domingo, 27 de agosto de 2017

EL ABRAZO DE LA TIERRA: CAPÍTULO 20. EL ANHELO DESESPERADO DE UN PERDÓN


Capítulo 20

 

El anhelo desesperado de un perdón

 

Ya había llegado el invierno. Se había esparcido por el bosque y llovía del cielo gris de las mañanas un poderoso frío que había deshecho los últimos destellos con los que el otoño había tratado de quebrar las sombras de la muerte de la naturaleza; mas el otoño había sucumbido al poder del invierno. Se habían marchado las tibias brisas con las que el viento deseaba consolar a las desnudas ramas de los árboles y unas intensas lluvias habían alejado de cualquier rincón el más sutil ápice de vida. Parecía como si el firmamento quisiese desahogar una pena inconsolable. Las estrellas se habían silenciado y la luna apenas se atrevía a fulgurar. Su cenizo esplendor trataba de atravesar las brumas con las que el invierno había cubierto todos los rincones de aquel bosque tan mágico y poderoso; pero ni tan sólo su quieto resplandor conseguía mitigar la vigorosa oscuridad que había devorado el espejismo de cualquier esperanza.

Cuando el invierno se apoderó de la naturaleza, desvaneciendo los últimos susurros con los que el otoño se despedía de los bosques, entonces Agnes decidió que había llegado el momento de luchar por renacer y por recuperar el amor de las personas que tanto ella quería, a quienes tanto extrañaba. Había permanecido demasiado tiempo lejos de ellas. Sin embargo, se planteaba la triste posibilidad de que, tal vez, sus esfuerzos fuesen completamente banales y absurdos; pero no deseaba que se alejasen de ella sin que hubiese intentado, una última vez, mirarlos a los ojos y confesarles cuánto los añoraba y los amaba todavía.

Una mañana gris de enero, tan fría como el último aliento de una vida que muere trémulamente en la oscuridad del olvido, Agnes se dirigió hacia la cabaña de Neftis. Era sábado, por lo que estaba segura de que podría encontrarla en su hogar. Mientras recorría la distancia que la separaba de aquella morada donde tantos bellos momentos había vivido, en la que no se introducía desde hacía ya tanto tiempo, intentó recuperar la energía vigorosa que llevaba palpitándole en el alma desde hacía varios meses; pero estaba tan nerviosa, tan conmovida y sensible que apenas podía dominar sus emociones. Además, había estallado por dentro de ella toda la añoranza que le invadía el corazón cada vez que se acordaba de Neftis y de todos los instantes que habían compartido. En aquellos momentos, aquella nostalgia por lo perdido, por lo que quizá nunca más regresaría, la empequeñecía tanto que no se encontraba ni siquiera en sus propios pensamientos.

Mas anhelaba ser fuerte, anhelaba demostrarle a Neftis que ella no era la mujer triste y oscura por la que tanta lástima sentían todos. Ella era fuerte, mucho más fuerte de lo que nadie pensaba, y estaba segura de que lo único que le faltaba para poder enfrentarse con valentía a la vida era su amor, el amor de todos aquéllos que le habían prometido que siempre estarían a su lado y que nunca la dejarían sola.

Al fin, sin esperárselo, llegó a la casa de Neftis. Estaba tan sumida en sus pensamientos que apenas había advertido que se hallaba tan cerca de aquella cabaña tan entrañable y acogedora. Cuando descubrió que le faltaban unos pocos metros para tañer con sus manos la puerta del hogar de Neftis, se estremeció de nervios e inseguridad. La frágil valentía que la había impelido hasta allí se convirtió en miedo y en nostalgia.

Sin embargo, aunque su alma se lo rogase desesperadamente, ella no se marcharía de allí. No permitiría que aquellos sentimientos tan paralizantes la disuadiesen de la idea de hablar con Neftis. Así pues, ignorando la voz de su corazón, llamó delicadamente a la puerta de aquella morada de la que se desprendía tanta serenidad.

Neftis apenas tardó unos instantes en abrir. Cuando descubrió que quien aguardaba su atención era Agnes, se quedó quieta y queda. Ni siquiera susurraban sus ojos grandes y rasgados. Agnes se percató de que la mirada de Neftis se había anegado en extrañeza y decepción, pero intentó huir de aquellas tristes impresiones que tanto desmoronarían su seguridad.

     Hola, Neftis —la saludó tratando de expresarse con firmeza y ternura—. ¿Puedo hablar contigo?

     Ahora no puedo atenderte, Agnes —le contestó ella con distancia empezando a cerrar la puerta.

     ¿Por qué? —le preguntó ella incapaz de dominar la impotencia que sentía.

     Porque estoy ocupada, Agnes. Estoy esperando a alguien.

     Me iré cuando llegue. Por favor, Neftis, no me apartes de tu lado. Necesito hablar contigo —le suplicó acercándose más a ella. Ya tenía los ojos llenos de lágrimas. Agnes se enfureció consigo misma por ser tan débil, por no poder fingir ni siquiera durante unos efímeros instantes que se encontraba mucho mejor de lo que los demás creían—. Te prometo que no te quitaré mucho tiempo.

     Está bien —le sonrió inquieta mientras se apartaba de la puerta—. Pasa, anda.

Cuando Agnes se introdujo en aquella cabaña tan acogedora, notó que la magia más tersa la envolvía y que el calor más agradable deshacía el frío que se le había adherido a la piel. En la chimenea ardía una lumbre muy tierna que la arropó como si de veras estuviese hecha de todo el amor de la Tierra.

     ¿DE qué quieres hablar conmigo? —le preguntó Neftis acercándose a Agnes, quien se había detenido junto al fuego para calentarse las manos.

Agnes intentó ordenar sus pensamientos, pero las intensas emociones que le anegaban el alma habían derramado sobre su mente unas brumas opacas que apenas le permitían ser consciente de lo que anhelaba expresar. Entonces se percató de que no podía seguir resguardando en su corazón todas aquellas certezas que durante tanto tiempo le habían golpeado en el pecho. Comenzó a hablar apenas sin prestarles atención a sus palabras, apenas sin prever las frases que pronunciaba.

     Neftis, te extraño muchísimo. No puedo vivir más tiempo sin ti. Te quiero mucho, aunque te cueste creerlo. Contigo viví un sinfín de momentos hermosos que nunca olvidaré. Quiero pedirte perdón por todo el daño que te hice, Neftis. TE juro que, si yo hubiese podido controlar mis sentimientos, me habría enamorado de ti, no lo dudes. Neftis, no sigas distanciada de mí. Tampoco entiendo por qué me tratas así, por qué llevas tanto tiempo sin mirarme con cariño. La forma como te comportas conmigo me duele profundamente en el corazón, Neftis. No entiendo por qué me hablas con tanta frialdad, por qué me demuestras con tanta apatía que ya no te importo, por qué ante los demás te refieres a mí como si no me conocieses, como si en realidad nunca hubiésemos compartido nada. Al principio creí que sólo te dominaba el rencor más estridente, pero ahora ya no comprendo lo que te ocurre, ya no sé qué hacer para recuperarte. ¿Por qué me odias tanto, Neftis?

     Yo no te odio, Agnes —le contestó ella sobrecogida. El disfraz de mujer fría y apática se había hecho trizas al oír el modo como Agnes le hablaba, al sentir todo el desconsuelo que le invadía el alma a aquella mujer que, al fin, estaba confesándole cuánto la necesitaba, estaba pidiéndole a gritos que regresase a su lado—. Te aseguro que yo nunca te profesé rencor ni rabia.

     No es cierto. Cuando nos reencontramos en Beltane, me di cuenta de que habías cambiado mucho y que ya no eras la misma conmigo. Neftis, yo te necesito muchísimo y sé que tú a mí también. Vuelve junto a mí, Neftis, por favor.

Entonces Neftis se percató de que Agnes estaba completamente desesperada. Ansiaba recuperarla con una desgarradora fuerza, con una potencia que la intimidaba, que empequeñecía su bella y mágica alma. Percibirla tan deshecha le perforó el corazón y destruyó definitivamente la actitud fría y distante que llevaba manteniendo con ella desde hacía tanto tiempo.

Agnes lloraba en silencio, pero su llanto era punzante, era denso y oscuro como las noches más invernales y frías. Neftis ansió protegerla entre sus brazos, pero no se atrevía a acercarse a ella. El desconsuelo que atacaba a Agnes la intimidaba tanto que apenas se creía capaz de pensar con claridad. En aquellos momentos, sólo podía asegurar que había intentado esconder el amor que todavía sentía por Agnes tras aquella máscara de frialdad y distancia que a Agnes tanto le había destrozado el corazón.

     Perdóname a mí, Agnes —le musitó muy quedo acercándose al fin a ella—. He sido muy cruel contigo. No te mereces que te haya tratado así ni que te haya dejado tan sola.

     Lo que más me duele es que piensas que ya no te quiero, que me olvidé de ti y de todo lo que compartimos. No soporto sentir el desprecio que emana de tus ojos y de tu voz cada vez que me hablas. Es horrible que alguien que quieres tanto se comporte así contigo —suspiraba ella intentando expresarse con serenidad, pero se le había derramado por toda el alma aquel infinito desconsuelo que había intentado proteger en su corazón—. Puede que ya sea demasiado tarde, pero no deseaba que te alejases definitivamente de mí sin haberte pedido, una última vez, que regreses junto a mí.

     No es demasiado tarde, Agnes. Nunca es demasiado tarde si se ama de verdad —le comunicó ella abrazándola muy tiernamente.

En aquellos momentos, ninguna de las dos era plenamente consciente de lo que anhelaba y sentía. Un torbellino de sensaciones y de emociones asfixiantes y profundas se había desatado en el alma de Agnes y Neftis percibía que Agnes se hallaba cada vez más rendida entre sus brazos, a su inquebrantable voluntad.

Neftis se percató de que sentir tan cerca a Agnes la estremecía profunda y cálidamente. Hacía ya mucho tiempo que creía que ya se había desvanecido el amor que le había profesado a aquella mujer tan mágica, pero, en aquellos instantes, las reacciones de su cuerpo le desvelaban que, en realidad, todavía la amaba con una entrega devastadora y que la deseaba con un vigor que podría derruir cualquier muro, cualquier montaña ancestral.

Y lo que más la sobrecogía era notar que Agnes percibía los sentimientos y las sensaciones que le anegaban el alma, era ser consciente de que Agnes podía sentir cuánto la deseaba. Sin embargo, Agnes no se alejaba de ella, al contrario, parecía cada vez más hundida en aquel cariño que Neftis le entregaba con tanta tibieza; aquél que ella tanto había añorado, aquél con el que Neftis tanto había ansiado protegerla.

     No volveré a dejarte sola, te lo prometo, Agnes —le musitó muy tiernamente mientras le acariciaba las mejillas—. Perdóname. No sé por qué he permitido que pase tanto tiempo. Eres tan frágil y yo he sido tan estúpida...

     No quiero que te guardes rencor a ti misma. No merece la pena, Neftis. Lo que importa es que ahora estamos juntas de nuevo —le respondió Agnes arrimándose más a Neftis, como si temiese que la tristeza que le latía incansablemente en el alma pudiese separarla de ella.

     Yo también te he añorado muchísimo, Agnes.

Sin dominar ni retener sus manos, Neftis comenzó a acariciar a Agnes con una dulzura que le latía con una calidez desbocada, como si de repente la piel de Agnes se hubiese tornado en el reflejo de la lumbre que ardía junto a ellas.

     ¿No tienes miedo? —le preguntó Neftis acercándose más a Agnes.

     ¿Por qué debería tenerlo?

     Has vuelto junto a alguien que todavía te quiere con locura, que te trataba con tanta distancia y frialdad porque no quería que percibieses lo triste que estaba por no poder tenerte.

Agnes no le contestó. Solamente cerró los ojos y se apoyó en el hombro de Neftis, quien cada vez la acariciaba con más suavidad y cariño. Entonces Neftis advirtió que Agnes estaba rindiéndose al amor que ella le profesaba y al repentino deseo que se le había esparcido por todo su ser.

Cada vez la tenía más cerca, más arrimada a su cuerpo, más al alcance de sus cálidas manos. Neftis ni tan sólo era capaz de preguntarse si aquel momento era real o si era uno de aquellos sueños que tanto se le habían repetido durante tanto tiempo. Le parecía imposible creer que Agnes se hallase tan unida a ella en un abrazo que en absoluto musitaba con la voz de la amistad.

     Tengo saudade de ti, Agnes —le susurró muy quedo acercándose más a ella, a sus labios, a sus ojos—. En tu tierra llamáis así a la melancolía más intensa, ¿verdad?

     Sí... Es esa nostalgia aguda e insoportable que destruye el corazón —le contestó ella con añoranza.

