martes, 1 de agosto de 2017

EL ABRAZO DE LA TIERRA: CAPÍTULO 14. EL GRITO DE LA IMPOTENCIA





Capítulo 14


 

El grito de la impotencia

 

El deseo de vivir, de luchar por nuestra vida, se halla en lo más hondo de nuestra alma. Es inalcanzable y puede ser indestructible. Está hundido bajo todos los sentimientos, las emociones y los pensamientos que tiñen nuestros días, protegido por nuestra luminosa energía, por nuestros anhelos más fuertes. Es un deseo que no muere con facilidad. La tristeza a veces puede rozarlo, atenuando su fuerza y su invencibilidad; pero nuestra alma es fuerte y se aferra a las ansias de descubrir los matices de nuestro futuro.

Habían transcurrido prácticamente cuatro años de aquella hermosa tarde en la que Gilbert le había devuelto la libertad a Agnes. Agnes nunca podría olvidar todo lo que había vivido desde aquel momento. Desde entonces, la vida había sido para ella un camino complicado, pero también muy hermoso, a pesar de que la tristeza nunca la abandonase, a pesar de que jamás se sintiese totalmente resguardada del pánico que, repentinamente, podía adueñarse de su alma y destruir la serenidad que se cernía sobre sus días.

Mas de nuevo llegó el otoño y Agnes notó que, aquella vez, la esperaba tras las sombras de la decadencia en la que la naturaleza se sumía una crisis muchísimo más espeluznante que todas las que había sufrido hasta entonces. En su alma notaba vibrar unos presentimientos a los que era incapaz de dar forma, que la asustaban y la paralizaban de repente, sin que ni tan sólo ella misma pudiese comprender por qué perdía el aliento tan de súbito.

Intentaba ignorar la voz de su poderosa intuición; la que nunca se agotaba, la que continuamente le musitaba posibilidades que Agnes no deseaba escuchar; pero ésta era mucho más poderosa que cualquier huracán. No se callaba nunca, ni tan sólo cuando el sueño la alejaba de la realidad y la lanzaba a la tierra onírica que se halla al otro lado de la consciencia.

     Némesis, non sei o que me ocorre, pero síntome moi inquieta —le confesó una mañana de noviembre en la que el cielo lloraba una lluvia tímida y plateada—. Hai días que presinto que vai suceder algo horrible.

Némesis la miraba con desasosiego. Le preguntaba, con sus ojos calmados, por qué se sentía así, de dónde procedían esas emociones y esas intuiciones que tanto la desasosegaban; pero Agnes apenas podía explicar por qué tenía el alma anegada en aquella desazón tan asfixiante.

Se sentía tan inquieta, tan extrañamente intranquila que ni siquiera pudo evitar que se adueñase de ella un potente deseo de compartir aquellos sentimientos con Gaya o Gilbert. Los visitó una mañana grisácea en la que el viento soplaba con una fuerza devastadora. No la asustaban aquellas brisas tan desgarradoras, al contrario, parecía como si éstas intensificasen la urgencia que se le había esparcido por todo el cuerpo. Adoraba oír cómo las ramas de los árboles protestaban ante aquellas violentas caricias, cómo la madera de los troncos se estremecía y cómo las hojas caducas volaban sin rumbo, encerradas en remolinos que las deshacían.

Cuando llegó al hogar de Gilbert, llamó con serenidad a la puerta. No deseaba que él adivinase tan rápidamente que estaba tan desasosegada. No obstante, Gilbert conocía a Agnes como si de veras siempre hubiese compartido la vida con ella, como si la hubiese criado desde que apenas tenía aliento. Al hundirse en sus ojos, enseguida advirtió que su amiga tenía el alma invadida por una desesperación gélida y paralizante.

     Gilbert, necesito hablar contigo —le pidió Agnes intentando expresarse con claridad—. ¿Puedo pasar?

     Sí, por supuesto. Gaya también está aquí. Me sobrecoge que hayas venido con este viento que hace.

Agnes no le contestó. Parecía como si el fuerte viento que soplaba con tanta agresividad no la asustase. Agnes parecía tan distraída y a la vez estremecida... Gilbert enseguida notó que la desazón de Agnes se le transmitía al alma a través de sus poderosos y nocturnos ojos.

Gaya la recibió con un abrazo muy cariñoso, pero aquel amor no la serenó. Estaba impaciente y muy nerviosa. Ni siquiera fueron capaces de preguntarle qué le ocurría. Nunca la habían visto tan desesperada, tan inmensamente frágil. Parecía como si Agnes se hubiese convertido en el ser más indefenso de la tierra y como si todo lo que la rodeaba la asustase interminablemente.

     Gaya, Gilbert, he de hablar con vosotros —les pidió sentándose en una silla junto a la ventana del salón—. No sé cómo explicar lo que me ocurre, pero me encuentro muy mal. Tengo pesadillas todas las noches. Sueño que una gran ola negra devora el mundo. Me despierto notando que el corazón me late muy rápido y me cuesta mucho calmarme. Permanezco todo el día presintiendo hechos que nunca adquieren forma en mi mente. Me parece que tengo el alma llena de premoniciones horribles. Intuyo que va a ocurrir algo espantoso. Tenéis que creerme.

     Tranquilízate, Agnes, por favor —le pidió Gaya con mucho cariño acariciándole los cabellos—. ¿Quieres que te preparemos una infusión?

     No, no, no puedo comer ni beber nada. Tengo náuseas continuamente. Némesis también siente que va a suceder algo espantoso, algo que me destrozará el alma. Tengo mucho miedo, Gaya —le confesó mirándola desesperada y aferrándose a sus manos con mucha fuerza.

Ninguno de los dos era capaz de entender por qué Agnes se sentía tan intranquila, por qué se habían apoderado de ella unos nervios tan punzantes. Tampoco dudaban de lo que afirmaba. Sabían que Agnes tenía un poder de intuición muy potente y que sus premoniciones siempre coincidían con la realidad.

     Quizá sea adecuado que duermas aquí durante un tiempo —le sugirió Gilbert intentando expresarse con calma, pero lo cierto era que los nervios que Agnes sentía también le habían acelerado el corazón.

     No, no creo que te convenga que me quede aquí contigo. Perdonadme, quizá esté equivocada.

     No, no lo estás. Cuando tienes una intuición tan fuerte... —intentó decirle Gaya, pero las palabras se le enredaron en la garganta.

     Lo mejor será que me marche —propuso ella levantándose de la silla que ocupaba.

     No, Agnes. No te vayas sola. Yo te acompañaré —le ofreció Gaya.

     No deberías irte de aquí —intervino Gilbert—. Si te encuentras tan intranquila, lo último que debes hacer es encerrarte en ti misma. Te vendrá bien estar con nosotros.

Mas Agnes se negó a compartir con ellos aquellas extrañas horas. Les prometió que se cuidaría, que los buscaría si su estado de nerviosismo empeoraba y también les aseguró que Némesis la resguardaba siempre con su mágica presencia. Aunque no se conformasen con las palabras de Agnes, ninguno de los dos le impidió que se marchase bajo los suspiros gélidos de aquella mañana de noviembre.

El viento se había aquietado un poco, pero todavía soplaban de vez en cuando algunas brisas violentas que agitaban con desconsideración las ramas de los árboles. No obstante, en aquellos momentos, a Agnes no le estremecía la ferocidad de la naturaleza. Tenía en el alma sentimientos y emociones que la asustaban muchísimo más, que la empequeñecían como si de veras fuesen unas manos que la retenían en la vida.

Aquel día transcurrió con lentitud y espesura, como si al atardecer lo aterrase la cercanía de la noche. Cuando el ocaso se derramó por el cielo, entonces empezó a llover con una fuerza desgarradora y con una desesperación que a Agnes le provocaba escalofríos. Incluso notaba que la lluvia deseaba derrumbar los muros de su protectora cabaña. Agnes siempre había adorado las tormentas, pero aquella noche tenía el alma demasiado temblorosa y se sentía tan insignificante ante tanto vigor...

Apenas era capaz de hablar con Némesis. Sólo se comunicaba con ella a través de miradas anegadas en preocupación y muchísima inquietud. Era una de las noches más tormentosas que Agnes vivía en muchísimo tiempo. Los truenos gritaban con fuerza quebrando sin consideración el silencio que protegía los bosques, los rayos partían el cielo, destruyendo cualquier haz de sombras que pudiese acumularse entre los árboles.

Agnes se durmió intuyendo que las extrañas sensaciones que le invadían el alma se habrían intensificado insoportablemente cuando se despertase. Se planteó la posibilidad de evitar que la inconsciencia la arrancase de la vigilia, pero el sueño se adueñó de ella mucho antes de que pudiese luchar contra aquel sopor que ya se le había posado en los ojos.

