viernes, 4 de agosto de 2017

EL ABRAZO DE LA TIERRA: CAPÍTULO 15. AIRES DE RENACIMIENTO


Capítulo 15

 

Aires de renacimiento

 

Hay almas en las que se reflejan los cambios que la naturaleza vive, que son el espejo del mudar de las estaciones y que moran conectadas siempre al espíritu que yace bajo la tierra, entre los árboles y en el fluir de los ríos.

Y, aunque la oscuridad que se cierne sobre nuestra alma pueda ser ensordecedora y asfixiante, siempre existe un pequeñito haz de luz que comienza a quebrarla, deshaciendo las sombras que la componen y la vuelven invencible.

Agnes trató de renacer aferrándose al espíritu incansable que mora en la naturaleza, a la fuerza que dimanaba cada amanecer, a la belleza del lugar en el que habitaba. Aunque todavía tuviese el alma irreversiblemente herida, no deseaba rendirse, no quería que el tiempo siguiese transcurriendo llevándose aquellos años tan hermosos que tan intensamente ella deseaba vivir. Había carecido de libertad durante una gran parte de su vida y no quería que su existencia siempre se hallase cubierta por el desaliento más estremecedor.

Hasta que llegó la primavera, Agnes había faltado a todos los rituales que El fuego de Hécate había celebrado. A pesar de que Agnes añorase hallarse rodeada por la intensa y brillante magia que la envolvía cuando formaba parte de aquellas celebraciones tan hermosas, se sentía incapaz de acudir junto a aquellas personas que tan dispuestas estaban siempre a olvidar los matices más oscuros de la vida para centrarse en aquellos bellísimos y sublimes momentos. Agnes sabía que, si se acercaba a ellos, contaminaría con su tristeza la felicidad que a ellos les llenaba el alma.

De repente, se percató de que la ilusionaba saber que asistiría de nuevo a los Sabbats que marcaban el transcurso de los meses. Además, recordó que aquel año celebrarían Mabon, el equinoccio de otoño, reuniéndose con otros aquelarres. La cercanía de aquel evento le hacía sentir unos nervios que apenas le permitían comer. Vivió aquel verano deseando que el calor del estío se tornase cuanto antes en la decadencia que siempre teñía la faz del otoño.

Durante aquellos meses, Agnes trató de recuperar la ilusión y la energía que la impulsaban a seguir estudiando acerca de los temas que más le interesaban y mantenían despierta su preciosa curiosidad, sus ganas de reencontrarse consigo misma y de comunicarse con la Diosa. Además, olvidó, sin apenas advertirlo, que había deseado celebrar rituales oscuros para enviarles energía negativa a aquellas personas que habían herido a su tierra amada. De vez en cuando, notaba que el odio que aquel hecho le provocaba se le despertaba con fuerza por dentro de ella, pero conseguía silenciar su desgarradora voz convenciéndose de que lo que menos le convenía en aquellos momentos era prestarles atención a aquellas emociones tan estremecedoras.

No había olvidado, sin embargo, lo que había ocurrido en su amada tierra. Continuamente soñaba con aquel horrible acontecimiento y se despertaba notando que el desaliento volvía a oscurecer la luz que deseaba brillar en su alma, pero, con el paso del tiempo, se percató de que en realidad Galicia no había estado tan desamparada y sola como ella había creído. Saber que se habían volcado en ayudarla tantas personas la serenaba y le permitía no perder la fe en la humanidad; aquella fe que había muerto casi definitivamente cuando aquella catástrofe había sobrevenido a aquel lugar tan mágico.

Sin embargo, Agnes no pudo luchar contra el incipiente rencor que le había nacido en el alma cuando Gaya y Gilbert le impidieron viajar a Galicia. Aunque todavía los quisiese y los respetase profundamente, no olvidaba que ellos, nuevamente, le habían cortado las alas, la habían retenido en un tiempo insustancial y completamente oscuro. Aquella emoción tan triste la instaba a permanecer lejos de ellos. Apenas los visitaba ya. No deseaba mirarlos a los ojos recordando lo que había sucedido entre ellos tres. Prefería que el tiempo le sanase aquellas heridas que ellos le habían horadado en el alma casi sin preverlo ni poder evitarlo.

No obstante, Agnes trataba de centrarse en las buenas sensaciones que la naturaleza le entregaba con cada amanecer. Era consciente de que aquella energía tan hermosa también era un síntoma más de su enfermedad. Sabía que su alma podía vivir sumergida en la tristeza más estremecedora e indestructible y de repente teñirse de aliento y ansias de vivir, de luchar por retener la paz de cada instante; mas intentaba que aquella certeza no la intimidase.

     Me alegra muchísimo percibirte tan recuperada —le confesó Gaya una tarde en la que había ido a visitarla.

     Gaya, sabes tan bien como yo que este aliento que ahora siento es otro síntoma de mi enfermedad —le contestó ella intentando no desvelar cuánto la intimidaba aquella realidad.

     Es verdad, pero eso no significa que no tengas que aprovecharte de este estado, ¿no crees? Por cierto, el mes que viene celebraremos Mabon en medio del bosque con más comunidades. Será un ritual precioso. Vendrás, ¿verdad? Hace mucho tiempo que no asistes a una ceremonia tan especial y todos te extrañamos muchísimo.

     Yo también os echaba mucho de menos; pero no creo que todos me añoraseis de la misma forma...

     ¿Por qué lo dices?

     No importa.

Agnes ansiaba contarle a Gaya lo que le había ocurrido con Moira hacía ya al menos ocho meses, pero no quería turbar la calma que las rodeaba. Caminaban juntas por aquel hermoso bosque notando que de la tierra se desprendía una energía muy acogedora que les acariciaba el alma. Hacía mucho tiempo que Agnes no se sentía tan unida a Gaya después de lo que había sucedido.

     Gaya, necesito pedirte perdón —le confesó de repente deteniendo su paso y tomándola dulcemente de la mano.

     ¿Por qué, Agnes? —le preguntó extrañada y conmovida.

     Porque, desde lo que ocurrió en Galicia, os guardé a Gilbert y a ti un rencor horrible que deshizo la confianza que siempre me inspirabais.

     Nosotros tampoco nos comportamos bien contigo. El deseo de protegerte nos obligó a negarte algo que posiblemente te habría ayudado a sentirte mejor. Perdónanos a nosotros también, Agnes. Te queremos muchísimo y los dos tenemos miedo a que la tristeza te aleje para siempre de la vida.

     Sí, lo entiendo; pero no podéis protegerme siempre. Además, me dejasteis muy sola, sin saber ni siquiera cómo estabais.

     No volverá a ocurrir, te lo prometo.

     De acuerdo —le sonrió ella presionándole las manos.

     Hay algo que me resulta muy curioso.

     ¿De qué se trata?

     Sé que amas el invierno y el otoño con todo tu corazón. Sin embargo, es en otoño y en invierno cuando más te desalientas, cuando más triste te sientes.

     Sí, es cierto. Amo el otoño con todo mi corazón y a la vez noto que la decadencia que se esparce por la naturaleza también se me adentra en el alma. El otoño me recuerda mucho a Galicia. Allí, el otoño tenía unos colores tan hermosos...

     Y aquí también, Agnes. Tienes mucha suerte por poder vivir en un lugar tan precioso y mágico.

     Sí, tienes razón.

De ese modo empezaron a pasar los días, con una calma estival y azulada que a Gaya y a Agnes les llenaba el alma de magia y paz. Aunque Agnes sintiese que el calor del verano la asfixiaba, intentaba disfrutar de cada instante que la naturaleza le regalaba.

Mabon se aproximaba con muchísima calma. Agnes vivió aquel mes que la separaba de aquella celebración tan especial luchando contra el calor que la asfixiaba. Permanecía la mayor parte del día bañándose en el precioso lago que había cerca de su casa o también compartiendo con Némesis momentos de muchísima inspiración en los que la voz del atardecer la instaba a escribir versos teñidos de fascinación y amor, fascinación y amor por lo que la rodeaba, pero también por los bellos momentos que había vivido en su pasado.

Sentir que cada vez se hallaba más próxima la tarde en la que celebraría aquel ritual tan especial le impedía respirar con serenidad. No era la primera vez que Agnes asistiría a una ceremonia en la que se reunirían tantas personas que creían como ella. Había formado parte de celebraciones preciosas en las que se había sentido conectada con almas muy distintas a la suya y había disfrutado de la hermosa sensación de unión y de hermandad que provoca hallarnos rodeados por quienes se encuentran en un mundo muy similar al nuestro. Sin embargo, Agnes sentía que aquella vez sería diferente y única. No pudo dormir durante toda la noche previa a aquel día tan especial. Continuamente se preguntaba cómo viviría aquella festividad, qué matices tendría la tarde, qué olores la envolverían.

El fuego de Hécate le había ofrecido la oportunidad de descubrir que en el mundo había muchas más personas de las que pensaba que creían como ella, que podían entenderla y acogerla en sonrisas luminosas. No obstante, Agnes siempre se había sentido incapaz de hundirse en aquellos ojos desconocidos y de mezclarse con las conversaciones que los miembros de su aquelarre mantenían con los demás. Siempre se había quedado rezagada, disfrutando de la tranquilidad que teñía el bosque donde festejaban aquellos rituales tan especiales. Solamente en Ostara y en Mabon se reunían con otras comunidades. Era la ocasión perfecta para conocer a más gente que sentía y pensaba como ella, pero Agnes siempre se había marchado mucho antes que los demás. La timidez extrema que le anegaba el alma le impedía plantearse la posibilidad de aproximarse a alguien que no formaba parte de su vida. Sin embargo, Agnes intuía que aquel ritual sería mucho más especial que todos los que había vivido. Su alma le musitaba certezas que le costaba comprender.

Mientras la tarde no llegaba, permaneció durante todo el día intentando dominar los nervios que se le habían aferrado al estómago. No pudo comer nada, sólo ingirió algunas tisanas con las que aspiraba a calmarse, pero estaba tan inquieta que apenas podía controlar sus emociones. Némesis percibía a la perfección los sentimientos de su amiga. Intentaba sosegarla mirándola con mucho amor, pero Agnes apenas captaba la energía apaciguadora que dimanaban los hipnóticos ojos de aquel animal tan sabio.

Se dirigió hacia el hogar de Gaya mucho antes de que llegase la hora a la que habían quedado en encontrarse. Gaya la recibió con cariño, pero también con mesura. Aunque Agnes le hubiese pedido perdón por haber sentido rencor hacia ella y Gilbert y aunque hubiesen compartido muchísimos momentos hermosos que les demostraban que se había deshecho la distancia que las había mantenido separadas durante aquel triste tiempo, Agnes había preferido permanecer encerrada en una soledad aparentemente inquebrantable y ni siquiera se molestaba en visitarlos. Debían ser Gaya y Gilbert quienes se aproximasen a ella para conocer cómo estaba. Cuando ellos se interesaban por ella, Agnes se mostraba evasiva y no respondía ninguna de las preguntas que ellos le formulaban.

Cuando llegaron al hermoso rincón del bosque en el que siempre solían celebrar aquellos Sabbats tan especiales y mágicos, descubrieron que ya los aguardaban inquietas y felices unas cuantas personas. El ritual fluyó con sencillez. Gaya y Gilbert lo dirigieron con muchísima magia, con mucha cercanía y sublimidad.

Agnes notó, durante aquellas horas, que el alma se le encogía cada vez más por dentro de ella. Tenía la sensación de que aquel ritual estaba entregándole muchísima inspiración, pero también sentía que la magia que lo impregnaba le arrebataba, poco a poco, la serenidad con la que ella siempre trataba de teñir su vida.

De repente, tuvo la impresión de que toda aquella añoranza que hasta entonces había conseguido mantener silenciada explotaba por dentro de ella, instándola a rememorar todo lo que había vivido durante los últimos meses de su vida. Cuando aquellos recuerdos se le esparcieron por la mente, notó que los detalles de su alrededor se desvanecían y que se separaba de la magia que impregnaba aquella ceremonia tan especial.

Entonces de repente se percibió quebradiza, como si su cuerpo se hubiese convertido en una hoja caduca. Se preguntó por qué su ánimo había mudado tan de súbito, por qué su alma se había cubierto de tanta oscuridad de un modo tan inesperado y sobrecogedor. Además, añoraba muchísimo a Némesis. Cuando no se hallaba junto a ella, tenía la impresión de que era mucho más frágil que nunca, que cualquier hecho o mirada podía abatirla irremediablemente.

Le costaba muchísimo comprender por qué se sentía tan desasosegada, tan nerviosa e inquieta. Además, continuamente luchaba contra un incipiente llanto que le había invadido la garganta. Apenas era capaz de prestarles atención a sus pensamientos, pero de vez en cuando notaba que su memoria se esforzaba por recuperar recuerdos que en esos momentos parecían inmensamente lejanos.