Agnes notó que Neftis la envolvía en aquel abrazo cálido con el que tantas veces había tratado de seducirla, pero no se apartó de ella, ni siquiera cuando percibió que Neftis se hallaba cada vez más cerca de sus labios. Podían respirar el mismo aire, podían incluso hundirse en una única mirada, pero Agnes no sentía ni miedo ni inquietud. Había extrañado tanto a Neftis y estaba tan desesperada que no se creía capaz de oponerse a que aquel tierno momento que vivían se volviese dulcemente sensual.

Ambas supieron que, si nadie interrumpía aquel instante, si nadie las detenía, llegarían mucho más lejos que nunca, se sumergirían en una realidad inesperada de la que nadie jamás les había hablado. Agnes, incluso, pensó que aquel momento no era real, que de repente éste se desvanecería y la lanzaría de nuevo al abismo de la oscura tristeza que había inundado sus días.

Mas los segundos transcurrían sin que ninguna de las dos se dignase apartarse de la otra, aunque supiesen que aquel instante no tenía sentido, aunque fuesen plenamente conscientes de que no se amaban, de que había quedado muy lejos ese profundo sentimiento que tanto había hecho temblar el suelo de sus vidas.

Neftis ignoró con violencia la voz de su razón; la que le rogaba que se retirase de Agnes antes de que cometiese un error irreversible que ya no tenía sentido, que nunca tendría que existir. Neftis sólo deseaba que aquel momento se alargase hasta el fin de la eternidad. Gritaban mucho más que nunca las sensaciones y las emociones que vivían en su aterida alma; las que le revelaban que no le importaba que Agnes se entregase a ella sólo dominada por ese deseo que tanto las había unido, que tanto las unía.

Neftis sabía que aquella vez Agnes no se apartaría de ella. Agnes se había deshecho entre sus brazos y en aquellos momentos su materia era moldeable. Su alma se había convertido en una suave brisa que ella podía acoger entre sus manos. Ser consciente de que al fin la tenía tan irrevocablemente unida a ella le llenó el corazón de tibieza y felicidad. Notó que su sangre se tornaba en el reflejo de la lava más abrasadora cuando se imaginó yaciendo con Agnes junto a la lumbre, teniendo al alcance de sus dedos todos los rincones de su cuerpo, de su atractivo y mágico cuerpo.

Agnes pensaba que, si Neftis volvía junto a ella y le entregaba todo aquel amor que ella creía que todavía sentía por ella, toda su tristeza y sus miedos se desvanecerían, ya no la asustaría la posibilidad de encontrarse con Mila dondequiera que fuese e incluso no le afectaría que Mila formase parte de su vida.

No obstante, Agnes no había dejado de ser consciente de que ella no amaba a Neftis. No estaba enamorada de ella. Únicamente se sentía sola y desesperada; mas en aquellos instantes la imperiosa necesidad de que alguien la protegiese le impedía pensar con claridad. Sólo notaba que las manos y la cercanía de Neftis la amparaban de todo aquel dolor que no se silenciaba nunca, que continuamente tornaba sus sueños en pesadillas, que la asfixiaba dondequiera que se hallase, que intentaba derruir la energía hermosa y brillante con la que ella pretendía enfrentarse a cada nuevo día.

Su alma intentaba revelarle que anhelaba recuperar a Neftis para ser más fuerte, para sentirse más valiente cuando Mila regresase irrevocablemente a su vida. Creía que, si Neftis se hallaba junto a ella, Mila jamás se atrevería a despreciarla ni a insultarla. Sin embargo, en aquellos momentos Agnes apenas oía los susurros con los que su alma trataba de comunicarse con ella.

     Te deseo, Agnes —le musitó Neftis de pronto muy quedo antes de rozarle los labios—. Te deseo y ahora nadie impedirá que...

Mas, cuando Neftis estaba a punto de besarla, alguien llamó con cuidado a la puerta de su cabaña. Agnes reaccionó de súbito y se apartó de Neftis antes de que incluso el aire que las rodeaba advirtiese que el alma se le había anegado en extrañeza y arrepentimiento. Apenas entendía por qué Neftis y ella se habían hallado tan inmensamente cerca, por qué Neftis estaba tan arrimada a sus labios.

     Es Gaya —le desveló Neftis susurrando inaudiblemente.

Al saber que Gaya se hallaba tan cerca de ella, los nervios más intensos se apoderaron de su alma. Agnes llevaba ansiando hablar con Gaya desde hacía meses y, hasta entonces, la Diosa no le había ofrecido la oportunidad de confesarle a aquella mujer tan buena y mágica cuánto la quería todavía, cuánto se arrepentía de haber permanecido tan lejos de ella durante tanto tiempo. Y de repente tenía ante sí la posibilidad de pedirle perdón.

Neftis abrió a Gaya intentando ignorar la voz de su alma; la que gritaba con impotencia por dentro de ella. Se sentía levemente desorientada. Le costaba aceptar el significado de aquellos momentos y también se arrepentía de haber sido tan sincera con Agnes. Experimentó hacia sí misma una infinita rabia que ensombreció sus ojos; los que hasta entonces sólo habían irradiado amor y deseo.

Cuando Gaya se hundió en los ojos de Neftis, enseguida se percató de que el alma de aquella mujer a la que tanto quería estaba llena de desconsuelo. Al descubrir que Neftis no estaba sola y que Agnes se hallaba allí, tan cerca de ella, percibió que se sobrecogía, que el poder de aquellos momentos la intimidaba profundamente. No obstante, supo esconder a la perfección sus emociones y sus sensaciones, aunque no pudo impedir que de los ojos se le desprendiese muchísima extrañeza cuando miró a Agnes.

Gaya llevaba tanto tiempo sin hablar con Agnes que apenas sabía cómo debía dirigirse a ella. Gaya ignoraba que lo único que Agnes necesitaba era cariño, era que ella la abrazase con la misma ternura con la que siempre la había tratado y que le asegurase que todavía la quería con plenitud y sinceridad, nada más. Agnes no precisaba de una profunda conversación que la convenciese de que en realidad no estaba tan sola como creía ni tampoco esperaba que Gaya le dedicase las palabras más hermosas de la Historia. Lo único que anhelaba era que la abrazasen fuerte, muy fuerte, protegiéndola al fin de su inmensa soledad.

Mas a veces somos tan inexpertos, tan torpes... y son precisamente esa torpeza y ese pedacito de ignorancia lo que puede derruir un alma que está a punto de deshacerse, de perder su equilibrio para siempre.

No fue el silencio con el que Gaya la saludó lo que tanto le destruyó el corazón a Agnes. Fue el vacío que encontró en sus ojos, fue la distancia con la que aquella mujer que tanto la había querido la miraba, fue la quietud que se había adueñado de sus brazos.

     Hola, Gaya —la saludó Neftis con cariño.

     ¿Llego en un buen momento? —le preguntó Gaya a Neftis como si Agnes no estuviese allí.

     Sí. Agnes había venido para pedirme perdón, pero ya se iba —le contestó Neftis con la misma distancia con la que llevaba dirigiéndose a Agnes desde hacía tanto tiempo—. Ya hablaremos en otro momento, Agnes.

     ¿Cómo te encuentras, Agnes? —le cuestionó Gaya intentando ser cortés.

Agnes se preguntó si de veras a Gaya le interesaban sus sentimientos y cómo se encontraba, pero no fue capaz de confesarle que desconfiaba de sus cercanas palabras; las que, sin embargo, al contrario de lo que Gaya había pretendido, habían sonado gélidas y distantes.

     Bien, gracias —le mintió descaradamente—. Sí, lo mejor será que me marche.

     Agnes, el jueves que viene celebramos Imbolc —le advirtió Gaya con delicadeza—. No sé si te interesa venir. No sé siquiera si sigues celebrando los Sabbats.

     Sí, los celebro íntimamente —le respondió ella con educación.

     ¿Vendrás, entonces? —la interrogó Neftis.

     No, no creo, pero gracias por invitarme.

Entonces Agnes salió de aquella dulce cabaña sin que ninguna de las dos mujeres que la veían irse impidiese que se alejase tan bruscamente de ellas. Agnes notaba que no les importaba que desapareciese. Sabía que las dos deseaban que se esfumase cuanto antes.

No obstante, cuando salió del hogar de Neftis, se quedó quieta y queda cerca de la puerta. No pudo evitar que se apoderase de su alma una intensa curiosidad que la obligó a escuchar atentamente la conversación que Gaya y Neftis habían comenzado a mantener.

     ¿Qué ha ocurrido con Agnes en realidad, Neftis? ¿Qué hacía aquí?

     He estado a punto de equivocarme. Estaba segura de que ella también me deseaba e incluso me ha parecido que me pedía que la amase, Gaya. Ha sido tan extraño...

     Agnes no está enamorada de ti, Neftis. No lo olvides, por favor. Agnes está muy desequilibrada. Es muy probable que ahora crea que te quiere de un modo especial porque la soledad en la que está sumergida la convence de que te necesita mucho más de lo que posiblemente te añore. Debes tener mucho cuidado con ella.

     No es cierto, Gaya. Agnes me necesita muchísimo y me extraña con una desesperación estremecedora. Si la hubieses oído pedirme que regresase junto a ella, no dudarías de sus sentimientos.

     No dudo de los sentimientos que ahora experimenta, pero sí de los que le invadirán el alma en el futuro. Recuerda que Agnes está gravemente enferma. Ninguna emoción que le nazca del corazón es duradera.

     Y, si está tan enferma, ¿por qué la dejáis tan sola?

     Porque no permite que la ayudemos.

     Al contrario, Gaya. Agnes ansía que la abracen, que la protejan, que le demuestren que aún la quieren; pero yo no puedo darle ese amor que me pide. No puedo darle ya más cariño ni comprensión. Prefiero que se aleje para siempre de mí. Me duele muchísimo mirarla y hablar con ella. Quiero superar este amor que se ha convertido ya en una obsesión para mí y no podré hacerlo jamás si ella no desaparece. Sólo saber que su casa está tan cerca de la mía y que es probable que, algún día, nos encontremos en el bosque me desestabiliza. ¿No hay forma de que se marche para siempre?

     Sí, hay dos opciones: que vuelva a Galicia o que Gilbert la interne de nuevo en ese hospital del que la rescató.

     No entiendo por qué Agnes no ha regresado todavía a Galicia. Tendría que haberse ido hace ya mucho tiempo.

     Ni siquiera tiene la valentía suficiente para volver y empezar allí una nueva vida. Sabe que está tan enferma que no será capaz de sobrevivir, aunque tenga a su alcance su aldea y esos bosques que tanto ama. No es capaz de nada, de nada.

     Hablas con mucho rencor de ella.

     Agnes me ha decepcionado profundamente, Neftis, y, además, intuyo que oscurecerá mucho más nuestra vida sin que nadie pueda evitarlo.

Aquellas palabras fueron para Agnes un interminable puñal que se le hundió sin regreso en el alma. Notó que se le repartía por todo el cuerpo un frío paralizante y punzante que le atenazaba los músculos y que le impedía respirar serenamente. Aquellas palabras fueron el empujón que la apartaron de allí y la a instaron a alejarse rápidamente de aquella cabaña en la que se encerraba tanto rencor, tanta desilusión, tanta miseria anímica, tanta hipocresía.

Hay emociones que se aferran a nuestra alma y la aprietan como si quisiesen exprimir toda su esencia. Notamos que unas manos férreas y agresivas quieren arrancárnosla y entonces nos falta el aire, nos ahogamos como si nuestro alrededor se hubiese convertido en un mar sin superficie ni fondo. Y, si a nuestro lado no hay nadie que nos tome de la mano y nos asegure que estamos vivos, que nada nos destruirá, nuestra asfixia se vuelve nuestra única realidad, percibimos que se ciernen sobre nosotros unas tinieblas oscuras y gélidas que deshacen todo lo que somos. Durante unos largos segundos, no nos acordamos de por qué sufrimos tanto, qué nos ha arrastrado hacia ese inmenso desconsuelo, qué hecho nos ha lanzado a ese abismo en el que no podemos respirar. Nuestra vida se reduce a ese horrible instante en el que de pronto somos lo más frágil y quebradizo de la Tierra.

Y fue precisamente lo que Agnes sintió cuando oyó cómo Gaya le descubría a Neftis las tristes emociones que le anegaban el alma. No obstante, enseguida comprendió que Gaya tenía demasiadas razones para experimentar aquella oscura decepción que tanto la había alejado de ella. Fue precisamente ser consciente de que ella misma había provocado aquella terrible situación lo que más la desalentó, lo que más la asustó y la asfixió.

     Se ninguén me quere, non merece a pena que viva aquí. Regresarei á miña terra sen que ninguén o saiba. Só Némesis virá comigo —se dijo notando que la profunda tristeza que le presionaba el pecho apenas le permitía susurrar.

