos a quien sepa acogerlos en sus manos, a quien no amenace con destruirlos ni desfigurarlos. Habla contigo, con tu corazón, y comprende lo que sientes, siempre, porque entonces se acumulan las penas en el alma, se marchitan las lágrimas que anhelan brotar de nuestros ojos... y se esfuma la risa que puede llenar de luz nuestro sonreír.

Yo sé que es imposible respirar cuando la añoranza más desgarradora nos inunda el corazón. Sé que es imposible no soñar con esos anhelos que tanto necesitamos convertir en realidad; pero esa nostalgia que tanto aplaca nuestra energía no debe arrebatarnos el aliento. Debemos seguir soñando a través del silencio del invierno, a través del asfixiante sopor del verano. Soñemos siempre, porque son nuestras esperanzas las que pueden construir el verdadero significado de nuestra vida. Luchemos por volver innegables nuestros sueños, y hagámoslo en esta vida, porque en la muerte nadie podrá oír nuestros gritos de desesperación ni de melancolía, porque en la muerte no habrá nada, ni siquiera morriña, ni siquiera tristeza. Cuando nuestro tiempo pase, entonces será imposible rescatar la voz de nuestros deseos.

 

 

 

 

Dedicatoria:

 

Para las dos almas que fueron mi aliento, mi sueño y mi esperanza imperecedera; esas almas que son ya la mía, que crean mi espíritu.

A ti, Galicia, mi tierra soñada, añorada y siempre amada...

Y a ti, Artemisa, alma brillante como la luna, alma amorosa como las brisas primaverales, alma hermosa como los susurros del otoño y acogedora como el calor de la lumbre…

Evocaré vuestros nombres incluso cuando mi espíritu se entregue a los brazos del olvido. Me llevaré vuestro recuerdo para que sea el que me guíe hacia la nada…

Porque es vuestra existencia la que definió siempre la mía, porque yo estuve en el mundo porque vosotras existíais.

Agnes Ribeira

Prólogo

 

Hay amores que persisten al paso del tiempo, que se mantienen indelebles en la distancia, imperecederos e inmutables, cuya voz nunca se calla, que gritan atravesando las distancias más largas y que moran en el alma aún cuando quien los ha sentido pierde su último aliento. Son amores abstractos, dedicados a algo mucho más grande que cualquier ser, amores que susurran siempre en el corazón y que nadie puede vencer.

El amor a la tierra, al hogar que nos vio nacer, a los bosques que nos enseñaron a oír e interpretar la voz del viento, que nos hicieron descubrir la fortaleza perenne de los árboles, la dureza de las piedras, el murmullo húmedo y suave del agua, el vuelo de los pájaros y los colores del atardecer y el amor a las calles de nuestro mundo, a la casa que nos acogía cuando éramos niños y sobre todo al cielo que amanecía siempre sobre nosotros indicándonos que la oscuridad puede tener fin es mucho más potente e inmortal que el amor a quienes se van sin decir adiós.

Agnes sería siempre la portadora de uno de los amores más fuertes e indestructibles de la Historia, del mundo, de la vida. Lo llevaría siempre en el alma, instándola a rememorar los momentos más bonitos de su existencia y a soñar cuando ya no le quedase aliento. Aquel amor sería el latido que siempre impulsaría su corazón, que la empujaría a avanzar por su destino, aunque éste le resultase insufrible e incomprensible. Sería el amor que la definiría siempre, que susurraría en su voz tersa y dulce y que se expresaría en cada palabra que ella pronunciase con su entrañable acento.

Nunca la abandonaría ese amor a Galicia, a los bosques junto a los cuales creció, a la aldea que fue su hogar y a su idioma y su música. Sería uno de los amores más grandes e intensos que Agnes sentiría gritar en lo más profundo de su alma.

Y ese amor a su tierra se mezclaba con el que sentía por su abuela Rosiña. Rosiña era la persona que Agnes más quería, con quien mejor se entendía; la única que la comprendía, que la escuchaba, que sabía serenarla cuando estaba triste, que nunca la juzgaba cuando ella convertía sus pensamientos en palabras.