De súbito, cuando el ritual estaba a punto de llegar a su fin, Agnes se percató de que alguien la miraba fija e insistentemente. Hasta entonces, no se había dignado observar a las personas que la acompañaban en aquel momento tan especial. Los nervios que la invadían apenas le permitían ser consciente de lo que la rodeaba, pero, al sentir con tanta viveza la presencia de aquella mirada, entonces alzó los ojos y los deslizó por su alrededor.

Quien la observaba sin cesar era una mujer alta, delgada, con los ojos profundamente negros, con una mirada serena y a la vez nostálgica que sobrecogía. Tenía el cabello liso, largo y negro y un flequillo recto le cubría la frente, volviendo mucho más rasgados sus bellos ojos. Portaba un vestido rojizo y marrón que estilizaba mucho su figura; la que era esbelta, elegante y atractiva.

Agnes notó que el corazón comenzaba a latirle con una fuerza desbocada. Intentó retirar los ojos de aquella mujer que en esos momentos parecía vivir solamente para mirarla, pero era incapaz de despegarse de la potente energía que se desprendía de su presencia. Se sentía intimidada y empequeñecida, como si aquella mujer tuviese el poder de deshacerla tan sólo con una mirada. No obstante, enseguida entendió que se encontraba así porque de nuevo la intensa timidez que nunca la abandonaba le había arrebatado definitivamente la calma con la que hasta entonces había vivido aquella tarde.

Nunca le había gustado que la mirasen con tanta insistencia, que analizasen con tanta minuciosidad su aspecto ni que se hundiesen sin regreso en sus ojos expresivos. Agnes creía que la voz de su alma gritaba tan alto que cualquier persona podía oírla si la miraba.

El ritual llegó a su fin cuando Agnes ni tan sólo se percataba de lo que ocurría a su alrededor. Seguía oyendo la voz mágica y solemne de Gaya, pero apenas comprendía las palabras que pronunciaba. Ansiaba marcharse de allí cuanto antes y encerrarse en su cabaña, junto a Némesis, y contarle a su amiga todo lo que sentía y había vivido. La forma como aquella mujer la miraba la destruía, como si aquellos ojos fuesen de piedra y ella fuese tan sólo una delicada flor.

Después de los rituales, siempre solían comer y conversar para disfrutar de la magia que los rodeaba, pero Agnes nunca había compartido con nadie aquellos momentos. Y sentía que aquella vez deseaba, más que nunca, desaparecer sin que nadie advirtiese su marcha. Sin embargo, cuando Gaya abrió el círculo mágico, la mujer que no había dejado de mirarla en ningún momento se acercó rápidamente a ella.

Agnes anheló con todas las fuerzas de su alma que la tierra se abriese bajo sus pies y la devorase para siempre. Durante los momentos interminables en los que la mujer no había retirado sus ojos de ella, había notado que las conectaba una corriente energética que la estremecía profundamente. Se trataba de una energía compuesta por distintos sentimientos que Agnes era incapaz de comprender. Además, intuía que, si permitía que aquella mujer se adentrase en su vida, La Paz de sus días temblaría hasta convertirse en la noche más honda e insondable.

Intentó escaparse de su mirada, pero la mujer la agarró del brazo con suavidad antes de que pudiese moverse. Le dedicó una mirada muy serena y luminosa que agravó hondamente la vergüenza que Agnes sentía. Notó que las mejillas le ardían, que el corazón le latía con fuerza, golpeándole el pecho con agresividad, y que las manos se le habían vuelto gélidas.

     Hola —la saludó la mujer sonriéndole divertida—. ¿Puedo hablar contigo o tienes prisa por irte?

Agnes se sintió mucho más torpe que nunca. Con las únicas personas que se había relacionado mínimamente habían pertenecido a su aquelarre y hacía muchísimo tiempo que no hablaba con nadie. Sólo Némesis tenía el privilegio de oír su voz, de comprender sus pensamientos y sus sentimientos. Agnes nunca había sido muy ágil conversando con desconocidos, pero en esos momentos tenía la sensación de que era la primera vez que debía contestarle a alguien que jamás había pertenecido a su vida.

     ¿Qué te pasa? ¿Eres muda? —se rió la mujer presionándole el brazo. Agnes ansió pedirle que la soltase. Nunca le había gustado que alguien desconocido la tocase—. Si te molesto, puedes decírmelo y te dejaré en paz.

Agnes negó con la cabeza. Era incapaz de hablar. Notaba que en la garganta tenía un nudo hecho de nervios y tensión que había devorado su voz.

     Bueno, pues, si quieres hablar conmigo, búscame. Estaré por aquí —le ofreció sin dejar de sonreírle.

En esos momentos, Gaya se acercó a ellas dedicándoles una mirada muy acogedora. Agnes sintió que el alivio más intenso se mezclaba con los desagradables y asfixiantes sentimientos que le anegaban el alma.

     Hola, Neftis —la saludó con felicidad—. Me alegro muchísimo de que hayas venido. Hace tanto tiempo que no nos reencontramos en un ritual...

     Yo también estoy muy feliz de verte —le contestó ella tomándola dulcemente de la mano—. He estado de viaje durante varios meses. Por eso no pude asistir a vuestros rituales; pero os eché mucho de menos.

     Nosotros a ti también. ¿Dónde has estado?

     He estado en Finlandia con una asociación en contra de la caza de delfines. Es increíblemente triste lo que hacen con ellos —le contó con pena.

     Sí, estoy al tanto de todo eso. ¿Y cómo te encuentras?

     Muy bien y feliz. Estaba intentando hablar con esta chica tan curiosa y bella, pero no quiere saber nada de mí —le dijo refiriéndose a Agnes, mirándola de nuevo con los ojos anegados en ternura e interés.

     Huy, es que Agnes es muy tímida; pero no te preocupes. En cuanto te conozca mejor, te tomará confianza. Agnes, ella es Neftis. es una vieja amiga, aunque todavía es muy joven —se rió tiernamente.

     ¿Te llamas Agnes? —le preguntó con curiosidad—. tienes un nombre muy bonito.

     Gracias —respondió Agnes al fin, notando que le costaba cada vez menos liberar su voz—. Neftis también es un nombre muy especial. Es el nombre de una diosa muy poderosa.

     Sí, es cierto. Me siento muy identificada con esa diosa.

     Bueno, yo os dejo hablar tranquilamente —intervino Gaya orgullosa mientras ya se apartaba de ellas—. Agnes, no te vayas sin despedirte, como haces siempre —le pidió riéndose. Agnes notó que la vergüenza y la tensión volvían a apretarle el alma.

Neftis la miró curiosa. Volvió a analizar su apariencia con una minuciosidad sobrecogedora. Agnes se sintió desfallecer, pero intentó ser fuerte.

     ¿Es la primera vez que vienes a un ritual de este tipo? —le preguntó Neftis acercándose más a ella.

     No. Ya vine unas cuantas veces. Formo parte de El fuego de Hécate; el aquelarre del cual Gaya es su suprema sacerdotisa —le explicó esforzándose por lograr que su voz sonase nítida. Lo consiguió, a pesar de que todavía estaba excesivamente nerviosa.

     Qué bien te expresas. Por favor, no tengas vergüenza –le solicitó mientras la tomaba de la mano, incomodándola mucho más. Neftis notó que Agnes estaba inquieta, así que le preguntó—: ¿Qué te ocurre? ¿No te gusta que una desconocida te agarre de la mano?

     En general no me gusta que me toquen —le alegó ella soltándola con delicadeza.

     Nadie lo diría. Pareces una persona muy cariñosa. Tienes una forma de hablar muy entrañable y bonita. ¿Eres de Galicia? Tu acento lo revela a gritos —se rió con inocencia. Agnes notó que aquellas palabras despertaban con fuerza el recuerdo de Galicia. El alma se le llenó de nostalgia sin que pudiese evitarlo y los ojos se le humedecieron—. Perdóname. Tal vez esté siendo muy directa contigo.

     No te preocupes. Sí, soy de Galicia.

     ¿De qué parte de Galicia vienes?

     De Ourense.

     ¿Y qué haces aquí? ¿Cómo es posible que alguien tan mágico como tú se halle tan lejos de una tierra tan bonita?

     Es una larga historia.

     Entiendo que no quieras contármela. Todavía no me conoces. Por cierto, lamento muchísimo lo que ocurrió en Galicia hace casi un año. Fue un horrible desastre. Yo quise viajar hasta allí para ayudar, pero me resultó completamente imposible ir hacia esas tierras.

     Muchas gracias —musitó Agnes mirándola con cariño por primera vez desde que habían comenzado a hablar.

     ¿Cuántos años tienes? Pareces muy joven.

     Cumpliré veintisiete el mes que viene. ¿Y tú?

     Huy, yo ya tengo treinta años —se rió de forma encantadora.

Agnes pensó que aquella mujer parecía mucho más joven de lo que aseguraba. Además, se fijó en que su modo de hablar también era muy curioso y entrañable. Adivinó al instante que ella se esforzaba por pronunciar claramente cada una de las palabras que brotaban de sus labios. Anheló preguntarle dónde había nacido, pero la vergüenza que siempre la dominaba cuando debía conversar con alguien que no la conocía todavía no se había desvanecido y le impedía ser libre.

     Me gustaría hablar serenamente contigo y creo que aquí no podremos estar tranquilas. ¿Te apetece que te acompañe a tu casa? —le propuso Neftis risueña.

     Huy, no, yo vivo un poco lejos de aquí.

     No me importa. Adoro caminar por el bosque, sobre todo a estas horas.

     No quiero causarte ninguna molestia.

En realidad, Agnes no quería que Neftis la acompañase porque no era capaz de imaginarse a solas con ella, sin que nadie más pudiese protegerla. Sabía que le costaría muchísimo conversar con serenidad y sinceridad, pues la vergüenza que sentía no cesaría de latirle en el alma; mas Neftis parecía ignorar plenamente sus emociones. La tomó delicadamente del brazo (olvidando que Agnes le había confesado que no le gustaba que la tocasen) y empezó a andar con calma sin dejar de mirarla.

Agnes percibió que de aquellos ojos tan hermosos y oscuros se desprendía una bondad muy mágica que, de repente, le hizo sentir acogida. A medida que se alejaban de los demás, Agnes notaba que las asfixiantes emociones que le anegaban el alma se atenuaban. Se sobrecogió cuando se percató de que la presencia de Neftis irradiaba una paz que a ella le costaba muchísimo sentir cuando se hallaba junto a alguien con quien apenas había compartido la vida.

     ¿Y dónde vives? —le preguntó con una curiosidad muy tierna.

     Vivo en medio del bosque, en una cabaña muy bonita —le respondió intentando expresarse con seguridad.

     ¿De veras? ¡Es increíble! ¡Qué bonito! MI sueño siempre fue habitar en medio del bosque, lejos de las ciudades, lejos de la gente. Siempre fui muy solitaria, aunque amo hallarme junto a personas tan maravillosas como tú. Se percibe a leguas que eres muy mágica y buena —la halagó con mucha dulzura y sinceridad.

     Muchas gracias. Eres muy cortés y amable —le contestó notando que las palabras que Neftis le había dedicado la emocionaban profundamente. Hacía muchísimo tiempo que nadie le acariciaba tan tiernamente el alma—. Tú también pareces muy buena persona.

     Intento serlo. Me gusta ayudar a los demás y a la naturaleza.

     Eso es muy bonito.

     ¿Y Agnes es tu verdadero nombre?

     Sí, siempre lo fue. ¿Por qué?

     ¿Estás iniciada?

     Sí, hace ya unos años que me inicié —le explicó confundida.

     ¿Y no cambiaste de nombre cuando te iniciaste en esta vida?

     No. No sentía que tuviese que hacerlo.

     Yo también estoy iniciada, pero me quedan tantas cosas por aprender... Me gustaría que Gaya fuese mi maestra.

     Nunca tenemos que dejar de aprender.

     Tienes razón.

     ¿Y cuál es entonces tu verdadero nombre? —le cuestionó risueña. Cada vez se sentía más cómoda y segura a su lado; lo cual la ilusionaba tiernamente.

     Mi verdadero nombre es Mina.

     Es un nombre muy hermoso —le sonrió con inocencia.

     No te parecería tan bonito si supieses de dónde procede.

     ¿De dónde? —se rió Agnes sutilmente.

     Proviene de Benjamina.

     Bueno, es mejor que te llame Neftis, entonces.

     Sí, por favor.

Caminaban con ligereza, pero también con tranquilidad, disfrutando de cada brisa que les acariciaba la piel y de cada matiz que llovía de aquel atardecer tan hermoso. Neftis no dejaba de observar su alrededor. Continuamente analizaba cada rincón del bosque que podía percibir, escuchaba con atención los susurros que se escondían entre los árboles y sobre todo se fijaba en cada una de las reacciones de Agnes, de quien no podía retirar sus ojos, como si su belleza la hubiese hechizado.