Regresó a su cabaña sintiendo que todo lo que había sido levemente parte de su vida se deshacía. Por mucho que se esforzase por recuperar el amor de Gaya, no conseguiría desvanecer con su cercanía la decepción que le anegaba el alma, pues aquélla había nacido de hechos que ya eran inasibles e irremediables. Lo peor era que ni siquiera Agnes recordaba los acontecimientos que habían provocado aquella situación. Sólo sabía que Gaya tenía muchísimos motivos para haberse apartado de ella y para que se hubiese desvanecido el amor que siempre le había profesado.

Cuando llegó a su hogar, empezó a preparar rápidamente el pequeño equipaje que viajaría consigo. Todavía no sabía cómo podría llegar hasta Galicia. En su cabaña apenas tenía dinero para comprar un billete de tren y para vivir allí hasta que encontrase alguna ocupación que le permitiese subsistir con más holgura. Era Gilbert quien le entregaba lo que ella precisaba para comprar la comida o cualquier cosa que requiriese, pero en aquellos momentos Agnes ni siquiera se sentía capaz de recorrer la larga distancia que la separaba de la casa de Gilbert y mucho menos deseaba pedirle a él que la ayudase. Era plenamente consciente de que le impedirían marcharse, de que no le permitirían regresar a su tierra.

Cuando estaba introduciendo en una pequeña maleta la ropa que se llevaría, oyó que Némesis se adentraba en la cabaña y se dirigía hacia ella con extrañeza y sigilo. La miró intentando que de sus ojos emanase seguridad, pero estaba tan nerviosa que apenas podía gesticular. Entonces, justo en aquellos instantes, cayó en la cuenta de que Némesis no podía viajar con ella. No habría forma de introducirla en el tren que ella había planeado tomar para llegar a Galicia y tampoco se atrevía a recorrer caminando junto a ella la enorme distancia que mediaba entre su casa y su amada tierra.

Se quedó paralizada cuando dedujo que tendría que abandonar a Némesis si deseaba regresar a Galicia. Por mucho que se esforzase por idear algún modo para llevarse a Némesis consigo, su mente apenas le transmitía pensamientos lógicos. Némesis sólo podría acompañarla si atravesaban andando los más de mil kilómetros que las separaban de aquellos lares que Agnes extrañaba con tanta fuerza; pero Agnes no se creía capaz de caminar tanto, de peregrinar hasta Galicia sin tener nada, nada que la guiase, sin tener apenas energía. Se sentía débil y quebradiza, sobre todo porque la pena que le oprimía el alma absorbía su vigor físico y la convencía de que no podría llegar nunca a ninguna parte.

     Non sei que facer —se dijo desalentada sentándose en el suelo. Némesis todavía la miraba preocupada—. Némesis, quero volver a Galicia, pero non sei como facelo. Eu non podo vivir aquí, non podo. Aquí xa ninguén me quere, Némesis, e ti non podes vir comigo. eu non quero deixarte aquí tan soíña. Non quero separarme de ti, Nemesiña. Quérote moitísimo e non podo vivir sen ti.

Némesis percibía la profunda tristeza que le anegaba el alma a Agnes y notaba que aquella pena que tanto impregnaba su dulce voz le oprimía el corazón y le impedía respirar.

     Non importa. Iremos de todos xeitos, aínda que haxamos de camiñar durante meses. Si, iremos. levareiche comigo a Galicia. Alí serás moito máis libre. Iremos xuntiñas —decidió alentada de pronto por la profunda e hipnótica mirada de Némesis—. Non quero separarme de ti. Ti es o que máis quero neste mundo e nesta vida e non penso permitir que o desalento me arrinque do teu lado. Partiremos esta mesma mañá, antes de que poidan intuír os meus desexos. Non teño moito diñeiro, pero xa nos apañaremos. Prométoche que a ti non che faltará nunca nada. Non coñezo o camiño que debemos seguir para chegar ata Galicia, pero sei que ela nos guiará desde a distancia. Eu nunca deixei de oír a súa voz atravesando o vento, rumoreando na auga, e ela chamaranos para que non nos perdamos, prométocho.

No obstante, imaginarse caminando por lares en los que nunca había estado, cuya apariencia posiblemente la intimidaría profundamente, y sobre todo ser consciente de que, durante mucho tiempo, tal vez no podría protegerse en un hogar cálido le hacía sentir tan desvalida, tan frágil y temerosa... Sabía que el deseo de regresar a su tierra no era suficiente. Necesitaba que la impulsase una fuerza que ella no resguardaba en su ser. Estaba segura de que moriría de hambre y de agotamiento mucho antes de que pudiese percibir en la distancia el latido de la vida de Galicia.

     todo sería moito máis fácil se puideses viaxar comigo en tren. Sei que hai vagóns reservados para animais, pero sei que a ti non te deixarán entrar alí. Nin sequera debería permitir que te mirasen. Estou segura de que, se descubrisen que vives neste lugar, apartaríante de min, arrincaríanche do teu fogar. Si, sei que este é o teu fogar, Némesis. Talvez haxa de escoller entre a miña terra ou ti...

Aquella certeza le rasgó el alma como si fuese un afilado puñal. Notó que le sangraba el corazón y se derramaba por todo su ser una gélida corriente de desconsuelo y miedo que la paralizó. Sí, tenía que optar por vivir junto a Némesis hasta que su aliento se agotase o regresar a Galicia abandonándola allí, en un lugar en el que Némesis ya no podría sentirse amparada, pues le faltaría su compañía, su cuidado, su protección. Agnes era plenamente consciente de que Némesis la quería con una fuerza devastadora y que no podría vivir serenamente si se separaba de ella.

     Por que todo é tan difícil? —se preguntó arrancando a llorar desconsoladamente.

Némesis anhelaba pedirle que no sacrificase ni un solo sueño por ella. Anhelaba asegurarle que ella sería feliz si sabía que al fin se habían cumplido todos sus deseos, si la convencía de que, tan lejos de ella, podría encontrar el hogar que tanto ansiaba hallar, si ella podía respirar al fin en la tierra que tanto extrañaba; pero sus ojos no podían expresar unas palabras tan tristes. Némesis no soportaba la idea de que Agnes se alejase de ella. La quería tanto que no sabía experimentar ese sentimiento.

De repente, Némesis se acordó de que se había prometido a sí misma que se esforzaría por entregarle a Agnes toda esa valentía y esa fuerza que el desaliento le arrebataba. No sabía si aquellas emociones lograrían destruir la inseguridad que se había cernido sobre su alma, pero no dudaba de que sus ojos poseían un poder muy especial con el que conseguiría convencer a Agnes de que era mucho más invencible de lo que ella creía.

A través de sus lágrimas, Agnes notó que Némesis la miraba con fuerza y que de los ojos dorados y espirales de su amiga emanaba un poder vibrante que comenzó a envolverla como si de un manto de terciopelo se tratase. Se hundió en aquella mirada tan vigorosa y mágica y enseguida empezó a notar que el ritmo al que su corazón latía se serenaba. El alma se le aquietó por dentro de ella y, durante unos largos momentos, apenas se acordaba de los pensamientos que le habían invadido la mente. El potente deseo de volver a su tierra se silenció de pronto y un vacío gélido se esparció por todo su ser, desvaneciendo cualquier emoción o cualquier sensación que pudiese estremecerla.

Una paz densa y cálida la arropó, templó los resquicios más helados de su corazón y le hizo creer que la vida no era tan dura ni triste como ella pensaba. Parecía como si de aquellos ojos tan tiernos y resplandecientes emanase una voz templada y acogedora que le susurraba certezas que le acariciaban el alma. Agnes creía oír que alguien le pedía que tuviese paciencia. Esa voz le aseguraba que, dentro de unos años, podría regresar a su tierra sin que nadie se lo impidiese.

Mas se sentía totalmente incapaz de aguardar a que llegase aquel esperado y soñado momento. No podría soportar la vida si se hallaba lejos de Galicia, pero tampoco se atrevía a marcharse abandonando a Némesis en aquellos lares que tanto las habían unido, en los que tantos instantes hermosos y mágicos habían compartido. Si la dejaba allí sabiendo que nunca más volverían a verse, ella misma estaría arrancándose una gran parte de su alma; la cual se hundiría en lo más profundo del mar de la nostalgia y el desaliento. No, no podía irse si Némesis la necesitaba tanto.

Agnes tampoco se sentía capaz de vivir lejos de Némesis. Si no podía mirarla a los ojos, si no podía confesarle todos los sentimientos y las emociones que le anegaban el alma y si no podía transmitirle los pensamientos que se apoderaban de su mente, entonces se creería inmensamente sola, aunque se hallase rodeada por los bosques que tanto amaba y que tanto extrañaba. Némesis y ella se necesitaban mutuamente y a las dos les costaría mucho vivir separadas

Aquella certeza, la cual le parecía sin embargo muy hermosa y mágica, la desolaba, destrozaba en pedazos su sueño de regresar a su querida tierra e intensificaba el desánimo y la impotencia que ya se habían apoderado de su frágil y triste corazón.

No podía irse. De repente aquella realidad la encerró en un terrible desconsuelo contra el que ni siquiera los ojos de Némesis podían luchar. Habían existido unos efímeros instantes en los que la poderosa mirada de la serpiente la había convencido de que era mucho más fuerte de lo que nadie pensaba, pero en aquellos momentos aquel sutil aliento ya se había convertido en polvo.

     Quizais non poida regresar nunca —se dijo notando cómo aquella probabilidad se le hundía en el pecho convertida en una desgarradora y afilada espada—. Posiblemente morrerei moi lonxe da miña terra, sen que poida despedirme dela...

Agnes permaneció durante todo el día intentando recobrar la energía que podía impulsarla a vivir, a ser libre, a huir de sus intensos y devastadores sentimientos; pero continuamente sentía que un destructivo puñal se le hundía en el alma, hendiéndosela cada vez más. Agnes creía que apenas le quedaban ya fragmentos de su espíritu en su frágil cuerpo.

Cuando cayó la noche, se envolvió en una gruesa manta de lana y se acomodó junto a la lumbre. No se atrevía a dormir en su pequeña alcoba, pues el frío que el invierno derramaba sobre los bosques se había adentrado en todos los rincones de su cabaña y especialmente se acobijaba en aquella habitación en la que todas las noches perdía ella la consciencia.

Notaba que el gélido aliento de aquella noche tan triste se le había introducido en el cuerpo, helándole la sangre y los huesos. Le castañeteaban los dientes, le temblaban las manos y ni siquiera el cálido susurro del fuego lograba mitigar la desazón que experimentaba. Sentía que la voz de su aterida alma había congelado irrevocablemente su piel.

No obstante, el cansancio anímico y físico que la embargaba la arrastró sin avisarla hacia el mundo de los sueños, donde la esperaban imágenes que en la vigilia le resultarían completamente estremecedoras e ilógicas; pero en aquella tierra onírica, donde la razón no erigía sus pedregosos muros restrictivos, aquellas escenas eran lo más real, eran lo único que Agnes creía haber vivido.

Se hallaba de nuevo en el bosque que tanto amaba, que tanto le había enseñado, en donde había aprendido a disfrutar del tierno sabor de la felicidad más dulce, donde había empezado a amar la soledad y su quieta apariencia.

La voz del agua se escondía entre el silencio y la oscuridad que se habían esparcido por todos los rincones del bosque. De vez en cuando, una suave brisa agitaba las ramas de los árboles, provocando que las hojas lanzasen etéreos suspiros de regocijo. El relente de la noche reverberaba bajo La Luz de la luna y apenas se atrevían a cantar los grillos. Sólo había calma y armonía.

Agnes notaba que La Paz más absoluta la rodeaba y le había impregnado toda el alma. Se hallaba entre dos ancestrales y gruesos robles, protegida por sus poderosas ramas. Las hojas la ocultaban de la mirada de las inocentes e indiscretas estrellas. De vez en cuando, el viento le traía el resplandor de la luna y sentía que su eterna presencia le acariciaba la piel.

Mas sabía que tenía que regresar a su hogar antes de que advirtiesen su ausencia. El amanecer ya se adivinaba allí en el fin del horizonte. De la lejanía nacía una luz muy cálida y azulada que a Agnes le recordaba al mar furioso que gritaba junto a Finisterre.

Empezó a caminar notando que de la tierra emanaba una energía muy poderosa y antigua que la protegía y la instaba a ser fuerte. Agnes creía que nadie podría hacerle daño y que, si aquella naturaleza tan hermosa y mágica la amparaba, nadie se atrevería a rasgarle el alma. También creía que el tiempo sólo se componía de aquel quedo y quieto amanecer.

Aparecieron ante ella las primeras y estrechas calles de su pequeña aldea. Se detuvo entonces para cerciorarse de que de veras se hallaba completamente sola, de que nadie podía irrumpir en aquel íntimo momento. Entonces le pareció que el silencio que la rodeaba podía desvanecer cualquier sonido, aunque éste fuese sutil y débil como el respirar de las flores.

