Capítulo
15
Aires de
renacimiento
Hay almas en las que se reflejan los cambios que la naturaleza vive, que
son el espejo del mudar de las estaciones y que moran conectadas siempre al
espíritu que yace bajo la tierra, entre los árboles y en el fluir de los ríos.
Y, aunque la oscuridad que se cierne sobre nuestra alma pueda ser
ensordecedora y asfixiante, siempre existe un pequeñito haz de luz que comienza
a quebrarla, deshaciendo las sombras que la componen y la vuelven invencible.
Agnes trató de renacer aferrándose al espíritu incansable que mora en
la naturaleza, a la fuerza que dimanaba cada amanecer, a la belleza del lugar
en el que habitaba. Aunque todavía tuviese el alma irreversiblemente herida, no
deseaba rendirse, no quería que el tiempo siguiese transcurriendo llevándose aquellos
años tan hermosos que tan intensamente ella deseaba vivir. Había carecido de
libertad durante una gran parte de su vida y no quería que su existencia
siempre se hallase cubierta por el desaliento más estremecedor.
Hasta que llegó la primavera, Agnes había faltado a todos los rituales
que El fuego de Hécate había celebrado. A pesar de que Agnes añorase hallarse
rodeada por la intensa y brillante magia que la envolvía cuando formaba parte
de aquellas celebraciones tan hermosas, se sentía incapaz de acudir junto a
aquellas personas que tan dispuestas estaban siempre a olvidar los matices más
oscuros de la vida para centrarse en aquellos bellísimos y sublimes momentos.
Agnes sabía que, si se acercaba a ellos, contaminaría con su tristeza la
felicidad que a ellos les llenaba el alma.
De repente, se percató de que la ilusionaba saber que asistiría de
nuevo a los Sabbats que marcaban el transcurso de los meses. Además, recordó
que aquel año celebrarían Mabon, el equinoccio de otoño, reuniéndose con otros
aquelarres. La cercanía de aquel evento le hacía sentir unos nervios que apenas
le permitían comer. Vivió aquel verano deseando que el calor del estío se
tornase cuanto antes en la decadencia que siempre teñía la faz del otoño.
Durante aquellos meses, Agnes trató de recuperar la ilusión y la
energía que la impulsaban a seguir estudiando acerca de los temas que más le
interesaban y mantenían despierta su preciosa curiosidad, sus ganas de
reencontrarse consigo misma y de comunicarse con la Diosa. Además, olvidó, sin
apenas advertirlo, que había deseado celebrar rituales oscuros para enviarles
energía negativa a aquellas personas que habían herido a su tierra amada. De
vez en cuando, notaba que el odio que aquel hecho le provocaba se le despertaba
con fuerza por dentro de ella, pero conseguía silenciar su desgarradora voz
convenciéndose de que lo que menos le convenía en aquellos momentos era
prestarles atención a aquellas emociones tan estremecedoras.
No había olvidado, sin embargo, lo que había ocurrido en su amada
tierra. Continuamente soñaba con aquel horrible acontecimiento y se despertaba
notando que el desaliento volvía a oscurecer la luz que deseaba brillar en su
alma, pero, con el paso del tiempo, se percató de que en realidad Galicia no
había estado tan desamparada y sola como ella había creído. Saber que se habían
volcado en ayudarla tantas personas la serenaba y le permitía no perder la fe
en la humanidad; aquella fe que había muerto casi definitivamente cuando
aquella catástrofe había sobrevenido a aquel lugar tan mágico.
Sin embargo, Agnes no pudo luchar contra el incipiente rencor que le
había nacido en el alma cuando Gaya y Gilbert le impidieron viajar a Galicia.
Aunque todavía los quisiese y los respetase profundamente, no olvidaba que
ellos, nuevamente, le habían cortado las alas, la habían retenido en un tiempo
insustancial y completamente oscuro. Aquella emoción tan triste la instaba a
permanecer lejos de ellos. Apenas los visitaba ya. No deseaba mirarlos a los
ojos recordando lo que había sucedido entre ellos tres. Prefería que el tiempo
le sanase aquellas heridas que ellos le habían horadado en el alma casi sin
preverlo ni poder evitarlo.
No obstante, Agnes trataba de centrarse en las buenas sensaciones que
la naturaleza le entregaba con cada amanecer. Era consciente de que aquella
energía tan hermosa también era un síntoma más de su enfermedad. Sabía que su
alma podía vivir sumergida en la tristeza más estremecedora e indestructible y
de repente teñirse de aliento y ansias de vivir, de luchar por retener la paz
de cada instante; mas intentaba que aquella certeza no la intimidase.
—
Me alegra muchísimo percibirte tan recuperada —le confesó Gaya una
tarde en la que había ido a visitarla.
—
Gaya, sabes tan bien como yo que este aliento que ahora siento es otro
síntoma de mi enfermedad —le contestó ella intentando no desvelar cuánto la
intimidaba aquella realidad.
—
Es verdad, pero eso no significa que no tengas que aprovecharte de
este estado, ¿no crees? Por cierto, el mes que viene celebraremos Mabon en
medio del bosque con más comunidades. Será un ritual precioso. Vendrás,
¿verdad? Hace mucho tiempo que no asistes a una ceremonia tan especial y todos
te extrañamos muchísimo.
—
Yo también os echaba mucho de menos; pero no creo que todos me
añoraseis de la misma forma...
—
¿Por qué lo dices?
—
No importa.
Agnes ansiaba contarle a Gaya lo que le había ocurrido con Moira hacía
ya al menos ocho meses, pero no quería turbar la calma que las rodeaba.
Caminaban juntas por aquel hermoso bosque notando que de la tierra se
desprendía una energía muy acogedora que les acariciaba el alma. Hacía mucho
tiempo que Agnes no se sentía tan unida a Gaya después de lo que había
sucedido.
—
Gaya, necesito pedirte perdón —le confesó de repente deteniendo su
paso y tomándola dulcemente de la mano.
—
¿Por qué, Agnes? —le preguntó extrañada y conmovida.
—
Porque, desde lo que ocurrió en Galicia, os guardé a Gilbert y a ti un
rencor horrible que deshizo la confianza que siempre me inspirabais.
—
Nosotros tampoco nos comportamos bien contigo. El deseo de protegerte
nos obligó a negarte algo que posiblemente te habría ayudado a sentirte mejor.
Perdónanos a nosotros también, Agnes. Te queremos muchísimo y los dos tenemos
miedo a que la tristeza te aleje para siempre de la vida.
—
Sí, lo entiendo; pero no podéis protegerme siempre. Además, me
dejasteis muy sola, sin saber ni siquiera cómo estabais.
—
No volverá a ocurrir, te lo prometo.
—
De acuerdo —le sonrió ella presionándole las manos.
—
Hay algo que me resulta muy curioso.
—
¿De qué se trata?
—
Sé que amas el invierno y el otoño con todo tu corazón. Sin embargo,
es en otoño y en invierno cuando más te desalientas, cuando más triste te
sientes.
—
Sí, es cierto. Amo el otoño con todo mi corazón y a la vez noto que la
decadencia que se esparce por la naturaleza también se me adentra en el alma.
El otoño me recuerda mucho a Galicia. Allí, el otoño tenía unos colores tan
hermosos...
—
Y aquí también, Agnes. Tienes mucha suerte por poder vivir en un lugar
tan precioso y mágico.
—
Sí, tienes razón.
De ese modo empezaron a pasar los días, con una calma estival y
azulada que a Gaya y a Agnes les llenaba el alma de magia y paz. Aunque Agnes
sintiese que el calor del verano la asfixiaba, intentaba disfrutar de cada
instante que la naturaleza le regalaba.
Mabon se aproximaba con muchísima calma. Agnes vivió aquel mes que la
separaba de aquella celebración tan especial luchando contra el calor que la
asfixiaba. Permanecía la mayor parte del día bañándose en el precioso lago que
había cerca de su casa o también compartiendo con Némesis momentos de muchísima
inspiración en los que la voz del atardecer la instaba a escribir versos
teñidos de fascinación y amor, fascinación y amor por lo que la rodeaba, pero
también por los bellos momentos que había vivido en su pasado.
Sentir que cada vez se hallaba más próxima la tarde en la que
celebraría aquel ritual tan especial le impedía respirar con serenidad. No
era la primera vez que Agnes asistiría a una ceremonia en la que se reunirían
tantas personas que creían como ella. Había formado parte de celebraciones
preciosas en las que se había sentido conectada con almas muy distintas a la
suya y había disfrutado de la hermosa sensación de unión y de hermandad que
provoca hallarnos rodeados por quienes se encuentran en un mundo muy similar al
nuestro. Sin embargo, Agnes sentía que aquella vez sería diferente y única. No
pudo dormir durante toda la noche previa a aquel día tan especial. Continuamente
se preguntaba cómo viviría aquella festividad, qué matices tendría la tarde,
qué olores la envolverían.
El fuego de Hécate le había ofrecido la
oportunidad de descubrir que en el mundo había muchas más personas de las que
pensaba que creían como ella, que podían entenderla y acogerla en sonrisas
luminosas. No obstante, Agnes siempre se había sentido incapaz de hundirse en
aquellos ojos desconocidos y de mezclarse con las conversaciones que los
miembros de su aquelarre mantenían con los demás. Siempre se había quedado
rezagada, disfrutando de la tranquilidad que teñía el bosque donde festejaban
aquellos rituales tan especiales. Solamente en Ostara y en Mabon se reunían con
otras comunidades. Era la ocasión perfecta para conocer a más gente que sentía
y pensaba como ella, pero Agnes siempre se había marchado mucho antes que los
demás. La timidez extrema que le anegaba el alma le impedía plantearse la
posibilidad de aproximarse a alguien que no formaba parte de su vida. Sin
embargo, Agnes intuía que aquel ritual sería mucho más especial que todos los
que había vivido. Su alma le musitaba certezas que le costaba comprender.
Mientras la tarde no llegaba, permaneció
durante todo el día intentando dominar los nervios que se le habían aferrado al
estómago. No pudo comer nada, sólo ingirió algunas tisanas con las que aspiraba
a calmarse, pero estaba tan inquieta que apenas podía controlar sus emociones.
Némesis percibía a la perfección los sentimientos de su amiga. Intentaba sosegarla
mirándola con mucho amor, pero Agnes apenas captaba la energía apaciguadora que
dimanaban los hipnóticos ojos de aquel animal tan sabio.
Se dirigió hacia el hogar de Gaya mucho
antes de que llegase la hora a la que habían quedado en encontrarse. Gaya la
recibió con cariño, pero también con mesura. Aunque Agnes le hubiese pedido
perdón por haber sentido rencor hacia ella y Gilbert y aunque hubiesen
compartido muchísimos momentos hermosos que les demostraban que se había
deshecho la distancia que las había mantenido separadas durante aquel triste
tiempo, Agnes había preferido permanecer encerrada en una soledad aparentemente
inquebrantable y ni siquiera se molestaba en visitarlos. Debían ser Gaya y
Gilbert quienes se aproximasen a ella para conocer cómo estaba. Cuando ellos se
interesaban por ella, Agnes se mostraba evasiva y no respondía ninguna de las
preguntas que ellos le formulaban.
Cuando llegaron al hermoso rincón del
bosque en el que siempre solían celebrar aquellos Sabbats tan especiales y
mágicos, descubrieron que ya los aguardaban inquietas y felices unas cuantas
personas. El ritual fluyó con sencillez. Gaya y Gilbert lo dirigieron con
muchísima magia, con mucha cercanía y sublimidad.
Agnes notó, durante aquellas horas, que el
alma se le encogía cada vez más por dentro de ella. Tenía la sensación de que
aquel ritual estaba entregándole muchísima inspiración, pero también sentía que
la magia que lo impregnaba le arrebataba, poco a poco, la serenidad con la que
ella siempre trataba de teñir su vida.
De repente, tuvo la impresión de que toda
aquella añoranza que hasta entonces había conseguido mantener silenciada
explotaba por dentro de ella, instándola a rememorar todo lo que había vivido
durante los últimos meses de su vida. Cuando aquellos recuerdos se le
esparcieron por la mente, notó que los detalles de su alrededor se desvanecían
y que se separaba de la magia que impregnaba aquella ceremonia tan especial.
Entonces de repente se percibió quebradiza,
como si su cuerpo se hubiese convertido en una hoja caduca. Se preguntó por qué
su ánimo había mudado tan de súbito, por qué su alma se había cubierto de tanta
oscuridad de un modo tan inesperado y sobrecogedor. Además, añoraba muchísimo a
Némesis. Cuando no se hallaba junto a ella, tenía la impresión de que era mucho
más frágil que nunca, que cualquier hecho o mirada podía abatirla
irremediablemente.
Le costaba muchísimo comprender por qué se
sentía tan desasosegada, tan nerviosa e inquieta. Además, continuamente luchaba
contra un incipiente llanto que le había invadido la garganta. Apenas era capaz
de prestarles atención a sus pensamientos, pero de vez en cuando notaba que su
memoria se esforzaba por recuperar recuerdos que en esos momentos parecían
inmensamente lejanos.
De súbito, cuando el ritual estaba a punto
de llegar a su fin, Agnes se percató de que alguien la miraba fija e
insistentemente. Hasta entonces, no se había dignado observar a las personas
que la acompañaban en aquel momento tan especial. Los nervios que la invadían
apenas le permitían ser consciente de lo que la rodeaba, pero, al sentir con
tanta viveza la presencia de aquella mirada, entonces alzó los ojos y los
deslizó por su alrededor.
Quien la observaba sin cesar era una mujer
alta, delgada, con los ojos profundamente negros, con una mirada serena y a la
vez nostálgica que sobrecogía. Tenía el cabello liso, largo y negro y un
flequillo recto le cubría la frente, volviendo mucho más rasgados sus bellos
ojos. Portaba un vestido rojizo y marrón que estilizaba mucho su figura; la que
era esbelta, elegante y atractiva.
Agnes notó que el corazón comenzaba a
latirle con una fuerza desbocada. Intentó retirar los ojos de aquella mujer que
en esos momentos parecía vivir solamente para mirarla, pero era incapaz de
despegarse de la potente energía que se desprendía de su presencia. Se sentía
intimidada y empequeñecida, como si aquella mujer tuviese el poder de
deshacerla tan sólo con una mirada. No obstante, enseguida entendió que se
encontraba así porque de nuevo la intensa timidez que nunca la abandonaba le
había arrebatado definitivamente la calma con la que hasta entonces había
vivido aquella tarde.
Nunca le había gustado que la mirasen con
tanta insistencia, que analizasen con tanta minuciosidad su aspecto ni que se
hundiesen sin regreso en sus ojos expresivos. Agnes creía que la voz de su alma
gritaba tan alto que cualquier persona podía oírla si la miraba.
El ritual llegó a su fin cuando Agnes ni
tan sólo se percataba de lo que ocurría a su alrededor. Seguía oyendo la voz
mágica y solemne de Gaya, pero apenas comprendía las palabras que pronunciaba.
Ansiaba marcharse de allí cuanto antes y encerrarse en su cabaña, junto a
Némesis, y contarle a su amiga todo lo que sentía y había vivido. La forma como
aquella mujer la miraba la destruía, como si aquellos ojos fuesen de piedra y
ella fuese tan sólo una delicada flor.