Volvió a tener la misma pesadilla que llevaba atacándola desde hacía varios días; mas, en aquella ocasión, las oscuras imágenes que inundaban su dormir se tornaron muchísimo más sobrecogedoras y aterradoras. De nuevo, Agnes se halló ante aquella inmensa ola que devoraba el mundo que ella conocía. El cielo estaba inundado de nubes que no dejaban de gritar, como si albergasen en su interior todos los truenos de la historia. Agnes observaba aquella furiosa tormenta desde un acantilado en el que ya había estado muchísimas veces, pero en aquel sueño apenas recordaba aquellos momentos tan antiguos.

Entonces percibió que el cielo se abría, que la tormenta que golpeaba el mar se aquietaba por unos instantes y que desde lo más profundo del océano emergía una inmensa mancha amenazante que tiñó las aguas de oscuridad. Agnes advirtió que aquella masa que había cubierto el mar era pastosa y tangible, podía palparse con los dedos, era pegajosa como el azúcar ardiendo.

De repente, vio cómo aquella masa uniforme y oscura se esparcía por todo el mar, destruyendo la belleza de aquellos lares. No sabía cómo debía interpretar aquellas imágenes. En el sueño, era plenamente consciente de que se hallaba en Finisterre. El faro se erguía majestuoso tras ella y la grandeza del océano la sobrecogía profundamente. Sin embargo, el alma se le había anegado en desesperación al percibir cómo las aguas se tornaban innavegables de pronto y cómo aquella viscosa oscuridad se cernía sobre aquel amado lugar.

     Non, non pode ser —musitó para sí misma, incapaz de entender lo que estaba sucediendo.

Inesperadamente, aquella masa tan extraña, tan oscura e indestructible se alzó hacia el cielo, anhelando cubrir su alrededor. El firmamento desapareció bajo aquella negrura tan asfixiante y la envolvió como si de un manto agresivo se tratase. Agnes intentó huir de aquella poderosa densidad, pero entonces el sueño se desvaneció. Se despertó notando que le costaba respirar y que el corazón le latía con una velocidad desbocada que la empequeñecía y la asustaba. Nunca le había palpitado el corazón con tanta fuerza. Le parecía que en cualquier momento éste le estallaría.

     Némesis! Némesis! —la llamó desesperada saliendo rápidamente de la cama—. Némesis, onde estás? Tiven un pesadelo espantoso!

Entonces, de pronto, la intuición que tanto le rasgaba el alma y que tanto le había costado comprender tomó forma de repente, se materializó por dentro de ella, deshaciéndose en certezas que la paralizaron irrevocablemente, que estuvieron a punto de arrebatarle la cordura para siempre.

Como si la misma vida se lo revelase, fue plenamente consciente de que la amenaza que la había acechado desde cualquier rincón y desde cualquier instante estaba intrínsecamente relacionada con su tierra. Sí, era Galicia la que estaba en peligro. Cuando aquel pensamiento se le esparció por la mente, entendió de súbito el significado de las terribles pesadillas que la habían atacado durante las últimas noches. No obstante, todavía no comprendía por qué había soñado con aquella mancha oscura que inundaba las aguas del mar.

Agnes notó que el pánico que sentía se convertía en una corriente helada que le recorría todo el cuerpo, ateriéndola irreversiblemente. Todo lo que había conocido en su vida y todos sus recuerdos se tornaron de pronto insignificantes. Su pequeño mundo se aquietó y comenzó a hundirse bajo el inmenso terror que se había apoderado con tanta fuerza de su alma.

Némesis la miraba con cariño desde el rincón de la cabaña en el que siempre solía dormir. Había captado a la perfección el terror que de repente se había apoderado del alma de su amiga. Se acercó a ella con lentitud, sin retirarse de sus ojos anegados en pánico.

     Némesis, Némesis, é Galicia. Vai ocorrerlle algo horrible —le musitó casi sin poder hablar mientras se agachaba delante de ella—. A miña terra está en perigo. Debemos regresar, debemos facer calquera cousa para evitalo. Aínda non sei que sucederá, pero sei que será espantoso.

Hacía muchísimo tiempo que Agnes no estaba tan aterrada. Notaba que le costaba respirar, que el corazón se le había vuelto rebelde e indomable, que cada vez tiritaba con más fuerza, como si de repente la fiebre más intensa se hubiese apoderado de su cuerpo. Había sufrido ya muchísimos ataques de pánico, pero jamás se había sentido tan frágil, tan propensa a deshacerse en polvo.

El amanecer apenas había rozado el firmamento con sus efímeros rayos. Además, llovía todavía con una fuerza devastadora; lo cual intensificaba el pavor que Agnes experimentaba. Apenas pensaba en lo que deseaba hacer. Lo único que anhelaba era regresar cuanto antes a Galicia. No le importaba si tenía que llegar hasta allí caminando durante días. Debía volver, lo sentía en el alma. Ya no dudaba de que era Galicia la que estaba a punto de ser herida irreversiblemente.

Empezó a preparar su equipaje sin avisar a nadie, sin ni siquiera preguntarse cómo lograría llegar hasta su tierra. La impulsaba la desesperación que sentía y que tanto la atormentaba. Némesis observaba sus movimientos con un sigilo propio de quien no desea espantar a un ser frágil.

     Némesis, queridiña, ti non podes vir comigo. Non quero que che ocorra nada malo. Por favor, agárdame aquí, no noso fogar. Hei de irme. Sinto que Galicia necesítame, necesitarame.

Sin embargo, aunque la desesperación se hubiese apoderado de su mente, Agnes sabía que no podía marcharse sin avisar a Gilbert y a Gaya de que partiría. Así pues, intentando ignorar la desgarradora voz de sus emociones, se dirigió rápidamente hacia el hogar de Gilbert. Aún llovía con agresividad, pero Agnes apenas percibía los detalles de su entorno. Estaba tan asustada que ni tan sólo era consciente de lo que sus sentidos físicos le transmitían.

Llegó al hogar de Gilbert cuando la mañana trataba de resplandecer a través de las gruesas nubes que cubrían el cielo. Cuando Gilbert le abrió la puerta, se sobrecogió profundamente al descubrir a Agnes tan inmensamente desesperada y tan mojada por aquella destructiva tormenta. La aferró del brazo y la instó a adentrarse en su casa antes de que aquella agua la empapase muchísimo más. Tuvo miedo a que pudiese enfermarse, pero Agnes parecía no prestarles atención a aquellos detalles tan importantes.

Agnes empezó a hablarle sin que Gilbert tuviese tiempo a saludarla. De su voz se desprendía tanto desasosiego que Gilbert llegó a creer que la lluvia que tanto agitaba la naturaleza no emanaba del cielo, sino de la atormentada alma de Agnes.

     Ahora lo sé, Gilbert, ahora lo entiendo todo. Es Galicia, Gilbert. Tenemos que ayudarla. Está en peligro. Esta noche soñé que el mar se teñía de negro, que una masa horrible y viscosa lo inundaba todo y apagaba la luz de sus costas. Por favor, has de creerme, Gilbert. Sé que está a punto de suceder, lo sé.

     Agnes, aguarda un momento, cariño —le pidió mientras la tomaba de las manos. Se estremeció cuando notó que las tenía frías y que temblaba con brutalidad—. Encenderé la lumbre para que te temples junto al fuego. Estás helada. Puedes ponerte enferma.

     Galicia está en peligro, Gilbert. Una catástrofe espantosa destruirá su preciosa costa y nadie podrá evitarlo, nadie hará nada para evitarlo. Podrán luchar contra la marea negra que la atacará, pero no lo harán, no harán nada, Gilbert. Tengo que volver, tengo que ayudarla.

Agnes había empezado a llorar con una desesperación que a Gilbert le partía el corazón. Se expresaba con rapidez, atropellándose con sus propias palabras. A Gilbert le costaba muchísimo comprender el significado de sus afirmaciones, pero tampoco dudaba de que todo lo que ella declaraba era cierto.

     Agnes, ahora no podemos viajar a Galicia.

     Sí, sí podemos. ¡Es más, debemos hacerlo! ¿Qué día es hoy? —le preguntó con urgencia.

     Es miércoles, trece de noviembre, Agnes, pero...

     ¡Ocurrirá hoy, pero nadie lo reconocerá! ¡Gilbert, no podemos evitarlo, no podemos!

     Lo mejor será que llame a Gaya. Necesitas su cariño.