De la chimenea de algunas casas emanaba un humo grisáceo que se mezclaba con los primeros suspiros del amanecer; el cual se expresaba en una lengua azulada que sólo Agnes podía comprender, que la naturaleza le había enseñado a interpretar; una lengua silente y antigua que no se formaba de palabras, sino únicamente de sonidos que se escondían tras el murmurio del agua y el soplar del viento. Era una lengua que nunca moriría, que había existido siempre, desde el instante en el que la naturaleza supo que ya estaba viva.

Agnes nunca podría describir con palabras ni con gestos la hermosa emoción que le anegaba el alma. En aquellos momentos, creía que su aldea, el bosque y ella misma eran lo único que formaba el mundo. Estaba convencida de que, más allá de aquellas casas de piedra tan antiguas y de los preciosos y mágicos árboles que rodeaban aquellas calles, ya no quedaba nada más, ya se terminaba cualquier vida.

Hundió los ojos en el principio del día; el que no era sino un sutil rayo de luz azulada que se deslizaba entre las estrellas, atravesando el firmamento y tiñendo de amor las cumbres de los montes.

Olía a lumbre, a tierra acariciada por el rocío, a hierba, a flores, a savia y a hojas ya fenecidas. Aquellos aromas y los sutiles suspiros que el bosque lanzaba la convencían de que era la persona más afortunada de la Historia. Estaba segura de que muy pocos seres conseguirían apreciar aquel momento tan silencioso y solitario como ella lo hacía. No le faltaba nada. No carecía de ningún sentimiento hermoso y creía incluso que, en aquellos instantes, ni siquiera la presencia de la muerte lograría asustarla ni inquietarla.

De pronto, una voz silente empezó a mezclarse con los intensos y sublimes sentimientos que le anegaban el alma a Agnes. Era una voz que se expresaba con respeto y a la vez mucho amor. Agnes supo al instante que aquella voz no emanaba de ningún ser tangible ni de ningún rincón en concreto, sino de toda la tierra. Era una voz que nacía de un alma ya demasiado antigua; un alma que había estado siempre, siempre, desde mucho antes de que existiesen esos árboles, esas casas, esas calles, ese cielo estrellado que todo lo protegía.

Agnes se percató de que la lengua con la que aquella voz se comunicaba con ella no estaba hecha de palabras, sino de sentimientos, de emociones, de pensamientos silenciosos que ella sabía interpretar mucho mejor que nadie. Aquella voz era el reflejo del inquebrantable lazo que la unía a Galicia. Aquella voz la avisaba de que, por muchos años que transcurriesen, por muy lejos que estuviese del rincón del mundo que ella más amaba, Galicia nunca se olvidaría de ella, pues el amor que Agnes sentía por aquellos lares no emanaba de una única alma, sino de dos espíritus latientes que habían vivido ya demasiado y que estaban irreversiblemente mezclados en una sola esencia, y eso nadie podría cambiarlo jamás. Nadie podría destruir ese intenso amor, ese amor tan poderoso que era mucho más fuerte que cualquier sentimiento, que podía ser mucho más abrasador que cualquier incendio.

La tendría siempre en el alma, siempre latiría su recuerdo en su incansable memoria, siempre susurraría en su corazón la morriña de estar lejos, la nostalgia, la saudade más intensa y desgarradora, porque dondequiera que fuese arrastraría ese amor que la volvía tan entrañable y frágil, que podía desvanecer cualquier ilusión, ese amor que era el reflejo del sueño más interminable, más fuerte, su anhelo más potente.

Aquella voz le revelaba que regresaría, que sí podría morir en aquellos lares que habían acogido con tanto amor los primeros años de su vida, aquellos lares que la habían comprendido siempre, que la habían amado. Sí, volvería, pero tenía que vivir todavía demasiadas experiencias que la definirían y moldearían su mágico espíritu incansable antes de que aquel momento llegase.

De repente, un sonido sutil y tierno la extrajo de su sueño, apagó de repente las dulces imágenes que tanto la acogían. Abrió los ojos notando que todavía palpitaban en su alma las dulces y sublimes emociones que en aquella escena onírica había experimentado.

Némesis se hallaba a su lado, mirándola inquieta. Agnes enseguida comprendió que la había despertado porque la lumbre se había extinguido. Entonces se percató de que tenía muchísimo frío. Temblaba con brutalidad e incluso le costaba notar la presencia de sus delgadas manos.

Intentó encender de nuevo el fuego, pero la debilidad que la atacaba le impidió lograrlo. Entonces notó que le ardía el cuerpo como si un pábilo inmenso se lo recorriese, convirtiendo su sangre en lava. No dudó ni un instante de que tenía muchísima fiebre, aunque le costaba mucho comprender por qué se había enfermado tan de súbito.

Le dolían muchísimo la cabeza y el pecho. Además, le resultaba muy complicado percibir nítidamente las imágenes de su entorno. Volvió a recostarse en el suelo intentando que la manta con la que se cubría la protegiese del intenso frío que se había adueñado de todos los rincones de su ser.

Al instante, una tos desgarradora la agitó hasta llenarle los ojos de lágrimas, hasta provocarle náuseas. Debía prepararse alguna tisana que le calmase aquel malestar, pero no se sentía capaz de moverse. No le apetecía siquiera mirar a su alrededor. Némesis no dejaba de vigilarla con sus dorados y cálidos ojos. Ansiaba ayudarla, pero sabía que ella no podía hacerlo y aquello le causaba una insoportable impotencia.

Agnes pensó que aquella fiebre y aquel horrible malestar no eran sino el fruto de su profundo desaliento. En muchísimas ocasiones, la tristeza la había enfermado físicamente y le había costado mucho reponerse de aquella fiebre, de aquellas gripes y de aquella debilidad que tanto destruían su energía vital.

 Dormitó durante toda la mañana, apenas sin notar el dolor que se le clavaba en los brazos, en las piernas y en la cabeza; aquel dolor punzante que la sobrecogía incesantemente. Lo único que advertía era que la fiebre le subía sin control ni regreso. Incluso, tras el sopor que silenciaba su consciencia, podía percibir aquel ardor tan potente que había templado su ser.

Cuando la mañana ya se había vuelto nítida y plateada, Agnes oyó que alguien llamaba a la puerta de su cabaña. Todavía se hallaba tendida en el suelo, junto a la chimenea. No se sentía capaz de levantarse y recorrer la ínfima distancia que la separaba de la persona que requería su atención, así que ni siquiera respondió a aquel reclamo tan sutil.

     Agnes, ábreme. Sé que estás ahí. Por favor, ábreme. También sé que estás despierta, pues tú siempre madrugas mucho. Agnes, ábreme. Necesito hablar contigo, cariño.

Era Neftis quien la llamaba con tanta urgencia y desolación. Descubrir que Neftis había recorrido la distancia que la separaba de su cabaña sólo para hablar con ella la conmovió profundamente. Era consciente de que su malestar intensificaba su sensibilidad; lo cual la inquietaba muchísimo. No se sentía capaz de conversar serenamente con Neftis y mucho menos si se encontraba tan pésimamente mal. No obstante, tampoco se atrevía a ignorarla con tanta frialdad y apatía. En realidad la necesitaba, la necesitaba con desesperación, y fue aquella certeza la que le entregó las fuerzas de las que precisaba para levantarse del suelo y abrirle la puerta a aquella mujer a la que ella todavía tanto quería.

     Hola, Neftis. Perdóname. Todavía dormía...

     ¿Cómo? Pero si son las tres de la tarde, Agnes. ¿Te encuentras bien?

Entonces Neftis reparó en que Agnes temblaba brutalmente. Le brillaban los ojos y se percibía a leguas que le costaba mucho soportar la luz del día. Enseguida Neftis la tomó de la mano y se adentró en su cabaña. Había adivinado que Agnes estaba enferma, pero tampoco comprendía qué le ocurría. Estaba habituada a captar a Agnes tan inmensamente desalentada, pero aquella vez sabía que su malestar no era sólo anímico.

     ¿Estás bien, Agnes? —volvió a preguntarle cuando Agnes se sentó junto a la chimenea vacía y se envolvió de nuevo en la manta que apenas la protegía del frío que le recorría las entrañas—. Tienes muy mal aspecto.

     No me encuentro bien. Creo que tengo mucha fiebre y me duele mucho la garganta.

Entonces otro acceso de tos la agitó brutalmente. Neftis se sobrecogió al detectar cuán enferma estaba su amiga. Sin preguntarle qué necesitaba, se apresuró a encender el fuego y le preparó una tisana que mitigase los síntomas de aquella horrible gripe que había destruido completamente su estabilidad física.

     Toma, bébete esto —le pidió mientras le ofrecía una taza que contenía un líquido humeante y acogedor.

Neftis anhelaba confesarle demasiadas certezas, anhelaba compartir con ella los sentimientos y los pensamientos que tanto la aturdían; pero sabía que aquél no era el momento más idóneo para mantener con Agnes una conversación tan profunda.

Sin embargo, las emociones que le presionaban el pecho la instaban a resquebrajar el ánfora que las contenía. No podía evitar que, cada vez que se hundía en los ojos de Agnes, el corazón le latiese con rebeldía y descontrol y una corriente de lava le recorría todo el cuerpo, incendiando su sangre y derritiendo los nervios que le perforaban el estómago; mas Agnes parecía tan ajena a todo lo que ella sentía, tan lejos de ese momento, tan inalcanzable... Neftis experimentó una pena muy honda cuando percibió el inmenso desaliento que había inundado el alma de su amiga y sobre todo cuando se percató de que el malestar físico que tanto la atacaba se agravaba con el paso de los minutos. La fiebre no le bajaba y una niebla espesa cubría ya sus expresivos ojos nocturnos.

La ayudó a acomodarse en su cama y después la arropó con la manta en la que ella había intentado encontrar ese calor que la vida no podía ofrecerle. Permitió que durmiese durante varias horas y, cuando la tarde ya se desvanecía sobre las montañas, regresó a su lado y la despertó con mucha suavidad. Agnes todavía tenía los ojos vagos y sus miradas eran imprecisas, pero Neftis intuía que el peor momento ya había pasado.

     Estás aquí, Neftis —le musitó Agnes con una voz frágil y llena de ternura—. Volviste al fin.

     Sí, he vuelto, y esta vez te prometo que no te dejaré sola. Necesito...

     ¿Dónde está Némesis?

     Némesis no se ha separado de ti en todo el día. Está en el salón, junto a la lumbre. Parece triste.

     Némesis es lo único que tengo. Nunca me dejará sola.

     Yo tampoco te dejaré sola nunca, Agnes.

     Ya no confío en las personas, Neftis. Vuestros sentimientos parecen sinceros, pero en realidad son tan quebradizos como una rama seca. No puedo creerte.

     Pero ahora estoy aquí, Agnes. ¿Qué más da lo que ocurriese en el pasado?

Agnes se quedó en silencio. Enseguida Neftis se percató de que sus hermosos ojos se habían aquietado. Percibió que se le llenaban de amor, de serenidad, de ternura. Creyó que Agnes le dedicaba aquella mirada tan hermosa en respuesta a sus leales palabras, pero enseguida se dio cuenta de que, para Agnes, la única que se merecía recibir aquel cariño tan sincero e intangible era Némesis. Némesis se había hundido sin regreso en los ojos de Agnes. Se hallaba paralizada junto a la cortina que dividía el salón y la alcoba en la que Neftis y Agnes estaban.

     Némesis, podes estar tranquila, bonitiña —le aseguró sentándose en la cama—. Descansa. Xa estou ben, coitadiña.

Entonces Némesis se retiró lentamente de Agnes y se acomodó en un rincón de aquella pequeña estancia. Neftis deseaba pedirle a Agnes que convenciese a su amiga de que ella nunca le haría daño, deseó rogarle que le solicitase a Némesis que se marchase de allí y las dejase solas, pero no se atrevía a exigirle a Agnes algo que le resultaría completamente incomprensible.

     Me encuentro bien, Neftis, de verdad.

     No quiero dejarte sola.

     Gracias por cuidarme —le dijo saliendo de la cama—. Ven, vayamos junto a la lareira. Hace todavía mucho frío.

Agnes sí parecía de veras recuperada. Durante las horribles horas en las que la fiebre no le bajaba, había delirado, había protestado, había pedido agua un sinfín de veces, había confundido a Neftis con personas que ella no conocía, le había dirigido frases en gallego que Neftis apenas había podido comprender, pero que trascendían un inmenso desconsuelo, y, al fin, había caído en un sueño terso y reparador que le había acariciado el alma y que había destruido aparentemente su incómodo malestar.