Rosiña adoraba a su nieta con todo su corazón. La quería mucho más de lo que había querido a sus hijos, pues a su nieta la unía una conexión inquebrantable que jamás podría desvanecerse, ni siquiera cuando la muerte la arrancase de la vida.

Agnes siempre acudía a la casa de su abuela cuando salía de la escuela. Rosiña se asomaba a la puerta de su hogar para recibirla con todo su cariño. Aquel momento en el que Rosiña la veía llegar, corriendo casi sin aliento por la calle empinada que conducía a su antigua morada, era uno de los más bonitos del día. Le resultaba muy entrañable que el esfuerzo le sonrojase las mejillas a Agnes, quien se acercaba a ella dedicándole una sonrisa llena de luz, de respeto y muchísima felicidad.

Agnes era una niña menuda y delgadita, pero, con tan sólo siete años, era capaz de comprender los matices del mundo mucho mejor que cualquier persona adulta. Agnes era demasiado inteligente. Se acordaba de todo lo que le decían, recordaba con muchísima nitidez cualquier instante de su pasado y razonaba con una lógica que a todos los que no la conocían les hacía sentir un gélido escalofrío.

Rosiña sabía que Agnes era una niña muy especial. No se asemejaba a los niños que ya tenían su edad. No le interesaban los mismos juegos que a ellos, prefería permanecer leyendo o caminando sola entre los árboles, observando el comportamiento de los animales e incluso el de las nubes, analizando los matices más nítidos y también los más confusos de la naturaleza. Después le explicaba a su abuela todo lo que había descubierto y le formulaba preguntas que muchas veces Rosiña se creía incapaz de responderle.

Agnes había aprendido a hablar muy pronto, cuando ni siquiera había cumplido un año, y aquel hecho había asustado profundamente a sus padres, pues nunca habían conocido un caso similar. En cambio, a Rosiña siempre la había fascinado la inteligencia y la extrema sensibilidad de Agnes. Rosiña, desde que Agnes era muy pequeña, había podido mantener con ella conversaciones mucho más trascendentales y profundas que las que mantenía con las demás personas. Agnes la escuchaba con atención y mucho interés y después le comunicaba su tierna y razonable opinión. Incluso, Rosiña era capaz de afirmar sin dudar que Agnes la había ayudado a comprender muchísimos detalles de la vida que ella nunca había sabido interiorizar.

Además, Agnes era inmensamente sensible. Cualquier estímulo, aunque fuese sutil, podía emocionarla o asustarla hondamente. Agnes lloraba con muchísima facilidad sin que ni siquiera ella misma pudiese comprender por qué todo lo que vivía le afectaba tanto; pero su abuela siempre la ayudaba a entender que sus sentimientos eran muy hermosos y mágicos y la convencía de que debía respetar y apreciar su forma de ser, pues ésta era única en el mundo.

Si el amor de su abuela no la hubiese protegido, Agnes habría crecido rodeada por la soledad más inquebrantable y fría. Nadie habría sabido enseñarle a entenderse a sí misma y se habría perdido en la inmensidad de su mundo interior. Gracias a su abuela, ella podía explicar por qué lloraba, por qué se enfadaba con tanta viveza y por qué comprendía mucho mejor que nadie los hechos que acontecían a su alrededor.

Y una tarde otoñal, lluviosa y queda, Rosiña volvió a esperar con felicidad la llegada de la única nieta que tenía, de la persona que más quería en el mundo y en su vida. Hacía apenas un año que su marido se había marchado de la vida, pero Agnes nunca había permitido que ella se sintiese sola. Agnes había sido quien más había protegido su dolor, quien mejor la había comprendido. Agnes solamente tenía siete años, sólo siete años, pero Rosiña ya había descubierto su forma de ser; la que jamás podría cambiar, por mucho que los demás intentasen destruirla, por mucho que ella sufriese por ser rechazada y despreciada.