Después de los rituales, siempre solían
comer y conversar para disfrutar de la magia que los rodeaba, pero Agnes nunca
había compartido con nadie aquellos momentos. Y sentía que aquella vez deseaba,
más que nunca, desaparecer sin que nadie advirtiese su marcha. Sin embargo,
cuando Gaya abrió el círculo mágico, la mujer que no había dejado de mirarla en
ningún momento se acercó rápidamente a ella.
Agnes anheló con todas las fuerzas de su
alma que la tierra se abriese bajo sus pies y la devorase para siempre. Durante
los momentos interminables en los que la mujer no había retirado sus ojos de
ella, había notado que las conectaba una corriente energética que la estremecía
profundamente. Se trataba de una energía compuesta por distintos sentimientos
que Agnes era incapaz de comprender. Además, intuía que, si permitía que
aquella mujer se adentrase en su vida, La Paz de sus días temblaría hasta
convertirse en la noche más honda e insondable.
Intentó escaparse de su mirada, pero la
mujer la agarró del brazo con suavidad antes de que pudiese moverse. Le dedicó
una mirada muy serena y luminosa que agravó hondamente la vergüenza que Agnes
sentía. Notó que las mejillas le ardían, que el corazón le latía con fuerza,
golpeándole el pecho con agresividad, y que las manos se le habían vuelto
gélidas.
—
Hola —la saludó la mujer sonriéndole divertida—.
¿Puedo hablar contigo o tienes prisa por irte?
Agnes se sintió mucho más torpe que nunca.
Con las únicas personas que se había relacionado mínimamente habían pertenecido
a su aquelarre y hacía muchísimo tiempo que no hablaba con nadie. Sólo Némesis
tenía el privilegio de oír su voz, de comprender sus pensamientos y sus
sentimientos. Agnes nunca había sido muy ágil conversando con desconocidos,
pero en esos momentos tenía la sensación de que era la primera vez que debía contestarle
a alguien que jamás había pertenecido a su vida.
—
¿Qué te pasa? ¿Eres muda? —se rió la mujer
presionándole el brazo. Agnes ansió pedirle que la soltase. Nunca le había
gustado que alguien desconocido la tocase—. Si te molesto, puedes decírmelo y
te dejaré en paz.
Agnes negó con la cabeza. Era incapaz de
hablar. Notaba que en la garganta tenía un nudo hecho de nervios y tensión que
había devorado su voz.
—
Bueno, pues, si quieres hablar conmigo, búscame.
Estaré por aquí —le ofreció sin dejar de sonreírle.
En esos momentos, Gaya se acercó a ellas
dedicándoles una mirada muy acogedora. Agnes sintió que el alivio más intenso
se mezclaba con los desagradables y asfixiantes sentimientos que le anegaban el
alma.
—
Hola, Neftis —la saludó con felicidad—. Me
alegro muchísimo de que hayas venido. Hace tanto tiempo que no nos
reencontramos en un ritual...
—
Yo también estoy muy feliz de verte —le contestó
ella tomándola dulcemente de la mano—. He estado de viaje durante varios meses.
Por eso no pude asistir a vuestros rituales; pero os eché mucho de menos.
—
Nosotros a ti también. ¿Dónde has estado?
—
He estado en Finlandia con una asociación en
contra de la caza de delfines. Es increíblemente triste lo que hacen con ellos
—le contó con pena.
—
Sí, estoy al tanto de todo eso. ¿Y cómo te
encuentras?
—
Muy bien y feliz. Estaba intentando hablar con
esta chica tan curiosa y bella, pero no quiere saber nada de mí —le dijo refiriéndose
a Agnes, mirándola de nuevo con los ojos anegados en ternura e interés.
—
Huy, es que Agnes es muy tímida; pero no te
preocupes. En cuanto te conozca mejor, te tomará confianza. Agnes, ella es
Neftis. es una vieja amiga, aunque todavía es muy joven —se rió tiernamente.
—
¿Te llamas Agnes? —le preguntó con curiosidad—.
tienes un nombre muy bonito.
—
Gracias —respondió Agnes al fin, notando que le
costaba cada vez menos liberar su voz—. Neftis también es un nombre muy
especial. Es el nombre de una diosa muy poderosa.
—
Sí, es cierto. Me siento muy identificada con
esa diosa.
—
Bueno, yo os dejo hablar tranquilamente
—intervino Gaya orgullosa mientras ya se apartaba de ellas—. Agnes, no te vayas
sin despedirte, como haces siempre —le pidió riéndose. Agnes notó que la
vergüenza y la tensión volvían a apretarle el alma.
Neftis la miró curiosa. Volvió a analizar
su apariencia con una minuciosidad sobrecogedora. Agnes se sintió desfallecer,
pero intentó ser fuerte.
—
¿Es la primera vez que vienes a un ritual de
este tipo? —le preguntó Neftis acercándose más a ella.
—
No. Ya vine unas cuantas veces. Formo parte de
El fuego de Hécate; el aquelarre del cual Gaya es su suprema sacerdotisa —le
explicó esforzándose por lograr que su voz sonase nítida. Lo consiguió, a pesar
de que todavía estaba excesivamente nerviosa.
—
Qué bien te expresas. Por favor, no tengas vergüenza
–le solicitó mientras la tomaba de la mano, incomodándola mucho más. Neftis
notó que Agnes estaba inquieta, así que le preguntó—: ¿Qué te ocurre? ¿No te
gusta que una desconocida te agarre de la mano?
—
En general no me gusta que me toquen —le alegó
ella soltándola con delicadeza.
—
Nadie lo diría. Pareces una persona muy
cariñosa. Tienes una forma de hablar muy entrañable y bonita. ¿Eres de Galicia?
Tu acento lo revela a gritos —se rió con inocencia. Agnes notó que aquellas
palabras despertaban con fuerza el recuerdo de Galicia. El alma se le llenó de
nostalgia sin que pudiese evitarlo y los ojos se le humedecieron—. Perdóname.
Tal vez esté siendo muy directa contigo.
—
No te preocupes. Sí, soy de Galicia.
—
¿De qué parte de Galicia vienes?
—
De Ourense.
—
¿Y qué haces aquí? ¿Cómo es posible que alguien
tan mágico como tú se halle tan lejos de una tierra tan bonita?
—
Es una larga historia.
—
Entiendo que no quieras contármela. Todavía no
me conoces. Por cierto, lamento muchísimo lo que ocurrió en Galicia hace casi
un año. Fue un horrible desastre. Yo quise viajar hasta allí para ayudar, pero
me resultó completamente imposible ir hacia esas tierras.
—
Muchas gracias —musitó Agnes mirándola con
cariño por primera vez desde que habían comenzado a hablar.
—
¿Cuántos años tienes? Pareces muy joven.
—
Cumpliré veintisiete el mes que viene. ¿Y tú?
—
Huy, yo ya tengo treinta años —se rió de forma
encantadora.
Agnes pensó que aquella mujer parecía
mucho más joven de lo que aseguraba. Además, se fijó en que su modo de hablar
también era muy curioso y entrañable. Adivinó al instante que ella se esforzaba
por pronunciar claramente cada una de las palabras que brotaban de sus labios.
Anheló preguntarle dónde había nacido, pero la vergüenza que siempre la
dominaba cuando debía conversar con alguien que no la conocía todavía no se
había desvanecido y le impedía ser libre.
—
Me gustaría hablar serenamente contigo y creo
que aquí no podremos estar tranquilas. ¿Te apetece que te acompañe a tu casa? —le
propuso Neftis risueña.
—
Huy, no, yo vivo un poco lejos de aquí.
—
No me importa. Adoro caminar por el bosque,
sobre todo a estas horas.
—
No quiero causarte ninguna molestia.
En realidad, Agnes no quería que Neftis la
acompañase porque no era capaz de imaginarse a solas con ella, sin que nadie
más pudiese protegerla. Sabía que le costaría muchísimo conversar con serenidad
y sinceridad, pues la vergüenza que sentía no cesaría de latirle en el alma; mas
Neftis parecía ignorar plenamente sus emociones. La tomó delicadamente del
brazo (olvidando que Agnes le había confesado que no le gustaba que la tocasen)
y empezó a andar con calma sin dejar de mirarla.
Agnes percibió que de aquellos ojos tan
hermosos y oscuros se desprendía una bondad muy mágica que, de repente, le hizo
sentir acogida. A medida que se alejaban de los demás, Agnes notaba que las
asfixiantes emociones que le anegaban el alma se atenuaban. Se sobrecogió
cuando se percató de que la presencia de Neftis irradiaba una paz que a ella le
costaba muchísimo sentir cuando se hallaba junto a alguien con quien apenas
había compartido la vida.
—
¿Y dónde vives? —le preguntó con una curiosidad
muy tierna.
—
Vivo en medio del bosque, en una cabaña muy
bonita —le respondió intentando expresarse con seguridad.
—
¿De veras? ¡Es increíble! ¡Qué bonito! MI sueño
siempre fue habitar en medio del bosque, lejos de las ciudades, lejos de la
gente. Siempre fui muy solitaria, aunque amo hallarme junto a personas tan
maravillosas como tú. Se percibe a leguas que eres muy mágica y buena —la
halagó con mucha dulzura y sinceridad.
—
Muchas gracias. Eres muy cortés y amable —le
contestó notando que las palabras que Neftis le había dedicado la emocionaban profundamente.
Hacía muchísimo tiempo que nadie le acariciaba tan tiernamente el alma—. Tú
también pareces muy buena persona.
—
Intento serlo. Me gusta ayudar a los demás y a
la naturaleza.
—
Eso es muy bonito.
—
¿Y Agnes es tu verdadero nombre?
—
Sí, siempre lo fue. ¿Por qué?
—
¿Estás iniciada?
—
Sí, hace ya unos años que me inicié —le explicó
confundida.
—
¿Y no cambiaste de nombre cuando te iniciaste en
esta vida?
—
No. No sentía que tuviese que hacerlo.
—
Yo también estoy iniciada, pero me quedan tantas
cosas por aprender... Me gustaría que Gaya fuese mi maestra.
—
Nunca tenemos que dejar de aprender.
—
Tienes razón.
—
¿Y cuál es entonces tu verdadero nombre? —le
cuestionó risueña. Cada vez se sentía más cómoda y segura a su lado; lo cual la
ilusionaba tiernamente.
—
Mi verdadero nombre es Mina.
—
Es un nombre muy hermoso —le sonrió con
inocencia.
—
No te parecería tan bonito si supieses de dónde procede.
—
¿De dónde? —se rió Agnes sutilmente.
—
Proviene de Benjamina.
—
Bueno, es mejor que te llame Neftis, entonces.
—
Sí, por favor.
Caminaban con ligereza, pero también con tranquilidad, disfrutando de
cada brisa que les acariciaba la piel y de cada matiz que llovía de aquel
atardecer tan hermoso. Neftis no dejaba de observar su alrededor. Continuamente
analizaba cada rincón del bosque que podía percibir, escuchaba con atención los
susurros que se escondían entre los árboles y sobre todo se fijaba en cada una
de las reacciones de Agnes, de quien no podía retirar sus ojos, como si su
belleza la hubiese hechizado.
A pesar de que Agnes sintiese una inmensa timidez cuando advertía que
Neftis no dejaba de mirarla, debía reconocerse a sí misma que cada vez se
encontraba más serena a su lado. Neftis le inspiraba una confianza que hacía
muchísimo tiempo que no le invadía el alma. Además, aunque fuese levemente
indiscreta, su forma de mirarla la acogía y la protegía.
—
Qué bonito es este bosque —le comentó con mucha fascinación al cabo de
unos silenciosos minutos.
—
Sí, es muy hermoso y esta naturaleza tiene tanta fuerza...
—
Me gustaría vivir aquí, en otra cabaña que me protegiese de la mirada
de las personas. ¿Sabes si por estos lares hay alguna que esté abandonada?
—
Me parece que sí. En la ladera de aquella montaña hay una pequeña
casiña que está bastante deteriorada, pero Gilbert y yo podemos ayudarte a
condicionarla.
—
Muchísimas gracias. Eres muy amable.
Agnes le sonrió con una sinceridad y una inocencia que a Neftis le
encogieron el corazón. Hacía muchísimo tiempo que nadie le dedicaba una sonrisa
tan bonita, tan mágica y luminosa. Notó que los ojos se le llenaban de lágrimas
y que unas leves ganas de llorar se apoderaban de su corazón, pero se contuvo,
pues no quería que Agnes le preguntase por qué de repente se había vuelto tan
frágil. Junto a aquella mujer se sentía pequeña, como si ella gozase de un
poder hipnótico que la apartaba de la realidad. Aquellas sensaciones le
llenaban el alma de calor, pero también la asustaban.
—
Eres adorable, Agnes. eres realmente bellísima y muy mágica, te lo
aseguro. Hacía muchísimo tiempo que no conocía a alguien tan interesante como
tú; pero pareces triste. Sé que tus ojos, los que son los más bonitos que vi
nunca, pueden brillar muchísimo más y, sin embargo, los tienes impregnados de
nostalgia.
Agnes notó que se ruborizaba, que la timidez que había conseguido
silenciar le latía con fuerza en el alma y que, nuevamente, la emoción deseaba
llenarle los ojos de lágrimas. Le retiró la mirada a Neftis, intentando
esconder sus sentimientos, pero Neftis también era una mujer muy observadora y
enseguida se percató de que sus palabras la habían conmovido profundamente.
—
Gracias, Neftis —susurró con mucha emoción.
—
Perdóname por si mis palabras te han incomodado. Suelo ser muy sincera
siempre y a veces no controlo lo que digo.
—
No me pidas perdón por haberme dicho algo tan bonito.
Neftis le sonrió tiernamente y entonces volvió a hundirse en los
negros y expresivos ojos de Agnes. Agnes notaba que aquel momento estaba
impregnándose de sensaciones y de emociones que le costaba muchísimo
comprender; pero sabía que éstas emanaban sobre todo del alma de Neftis, quien
la miraba como nadie lo había hecho hasta entonces, como creía que nadie podría
mirarla.
—
¿Cuánto tiempo hace que te fuiste de Galicia? —le preguntó con
delicadeza intentando quebrar aquel extraño silencio que se había apoderado de
su conversación.
—
Hace más de diez años.
—
¿Y echas de menos tu tierra?
—
Sí, muchísimo —le contestó con una voz frágil.
—
Por eso tienes una mirada tan triste, ¿verdad? —Agnes no fue capaz de
contestarle. Sólo le asintió levemente con la cabeza. La nostalgia le había
horadado un vacío en el alma y sentía que en la garganta le palpitaba un nudo
feroz hecho de desesperación—. Perdóname, Agnes. Tal vez no debería preguntarte
algo tan íntimo.
—
No te preocupes. Estoy habituada a sentir tanta morriña.
—
Yo también nací en un país que está muy lejos de aquí. Soy de Bolivia
—le confesó sonriéndole con cariño.
—
Bolivia debe de ser un país hermosísimo.
—
Sí, lo es, pero no es sencillo vivir allí, sobre todo si eres una
persona tan especial, sobre todo si siempre te has sentido distinta a los
demás.