A pesar de que Agnes sintiese una inmensa timidez cuando advertía que Neftis no dejaba de mirarla, debía reconocerse a sí misma que cada vez se encontraba más serena a su lado. Neftis le inspiraba una confianza que hacía muchísimo tiempo que no le invadía el alma. Además, aunque fuese levemente indiscreta, su forma de mirarla la acogía y la protegía.

     Qué bonito es este bosque —le comentó con mucha fascinación al cabo de unos silenciosos minutos.

     Sí, es muy hermoso y esta naturaleza tiene tanta fuerza...

     Me gustaría vivir aquí, en otra cabaña que me protegiese de la mirada de las personas. ¿Sabes si por estos lares hay alguna que esté abandonada?

     Me parece que sí. En la ladera de aquella montaña hay una pequeña casiña que está bastante deteriorada, pero Gilbert y yo podemos ayudarte a condicionarla.

     Muchísimas gracias. Eres muy amable.

Agnes le sonrió con una sinceridad y una inocencia que a Neftis le encogieron el corazón. Hacía muchísimo tiempo que nadie le dedicaba una sonrisa tan bonita, tan mágica y luminosa. Notó que los ojos se le llenaban de lágrimas y que unas leves ganas de llorar se apoderaban de su corazón, pero se contuvo, pues no quería que Agnes le preguntase por qué de repente se había vuelto tan frágil. Junto a aquella mujer se sentía pequeña, como si ella gozase de un poder hipnótico que la apartaba de la realidad. Aquellas sensaciones le llenaban el alma de calor, pero también la asustaban.

     Eres adorable, Agnes. eres realmente bellísima y muy mágica, te lo aseguro. Hacía muchísimo tiempo que no conocía a alguien tan interesante como tú; pero pareces triste. Sé que tus ojos, los que son los más bonitos que vi nunca, pueden brillar muchísimo más y, sin embargo, los tienes impregnados de nostalgia.

Agnes notó que se ruborizaba, que la timidez que había conseguido silenciar le latía con fuerza en el alma y que, nuevamente, la emoción deseaba llenarle los ojos de lágrimas. Le retiró la mirada a Neftis, intentando esconder sus sentimientos, pero Neftis también era una mujer muy observadora y enseguida se percató de que sus palabras la habían conmovido profundamente.

     Gracias, Neftis —susurró con mucha emoción.

     Perdóname por si mis palabras te han incomodado. Suelo ser muy sincera siempre y a veces no controlo lo que digo.

     No me pidas perdón por haberme dicho algo tan bonito.

Neftis le sonrió tiernamente y entonces volvió a hundirse en los negros y expresivos ojos de Agnes. Agnes notaba que aquel momento estaba impregnándose de sensaciones y de emociones que le costaba muchísimo comprender; pero sabía que éstas emanaban sobre todo del alma de Neftis, quien la miraba como nadie lo había hecho hasta entonces, como creía que nadie podría mirarla.

     ¿Cuánto tiempo hace que te fuiste de Galicia? —le preguntó con delicadeza intentando quebrar aquel extraño silencio que se había apoderado de su conversación.

     Hace más de diez años.

     ¿Y echas de menos tu tierra?

     Sí, muchísimo —le contestó con una voz frágil.

     Por eso tienes una mirada tan triste, ¿verdad? —Agnes no fue capaz de contestarle. Sólo le asintió levemente con la cabeza. La nostalgia le había horadado un vacío en el alma y sentía que en la garganta le palpitaba un nudo feroz hecho de desesperación—. Perdóname, Agnes. Tal vez no debería preguntarte algo tan íntimo.

     No te preocupes. Estoy habituada a sentir tanta morriña.

     Yo también nací en un país que está muy lejos de aquí. Soy de Bolivia —le confesó sonriéndole con cariño.

     Bolivia debe de ser un país hermosísimo.

     Sí, lo es, pero no es sencillo vivir allí, sobre todo si eres una persona tan especial, sobre todo si siempre te has sentido distinta a los demás.

Agnes la miró interesada y emocionada. Con sus ojos nocturnos y profundos, la instaba a que siguiese hablando, la animaba a que le confesase todo aquello que desease contarle. Neftis, captando a la perfección los sentimientos de Agnes, prosiguió:

     Mis padres eran evangelistas y a mí siempre me resultó imposible creer en lo que ellos me enseñaban. Nunca compartimos la fe, nunca logré comprender sus doctrinas, sus preceptos, su modo de pensar y de interpretar la vida. Yo siempre fui una niña muy rebelde que prefería correr libre por el campo antes que pasarme las tardes encerrada en casa aprendiendo cosas que no me interesaban en absoluto.

     Entiendo perfectamente lo que me cuentas —le sonrió Agnes complacida.

     Intuyo que tú has vivido algo parecido. —Agnes le asintió con timidez—. Lo más curioso es que siempre conseguía escaparme de ellos. Mis padres tampoco se esforzaban mucho por retenerme a su lado. Siempre supieron que era diferente, que no podían encerrarme, que no podían cortarme las alas. Crecí respondiendo a mis deseos, haciendo lo que anhelaba, volviendo realidad mis sueños. No obstante, siempre me sentí muy sola. No tenía amigos y notaba que nadie me entendía. Fui siempre muy curiosa y algo desobediente.

Agnes no se preguntaba por qué Neftis le hablaba con tanta franqueza de su vida, pues era consciente de que Neftis también había comenzado a confiar plenamente en ella sin que nadie lo hubiese previsto, sin que ninguna de las dos lo hubiese decidido. Agnes también anhelaba compartir sus sentimientos, sus recuerdos y sus pensamientos con Neftis; pero no la interrumpió en ningún momento. Aguardaría con esperanza el instante en el que podría abrirle su corazón. La ilusionaba sentir que ansiaba explicarle a otra persona gran parte de lo que había vivido antes de que la arrancasen de Galicia, pues siempre le había costado mucho desvelar cómo había sido su pasado. Sin embargo, se estremecía cuando se planteaba la posibilidad de que, alguna vez, también tuviese que confesarle a Neftis que estaba enferma, que había permanecido varios años de su vida encerrada en un hospital horrible en el que para siempre cambió su forma de ser. Tuvo muchísimo miedo a que Neftis se enterase de que tenía el alma irreversiblemente herida y que podía perder la dulce serenidad que teñía sus días en tan sólo un instante sin que nadie pudiese evitarlo. No quería que supiese que no era tan mágica como ella pensaba.

Para huir de aquellos estremecedores pensamientos, volvió a hundirse en la mirada de Neftis, quien la observaba con un ininterrumpido interés, como si quisiese captar todos los sentimientos que le anegaban el alma.

Neftis tenía unos ojos muy bonitos. Además, se expresaba con una calma que a Agnes le encogía y le acariciaba el corazón. Salvo con Gaya, Gilbert y Némesis, no solía sentirse tan cómoda junto a alguien que apenas la conocía.

Sin embargo, percibía que Neftis la miraba con emociones que le costaba mucho entender; pero se creía incapaz de preguntarle por qué de sus ojos emanaba tanto cariño cuando se hundían en los suyos y por qué se mostraba tan cercana y dulce con ella cuando apenas hacía una hora que se habían conocido.

     ¿Desde cuándo vives en tu cabaña? —le preguntó interrumpiendo aquel silencio tan extraño.

     Me cuesta concretar cuánto tiempo llevo habitando aquí, pero me parece que el próximo marzo hará dos años que me mudé a mi casiña.

     ¿Y dónde vivías antes?

     en casa de Gilbert.

Agnes rogó que Neftis no le preguntase nada más acerca de su vida. No deseaba explicarle por qué había habitado durante tanto tiempo en el hogar de Gilbert ni cómo había llegado hasta esos lares. Se arrepintió de haber sido tan sincera con ella.

Neftis notó que Agnes se sentía levemente incómoda. Decidió que no le preguntaría nada más acerca de su vida. Creyó que estaba siendo demasiado indiscreta con ella, así que le pidió perdón sonriéndole con dulzura y timidez.

     No te disculpes por ser curiosa y por interesarte por mí —le contestó Agnes conmovida—; pero hay temas de los que prefiero no hablar ahora.

     Es totalmente comprensible. Acabamos de conocernos. Es natural que todavía no confíes en mí. No obstante, me gustaría asegurarte que tengo la sensación de que ya te vi en otro momento.

Por primera vez desde que se había adentrado en aquella vida, Agnes no correspondía a los sentimientos de alguien que le indicaba que ya se habían conocido en otro tiempo. Cuando miraba a Neftis a los ojos, no percibía que existiese entre ellas un lazo que hubiese nacido en otra vida, como sí le ocurría con Gaya o con Némesis, sobre todo con Némesis. Sin embargo, no le comunicó sus pensamientos a Neftis en ningún momento. Prefirió quedarse en silencio, aguardando a que Neftis le dedicase cualquier palabra que pudiese quebrar aquella situación tan extraña; mas Neftis también parecía haberse hundido en un silencio que protegía sus sentimientos y sus recuerdos.

     Ya estamos a punto de llegar —le anunció Agnes intentando expresarse con serenidad.

     Qué afortunada eres por poder vivir en un lugar tan bonito. Debes de sentirte continuamente muy cerca de la Diosa.

Agnes le sonrió con cariño y ternura. La conmovía que Neftis apreciase con tanta nitidez y amor el lugar donde ella vivía; al cual se sentía tiernamente unida, a pesar de que nunca se silenciase la nostalgia que sentía por Galicia.

El atardecer estaba a punto de desvanecerse sin dejar rastro. Quedaban en el cielo unos sutiles rayos de luz que jugaban ya con las sombras de la noche. Era posible atisbar el reflejo titilante de las estrellas posándose en las cumbres de las lejanas montañas. Agnes y Neftis se habían detenido en el principio de la senda que conducía al hogar de Agnes y ambas percibían que aquel instante valía muchísimo más que una vida entera.

El viento soplaba de vez en cuando, meciendo con mucha delicadeza las ramas de los árboles. Sonaba entonces una dulce melodía que las hechizaba, que les hacía creer que el tiempo se había detenido y que ya no existía más mundo aparte de aquellos árboles, de aquellas hojas, de aquel cielo crepuscular que parecía la tibia y serena superficie del lago más mágico de la tierra.

Neftis se fijó en que la pálida piel de Agnes resplandecía si ella se hallaba rodeada por las primeras sombras de la noche, si la oscuridad se derramaba sobre sus cabellos y se protegía en sus ojos expresivos y tan nocturnos como el cielo que las cubría. Entonces creyó con mucha más firmeza que Agnes era la mujer más hermosa y mágica que había conocido en su vida. Aquel pensamiento le aceleró el corazón y le llenó el alma de una creciente nostalgia y de un extraño miedo que de repente le hicieron sentir unas leves ganas de llorar.

     Me alegro mucho de haberte conocido, Agnes —le confesó mientras la tomaba delicadamente de la mano. Esta vez, Agnes no se sintió incómoda al notar que Neftis la tocaba—. Me gustaría verte mañana. ¿Puedo venir a visitarte?

     Sí, por supuesto —le sonrió ella encantada.

De pronto, Agnes oyó que alguien se acercaba sigilosa y silenciosamente a ellas. Enseguida supo que era Némesis quien se movía entre las ramas. La tierna felicidad que le anegaba el alma se volvió casi insoportable. Anhelaba presentarle a Neftis, aunque de pronto se preguntó si a Neftis la aterraban las serpientes o, como a ella, la fascinaban profundamente.

     Agnes, creo que hay algo ahí —la avisó Neftis con una voz trémula.

     No tengas miedo, Neftis —le pidió ella presionándole la mano con ternura—. No estás en peligro. Neftis, ¿te asustan las serpientes? –le preguntó mirándola tímidamente a los ojos.

     Sí, muchísimo. Nunca me han gustado.

     Entonces, lo mejor será que te marches —le advirtió con un deje de tristeza tiñendo su dulce y tersa voz.

     ¿Por qué?

Entonces Némesis apareció suavemente entre las plantas. Agnes le dedicó a su amiga una mirada anegada en amor y dulzura. Neftis se había quedado totalmente paralizada al percibir lo grande que era aquella serpiente. Deseaba huir de su lado, pero enseguida se percató de que entre Agnes y ella existía un lazo muy mágico y especial; el cual, realmente, sentía que la protegía.

     Neftis, ella es Némesis. Es mi mejor amiga, mi mayor cómplice —le confesó agachándose junto a Némesis y acariciándole la cabeza con muchísima ternura—. no tengas miedo. nunca te hará daño, te lo prometo.

     Es una cobra —observó Neftis completamente sobrecogida—. Es inmensa.

     Pero es muy buena y cariñosa, te lo aseguro.

     Te creo –le sonrió—. Agnes, todavía no quiero separarme de ti. Me apetece seguir conversando contigo. Necesito revelarte aún muchos detalles de mi vida que me interesa que conozcas; pero, si tienes cosas que hacer...

     No tengo nada ineludible que hacer, así que, si lo deseas, puedes quedarte a cenar conmigo —la invitó sin pensar. Ni siquiera ella misma había previsto sus palabras.