Rosiña podía prever los hechos que le acontecerían a su nieta en el futuro y sabía que Agnes había heredado aquel don que la avisaba de lo que próximamente ocurriría. Rosiña también era consciente de que aquella facultad tan hermosa sería la excusa que todos utilizarían para rechazarla. Aquella certeza la entristecía profundamente y, en muchísimas ocasiones, Agnes se había percatado de que el corazón de su abuela se había anegado en inquietud y miedo. A Rosiña la asustaba inmensamente la posibilidad de que hiriesen a Agnes, de que la incomprensión y la falta de empatía y respeto pudiese destruir el alma de aquella niña tan bondadosa, tan dulce, tan cariñosa y mágica.

     Avoíña! Avoíña! —la llamaba ella entusiasmada cuando se percataba de que su abuela ya la esperaba en la puerta de su casa.

La voz de Agnes era muy bonita, muy dulce y también tersa como el susurro del agua. No obstante, Agnes apenas hablaba. Era excesivamente tímida. Le costaba muchísimo relacionarse con los demás y muchos creían que sufría una enfermedad mental que le impedía comprender lo que le decían o lo que ocurría a su alrededor.

A Rosiña la apenaba que Agnes fuese una niña tan silenciosa. Agnes prefería esconderse de la mirada de los demás. No jugaba con los niños de la aldea y en la escuela no tenía amigos. Se apartaba de cualquier persona que pudiese interrogarla acerca de su comportamiento o que pudiese recriminarle que adorase tanto hallarse rodeada por la soledad más tierna y aterciopelada.

Sin embargo, a Rosiña se le llenaban los ojos de lágrimas cada vez que era consciente de que ella era la única persona con la que Agnes podía conversar sin sentir miedo ni timidez. Rosiña conocía todos los secretos y los pensamientos de su nieta. Podía describirla sin equivocarse, podía saber qué sentía en cada momento; aunque, en muchísimas ocasiones, le parecía que las emociones de Agnes eran tan profundas e intensas que ni siquiera podía imaginárselas.

Y en aquella tarde tan bonita en la que la lluvia caía sin ruido, sin dejar rastro, llorando del cielo con una delicadeza tan tierna y silenciosa, Rosiña sentía que quería a su nieta mucho más que nunca. No le había confesado a nadie que presentía cercano el fin de su vida. Notaba que la muerte la acechaba desde las sombras de la noche y desde las nieblas del amanecer. Sabía que la muerte la arrancaría repentina y rápidamente de la vida, sin permitirle despedirse de sus seres queridos. No la asustaba fenecer. La asustaba irse sin decirle adiós a Agnes, sin haber podido transmitirle todos esos conocimientos que ella deseaba entregarle. La asustaba dejar tan sola a Agnes. No soportaba ser consciente de que Agnes perdería con su partida eterna a la única persona que podía comprenderla y quererla con sinceridad.

Rosiña sabía que su muerte profundizaría la soledad en la que Agnes solía protegerse. Sabía que, cuando ella ya no estuviese, Agnes se sumiría en una tristeza que nunca desaparecería. Aquellas certezas le perforaban el corazón como si fuesen un puñal afilado que se lo rasgaba hasta provocarle heridas que sangraban profusa y dolorosamente. Tenía que cerrar los ojos cada vez que experimentaba aquella punzada de lástima hundiéndose en su alma.

     Avoíña! —volvió a llamarla Agnes cuando estaba a punto de llegar hasta ella.

Agnes parecía tan feliz, tan tiernamente emocionada... Se le habían posado algunas gotitas de lluvia en las mejillas y la piel le resplandecía como si la luna se la acariciase. La lluvia que caía tan menuda y silenciosamente había humedecido los campos, arrancándoles de las entrañas aquel aroma a tierra mojada que Agnes tanto adoraba.

Las hojas caducas de los árboles refulgían con su moribunda luz bajo los últimos suspiros del ocaso; los que se fundían con las densas nubes que cubrían aquel cielo atardeciente que protegía los bosques y las antiguas casas de Doce Carballeira; aquel cielo que dejaba sombras quedas sobre las calles empedradas y empinadas.