Agnes estaba cada vez más nerviosa. No dejaba de temblar ni de llorar y apenas podía controlar el ritmo de su respiración. Gilbert encendió la lumbre y la ayudó a acomodarse junto al fuego, pero Agnes no cesaba de tiritar, por mucho que aquellas llamas tan inocentes le entregasen un calor inmensamente aterciopelado.

     Quizá estés equivocada, Agnes. Puede que el miedo que sientes sólo nazca de las pesadillas que...

     No, no, Gilbert, no estoy equivocada —le negó con un susurro impregnado de impotencia.

     Puede que estés sufriendo otra crisis.

     No, no. tengo más cordura que nunca, te lo juro. Debes creerme, Gilbert, por favor.

     ¿Y qué deseas que hagamos, Agnes? —le preguntó sentándose a su lado y mirándola con calma.

     Trece de noviembre de dos mil dos. Será una fecha que nadie podrá olvidar, lo sé, lo sé —se dijo para sí misma.

De pronto, Gilbert percibió toda la razón que se encerraba en aquellas palabras. Aún le costaba muchísimo comprender el significado de lo que Agnes afirmaba, pero cada vez le quedaban menos dudas de que de veras sí estaba a punto de ocurrir algo que el mundo jamás podría olvidar.

     ¿Quieres que vayamos a Galicia, entonces? —le cuestionó sabiendo que aquellas palabras la reconfortarían.

     Sí, por favor, por favor, te lo suplico, Gilbert —le contestó presionándole las manos con una fuerza desesperada.

     ¿Y a qué rincón de Galicia necesitas que viajemos?

     A la Costa da Morte —le susurró casi inaudiblemente.

     De acuerdo. Lo prepararé todo para partir mañana por la mañana —resolvió acariciándole las manos—. Mientras tanto, tienes que intentar tranquilizarte, Agnes. No te conviene alterarte así.

Agnes no pudo asegurarle nada. En esos momentos notaba que el corazón estaba a punto de estallarle de desesperación. Toda la morriña que la había atacado siempre se concentró en un único sentimiento, tan potente como la tormenta que no había dejado de golpear los árboles. Aunque Gilbert le hubiese prometido que viajarían a Galicia, Agnes sabía que no podría regresar a su tierra. Lo sabía. No era necesario que su intuición se lo confesase.

Permaneció resguardada de la lluvia y de su nostalgia en el hogar de Gilbert, quien continuamente trataba de distraerla manteniendo con ella conversaciones prácticamente superficiales, pero Agnes se quedaba en silencio de repente, sumida en sus propios sentimientos, mientras observaba sin cesar la lluvia que el cielo no dejaba de llorar. Le parecía que el bosque se sentía inmensamente intimidado por aquella tormenta tan otoñal y desgarradora.

Al fin, cuando el atardecer empezó a acariciar las hojas de los árboles, la lluvia que tanto había inundado el bosque fue disipándose. Las nubes que habían cubierto el cielo durante aquel día tan extraño comenzaron a desintegrarse, como si ya se hubiesen deshecho de todo el desconsuelo que albergaban.

Agnes no pudo comer ni beber nada en todo el día. Gilbert trataba de serenarla continuamente, le hablaba para extraerla de sus inquietantes pensamientos, pero parecía como si Agnes no comprendiese las palabras que él le dedicaba. Se hallaba sumida en un estado de parálisis que incluso le había arrebatado la voz a sus expresivos ojos.

Gaya llegó cuando la tarde ya moría en el comienzo del anochecer. En cuanto Gilbert se hundió en los celestiales ojos de su amiga, adivinó que ella también tenía el alma anegada en temor y desazón. Agnes le dedicó una mirada suplicante cuando se adentró en el salón.

     Perdonadme. No pude venir antes —se disculpó acercándose a Agnes, quien no dejaba de mirarla con timidez y miedo—. ¿Qué te ocurre, cariño? —le preguntó sentándose enfrente de ella—. Gilbert me ha comentado que no te encuentras bien.

Agnes no pudo contestarle. De nuevo, las ganas de llorar más intensas se apoderaron de su alma. Le había nacido en la garganta un nudo que devoraba su tersa y dulce voz. Sin poder evitarlo, Agnes se abrazó a Gaya llorando con desesperación y con una profundidad que a la sacerdotisa le apuñaló el corazón.

     Va a sucederle algo horrible a Galicia y nadie querrá evitarlo —le confesó entre sollozos. En esos momentos, Agnes parecía una niña pequeña que había perdido su juguete preferido.

     Cariño, ¿por qué lo piensas? Cálmate, bonita —le pidió Gaya acariciándole la cabeza.

     Es inútil que le solicites que se serene. Lleva sumida en ese estado tan preocupante durante todo el día —le explicó Gilbert sobrecogido.

     Sus intuiciones siempre son ciertas, Gilbert.

     Sí, pero no podemos hacer nada porque ni siquiera sabemos lo que va a ocurrir —le aseguró inquieto.

     Sí, eso es verdad. Agnes, escúchame. Mañana viajaremos los tres a Galicia y...

     No podrán hacer nada —musitó para sí misma. Parecía hallarse en un estado de trance que la alejaba de la realidad—. Una horrible marea teñirá el mar, la luna ya no se reflejará en sus aguas y...

     Agnes, cielo, mírame —le rogó Gaya tomándola de la cabeza.

     Y será el fin, Gaya, será el fin de muchísimos sueños —le indicó inaudiblemente. Parecía a punto de desvanecerse.

Aquella tarde fue densa, espesa y húmeda, aunque ya no lloviese, aunque la noche pudiese acomodarse en la oscuridad sin que nada pareciese importar. Gaya también durmió en la casa de Gilbert. Temía separarse de Agnes y que su estado de terror se intensificase. Ninguno de los dos deseaba dejarla sola.

El día siguiente fue tan invivible como el anterior. Aunque Gaya y Gilbert tratasen de llamar la atención de Agnes con palabras amables, parecía hallarse en otra dimensión. De vez en cuando les contestaba, pero permanecía la mayor parte del tiempo observando cómo la luz del día se deslizaba por el cielo, convirtiéndose en atardecer. Apenas había podido dormir aquella noche y el llanto ya había enrojecido el contorno de sus preciosos ojos.

     Tengo que ir a casa de Moira —les anunció cuando la tarde estaba a punto de asomarse tras los árboles—. Le prometí que la ayudaría a elaborar una crema para la piel. Volveré dentro de dos horas.

     No te preocupes, Gaya. Gracias por acompañarnos en estos momentos.

     Creo que es la peor crisis que padece desde que vive en este lugar. Nunca la he visto tan ensimismada, tan ida ni tan inmensamente triste.

     Se recuperará, estoy seguro.

     NI siquiera te ha preguntado cuándo viajaremos a Galicia. Parece como si no se acordase de lo que le dijiste.

     Sabía que lo olvidaría, por eso le aseguré que iríamos.

Agnes sí escuchaba a la perfección la conversación que ellos mantenían, aunque no les asegurase ni siquiera con los ojos que los oía. No obstante, no protestó cuando descubrió que Gilbert la había engañado. Comprendía sus sentimientos y sus pensamientos y jamás sería capaz de recriminarles nada. En aquellos momentos, ya sentía que la tristeza que le había destruido el alma se había vuelto indomable y se había convertido en un invencible muro de piedra que impedía el discurrir de cualquier otra emoción.

Gaya permaneció lejos de ellos durante casi toda la tarde. Cuando regresó, Agnes se hallaba sentada junto a Gilbert intentando comer la sopa de verduras que él le había preparado, pero cada sorbo se le volvía de piedra y era incapaz de tragar cualquier sustancia. Sólo podía beber agua, pero enseguida la vomitaba, como si su cuerpo no pudiese albergar ni el soplo más sutil de aire.

Cuando Gaya regresó, Gilbert se percató de que estaba muchísimo más nerviosa que antes. Ni siquiera fue capaz de preguntarle qué le ocurría. Gaya se sentó junto a ellos e, intentando expresarse con serenidad, comenzó a hablarles conmovida e inquieta:

     Esta tarde, cuando fui a la casa de Moira, vimos una noticia bastante preocupante en la televisión.

     Gaya, será mejor que... —intentó interrumpirla Gilbert, pero la mirada de Agnes lo calló de repente.

     Ayer por la tarde, un barco petrolero tuvo un accidente cerca de Finisterre...

     Prosigue, por favor —le pidió Agnes con timidez y nervios. Era la primera vez que hablaba en toda la tarde.

     Están intentando alejarlo de la costa. El barco no deja de perder fuel. Está cargado con una gran cantidad y...

     ¿Y qué están haciendo? —le preguntó Agnes poniéndose cada vez más nerviosa.