Agnes la miró interesada y emocionada. Con sus ojos nocturnos y
profundos, la instaba a que siguiese hablando, la animaba a que le confesase
todo aquello que desease contarle. Neftis, captando a la perfección los
sentimientos de Agnes, prosiguió:
—
Mis padres eran evangelistas y a mí siempre me resultó imposible creer
en lo que ellos me enseñaban. Nunca compartimos la fe, nunca logré comprender
sus doctrinas, sus preceptos, su modo de pensar y de interpretar la vida. Yo
siempre fui una niña muy rebelde que prefería correr libre por el campo antes
que pasarme las tardes encerrada en casa aprendiendo cosas que no me interesaban
en absoluto.
—
Entiendo perfectamente lo que me cuentas —le sonrió Agnes complacida.
—
Intuyo que tú has vivido algo parecido. —Agnes le asintió con
timidez—. Lo más curioso es que siempre conseguía escaparme de ellos. Mis
padres tampoco se esforzaban mucho por retenerme a su lado. Siempre supieron
que era diferente, que no podían encerrarme, que no podían cortarme las alas.
Crecí respondiendo a mis deseos, haciendo lo que anhelaba, volviendo realidad
mis sueños. No obstante, siempre me sentí muy sola. No tenía amigos y notaba
que nadie me entendía. Fui siempre muy curiosa y algo desobediente.
Agnes no se preguntaba por qué Neftis le hablaba con tanta franqueza
de su vida, pues era consciente de que Neftis también había comenzado a confiar
plenamente en ella sin que nadie lo hubiese previsto, sin que ninguna de las
dos lo hubiese decidido. Agnes también anhelaba compartir sus sentimientos, sus
recuerdos y sus pensamientos con Neftis; pero no la interrumpió en ningún
momento. Aguardaría con esperanza el instante en el que podría abrirle su
corazón. La ilusionaba sentir que ansiaba explicarle a otra persona gran parte
de lo que había vivido antes de que la arrancasen de Galicia, pues siempre le
había costado mucho desvelar cómo había sido su pasado. Sin embargo, se
estremecía cuando se planteaba la posibilidad de que, alguna vez, también
tuviese que confesarle a Neftis que estaba enferma, que había permanecido
varios años de su vida encerrada en un hospital horrible en el que para siempre
cambió su forma de ser. Tuvo muchísimo miedo a que Neftis se enterase de
que tenía el alma irreversiblemente herida y que podía perder la dulce
serenidad que teñía sus días en tan sólo un instante sin que nadie pudiese
evitarlo. No quería que supiese que no era tan mágica como ella pensaba.
Para huir de aquellos estremecedores
pensamientos, volvió a hundirse en la mirada de Neftis, quien la observaba con
un ininterrumpido interés, como si quisiese captar todos los sentimientos que
le anegaban el alma.
Neftis tenía unos ojos muy bonitos.
Además, se expresaba con una calma que a Agnes le encogía y le acariciaba el
corazón. Salvo con Gaya, Gilbert y Némesis, no solía sentirse tan cómoda junto
a alguien que apenas la conocía.
Sin embargo, percibía que Neftis la miraba
con emociones que le costaba mucho entender; pero se creía incapaz de
preguntarle por qué de sus ojos emanaba tanto cariño cuando se hundían en los
suyos y por qué se mostraba tan cercana y dulce con ella cuando apenas hacía
una hora que se habían conocido.
—
¿Desde cuándo vives en tu cabaña? —le preguntó
interrumpiendo aquel silencio tan extraño.
—
Me cuesta concretar cuánto tiempo llevo
habitando aquí, pero me parece que el próximo marzo hará dos años que me mudé a
mi casiña.
—
¿Y dónde vivías antes?
—
en casa de Gilbert.
Agnes rogó que Neftis no le preguntase
nada más acerca de su vida. No deseaba explicarle por qué había habitado
durante tanto tiempo en el hogar de Gilbert ni cómo había llegado hasta esos
lares. Se arrepintió de haber sido tan sincera con ella.
Neftis notó que Agnes se sentía levemente
incómoda. Decidió que no le preguntaría nada más acerca de su vida. Creyó que
estaba siendo demasiado indiscreta con ella, así que le pidió perdón
sonriéndole con dulzura y timidez.
—
No te disculpes por ser curiosa y por
interesarte por mí —le contestó Agnes conmovida—; pero hay temas de los que
prefiero no hablar ahora.
—
Es totalmente comprensible. Acabamos de
conocernos. Es natural que todavía no confíes en mí. No obstante, me gustaría
asegurarte que tengo la sensación de que ya te vi en otro momento.
Por primera vez desde que se había
adentrado en aquella vida, Agnes no correspondía a los sentimientos de alguien
que le indicaba que ya se habían conocido en otro tiempo. Cuando miraba a
Neftis a los ojos, no percibía que existiese entre ellas un lazo que hubiese
nacido en otra vida, como sí le ocurría con Gaya o con Némesis, sobre todo con
Némesis. Sin embargo, no le comunicó sus pensamientos a Neftis en ningún
momento. Prefirió quedarse en silencio, aguardando a que Neftis le dedicase
cualquier palabra que pudiese quebrar aquella situación tan extraña; mas Neftis
también parecía haberse hundido en un silencio que protegía sus sentimientos y
sus recuerdos.
—
Ya estamos a punto de llegar —le anunció Agnes
intentando expresarse con serenidad.
—
Qué afortunada eres por poder vivir en un lugar
tan bonito. Debes de sentirte continuamente muy cerca de la Diosa.
Agnes le sonrió con cariño y ternura. La
conmovía que Neftis apreciase con tanta nitidez y amor el lugar donde ella
vivía; al cual se sentía tiernamente unida, a pesar de que nunca se silenciase la
nostalgia que sentía por Galicia.
El atardecer estaba a punto de desvanecerse
sin dejar rastro. Quedaban en el cielo unos sutiles rayos de luz que jugaban ya
con las sombras de la noche. Era posible atisbar el reflejo titilante de las
estrellas posándose en las cumbres de las lejanas montañas. Agnes y Neftis se
habían detenido en el principio de la senda que conducía al hogar de Agnes y
ambas percibían que aquel instante valía muchísimo más que una vida entera.
El viento soplaba de vez en cuando,
meciendo con mucha delicadeza las ramas de los árboles. Sonaba entonces una
dulce melodía que las hechizaba, que les hacía creer que el tiempo se había
detenido y que ya no existía más mundo aparte de aquellos árboles, de aquellas
hojas, de aquel cielo crepuscular que parecía la tibia y serena superficie del
lago más mágico de la tierra.
Neftis se fijó en que la pálida piel de
Agnes resplandecía si ella se hallaba rodeada por las primeras sombras de la
noche, si la oscuridad se derramaba sobre sus cabellos y se protegía en sus
ojos expresivos y tan nocturnos como el cielo que las cubría. Entonces creyó con
mucha más firmeza que Agnes era la mujer más hermosa y mágica que había
conocido en su vida. Aquel pensamiento le aceleró el corazón y le llenó el alma
de una creciente nostalgia y de un extraño miedo que de repente le hicieron
sentir unas leves ganas de llorar.
—
Me alegro mucho de haberte conocido, Agnes —le
confesó mientras la tomaba delicadamente de la mano. Esta vez, Agnes no se
sintió incómoda al notar que Neftis la tocaba—. Me gustaría verte mañana.
¿Puedo venir a visitarte?
—
Sí, por supuesto —le sonrió ella encantada.
De pronto, Agnes oyó que alguien se
acercaba sigilosa y silenciosamente a ellas. Enseguida supo que era Némesis
quien se movía entre las ramas. La tierna felicidad que le anegaba el alma se
volvió casi insoportable. Anhelaba presentarle a Neftis, aunque de pronto se
preguntó si a Neftis la aterraban las serpientes o, como a ella, la fascinaban
profundamente.
—
Agnes, creo que hay algo ahí —la avisó Neftis
con una voz trémula.
—
No tengas miedo, Neftis —le pidió ella presionándole
la mano con ternura—. No estás en peligro. Neftis, ¿te asustan las serpientes?
–le preguntó mirándola tímidamente a los ojos.
—
Sí, muchísimo. Nunca me han gustado.
—
Entonces, lo mejor será que te marches —le
advirtió con un deje de tristeza tiñendo su dulce y tersa voz.
—
¿Por qué?
Entonces Némesis apareció suavemente entre
las plantas. Agnes le dedicó a su amiga una mirada anegada en amor y dulzura. Neftis
se había quedado totalmente paralizada al percibir lo grande que era aquella
serpiente. Deseaba huir de su lado, pero enseguida se percató de que entre
Agnes y ella existía un lazo muy mágico y especial; el cual, realmente, sentía
que la protegía.
—
Neftis, ella es Némesis. Es mi mejor amiga, mi
mayor cómplice —le confesó agachándose junto a Némesis y acariciándole la
cabeza con muchísima ternura—. no tengas miedo. nunca te hará daño, te lo
prometo.
—
Es una cobra —observó Neftis completamente
sobrecogida—. Es inmensa.
—
Pero es muy buena y cariñosa, te lo aseguro.
—
Te creo –le sonrió—. Agnes, todavía
no quiero separarme de ti. Me apetece seguir conversando contigo. Necesito
revelarte aún muchos detalles de mi vida que me interesa que conozcas; pero, si
tienes cosas que hacer...
—
No tengo nada ineludible que hacer, así que, si
lo deseas, puedes quedarte a cenar conmigo —la invitó sin pensar. Ni siquiera
ella misma había previsto sus palabras.
—
¿De veras no te causo ninguna molestia?
—
Por supuesto que no.
En aquellos momentos, parecía como si no
existiese el tiempo. Incluso Neftis notó que la presencia de Némesis no la
asustaba. Hasta entonces, había sentido un terror atroz cuando se había hallado
junto a alguna serpiente; pero Némesis le resultaba tan hermosa y majestuosa...
Enseguida comprendió que Némesis la fascinaba tanto porque Agnes la quería con
un amor indestructible, porque realmente aquel animal era una prolongación del
alma de Agnes.
Cuando, por primera vez en su vida, Neftis
se adentró en la cabaña de Agnes, percibió que todas las energías opresivas que
se le habían aferrado al alma a lo largo de toda su existencia se desvanecían.
Al instante captó que aquel lugar estaba impregnado de una magia muy especial y
luminosa que parecía ser de algodón. Al mismo tiempo, Neftis advirtió que en
todos los rincones de aquel hogar flotaba la presencia de la Diosa, como si
Ella morase allí, junto a Agnes, y entonces comprendió que aquellas
percepciones emanaban de ser consciente de que aquél era el templo de Agnes.
Aunque Agnes no se lo hubiese confesado, Neftis estaba segura de que Agnes
celebraría allí la mayoría de sus rituales.
—
Para cenar, preparé un guiso de espinacas y
patatas. Lamento no tener nada más apetecible, pero puedo hacerte cualquier
otra cosa...
—
No, no es necesario. Me gustan mucho las
espinacas —le sonrió Neftis encantada—. Además, presiento que eres una cocinera
excelente.
—
Todavía me falta mucho por aprender.
Agnes preparó la mesa con ilusión y
nervios. Era la primera vez que invitaba a cenar a alguien con quien apenas
había compartido unas horas y aquel hecho la entusiasmaba, pero también le
provocaba unos nervios que le hacían creer que sería incapaz de ingerir el
sorbo más sutil de agua. No obstante, la tierna mirada de Neftis la
tranquilizaba, la instaba a confiar en sí misma y a percibir toda la magia que
impregnaba aquellos momentos.
Mientras Agnes calentaba la comida en la lumbre, Neftis y ella
conversaron con tranquilidad y con una creciente complicidad que a Agnes le
llenaba el alma de dicha y nervios. Neftis le hablaba con una cercanía que
prácticamente nadie había empleado con ella y, a pesar de que algunas de sus
confesiones fuesen muy tristes y sobrecogedoras, Neftis se expresó, en todo
momento, con una calma muy cálida que volvía ligeras sus palabras.
—
Me mudé a España hace más de diez años —le explicaba con paciencia y
serenidad—. Mis padres murieron en extrañas condiciones cuando yo solamente
tenía veinte años. Entonces supe que había llegado el momento de escaparme de
allí, de volar, de ser libre al fin. Yo estaba muy unida a mi familia, a pesar
de que a todos les costase mucho entenderme; pero sé que me adoraban, que me
querían con todo su corazón y que todas las prohibiciones con las que
pretendían detenerme no nacían sino de un inmenso deseo de protegerme. Sin
embargo, yo siempre supe que era distinta, que mi forma de ser les resultaba
totalmente reprobable. Nunca conocieron mi verdadera identidad y en realidad
eso es lo que más me duele. Yo adoraba estar sola, pero también amé siempre a
las personas. Siempre me hizo feliz ayudar a los demás y también a los
animales.
—
¿Y ahora cómo te encuentras? —le preguntó estremecida.
—
Soy una persona bastante depresiva, realmente. No me cuesta nada
perder la ilusión de vivir, pero siempre renazco. Además, mi sensibilidad me
impide vivir con calma. Todo me afecta mucho y hay recuerdos que me duelen
insoportablemente cuando los evoco.
—
Te comprendo perfectamente —le sonrió con nostalgia.
—
Tú extrañas muchísimo la tierra en la que naciste y, en cambio, yo
apenas echo de menos esos lares. Sé que, si algún día regresase a Bolivia, mi
libertad se desvanecería para siempre.
—
¿Por qué estás tan segura de algo tan triste?
—
Porque lo sé, Agnes, porque soy muy distinta.
—
Pero la tierra que nos vio nacer y crecer siempre nos acogerá, por muy
diferentes que seamos a los demás. Incluso puede querernos y respetarnos con
muchísima más plenitud y sinceridad que cualquier persona —le explicó con
ternura.
—
Sí, entiendo lo que me dices, pero eso siempre ocurrirá si te ata a tu
tierra un vínculo inquebrantable. Yo me he enamorado de muchísimos lugares del
mundo y no me siento enlazada a ninguna parte en concreto. Quizá esto te
parezca muy triste, pero...
—
No, en absoluto. Cada persona vive la existencia que le corresponde y
siente los hechos como su alma se lo pide.
—
Me gusta muchísimo cómo te expresas. Se percibe a leguas que eres una
persona muy inteligente y sabia. Estás en el mundo sabiendo por qué te
encuentras aquí y ahora y me parece que ya has descubierto cuáles son los
matices más importantes de la vida.
—
Sí, siempre lo supe —le confirmó ella con timidez.
—
Me pregunto por qué no hemos podido conocernos antes. Si me hubiese
encontrado contigo hace unos meses, mi vida habría recuperado su sentido
muchísimo más prestamente.
—
No, Neftis. Todo hecho ocurre cuando le corresponde —le negó ella
sobrecogida. Al imaginarse lo que habría sucedido si Neftis la hubiese conocido
en aquel tiempo en el que tan destruida se sentía, el alma le temblaba
brutalmente por dentro de ella.
—
Sí, tienes razón.
—
Creo que la cena ya está lista —indicó alzándose de la silla que
ocupaba.