Rosiña no quería irse, no quería dejar sola a Agnes. No deseaba que ella creciese sin que pudiese tenderle la mano para ayudarla a caminar por sus días, sin que nadie le enseñase a comprender los cambios que se operarían en su vida y en su propio ser, sin que nadie pudiese asegurarle que su destino estaba anegado en luz y amor. Lo que más le dolía a Rosiña era saber que aquello no era cierto, que la vida de Agnes siempre sería dura y muy triste, que debían transcurrir muchos años hasta que ella pudiese saborear y tañer de nuevo la felicidad, hasta que encontrase a alguien que la entendiese y la amase como se merecía.

     Hola, Agnes, queridiña —la saludó cuando ya la tuvo al alcance de sus manos, cuando ya podía abrazarla y acariciarle sus largos, lisos y negros cabellos; en los que se reflejaban los juguetones rayos murientes del día.

Agnes siempre se sentía feliz cuando su abuela la abrazaba. Creía que, si ella la protegía con tanto cariño, nadie podría hacerle daño, nadie podría apartarla de su tierra, de esos bosques que ella tanto quería, de su entrañable aldea, del cielo siempre nublado que la amparaba.

Rosiña podía sentir en su propia alma el inmenso amor que Agnes le profesaba. Rosiña estaba segura de que nadie la había querido como Agnes. También podía escuchar, cuando la tenía tan cerca, todo lo que ella pensaba. Percibía lo afortunada que Agnes se creía cuando compartían aquellos momentos tan bonitos y entrañables.

     Avoíña, fai una tarde moi bonita. Vaiamos pasear polo bosque, avoíña, por favor —le suplicó Agnes separándose levemente de su abuela y tomándola de las manos con fuerza.

     Hoxe non, Agnes. Prefiro que quedemos sentadas xunto á lareira. Teño un pouco de frío.

     Está ben, avoíña.

Rosiña no tenía frío porque el ambiente que las rodeaba fuese gélido, sino porque el alma se le había llenado de presentimientos muy tristes que ella no podía soportar, cuyo matiz nostálgico se intensificaría si caminaban entre los árboles justo cuando el atardecer lloraba tan quedamente.

Tal vez Agnes también hubiese intuido que aquélla era una de las últimas tardes que podían compartir. Tal vez por eso se había conformado con las palabras de su abuela y no se había desasido de sus manos durante todas aquellas horas que vivieron juntas. Quizá por eso sus ojos nocturnos y expresivos se hubiesen anegado en tanto misterio, en tanto silencio.

Rosiña sabía que, dentro de unos años, arrancarían a Agnes de los brazos de Galicia. Sabía que la apartarían de allí sin que ella pudiese protestar, sin que nadie pudiese impedir que la alejasen del único lugar del mundo que ella podía sentir como su hogar. Y la distancia que la separaría de Galicia sería inquebrantable, sería duradera tanto en el espacio como en el tiempo. Sabía que Agnes no podría regresar a su tierra amada hasta que transcurriesen muchísimos años, tantos que incluso ella perdería definitivamente la esperanza de que algún día volvería. Sin embargo, Rosiña también era consciente de que los pocos años que Agnes viviría en Galicia la condicionarían para siempre, construirían su entrañable, mágica y especial forma de ser. Aunque viviese aquel tiempo sumida en una soledad que nadie conseguiría resquebrajar, Agnes siempre recordaría aquellos años con un amor interminable y muy potente.

Cuando se hallaron sentadas las dos junto a la lumbre, Agnes rozó muy sutilmente con sus finos dedos las gotitas de lluvia que le resbalaban por las mejillas con la intención de secárselas. Rosiña, con mucho cariño, la tomó de las manos y, con una voz impregnada de nostalgia, le pidió:

     Déixaas, Agnes. Déixaas que sigan o seu curso. Non as deteñas. Déixaas fluír como a túa propia vida e non permitas que ninguén che corte as túas ás. Non permitas que ninguén silencie a túa voz. Prométeme que sempre serás ti mesma, que nunca te renderás e que sempre loitarás contra quen queira abaterche. Prométemo, por favor.

     Prométocho, avoíña —le aseguró con mucho amor, sonriéndole melancólica y tiernamente.