Neftis pensó que había sido en realidad su presencia la que la había ayudado y la que la había rescatado de aquella gripe tan súbita y destructiva. Era consciente de que sus pensamientos eran soberbios y orgullosos, pero no se desprendió de ellos. Serían el poder que la asistiría en la conversación que deseaba mantener con Agnes.

     Es cierto que todavía tengo mucho frío y me duele bastante la garganta, pero me encuentro mucho mejor. No quiero que pierdas el tiempo conmigo si tienes cosas que hacer —le comentó Agnes con un ápice de fragilidad tiñendo su hermosa voz. Ya se hallaban sentadas las dos en el suelo, junto a la lumbre. Agnes alargaba las manos hacia el fuego para que su ígneo aliento se las templase—. Ya me ayudaste suficiente.

     Todavía estás enferma, Agnes. La fiebre no se te ha ido aún.

     Pero lo hará.

     No me iré, cariño —le aseguró acercándose más a ella y rodeándole la cintura con un brazo mientras, con la otra mano, le acariciaba las mejillas con muchísima delicadeza—. He pasado mucho tiempo lejos de ti y ya no soporto tu ausencia. Perdóname, Agnes. No tenía que haberte abandonado de ese modo. No me comporté bien contigo.

     No te guardo ni el menor ápice de rencor, Neftis —le confesó agachando los ojos. Era incapaz de hundirse en la poderosa y absorbente mirada que Neftis le dirigía.

     Necesito que sepas que, si te trataba con tanta frialdad y distancia, era porque no quería que adivinases que todavía te amo con locura, Agnes.

Aquellas palabras le arrebataron la voz. Agnes no se esperaba en absoluto que Neftis aún la quisiese de aquel modo tan intenso y entregado. Le pareció que aquel momento se aquietaba y que el tiempo se detenía. Tuvo miedo, pero también sintió un profundo alivio atenuando las terribles emociones que le anegaban el alma. Si Neftis todavía la amaba, entonces no podría alejarse de ella, no la dejaría tan sola, no se apartaría de su lado ni tampoco la trataría con aquella apatía y aquella frialdad que tanto le perforaban el corazón.

     Sé que tú también sientes algo muy hermoso por mí —prosiguió Neftis deslizando muy suavemente los dedos por el cuello de Agnes, tan suavemente que sus caricias eran casi imperceptibles–. Ayer me di cuenta de que me necesitabas más de lo que tú misma podías imaginarte.

Aunque Agnes fuese plenamente consciente de que no amaba a Neftis, sabía que ella tenía razón. Ni tan sólo su propia alma había aceptado que la necesitaba tanto, que su ausencia había desestabilizado todos sus sentimientos y había oscurecido sus días, había vuelto más densas sus noches y le había llenado el corazón de una horrible y punzante sensación de abandono que había absorbido todos sus sueños, su energía y su aliento; pero, en aquellos momentos, la tenía de nuevo junto a ella. Sus caricias, además, eran el lenguaje más explícito, más susurrante, más desvelador; un lenguaje hecho de palabras que no sonaban, pero que, sin embargo, quebraban cualquier silencio que pudiese esparcirse por el alma.

Neftis se acercó más a Agnes, hasta notar con su propia piel el calor que se desprendía de su enfermo cuerpo. No le importaba que la fiebre todavía hiciese arder su sangre. En aquellos momentos, lo único que existía para Neftis era el alma de Agnes y sobre todo su mirada, aquella mirada tan tierna e inundada de emociones que tanto costaba interpretar.

Agnes notó en esos instantes la inmensa falta de amor que teñía su vida. Anheló sentirse protegida, sentir que alguien la abrazaba con una sinceridad indestructible. Aquellos deseos la instaron a ignorar la voz de su razón (la que la obligaba a apartarse rápidamente de Neftis antes de que aquel momento se volviese delirante) y a arrimarse más a aquella mujer de cuyos ojos, de cuya voz y de cuyas caricias se desprendía tanto cariño, tanta calidez.

Neftis la acogió entre sus brazos como si hasta entonces le hubiese faltado la vida, mas también como si Agnes fuese muy delicada y quebradiza. La apretó muy primorosamente contra su cuerpo mientras la besaba en la frente, en las mejillas, incluso en el cuello. Todavía no había dejado de acariciarla. Le deslizaba vagamente los dedos por su ardiente piel. Entonces se dio cuenta de que la fiebre había vuelto a subirle, pero no se apartó de aquel momento. Nunca había sentido a Agnes tan cerca de ella. Estaba convencida de que, aquella vez, nadie destruiría el tibio refugio que las amparaba, nadie impediría que aquellos instantes las uniesen irreversiblemente.

     No vuelvas a irte —le pidió Agnes con un susurro lleno de ternura—. Amo la soledad, pero también te extraño siempre mucho.

     Yo también a ti, cariño —le contestó ella hundiéndose en sus brillantes ojos; en los que la fiebre gritaba con una fuerza devastadora—. Eres lo que más quiero en el mundo.

     Hacía tanto tiempo que te esperaba... —musitó ella confundida. Parecía ausente.

     Podrías haberme buscado.

     Siempre estuviste muy lejos...

     Pero nunca dejé de pensar en ti, Agnes.

     No permitas que nadie más nos separe, por favor. Ahora ya no soy la misma, pero no dejé de quererte jamás. Por favor, no me rechaces por estar tan enferma. Mi alma tiene heridas incurables, pero junto a ti ya no me duelen tanto.

     Yo nunca te rechazaré, te lo prometo.

Agnes la miraba brumosamente. Neftis intentaba detectar las emociones que a Agnes le invadían el alma, pero no podía atravesar aquellas nieblas que tan inasibles volvían sus ojos. Le parecía que Agnes se hallaba cada vez más lejos de aquel momento. Estaba confundida y levemente aturdida.

Una confusión muy espesa comenzó a adueñarse entonces del alma de Agnes. Ni siquiera ella misma podría determinar cuál fue el último instante de cordura que pendió de su mente. Unas brumas cálidas y oscuras inundaron su entorno, se desvaneció la sensación de gravedad y sobre ella notó que se abría un cielo estrellado presidido por una imponente luna llena que derramaba su pálido fulgor sobre la tierra como si con su plateado aliento quisiese protegerla del cercano susurro del amanecer.

Entonces Agnes percibió que se alejaban de ella sus trémulos pensamientos y su presente se deslizó hacia un lejano pasado ya demasiado inasible, ya demasiado olvidado. La mujer que la abrazaba y la acariciaba con tanto primor y cariño se transformó en uno de los recuerdos más hermosos de sus anteriores existencias. Ya no vio a Neftis en aquellos ojos negros que la amparaban, ya no percibía el olor de su cuerpo ni tampoco identificaba con su vida aquellas manos que se deslizaban por su piel ardiente y tersa.

     Agnes, ¿puedes oírme? —le preguntó asustada.

     Oigo más la voz de tus caricias. No dejes de abrazarme, por favor. Me sentí siempre tan desprotegida sin ti... No me rechaces, por favor. No te alejes de mí. No me dejes sola. Te extrañaba tanto... Al fin estás junto a mí, Artemisa.

Neftis se estremeció al oír aquel nombre. No comprendía por qué Agnes la confundía con aquella diosa que tanto la había fascinado siempre. Sin embargo, no fue capaz de preguntarle nada. Aunque el alma le temblase como si la fiebre también la atacase, no dejó de acariciar a Agnes ni tampoco de protegerla entre sus cálidos brazos.

Neftis se hundió en la distante mirada de Agnes y entonces notó que su alrededor se desvanecía y que perdía el rastro de sus más recientes y más lejanos recuerdos. Supo que aquel instante era el principio de un sueño y que tenía que esforzarse para que la realidad no lo desvaneciese. Una terrible y gélida impaciencia le apretó el alma y destruyó los últimos ápices de paz que latían en su cuerpo.

Sin pensar en nada, se acercó más a Agnes y, mientras tomaba su cabeza entre sus trémulas manos, empezó a besarla intentando ser delicada, intentando controlar el mar de pasión que le recorría todo su ser. Agnes no se apartó de ella, sino que se entregó enseguida a esos besos tan tibios y húmedos y se abrazó a Neftis como si le faltase el aliento, como si su vida estuviese expirando justo en esos momentos.

Neftis notaba, bajo sus cariñosas manos, que a Agnes le ardía demasiado la piel. La fiebre latía en su cuerpo como palpita el aliento de la Madre Tierra en lo más profundo de los volcanes; pero aquel detalle no la detuvo, al contrario, llegó a creer que el poderoso amor que sentía por ella sanaría aquella gripe que tanto la torturaba.

Cuando sintió que Agnes respondía dulce y deliciosamente a sus húmedos y cálidos besos, cuando notó que Agnes se rendía al fin a su amor, una hirviente corriente de deseo se le repartió por todo el cuerpo, fundiendo sus músculos, volviendo lava su sangre. No controló entonces sus movimientos, ni sus gestos ni la pasión con la que besaba a Agnes. Dejó atrás en el mundo de la cordura sus agitados pensamientos. La única certeza que se repetía y se repetía en su mente era que, tras anhelarlo con tanta fuerza durante tanto tiempo, Agnes y ella se hallaban irremediablemente unidas.

Agnes había perdido el rastro de su razón, de sí misma y del tiempo que vivía. Había perdido la noción de sus sentimientos y de sus pensamientos. No se encontraba ya en su ser, sino en una realidad mucho más lejana que nuestro primer sueño. Neftis no podía imaginarse que Agnes nunca se acordaría de aquellos instantes. Cuando pensase en ellos, cuando los evocase dominada por La Luz de su frágil cordura, creería que éstos habían sido parte de un cálido sueño que la había trasladado a aquellas noches tan mágicas y hermosas, tan remotas ya, que había compartido con la mujer que más había querido en su vida; aquélla por la que perdía la calma día tras día, noche tras noche; quien había vuelto sin que ni siquiera su amada Diosa se lo advirtiese, repentinamente, guiada por la fuerza de un destino que nunca se quebraría. Y todas las sensaciones y emociones que experimentaba emanaban de lo más profundo de aquellos distantes recuerdos. No eran parte de aquel presente, no pertenecían a la vida en la que en aquellos momentos trataba de respirar. Eran parte de otro tiempo que solamente ella rememoraba. No conocía a Neftis en aquellos momentos. No era Neftis por quien suspiraba, no era Neftis quien la abrazaba, la besaba y la acariciaba con aquella tibieza que tanto la deshacía. Ni tan sólo notaba en su ser el latido de la fiebre. Su cuerpo estaba allí, en aquellos presentes e intangibles instantes; pero su alma se había perdido en la inmensidad de una realidad que susurraba muy quedo en los pedacitos de su herido corazón.

Mas sentía que no importaba, que nada podía inquietarla, aunque ésa no fuese su realidad. No obstante, en aquellos momentos, ni siquiera Agnes podría determinar cuál era su verdad, en qué dimensión se hallaba su alma. Y tal vez la realidad deje de ser realidad si no la vivimos con plena consciencia, si no la recordamos cuando pasen las horas, si lo que hemos experimentado se pierde en el inmenso mundo del olvido y la confusión.

Neftis, ajena a lo que Agnes experimentaba y vivía, la impulsaba hacia sí, la apretaba contra su cuerpo como si tuviese sed de su cercanía, de su cálida piel, de sus húmedos besos. Le costaba muchísimo creer que aquellos momentos perteneciesen a la triste y fría realidad en la que llevaba viviendo desde hacía ya meses. Al fin tenía a Agnes consigo, al alcance de sus manos, de su desesperado corazón. La había deseado tanto, tanto y tanto que le resultaba imposible aceptar que la mujer que se hallaba entre sus brazos, tan rendida a aquel amor tan potente, fuese Agnes, fuese ella, por quien había perdido el aliento de vivir y las ganas de soñar. Era Agnes, sí, era ella, y nadie podría negárselo jamás. Sí, era Agnes, al fin, era ella, era su Agnes...

Entre besos cálidos y húmedos, Neftis llamaba a Agnes sin cesar, con desesperación, con felicidad, con nostalgia incluso. Pronunció su nombre hasta que notó que su sonar se le adhería a los labios, hasta que se mezcló irrevocablemente con su respiración cada vez más descontrolada y agitada.

Aunque Agnes no se hallase anímicamente unida a Neftis, en aquellos momentos correspondía a sus besos, se abrazaba a ella con desesperación e incluso la acariciaba con una ternura muy tibia como si de veras la amase con plena sinceridad, como si la mujer que estaba mezclándose con su esencia fuese la materialización de todos sus sueños, de sus anhelos más fuertes.

Neftis era levemente consciente de que el alma de Agnes estaba muy lejos de la suya, muy apartada de aquel delirante momento; pero no le importaba. No le importaba porque en realidad eran los labios de Agnes los que tan apasionadamente besaba, era su piel tersa y cálida la que ardía bajo sus manos, eran sus ojos profundos los que de vez en cuando se hundían en su amorosa mirada. Era Agnes, era su cuerpo, era su esencia, era el aroma de su ser, era su respiración... Era Agnes, y eso era lo que realmente la excitaba, que fuese ella con quien estaba a punto de perder la última estela de serenidad que le palpitaba en el corazón.