     A Muxía han llegado ya algunas manchas de fuel. No saben qué hacer con el barco. Están intentando alejarlo de la costa, pero el temporal que ataca esos lares lo dificulta todo mucho. Presiento que va a ser un desastre horrible —musitó Gaya agachando los ojos, notando que se avergonzaba por haber dudado de la intuición que tanto había torturado a Agnes—. Perdóname, Agnes.

     ¿Qué va a suceder, Gaya? —le cuestionó ella con un hilo de voz.

     Tendrían que llevar ese barco a algún puerto y extraerle cuanto antes toda la cantidad de fuel que transporta, pero se niegan a cerrar el puerto de A Coruña. Además, el capitán del barco no parece muy dispuesto a colaborar.

     ¿Cómo? Pero ¿es que acaso no son conscientes de lo que puede ocurrir si no se dan prisa, si no actúan con el corazón? Pero ¿qué ocurre en este mundo absurdo? —gritó Agnes con impotencia levantándose de repente de la silla.

     Tal vez no sea tan grave como prevemos, Agnes —trató de calmarla Gilbert.

     Sí, sí lo será, Gilbert. Será gravísimo, ¿y sabes por qué? ¡Pues porque a los que tienen poder solamente les interesa el dinero! ¡Y quedará demostrado que los que deben ser más inteligentes son los más imbéciles! ¡No harán nada! ¡Continuamente lo negarán! ¡Y serán las personas que de veras tienen corazón las que se volcarán en ayudar a mi tierra! ¡Yo tengo que ir! ¡Sé que necesitará que la ayude mucha gente, porque quienes pueden salvarla no harán nada por ella!

Agnes se expresaba de forma enigmática, pero Gaya y Gilbert podían comprender perfectamente sus palabras y sobre todo los sentimientos de los que nacían. Ninguno de los dos sabía cómo podían consolarla. Creían que, para el dolor que ella sentía, no existía ninguna caricia apaciguadora. Entonces, de repente, tuvieron muchísimo miedo a que aquel acontecimiento destruyese para siempre su cordura y la frágil calma que teñía sus días. Anhelaban protegerla de la tristeza que la amenazaba tras aquellos momentos, pero tampoco se les ocurría cómo podían resguardarla de sus potentes emociones.

     Ten fe en las personas, Agnes —le pidió Gilbert con calma—. Es imposible que se queden de brazos cruzados ante algo tan peligroso. Harán todo lo que esté en sus manos para impedir que ese barco suelte toda su carga, te lo aseguro. Cree en mí.

     Gilbert, no sueles equivocarte prácticamente nunca y tus palabras siempre son ciertas, pero lamento decirte que esta vez no tienes razón —lo contradijo Gaya mirando de reojo a Agnes, quien en esos momentos luchaba contra las ganas de llorar que la atacaban—. Mi poder de intuición no es tan potente como el de Agnes, pero yo también presiento que va a ocurrir el desastre más horrible que ha sufrido esa tierra.

Agnes se sentó lentamente en la silla que había ocupado hasta entonces y se quedó hundida en un silencio que ni siquiera el grito más estridente podría quebrar jamás. Gaya y Gilbert continuaron opinando sobre lo que estaba ocurriendo en aquella tierra que Agnes extrañaba tanto, pero ella apenas oía ya sus voces. Su mente no cesaba de llenarse de imágenes horribles que profundizaban su terror y su tristeza. En sus pensamientos, las preciosas playas de Galicia aparecían ennegrecidas por el petróleo. Toda la luz que bañaba esos lugares, toda la mágica majestuosidad que teñía aquella costa tan sobrecogedora se hundía en aquel mar de desolación contra el que nadie lucharía. Ella bien lo sabía. Si ni siquiera las personas eran capaces de respetar la vida de los animales, ¿cómo pretendían convencerla de que pugnarían por una tierra, por un pedacito de mundo?

Notaba, lejanamente, que por las mejillas le resbalaban lágrimas espesas y cálidas, pero ni siquiera se molestaba en retirárselas. Lloraba en silencio, como si plañese por la muerte de un ser querido, como si nunca hubiese llorado antes. De vez en cuando, advertía que Gaya le dedicaba alguna palabra de aliento, pero ella no la captaba. No percibía tampoco el calor de la lumbre ni la cercanía de aquellas personas que tanto la querían, que tanto anhelaban protegerla de su dolor.

     Agnes está muy unida a esa tierra. Si de veras ocurre lo que tanto tememos, se hundirá, se hundirá irrevocablemente. No he conocido nunca un amor tan fuerte a un lugar como el que ella siente por Galicia. Es como si estuviese conectada con el espíritu de esos lares —le indicó Gilbert a Gaya sobrecogido—. Que haya sido capaz de presentir lo que está ocurriendo con tanta antelación desvela cuán potente es el vínculo que la enlaza a Galicia.

     Tenemos que ser fuertes, Gilbert. No podemos permitir que desaparezca.

En esos momentos, Agnes ya no soportaba saber que ellos percibían con tanta nitidez la inmensa extensión de su dolor. Deseaba encerrarse en la alcoba en la que ya tantas veces había dormido. No quería que nadie la mirase ni le hablase. Así pues, se levantó de la silla y, sin decirles nada, se dirigió hacia aquella habitación que tanto podía ampararla de cualquier palabra. Ninguno de los dos la retuvo a su lado. Sabían que Agnes necesitaba estar sola. Tal vez la soledad le ofreciese ese consuelo que ellos no eran capaces de entregarle.

Entonces los días y las noches se volvieron espesos. Las horas se mezclaban con los silencios y los atardeceres, confundiéndose en un amasijo de instantes que no tenían ni matices ni aroma. Agnes los vivió sumida en una espera desgarradora, pero también luchaba continuamente contra la horrible desesperación que se le había aferrado al alma, pues deseaba captar cualquier detalle que mudase la noche que se había cernido sobre su corazón, pero aquella emoción que nacía de la decepción más indestructible no le permitía casi respirar. La asfixiaba como si de unas manos violentas se tratase.

Agnes no dejaba de preguntarle a Gilbert qué había ocurrido con aquel barco que tanto estaba amenazando las costas de su tierra, si habían conseguido impedir que aquella masa espantosa que devoraría la serenidad de aquellos lares se escapase hacia el mar, tiñendo de oscuridad cualquier ápice de paz. Gilbert intentaba engañarla asegurándole que quienes podían evitar aquel desastre estaban haciendo todo lo que se hallaba en sus manos, pero Agnes nunca lo creyó. Aunque lo intentase con todas las fuerzas de su alma, Gilbert nunca pudo ocultarle aquella desalentadora realidad.

De esa guisa transcurrieron tres días, durante los cuales Agnes se mantuvo encerrada en una soledad que apenas lograban resquebrajar. Su voz se había convertido en silencio, pero, cuando se expresaba, se desprendía de sus palabras toda la desesperación que le había inundado el alma.

Una mañana se despertó percibiendo que aquel presentimiento que tanto la había aterrado se convertía de repente en la realidad más estremecedora que jamás había podido vivir. Salió de su alcoba notando que el corazón le latía con una velocidad asfixiante y que le costaba muchísimo respirar, como si de veras el aire que la rodeaba estuviese hecho de fuego. Gilbert se hallaba en la cocina preparando el desayuno cuando la oyó llegar. La miró intrigado y preocupado. Intentó sonreírle para transmitirle paz con aquel sencillo gesto.

     Ya ocurrió, ¿verdad?

     ¿A qué te refieres?

     El barco se partió hace unos momentos. Ya no hay vuelta atrás. Créeme, Gilbert, la memoria de la naturaleza no olvida. Tenemos que ir a ayudarla, Gilbert.

     ¿Y cómo quieres ayudar?

     Ya que quienes tienen poder no supieron actuar con inteligencia, tenemos que ser los ciudadanos quienes nos unamos para retirar de las costas de Galicia toda esa masa horrible de fuel. No me importa si tengo que coger el petróleo con mis propias manos. Haría cualquier cosa por mi tierra. Incluso les daría todos mis ahorros a esas personas que, durante tanto tiempo, no podrán salir a faenar. Hay mucha gente que se quedó sin trabajo, Gilbert. Tú bien sabes que muchísimas personas dependen del mar para vivir.

     Tus palabras son muy gentiles, Agnes.

     Hagamos algo, Gilbert, por favor —le rogó empezando a llorar con impotencia.

     Lo hablaré con Gaya. Yo también deseo ayudar —le aseguró tomándola de las manos—; pero no es necesario que te desprendas de tus ahorros. Ese dinero solamente es tuyo y tampoco gozas de una cantidad tan considerable. Emplea mejor las fuerzas de tu alma.

     Gracias, Gilbert —le dijo mientras lo abrazaba con mucho cariño y fuerza.