Mas la vida a veces se convierte en un alma feroz contra la que no podemos luchar. Agnes no olvidaría jamás la promesa que le había hecho a su abuela con tanta sinceridad y plenitud; pero nunca se creyó capaz de pugnar contra los tristes momentos que se apoderaban de su destino, contra la soledad tan inmensa y gélida que cubrió su vida desde que ella se marchó, desde que la muerte la apartó de la única persona que la había querido de veras en este mundo.

No pudo cumplir la promesa que le había entregado a su abuela porque su propia alma se rindió ante las adversidades que tanto deseaban vencerla. No obstante, Agnes todavía no podía ser consciente de aquellas certezas tan tristes. Aunque la voz de su intuición ya le hubiese susurrado en algunas ocasiones que su abuela estaba a punto de partir de la vida, Agnes creía que podría crecer junto a Rosiña y que ella nunca la dejaría sola, nunca.

     Avoíña, prométoche que sempre serei forte e que nunca esquecerei todo o que me ensinaches aló onde vaia, aló onde eu estea.

Rosiña sonrió a su nieta con una felicidad muy luminosa que a Agnes le hizo sentir acogida. Le había dedicado a su abuela aquellas palabras tan hermosas porque sabía que ella necesitaba oírlas, porque sabía que éstas le acariciarían el corazón. Había detectado que su abuela estaba triste y deseaba atenuar la intensidad de aquella pena tan suave que había ensombrecido sus bonitos ojos marrones.

Y aquella tarde sería tan calmada como las que siempre compartían, pero Agnes sabía que las horas que vivían estaban dotadas de una magia muy entrañable que tenía sabor a despedida. No obstante, se sentía incapaz de interpretar los avisos que su intuición le musitaba. Prefería disfrutar plenamente de la compañía de su abuela, de las leyendas que ella le contó aquella tarde, de las canciones que le enseñó, de la cena que después comieron juntas, del sonido de la lluvia que no dejó de entonar allí afuera.

Agnes creía que la felicidad tenía el tacto y el olor de aquellos instantes tan entrañables, tan calmados, tan inolvidables. Siempre los recordaría cuando notase que la vida se había vuelto gélida, cuando creyese que en el mundo ya no quedaban palabras ni gestos amables, cuando se percibiese inmensamente sola en su incierto y extraño destino.

3 comentarios:

  1. Una nueva novela (valga la repetición), que se promete muy hermosa y lleva sin duda tu sello. El abrazo de la tierra... el nombre ya parece una declaración de intenciones. En la primera parte, antes incluso del prólogo, Agnes se asoma y nos habla directamente; el prólogo ya no lo escribe ella, así que su voz nos apela desde una excepción, como si ya su ciclo hubiera culminado. Sé que la vida de Agnes ha sido muy dura, pero tengo la esperanza de que finalmente haya encontrado la paz en su Galicia amada, con su Artemisa adorada... después de todo, a ellas dos dedica el libro (a pesar de que luego la narración va en tercera persona). La voz de Agnes es muy poética, cada frase encierra incluso varias lecturas, y así lo que nos dice al arranque hay que saborearlo despacio. En cierto modo el anhelo de Agnes con su historia es el afán de todos: comprender, ser comprendido, explicar el paso por el mundo, dejar una cierta huella, que el vivir no haya sido en vano. Pero sin duda Agnes no es una más, es alguien muy singular.

    El prólogo comienza lleno de ternura, es imposible no desear proteger a esa niña tan tierna e inteligente, tan sensible, tan sola. Su abuela es un personaje precioso, cuando presentas a una persona así te sale perfecta, adoro a tus abuelitas. Al tiempo, hay una innegable tristeza en el relato, porque ya se nos anuncia que el equilibrio inestable en que nieta y abuela se apoyan va a romperse de inmediato, se me encoge el corazón pensando en que Rosiña va a morir, hay personas que no se tendrían que morir nunca, deberíamos poder elegir aunque fuera una, y si fuese así seguro que muchísimos íbamos a elegir a la abuela, por encima de cualquier otra elección.