—
Me gusta cómo vives. Parece complicado habitar así, sin agua corriente
ni luz eléctrica, pero es como si tú llevases toda tu existencia morando en
estos lares careciendo de esos privilegios. Te mueves con tanta soltura,
pareces tan acostumbrada...
—
Sí, realmente nunca me costó habituarme a vivir así.
—
¿De dónde extraes el agua?
—
Del río que discurre por aquí cerca y también del lago que hay junto a
mi cabaña.
—
¿Y dónde lavas tu ropa?
—
En el lago —le contestó mientras servía los platos.
—
¿Y en invierno...?
—
En invierno también —se rió extrañada.
—
¿Y yo también tendré que vivir así si deseo habitar en una cabaña
parecida a la tuya?
—
Me temo que sí —seguía riéndose Agnes con cariño.
—
Huy, no sé si sería capaz —se rió también ella.
—
Por supuesto que sí.
Cenaron con calma y felicidad. Parecía como si aquélla no fuese la
primera noche que compartían. Neftis tenía la sensación de que muchos momentos
habían precedido ya a aquéllos que tanto la acogían. Junto a Agnes, sentía que
podía soñar, que el alma no dejaba de llenársele de ilusiones. Intentaba detener
la voz de su imaginación para que no le anegase la mente en el reflejo de
situaciones cuyas sombras ni siquiera había percibido en su incierto futuro;
pero era incapaz de reprimir los sentimientos que la inundaban.
—
¿Y a qué te dedicas? —le preguntó Agnes con curiosidad.
—
Soy profesora de música.
—
Qué bonito —le sonrió enternecida.
—
Siempre me gustó muchísimo la música y canto desde que tengo uso de razón.
—
Huy, pues me gustaría escucharte.
—
Si lo deseas, después de cenar salimos al bosque y te canto lo que
quieras —le ofreció con coquetería.
—
A mí también me gusta mucho cantar. Mi avoíña... perdón, mi abuela me
enseñó muchísimas cantigas preciosas que todavía recuerdo como si acabase de
oírlas.
—
Ansío que me cantes alguna de ellas.
—
No, no puedo hacerlo. La nostalgia que siento cuando recuerdo esas
canciones me destruye la voz.
—
Vaya. Pues, cuando te creas capaz de hacerlo, avísame.
Agnes le sonrió con ternura. Ya habían acabado de cenar. Neftis advirtió
que tenía el alma completamente inundada de una paz que no había sentido en
ningún otro lugar. La lumbre que ardía con pausa y serenidad iluminaba aquella
estancia, volviéndola la más acogedora de la Tierra. Por el ventanal del salón
se adentraba con delicadeza la plateada luz de la luna; la cual, en aquellos
momentos, parecía tangible y exhalar el olor de la felicidad más entrañable. El
silencio que la noche había esparcido por el bosque tornaba en una ilusión la
existencia del resto del mundo. Neftis tenía la sensación de que se hallaba
junto a Agnes en el rincón más olvidado y calmado del universo. El canto de los
grillos, el suave mecer de las ramas impulsadas por el viento y el lejano
murmullo del agua la convencieron de que se encontraba en el sueño más mágico y
entrañable que jamás pudo existir.
—
¿Quieres que salgamos? —le preguntó Neftis a Agnes.
Salieron cuando hubieron limpiado los platos y los cubiertos que
habían utilizado. Cuando las sombras de la noche las rodearon, entonces Neftis
cerró con fuerza los ojos y aspiró profundamente el sinfín de aromas que
emanaban de la tierra, de los árboles, de las hojas. Agnes la observaba
sobrecogida y enternecida. Hasta entonces, solamente había compartido la belleza
de la noche con Némesis, a quien siempre le desvelaba cuánto la intimidaban y
la enamoraban aquellas horas. Nunca se había imaginado que podría vivir
aquellos nocturnos instantes con otra persona y saber que Neftis podría
comprender todas las emociones que le anegaban el alma le hacía experimentar
una alegría muy dulce y cálida que le humedecía los ojos.
—
Deseo cantarte ahora una de las canciones que más me conmueven de
Enya. ¿La conoces? —le preguntó Neftis casi susurrando.
—
Sí, por supuesto. Gaya y yo la adoramos.
—
Pues hay una canción de ella que se titula “Once you had gold” cuya
letra siempre me emociona muchísimo.
—
Cántamela, por favor —le pidió presionándole
dulcemente la mano, expresándose con una ternura que a Neftis le encogió el
corazón.
—
Sí... Por supuesto. Dice así... «Once you had gold, once you had silver, then came the
rains out of the blue. Ever and always. Always and ever. Time gave both darkness
and dreams to you. Now you can see spring becomes autumn, leaves become gold
falling from view. Ever and always. Always and ever. No-one can promise a dream
come true, time gave both darkness and dreams to you. What is the dark, shadows
around you, why not take heart in the new day? Ever and always. Always and
ever. No-one can promise a dream for you. Time gave both darkness and dreams to
you.»[1]
Agnes ya podía comprender el inglés a la perfección y, además, le
pareció que en los labios de Neftis aquella lengua se volvía muchísimo más
inteligible. Los versos que Neftis entonaba con tanta maestría, con una voz tan
hermosa, tan dulce y tersa la emocionaron profundamente, la instaron a
rememorar todas aquellas ocasiones en las que la tristeza había estado a punto
de deshacerla para siempre, en las que, de repente, ante sus ojos ya cansados
de percibir oscuridad, aparecía un rayo de luz que destruía las sombras que la
rodeaban y que le inundaban el corazón.
Neftis tenía una voz lírica y dulce. Agnes se perdió en la inmensidad
de aquella canción tan tierna. La voz de Neftis era aguda y muy acogedora, como
si, en realidad, quien entonaba ante ella fuese el musitar ininterrumpido de
una fuente cristalina. Agnes se mantuvo con los ojos cerrados mientras Neftis
le entregaba aquella trova tan bonita, pero no dejó de notar, en ningún
momento, que Neftis no retiraba la mirada de ella. Entonces Agnes adivinó que
Neftis había escogido precisamente aquella canción para alentarla, para
ayudarla a comprender que la oscuridad nunca es invencible, que detrás de cada
suspiro de desaliento hay una sonrisa luminosa.
Cuando Neftis dejó de cantar, ambas se quedaron encerradas en un
silencio aterciopelado que solamente la voz del viento y de los animales que de
vez en cuando susurraban entre los árboles se atrevía a interrumpir. Agnes
todavía no había abierto los ojos, pero podía atisbar tras sus párpados el
fulgor ingente de la luna.
Neftis se acercó más a ella y le presionó con mucho primor las manos.
Agnes intuyó que Neftis había advertido que se sentía profundamente emocionada.
Agnes creyó que de repente su alrededor se desvanecería y que aquellos momentos
se convertirían en el recuerdo de un sueño; pero el tiempo transcurría sin que
nada cambiase, sin que sus sentimientos desapareciesen.
—
Tienes una voz preciosa —le musitó Agnes abriendo lentamente los ojos.
Notó que el otoñal aire de la noche le acariciaba las lágrimas que se los
habían humedecido—. No conocí nunca a nadie que cantase tan bien.
—
En realidad, tengo una voz muy sencilla. Nadie me enseñó a cantar
nunca. Siempre tuve ese don, desde que nací —se rió Neftis con cariño—; pero
estoy segura de que tú también puedes cantar muy bien. Tu voz es muy bonita y
acogedora, Agnes.
Agnes no le contestó. Se sentía avergonzada y empequeñecida y no
deseaba que Neftis advirtiese sus sentimientos. Tampoco quería que aquel
momento se terminase. Se percibía tan acogida, tan respetada y querida que le
costaba muchísimo creerse que aquella noche fuese real. No estaba habituada a
que la amparasen con tanta rapidez y sinceridad y todas aquellas ocasiones en
las que la habían rechazado la habían convencido de que no se merecía que la
amasen ni que la tratasen con ternura.
—
¿Por qué estás tan emocionada? —le preguntó Neftis acogiendo de pronto
una lágrima de Agnes en sus delicados dedos.
Agnes no pudo contestar. Agachó la cabeza y de nuevo cerró los ojos.
Neftis ansió abrazarla, pero temía incomodarla, así que se retuvo. Le
sobrecogía que Agnes fuese tan frágil, tan sensible y entrañable.
—
La forma como me tratas me conmueve muchísimo —le confesó con una voz
queda.
—
Tú sólo te mereces que te quieran y te respeten, Agnes. —Agnes negó
delicadamente con la cabeza; lo cual estremeció profundamente a Neftis—. Yo te
demostraré que eres digna de recibir todo el amor del mundo.
—
Gracias.
—
Ahora debería irme. Se ha hecho muy tarde.
—
¿Vives muy lejos de aquí?
—
Vivo en el mismo pueblo en el que habita Gaya.
—
Huy, está bastante retirado de aquí. No te vayas, Neftis. En mi casa
solamente tengo una cama, pero a mí no me importa dormir en la alfombra.
—
No puedo permitir que...
—
No es conveniente que te vayas ahora. Es muy tarde y tu casa está muy
lejos —le insistió Agnes con timidez. En esos momentos el corazón le latía con
una velocidad vertiginosa, pero no podía imaginarse a Neftis caminando tan sola
durante horas por aquel bosque tan denso—. Mañana podrás partir cuando lo
necesites, pero esta noche tendrás que dormir aquí.
—
Lo haré encantada, Agnes. Muchísimas gracias —le dijo presionándole la
mano.
A partir de aquella noche, la vida de Agnes se tiñó de una luz muy
hermosa y acogedora. Neftis se convirtió enseguida en la mejor amiga humana que
la vida podía ofrecerle. Némesis y Neftis le demostraban continuamente que el
cariño que le profesaban era completamente sincero y mágico.
Agnes se asía incesantemente a la presencia de Neftis para notarse
protegida, para sentir que la vida brillaba, para cerciorarse de que su
presente se había vuelto fuerte e invencible, para asegurarse de que aquel
resplandor tan hermoso que alumbraba todos los rincones de su alma no se
desvanecería nunca. Sin embargo, siempre se esforzaba por esconderle sus
sentimientos y sus miedos a Neftis. Deseaba ser con ella la mujer que la locura
y la tristeza le habían impedido ser siempre. Anhelaba mostrarse fuerte, serena
y mágica ante ella. No quería que Neftis atisbase la sombra de las heridas que
tenía hendidas en el alma.
Mas Neftis advertía continuamente que, cuando estaban juntas,
compartiendo la belleza de la naturaleza mientras conversaban con profundidad y
sinceridad, Agnes le ocultaba la mayoría de sus sentimientos. Se percataba de
que Agnes se esforzaba por mitigar la intensidad con la que se expresaban sus
ojos y, en muchísimas ocasiones, Neftis adivinaba que Agnes se contenía las
ganas de llorar como si temiese que Neftis pudiese recriminarle que fuese tan
inmensamente sensible. No obstante, Neftis no se atrevía a preguntarle por qué
ella luchaba tanto contra sus emociones, por qué no se mostraba tal como era
delante de ella, por qué le escondía el interminable torrente de sentimientos
que le recorría el alma. Sabía que, si indagaba en sus emociones, Agnes podía
perderle la confianza que le profesaba.
Agnes se había convertido para Neftis en una estrella que la guiaba a
través de la vida, que resplandecía siempre, en todos los instantes que vivía,
cuya luz nunca se desvanecía ni se ocultaba tras las sombras de los miedos que
le latían de vez en cuando en el alma. Neftis apenas podía reconocer cuán feliz
y enternecida se sentía cuando se hallaba junto a Agnes, pues la avergonzaba
ser consciente de que dependía tanto de ella para creer que su existencia era
mágica.
Poco a poco, Agnes confiaba más plenamente en Neftis. Sabía que Neftis
la quería de verdad y que podría comprender todos sus sentimientos y sus
pensamientos, pero, al mismo tiempo, la asustaba la potencia de aquellas
emociones que tanto las unían. A veces, tenía la sensación de que Neftis le
hablaba y la miraba de un modo demasiado intenso, como jamás nadie se había
dirigido a ella, y aquella realidad la sobrecogía y la desorientaba.
Sin embargo, aunque su vida se hubiese impregnado de calma, de magia y
de sencillez, Agnes nunca dejó de sentir miedo. La asustaba la posibilidad de
que le sobreviniese un nuevo brote de tristeza y desesperanza. No deseaba
alejarse de Neftis ni tampoco quería perder su agradable y dulce compañía; la
que la mantenía tan estable y le permitía respirar un poquito más serenamente.
Sabía que, cuando su enfermedad volviese a alzar su voz, la presencia de Neftis
se desvanecería, y no porque ella la apartase de su lado para impedir que la
oscuridad que llenaría su corazón apagase el fulgor de su alma, sino porque era
consciente de que el desaliento le impediría prestarle atención a su amiga, le
impediría percibir las preciosas emociones que ella le transmitiría con su voz
amable y sus cariñosas palabras.
El otoño se profundizaba, se volvía cada vez más áureo y lluvioso a
medida que transcurrían los días, a medida que se acortaban las tardes y se
oscurecían las noches. Agnes sentía que el alma se le encogía sin cesar,
empequeñeciéndosele como si la decadencia de aquella estación que tanto amaba y
que a la vez tanto la aterraba la intimidase. Neftis advertía que Agnes estaba
distraída y más silenciosa. Deseaba preguntarle qué le ocurría, por qué sus
ojos aparecían tan cansados y nostálgicos, por qué apenas le hablaba cuando
estaban juntas, por qué le resultaba tan difícil sonreír; pero no se atrevía a
indagar en sus sentimientos. La aterraba la posibilidad de que Agnes le
revelase alguna certeza que hiciese temblar la tierra que sostenía su
equilibrio y que pudiese deshacer la magia que teñía sus días.
—
En primavera, me trasladaré a la cabaña de la que me hablaste. Gilbert
está ayudándome a condicionarla y, cuando pase el invierno, le reconstruirá el
techo y alguna de sus paredes, pues están bastante deteriorados —le explicó
Neftis una tarde en la que se hallaban caminando por el bosque con serenidad—.
Estoy deseando cambiar de morada.
—
Vivirás mucho más tranquila en medio del bosque, ya verás —le contestó
Agnes sonriéndole efímeramente.
—
Y seré más feliz sobre todo porque habitaré más cerca de ti, porque no
tendré que andar durante más de dos horas para llegar a tu casa —se rió ella
mientras la miraba hondamente a los ojos, intentando captar los sentimientos
que le anegaban el alma a aquella mujer que tanto la sorprendía siempre—.
Agnes, me gustaría preguntarte algo. —Agnes no le contestó, sino que permaneció
mirándola ligera y vagamente. Entonces, Neftis, intentando que su voz sonase
clara y segura, le comunicó—: Hace días que noto que estás triste. Me gustaría
saber qué te ocurre. Ya sabes que puedes confiar en mí, que nunca te juzgaré y
que te escucharé siempre que lo necesites. —Para entonces, Agnes había agachado
los ojos, avergonzada y conmovida. Neftis, con más ternura que antes, le
aseguró—: Si algo te preocupa o te asusta, puedes confesármelo. Yo haré todo lo
que esté en mis manos para ayudarte, Agnes.