     ¿De veras no te causo ninguna molestia?

     Por supuesto que no.

En aquellos momentos, parecía como si no existiese el tiempo. Incluso Neftis notó que la presencia de Némesis no la asustaba. Hasta entonces, había sentido un terror atroz cuando se había hallado junto a alguna serpiente; pero Némesis le resultaba tan hermosa y majestuosa... Enseguida comprendió que Némesis la fascinaba tanto porque Agnes la quería con un amor indestructible, porque realmente aquel animal era una prolongación del alma de Agnes.

Cuando, por primera vez en su vida, Neftis se adentró en la cabaña de Agnes, percibió que todas las energías opresivas que se le habían aferrado al alma a lo largo de toda su existencia se desvanecían. Al instante captó que aquel lugar estaba impregnado de una magia muy especial y luminosa que parecía ser de algodón. Al mismo tiempo, Neftis advirtió que en todos los rincones de aquel hogar flotaba la presencia de la Diosa, como si Ella morase allí, junto a Agnes, y entonces comprendió que aquellas percepciones emanaban de ser consciente de que aquél era el templo de Agnes. Aunque Agnes no se lo hubiese confesado, Neftis estaba segura de que Agnes celebraría allí la mayoría de sus rituales.

     Para cenar, preparé un guiso de espinacas y patatas. Lamento no tener nada más apetecible, pero puedo hacerte cualquier otra cosa...

     No, no es necesario. Me gustan mucho las espinacas —le sonrió Neftis encantada—. Además, presiento que eres una cocinera excelente.

     Todavía me falta mucho por aprender.

Agnes preparó la mesa con ilusión y nervios. Era la primera vez que invitaba a cenar a alguien con quien apenas había compartido unas horas y aquel hecho la entusiasmaba, pero también le provocaba unos nervios que le hacían creer que sería incapaz de ingerir el sorbo más sutil de agua. No obstante, la tierna mirada de Neftis la tranquilizaba, la instaba a confiar en sí misma y a percibir toda la magia que impregnaba aquellos momentos.

Mientras Agnes calentaba la comida en la lumbre, Neftis y ella conversaron con tranquilidad y con una creciente complicidad que a Agnes le llenaba el alma de dicha y nervios. Neftis le hablaba con una cercanía que prácticamente nadie había empleado con ella y, a pesar de que algunas de sus confesiones fuesen muy tristes y sobrecogedoras, Neftis se expresó, en todo momento, con una calma muy cálida que volvía ligeras sus palabras.

     Me mudé a España hace más de diez años —le explicaba con paciencia y serenidad—. Mis padres murieron en extrañas condiciones cuando yo solamente tenía veinte años. Entonces supe que había llegado el momento de escaparme de allí, de volar, de ser libre al fin. Yo estaba muy unida a mi familia, a pesar de que a todos les costase mucho entenderme; pero sé que me adoraban, que me querían con todo su corazón y que todas las prohibiciones con las que pretendían detenerme no nacían sino de un inmenso deseo de protegerme. Sin embargo, yo siempre supe que era distinta, que mi forma de ser les resultaba totalmente reprobable. Nunca conocieron mi verdadera identidad y en realidad eso es lo que más me duele. Yo adoraba estar sola, pero también amé siempre a las personas. Siempre me hizo feliz ayudar a los demás y también a los animales.

     ¿Y ahora cómo te encuentras? —le preguntó estremecida.

     Soy una persona bastante depresiva, realmente. No me cuesta nada perder la ilusión de vivir, pero siempre renazco. Además, mi sensibilidad me impide vivir con calma. Todo me afecta mucho y hay recuerdos que me duelen insoportablemente cuando los evoco.

     Te comprendo perfectamente —le sonrió con nostalgia.

     Tú extrañas muchísimo la tierra en la que naciste y, en cambio, yo apenas echo de menos esos lares. Sé que, si algún día regresase a Bolivia, mi libertad se desvanecería para siempre.

     ¿Por qué estás tan segura de algo tan triste?

     Porque lo sé, Agnes, porque soy muy distinta.

     Pero la tierra que nos vio nacer y crecer siempre nos acogerá, por muy diferentes que seamos a los demás. Incluso puede querernos y respetarnos con muchísima más plenitud y sinceridad que cualquier persona —le explicó con ternura.

     Sí, entiendo lo que me dices, pero eso siempre ocurrirá si te ata a tu tierra un vínculo inquebrantable. Yo me he enamorado de muchísimos lugares del mundo y no me siento enlazada a ninguna parte en concreto. Quizá esto te parezca muy triste, pero...

     No, en absoluto. Cada persona vive la existencia que le corresponde y siente los hechos como su alma se lo pide.

     Me gusta muchísimo cómo te expresas. Se percibe a leguas que eres una persona muy inteligente y sabia. Estás en el mundo sabiendo por qué te encuentras aquí y ahora y me parece que ya has descubierto cuáles son los matices más importantes de la vida.

     Sí, siempre lo supe —le confirmó ella con timidez.

     Me pregunto por qué no hemos podido conocernos antes. Si me hubiese encontrado contigo hace unos meses, mi vida habría recuperado su sentido muchísimo más prestamente.

     No, Neftis. Todo hecho ocurre cuando le corresponde —le negó ella sobrecogida. Al imaginarse lo que habría sucedido si Neftis la hubiese conocido en aquel tiempo en el que tan destruida se sentía, el alma le temblaba brutalmente por dentro de ella.

     Sí, tienes razón.

     Creo que la cena ya está lista —indicó alzándose de la silla que ocupaba.

     Me gusta cómo vives. Parece complicado habitar así, sin agua corriente ni luz eléctrica, pero es como si tú llevases toda tu existencia morando en estos lares careciendo de esos privilegios. Te mueves con tanta soltura, pareces tan acostumbrada...

     Sí, realmente nunca me costó habituarme a vivir así.

     ¿De dónde extraes el agua?

     Del río que discurre por aquí cerca y también del lago que hay junto a mi cabaña.

     ¿Y dónde lavas tu ropa?

     En el lago —le contestó mientras servía los platos.

     ¿Y en invierno...?

     En invierno también —se rió extrañada.

     ¿Y yo también tendré que vivir así si deseo habitar en una cabaña parecida a la tuya?

     Me temo que sí —seguía riéndose Agnes con cariño.

     Huy, no sé si sería capaz —se rió también ella.

     Por supuesto que sí.

Cenaron con calma y felicidad. Parecía como si aquélla no fuese la primera noche que compartían. Neftis tenía la sensación de que muchos momentos habían precedido ya a aquéllos que tanto la acogían. Junto a Agnes, sentía que podía soñar, que el alma no dejaba de llenársele de ilusiones. Intentaba detener la voz de su imaginación para que no le anegase la mente en el reflejo de situaciones cuyas sombras ni siquiera había percibido en su incierto futuro; pero era incapaz de reprimir los sentimientos que la inundaban.

     ¿Y a qué te dedicas? —le preguntó Agnes con curiosidad.

     Soy profesora de música.

     Qué bonito —le sonrió enternecida.

     Siempre me gustó muchísimo la música y canto desde que tengo uso de razón.

     Huy, pues me gustaría escucharte.

     Si lo deseas, después de cenar salimos al bosque y te canto lo que quieras —le ofreció con coquetería.

     A mí también me gusta mucho cantar. Mi avoíña... perdón, mi abuela me enseñó muchísimas cantigas preciosas que todavía recuerdo como si acabase de oírlas.

     Ansío que me cantes alguna de ellas.

     No, no puedo hacerlo. La nostalgia que siento cuando recuerdo esas canciones me destruye la voz.

     Vaya. Pues, cuando te creas capaz de hacerlo, avísame.

Agnes le sonrió con ternura. Ya habían acabado de cenar. Neftis advirtió que tenía el alma completamente inundada de una paz que no había sentido en ningún otro lugar. La lumbre que ardía con pausa y serenidad iluminaba aquella estancia, volviéndola la más acogedora de la Tierra. Por el ventanal del salón se adentraba con delicadeza la plateada luz de la luna; la cual, en aquellos momentos, parecía tangible y exhalar el olor de la felicidad más entrañable. El silencio que la noche había esparcido por el bosque tornaba en una ilusión la existencia del resto del mundo. Neftis tenía la sensación de que se hallaba junto a Agnes en el rincón más olvidado y calmado del universo. El canto de los grillos, el suave mecer de las ramas impulsadas por el viento y el lejano murmullo del agua la convencieron de que se encontraba en el sueño más mágico y entrañable que jamás pudo existir.

     ¿Quieres que salgamos? —le preguntó Neftis a Agnes.

Salieron cuando hubieron limpiado los platos y los cubiertos que habían utilizado. Cuando las sombras de la noche las rodearon, entonces Neftis cerró con fuerza los ojos y aspiró profundamente el sinfín de aromas que emanaban de la tierra, de los árboles, de las hojas. Agnes la observaba sobrecogida y enternecida. Hasta entonces, solamente había compartido la belleza de la noche con Némesis, a quien siempre le desvelaba cuánto la intimidaban y la enamoraban aquellas horas. Nunca se había imaginado que podría vivir aquellos nocturnos instantes con otra persona y saber que Neftis podría comprender todas las emociones que le anegaban el alma le hacía experimentar una alegría muy dulce y cálida que le humedecía los ojos.

     Deseo cantarte ahora una de las canciones que más me conmueven de Enya. ¿La conoces? —le preguntó Neftis casi susurrando.

     Sí, por supuesto. Gaya y yo la adoramos.

     Pues hay una canción de ella que se titula “Once you had gold” cuya letra siempre me emociona muchísimo.

     Cántamela, por favor —le pidió presionándole dulcemente la mano, expresándose con una ternura que a Neftis le encogió el corazón.

     Sí... Por supuesto. Dice así... «Once you had gold, once you had silver, then came the rains out of the blue. Ever and always. Always and ever. Time gave both darkness and dreams to you. Now you can see spring becomes autumn, leaves become gold falling from view. Ever and always. Always and ever. No-one can promise a dream come true, time gave both darkness and dreams to you. What is the dark, shadows around you, why not take heart in the new day? Ever and always. Always and ever. No-one can promise a dream for you. Time gave both darkness and dreams to you.»[1]

Agnes ya podía comprender el inglés a la perfección y, además, le pareció que en los labios de Neftis aquella lengua se volvía muchísimo más inteligible. Los versos que Neftis entonaba con tanta maestría, con una voz tan hermosa, tan dulce y tersa la emocionaron profundamente, la instaron a rememorar todas aquellas ocasiones en las que la tristeza había estado a punto de deshacerla para siempre, en las que, de repente, ante sus ojos ya cansados de percibir oscuridad, aparecía un rayo de luz que destruía las sombras que la rodeaban y que le inundaban el corazón.

Neftis tenía una voz lírica y dulce. Agnes se perdió en la inmensidad de aquella canción tan tierna. La voz de Neftis era aguda y muy acogedora, como si, en realidad, quien entonaba ante ella fuese el musitar ininterrumpido de una fuente cristalina. Agnes se mantuvo con los ojos cerrados mientras Neftis le entregaba aquella trova tan bonita, pero no dejó de notar, en ningún momento, que Neftis no retiraba la mirada de ella. Entonces Agnes adivinó que Neftis había escogido precisamente aquella canción para alentarla, para ayudarla a comprender que la oscuridad nunca es invencible, que detrás de cada suspiro de desaliento hay una sonrisa luminosa.

Cuando Neftis dejó de cantar, ambas se quedaron encerradas en un silencio aterciopelado que solamente la voz del viento y de los animales que de vez en cuando susurraban entre los árboles se atrevía a interrumpir. Agnes todavía no había abierto los ojos, pero podía atisbar tras sus párpados el fulgor ingente de la luna.

Neftis se acercó más a ella y le presionó con mucho primor las manos. Agnes intuyó que Neftis había advertido que se sentía profundamente emocionada. Agnes creyó que de repente su alrededor se desvanecería y que aquellos momentos se convertirían en el recuerdo de un sueño; pero el tiempo transcurría sin que nada cambiase, sin que sus sentimientos desapareciesen.

     Tienes una voz preciosa —le musitó Agnes abriendo lentamente los ojos. Notó que el otoñal aire de la noche le acariciaba las lágrimas que se los habían humedecido—. No conocí nunca a nadie que cantase tan bien.

     En realidad, tengo una voz muy sencilla. Nadie me enseñó a cantar nunca. Siempre tuve ese don, desde que nací —se rió Neftis con cariño—; pero estoy segura de que tú también puedes cantar muy bien. Tu voz es muy bonita y acogedora, Agnes.

Agnes no le contestó. Se sentía avergonzada y empequeñecida y no deseaba que Neftis advirtiese sus sentimientos. Tampoco quería que aquel momento se terminase. Se percibía tan acogida, tan respetada y querida que le costaba muchísimo creerse que aquella noche fuese real. No estaba habituada a que la amparasen con tanta rapidez y sinceridad y todas aquellas ocasiones en las que la habían rechazado la habían convencido de que no se merecía que la amasen ni que la tratasen con ternura.