     Tienes que ser fuerte, Agnes. Las imágenes que verás cuando lleguemos allí serán horribles, las peores que hayas percibido en tu vida. No reconocerás a tu amada Galicia en esas playas ennegrecidas.

Aquellas palabras fueron para Agnes una espada afilada que se le clavó hasta en lo más profundo del alma. De repente sintió muchísimo miedo a que aquella realidad la destruyese definitivamente. Sí, estaba dispuesta a entregarle a su tierra toda la fuerza que aún le latía en el corazón, pero sería capaz de hacerlo si aquellas imágenes que Gilbert le había descrito no la golpeaban en la mente, no la desalentaban, no la aterraban. Se creía tan frágil, tan inmensamente quebradiza... No podía luchar contra el llanto que tanto la atacaba ni tampoco contra el pavor que de repente se le esparció por todo el cuerpo.

     Ven, vayamos a desayunar. Gaya está a punto de llegar —le indicó Gilbert con arrepentimiento. Lamentó haber sido tan sincero con Agnes.

Gaya llegó al cabo de una hora. Cuando Gilbert le confesó que Agnes estaba dispuesta a partir hacia su tierra para ayudar en todo lo que fuese necesario, Gaya lo miró con una urgencia paralizante. En esos momentos, Agnes se esforzaba por terminar de desayunar. Estaba tan nerviosa que la comida le parecía una masa uniforme e intragable.

     Agnes, no te conviene vivir algo tan intenso y triste, cariño —le comunicó Gaya intentando expresarse con dulzura—. Entiendo perfectamente lo que sientes, cielo; pero debes pensar sobre todo en ti. No te encuentras bien. Tienes el alma demasiado herida.

     Gaya, ¿de veras estás impidiéndome viajar a mi tierra en estos momentos en los que tanto me necesita? —le preguntó incrédula y sobrecogida.

     Yo no quiero impedirte nada. Sólo ansío que comprendas que tu enfermedad empeorará si regresas a Galicia en unos momentos tan horribles. Lo único que deseo es protegerte, Agnes.

     Pero ¿qué importan mi vida y mi alma ahora? ¡Lo que más importa es lo que está ocurriendo! —exclamó con una impotencia desgarradora.

     Gaya tiene razón, Agnes. No estás preparada para vivir algo tan duro —intervino Gilbert con sabiduría.

     ¡No te entiendo, Gilbert! ¡Hace un momento me aseguraste que viajaríamos juntos...! Volviste a mentirme, ¿verdad? ¡No hacéis más que engañarme! ¡Pero no pienso permitir que me impidáis regresar! ¿Cómo pretendéis que confíe en vosotros si no me dejáis ser libre?

     Agnes, eso no es cierto —la contradijo Gaya levantándose de la silla que ocupaba y acercándose a ella—. Escúchame, Agnes, nosotros sólo queremos que estés bien, nada más. Entendemos lo que sientes, pero...

     ¡No, no es cierto! ¡No sois capaces de entenderlo porque no habéis nacido allí, porque no amáis ese lugar como yo!

Agnes se levantó de la silla y corrió hacia su habitación. Se encerró allí dando un portazo que retumbó en el corazón de Gaya y de Gilbert. Aunque su comportamiento les sobrecogiese, ninguno de los dos sería capaz de recriminarle nada nunca. Comprendían su frustración y, además, eran conscientes de que el modo como Agnes experimentaba cada sentimiento era muchísimo más intenso que el de cualquier persona.

Cuando ella se marchó, se quedaron quedos y quietos, sin saber qué decirse. Un sinfín de ideas y sentimientos les latía en el alma, confundiéndolos y desanimándolos cada vez más profundamente. Fue Gilbert quien quebró aquel denso silencio que estaba tan lleno de tristeza. Gaya ya tenía los ojos llenos de lágrimas cuando él se dirigió a ella con tanto cariño y serenidad:

     Nosotros sí deberíamos viajar a Galicia para ayudar a todas esas personas que ya están volcándose en lo que ha ocurrido. A Agnes no le conviene vivir algo tan triste en estos momentos, pero nosotros no podemos quedarnos de brazos cruzados, Gaya. Es uno de los desastres naturales más horribles de la Historia. Además, me parece que sería conveniente que también ayudásemos económicamente a ese lugar.

     Agnes nos odiará eternamente si nos marchamos sin ella —apuntó Gaya intentando dominar las ganas de llorar que se habían apoderado de su alma.

     No, no nos odiará. Nos lo agradecerá para siempre, créeme.

     Me parece que no, Gilbert. Es muy posible que haya perdido la confianza que tenía en nosotros. Hemos actuado tal como lo hicieron aquellos enfermeros que le impedían regresar a su tierra.

     Lo entenderá, Gaya, te lo aseguro. Ahora está muy decepcionada, pero con el paso del tiempo la intensidad de sus sentimientos menguará y podrá pensar con claridad.

     Yo lo único que deseo es protegerla, Gilbert —lloró Gaya cubriéndose el rostro con las manos—. Tengo miedo a que Agnes se pierda para siempre en esa tristeza tan horrible. No quiero que se hunda y que ya no podamos rescatarla. Es muy frágil, Gilbert, mucho más de lo que piensas, y cualquier hecho puede destrozarle el alma. No deseo que sufra y sé que, si permitimos que regrese a Galicia justo ahora, para siempre se sumirá en un desconsuelo infinito. No le conviene vivir momentos tan espantosos.

     Y ella lo sabe, Gaya, te lo aseguro.

     Además, no podemos dejarla sola. ¿Cómo piensas que nos iremos sin ella? ¿Quién la cuidará?

     Podemos pedirle a Moira o a otro miembro del aquelarre que la visite a menudo.

     ¿A Moira? Moira detesta a Agnes, Gilbert. ¿Acaso no te has dado cuenta de que siempre la mira con un desprecio infinito?

     Yo creo que siente envidia de sus dones; pero estoy convencido de que, en cuanto la conozca mejor, dejará de rechazarla.

     No quiero dejarla sola.

     Lo que no podemos hacer es quedarnos aquí. Siempre hemos luchado por nuestra Madre Tierra y creo que ésta es una oportunidad hermosa para demostrarle cuánto nos importa su vida, Gaya.

     Sí, tienes razón. Iremos.

Gaya y Gilbert decidieron que partirían dentro de dos días; mas fue la noche anterior a su viaje cuando se sintieron capaces de revelarle a Agnes que, al día siguiente, ambos viajarían a su tierra. Agnes les dedicó una mirada anegada en gratitud, pero también se desprendía de sus ojos una tristeza que a ambos los empequeñeció como si de veras ésta fuese un devastador huracán.

     Gracias. Me consuela que al menos vosotros sí podáis ir —les dijo intentando sonreírles, pero ni siquiera logró esbozar la sombra de aquel tierno gesto.

     Por favor, Agnes, prométenos que te cuidarás. Nosotros regresaremos dentro de dos semanas. Puedes permanecer aquí si lo deseas durante esos días.

     No, Gilbert. Regresaré a mi cabaña. Avisadme cuando hayáis vuelto.

Agnes se esforzó lo indecible por ocultarles a Gaya y a Gilbert lo que realmente sentía. Era cierto que les agradecía profundamente que ambos viajasen a Galicia para ayudar en lo que fuese necesario; pero tenía el alma anegada en un incipiente rencor que el paso del tiempo alimentaría. Por mucho que lo intentase, no comprendía por qué no le permitían regresar junto a ellos a aquella tierra que tanto la necesitaba. Podía reconocer que no se encontraba bien, que su vida había vuelto a cubrirse de sombras, pero creía que su estado de ánimo cambiaría si no le impedían volver a aquel lugar que tanto extrañaba.

Se planteó la posibilidad de viajar allí sin que nadie lo supiese, pero en aquellos momentos de su vida se sentía tan pequeña, tan frágil e impotente que apenas se le ocurría el modo de regresar. Debía disponer de dinero para comprar los billetes de tren y ni siquiera sabía dónde debía adquirirlos. Además, cada vez que se imaginaba realizando una travesía tan larga acompañada únicamente por la soledad, el alma se le quebraba como si fuese de cristal. Al mismo tiempo, se detestaba a sí misma por ser tan cobarde, por no sentirse capaz de afrontar sus miedos. No obstante, ella bien sabía que lo que le sucedía realmente era que la aterraba descubrir cuán herida estaba su tierra. Deseaba ayudarla, pero también se sobrecogía irreversiblemente cuando se figuraba que tendría que enfrentarse a momentos excesivamente tristes y duros.