—
Muchísimas gracias, Neftis —le contestó sobrecogida y emocionada—.
Siempre que llega el otoño, me siento muy triste, pero no te preocupes por mí.
Renaceré, te lo prometo.
—
Por supuesto que me preocupo por ti. Es imposible que no lo haga. TE
quiero muchísimo, Agnes, te quiero como hacía mucho tiempo que no quería a
nadie, y deseo que siempre seas feliz, aunque entiendo cómo te encuentras. Yo
pienso que no puede existir luz sin oscuridad ni felicidad sin desaliento. Si
podemos experimentar alegría, es porque antes lloramos de desesperación. Nunca
olvides que yo estoy a tu lado para tomarte de la mano cuando notes que tu
equilibrio desea desvanecerse.
—
Sí, estoy de acuerdo contigo. Además, cualquier época oscura siempre
precede a un tiempo de dicha y luz. La muerte es el principio de toda vida.
—
Exactamente —le sonrió de nuevo acercándose más a ella—. Sin embargo,
me parece que me ocultas certezas muy poderosas que no quieres compartir
conmigo por miedo a que pueda asustarme.
—
Neftis, no me apetece que hablemos de esto —le pidió perdiendo
levemente la calma que le había latido en los ojos.
—
¿Qué te sucede, Agnes? —le preguntó con temor.
—
Prefiero que no sigamos manteniendo esta conversación. Por favor, no
me preguntes nada más —le suplicó cerrando los ojos. Antes de perder el
vestigio de la mirada de Agnes, Neftis notó que los ojos se le habían llenado
de lágrimas.
—
Está bien. No te obligaré a que me confieses tus sentimientos y tus
pensamientos si no lo deseas.
Entonces se apoderó de su conversación un denso silencio que ninguna
de las dos se sentía capaz de quebrar. Némesis se hallaba cerca de ellas,
mirándolas de vez en cuando con los ojos llenos de inquietud. Podía percibir
los sentimientos que le anegaban el alma a Agnes y presentía que su querida
amiga estaba a punto de hundirse de nuevo en la oscura aflicción que siempre le
sobrevenía cuando el otoño se tornaba más triste y melancólico.
Mas Agnes se esforzaba por mantener la ilusión con la que vivía cada
instante. Neftis fingía que ignoraba que Agnes luchaba contra sus sentimientos.
Creía que, si no indagaba en sus pensamientos ni en sus emociones, la tristeza
que se le desprendía a Agnes de los ojos al final se desvanecería. Ideaba, sin
cesar, el modo de distraerla, de animarla con cualquier detalle. Incluso Neftis
la ayudó a desarrollar dones que Agnes todavía no había descubierto. A la vez
que Agnes le enseñaba a comprender mejor el lenguaje del fuego, el del agua, el
del viento, el de la tierra y el de las plantas, Neftis le demostraba,
continuamente, que era mucho más mágica de lo que había creído. Neftis, además,
le insistía, sin cesar, en que liberase su voz, en que cantase delante de ella;
mas Agnes se creía totalmente incapaz de obedecer las tiernas órdenes de su
amiga, a pesar de que era consciente de que tenía una voz muy serena y hermosa.
En muchísimas ocasiones, había entonado ante Némesis las cantigas que más amaba
y había notado que su querida amiga permanecía queda y muy quieta, hundida en
sus ojos, hasta que Agnes dejaba de cantar.
No obstante, experimentaba una inmensa timidez cuando se imaginaba
cantando delante de Neftis, sobre todo porque creía que su amiga tenía la voz
más hermosa que jamás había oído; mas Neftis, poco a poco, consiguió quebrar la
coraza en la que Agnes se protegía. Fue una noche cristalina y plateada cuando,
al fin, Neftis logró que Agnes le demostrase cuán bella y tersa era su voz.
Hasta entonces, Agnes no había cantado delante de otra persona, sólo de su
querida avoíña, pero hacía ya tantos años de aquellos momentos en los que ambas
entonaban juntas aquellas trovas tan bonitas que apenas recordaba lo hermosos
que eran.
—
Yo te he cantado un sinfín de canciones —le insistió Neftis
presionándole el brazo—. Es justo que también me regales alguna cantiga. Estoy
segura de que conoces muchísimas trovas hermosas de tu tierra. Siempre me ha
gustado mucho la música de Galicia, aunque algunas canciones son bastante
tristes. Venga, demuéstrame que tú también sabes cantar. Estoy segura de que lo
harás mucho mejor que yo.
—
No, en absoluto —le negó Agnes conmovida y nerviosa.
—
Yo también gozo de un poder de intuición muy fuerte, así que no te
atrevas a negarme algo de lo que estoy tan convencida —le advirtió deteniéndose
entre los árboles.
—
De acuerdo —rió Agnes entornando los ojos—. Mi avoíña me enseñó
muchísimas canciones de nuestra tierra. Es cierto que hay trovas muy tristes
que irradian muchísima nostalgia, pero también hay un sinfín de canciones muy divertidas.
En las fiestas de mi aldeíña siempre tocaban foliadas y muiñeiras muy alegres
que nos incitaban a bailar, a saltar, a reír —recordó sonriendo con añoranza y
felicidad—. Me acuerdo de que, cuando era pequeña, perdía la noción del tiempo
y del espacio mientras danzaba junto a mi avoíña y a los demás vecinos de
nuestro pueblo, y se respiraba tanta euforia...
—
Pues, venga, cántame alguna que recuerdes con
cariño —la apremió contagiada de la tierna felicidad que impregnaba la voz de
su amiga.
—
Te cantaré una trova muy hermosa que siempre me
hizo sentir muchísima tristeza. Los versos son de Rosalía de Castro.
—
Sí, la conozco.
—
Siempre que oigo esa canción, me parece que el
alma se me parte. Para mí, la negra sombra de la que hablan los versos es el
recuerdo de mi tierra; el que está por doquier, dondequiera que me encuentre lo
noto conmigo, siempre me late en el alma, nunca me abandona...
—
Es tan bonito lo que dices...
—
Sus versos son preciosos, aunque a mí me parece
que están compuestos en un gallego bastante castellanizado...
—
Seguramente es así —se rió Neftis con
curiosidad—; pero yo no sé gallego, así que no te corregiré nada.
Agnes se esforzó por ignorar la voz de la
nostalgia para poder cantar con seguridad y firmeza aquella trova que para ella
tanto sentido tenía. Se imaginó que era su avoíña quien la escuchaba cantar,
pues, si recordaba que ante sí tenía a Neftis, la voz le temblaría y entonces
se le olvidarían todas las palabras que ella deseaba entonar con tanto primor y
amor.
Cantó bajo el anochecer con calma, con
muchísimo sentimiento, con profundidad, modulando cada tono, entregándole a
Neftis un momento que ella jamás podría olvidar. La voz de Agnes la sumió en
una parálisis estremecedora que a la vez la acogía, como si fuese el murmullo
hipnótico del agua, como si su voz tuviese el poder de convertir en piedra todo
lo que la rodeaba. Agnes cantaba con los ojos entornados, pero Neftis podía
percibir, nítidamente, los sentimientos que le emanaban de la mirada y también
advirtió que, cuando apenas llevaba unos instantes entonando con tanta dulzura,
éstos se le llenaban de lágrimas que ella se esforzaba por retener en su
interior.
—
«Cando
penso que te fuches, negra sombra que me asombras, ó pé dos meus cabezales
tornas facéndome mofa. Cando maxino que es ida, no mesmo sol te me amostras, i
eres a estrela que brila, i eres o vento que zoa. Si cantan, es ti que cantas;
si choran, es ti que choras; i es o marmurio do río, i es a noite, i es a
aurora. En todo estás e ti es todo, para min e en min mesma moras, nin me
abandonarás nunca sombra que sempre me asombras...»
Cuando terminó de cantar, Agnes se quedó
en silencio, luchando contra la intensa emoción que le invadía toda el alma; la
que le golpeaba continuamente en la garganta, insistiéndole en que liberase
todo lo que sentía. Agachó la cabeza al notar que no podía luchar contra las
lágrimas que ya habían comenzado a manarle de los ojos, espesas, cálidas y
tiernas. Toda la añoranza que siempre experimentaba cuando se acordaba de
Galicia se le derramó por todo su ser, helando su sangre y la paz que
hasta entonces había teñido sus días y sus noches.
Al percatarse de que Agnes había arrancado
a llorar silenciosa y disimuladamente, Neftis se acercó a ella y la abrazó con
muchísima ternura. Era la primera vez que se abrazaban tan dulce y
cuidadosamente desde que se conocían. Neftis sabía que a Agnes la incomodaba
que la tocasen y que la vergüenza se apoderaba irreversiblemente de ella si se
percataba de que alguien anhelaba abrazarla, a pesar de que todos los que la
querían sabían que Agnes era una de las personas más cariñosas que formaban su
vida.
Mas, en aquellos momentos, Agnes
experimentaba un potente deseo de sentirse protegida, de que alguien la
resguardase de la fuerza con la que la morriña la golpeaba. Se abrazó a Neftis
primero con timidez y después con una creciente sinceridad que se intensificaba
conforme los segundos transcurrían y Neftis la apretaba con más cariño contra
su pecho. Entonces Agnes ya no pudo seguir reprimiéndose las desgarradoras
ganas de llorar que la atacaban. Permitió que toda la tristeza que le inundaba
el alma se le escapase de los ojos y de su respiración, que el recuerdo de su
tierra se tornase vigoroso hasta volverla frágil y trémula.
Neftis la amparaba entre sus brazos
notando que Agnes se había convertido en el ser más delicado de la Tierra. La
acariciaba con mucho primor en los cabellos y en las mejillas, le retiraba las
lágrimas que no dejaban de manarle de los ojos... En esos momentos, la noche ya
se había asomado tras las montañas, tornando los últimos suspiros del día en
rayos dorados que se perdían en la inmensidad del ocaso. A pesar de que Neftis
captase plenamente las emociones que habían anegado el alma de Agnes, pensó que
aquél era uno de los momentos más tiernos y entrañables que vivía con ella.
Era la primera vez que Agnes lloraba
delante de ella. Hasta entonces, aunque le hubiese resultado siempre muy
costoso, Agnes se había reprimido las lágrimas cuando se hallaba junto a
Neftis, pues, aunque la confianza que le dedicaba no dejase de intensificarse,
todavía no se sentía capaz de compartir con ella sus profundas emociones.
—
Perdóname —le musitó Agnes de repente
apartándose de ella; mas Neftis no la soltó, sino que de nuevo la presionó
contra su cuerpo, intentando que Agnes notase toda la protección que ella le
ofrecía—. No me gusta llorar delante de la gente. No tenía que haberme
derrumbado así.
—
Agnes, yo soy tu amiga y también soy una persona
muy sensible. No tienes ningún motivo para reprimirte continuamente las ganas
de llorar cuando estás conmigo. No quiero que vuelvas a hacerlo, ¿de acuerdo?
Este momento, a pesar de que esté teñido de tristeza, me parece el más hermoso
que he vivido en mis últimos años. Que hayas compartido conmigo unas emociones
tan bonitas y sobre todo una canción tan preciosa y nostálgica me llena el alma
de orgullo y felicidad.
Aquellas palabras sobrecogieron y
sorprendieron tan profundamente a Agnes que, durante unos largos momentos, no
supo qué debía decir ni qué pensar. Neftis siempre la asombraba con
declaraciones que le acariciaban el corazón, pero en aquellos instantes notó
que aquella confesión no se componía únicamente de frases cariñosas y sinceras,
sino de sentimientos cuya voz la ensordecía y la asustaba. Además, la forma
como ella la abrazaba le advertía de que sus percepciones no eran sino el
reflejo de la realidad en la que cada vez se hallaban más encerradas.
Se apartó de ella, temerosa y
desorientada, y, tras limpiarse las lágrimas con un pañuelo, le propuso que
regresasen a su cabaña para cenar juntas. La noche cada vez se volvía más
espesa y agresiva. Agnes notaba que las brisas que mecían las ramas de los árboles
deseaban convertirse en un viento feroz y desgarrador.
A pesar de que Agnes se sintiese más
calmada gracias al consuelo que Neftis le había entregado, no podía cesar de
pensar en lo que había percibido. Tenía la sensación de que Neftis y ella no
vivían en la misma realidad, de que Neftis interpretaba cada uno de los
instantes que compartían de un modo distinto a como ella lo hacía. Sin embargo,
no se creía capaz de preguntarle si sus intuiciones eran ciertas.
Aquellas dudas la mantenían sumida en un silencio
que a Neftis le costaba mucho resquebrajar. Notaba que Agnes escuchaba con
atención todas las palabras que le dedicaba, pero también advertía que a ella
le resultaba muy difícil responderle, como si de repente se hubiese olvidado de
todas las palabras que conocía.
Sin embargo, lo que más sobrecogía a Agnes
era sentir que la tristeza que había resurgido por dentro de ella al cantar con
tanto sentimiento y cariño aquella hermosa canción que siempre la había
desolado no se había silenciado todavía. Ésta seguía palpitándole con fuerza en
el alma como si fuese el eco de los latidos de su corazón. Al entonar aquellos
versos tan estremecedores, la melodía de aquella trova y las desesperadas
palabras que la componían se le habían adherido a la mente y, por mucho que lo
intentase, no podía deshacerse de la inmensa añoranza que de éstas brotaba.
—
¿Qué te sucede? —oyó que le preguntaba Neftis
cuando ya habían acabado de cenar—. Noto que estás muy triste.
Agnes no fue capaz de contestarle. Sentía
que no tenía voz, que la pena que le apretaba el alma había devorado el recuerdo
de todas las palabras. Cerró los ojos con fuerza cuando percibió
que las lágrimas se los inundaban. En Aquellos momentos, Agnes presentía que,
nuevamente, los síntomas de su invencible enfermedad volvían a alzar su voz,
deshaciendo cualquier ápice de luz que le templase el corazón. Y entonces tuvo
miedo a decaer sin que pudiese aferrarse a la mano de nadie. Rugía afuera un viento que
ahondaba su nostalgia. Lo único que experimentaba en aquellos
instantes eran unas irrefrenables ganas de llorar y lamentaba muchísimo no
hallarse sola. No quería que Neftis captase todo su desconsuelo. Creía que no
se lo merecía, no, ella no.
Hacía casi dos meses que se conocían, y
Neftis todavía no sabía que Agnes tenía el alma completamente herida. Agnes no
le había confesado que estaba enferma, que sufría muy a menudo estremecedores
brotes de tristeza que deshacían todo lo que ella era y que la alejaban del
mundo que tanto la acogía. No se atrevía a explicarle que su ánimo era tan
inestable y quebradizo ni tampoco que, de vez en cuando, padecía ataques de
pánico que la convencían de que todo lo que la rodeaba podía hacerle daño; mas,
en aquellos momentos, Agnes presentía que ya no podría seguir ocultándole a
Neftis aquella realidad. La esperaba, tras aquella noche, una nueva recaída,
una oscura época que le devoraría el alma, que la desvanecería casi por
completo. La cercana decadencia del otoño le indicaba que estaban llegando a su
fin los atardeceres resplandecientes y los amaneceres esperanzadores. Entonces
se percató de que había mentido a Neftis asegurándole que la sombra de la que
hablaban aquellos versos que ella le había entonado con todo su corazón se
refería para ella al recuerdo de Galicia. No, no era cierto. Su sombra era la
locura, era la tristeza más desgarradora, el desaliento más destructivo.