Ansiaba amarla con todo el deseo y el calor que existiesen en la Tierra y hubiesen existido en la Historia. Deseaba devorarla con sus ojos, anhelaba exprimir su mágica esencia hasta tornarla parte de su piel, anhelaba saborear la entrañable nostalgia que definía su alma hasta desgastarse los labios, ansiaba acariciarla hasta que sus manos se fundiesen con su cuerpo, quería ser de ella, irrevocablemente de ella. Quería entregarle todo lo que era, todo lo que podía ser y había sido. Quería apretarla contra sí para que su materia se derritiese y se unificase con sus entrañas. Quería extasiarla, quería llevarla muy lejos de allí, quería volar junto a ella por el firmamento de la locura más tierna e inocente...

Por eso no controlaba la desesperación con la que la acariciaba. Notar bajo sus manos su piel, el latido desbocado de su corazón, el acelerado ritmo de su respiración y los estremecimientos que de vez en cuando la agitaban profundamente y sobre todo percibir con tanta nitidez su esencia había incendiado su vientre. Ardía en sus entrañas una tierna hoguera que repartía sus llamas por todos los rincones de su cuerpo, le bajaba por las piernas, subía después por su cintura y, como los meandros de un río, se dividía y le discurría por los brazos hasta brotarle de las manos.

Neftis sentía gritar en su ardiente alma una impaciencia desgarradora. Temía que alguien irrumpiese en aquel momento que ella tanto había deseado vivir. Aquel temor la incitaba a acariciar a Agnes como si su piel estuviese a punto de deshacerse. Todavía no se había atrevido a desnudarla, pero, con rebeldía y desesperación, colaba sus manos bajo su ropa. Se estremecía continuamente al notar la suavidad y la tibieza de su piel, al saberla tan al alcance de sus dedos.

Deseaba llegar con sus dedos hasta el rincón más íntimo de su cuerpo y aquel anhelo tan ansioso y asfixiante la guiaba, deshacía la tímida vergüenza que podría impedirle entregarle a Agnes todo lo que sentía por ella. Sin embargo, no quería acelerar la llegada de aquel momento tan único, tan anhelado, pues sabía que, cuando se adentrase en su apariencia sensual, ya no habría vuelta atrás y era posible, incluso, que Agnes reaccionase y apartase de ella sus cálidas manos; pero el deseo la impulsaba a burlar la pequeña inseguridad que ensombrecía el brillo de su excitación.

Estaba a punto de atravesar la frontera que protegía la intimidad de Agnes cuando, de repente, notó que alguien se internaba desesperadamente en aquel momento tan delirante. Neftis se quedó paralizada cuando advirtió que junto a ella, mirándola con urgencia y severidad, se hallaba Némesis; desafiante y poderosa.

Némesis había permanecido durmiendo plácidamente durante los primeros instantes de aquel momento, ajena a lo que Agnes estaba viviendo; pero había abierto los ojos impulsada por una sensación muy potente que la había instado a salir de la alcoba en la que dormía. Al descubrir que Neftis estaba tan cerca de Agnes, un ramalazo de impotencia se había esparcido por todo su cuerpo y había destruido brutalmente la serenidad que el sueño le había ofrecido. Némesis sabía que Agnes no se hallaba en aquel instante, sino confundida por recuerdos muy antiguos, y que, dominada por su frágil cordura, ella jamás se habría entregado a Neftis como lo hacía en aquellos momentos. Némesis creía firmemente que Neftis estaba aprovechándose de la debilidad tanto anímica como física que atacaba a su querida amiga.

Se lanzó a Neftis siseando agresivamente y, con su poderoso cuerpo, la empujó, la separó de Agnes sin ni siquiera plantearse la posibilidad de que Agnes no desease que aquel momento se terminase. Némesis había apartado a Neftis de su amiga justo cuando Neftis estaba a punto de acariciarla allí donde nadie debía posarle los dedos sin que ella lo consintiese.

     ¡Némesis! —exclamó Neftis sorprendida y asustada.

Némesis la miraba con una rabia tangible. Neftis se percató de que de los hipnóticos ojos de la serpiente se desprendía un poder que la aturdía y un desprecio que la empequeñecía. Se levantó rápidamente del suelo y, mientras la miraba con una inquietud desgarradora, intentaba ordenar sus pensamientos. Némesis la había separado de Agnes con una violencia que le había destrozado el alma y la amenazaba continuamente con sus mágicos ojos.

     Pero ¿qué te pasa, Némesis? ¿Acaso estás celosa?

Mientras Neftis se dirigía a Némesis con aquella impotencia tan notable y asfixiante, Agnes se acomodó en el suelo, junto a la lumbre, y cerró los ojos sin apenas intuir lejanamente lo que estaba sucediendo. Su sueño se terminó, desaparecieron las cálidas sensaciones que le habían anegado el alma y un sopor nocturno y denso se cernió sobre su confundida memoria. Cuando despertase de aquella inconsciencia tan absorbente, recordaría que había soñado con Artemisa. Nunca se plantearía la posibilidad de que aquellos momentos tan deliciosos y mágicos formasen parte de su realidad. Y, si alguien le hubiese hablado de lo que había vivido con Neftis, creería que se habían adentrado indiscretamente en su dormir y habían presenciado escenas que solamente le pertenecían a ella.

     ¿Quieres que me vaya, Némesis? —le preguntó al notar que Némesis no dejaba de mirarla con agresividad—. Agnes me necesita. Está muy enferma. Si me marcho, es muy posible que muera. ¿Es eso lo que deseas, perderla? ¡No seas necia, Némesis!

Intimidada por la agresiva forma como Neftis le había hablado, Némesis agachó la cabeza y se acomodó suavemente junto a Agnes, quien, ajena a todo lo que la rodeaba, a sus propios pensamientos y sentimientos, dormía sumida en un sopor que la había alejado irrevocablemente del último ápice de cordura que la fiebre podía ofrecerle.

Neftis se quedó paralizada junto a la puerta de la cabaña, sin saber qué hacer, sin comprender muy bien lo que estaba viviendo. Continuamente recordaba los instantes que había compartido con Agnes y le parecía que éstos no formaban parte de su realidad, sino de ese mágico sueño que se le repetía prácticamente todas las noches. Había estado a punto de yacer con Agnes, allí, junto a la lumbre. Había estado a punto de mezclarse con su esencia hasta tornarse un mismo ser, hasta perder la estela de su materia. Había estado a punto de descubrir los rincones más íntimos de su cuerpo... pero, de nuevo, la había perdido, de nuevo tenía que matar aquel deseo que tanto la quemaba por dentro, que tanto la torturaba.

Se maldijo, se maldijo por ser tan débil, por haber caído de nuevo en el hechizo que Agnes le lanzaba siempre que la miraba o le hablaba con su voz dulce, con su entrañable acento. ¿Por qué, por qué la amaba tanto? ¿Qué sentido tenía ese amor si jamás podría ser libre, si siempre debería encerrarlo en lo más profundo de su alma y esconderlo tras un disfraz hecho sólo de apatía y amistad?

Entonces, sin que ni siquiera ella misma previese sus movimientos, se agachó frente al altar que Agnes tenía colocado en un rincón de la cabaña, aquél que daba al norte. Rápidamente, prendió una varilla de incienso y fijó los ojos en su humo ascendente y pálido. El humo subía ligero hacia el cielo, jugando con su etérea materia.

Neftis empezó a rogarle a la Diosa que la ayudase, que la apartase de aquella realidad tan terrible que le arrebataba el aliento. No podía vivir así, tan enloquecida por un amor que no tenía sentido. Le suplicó que le arrancase del alma aquel sentimiento que tanto la atormentaba y que tanto la empequeñecía.

Neftis jamás podría determinar el tiempo que permaneció conversando con la Diosa mientras Agnes dormía junto al fuego. Cuando Neftis regresó de su meditación, la miró preocupada y curiosa. Las llamas reverberaban en la pálida piel de Agnes, quien en esos momentos parecía tan frágil, tan indefensa, tan quebradiza...

Némesis, de vez en cuando, miraba a Neftis suplicándole con los ojos que le prestase atención a Agnes, quien todavía temblaba y se estremecía en sueños. Sin embargo, Neftis no se sentía capaz de ayudar a Agnes. En esos momentos estaba tan desalentada, tan triste, tan abatida por la realidad que ni tan sólo podía oír la voz de su alma. Lejanamente se prometió que, al día siguiente, iría a buscar a Gilbert y le pediría que cuidase de Agnes. Ella no podía mirarla, no podía.

Sin embargo, la intensidad de su profunda desolación se atenuaba cuando recordaba, sin poder evitarlo, lo que había ocurrido entre Agnes y ella. Aunque se imaginase levemente que el alma de Agnes no se había hallado junto a ella en esos momentos, Agnes la había besado y abrazado como si de veras la amase. No podía olvidar el modo como Agnes había respondido a sus apasionados besos y a sus tiernas caricias. Todavía le parecía sentir, en sus manos, el tacto de la piel cálida y tersa de Agnes. Aún creía notar entre sus brazos cómo Agnes se estremecía y se agitaba de dulzura y felicidad. Incluso, ante sus ojos soñadores, aparecían aquellos instantes efímeros en los que Agnes le había dedicado una fugaz y brillante sonrisa. Sí, las sonrisas de Agnes eran como rayos que atraviesan el desconsolado cielo de una noche tormentosa. Resplandecían tan sólo un instante, pero deslumbraban cualquier mirada, acallaban las sombras durante unos quedos segundos y después se esfumaban dejando en el firmamento el reflejo de su esplendor.

Cuando más sumida se hallaba en sus cálidos recuerdos, notó que Agnes abría los ojos y se incorporaba con debilidad. Oyó cómo llamaba a Némesis con una dulzura muy queda y después el silencio ya se apoderó del eco evanescente de aquel tierno reclamo.

     Némesis, teño moito frío —le susurró con fragilidad.

     Agnes —la llamó Neftis alzándose del suelo y dirigiéndose hacia ella—. Agnes, ¿cómo te encuentras?

     ¿Qué haces aquí, Neftis? —le cuestionó ella asustada y conmovida, pero estaba tan débil que ni siquiera sus ojos reflejaron sus emociones.

     Vine esta tarde.

     No me acuerdo de nada. Además, me encuentro muy mal —protestó apoyando la cabeza en sus gélidas y delgadas manos—. Tengo náuseas y muchas ganas de llorar. Necesito estar sola.

     No puedo irme ahora, Agnes. Es ya de noche y hace mucho frío.

     No iba a pedirte que te marchases.

     Mañana iré a buscar a Gilbert. Necesitas que él te cuide también. Tienes mucha fiebre y hay que tratarte esa tos que te ataca tanto.

     Es como si no hubiese vivido este día, como si no hubiese existido nada en mi vida durante las últimas horas... Además, tuve sueños muy extraños que... Neftis, dime que me ayudarás. Escúchame, Neftis, yo necesito volver a Galicia cuanto antes —le pidió de pronto, mirándola con los ojos brillantes y húmedos—. Quiero regresar a mi tierra. Ya no soporto vivir lejos de ella. Estoy cansada de esta tristeza, de esta morriña. Ayúdame, Neftis. Gaya y Gilbert nunca me permitirán irme.

Agnes había comenzado a llorar desconsoladamente, pero el poderoso deseo que latía en su alma volvía firme su voz, la llenaba de desesperación y de lágrimas. Neftis la escuchaba notando que el corazón se le partía en mil pedazos. No, jamás la ayudaría a marcharse de allí, pues no podría vivir sabiendo que Agnes se hallaba tan lejos, tan irrevocablemente lejos.

     Tú tampoco quieres ayudarme, ¿verdad? —le cuestionó al detectar el profundo silencio que emanaba de los ojos y de los labios de Neftis—. Necesito regresar, Neftis. Tienes que pedirle a Gilbert que te dé todos mis ahorros y después me acompañarás a alguna estación de tren para... Neftis, ¿es que acaso tú nunca tuviste un sueño, un vigoroso deseo perforándote el alma?

     Por supuesto que sí, Agnes. Agnes, tú eres mi sueño —le confesó luchando contra las poderosas ganas de llorar que se le habían anudado a la garganta.

     Yo no puedo ser tu sueño, Neftis —susurró ella percibiendo que un frío paralizante se repartía por todo su cuerpo—. Neftis, tu sueño no puede brotar de otro ser. Sólo puede nacer de ti misma, de tu alma, de tus aspiraciones. Si no consigues encontrar en tu propia existencia los deseos que quieres cumplir, entonces no podrás ser libre nunca —le advirtió con muchísima lástima.