     ¿Por qué estás tan emocionada? —le preguntó Neftis acogiendo de pronto una lágrima de Agnes en sus delicados dedos.

Agnes no pudo contestar. Agachó la cabeza y de nuevo cerró los ojos. Neftis ansió abrazarla, pero temía incomodarla, así que se retuvo. Le sobrecogía que Agnes fuese tan frágil, tan sensible y entrañable.

     La forma como me tratas me conmueve muchísimo —le confesó con una voz queda.

     Tú sólo te mereces que te quieran y te respeten, Agnes. —Agnes negó delicadamente con la cabeza; lo cual estremeció profundamente a Neftis—. Yo te demostraré que eres digna de recibir todo el amor del mundo.

     Gracias.

     Ahora debería irme. Se ha hecho muy tarde.

     ¿Vives muy lejos de aquí?

     Vivo en el mismo pueblo en el que habita Gaya.

     Huy, está bastante retirado de aquí. No te vayas, Neftis. En mi casa solamente tengo una cama, pero a mí no me importa dormir en la alfombra.

     No puedo permitir que...

     No es conveniente que te vayas ahora. Es muy tarde y tu casa está muy lejos —le insistió Agnes con timidez. En esos momentos el corazón le latía con una velocidad vertiginosa, pero no podía imaginarse a Neftis caminando tan sola durante horas por aquel bosque tan denso—. Mañana podrás partir cuando lo necesites, pero esta noche tendrás que dormir aquí.

     Lo haré encantada, Agnes. Muchísimas gracias —le dijo presionándole la mano.

A partir de aquella noche, la vida de Agnes se tiñó de una luz muy hermosa y acogedora. Neftis se convirtió enseguida en la mejor amiga humana que la vida podía ofrecerle. Némesis y Neftis le demostraban continuamente que el cariño que le profesaban era completamente sincero y mágico.

Agnes se asía incesantemente a la presencia de Neftis para notarse protegida, para sentir que la vida brillaba, para cerciorarse de que su presente se había vuelto fuerte e invencible, para asegurarse de que aquel resplandor tan hermoso que alumbraba todos los rincones de su alma no se desvanecería nunca. Sin embargo, siempre se esforzaba por esconderle sus sentimientos y sus miedos a Neftis. Deseaba ser con ella la mujer que la locura y la tristeza le habían impedido ser siempre. Anhelaba mostrarse fuerte, serena y mágica ante ella. No quería que Neftis atisbase la sombra de las heridas que tenía hendidas en el alma.

Mas Neftis advertía continuamente que, cuando estaban juntas, compartiendo la belleza de la naturaleza mientras conversaban con profundidad y sinceridad, Agnes le ocultaba la mayoría de sus sentimientos. Se percataba de que Agnes se esforzaba por mitigar la intensidad con la que se expresaban sus ojos y, en muchísimas ocasiones, Neftis adivinaba que Agnes se contenía las ganas de llorar como si temiese que Neftis pudiese recriminarle que fuese tan inmensamente sensible. No obstante, Neftis no se atrevía a preguntarle por qué ella luchaba tanto contra sus emociones, por qué no se mostraba tal como era delante de ella, por qué le escondía el interminable torrente de sentimientos que le recorría el alma. Sabía que, si indagaba en sus emociones, Agnes podía perderle la confianza que le profesaba.

Agnes se había convertido para Neftis en una estrella que la guiaba a través de la vida, que resplandecía siempre, en todos los instantes que vivía, cuya luz nunca se desvanecía ni se ocultaba tras las sombras de los miedos que le latían de vez en cuando en el alma. Neftis apenas podía reconocer cuán feliz y enternecida se sentía cuando se hallaba junto a Agnes, pues la avergonzaba ser consciente de que dependía tanto de ella para creer que su existencia era mágica.

Poco a poco, Agnes confiaba más plenamente en Neftis. Sabía que Neftis la quería de verdad y que podría comprender todos sus sentimientos y sus pensamientos, pero, al mismo tiempo, la asustaba la potencia de aquellas emociones que tanto las unían. A veces, tenía la sensación de que Neftis le hablaba y la miraba de un modo demasiado intenso, como jamás nadie se había dirigido a ella, y aquella realidad la sobrecogía y la desorientaba.

Sin embargo, aunque su vida se hubiese impregnado de calma, de magia y de sencillez, Agnes nunca dejó de sentir miedo. La asustaba la posibilidad de que le sobreviniese un nuevo brote de tristeza y desesperanza. No deseaba alejarse de Neftis ni tampoco quería perder su agradable y dulce compañía; la que la mantenía tan estable y le permitía respirar un poquito más serenamente. Sabía que, cuando su enfermedad volviese a alzar su voz, la presencia de Neftis se desvanecería, y no porque ella la apartase de su lado para impedir que la oscuridad que llenaría su corazón apagase el fulgor de su alma, sino porque era consciente de que el desaliento le impediría prestarle atención a su amiga, le impediría percibir las preciosas emociones que ella le transmitiría con su voz amable y sus cariñosas palabras.

El otoño se profundizaba, se volvía cada vez más áureo y lluvioso a medida que transcurrían los días, a medida que se acortaban las tardes y se oscurecían las noches. Agnes sentía que el alma se le encogía sin cesar, empequeñeciéndosele como si la decadencia de aquella estación que tanto amaba y que a la vez tanto la aterraba la intimidase. Neftis advertía que Agnes estaba distraída y más silenciosa. Deseaba preguntarle qué le ocurría, por qué sus ojos aparecían tan cansados y nostálgicos, por qué apenas le hablaba cuando estaban juntas, por qué le resultaba tan difícil sonreír; pero no se atrevía a indagar en sus sentimientos. La aterraba la posibilidad de que Agnes le revelase alguna certeza que hiciese temblar la tierra que sostenía su equilibrio y que pudiese deshacer la magia que teñía sus días.

     En primavera, me trasladaré a la cabaña de la que me hablaste. Gilbert está ayudándome a condicionarla y, cuando pase el invierno, le reconstruirá el techo y alguna de sus paredes, pues están bastante deteriorados —le explicó Neftis una tarde en la que se hallaban caminando por el bosque con serenidad—. Estoy deseando cambiar de morada.

     Vivirás mucho más tranquila en medio del bosque, ya verás —le contestó Agnes sonriéndole efímeramente.

     Y seré más feliz sobre todo porque habitaré más cerca de ti, porque no tendré que andar durante más de dos horas para llegar a tu casa —se rió ella mientras la miraba hondamente a los ojos, intentando captar los sentimientos que le anegaban el alma a aquella mujer que tanto la sorprendía siempre—. Agnes, me gustaría preguntarte algo. —Agnes no le contestó, sino que permaneció mirándola ligera y vagamente. Entonces, Neftis, intentando que su voz sonase clara y segura, le comunicó—: Hace días que noto que estás triste. Me gustaría saber qué te ocurre. Ya sabes que puedes confiar en mí, que nunca te juzgaré y que te escucharé siempre que lo necesites. —Para entonces, Agnes había agachado los ojos, avergonzada y conmovida. Neftis, con más ternura que antes, le aseguró—: Si algo te preocupa o te asusta, puedes confesármelo. Yo haré todo lo que esté en mis manos para ayudarte, Agnes.

     Muchísimas gracias, Neftis —le contestó sobrecogida y emocionada—. Siempre que llega el otoño, me siento muy triste, pero no te preocupes por mí. Renaceré, te lo prometo.

     Por supuesto que me preocupo por ti. Es imposible que no lo haga. TE quiero muchísimo, Agnes, te quiero como hacía mucho tiempo que no quería a nadie, y deseo que siempre seas feliz, aunque entiendo cómo te encuentras. Yo pienso que no puede existir luz sin oscuridad ni felicidad sin desaliento. Si podemos experimentar alegría, es porque antes lloramos de desesperación. Nunca olvides que yo estoy a tu lado para tomarte de la mano cuando notes que tu equilibrio desea desvanecerse.

     Sí, estoy de acuerdo contigo. Además, cualquier época oscura siempre precede a un tiempo de dicha y luz. La muerte es el principio de toda vida.

     Exactamente —le sonrió de nuevo acercándose más a ella—. Sin embargo, me parece que me ocultas certezas muy poderosas que no quieres compartir conmigo por miedo a que pueda asustarme.

     Neftis, no me apetece que hablemos de esto —le pidió perdiendo levemente la calma que le había latido en los ojos.

     ¿Qué te sucede, Agnes? —le preguntó con temor.

     Prefiero que no sigamos manteniendo esta conversación. Por favor, no me preguntes nada más —le suplicó cerrando los ojos. Antes de perder el vestigio de la mirada de Agnes, Neftis notó que los ojos se le habían llenado de lágrimas.

     Está bien. No te obligaré a que me confieses tus sentimientos y tus pensamientos si no lo deseas.

Entonces se apoderó de su conversación un denso silencio que ninguna de las dos se sentía capaz de quebrar. Némesis se hallaba cerca de ellas, mirándolas de vez en cuando con los ojos llenos de inquietud. Podía percibir los sentimientos que le anegaban el alma a Agnes y presentía que su querida amiga estaba a punto de hundirse de nuevo en la oscura aflicción que siempre le sobrevenía cuando el otoño se tornaba más triste y melancólico.    

Mas Agnes se esforzaba por mantener la ilusión con la que vivía cada instante. Neftis fingía que ignoraba que Agnes luchaba contra sus sentimientos. Creía que, si no indagaba en sus pensamientos ni en sus emociones, la tristeza que se le desprendía a Agnes de los ojos al final se desvanecería. Ideaba, sin cesar, el modo de distraerla, de animarla con cualquier detalle. Incluso Neftis la ayudó a desarrollar dones que Agnes todavía no había descubierto. A la vez que Agnes le enseñaba a comprender mejor el lenguaje del fuego, el del agua, el del viento, el de la tierra y el de las plantas, Neftis le demostraba, continuamente, que era mucho más mágica de lo que había creído. Neftis, además, le insistía, sin cesar, en que liberase su voz, en que cantase delante de ella; mas Agnes se creía totalmente incapaz de obedecer las tiernas órdenes de su amiga, a pesar de que era consciente de que tenía una voz muy serena y hermosa. En muchísimas ocasiones, había entonado ante Némesis las cantigas que más amaba y había notado que su querida amiga permanecía queda y muy quieta, hundida en sus ojos, hasta que Agnes dejaba de cantar.

No obstante, experimentaba una inmensa timidez cuando se imaginaba cantando delante de Neftis, sobre todo porque creía que su amiga tenía la voz más hermosa que jamás había oído; mas Neftis, poco a poco, consiguió quebrar la coraza en la que Agnes se protegía. Fue una noche cristalina y plateada cuando, al fin, Neftis logró que Agnes le demostrase cuán bella y tersa era su voz. Hasta entonces, Agnes no había cantado delante de otra persona, sólo de su querida avoíña, pero hacía ya tantos años de aquellos momentos en los que ambas entonaban juntas aquellas trovas tan bonitas que apenas recordaba lo hermosos que eran.

     Yo te he cantado un sinfín de canciones —le insistió Neftis presionándole el brazo—. Es justo que también me regales alguna cantiga. Estoy segura de que conoces muchísimas trovas hermosas de tu tierra. Siempre me ha gustado mucho la música de Galicia, aunque algunas canciones son bastante tristes. Venga, demuéstrame que tú también sabes cantar. Estoy segura de que lo harás mucho mejor que yo.

     No, en absoluto —le negó Agnes conmovida y nerviosa.

     Yo también gozo de un poder de intuición muy fuerte, así que no te atrevas a negarme algo de lo que estoy tan convencida —le advirtió deteniéndose entre los árboles.

     De acuerdo —rió Agnes entornando los ojos—. Mi avoíña me enseñó muchísimas canciones de nuestra tierra. Es cierto que hay trovas muy tristes que irradian muchísima nostalgia, pero también hay un sinfín de canciones muy divertidas. En las fiestas de mi aldeíña siempre tocaban foliadas y muiñeiras muy alegres que nos incitaban a bailar, a saltar, a reír —recordó sonriendo con añoranza y felicidad—. Me acuerdo de que, cuando era pequeña, perdía la noción del tiempo y del espacio mientras danzaba junto a mi avoíña y a los demás vecinos de nuestro pueblo, y se respiraba tanta euforia...

     Pues, venga, cántame alguna que recuerdes con cariño —la apremió contagiada de la tierna felicidad que impregnaba la voz de su amiga.

     Te cantaré una trova muy hermosa que siempre me hizo sentir muchísima tristeza. Los versos son de Rosalía de Castro.

     Sí, la conozco.

     Siempre que oigo esa canción, me parece que el alma se me parte. Para mí, la negra sombra de la que hablan los versos es el recuerdo de mi tierra; el que está por doquier, dondequiera que me encuentre lo noto conmigo, siempre me late en el alma, nunca me abandona...