Todas aquellas certezas la invadieron
profundamente como si de un muro de tierra húmeda se tratase, se desmoronaron
sobre ella como una casa antigua pierde su fuerza cuando el terremoto más
violento la agita. Se sintió pequeña, indefensa, en aquella noche ventosa y
oscura, se sintió nada entre los potentes latidos de su infinita nostalgia.
Apenas percibía que Neftis se hallaba todavía a su lado, mirándola con mucha
lástima y cariño, acariciándole los cabellos con una ternura creciente. Agnes
sabía que aquello ya no tenía término, que aquello sólo era el principio, el
horrible principio de una gran cantidad de días sombríos.
—
Agnes, ¿qué te ocurre, cielo? —volvió a
preguntarle al comprobar que Agnes cada vez se esforzaba más por retener las
intensas ganas de llorar que sentía—. Tal vez no tendrías que haber revivido
esa canción. Ésta te ha puesto muy triste.
—
Neftis, necesito estar sola —le pidió con una
voz frágil, casi inaudible, sintiendo que el llanto que tanto le estremecía se
engrandecía imparablemente por dentro de ella—. No quiero que te vayas ahora,
pero necesito estar sola. Por favor, déjame sola.
Neftis deseaba protestar, deseaba
asegurarle que ella nunca la dejaría sola, y mucho menos si se sentía tan
inmensamente triste; pero la desesperación y el miedo con los que Agnes se lo
pedía la sobrecogían, le impidieron hablar. Sin embargo, no se alejó de ella.
Permaneció a su lado, acariciándole los cabellos, impulsándola hacia su pecho
para protegerla, pero Agnes continuamente se alejaba de sus brazos con
delicadeza. Sabía que, si permitía que Neftis la abrazase y la apretase contra
su cuerpo, se desvanecería definitivamente la calma que le permitía luchar
contra aquellas desgarradoras ganas de llorar.
—
Necesito saber qué te sucede. Quiero ayudarte,
Agnes —la avisó acercándose a ella y secándole las lágrimas que, con disimulo y
rebeldía, le brotaban de los ojos sin que ella pudiese evitarlo—. ¿Por qué
estás tan triste?
—
No puedes ayudarme, Neftis. Nadie puede ayudarme
—le contestó desmoronándose inevitablemente. Ya no podía pugnar contra la
fuerza de su desolación, pues ésta se había vuelto completamente invencible—.
No quiero que estés conmigo ahora.
De repente, ambas oyeron que empezaba a
llover con fuerza. Una poderosa tormenta estalló brutalmente, ensordeciendo con
ahínco el silencio de la noche. La voz del llanto de la naturaleza intensificó
el miedo que Neftis había comenzado a sentir al oír las tristes palabras de
Agnes. Tuvo la sensación de que la noche lluviosa que las rodeaba había
oscurecido y vuelto húmeda el alma de Agnes hasta convertirla en el reflejo de
una de aquellas nubes que se hundían en la quietud del bosque y se deshacían en
lágrimas turbias que volvían más profunda las brumas del otoño.
Agnes lloró entre sus brazos durante un
tiempo que ninguna de las dos fue capaz de contar. La tristeza que se reflejaba
en los sollozos de Agnes y en las lágrimas que le manaban sin tregua de los
ojos se le transmitió a Neftis a través de aquellos instantes tan desoladores.
Se preguntaba, continuamente, por qué Agnes nunca le había confesado que estaba
tan afligida, por qué le había ocultado sus verdaderos sentimientos, por qué la
había engañado haciéndole creer que siempre estaba alegre y conforme. Descubrir
que el corazón de su querida amiga estaba tan impregnado de lástima la
desconsoló muchísimo, tanto que también notó que se le formaba en la garganta
un nudo que le oprimió la cabeza y el pecho.
En aquellos momentos, mientras Agnes se
deshacía en llanto entre sus brazos, Neftis fue consciente de cuánto la quería,
de cuánto deseaba protegerla. Hasta entonces, había sabido y aceptado que Agnes
se había convertido en la persona más especial para ella, por la que más se
preocupaba y desvivía, pero, teniéndola tan desvanecida, tan indefensa junto a
ella, supo que el cariño que le profesaba no se asemejaba en absoluto al que
una amiga debía sentir por otra persona. Era un amor mucho más fuerte que le
traspasaba el pecho. Agnes era para ella la luna de sus noches, el sol de sus
días, las estrellas de su firmamento, el aliento que la impulsaba a abrir los
ojos todos los amaneceres y la fuerza que la instaba a vivir.
Y sentir que Agnes estaba desapareciendo,
decayendo como las hojas caducas, le hizo tanto daño en el corazón que, durante
unos largos minutos, le pareció que su aliento se atenuaba, que para siempre le
costaría mucho respirar. No quería perderla, no quería que el brillo que
irradiaba la presencia de Agnes se apagase. En esos momentos, incluso tuvo
mucho miedo a que Agnes se alejase de ella para evitar que su tristeza la destruyese.
Neftis tuvo la sensación de que Agnes parecía una hoja trémula que moría mientras la vida de la
naturaleza atardecía.
—
Agnes, cariño —la llamó mientras le acariciaba con mucha ternura la
cabeza y le retiraba de vez en cuando las lágrimas que le humedecían las
mejillas—, ¿qué es lo que tanto te entristece? ¿Es el recuerdo de tu tierra el
que tanto daño te hace?
Agnes asintió levemente con la cabeza, pero aquella sutil respuesta
fue para Neftis el grito más desesperado. Se preguntó, entonces, por qué Agnes
no luchaba por volver realidad sus sueños, por qué permitía que el tiempo
transcurriese sin intentar regresar a su verdadero hogar. Se planteó la
posibilidad de organizar un viaje a Galicia y permanecer allí, juntas, durante
unos meses.
—
¿Y por qué no volvemos juntas? —le preguntó sonriéndole con nostalgia,
esforzándose por ocultarle sus sentimientos—. Escúchame, Agnes, podemos viajar
hasta allí sin que nadie nos lo impida. Yo puedo pedirme unos días de
vacaciones en diciembre y...
—
No, Neftis, no puedo —la interrumpió Agnes alejándose de ella con
impotencia—. Por favor, no me preguntes nada, no me digas nada. Déjame sola.
Necesito estar sola.
—
Pero ¿por qué no quieres regresar? Si tanto la extrañas, ¿por qué no
vuelves?
—
Neftis, te lo pediré por última vez: hablemos mañana, por favor. Ahora
necesito estar sola, Neftis. No me insistas más, no me hables —le solicitó con
desesperación y ansiedad—. Puedes dormir en mi alcoba. Déjame sola, Neftis.
Neftis se quedó paralizada al captar la desesperación con la que Agnes
se dirigía a ella, pero no fue capaz de contradecirla ni de preguntarle nada
más. Sabía cuánto podía desestabilizarse el alma cuando anhela que la soledad
la rodee y el mundo entero se lo impide.
—
Está bien, cariño. No te inquietes. Creo que lo mejor será que duermas
tú en tu cama.
—
No te preocupes por mí.
Neftis no le dijo nada más. Se acercó a ella, la abrazó de nuevo y la
besó con mucho primor en sus húmedas mejillas. Cuando se alejó de su lado,
entonces Agnes, sin pensar en lo que hacía, se levantó de donde estaba sentada
y salió de su cabaña intentando no hacer ruido. Llovía con mucha fuerza y
oscuridad, pero las lágrimas del cielo nunca la habían asustado ni intimidado.
Estaba habituada a caminar entre los árboles bajo las tormentas más
devastadoras. Además, en aquellos momentos, el aguacero que agitaba su alma era
mucho más potente que cualquier tornado.
Permaneció varias horas andando bajo la lluvia, intentando encontrar
consuelo en las lágrimas que el cielo no dejaba de llorar, en el viento que
brutalmente soplaba agitando las ramas de los árboles, arrancándoles sin piedad
las hojas que ya morían suavemente y que caían al suelo totalmente vencidas,
irremediablemente ateridas e intimidadas.
Agnes era sutilmente consciente de que aquel deseo tan inmenso de
vagar sin rumbo bajo la lluvia, sumida en la más inquebrantable soledad, era la
muestra más fehaciente e innegable de que había vuelto a decaer, de que su
enfermedad se había apoderado nuevamente de su alma. Ya no podía luchar contra
la fuerza de su desolación.
Cuando regresó a su cabaña, el amanecer ya trataba de avisar a la
naturaleza de su llegada brillando con sutileza tras las gruesas nubes que se
negaban a abandonar el cielo. Agnes encendió la lumbre y, tras cambiarse de
ropa, se sentó junto al fuego y perdió los ojos por el baile de las llamas.
Todavía podía oír el grito de la lluvia, pero, poco a poco, aquella danza tan
antigua y el crepitar de los leños fueron sumiéndola en una realidad que le
acariciaba el alma. No deseaba que nadie se introdujese en aquel instante y lo
quebrase con palabras hirientes. Ni siquiera se acordaba de que Neftis dormía
en su cabaña, muy cerquita de ella, y que Némesis había abierto los ojos al oírla
llegar. Su amiga la miraba con curiosidad, detectando perfectamente cuán triste
estaba, cuánto la necesitaba.
—
Némesis —la llamó Agnes con mucho primor, casi inaudiblemente,
mientras la miraba suplicante—, Némesis, xa chegou a escuridade. Choverá durante semanas e a miña alma afundirase na
tristura. Has de axudarme a convencer a Neftis de que se manteña lonxe de min.
Némesis se acercó a su amiga y apoyó la cabeza en su regazo sin dejar
de mirarla. Agnes se hundió en los ojos de la serpiente rogando que de aquéllos
emanase la calma con la que ella anhelaba impregnarse el alma, pero de los ojos
de Némesis se desprendía también mucho desconsuelo, como si ella intuyese que
su amiga estaba sufriendo inmensamente, como si ella también pudiese sentir la
tristeza que a Agnes le había inundado el corazón.
Ninguna de las dos se movió durante un tiempo que las mantuvo flotando
en una realidad inquebrantable. La lumbre continuaba ardiendo con muchísimo
primor. Los leños se deshacían, las llamas bailaban hipnóticamente, el sonido
del fuego se convirtió entonces en la única voz que ambas deseaban escuchar.
Mas, de repente, cuando parecía que la vida se había agotado de fluir, cuando
ya el amanecer había derramado su luz cristalina entre los troncos de los
árboles, Neftis apareció con sigilo, ya vestida y peinada. Agnes la miró
suplicante, pidiéndole con los ojos que se marchase, que no se quedase junto a
ella en un momento tan horrible.
—
Está lloviendo mucho —le anunció Neftis con delicadeza mientras se
sentaba a su lado. Némesis la miró entonces temerosa y preocupada, pero Neftis
no sabía interpretar el lenguaje silencioso a través del que la serpiente se
expresaba—. ¿todavía necesitas estar sola? —Agnes asintió levemente con la
cabeza, sin saber qué decirle, pero, sin embargo, sintiendo un inmenso deseo de
confesarle por qué estaba tan deshecha y deprimida—. No quiero irme y dejarte
así, Agnes.
—
Yo tampoco quiero que te vayas si llueve tanto —le contestó con mucho
cariño. Némesis se apartó de Agnes en cuanto notó que Neftis se acercaba más a
ella—. Neftis, tengo que contarte algo.
—
Sí, lo que desees.
—
Si hasta ahora no me atreví a revelarte esta realidad, es porque temía
perderte, es porque tengo miedo a que dejes de apreciarme si te confieso quién
soy de veras —le comentó sin mirarla a los ojos.
—
¿Por qué crees que dejaré de quererte? Eso nunca va a ocurrir, Agnes
—le aseguró tomándola de la mano.
Agnes permaneció en silencio durante unos instantes espesos en los que
el fuego no dejó de susurrar. Neftis estaba cada vez más inquieta y nerviosa,
pues presentía que Agnes y ella estaban a punto de vivir un momento que nunca
podrían olvidar y que para Agnes tendría muchísima más importancia que todos
los que hubiesen compartido hasta entonces. No obstante, no se atrevió a
apremiarla ni tampoco le preguntó nada. Al fin, Agnes, intentando ignorar el
miedo que le latía con fuerza en el alma y la inmensa vergüenza que
experimentaba, le confesó a Neftis casi susurrando, con una voz quebradiza y
empequeñecida:
—
Estoy enferma, Neftis. Hace muchos años que perdí la calma para siempre
y nunca me curaré, jamás.
Neftis se había imaginado que Agnes le descubriría cualquier certeza,
menos la que acababa de revelarle. Incluso había llegado a pensar que Agnes le
confesaría que sentía por ella un amor mucho más intenso y hermoso que el que le
demostraba día tras día. Había anhelado que Agnes le asegurase que estaba loca
y profundamente enamorada de ella; mas enseguida entendió que la realidad era
mucho más cruel de lo que ella jamás pudo figurarse. Al oír las tristes
palabras que Agnes le había dirigido, se quedó paralizada, sin saber qué
decirle, mirándola con extrañeza, con preocupación y sobre todo con decepción,
con una creciente decepción que le llenó los ojos de lágrimas.
—
¿Qué quiere decir eso, Agnes? ¿Qué te sucede? —le preguntó intentando
no arrancar a llorar. Agnes todavía no la miraba a los ojos, pero sentía
clavada en su piel la impotencia que Neftis experimentaba. Agnes notó que la
voz de su amiga irradiaba un miedo gélido que le rasgó el corazón—. ¿Qué
significa que nunca te curarás? ¿Estás en peligro, Agnes?
—
Continuamente estamos en peligro, pues jamás podremos presentir el fin
de nuestra vida; pero la enfermedad que me ataca no es física, sino anímica.
Estoy enferma del alma desde hace muchísimos años, desde que me alejaron de Galicia,
desde que me obligaron a vivir lejos de mi tierra —le confesó esforzándose por
no arrancar a llorar.
—
¿Quién te apartó de tu hogar, Agnes?
—
Fue mi madre. Ella siempre creyó que yo estaba enferma, que era tan
solitaria y podía presentir el futuro porque estaba loca, y me envió a un
hospital horrible en el que me destrozaron el alma para siempre —le contó
olvidando la vergüenza, el temor y la inseguridad que hasta entonces le habían
impedido confesarle a Neftis aquella realidad—. Yo no estaba enferma, Neftis.
Yo siempre fui muy sensible y especial, es cierto; pero no estaba enferma. En
aquel lugar me hendieron heridas que nunca sanarán. En aquel sanatorio conocí
la maldad más absoluta, la falta de amor y de compasión más gélida. Me
enseñaron a odiarme, a despreciar incluso la vida, y desde entonces... desde
entonces me siento frágil, me siento insignificante, y cada otoño decaigo como
la naturaleza sin que nadie pueda rescatarme. Dicen que soy bipolar e incluso esquizofrénica.