     Pero tu sueño también se basa en otra existencia. ¿O acaso Galicia no es tu sueño?

     No es mi sueño, es mi realidad. Lo único que deseo en este mundo es volver a mi verdadero hogar, nada más. Es estar allí, con sus árboles, con sus ríos, sus bosques, su invencible mar, su gente, su habla, su música, su idioma, su nostálgico cielo, nada más. Y no es mi sueño, es la otra mitad de mi alma —le reveló apenas sin poder hablar—. Escúchame, Neftis, hay un camino que puede ayudarme a volver sin que nadie lo sepa, sin que tenga que despedirme de nadie. Sólo me queda la tierra, mi tierra, ya nadie me quiere como ella, ni me querrán jamás en ninguna parte. Hay un camino que se abre en el cielo todos los días y que me impulsa a volar lejos de aquí, pero yo no quiero irme sin intentarlo una vez más. Allí me esperan el viento y el agua, la tierra y el fuego, pero me espera sobre todo su alma porque su alma y la mía son una sola, Neftis. Por favor, no desvanezcas esa senda que puede guiarme. Ésta es la estela de un deseo, pero se vuelve fuerte tras cada sueño, día tras día. Neftis, tú eres la única que puede evitar que me arranquen una vez más de allí. Dime que ya volví, que ya estoy aquí, que no hay nadie más que pueda hacerme daño. Tengo mucho miedo. Voy a ahogarme en un mar inmenso que no tiene orilla, Neftis, y está a punto de venir. Se acerca y no puedo espantarlo. Sólo puedo huir de él si regreso a mi tierra.

A Neftis le costaba tanto entender las confusas frases que Agnes le dedicaba entre sollozos, entre lágrimas, entre suspiros de dolor que se le clavaban en lo más hondo del corazón... Mientras le hablaba tan desesperadamente triste, le presionaba las manos con una fuerza inquietante. Neftis se estremecía cuando percibía lo frías que las tenía y lo que, sin embargo, le ardían y le brillaban los ojos. Sin duda, Agnes deliraba.

     Lo que no entiendo es por qué os negáis a aceptar que es el rincón más bonito, más acogedor y mágico del mundo. La magia existe porque nace de mi tierra. Y la lluvia, el viento y la nieve, todos los elementos tienen su cuna allí, en sus antiguos robledales, en sus imponentes alamedas, en su indestructible costa. Allí aprecian más la vida que en cualquier otra parte del mundo porque la vida les cuesta día tras día. Y yo eso lo supe siempre, Neftis. No me arranques de aquí, por favor. Sé que aquí es... Salgamos afuera y te demostraré que la naturaleza habla aquí con una voz nítida y muy clara. Se expresa en una lengua que ella misma me enseñó a entender. MI aldeíña es muy pequeña, pero es lo más grande del mundo para mí. Ya verás qué árboles tan bellos, tan mágicos... Y el roble ancestral que reina en la placiña de nuestro pueblo... Ya verás que, cuando vengan las fiestas de otoño, llueven flores del cielo y huele a lumbre, a humedad y a orvallo... Falta muy poco para que lleguen y ya puedo oír los tambores, que son el latido de la tierra, el musitar de la zanfoña y la voz de la gaitiña, tan dulce y alegre... Sabe cantar la pena y la felicidad, sabe declarar como nadie las emociones más hondas y bellas del alma... Sólo quiero estar aquí para siempre, Neftis. Va a nevar, lo presiento, porque cuando nieva las montañas se callan, como si tuviesen miedo a atraer con su voz antigua las lágrimas del invierno... pero no te preocupes... Encenderemos la lareira y... Qué lástima me da que no entiendas mi lengua, pues es tan bonitiña, tan tierna, tan acogedora... Acarician sus palabras mucho mejor que nadie...

La voz de Agnes se apagaba poco a poco, como lo hacían también sus ojos. De repente se quedó en silencio, con la mirada perdida, con los párpados entornados. Neftis le presionó las manos para intentar llamar su atención, pero Agnes ya se había ido, se había apartado irrevocablemente de ese momento.

Se tendió en el suelo y se acomodó junto a la lumbre. Neftis deseaba ayudarla a acobijarse en su cama, pero no se atrevía a hablarle. Las nostálgicas frases que le había dirigido le habían llenado el alma de pena y a la vez de ternura. Continuamente se le repetía en la mente la dulce forma como Agnes hablaba de su tierra. Se preguntó cómo era posible que alguien viviese albergando en su corazón una añoranza tan indestructible, tan potente y devastadora. Entonces creyó comprender por qué Agnes estaba tan enferma; pero la idea de que Agnes se marchase de allí la asustaba tanto que ni siquiera era capaz de plantearles a Gilbert y a Gaya la probabilidad de que Agnes se curase si regresaba a Galicia. Desechó aquel pensamiento con una rabia terrible, como si éste fuese un puñal que se le clavaba en el alma.

     Agnes —la llamó meciéndole delicadamente el hombro—, ven, vayamos a tu cama. No creo que sea bueno que duermas aquí.

Agnes no le contestó, pero no se opuso a que Neftis la acompañase a su cama, donde se acomodó sintiendo que ya se le habían agotado todas las fuerzas que alguna vez le latieron en el alma.

Fue una noche muy fría y triste, en la que Neftis no dejó de vigilar el sueño de Agnes, en la que continuamente la arropaba y le tomaba la temperatura para cerciorarse de que la fiebre no le subía; pero aquella fiebre tan rebelde se le había aferrado al alma con una fuerza desgarradora. Por más que Neftis tratase de mitigar su intensidad, no lograba que la piel de Agnes se desprendiese del ardor que se la incendiaba.

Al fin, cuando el alba comenzó a avisar a la noche de que su silente reinado había llegado a su término, Neftis salió de la cabaña de Agnes y se dirigió hacia el hogar de Gilbert con rapidez y agilidad, a pesar de que estaba inmensamente agotada físicamente y desfallecida anímicamente.

Cuando Gilbert la recibió, Neftis le explicó concisa y agitadamente que Agnes estaba muy enferma y le rogó que la acompañase de regreso a su cabaña. Antes de marcharse junto a Neftis de su hogar, Gilbert telefoneó a Gaya para que también acudiese a la casa de Agnes. Era realmente Gaya la que más dominaba la medicina natural y quien podría serenar la profunda desazón que a Agnes le latía en el corazón.

     Gilbert, tengo que comentarte algo —le indicó Neftis mientras caminaban hacia el hogar de Agnes—. Agnes siente una nostalgia horrible por su tierra.

     Eso no es nada nuevo, Neftis —le sonrió él con cariño.

     Aunque no sea verdad, tienes que asegurarle que la ayudarás a regresar cuando se cure. Si se lo prometes ahora, cuando recupere su salud física no se acordará siquiera de las palabras que le dirigiste; pero ahora necesita oír que le permitiréis volver.

     No puedo engañarla tan cruelmente, Neftis. Tal vez sí tengamos que ayudarla de veras a regresar.

     No quiero que se vaya, Gilbert. Yo no puedo vivir sin Agnes —le confesó a punto de arrancar a llorar. El cansancio que sentía volvía más inestables sus emociones.

     Neftis, has permanecido durante meses sin hablar con Agnes. Ni siquiera te acordabas de que existía. No creo que la necesites tanto como piensas.

     Por supuesto que la necesitaba y la recordaba, la recordaba día y noche, soñaba continuamente con ella, no podía dejar de evocar todo lo que ella es.

     Neftis, lo que sientes por Agnes es obsesión. El amor que le profesas no es sano, Neftis.

     ¡Yo no quiero amarla! —exclamó ella desmoronándose lastimosamente—. Si supieses lo que siento cada vez que la miro o que la abrazo... Te juro que es una sensación que me destroza el corazón.

     Estás agotada, Neftis. Tendrías que haberme llamado antes y no ocuparte tú sola de Agnes. Anda, vete a tu casa y descansa.

     No quiero dejarla sola.

     No estará sola. Gaya también vendrá y yo no me apartaré de su lado hasta que se haya recuperado por completo.

Aunque Neftis anhelase hallarse lo más cerca posible de Agnes, aceptó la propuesta de Gilbert. Regresó a su cabaña y se encerró allí intentando protegerse no sólo del recio frío del invierno, sino también de sus propios sentimientos. Cuando la soledad la rodeó, volvió a gritar en su mente el recuerdo de aquellos momentos tan delirantes que había compartido con Agnes. Lo que más le dolía era saber que Agnes nunca rememoraría la forma como se habían besado, abrazado y acariciado.

La soledad le arrancó del alma aquella sutil coraza que había protegido la inmensa desolación que le había inundado todo el cuerpo. Comenzó a llorar sintiendo que le faltaba el aire, creyendo que se ahogaba. Continuamente, los momentos tibios que había vivido con Agnes la noche anterior se le presentaban ante sus tristes ojos, llenándole toda la mente, y entonces le parecía que un agujero abismal se abría bajo sus pies y que intentaba absorberla y arrastrarla hacia lo más profundo de la tierra. Deseó que así ocurriese, que el suelo de su existencia se agrietase y la devorase al fin un interminable vacío que la apartase para siempre del sufrimiento, de la impotencia nacida de no ser correspondida. ¿Cuánto duraría aquel martirio, aquella horrible tortura que la deshacía? Si tan sólo ella pudiese estrujar con sus frustradas manos aquel amor y volverlo añicos, destrozarlo con saña, desmenuzarlo como si fuese una flor frágil y después entregarle al viento aquellos sutiles fragmentos para que los llevase lejos, muy lejos, a un mundo del que jamás pudiesen retornar...

Se preguntaba por qué la amaba tanto, se maldecía por perder la razón siempre que se hallaba a su lado, odiaba su propia alma y su cuerpo por permitir que aquel sentimiento tan inabarcable se apoderase de su voluntad, de su frágil corazón. Aquel amor no era vida, aquel amor era un destructivo hechizo, un incendio que arrasaba cualquier tierra invencible. Aquel amor era mucho más fuerte que un agresivo huracán. Era una vorágine que se nutría de la calma de los lares más tranquilos, de las emociones más quedas.

Durante unos efímeros meses, había conseguido alejarse de ella, había respirado sin sentir que el aire le traía la fragancia de su majestuoso cuerpo, había sonreído sin notar que sus sonrisas eran efímeras... pero, en aquellos momentos, habían vuelto el desaliento y la impotencia por no poder demostrarle cuánto la amaba.

Sentía que deseaba destruirse y, cuando estaba junto a ella, una dulce paz le invadía el alma y le parecía que le sobraba el mundo entero. Cuando la abrazaba, deseaba convertir ese segundo en un eterno instante. Y sabía que no se podía sentir más amor. El pecho le ardía, los ojos se le deshacían... Agnes era la fuente que calmaba su sed de soñar. Cuando se alejaba, su corazón se marchaba tras ella y el pecho se le quedaba vacío. Y lo peor era que Agnes ni siquiera podía imaginarse cuánto dolía aquel amor, cuán alta era aquella fiebre que nadie podría detectar si tañía su piel, aquella fiebre que hervía en su interior y que apenas se desprendía de sus ojos ya cansados de llorar.

Neftis se preguntó si alguna vez Agnes sentiría aquel desgarrador amor, aquel amor que parecía más bien el sueño de un alma antigua y romántica, muerta ya hacía siglos, un amor de aquellos con los que ensoñaban los poetas, los idílicos pastores o cualquier corazón que se derritiese bajo la ternura de una esperanza. Entonces tuvo miedo, pues no quería que Agnes sufriese aquella interminable desdicha. A ella ya le invadían el alma emociones demasiado potentes. Aquella nostalgia que tanto le presionaba el corazón, que le arrebataba el aire, que la enfermaba incluso era ya en exceso destructiva. Si Agnes se enamoraba y amaba como ella, entonces su alma se desharía como la escarcha se funde al amanecer.

Neftis creyó que aquel amor nunca le permitiría dormir serenamente; mas el denso agotamiento que se había apoderado de su cuerpo fue conduciéndola despacito, muy despacito, hacia una tierra en la que la voz del dolor se callaba, en la que existía un hondo silencio que devoraba cualquier susurro y cualquier eco. Entonces su consciencia cayó exhausta en los brazos de aquel espíritu que nos arranca de la realidad y nos encierra en un mundo donde se desvanecen todas las fronteras. En aquel mundo onírico, Neftis sí era libre junto a Agnes, sí podía amarla, sí eran felices, sí podían reír bajo el atardecer y abrazarse a la noche sin sentir miedo. Lejanamente, antes de que se apagase la voz de su razón, Neftis deseó que aquella realidad se convirtiese en su única existencia. Deseó morar para siempre en aquella dimensión en la que nada era imposible. Y, mientras el día derramaba su pálida luz invernal sobre los bosques, Neftis fue feliz durante unas efímeras horas que fueron, sin embargo, el antídoto más efectivo contra el veneno del despecho y la tristeza más asfixiantes.