     Es tan bonito lo que dices...

     Sus versos son preciosos, aunque a mí me parece que están compuestos en un gallego bastante castellanizado...

     Seguramente es así —se rió Neftis con curiosidad—; pero yo no sé gallego, así que no te corregiré nada.

Agnes se esforzó por ignorar la voz de la nostalgia para poder cantar con seguridad y firmeza aquella trova que para ella tanto sentido tenía. Se imaginó que era su avoíña quien la escuchaba cantar, pues, si recordaba que ante sí tenía a Neftis, la voz le temblaría y entonces se le olvidarían todas las palabras que ella deseaba entonar con tanto primor y amor.

Cantó bajo el anochecer con calma, con muchísimo sentimiento, con profundidad, modulando cada tono, entregándole a Neftis un momento que ella jamás podría olvidar. La voz de Agnes la sumió en una parálisis estremecedora que a la vez la acogía, como si fuese el murmullo hipnótico del agua, como si su voz tuviese el poder de convertir en piedra todo lo que la rodeaba. Agnes cantaba con los ojos entornados, pero Neftis podía percibir, nítidamente, los sentimientos que le emanaban de la mirada y también advirtió que, cuando apenas llevaba unos instantes entonando con tanta dulzura, éstos se le llenaban de lágrimas que ella se esforzaba por retener en su interior.

     «Cando penso que te fuches, negra sombra que me asombras, ó pé dos meus cabezales tornas facéndome mofa. Cando maxino que es ida, no mesmo sol te me amostras, i eres a estrela que brila, i eres o vento que zoa. Si cantan, es ti que cantas; si choran, es ti que choras; i es o marmurio do río, i es a noite, i es a aurora. En todo estás e ti es todo, para min e en min mesma moras, nin me abandonarás nunca sombra que sempre me asombras...»

Cuando terminó de cantar, Agnes se quedó en silencio, luchando contra la intensa emoción que le invadía toda el alma; la que le golpeaba continuamente en la garganta, insistiéndole en que liberase todo lo que sentía. Agachó la cabeza al notar que no podía luchar contra las lágrimas que ya habían comenzado a manarle de los ojos, espesas, cálidas y tiernas. Toda la añoranza que siempre experimentaba cuando se acordaba de Galicia se le derramó por todo su ser, helando su sangre y la paz que hasta entonces había teñido sus días y sus noches.

Al percatarse de que Agnes había arrancado a llorar silenciosa y disimuladamente, Neftis se acercó a ella y la abrazó con muchísima ternura. Era la primera vez que se abrazaban tan dulce y cuidadosamente desde que se conocían. Neftis sabía que a Agnes la incomodaba que la tocasen y que la vergüenza se apoderaba irreversiblemente de ella si se percataba de que alguien anhelaba abrazarla, a pesar de que todos los que la querían sabían que Agnes era una de las personas más cariñosas que formaban su vida.

Mas, en aquellos momentos, Agnes experimentaba un potente deseo de sentirse protegida, de que alguien la resguardase de la fuerza con la que la morriña la golpeaba. Se abrazó a Neftis primero con timidez y después con una creciente sinceridad que se intensificaba conforme los segundos transcurrían y Neftis la apretaba con más cariño contra su pecho. Entonces Agnes ya no pudo seguir reprimiéndose las desgarradoras ganas de llorar que la atacaban. Permitió que toda la tristeza que le inundaba el alma se le escapase de los ojos y de su respiración, que el recuerdo de su tierra se tornase vigoroso hasta volverla frágil y trémula.

Neftis la amparaba entre sus brazos notando que Agnes se había convertido en el ser más delicado de la Tierra. La acariciaba con mucho primor en los cabellos y en las mejillas, le retiraba las lágrimas que no dejaban de manarle de los ojos... En esos momentos, la noche ya se había asomado tras las montañas, tornando los últimos suspiros del día en rayos dorados que se perdían en la inmensidad del ocaso. A pesar de que Neftis captase plenamente las emociones que habían anegado el alma de Agnes, pensó que aquél era uno de los momentos más tiernos y entrañables que vivía con ella.

Era la primera vez que Agnes lloraba delante de ella. Hasta entonces, aunque le hubiese resultado siempre muy costoso, Agnes se había reprimido las lágrimas cuando se hallaba junto a Neftis, pues, aunque la confianza que le dedicaba no dejase de intensificarse, todavía no se sentía capaz de compartir con ella sus profundas emociones.

     Perdóname —le musitó Agnes de repente apartándose de ella; mas Neftis no la soltó, sino que de nuevo la presionó contra su cuerpo, intentando que Agnes notase toda la protección que ella le ofrecía—. No me gusta llorar delante de la gente. No tenía que haberme derrumbado así.

     Agnes, yo soy tu amiga y también soy una persona muy sensible. No tienes ningún motivo para reprimirte continuamente las ganas de llorar cuando estás conmigo. No quiero que vuelvas a hacerlo, ¿de acuerdo? Este momento, a pesar de que esté teñido de tristeza, me parece el más hermoso que he vivido en mis últimos años. Que hayas compartido conmigo unas emociones tan bonitas y sobre todo una canción tan preciosa y nostálgica me llena el alma de orgullo y felicidad.

Aquellas palabras sobrecogieron y sorprendieron tan profundamente a Agnes que, durante unos largos momentos, no supo qué debía decir ni qué pensar. Neftis siempre la asombraba con declaraciones que le acariciaban el corazón, pero en aquellos instantes notó que aquella confesión no se componía únicamente de frases cariñosas y sinceras, sino de sentimientos cuya voz la ensordecía y la asustaba. Además, la forma como ella la abrazaba le advertía de que sus percepciones no eran sino el reflejo de la realidad en la que cada vez se hallaban más encerradas.

Se apartó de ella, temerosa y desorientada, y, tras limpiarse las lágrimas con un pañuelo, le propuso que regresasen a su cabaña para cenar juntas. La noche cada vez se volvía más espesa y agresiva. Agnes notaba que las brisas que mecían las ramas de los árboles deseaban convertirse en un viento feroz y desgarrador.

A pesar de que Agnes se sintiese más calmada gracias al consuelo que Neftis le había entregado, no podía cesar de pensar en lo que había percibido. Tenía la sensación de que Neftis y ella no vivían en la misma realidad, de que Neftis interpretaba cada uno de los instantes que compartían de un modo distinto a como ella lo hacía. Sin embargo, no se creía capaz de preguntarle si sus intuiciones eran ciertas.

Aquellas dudas la mantenían sumida en un silencio que a Neftis le costaba mucho resquebrajar. Notaba que Agnes escuchaba con atención todas las palabras que le dedicaba, pero también advertía que a ella le resultaba muy difícil responderle, como si de repente se hubiese olvidado de todas las palabras que conocía.

Sin embargo, lo que más sobrecogía a Agnes era sentir que la tristeza que había resurgido por dentro de ella al cantar con tanto sentimiento y cariño aquella hermosa canción que siempre la había desolado no se había silenciado todavía. Ésta seguía palpitándole con fuerza en el alma como si fuese el eco de los latidos de su corazón. Al entonar aquellos versos tan estremecedores, la melodía de aquella trova y las desesperadas palabras que la componían se le habían adherido a la mente y, por mucho que lo intentase, no podía deshacerse de la inmensa añoranza que de éstas brotaba.

     ¿Qué te sucede? —oyó que le preguntaba Neftis cuando ya habían acabado de cenar—. Noto que estás muy triste.

Agnes no fue capaz de contestarle. Sentía que no tenía voz, que la pena que le apretaba el alma había devorado el recuerdo de todas las palabras. Cerró los ojos con fuerza cuando percibió que las lágrimas se los inundaban. En Aquellos momentos, Agnes presentía que, nuevamente, los síntomas de su invencible enfermedad volvían a alzar su voz, deshaciendo cualquier ápice de luz que le templase el corazón. Y entonces tuvo miedo a decaer sin que pudiese aferrarse a la mano de nadie. Rugía afuera un viento que ahondaba su nostalgia. Lo único que experimentaba en aquellos instantes eran unas irrefrenables ganas de llorar y lamentaba muchísimo no hallarse sola. No quería que Neftis captase todo su desconsuelo. Creía que no se lo merecía, no, ella no.

Hacía casi dos meses que se conocían, y Neftis todavía no sabía que Agnes tenía el alma completamente herida. Agnes no le había confesado que estaba enferma, que sufría muy a menudo estremecedores brotes de tristeza que deshacían todo lo que ella era y que la alejaban del mundo que tanto la acogía. No se atrevía a explicarle que su ánimo era tan inestable y quebradizo ni tampoco que, de vez en cuando, padecía ataques de pánico que la convencían de que todo lo que la rodeaba podía hacerle daño; mas, en aquellos momentos, Agnes presentía que ya no podría seguir ocultándole a Neftis aquella realidad. La esperaba, tras aquella noche, una nueva recaída, una oscura época que le devoraría el alma, que la desvanecería casi por completo. La cercana decadencia del otoño le indicaba que estaban llegando a su fin los atardeceres resplandecientes y los amaneceres esperanzadores. Entonces se percató de que había mentido a Neftis asegurándole que la sombra de la que hablaban aquellos versos que ella le había entonado con todo su corazón se refería para ella al recuerdo de Galicia. No, no era cierto. Su sombra era la locura, era la tristeza más desgarradora, el desaliento más destructivo.

Todas aquellas certezas la invadieron profundamente como si de un muro de tierra húmeda se tratase, se desmoronaron sobre ella como una casa antigua pierde su fuerza cuando el terremoto más violento la agita. Se sintió pequeña, indefensa, en aquella noche ventosa y oscura, se sintió nada entre los potentes latidos de su infinita nostalgia. Apenas percibía que Neftis se hallaba todavía a su lado, mirándola con mucha lástima y cariño, acariciándole los cabellos con una ternura creciente. Agnes sabía que aquello ya no tenía término, que aquello sólo era el principio, el horrible principio de una gran cantidad de días sombríos.

     Agnes, ¿qué te ocurre, cielo? —volvió a preguntarle al comprobar que Agnes cada vez se esforzaba más por retener las intensas ganas de llorar que sentía—. Tal vez no tendrías que haber revivido esa canción. Ésta te ha puesto muy triste.

     Neftis, necesito estar sola —le pidió con una voz frágil, casi inaudible, sintiendo que el llanto que tanto le estremecía se engrandecía imparablemente por dentro de ella—. No quiero que te vayas ahora, pero necesito estar sola. Por favor, déjame sola.

Neftis deseaba protestar, deseaba asegurarle que ella nunca la dejaría sola, y mucho menos si se sentía tan inmensamente triste; pero la desesperación y el miedo con los que Agnes se lo pedía la sobrecogían, le impidieron hablar. Sin embargo, no se alejó de ella. Permaneció a su lado, acariciándole los cabellos, impulsándola hacia su pecho para protegerla, pero Agnes continuamente se alejaba de sus brazos con delicadeza. Sabía que, si permitía que Neftis la abrazase y la apretase contra su cuerpo, se desvanecería definitivamente la calma que le permitía luchar contra aquellas desgarradoras ganas de llorar.

     Necesito saber qué te sucede. Quiero ayudarte, Agnes —la avisó acercándose a ella y secándole las lágrimas que, con disimulo y rebeldía, le brotaban de los ojos sin que ella pudiese evitarlo—. ¿Por qué estás tan triste?

     No puedes ayudarme, Neftis. Nadie puede ayudarme —le contestó desmoronándose inevitablemente. Ya no podía pugnar contra la fuerza de su desolación, pues ésta se había vuelto completamente invencible—. No quiero que estés conmigo ahora.

De repente, ambas oyeron que empezaba a llover con fuerza. Una poderosa tormenta estalló brutalmente, ensordeciendo con ahínco el silencio de la noche. La voz del llanto de la naturaleza intensificó el miedo que Neftis había comenzado a sentir al oír las tristes palabras de Agnes. Tuvo la sensación de que la noche lluviosa que las rodeaba había oscurecido y vuelto húmeda el alma de Agnes hasta convertirla en el reflejo de una de aquellas nubes que se hundían en la quietud del bosque y se deshacían en lágrimas turbias que volvían más profunda las brumas del otoño.

Agnes lloró entre sus brazos durante un tiempo que ninguna de las dos fue capaz de contar. La tristeza que se reflejaba en los sollozos de Agnes y en las lágrimas que le manaban sin tregua de los ojos se le transmitió a Neftis a través de aquellos instantes tan desoladores. Se preguntaba, continuamente, por qué Agnes nunca le había confesado que estaba tan afligida, por qué le había ocultado sus verdaderos sentimientos, por qué la había engañado haciéndole creer que siempre estaba alegre y conforme. Descubrir que el corazón de su querida amiga estaba tan impregnado de lástima la desconsoló muchísimo, tanto que también notó que se le formaba en la garganta un nudo que le oprimió la cabeza y el pecho.