Cuando Gilbert y Gaya se despidieron de ella, Agnes se esforzó por no arrancar a llorar, por dedicarles una sonrisa cargada de aliento. En realidad, se sentía muy orgullosa de ellos, pero la herida que tenía hendida en el alma le latía con tanta fuerza que apenas podía prestarles atención a aquellas emociones tan hermosas.

Regresó a su cabaña notando que el alma se le había vuelto pesada y densa. En aquellos instantes, incluso anhelaba que su vida se deshiciese. No le encontraba sentido a existir si no podía volver realidad sus más tiernos deseos, si se hallaba tan lejos de su tierra en un momento tan importante. Ni siquiera la serenó la mirada que Némesis le dedicó. Estaba tan triste y desalentada que ni tan sólo deseaba que su amiga se hundiese en sus bellos ojos; los que irradiaban un desconsuelo que estremecía cualquier haz de luz que brillase a su alrededor.

Cuando se adentró en su alcoba, se encontró con el pequeño equipaje que había preparado aquella mañana en la que se había dispuesto a viajar a Galicia. Lo deshizo con rabia, lanzando contra la pared la ropa que había escogido y los objetos que llevaría consigo. Después se sentó en un rincón y arrancó a llorar con una impotencia que le desgarraba el alma como si fuese un puñal recorriéndole las entrañas.

Némesis la observaba con muchísima lástima. Ansiaba poder hablar, poder expresarse con palabras que sonasen, para suplicarle a su amiga que no permitiese que el desaliento la venciese de ese modo, para asegurarle que comprendía su dolor y para instarla a luchar, aunque el mundo entero le impidiese regresar a su hogar. Ella la apoyaba, siempre lo haría; pero Némesis solamente disponía del lenguaje de sus ojos para comunicarse con Agnes, y en esos momentos ni siquiera notaba que su mirada alzase su voz. Además, Agnes lloraba ignorando todo lo que la rodeaba, todo lo que formaba su entorno, todo lo que ocurría. Ni siquiera captaba la presencia de Némesis.

Hacía muchísimo tiempo que no lloraba así, que no la atacaba un llanto tan desgarrador. Incluso le costaba soportar su propio equilibrio y se tendió en el suelo, escondiendo la cabeza entre sus brazos. Se olvidó del paso del tiempo y del lugar donde se hallaba. Lo único que resonaba en su mente eran las imágenes de la costa de Galicia toda ennegrecida. Sabía que aquel desastre no había hecho sino empezar y que, con el transcurso de los días, aquella catástrofe iría expandiéndose por prácticamente todas las playas de su amada tierra; aquéllas que tanto la habían sobrecogido siempre, que tanto la habían empequeñecido.

     Ai, avoíños, se soubésedes o que ocorreu... Avoíño, ti que sempre amaches o mar, se vises en que se converteron nosas queridiñas costas...

Agnes no pudo evitar que la rabia y la impotencia tornasen su alma también en un mar oscuro que devoraba cualquier emoción tierna. En aquellos momentos, lo único que podía experimentar era un inmenso odio hacia aquellas personas que no habían luchado por proteger su tierra. Aquella ira que empezó a palpitar en su interior se nutrió de los recuerdos más horribles y tristes de su vida y de repente notó que estallaba en su corazón una tormenta de fuego que devoró el último ápice de paz que le latía en la vida.

Se percató de que de repente había comenzado a desear vengarse de todas las personas que la habían herido y también de quienes habían destruido las costas de Galicia. Sintió que aquel fuego que llovía sobre su corazón la volvía valiente, la convencía de que estaba en sus manos que aquellas personas pagasen por todo lo que habían hecho.

Impulsada por aquellas certezas, se sentó en el suelo y, tras limpiarse las lágrimas, empezó a recordar todos los rituales que había celebrado desde que se había adentrado en aquella vida. Se preguntó cómo podría vengarse de aquellas personas usando el poder que le latía en el alma, usando la magia que siempre había resplandecido por dentro de ella. Sabía que no era conveniente emplear la magia para dañar a nadie, pero en aquellos momentos estaba totalmente convencida de que aquellos seres horribles y despreciables se lo merecían, merecían que la energía más tenebrosa y asfixiante se cerniese sobre sus vidas.

Quizá solamente necesitase expresar a través de la magia los intensos sentimientos que le latían en el corazón. Sabía que el efecto de cada ritual dependía sobre todo de las energías que se utilizasen y de las intenciones que yaciesen tras cada palabra.

Era la primera vez que se atrevería a prestarles atención a aquellas emociones que tanto la sobrecogían; las que nacían de la rabia que siempre experimentaba al evocar los momentos más desalentadores de su vida y de sentirse rechazada en tantas ocasiones. Nunca se había dignado escuchar las órdenes que aquellos sentimientos tan estremecedores le lanzaban, pues siempre había creído que ella jamás sería capaz de herir a nadie; pero en esos instantes pensaba que por Galicia merecía la pena cometer errores, merecía la pena luchar contra cualquier energía, contra cualquier vigor incansable. Se vengaría de ellos en el nombre de su amada tierra. Se olvidaría del dolor que siempre le habían causado las personas que tan mal la habían tratado y se concentraría solamente en lo que acababa de ocurrir.

Se levantó del suelo intentando que aquel ápice de valentía que había comenzado a latirle en el alma no se desvaneciese. Ignorando todavía la presencia de Némesis, se dirigió hacia el rincón en el que solía celebrar sus íntimos rituales. Encendió todas las velas que necesitaba, prendió incienso y después se arrodilló frente a su altar concentrándose por reunir en su alma toda la fuerza de su magia. Ni siquiera invocó a los cuatro elementos y a los dioses. No deseaba que Ellos fuesen testigos de aquel momento. Sólo le bastaba con sus intenciones, con sus deseos, con la presencia del fuego y el impetuoso aroma del incienso; el que, lentamente, comenzó a serenarla, desvaneciendo los ecos de la inmensa desolación que la había instado a llorar sin tregua y sin consuelo.

De repente, cuando más sumida se hallaba en sus cavilaciones, perdida en la inmensidad de sus deseos, alguien llamó con insistencia a la puerta de su cabaña. La magia en la que se había encerrado se desvaneció de pronto, sin que nadie pudiese evitarlo, y regresó a la realidad sintiendo que aquel místico momento se rompía en pedazos irreparables. Se preguntó quién se había dignado visitarla. Ningún miembro del aquelarre solía acudir a su cabaña, a menos que ella lo invitase explícitamente.

Cuando abrió la puerta, el desaliento y el miedo más desgarradores se apoderaron de sus nocturnos ojos. No obstante, se esforzó por parecer serena y sobre todo valiente. No deseaba que nadie la intimidase, ya no. Estaba dispuesta a fingir que se encontraba fuerte y estable para evitar que los demás captasen los verdaderos sentimientos que le anegaban el alma.

Moira la miraba con ironía y le dedicaba una sonrisa hiriente que a Agnes se le clavó en el corazón. Se preguntó, desganada y estremecida, qué hacía allí aquella mujer que tanto la detestaba.

     Hola, Agnes —la saludó Moira aún sonriéndole falsamente—. Me gustaría hablar contigo. ¿Puedo pasar a tu cabaña?

     Prefiero que conversemos mientras caminamos por el bosque —le contestó esforzándose por expresarse con serenidad.

     Vamos, Agnes, tu cabaña está a más de dos horas andando de mi casa. ¿Ni siquiera vas a ofrecerme un vaso de agua?

     ¿Por qué viniste? —le preguntó cerrando la puerta tras de sí para evitar que Moira se fijase en el interior de su casa.

     Porque quiero darte ánimos.

     ¿Cómo?

     Sé lo que ha ocurrido en Galicia. Deseaba venir antes para preguntarte cómo te encontrabas, pero dudaba de que estuvieses aquí. Yo creía que habrías regresado a tu tierra para ayudar.

     Iba a hacerlo, pero...

     Agnes, amando como amas el lugar donde naciste, no entiendo qué haces aquí. No la querrás tanto como dices si ni siquiera eres capaz de viajar allí cuando ella más te necesita; pero entiendo también que Gaya y Gilbert te hayan prohibido ir hasta allí. Estás enferma. Fíjate, Agnes, ni siquiera sirves para auxiliar a tu tierra cuando ella te lo pide a gritos. Qué pena, ¿verdad? —se rió con desprecio.

     Moira, si acudiste a mi casa para insultarme, ya puedes irte por donde viniste.

     Mi intención no es insultarte.

     Pues tus palabras son muy dañinas —le indicó mirándola cada vez con más rabia e impotencia.