4 comentarios:

  1. Hay una ópera de Verdi que se llama "La fuerza del destino", en cierto modo coincide con este capítulo en la fuerza que tiene a veces un sino aparente que nos arrastra bien para alejarnos bien para acercarnos a algo o a alguien. Lo digo porque Agnes y Neftis parece que bien querrían estrechar su relación, pero las cosas se les ponen de modo que eso no puede ocurrir.
    En el principio del capítulo está el reencuentro con Neftis en su cabaña; antes, nos has introducido en la época invernal de un modo tan bonito que casi se percibe esa luz especial de los días cortos del año, se podría hacer una pequeña antología con tus descripciones de momentos del año y darían para un libro separado, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de un tipo de descripciones tan usuales que parece que nunca se dirá ya nada innovador o que sorprenda, y sin embargo qué bonitas son tus frases... Se habían marchado las tibias brisas con las que el viento deseaba consolar a las desnudas ramas de los árboles y unas intensas lluvias habían alejado de cualquier rincón el más sutil ápice de vida. Las estrellas se habían silenciado y la luna apenas se atrevía a fulgurar. Su cenizo esplendor trataba de atravesar las brumas con las que el invierno había cubierto todos los rincones de aquel bosque tan mágico y poderoso; pero ni tan sólo su quieto resplandor conseguía mitigar la vigorosa oscuridad que había devorado el espejismo de cualquier esperanza.

    Son frases que bien podrían aparecer en un manual de enseñanza de lengua y literatura. Pero pasemos a lo que ocurre con las dos jóvenes, están tan ricamente a lo suyo... y llega Gaya. Grrr... le voy a terminar por coger antipatía. Y claro, Agnes se va, la magia se rompe, es otro hecho que capturas en tus líneas, el cómo la intimidad y el clima que tenemos entre dos se rompe cuando un tercero irrumpe y ya, por mucho que se quiera, no se puede dar marcha atrás. "Tengo saudade de ti, Agnes", le había dicho antes Neftis... es una frase tan bonita, porque supone muchas cosas, un esfuerzo, es acercarse y tratar de agradar, de ser comprendida... no sé, me pareció un detalle muy tierno. Pero no sirvió... La conversación de Gaya con Neftis es muy dura, y me parece muy injusta, ella por supuesto que quiere volver a Galicia, se lo ha suplicado a Gilbert más de una vez, pero no obstante Gaya dice que... Ni siquiera tiene la valentía suficiente para volver y empezar allí una nueva vida. Sabe que está tan enferma que no será capaz de sobrevivir, aunque tenga a su alcance su aldea y esos bosques que tanto ama. No es capaz de nada, de nada.

    Y no es justo que se exprese así, peor aún, que tenga miedo de que va a oscurecer las vidas de los que la rodean. No sé qué pensar de ella, de GAya, la verdad. Y lo peor es que Agnes lo escucha, y como pasa cuando está muy emocionada, se expresa en gallego... Se ninguén me quere, non merece a pena que viva aquí. Regresarei á miña terra sen que ninguén o saiba. Só Némesis virá comigo. Cuando leí eso pensé que era lo que tenía que hacer, una solución difícil pero con sus ventajas también... pero claro, ¿cómo llevar a Némesis? Ay, no es un problema fácil, y mira que le he estado dando vueltas, pero en su estado, en que ni siquiera controla sus propias finanzas, la cosa no es sencilla. Hasta Némesis es consciente de que Agnes no está bien, y cuando finalmente se calma frente a la lumbre, le sobreviene el pasaje quizá más bonito del capítulo, aquel donde sueña con su aldea del alma; lo describes tan tan bien que es imposible no dejarse llevar, ¿cómo no imaginar esto, por ejemplo, si lo pintas con pelos y señales? De la chimenea de algunas casas emanaba un humo grisáceo que se mezclaba con los primeros suspiros del amanecer; el cual se expresaba en una lengua azulada que sólo Agnes podía comprender, que la naturaleza le había enseñado a interpretar; una lengua silente y antigua que no se formaba de palabras, sino únicamente de sonidos que se escondían tras el murmurio del agua y el soplar del viento.

    ResponderEliminar
  2. Es uno de los pasajes más inspirados de la novela, no me cabe duda, en esos momento es imposible no añorar algo que solo existe en la imaginación de un personaje, qué maravilla.

    Más tarde es Neftis quien visita la cabaña de Agnes, y allí está ella, bien enferma esta vez. No obstante pueden hablar, ¿por qué está allí Neftis? Sin duda porque, a pesar de los pesares, sigue deseando acercarse a Agnes, el juego del rechazo se rompe, por cierto no lo he dicho antes, me encanta cómo al principio del capítulo queda absolutamente verosímil el cambio que en Neftis se da al ver el sufrimiento de Agnes, de modo que no es capaz de seguir deseando hacerle daño. Pero estamos en el segundo encuentro; Nefits vuelve a acercarse a Agnes y ella, que ya está más que harta de todo y de todos dice que... Ya no confío en las personas, Neftis. Vuestros sentimientos parecen sinceros, pero en realidad son tan quebradizos como una rama seca. No puedo creerte.

    Es muy normal que se sienta así. Pero aquí se inicia un movimiento genial en el relato; Agnes, pobre, se va poniendo más malita, va perdiendo la consciencia, no tanto como para estar en coma, pero sí para no ejercer plenamente sus facultades, y lo que es mejor, luego no va a recordar mucho de lo que pase. Así que tenemos a una Neftis que está muy necesitada de cariño, a una Agnes encamada y que no rechazada nada... están las dos solitas... la cosa se va animando, Neftis ve el cielo abierto y empieza a tomarse libertades... la cosa avanza y promete cada vez ponerse en plan tórrido... ¡pero aparece Némesis! ¡ella comprende perfectamente lo que está pasando y no piensa consentirlo! Estaba a punto de atravesar la frontera que protegía la intimidad de Agnes cuando, de repente, notó que alguien se internaba desesperadamente en aquel momento tan delirante. Neftis se quedó paralizada cuando advirtió que junto a ella, mirándola con urgencia y severidad, se hallaba Némesis; desafiante y poderosa.


    ResponderEliminar
  3. Plof... se acabó lo que se daba... jajajajajaja pobre, qué jarro de agua fría; no, el destino no iba a permitir que pasara nada de eso, la verdad es que Neftis tiene muy pero que muy mala pata para conseguir lo que quiere. Para colmo Némesis, no contenta con haberle aguado la fiesta, se pone en plan exigente con ella, y Neftis, muy comprensiblemente, está ya para pocos esfuerzos altruistas, así que le parece que ya es hora de pasarle el testigo a Gilbert... Némesis, de vez en cuando, miraba a Neftis suplicándole con los ojos que le prestase atención a Agnes, quien todavía temblaba y se estremecía en sueños. Sin embargo, Neftis no se sentía capaz de ayudar a Agnes. En esos momentos estaba tan desalentada, tan triste, tan abatida por la realidad que ni tan sólo podía oír la voz de su alma. Lejanamente se prometió que, al día siguiente, iría a buscar a Gilbert y le pediría que cuidase de Agnes. Ella no podía mirarla, no podía.

    Antes de que se vaya, Agnes le hace una declaración de intenciones sobre Galicia. Me pusiste el párrafo que tanto te gusta donde describe cómo es su tierra, a mí me emoción tanto y más el anterior, donde expresa qué es Galicia para ella... No es mi sueño, es mi realidad. Lo único que deseo en este mundo es volver a mi verdadero hogar, nada más. Es estar allí, con sus árboles, con sus ríos, sus bosques, su invencible mar, su gente, su habla, su música, su idioma, su nostálgico cielo, nada más. Y no es mi sueño, es la otra mitad de mi alma —le reveló apenas sin poder hablar—. Escúchame, Neftis, hay un camino que puede ayudarme a volver sin que nadie lo sepa, sin que tenga que despedirme de nadie. Sólo me queda la tierra, mi tierra, ya nadie me quiere como ella, ni me querrán jamás en ninguna parte. Hay un camino que se abre en el cielo todos los días y que me impulsa a volar lejos de aquí, pero yo no quiero irme sin intentarlo una vez más. Allí me esperan el viento y el agua, la tierra y el fuego, pero me espera sobre todo su alma porque su alma y la mía son una sola, Neftis. Por favor, no desvanezcas esa senda que puede guiarme. Ésta es la estela de un deseo, pero se vuelve fuerte tras cada sueño, día tras día. Neftis, tú eres la única que puede evitar que me arranquen una vez más de allí. Dime que ya volví, que ya estoy aquí, que no hay nadie más que pueda hacerme daño. Tengo mucho miedo. Voy a ahogarme en un mar inmenso que no tiene orilla, Neftis, y está a punto de venir. Se acerca y no puedo espantarlo. Sólo puedo huir de él si regreso a mi tierra.

    Y me quedo también con el último párrafo, que no repetiré, donde Neftis disfruta de una felicidad efímera con Agnes gracias al mundo de los sueños, un mundo efímero, sí, pero que nos resulta tan real y emocionante como el que llamamos real.

    De nuevo me has removido con la lectura de un capítulo, me quedo siempre encantado y con ganas de ver qué vendrá ahora.



    ResponderEliminar
  4. La pulpo ataca de nuevo jajaja. Vamos por partes. En primer lugar, me encanta la actitud de Agnes cuando decide recuperar a sus seres queridos. Consciente de que quizás su esfuerzo sea en vano, lo intentará. Creo que el error es anteponer a Neftis a los demás. Debería haber ido primero a ver a Gilbert o Gaya, no sé. Está claro que no es rencorosa pero con todas las (hablando en plata) putadas que le ha hecho Neftis, yo creo que debería haber sido la última de la lista.

    Echa en falta a su amiga, yo diría a su única amiga, y eso la insta a intentar recuperarla, casi olvidando lo mal que se comportó. Su recibimiento es frío, pero luego demasiado caliente. Me sorprende de nuevo la actitud de Gaya. Encima, le dedica unas palabras tan duras y crueles...vale, no está ella delante, pero es lo que piensa. Incluso intenta convencer a Neftis de todo eso. Ella sabe lo que pasará, pero no estaría mal que tuviese un poco de fe en ella. Sabiendo como está y su situación...la abandona a su suerte, cuando le entregó todo su amor al conocerla...me parece fatal y me decepciona por su parte.

    Agnes debe ser la persona más humillada del universo. Todos la han insultado y tratado como una mierda, pero uno no lo espera de personas como Gaya...Aunque pueda entender su desilusión con Agnes por su alejamiento.

    Se divide entre marcharse a Galicia o quedarse con Némesis. Volver a su tierra no es nada fácil, pues tendrá que enfrentarse a mil y una adversidades tanto por lo que se encuentre por el camino como por sus miedos y monstruos interiores. Le es imposible separarse de Némesis, es la única criatura que de verdad se preocupa de ella. Llueva o haga sol, está ahí con ella.

    La pulpo ataca de nuevo, y encima cuando Agnes está enferma y con fiebre. Sus instintos son tan primitivos que no es capaz de controlarlos. Menos mal que Némesis hace acto de presencia e impide que ocurra algo de lo que se pueda arrepentir, porque estoy seguro que se habría arrepentido. Su amor por Agnes es un amor enfermo, obsesivo. No es un amor sano. El mismo Gilbert se lo dice, muy sabiamente. Tiene razón en todas sus palabras. Aunque es cierto que las palabras de Gaya son crudas, también le advierte que no es el amor de su vida y que debe olvidarse de ella, tampoco le falta razón. Está claramente desequilibrada y aunque ella no lo vea, no ayuda en nada a Agnes.

    Agnes está desesperada, se siente sola, olvidada y nada querida. Buscaba en ella un hombro en el que llorar, pero sabemos que eso es casi imposible.

    Yo por una parte deseaba que se marchase a Galicia, sin titubear. Luego, cuando poco a poco ha ido descubriendo los inconvenientes, he pensado que es mejor hacer las cosas en frío,bien pensadas y no así, de forma precipitada. Por cierto, le dedica a su tierra unas palabras preciosas. Eso si que es admirar, amar a tu tierra. Si eso es lo que sientes por Galicia, es un sentimiento muy profundo.

    ¡Ah! Muy fuerte que cuando la pulpo la está manoseando Agnes la llame "Artemisa". Es un detalle muy revelador y que creo que más adelante le sorprenderá todavía más jajaja.

    En fin, un capítulo muy intenso. Ocurren muchas cosas, aunque la situación de Agnes sigue siendo igualmente desesperada. Por cierto, que el marco en el que ocurre todo sea esa naturaleza tan profunda, es una pasada. Siempre conectando con la naturaleza.
    En cuanto pueda, me leo la continuación. ¡Me encanta!

    ResponderEliminar