Esas palabras me parecen espantosas y no creo que definan lo que me sucede. Lo
que me sucede es que me hicieron mucho daño, lo que me sucede es que no puedo
vivir lejos de mi tierra, no puedo, no puedo; pero tampoco me atrevo a volver
porque ya no soy la misma, porque ni siquiera Galicia se merece detectar la
inmensa tristeza que me inunda el alma, porque no quiero que ella descubra
cuánto me lastimaron, cuán distinta soy ahora.
Las palabras de Agnes, las que ella había pronunciado entre lágrimas,
la dejaron paralizada como si tuviesen el poder de arrebatarle la capacidad de
pensar y de moverse. El desconsuelo que se desprendía de la voz y de los ojos
de Agnes, y sobre todo de las certezas que ella le transmitía, se le contagió
como si de una enfermedad devastadora se tratase. No pudo evitar que las ganas
de llorar más intensas se apoderasen de su alma y empezó a plañir en silencio,
intentando ocultarle a Agnes que ella también estaba muy triste. Deseaba
formularle muchísimas preguntas, pero ni siquiera sabía cómo verbalizar todas
las dudas que le apretaban el corazón. Sólo se limitó a presionarle la mano a
Agnes y a permanecer a su lado, apoyándola, acompañándola en aquel momento que,
seguramente, a ella tanto le costaba vivir. Comprendía cuán doloroso debía
resultarle confesar aquella realidad tan horrible, tan inmensamente
desalentadora.
—
Lo mejor será que te alejes de mí hasta que me encuentre mejor. No
quiero oscurecer tu vida, no quiero contagiarte mi tristeza ni tampoco quiero
que te esfuerces continuamente por animarme, pues nada me alienta cuando estoy tan
decaída. Por favor, no insistas en hablar conmigo ni me preguntes nada. No
deseo que sufras por culpa mía; pero también entiendo que ahora ya no quieras
saber nada más de mí. Supongo que ser amiga de una persona que está loca asusta
mucho. No te juzgaré ni me enfadaré contigo si te apartas de mi mundo. Puedes
hacerlo. Tú puedes ser libre, puedes ser feliz y volar lejos de este espantoso
desaliento —la avisó cada vez más desconsolada—. Yo no me merezco que nadie
pierda el valioso tiempo de su vida tratando de ayudarme a levantarme. La vida
es mucho más que eso, mucho más.
—
Pero ¿qué dices, Agnes? Eso no es verdad, cariño —la contradijo Neftis
llorando trémulamente—. Yo nunca te dejaré sola, cielo, nunca. No te maltrates
a ti misma de ese modo. No te lo mereces. Eres la persona más mágica que
conozco y puede que del mundo entero y ninguna enfermedad conseguirá desvanecer
tus poderes ni destruirte. Por favor, permíteme acompañarte en estos instantes tan
tristes. Yo soy tu amiga tanto en los buenos como en los malos momentos. Y no
estás loca, Agnes. Jamás vuelvas a insultarte de ese modo con tanto desprecio.
No es ningún delito que estés enferma, al contrario, esa realidad debe
impulsarnos a todos a cuidarte mucho más, a mimarte sin cesar, a escucharte
siempre, a tomarte de la mano cuando notes que tu equilibrio tiemble.
—
Neftis...
—
Y yo te ayudaré, te lo prometo, a volver realidad tus sueños. Quizá,
si regresases a Galicia, te curarías para siempre.
—
No puedo volver —le negó agachando la cabeza—. No me atrevo. Sentir
que de nuevo me hallo allí me resultará algo tan potente que no lo soportaré.
—
Está bien. Ahora no te mortifiques pensando en eso, pero tampoco me
apartes de ti si tanto me necesitas. Sí, me necesitas, aunque te cueste
reconocerlo.
—
No quiero que tu vida se ensombrezca por culpa mía y es lo único que
ocurrirá si permaneces a mi lado mientras esté tan triste.
—
Agnes, mi vida se oscurecerá muchísimo más si me mantengo lejos de ti,
si no te veo casi todos los días, si no puedo asomarme a tus profundos ojos, si
no puedo oír tu dulce y mágica voz, si no puedo tomarte de la mano ni
abrazarte. No me importa si estás enferma, no me importa si sufres esos
desequilibrios anímicos que tanto te asustan. Yo te querré siempre, seas como
seas, siempre, Agnes, pase lo que pase. Nunca te dejaré sola. Nunca me
espantaré cuando pierdas la calma y acogeré todas tus lágrimas. Te quiero, te
quiero como no quise nunca a nadie, y jamás me apartaré de ti.
Aquella confesión tan hermosa, tan potente e incluso desgarradora le
arrebató el aliento. Nadie, hasta entonces, desde que se había enfermado, le
había asegurado con tanta fuerza que la quería, que respetaba todo lo que ella
era. No podía creerse que aquellas palabras tan bonitas fuesen ciertas, pero
tampoco se atrevía a dudar de su veracidad. Neftis se las había dedicado con
una entrega con la que nadie le había hablado, con una desesperación cálida y a
la vez asfixiante que le había arrancado la voz. Entendió que, tras aquellas
frases, se escondía una realidad que ella no se creía capaz de imaginarse; una
realidad desconocida que la asustaba mucho.
El silencio trémulo y húmedo con el que Agnes le contestó le hizo
entender que ella había adivinado el verdadero sentido de sus palabras. No
obstante, no se esforzaría jamás por desmentirlas ni por teñirlas de un
significado que pudiese proteger sus sentimientos. Hasta entonces, había
guardado en lo más profundo de su alma el amor que le profesaba a Agnes por
miedo a que ella pudiese descubrir con cuánta fuerza la quería, pero en
aquellos instantes era consciente de que ya no merecía la pena seguir
escondiéndole la realidad que la había hechizado.
No era la primera vez que Neftis se enamoraba, pero jamás lo había
hecho con tanta intensidad. Por Agnes sentía un amor que la enloquecía, que se
le clavaba en el alma cada vez que la miraba o la oía hablar, cada vez que la
tomaba de la mano o se atrevía a abrazarla. Era un amor que le impedía dejar de
pensar en ella, que llenaba su dormir de sueños en los que sólo se hallaba a su
lado, viviendo con ella momentos que nadie jamás podría conocer; mas también
era un amor que la alentaba a ser fuerte, que la instaba a luchar por su vida,
por volver realidad sus deseos. Era un amor que le abrasaba y a la vez le
acariciaba el alma.
Agnes notó que la fuerza de la tristeza que le golpeaba el alma se
atenuaba levemente al notar la calidez con la que Neftis le hablaba. Sin
embargo, también empezó a tener mucho miedo. Supo, con mucha más seguridad que
nunca, que Neftis y ella no habían vivido en la misma realidad.
—
Gracias, Neftis —le musitó mirándola con ternura, sin saber muy bien
cómo debía hablarle—. Nunca me dijeron algo tan bonito.
—
Tú eres lo más bonito que tengo, eres la persona que más quiero en el
mundo y, si vivir me inspira ilusión, es porque te conozco, es porque te hallas
en mi presente. Sin ti, nada tendría sentido, Agnes —le confesó notando que sus
poderosos sentimientos se le derramaban de la voz sin que pudiese evitarlo.
Aunque Agnes hubiese descubierto el verdadero significado que definían
las palabras de Neftis, se sentía inmensamente confundida. Le costaba
interpretar el sentido de aquellos momentos y sobre todo le resultaba
complicado imaginarse qué matiz tendría el futuro que compartirían a partir de
aquella mañana, tras aquella hermosísima confesión.
—
Hace casi dos meses que te conozco, pero contigo he vivido muchísimo
más intensamente que con cualquier persona con la que me haya encontrado antes.
Me has dado tantas cosas, me has enseñado tanto, me has demostrado tanto... Y
creo que te conozco mucho mejor que a nadie. Creo que puedo describirte sin
equivocarme —prosiguió Neftis mientras le presionaba las manos—. Por favor,
ahora no me rechaces tú por lo que siento, ahora no me apartes de tu lado por
quererte así.
—
No sé qué decir —le indicó sobrecogida—. Nunca viví un momento como
éste y no sé...
—
No es necesario que digas nada —la interrumpió con temor, pero con
mucha dulzura—. Comprendo cómo te sientes y, quizá, ahora no sea el mejor
momento para hablar de esto.
—
Neftis, yo... yo te quiero muchísimo, pero...
—
No digas nada, Agnes —le pidió de nuevo más asustada que antes. Temía
que Agnes la hiriese en el corazón con la sinceridad con la que siempre solía
expresarse—. Esperemos a que tu tristeza se atenúe y...
—
No quiero que sufras por culpa mía, Neftis. Perdóname, soy tan
inexperta... Es la primera vez que me encuentro en una situación así y...
—
No temas, Agnes. Yo seré paciente contigo.
Agnes ya era plenamente consciente de lo que significaban aquellos
momentos, de lo que Neftis sentía por ella, de cómo la quería, y lo único que
sabía era que ella no correspondía a ese amor con el que Neftis la arropaba. La
quería, era cierto, la quería muchísimo, pero la quería como si fuesen
hermanas, como si ambas hubiesen nacido de la misma madre. Imaginarse que
Neftis había creído siempre que también se había enamorado de ella la
impacientaba y la intranquilizaba profundamente.
—
Neftis, estoy muy triste, es cierto; pero soy plenamente consciente de
lo que siento y pienso.
—
No quiero que me digas nada ahora, Agnes. Necesito que medites sobre esto,
que valores tus sentimientos, que reconozcas tus emociones antes de que
mantengamos esta conversación que para mí es tan importante. Además, prefiero
que te centres en renacer, en desprenderte del inmenso desconsuelo que te
inunda el alma. Cuando te encuentres mejor, entonces... Perdóname, creo que no
tendría que haberte confesado lo que siento —se apresuró a decirle cuando captó
la desorientación y la desazón que se desprendían de los ojos de Agnes.
—
Siempre tenemos que ser sinceras, siempre, y desvelar lo que sentimos
—le aseguró ella acariciándole las manos. Tenía miedo a partirle el alma a
Neftis.
Sin embargo, aunque hubiesen vivido unos momentos tan inesperadamente
tensos, Neftis y Agnes no se apartaron ni un ápice la una de la otra. A pesar
de que la vida siguiese fluyendo por el tiempo, pese a que no dejó de llover
durante semanas, Neftis visitaba a Agnes prácticamente todos los días.
Combinaba sus quehaceres con los momentos que compartía con ella y no la dejó
sola nunca, ni siquiera cuando más debía volcarse en su trabajo. Permanecía a
su lado hasta que el ocaso se apoderaba de la noche. Entonces Neftis regresaba
a su hogar notando que se llevaba consigo el eco de la voz de Agnes y el
susurro de sus sentimientos.
Agnes nunca olvidaría la forma como Neftis la protegió durante
aquellas semanas tan oscuras, durante aquel tiempo en el que la tristeza y el
desaliento eran su única realidad. Neftis no permitía que el alma se le llenase
de soledad, impedía continuamente que sus lágrimas se perdiesen en la
inmensidad del silencio y del olvido, la tomaba de la mano cuando percibía que
su equilibrio temblaba y le hablaba siempre de cualquier asunto para distraerla
y para evitar que la lástima se cerniese sobre la mente de Agnes y oscureciese
todos sus pensamientos.
Mas, en muchísimas ocasiones, a Neftis le parecía que era
completamente imposible rescatarla de su desconsuelo. Agnes podía permanecer
durante días sin comer ni fijarse en lo que la rodeaba. Sólo lloraba, sólo se
abrazaba desprotegida a quienes la acompañaban, como si tuviese muchísimo miedo
a su tristeza, como si la vida misma la asustase. Nadie le exigía que fuese
fuerte, nadie se atrevía a preguntarle nada. Lo único que podían hacer era
tomarla de la mano e instarla a que comiese y saliese de su cabaña, donde se
protegía día y noche, ignorando el paso de las horas y la voz de la naturaleza.
Neftis, Gaya y Gilbert no la dejaron sola en ningún momento.
Sin embargo, aunque Gaya y Gilbert todavía se volcasen en Agnes con
una entrega muy tierna, era Neftis quien más la acogía, quien parecía
comprender con muchísima más nitidez que nadie los sentimientos que le
inundaban el alma. Neftis le entregaba un cariño que templaba sus días, que
detenía el fluir de la oscuridad. Lentamente, Agnes fue comprendiendo que, a
pesar de que no correspondiese al amor que Neftis le profesaba, ya no se sentía
capaz de vivir sin ella, ya no era capaz de respirar si ella no se hallaba a su
lado. Neftis se había convertido en el apoyo más grande que ella había tenido
nunca, desde que su abuela se marchó de la vida. Incluso tenía la sensación de
que Neftis la ayudaba a teñir de sentido y templanza todos aquellos recuerdos
que tanto le desgarraban el corazón.
Entonces llegó el invierno. Las noches se volvieron más frías, más
densas, más intransitables. Dejó de llover, el otoño se quedó pendiendo de un
dorado reflejo y diciembre se tornó en la puerta que accedía a otro tiempo, a
otro lugar en el que moraba el principio de cada esperanza. Aunque hubiese
soledad, aunque respirar fuese una tarea espesa, Agnes presentía que, en su
corazón, el transcurso de las estaciones había dejado caer las semillas de su
renacimiento.
Agnes se preguntó siempre por qué el otoño la desmoronaba y la
deshacía tanto cuando le parecía el momento más hermoso que la naturaleza
vivía, si era para ella el reflejo de toda la beldad que se hallaba repartida
por toda la Tierra, si en otoño ella cumplía años, si en otoño ella había
llegado al mundo, entre gotas de lluvia y hojas fenecidas, entre decadencia y a
la vez sueños. Tal vez su enfermedad gritase tanto en otoño porque era
precisamente aquella estación la que más se identificaba con su muerte y a la
vez con su nacimiento.
—
Yo amo el otoño, Neftis —le confesó Agnes una tarde invernal, cercana
a enero, mientras tomaban té en su cabaña—. Fue el otoño el que me enseñó a
distinguir entre la vida y la muerte, el que me demostró que todo momento tenía
fin, el que me hizo descubrir que la naturaleza también se entristece y decae.
Es tan bonito ver cómo las hojas llueven de los árboles, cómo los atardeceres
se vuelven áureos, cómo las noches se tornan más quietas y silenciosas... Y,
cuando llega el invierno, aquellos momentos que tan románticos y nostálgicos te
parecían, devienen en añoranza. Los extrañas con mucha fuerza cuando notas que
tu alrededor se anegó en frialdad. Neftis, ¿alguna vez viste la nieve?
—
Sí, alguna vez —le respondió casi sin valorar las palabras que le
dedicaba. Estaba tan sobrecogida y enternecida por las confesiones de Agnes que
apenas podía pensar con claridad.
—
En mi aldeíña nevaba muchísimo. La nieve nos apartaba del resto del
mundo y yo creía que éramos los únicos seres que respiraban en la tierra —le
sonrió con cariño—. A mí no me asustaba que la nieve cubriese todos los caminos
y que devorase cualquier sonido. Adoraba saber que estábamos a salvo de toda amenaza,
aunque aquella época también era muy peligrosa, pues los lobos estaban
muchísimo más hambrientos que nunca. Incluso, algunos vecinos de mi aldea se
atrevían a llevar ovejas a los montes para evitar que los lobos se acercasen a
nuestras casas. Debíamos hacer sacrificios muy tristes...