     Para ningún miembro del aquelarre es un misterio que tú estás loca, que padeces una enfermedad horrible que te impide cumplir tus sueños. Ahora entiendo por qué vives aquí, tan lejos de cualquier persona. Habitas en un lugar como éste porque eres peligrosa, porque lo más conveniente es que una turbada como tú ni siquiera se acerque al animal más feroz.

     Vete, Moira. No quiero que estés aquí.

     Lamento avisarte de que Gilbert y Gaya me pidieron que estuviese pendiente de ti —le advirtió mientras la empujaba con rapidez y se adentraba sin su permiso en su cabaña—. Vaya, es un lugar mucho más acogedor de lo que pensaba. además, lo tienes todo muy bien ordenado. Yo creía que las personas que padecían una enfermedad como la tuya eran extremadamente desorganizadas —declaró mirando a su alrededor. En esos momentos, la rabia y la impotencia que latían en el alma de Agnes se habían intensificado irreversiblemente. Agnes se esforzaba por no gritar ni expulsar con violencia a Moira de su casa—. ¿Y dónde está tu serpiente? Tengo entendido que eres amiga de una cobra real, pero ya dudaba de que aquello fuese cierto.

     Por favor, Moira, te suplico que te vayas de aquí. Tengo muchas cosas que hacer y no puedo atenderte.

     ¿Y qué cosas tienes que hacer?

     ¿Y a ti qué te importa? —le preguntó con una repentina agresividad que incluso a ella misma le estremeció—. ¡Viniste solamente para insultarme y para despreciarme, así que lo mejor será que te marches antes de que te arrepientas de haberte entrometido en mi vida!

     Ahora sí, ahora sí eres quien yo sabía que eras. No me creía que fueses esa mujer tan cariñosa, dulce y mágica que Gilbert aseguraba que eras. En realidad, tienes el alma llena de odio y eres cruel, tan cruel como esas personas que no han movido ni un dedo para evitar que tu tierra se cubra de fuel —se burló mirándola con muchísima rabia—. Y, para colmo, te quedas aquí mientras el mundo entero se vuelca en ayudarla. No sirves para nada, Agnes. Tu enfermedad ni siquiera te permite ser libre. Para vivir así, ¿no crees que es mejor que estés muerta?

     Cállate —le ordenó casi sin poder hablar. Le ardía en el alma una rabia interminable e indestructible que estaba a punto de arrebatarle la poca serenidad que le permitía respirar con calma—. Vete de aquí, Moira. ¡Vete de mi casa!

     Sí, me iré; pero no lo haré porque tú me lo pidas, sino porque no soporto estar a tu lado. Irradias una energía horrible y muy oscura. Lo mejor es que desaparezcas, Agnes. Nadie te extrañará si te mueres.

Moira se dirigió hacia ella y, rápidamente, le escupió en la cara con un desprecio sobrecogedor. Agnes trató de mirarla con los ojos anegados en toda la rabia que sentía, pero Moira se encaminó hacia la puerta mucho antes de que Agnes pudiese reaccionar. Sin embargo, sin que ni siquiera Agnes lo previese, Némesis salió repentinamente de la alcoba de Agnes y se lanzó hacia Moira con una agilidad que a Agnes le arrebató el aliento. No obstante, notó que la valentía que inundaba el corazón de Némesis se le transmitía a su alma a través de la hipnótica mirada de su amiga.

     ¡Ah! —gritó Moira al notar que Némesis la envolvía en su poderoso y majestuoso cuerpo—. ¡Quítame de encima este bicho! —le ordenó a Agnes perdiendo de repente la calma.

     No vuelvas a aparecer por aquí, Moira. No quiero verte nunca más. ¿Me entendiste? —le preguntó desafiante acercándose a ella y mirándola con una rabia interminable—. Eres cruel. No eres una buena mujer. No eres bondadosa ni tampoco tienes el alma llena de magia. Eres oscura como la tormenta más destructiva.

     Estás hablando de ti, asquerosa meiga —le espetó con repugnancia.

Al oír aquellas palabras, la impotencia que le anegaba toda el alma se intensificó hasta convertirse en el sentimiento más poderoso que Agnes experimentaba en su vida. Perdió la estela de sus pensamientos y de sus valores y lo único que ansió fue devolverle a Moira la negativa energía que le había lanzado a través de sus horribles acusaciones.

     Némesis, esta muller é malvada. Mórdelle, Némesis, para que entenda que nós somos moito máis fortes que ela, pero non a mates. Non quero que pensen que ti es cruel, miña Némesis.

Al oír las palabras que Agnes le dirigió a su amiga, Moira notó que el corazón comenzaba a latirle con una velocidad vertiginosa. Creyó que moriría sin que nadie pudiese rescatarla. Entonces, el desprecio que le profesaba a Agnes se tornó en un odio que volvió refulgentes sus ojos verdes.

     Eres despreciable y repugnante —le susurró casi inaudiblemente.

     Némesis, queridiña, faino agora —le ordenó mientras la acariciaba con muchísima ternura.

Entonces Némesis hundió sus peligrosos colmillos en el brazo de Moira, quien, al sentir la mordedura de la serpiente, gritó con una fuerza devastadora. Némesis se alejó de ella en cuanto advirtió que había deshecho con su ataque la estúpida valentía con la que Moira había insultado y despreciado a su amiga.

     Esto no quedará así, Agnes —le aseguró presionándose el lugar en el que Némesis le había mordido—. Les explicaré a todos los miembros del aquelarre lo que ha ocurrido y te encerrarán de nuevo en el sanatorio del que jamás deberías haber salido.

Agnes no le contestó. Se agachó junto a Némesis y la miró con mucho cariño a los ojos mientras le susurraba palabras que Moira no era capaz de oír. En aquellos momentos Moira comprendió cuán turbada estaba Agnes, cuánta ayuda necesitaba, con cuánta fuerza temblaba su mundo. Sin embargo, el pavor que sentía no le permitió prestarles atención a aquellos detalles tan desalentadores e importantes. Huyó de su lado mucho antes de que Agnes pudiese advertir que se había alejado de ellas y corrió entre los árboles en busca de alguien que pudiese ayudarla. Creía que el veneno de Némesis estaba a punto de deshacer su vida y aquella posibilidad la asustaba tanto que apenas podía pensar con claridad.

Sin embargo, enseguida se percató de que aquel veneno ni siquiera hacía temblar su equilibrio. Creía que enseguida se apoderaría de su cuerpo un intenso mareo que le arrebataría la consciencia, pero los segundos transcurrían sin que mudase un ápice la fortaleza que se desprendía de su ser. El alivio más poderoso se esparció por todo su cuerpo cuando dedujo que Némesis no le había inyectado ni una gota de su poderosa ponzoña.

Decidió que no le explicaría a nadie lo que había ocurrido entre Agnes y ella. Sabía que Gaya sentía por Agnes un amor mucho más potente que el que le profesaba a ella y también era consciente de que enseguida adivinarían que Agnes había perdido la calma por culpa suya. No quería que nadie se enterase de cómo se había comportado con aquella mujer tan turbada. Se preguntó por qué la detestaba tanto, por qué su solo recuerdo le inspiraba tanta rabia; mas jamás conseguiría comprender por qué el alma se le llenaba de aquellos horribles sentimientos cuando se hallaba junto a Agnes o cuando pensaba en ella.

A partir de aquel día, Agnes se sumió en una tristeza que le arrebató por completo la energía que le permitía abrir los ojos todos los días. Permanecía la mayor parte del tiempo encerrada en su cabaña leyendo o escribiendo junto a Némesis, quien solamente la dejaba sola para poder alimentarse; pero enseguida regresaba a su lado y la calmaba con su cercanía. Agnes agradecía profundamente la presencia de Némesis. Sabía que, si ella no estuviese a su vera, se habría hundido irreversiblemente.

Además, ser consciente de que su amada tierra estaba sufriendo la peor catástrofe que jamás pudo haberla atacado la desolaba muchísimo más. Se sentía incapaz de respirar cuando el recuerdo de Galicia se le esparcía por la mente. Además, se preguntaba continuamente si Gilbert y Gaya serían capaces de ayudarla. Cuando pensaba en ellos, notaba que el desaliento que experimentaba se convertía en una infinita punzada de dolor. Aunque todavía los quisiese muchísimo, le costaría mucho olvidar que le hubiesen impedido viajar junto a ellos en un momento en el que ella tanto necesitaba regresar a Galicia.

Transcurrieron los días en una espesa melancolía. El invierno ya perlaba los amaneceres, volviendo gélidas las sombras de la noche. Parecía como si el tiempo se hubiese detenido en un anochecer interminable. Cuando nacía un nuevo día entre las cumbres de las montañas, se esparcía por el bosque una tensa sensación de soledad que a Agnes le helaba el alma. Le costaba mucho captar el latido de la vida entre los árboles, emanando de la tierra o del murmullo del agua.