En aquellos momentos, mientras Agnes se deshacía en llanto entre sus brazos, Neftis fue consciente de cuánto la quería, de cuánto deseaba protegerla. Hasta entonces, había sabido y aceptado que Agnes se había convertido en la persona más especial para ella, por la que más se preocupaba y desvivía, pero, teniéndola tan desvanecida, tan indefensa junto a ella, supo que el cariño que le profesaba no se asemejaba en absoluto al que una amiga debía sentir por otra persona. Era un amor mucho más fuerte que le traspasaba el pecho. Agnes era para ella la luna de sus noches, el sol de sus días, las estrellas de su firmamento, el aliento que la impulsaba a abrir los ojos todos los amaneceres y la fuerza que la instaba a vivir.

Y sentir que Agnes estaba desapareciendo, decayendo como las hojas caducas, le hizo tanto daño en el corazón que, durante unos largos minutos, le pareció que su aliento se atenuaba, que para siempre le costaría mucho respirar. No quería perderla, no quería que el brillo que irradiaba la presencia de Agnes se apagase. En esos momentos, incluso tuvo mucho miedo a que Agnes se alejase de ella para evitar que su tristeza la destruyese. Neftis tuvo la sensación de que Agnes parecía una hoja trémula que moría mientras la vida de la naturaleza atardecía.

     Agnes, cariño —la llamó mientras le acariciaba con mucha ternura la cabeza y le retiraba de vez en cuando las lágrimas que le humedecían las mejillas—, ¿qué es lo que tanto te entristece? ¿Es el recuerdo de tu tierra el que tanto daño te hace?

Agnes asintió levemente con la cabeza, pero aquella sutil respuesta fue para Neftis el grito más desesperado. Se preguntó, entonces, por qué Agnes no luchaba por volver realidad sus sueños, por qué permitía que el tiempo transcurriese sin intentar regresar a su verdadero hogar. Se planteó la posibilidad de organizar un viaje a Galicia y permanecer allí, juntas, durante unos meses.

     ¿Y por qué no volvemos juntas? —le preguntó sonriéndole con nostalgia, esforzándose por ocultarle sus sentimientos—. Escúchame, Agnes, podemos viajar hasta allí sin que nadie nos lo impida. Yo puedo pedirme unos días de vacaciones en diciembre y...

     No, Neftis, no puedo —la interrumpió Agnes alejándose de ella con impotencia—. Por favor, no me preguntes nada, no me digas nada. Déjame sola. Necesito estar sola.

     Pero ¿por qué no quieres regresar? Si tanto la extrañas, ¿por qué no vuelves?

     Neftis, te lo pediré por última vez: hablemos mañana, por favor. Ahora necesito estar sola, Neftis. No me insistas más, no me hables —le solicitó con desesperación y ansiedad—. Puedes dormir en mi alcoba. Déjame sola, Neftis.

Neftis se quedó paralizada al captar la desesperación con la que Agnes se dirigía a ella, pero no fue capaz de contradecirla ni de preguntarle nada más. Sabía cuánto podía desestabilizarse el alma cuando anhela que la soledad la rodee y el mundo entero se lo impide.

     Está bien, cariño. No te inquietes. Creo que lo mejor será que duermas tú en tu cama.

     No te preocupes por mí.

Neftis no le dijo nada más. Se acercó a ella, la abrazó de nuevo y la besó con mucho primor en sus húmedas mejillas. Cuando se alejó de su lado, entonces Agnes, sin pensar en lo que hacía, se levantó de donde estaba sentada y salió de su cabaña intentando no hacer ruido. Llovía con mucha fuerza y oscuridad, pero las lágrimas del cielo nunca la habían asustado ni intimidado. Estaba habituada a caminar entre los árboles bajo las tormentas más devastadoras. Además, en aquellos momentos, el aguacero que agitaba su alma era mucho más potente que cualquier tornado.

Permaneció varias horas andando bajo la lluvia, intentando encontrar consuelo en las lágrimas que el cielo no dejaba de llorar, en el viento que brutalmente soplaba agitando las ramas de los árboles, arrancándoles sin piedad las hojas que ya morían suavemente y que caían al suelo totalmente vencidas, irremediablemente ateridas e intimidadas.

Agnes era sutilmente consciente de que aquel deseo tan inmenso de vagar sin rumbo bajo la lluvia, sumida en la más inquebrantable soledad, era la muestra más fehaciente e innegable de que había vuelto a decaer, de que su enfermedad se había apoderado nuevamente de su alma. Ya no podía luchar contra la fuerza de su desolación.

Cuando regresó a su cabaña, el amanecer ya trataba de avisar a la naturaleza de su llegada brillando con sutileza tras las gruesas nubes que se negaban a abandonar el cielo. Agnes encendió la lumbre y, tras cambiarse de ropa, se sentó junto al fuego y perdió los ojos por el baile de las llamas. Todavía podía oír el grito de la lluvia, pero, poco a poco, aquella danza tan antigua y el crepitar de los leños fueron sumiéndola en una realidad que le acariciaba el alma. No deseaba que nadie se introdujese en aquel instante y lo quebrase con palabras hirientes. Ni siquiera se acordaba de que Neftis dormía en su cabaña, muy cerquita de ella, y que Némesis había abierto los ojos al oírla llegar. Su amiga la miraba con curiosidad, detectando perfectamente cuán triste estaba, cuánto la necesitaba.

     Némesis —la llamó Agnes con mucho primor, casi inaudiblemente, mientras la miraba suplicante—, Némesis, xa chegou a escuridade. Choverá durante semanas e a miña alma afundirase na tristura. Has de axudarme a convencer a Neftis de que se manteña lonxe de min.

Némesis se acercó a su amiga y apoyó la cabeza en su regazo sin dejar de mirarla. Agnes se hundió en los ojos de la serpiente rogando que de aquéllos emanase la calma con la que ella anhelaba impregnarse el alma, pero de los ojos de Némesis se desprendía también mucho desconsuelo, como si ella intuyese que su amiga estaba sufriendo inmensamente, como si ella también pudiese sentir la tristeza que a Agnes le había inundado el corazón.

Ninguna de las dos se movió durante un tiempo que las mantuvo flotando en una realidad inquebrantable. La lumbre continuaba ardiendo con muchísimo primor. Los leños se deshacían, las llamas bailaban hipnóticamente, el sonido del fuego se convirtió entonces en la única voz que ambas deseaban escuchar. Mas, de repente, cuando parecía que la vida se había agotado de fluir, cuando ya el amanecer había derramado su luz cristalina entre los troncos de los árboles, Neftis apareció con sigilo, ya vestida y peinada. Agnes la miró suplicante, pidiéndole con los ojos que se marchase, que no se quedase junto a ella en un momento tan horrible.

     Está lloviendo mucho —le anunció Neftis con delicadeza mientras se sentaba a su lado. Némesis la miró entonces temerosa y preocupada, pero Neftis no sabía interpretar el lenguaje silencioso a través del que la serpiente se expresaba—. ¿todavía necesitas estar sola? —Agnes asintió levemente con la cabeza, sin saber qué decirle, pero, sin embargo, sintiendo un inmenso deseo de confesarle por qué estaba tan deshecha y deprimida—. No quiero irme y dejarte así, Agnes.

     Yo tampoco quiero que te vayas si llueve tanto —le contestó con mucho cariño. Némesis se apartó de Agnes en cuanto notó que Neftis se acercaba más a ella—. Neftis, tengo que contarte algo.

     Sí, lo que desees.

     Si hasta ahora no me atreví a revelarte esta realidad, es porque temía perderte, es porque tengo miedo a que dejes de apreciarme si te confieso quién soy de veras —le comentó sin mirarla a los ojos.

     ¿Por qué crees que dejaré de quererte? Eso nunca va a ocurrir, Agnes —le aseguró tomándola de la mano.

Agnes permaneció en silencio durante unos instantes espesos en los que el fuego no dejó de susurrar. Neftis estaba cada vez más inquieta y nerviosa, pues presentía que Agnes y ella estaban a punto de vivir un momento que nunca podrían olvidar y que para Agnes tendría muchísima más importancia que todos los que hubiesen compartido hasta entonces. No obstante, no se atrevió a apremiarla ni tampoco le preguntó nada. Al fin, Agnes, intentando ignorar el miedo que le latía con fuerza en el alma y la inmensa vergüenza que experimentaba, le confesó a Neftis casi susurrando, con una voz quebradiza y empequeñecida:

     Estoy enferma, Neftis. Hace muchos años que perdí la calma para siempre y nunca me curaré, jamás.

Neftis se había imaginado que Agnes le descubriría cualquier certeza, menos la que acababa de revelarle. Incluso había llegado a pensar que Agnes le confesaría que sentía por ella un amor mucho más intenso y hermoso que el que le demostraba día tras día. Había anhelado que Agnes le asegurase que estaba loca y profundamente enamorada de ella; mas enseguida entendió que la realidad era mucho más cruel de lo que ella jamás pudo figurarse. Al oír las tristes palabras que Agnes le había dirigido, se quedó paralizada, sin saber qué decirle, mirándola con extrañeza, con preocupación y sobre todo con decepción, con una creciente decepción que le llenó los ojos de lágrimas.

     ¿Qué quiere decir eso, Agnes? ¿Qué te sucede? —le preguntó intentando no arrancar a llorar. Agnes todavía no la miraba a los ojos, pero sentía clavada en su piel la impotencia que Neftis experimentaba. Agnes notó que la voz de su amiga irradiaba un miedo gélido que le rasgó el corazón—. ¿Qué significa que nunca te curarás? ¿Estás en peligro, Agnes?

     Continuamente estamos en peligro, pues jamás podremos presentir el fin de nuestra vida; pero la enfermedad que me ataca no es física, sino anímica. Estoy enferma del alma desde hace muchísimos años, desde que me alejaron de Galicia, desde que me obligaron a vivir lejos de mi tierra —le confesó esforzándose por no arrancar a llorar.

     ¿Quién te apartó de tu hogar, Agnes?

     Fue mi madre. Ella siempre creyó que yo estaba enferma, que era tan solitaria y podía presentir el futuro porque estaba loca, y me envió a un hospital horrible en el que me destrozaron el alma para siempre —le contó olvidando la vergüenza, el temor y la inseguridad que hasta entonces le habían impedido confesarle a Neftis aquella realidad—. Yo no estaba enferma, Neftis. Yo siempre fui muy sensible y especial, es cierto; pero no estaba enferma. En aquel lugar me hendieron heridas que nunca sanarán. En aquel sanatorio conocí la maldad más absoluta, la falta de amor y de compasión más gélida. Me enseñaron a odiarme, a despreciar incluso la vida, y desde entonces... desde entonces me siento frágil, me siento insignificante, y cada otoño decaigo como la naturaleza sin que nadie pueda rescatarme. Dicen que soy bipolar e incluso esquizofrénica. Esas palabras me parecen espantosas y no creo que definan lo que me sucede. Lo que me sucede es que me hicieron mucho daño, lo que me sucede es que no puedo vivir lejos de mi tierra, no puedo, no puedo; pero tampoco me atrevo a volver porque ya no soy la misma, porque ni siquiera Galicia se merece detectar la inmensa tristeza que me inunda el alma, porque no quiero que ella descubra cuánto me lastimaron, cuán distinta soy ahora.

Las palabras de Agnes, las que ella había pronunciado entre lágrimas, la dejaron paralizada como si tuviesen el poder de arrebatarle la capacidad de pensar y de moverse. El desconsuelo que se desprendía de la voz y de los ojos de Agnes, y sobre todo de las certezas que ella le transmitía, se le contagió como si de una enfermedad devastadora se tratase. No pudo evitar que las ganas de llorar más intensas se apoderasen de su alma y empezó a plañir en silencio, intentando ocultarle a Agnes que ella también estaba muy triste. Deseaba formularle muchísimas preguntas, pero ni siquiera sabía cómo verbalizar todas las dudas que le apretaban el corazón. Sólo se limitó a presionarle la mano a Agnes y a permanecer a su lado, apoyándola, acompañándola en aquel momento que, seguramente, a ella tanto le costaba vivir. Comprendía cuán doloroso debía resultarle confesar aquella realidad tan horrible, tan inmensamente desalentadora.

     Lo mejor será que te alejes de mí hasta que me encuentre mejor. No quiero oscurecer tu vida, no quiero contagiarte mi tristeza ni tampoco quiero que te esfuerces continuamente por animarme, pues nada me alienta cuando estoy tan decaída. Por favor, no insistas en hablar conmigo ni me preguntes nada. No deseo que sufras por culpa mía; pero también entiendo que ahora ya no quieras saber nada más de mí. Supongo que ser amiga de una persona que está loca asusta mucho. No te juzgaré ni me enfadaré contigo si te apartas de mi mundo. Puedes hacerlo. Tú puedes ser libre, puedes ser feliz y volar lejos de este espantoso desaliento —la avisó cada vez más desconsolada—. Yo no me merezco que nadie pierda el valioso tiempo de su vida tratando de ayudarme a levantarme. La vida es mucho más que eso, mucho más.