    La escena de esa tarde tan bonita entre las dos se me queda grabada, las palabras, el sentimiento que despierta... es preciosa. Eso sí, creo que para la edición en papel deberías poner a pie de página los diálogos en gallego, porque aunque se entiende perfectamente lo fundamental siempre se puede escapar alguna palabra.

    En fin, aquí tenemos ya una preciosidad, como ya la tienes terminada seguro que poco tardarás en darle continuidad. Buenísimo, como siempre, qué mal acostumbrados nos tienes.

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  2. Por fin podemos leer tu nueva novela. Tenía muchas ganas de leerla. Imaginaba que sería especial y no me equivocaba en absoluto. En primer lugar tengo que decirte que tu forma de escribir es magistral, mágica. Me dejas con la boca abierta y la piel de gallina con algunas párrafos, preciosos. Diría que incluso es poesía.

    Luego, las cosas que escribes son tan bonitas. Las historias que desaparecen,que cambian, que nunca han sido contadas...es precioso. Ya con la introducción me dejas fascinado. Queda claro que será una historia muy intensa. Sentimientos intensos que explotan en palabras de una delicadeza y belleza sorprendentes. Además de unas reflexiones muy profundas y que te hacen pensar. De verdad, ¿de dónde sacas tanta inspiración para escribir estas cosas tan bonitas? ¡¡Tienes una imaginación asombrosa!!

    El Prólogo no se queda corto y confirma lo que imaginaba. Es intensamente triste pero igualmente mágico y emotivo. Puedo sentir en mi piel lo que sienten Agnes y su abuela en esos últimos momentos juntas. Esa tristeza por la certeza de una despedida muy cercana y la preocupación de ambas por lo que eso conllevará.

    Rosiña es una persona maravillosa, la abuela (o madre) perfecta. Sabiendo un poco la vida que le depara a Agnes, sé que estos son los momentos más felices de su vida (al menos hasta que conozca a Artemisa) y son irrepetibles. Es una mujer muy tierna y con mucha intuición, como su nieta. Las dos son capaces de comprender e intuir muchas cosas y eso...las hace sufrir mucho más que al resto de mortales.

    De momento me está encantado. Está escrita con el corazón y de una forma tan bonita que es imposible que no llegue al alma. Eso sí, me parece que me tocará sufrir bastante. Ayy, tendré que tener pañuelos a mano. ¡Enhorabuena por esta historia! Por cierto, esto así, tal cual, parece una mini historia, y yo creo que emocionaría a todo el que la leyese.

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  3. Muchísimas gracias a los dos por vuestro incondicional apoyo. No me haría tanta ilusión escribir si vosotros no me leyeseis. No sería lo mismo sin vosotros. Es más, este blog existe porque vosotros seguís lo que escribo. No tendría sentido publicar nada si no pudieseis leerme. Me han llegado mucho vuestros comentarios. Se percibe muchísimo que os ha emocionado profundamente lo que habéis leído. Se nota en las palabras que usáis, en vuestras frases... y para mí eso es muy importante. Me llena muchísimo que lo que escribo llegue tanto al corazón y remueva emociones. Es lo que pretendo siempre, remover emociones en este mundo en el que parece que llorar sea vergonzoso, en el que parece que sea un delito mostrar ira, rabia, impotencia, tristeza...
    He pensado que os proporcionaré el enlace del traductor de gallego que uso; el cual me ha ayudado mucho a cerciorarme de que lo que escribía estaba bien. Ya sabéis que todavía no domino mucho la lengua, aunque voy aprendiendo cada vez más. Es muy útil porque podéis traducir tanto del gallego al español como del español al gallego. También os pondré el diccionario de la Real Academia Galega, que está muy bien también porque además da sinónimos. Espero que no os sea muy complicada la lectura de los diálogos en gallego.
    Diccionario de la RAG (Real Academia galega):
    http://academia.gal/dicionario
    Traductor:
    http://tradutorgaio.xunta.gal/TradutorPublico/traducir/index
    ¡Espero que os sirvan! Y cualquier cosa ya sabéis que podéis preguntármela.
    ¡Besitos!

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