Agnes vivía casi sin sentir, sin percibir lo que la rodeaba. Se movía casi por impulso. Respondía a su rutina prácticamente sin apercibirse de cada una de las tareas que realizaba. Apenas comía y cuando la tarde más brillaba se bañaba en las frías aguas del lago que se hallaba tan cerquita de su casa, pero ni siquiera notaba el frío que la envolvía y que tanto le hacía temblar. Se secaba junto a la lumbre sin pensar en nada, sin recordar apenas.

Gaya y Gilbert regresaron sin que Agnes ni siquiera advirtiese que ya habían pasado dos semanas de aquel día en el que ellos se marcharon llevándose consigo todos sus deseos y sus esperanzas. Ninguno de los dos había dejado de pensar en ella durante aquel tiempo, ni siquiera cuando más difíciles se volvían las tareas que tenían que llevar a cabo. Nunca podrían olvidar aquellos duros días en los que habían luchado por retirar del mar la mayor cantidad posible de aquella sustancia que tanto la contaminaba, que tanto detenía la vida de aquellos lares.

     Agnes, querida mía —la saludó Gaya abrazándola con mucha dulzura—. ¿Cómo estás, cariño?

     ¿cómo os fue, Gaya? —le cuestionó ignorando sus palabras.

     Ha sido muy duro, Agnes. Nos habría gustado quedarnos más tiempo, pero no podíamos. Aquí tenemos también nuestra vida y, además, ya habíamos sacado los billetes para volver. Agnes, muchísimas personas están dispuestas a ayudar en todo lo que sea necesario; pero lamentablemente este desastre todavía no ha terminado.

Agnes intentó escuchar con nitidez las palabras que Gaya le dirigía, pero le costaba muchísimo prestarles atención a todas las certezas que le comunicaba. Le parecía que Gaya estaba describiendo una realidad que no formaba parte de su dimensión. En aquellos momentos, incluso le resultaba muy complicado sentirse en el mundo, encontrarse en la vida, en los días y en las noches que vivía. De vez en cuando se percataba de que podía permanecer durante horas sumida en una quietud que silenciaba todos sus sentimientos. No obstante, no dudaba de que aquéllos eran precisamente los efectos más terribles de la depresión que padecía.

     Créeme, Agnes, este horrible momento tendrá fin. Deberán pasar varios meses hasta que Galicia se haya recuperado de lo que ha ocurrido, pero resurgirá, cariño. Y tú también renacerás de esta honda tristeza que tanto te asfixia. Te lo prometo. Confía en mí.

Agnes le asintió levemente con la cabeza. Era incapaz de creer en las palabras de Gaya, pero no deseaba que ella lo supiese. Prefirió luchar por convencerla de que se encontraba bien y que en realidad aquellos días en los que había permanecido sumida en la soledad más profunda la habían ayudado a recuperar la energía que había empezado a perder. No obstante, Gaya adivinaba a la perfección que Agnes estaba mintiéndole y que le ocultaba los verdaderos sentimientos que le anegaban el alma.

Diciembre llegó convirtiendo en hielo el relente de la noche. Alboreaba quedamente sobre los prados helados y de vez en cuando llovía con timidez, como si aquellas delicadas gotas temiesen despertar a la naturaleza del sopor en el que el invierno deseaba sumirla.

Fueron unas semanas muy extrañas. Gaya y Gilbert se esforzaron por ayudar a Agnes a recuperar la ilusión que podía impelerla a vivir, pero parecía como si su aliento se hubiese desvanecido para siempre. No obstante, ninguno de los dos había perdido la esperanza de que ella renacería cuando la primavera arrancase los primeros brotes de vida de la tierra, cuando el paso del tiempo le demostrase a Agnes que Galicia también podría resurgir de las sombras que la habían invadido.
 
 

2 comentarios:

  1. ¡La catástrofe del Prestige! Aunque sabía que este episodio iba a aparecer antes o después en la novela, no esperaba que me conmoviera tanto en los recuerdos, es decir, hasta ahora la novela era algo ajeno a mí, fuera de mi mundo, y aquí ha enganchado conmigo y con mi vida a través de mis recuerdos; supongo que para los que no vivieron esos momentos será diferente, y también al revés, para los gallegos o los que participaron activamente en la limpieza de las playas será aún más impactante que para mí. Pobre Agnes, se le junta todo. Primero sus premoniciones, en eso Gaya y Gilbert sí tienen la valentía de aceptar desde el principio que se trata de verdaderos presagios, y mira que cuesta pensar que no está fantaseando, pero efectivamente no eran delirios, por mucho que la propia Agnes estoy seguro que se hubiera alegrado muchísimo si eso hubieran sido. Tanto las partes en que está sola, hablando con Némesis en gallego, o consigo misma, como las que busca el contacto de Gilbert y Gaya están muy bien escritas, se transmite la angustia y la desazón de no saber qué hacer, de no poder estar tranquila ni de día ni de noche, las pesadillas son para poner los pelos de punta a cualquiera... Pero luego viene eso de dejarla allí, pobrecita, y encima con Moira de... buf... no sé cómo llamarla... cuidadora. Te confieso que me temí lo peor cuando Némesis la muerde, pero bien merecido que se lo tenía, mucho me parece a mí que no se va a quedar ahí la cosa y que tratará de buscar la ruína de Agnes, si tras el mordisco la hubiera denunciado a la policía ya estaría el lío armado, pero aunque eso no ha ocurrido estoy seguro que vendrán más penalidades para Agnes desde ese lado.
    Es que la decisión de Gaya y Gilbert ya sabes que yo no la comparto mucho, al menos habría usado sus manos para ayudar a su querida Galicia, no sé, tal vez luego no la habrían podido arrancar de allí... es difícil, sí, pero yo me la hubiera llevado seguro. Finalmente, regresan, y ahora tendrán que reconstruir mutuamente lo que ha ocurrido en su ausencia. ¿Cómo tomarán ellos lo que pasó con Moira? ¿y cómo vivirá Agnes el desastre de Galicia? Seguro que queda mucho por descubrir de eso... por lo pronto aquí no he parado de recordar y sentir esos momentos, que si fueron malos para mí, mucho peores lo serían para los gallegos... ¡¡¡¡nunca mais!!!!

    ResponderEliminar
  2. Ha sido sorprendente comprobar cómo has incluido la tragedia del Prestige en la novela. Con mucha maestría has conseguido plasmar lo que se vivió en aquellos momentos con la vida de Agnes. Es cierto que en este capítulo todo parece más cercano y como que te toca más de cerca. Has creado un mundo que puede ser real, eso está claro, pero con este capítulo nos has introducido definitivamente en ese mundo y viceversa, has traído ese mundo al nuestro.

    Cuando empieza con la ola oscura me imaginaba que era algo metafórico, no real. Conforme iba leyendo me he percatado de que era algo tal cual lo predecía. Me contaste una vez que estabas buscando información y hablamos largo y tendido del tema, por lo que en seguida he sabido que se trataba del Prestige.

    Has toca el tema con mucha sutileza, ternura y tristeza, pero también con las palabras de Agnes has dado carpetazo sobre la mesa y has dicho cuatro verdades sobre lo que ocurrió. Otra de tus reivindicaciones, ya míticas en tus novelas.

    El eje central, el pilar de la novela es Galicia, no cabe duda. Es más, Galicia es al igual que en su momento fue Lacnischa, un persona de la novela. Está a todas horas omnipresente y es el motivo de la tristeza continua de Agnes. Me encanta como has integrado lo del prestige en este capítulo, magistral.

    Me he quedado un poco de piedra cuando Gilbert y Gaya no le permiten ir a Galicia. En mi opinión un gran error. Ver la catástrofe sería muy doloroso para ella pero yo creo que el ayudar, poner de su parte para la recuperación y ver a las personas colaborar desinteresadamente de todos los puntos del mundo le habría ayudado mucho. Habría sido una terapia para su recuperación. Además, habría regresado a su tierra, ¿es que no se dan cuenta que daño no le puede hacer volver a Galicia? Normal que le quede algo de rencor en su interior...

    Moira es un bicho malo, pero que muy malo. Menuda perturbada. Se pega una caminata de dos horas para ir a insultarla en su cara y descalificarla, ¡menuda tiparraca! Me he alegrado cuando Némesis la ha mordido, aunque menos mal que no le ha inyectado veneno...eso le habría traído muchos problemas e incluso que la puedan ingresar otra vez en el psiquiátrico.

    Un capítulo espectacular, muy emotivo. Me ha gustado mucho, Ntoch!!!!

    ResponderEliminar