Cuando Agnes le hablaba de su infancia y del lugar en el que tan feliz
había sido, entonces Neftis creía que se hallaba conversando con alguien que no
formaba parte de su misma realidad. Agnes le parecía tan mágica y romántica
cuando compartía con ella aquellos recuerdos tan hermosos y entrañables...
Neftis se sobrecogía cuando se percataba de que cada vez estaba más enamorada
de Agnes. Cuando la miraba a los ojos, el amor que sentía por ella gritaba con
una fuerza estremecedora y tenía que esforzarse por no arrancar a llorar de
desesperación. Aunque Agnes estuviese tan cerca de ella anímicamente, Neftis
sabía que era inalcanzable. Lo que más la sobrecogía era ser consciente de que,
poco a poco, aquel amor se tornaría cada vez más insoportable y desgarrador.
Neftis tenía mucho miedo a que aquel sentimiento la obligase a apartarse de
Agnes.
Mas siempre se esforzaba por ignorar aquellos sentimientos y aquellos
desalentadores pensamientos, pues no deseaba que la magia que teñía su vida se
desvaneciese. Además, la alentaba percibir que Agnes cada vez se encontraba
mejor, más animada y esperanzada. Había vivido con ella semanas muy oscuras y
tristes en las que parecía que el tiempo y los sueños se habían silenciado para
siempre, pero Neftis también notaba que se hallaba cada vez más próximo el
renacimiento de su querida amiga.
Y así fueron transcurriendo los meses, entre aliento y desaliento,
entre sueños y tristeza. Neftis conseguía, en la mayoría de ocasiones, extraer
a Agnes de la punzante soledad en la que ella deseaba protegerse y la instaba a
vivir junto a ella y a los demás miembros del aquelarre los rituales que
celebraban cada dos semanas para atraer nuevas y relucientes energías y también
para festejar aquellos Sabbats importantes que regían su calendario. Si Neftis
se hallaba a su lado, entonces a Agnes le costaba muchísimo menos sonreír y
hablar con quien le prestase atención, aunque, cuando se encontraba ya a solas,
aquel ánimo se tornaba en una ilusión.
Némesis también la acompañaba siempre, dondequiera que fuese, en todo
momento. La cuidaba sin cesar, impedía que la amenaza más sutil se aproximase a
ella y la miraba profundamente a los ojos cuando notaba que el alma se le
llenaba de miedo y desaliento.
—
Y es que la vida es un camino hecho de aliento y oscuridad, Neftis —le
comentó Agnes una noche, mientras volvían a la cabaña de Neftis tras celebrar
Ostara—. Cuando crees que la tristeza te absorbió el alma para siempre,
entonces un rayo de luz cruza tu cielo y las sombras se encogen hasta
desaparecer.
—
Pero ese rayo de luz siempre proviene de alguien que te quiere, que te
apoya, que sabe mirarte a los ojos con un cariño que nadie más puede dedicarte
—le indicó ella deteniendo su paso. Se hallaban justo en el principio de la
senda que separaba sus caminos—. Yo no habría sido capaz de vivir tan plenamente
si tú no hubieses estado a mi lado.
—
Y yo no habría renacido si no me hubieses ayudado, Neftis —prosiguió
Agnes acercándose más a ella—. Gracias por ser tan buena conmigo, por quererme
con tanta plenitud y sinceridad.
—
Te quiero con mucha más plenitud y sinceridad de la que te imaginas
—musitó ella agachando los ojos.
Entonces Agnes se hundió con ternura en los tímidos ojos de Neftis,
siendo consciente de que aquél era el preciso instante en el que debía reaccionar;
el instante que la separaba de un futuro incierto. Sabía que, si se enfrentaba
a aquel momento con sabiduría y firmeza, su vida no temblaría; pero, en
aquellos instantes, notaba que las convicciones que siempre se le habían
aferrado al alma perdían la fuerza con la que habían dominado sus
pensamientos.
La luna menguaba sobre ellas, lanzando a la tierra un fulgor muy quedo
que acariciaba con tristeza las vivas flores, las renacidas hojas de los
árboles. Agnes se preguntó si realmente la vida tenía los matices que ella
había percibido, si no había estado equivocada. Incluso se preguntó si las
hojas que habían poblado de nuevo las ramas de los árboles eran las mismas que
habían muerto en la tierra, lanzando un suspiro áureo y crujiente antes de
desaparecer. Ella creía que su alma ya no era la misma tras haber sufrido de
nuevo los devastadores síntomas de su enfermedad, pero también notaba que en su
ser palpitaban los mismos sentimientos que siempre le habían invadido el
corazón. Sin embargo, en aquellos instantes, percibió que se desorientaba, que
un poder muy especial la apartaba de sus inquebrantables convicciones y que
aquel mismo poder la empujaba hacia Neftis, quien, al advertir que Agnes la
miraba con tanta profundidad, había alzado los ojos y los había hundido en la
preciosa y mágica apariencia de aquella mujer tan especial, tan tierna, tan
importante para ella.
Tal vez fuese la inmensa gratitud que le profesaba a Neftis lo que
tanto la confundía, tal vez fuese el interminable cariño que sentía por ella lo
que la desorientaba... pero lo cierto era que, en aquellos momentos, dudaba del
significado de su presente y de su vida.
Mas entonces fue consciente de que no era ella, no era Neftis quien
debía apartarla de su soledad quebradiza, de sus poderosas convicciones. No era
Neftis quien la esperaba en la tierra del amor verdadero. Ni siquiera ella era
para Neftis la mujer por la que perdería la noción del tiempo ni la calma de
sus días. Fue la voz de su poderosa intuición la que le reveló con vigor y desesperación
aquellas certezas. De nuevo, Agnes notó que el alma se le llenaba de
presentimientos oscuros y brumosos que la asustaban, presentimientos de hechos
que aún se hallaban muy lejos de aquel instante, perdidos en un futuro que
nadie era capaz de imaginarse.
—
Creo que debería irme ya —adujo Agnes con delicadeza separándose
suavemente de Neftis—. Se hizo ya muy tarde.
—
Espera, Agnes, por favor —le pidió ella tomándola amorosamente del
brazo—. No te vayas todavía.
—
Neftis, está en nuestras manos impedir que la magia de nuestra vida se
oscurezca. Entiendo lo que sientes, de verdad, pero...
—
No, Agnes, no creo que lo entiendas. Estoy segura de que tú nunca te
has enamorado antes y ahora estás confundida —le insistió con miedo—. Ahora ha
llegado el momento de que hablemos de lo que sentimos, cariño. No esperemos
más.
—
Neftis, yo... por la Diosa, Neftis, no lo hagamos esta noche. Esta
noche tan mágica no...
—
¿Por qué no? ¿No percibes que nos rodean la magia y la calma más
hermosas?
—
Mantener una conversación tan importante en una noche en la que la
luna está menguando es muy peligroso, y lo sabes, sabes que la tercera fase de
la luna tiene un poder muy asfixiante y destructivo —le recordó con
impaciencia.
—
Sí, lo sé.
—
Sé paciente, por favor.
La voz de Agnes había sonado tan nítida, tan segura y a la vez
nostálgica que Neftis no fue capaz de protestar ni de decirle nada más. Se
desasió de su delicado brazo y permitió que se fuese. Se despidió de ella con
una mirada anegada en amor, notando que, por primera vez desde que se conocían,
lo que sentía por Agnes le dolía con una fuerza desgarradora.
Cuando Agnes desapareció entre los árboles, la noche se volvió mucho
más oscura para Neftis. Ansió pedirle a gritos que no se marchase, que
regresase junto a ella; pero se contuvo, pues sabía que aquellas súplicas no
tendrían sentido. La luna que cuidadosamente brillaba entre las nubes, entre
las ramas frondosas de los árboles, apenas alumbraba aquellos instantes. Neftis
notó que la rodeaba la soledad más triste, más espesa, más desgarradora. No
necesitaba que Agnes le confesase lo que sentía por ella, lo que pensaba sobre
su amor. Sabía que Agnes no la correspondía, no la quería como ella tanto la
amaba. No, no la amaba, no estaba enamorada de ella. Lo sabía con una seguridad
vertiginosa, pues se lo habían revelado sus ojos expresivos y nocturnos, su
trémula voz, sus vacilantes palabras. Agnes era mucho más inalcanzable de lo
que se había imaginado. Aquella certeza le resquebrajó el alma, le hizo empezar
a llorar sin que ni siquiera el aire primaveral que la envolvía previese que se
derrumbaría tan raudamente.
Sin embargo, Neftis se esforzó continuamente por destruir el
desaliento que le provocaba ser consciente de que Agnes no correspondía al amor
que ella le profesaba. Deseaba vivir junto a aquella mujer tan mágica los
momentos más hermosos de su vida y ni siquiera el dolor más invencible y
destructivo se lo impediría. Cuidaría el paso del tiempo, lo resguardaría en
sus manos, entre sus brazos, para que ni siquiera la oscuridad de las noches lo
desmenuzase.
El amor que Neftis sentía por Agnes era inmensamente poderoso, pero lo
era también el deseo de vivir junto a ella todos los instantes mágicos que la
vida les reservaba, que las esperaba tras cada noche, tras cada amanecer y en
cada atardecer. Los meses podían ser brillantes si ambas luchaban contra el
desaliento y la desesperanza.
[1]«Una
vez tuviste oro, una vez tuviste plata, y entonces llegó la lluvia... Una vez y
siempre, siempre y una vez, el tiempo trajo oscuridad y sueños para ti. Ahora
puedes ver que la primavera se convierte en otoño; que las hojas se vuelven
oro, cayendo ante ti. Nadie puede prometer que un sueño se hará realidad. El
tiempo trajo oscuridad y sueños para ti. ¿Qué es la oscuridad, sombras a tu
alrededor? ¿Y por qué no tomar un latido para enfrentarte al nuevo día? Nadie
puede prometerte un sueño, pero el tiempo te dio oscuridad y sueños para ti»
... Y apareció Neftis en la vida de Agnes. Es curiosa la sensación de ver la primera parte de una película que sé cómo termina... me encanta cómo la vida de Agnes va cambiando, y creo que por primera vez me resulta evidente que está enferma, algo a lo que siempre me muestro reacio. Galicia está siempre ahí, presente como un fondo vivo que se va moviendo y marca la vida de Agnes, la catástrofe es el enganche con el capítulo anterior, ahora supongo que la siente como una herida que duele mucho pero se va sanando, realmente es de esas cosas que nunca terminan de irse pero con las que te acostumbras a vivir, qué remedio. El capítulo se llama "aires de renacimiento", y realmente es un título que resume muy bien lo que pasa por la vida de Agnes. Me encanta su vida independiente en su casita del bosque, no puedo evitar imaginarla muy bonita, y también la relación con Némesis es algo que ancla a Agnes, le da una estabilidad, qué bonita es la relación entre ellas dos, me encanta cómo se la presenta a Neftis, sí, es una cobra, pero también es buena y cariñosa, y no le haría daño. Neftis aparece como alguien que sale de la nada, por así decir, aparece con su pelo negro y su flequillo hablando de Bolivia y preguntando mucho, muchísimo, me hace gracia cómo quiere saberlo todo de Agnes, no solo dónde vive, sino dónde vivía antes, lo normal ante un interrogatorio así sería que hubiera molestias y recelos, pero las cosas transcurren con más naturalidad, qué bien. Sí, qué bien, pero luego... en fin, no pensemos en lo que todavía no ha ocurrido. Tanto le gusta la vida de Agnes que Neftis cae rendida de amor por ella y por su mundo, qué bien se resume en el final del capítulo, en realidad es una especie de amor integral, no solo por la persona, sino también por su mundo y su forma de encarar la vida, que posiblemente es el modo más completo de amar a alguien, porque es como si te convirtieras en un elemento de su mundo, te asimilas tú con el ser amado; Neftis no solo quiere a Agnes, quiere vivir en el bosque, ver la vida a través de su escala de valores, vivir la naturaleza, la magia, las estaciones a través de ella. La música es un elemento también de este capítulo, resuena en las canciones, y también en el sonido de la lluvia, que me he imaginado tan bien, después del capítulo me sentía empapado de muchas cosas, entre ellas del agua y la humedad del bosque donde viven. Y de Galicia también, y de melancolía, y de otoño. También me duele la enfermedad de Agnes, su irracionalidad y el no poder luchar, o mejor sería el no saber cómo luchar contra ella. Neftis... sí, me cae bien. Le pregunta lo que yo querría saber ¿por qué no estás en Galicia si tanto te gusta? Ella es una presencia nueva y buena para Agnes, y creo que conocerla ahora ha sido un motivo de felicidad con una punzada de insatisfacción; las cosas cambiarán... pero ahora mismo están ahí, unidas con un nuevo lazo que están tejiendo juntas, con la ilusión de quien empieza una nueva relación. Espero que disfruten juntas de estos momentos, que paseen, que hablen y se bañen, por qué no, en ese lago donde Agnes lave la ropa. Viven en un mundo que ahora es mágico, y en cierto modo, eterno. Gracias por dejarme compartirlo un poquito con ellas.
ResponderEliminar¡Por fin aparece Neftis! Sabíamos de su historia de "amor" con ella y estaba deseando saber más. Su encuentro me parece muy mágico y místico, en una de las celebraciones. Ese momento en el que se miran a los ojos es muy especial, aunque no con el mismo significado para las dos.
ResponderEliminarNo sabía o al menos no recordaba que Neftis fuese tan atrevida. Directa al grano, sin tapujos. Su forma de saludarla y de entablar una conversación es muy directa. A mi también me intimidaría que se acercasen a mi de esa forma jajaja. Desde un principio se percibe que es buena persona, pero sus intenciones están más que claras, yo diría que es un "amor a primera vista". Por cierto, que a pesar de que Gaya le dice que no se vaya sin despedirse como hace siempre, al final no se despide jajajaja.
Juntos viven momentos muy agradables. Esta relación le viene bien a Agnes para descubrir que puede hacer amigos, que no es tan malo tener a personas cerca (aunque esto ya sabemos que acabará como el rosario de la aurora). Normal que a Agnes le diese miedo confesar sus más tristes secretos, entre su inseguridad, su enfermedad y el miedo a perder su amistad...
En este capítulo se menciona a Artemisa sin pronunciar su nombre. Su llegada a la vida de ambas será toda una revolución. La verdad es que Neftis se está comportando muy bien con ella hasta ahora, pero ya sabemos que del amor al odio hay un paso (un paso corto), y mucho me temo que es lo que ocurrirá próximamente. Está claro que Agnes no corresponderá ese amor que Neftis le profesa y no lo aceptará...¿Lo peor? Que al abrirle su corazón y conocer sus más profundos secretos y miedos, tiene el poder de destruirla de la forma más dolorosa y dando justamente dónde más duele.
Ha sido un capítulo muy interesante, y tengo muchas ganas de saber que ocurrirá a continuación. ¡¡Me encanta!!