     Pero ¿qué dices, Agnes? Eso no es verdad, cariño —la contradijo Neftis llorando trémulamente—. Yo nunca te dejaré sola, cielo, nunca. No te maltrates a ti misma de ese modo. No te lo mereces. Eres la persona más mágica que conozco y puede que del mundo entero y ninguna enfermedad conseguirá desvanecer tus poderes ni destruirte. Por favor, permíteme acompañarte en estos instantes tan tristes. Yo soy tu amiga tanto en los buenos como en los malos momentos. Y no estás loca, Agnes. Jamás vuelvas a insultarte de ese modo con tanto desprecio. No es ningún delito que estés enferma, al contrario, esa realidad debe impulsarnos a todos a cuidarte mucho más, a mimarte sin cesar, a escucharte siempre, a tomarte de la mano cuando notes que tu equilibrio tiemble.

     Neftis...

     Y yo te ayudaré, te lo prometo, a volver realidad tus sueños. Quizá, si regresases a Galicia, te curarías para siempre.

     No puedo volver —le negó agachando la cabeza—. No me atrevo. Sentir que de nuevo me hallo allí me resultará algo tan potente que no lo soportaré.

     Está bien. Ahora no te mortifiques pensando en eso, pero tampoco me apartes de ti si tanto me necesitas. Sí, me necesitas, aunque te cueste reconocerlo.

     No quiero que tu vida se ensombrezca por culpa mía y es lo único que ocurrirá si permaneces a mi lado mientras esté tan triste.

     Agnes, mi vida se oscurecerá muchísimo más si me mantengo lejos de ti, si no te veo casi todos los días, si no puedo asomarme a tus profundos ojos, si no puedo oír tu dulce y mágica voz, si no puedo tomarte de la mano ni abrazarte. No me importa si estás enferma, no me importa si sufres esos desequilibrios anímicos que tanto te asustan. Yo te querré siempre, seas como seas, siempre, Agnes, pase lo que pase. Nunca te dejaré sola. Nunca me espantaré cuando pierdas la calma y acogeré todas tus lágrimas. Te quiero, te quiero como no quise nunca a nadie, y jamás me apartaré de ti.

Aquella confesión tan hermosa, tan potente e incluso desgarradora le arrebató el aliento. Nadie, hasta entonces, desde que se había enfermado, le había asegurado con tanta fuerza que la quería, que respetaba todo lo que ella era. No podía creerse que aquellas palabras tan bonitas fuesen ciertas, pero tampoco se atrevía a dudar de su veracidad. Neftis se las había dedicado con una entrega con la que nadie le había hablado, con una desesperación cálida y a la vez asfixiante que le había arrancado la voz. Entendió que, tras aquellas frases, se escondía una realidad que ella no se creía capaz de imaginarse; una realidad desconocida que la asustaba mucho.

El silencio trémulo y húmedo con el que Agnes le contestó le hizo entender que ella había adivinado el verdadero sentido de sus palabras. No obstante, no se esforzaría jamás por desmentirlas ni por teñirlas de un significado que pudiese proteger sus sentimientos. Hasta entonces, había guardado en lo más profundo de su alma el amor que le profesaba a Agnes por miedo a que ella pudiese descubrir con cuánta fuerza la quería, pero en aquellos instantes era consciente de que ya no merecía la pena seguir escondiéndole la realidad que la había hechizado.

No era la primera vez que Neftis se enamoraba, pero jamás lo había hecho con tanta intensidad. Por Agnes sentía un amor que la enloquecía, que se le clavaba en el alma cada vez que la miraba o la oía hablar, cada vez que la tomaba de la mano o se atrevía a abrazarla. Era un amor que le impedía dejar de pensar en ella, que llenaba su dormir de sueños en los que sólo se hallaba a su lado, viviendo con ella momentos que nadie jamás podría conocer; mas también era un amor que la alentaba a ser fuerte, que la instaba a luchar por su vida, por volver realidad sus deseos. Era un amor que le abrasaba y a la vez le acariciaba el alma.

Agnes notó que la fuerza de la tristeza que le golpeaba el alma se atenuaba levemente al notar la calidez con la que Neftis le hablaba. Sin embargo, también empezó a tener mucho miedo. Supo, con mucha más seguridad que nunca, que Neftis y ella no habían vivido en la misma realidad.

     Gracias, Neftis —le musitó mirándola con ternura, sin saber muy bien cómo debía hablarle—. Nunca me dijeron algo tan bonito.

     Tú eres lo más bonito que tengo, eres la persona que más quiero en el mundo y, si vivir me inspira ilusión, es porque te conozco, es porque te hallas en mi presente. Sin ti, nada tendría sentido, Agnes —le confesó notando que sus poderosos sentimientos se le derramaban de la voz sin que pudiese evitarlo.

Aunque Agnes hubiese descubierto el verdadero significado que definían las palabras de Neftis, se sentía inmensamente confundida. Le costaba interpretar el sentido de aquellos momentos y sobre todo le resultaba complicado imaginarse qué matiz tendría el futuro que compartirían a partir de aquella mañana, tras aquella hermosísima confesión.

     Hace casi dos meses que te conozco, pero contigo he vivido muchísimo más intensamente que con cualquier persona con la que me haya encontrado antes. Me has dado tantas cosas, me has enseñado tanto, me has demostrado tanto... Y creo que te conozco mucho mejor que a nadie. Creo que puedo describirte sin equivocarme —prosiguió Neftis mientras le presionaba las manos—. Por favor, ahora no me rechaces tú por lo que siento, ahora no me apartes de tu lado por quererte así.

     No sé qué decir —le indicó sobrecogida—. Nunca viví un momento como éste y no sé...

     No es necesario que digas nada —la interrumpió con temor, pero con mucha dulzura—. Comprendo cómo te sientes y, quizá, ahora no sea el mejor momento para hablar de esto.

     Neftis, yo... yo te quiero muchísimo, pero...

     No digas nada, Agnes —le pidió de nuevo más asustada que antes. Temía que Agnes la hiriese en el corazón con la sinceridad con la que siempre solía expresarse—. Esperemos a que tu tristeza se atenúe y...

     No quiero que sufras por culpa mía, Neftis. Perdóname, soy tan inexperta... Es la primera vez que me encuentro en una situación así y...

     No temas, Agnes. Yo seré paciente contigo.

Agnes ya era plenamente consciente de lo que significaban aquellos momentos, de lo que Neftis sentía por ella, de cómo la quería, y lo único que sabía era que ella no correspondía a ese amor con el que Neftis la arropaba. La quería, era cierto, la quería muchísimo, pero la quería como si fuesen hermanas, como si ambas hubiesen nacido de la misma madre. Imaginarse que Neftis había creído siempre que también se había enamorado de ella la impacientaba y la intranquilizaba profundamente.

     Neftis, estoy muy triste, es cierto; pero soy plenamente consciente de lo que siento y pienso.

     No quiero que me digas nada ahora, Agnes. Necesito que medites sobre esto, que valores tus sentimientos, que reconozcas tus emociones antes de que mantengamos esta conversación que para mí es tan importante. Además, prefiero que te centres en renacer, en desprenderte del inmenso desconsuelo que te inunda el alma. Cuando te encuentres mejor, entonces... Perdóname, creo que no tendría que haberte confesado lo que siento —se apresuró a decirle cuando captó la desorientación y la desazón que se desprendían de los ojos de Agnes.

     Siempre tenemos que ser sinceras, siempre, y desvelar lo que sentimos —le aseguró ella acariciándole las manos. Tenía miedo a partirle el alma a Neftis.

Sin embargo, aunque hubiesen vivido unos momentos tan inesperadamente tensos, Neftis y Agnes no se apartaron ni un ápice la una de la otra. A pesar de que la vida siguiese fluyendo por el tiempo, pese a que no dejó de llover durante semanas, Neftis visitaba a Agnes prácticamente todos los días. Combinaba sus quehaceres con los momentos que compartía con ella y no la dejó sola nunca, ni siquiera cuando más debía volcarse en su trabajo. Permanecía a su lado hasta que el ocaso se apoderaba de la noche. Entonces Neftis regresaba a su hogar notando que se llevaba consigo el eco de la voz de Agnes y el susurro de sus sentimientos.

Agnes nunca olvidaría la forma como Neftis la protegió durante aquellas semanas tan oscuras, durante aquel tiempo en el que la tristeza y el desaliento eran su única realidad. Neftis no permitía que el alma se le llenase de soledad, impedía continuamente que sus lágrimas se perdiesen en la inmensidad del silencio y del olvido, la tomaba de la mano cuando percibía que su equilibrio temblaba y le hablaba siempre de cualquier asunto para distraerla y para evitar que la lástima se cerniese sobre la mente de Agnes y oscureciese todos sus pensamientos.

Mas, en muchísimas ocasiones, a Neftis le parecía que era completamente imposible rescatarla de su desconsuelo. Agnes podía permanecer durante días sin comer ni fijarse en lo que la rodeaba. Sólo lloraba, sólo se abrazaba desprotegida a quienes la acompañaban, como si tuviese muchísimo miedo a su tristeza, como si la vida misma la asustase. Nadie le exigía que fuese fuerte, nadie se atrevía a preguntarle nada. Lo único que podían hacer era tomarla de la mano e instarla a que comiese y saliese de su cabaña, donde se protegía día y noche, ignorando el paso de las horas y la voz de la naturaleza. Neftis, Gaya y Gilbert no la dejaron sola en ningún momento.

Sin embargo, aunque Gaya y Gilbert todavía se volcasen en Agnes con una entrega muy tierna, era Neftis quien más la acogía, quien parecía comprender con muchísima más nitidez que nadie los sentimientos que le inundaban el alma. Neftis le entregaba un cariño que templaba sus días, que detenía el fluir de la oscuridad. Lentamente, Agnes fue comprendiendo que, a pesar de que no correspondiese al amor que Neftis le profesaba, ya no se sentía capaz de vivir sin ella, ya no era capaz de respirar si ella no se hallaba a su lado. Neftis se había convertido en el apoyo más grande que ella había tenido nunca, desde que su abuela se marchó de la vida. Incluso tenía la sensación de que Neftis la ayudaba a teñir de sentido y templanza todos aquellos recuerdos que tanto le desgarraban el corazón.

Entonces llegó el invierno. Las noches se volvieron más frías, más densas, más intransitables. Dejó de llover, el otoño se quedó pendiendo de un dorado reflejo y diciembre se tornó en la puerta que accedía a otro tiempo, a otro lugar en el que moraba el principio de cada esperanza. Aunque hubiese soledad, aunque respirar fuese una tarea espesa, Agnes presentía que, en su corazón, el transcurso de las estaciones había dejado caer las semillas de su renacimiento.

Agnes se preguntó siempre por qué el otoño la desmoronaba y la deshacía tanto cuando le parecía el momento más hermoso que la naturaleza vivía, si era para ella el reflejo de toda la beldad que se hallaba repartida por toda la Tierra, si en otoño ella cumplía años, si en otoño ella había llegado al mundo, entre gotas de lluvia y hojas fenecidas, entre decadencia y a la vez sueños. Tal vez su enfermedad gritase tanto en otoño porque era precisamente aquella estación la que más se identificaba con su muerte y a la vez con su nacimiento.

     Yo amo el otoño, Neftis —le confesó Agnes una tarde invernal, cercana a enero, mientras tomaban té en su cabaña—. Fue el otoño el que me enseñó a distinguir entre la vida y la muerte, el que me demostró que todo momento tenía fin, el que me hizo descubrir que la naturaleza también se entristece y decae. Es tan bonito ver cómo las hojas llueven de los árboles, cómo los atardeceres se vuelven áureos, cómo las noches se tornan más quietas y silenciosas... Y, cuando llega el invierno, aquellos momentos que tan románticos y nostálgicos te parecían, devienen en añoranza. Los extrañas con mucha fuerza cuando notas que tu alrededor se anegó en frialdad. Neftis, ¿alguna vez viste la nieve?

     Sí, alguna vez —le respondió casi sin valorar las palabras que le dedicaba. Estaba tan sobrecogida y enternecida por las confesiones de Agnes que apenas podía pensar con claridad.

     En mi aldeíña nevaba muchísimo. La nieve nos apartaba del resto del mundo y yo creía que éramos los únicos seres que respiraban en la tierra —le sonrió con cariño—. A mí no me asustaba que la nieve cubriese todos los caminos y que devorase cualquier sonido. Adoraba saber que estábamos a salvo de toda amenaza, aunque aquella época también era muy peligrosa, pues los lobos estaban muchísimo más hambrientos que nunca. Incluso, algunos vecinos de mi aldea se atrevían a llevar ovejas a los montes para evitar que los lobos se acercasen a nuestras casas. Debíamos hacer sacrificios muy tristes...

Cuando Agnes le hablaba de su infancia y del lugar en el que tan feliz había sido, entonces Neftis creía que se hallaba conversando con alguien que no formaba parte de su misma realidad. Agnes le parecía tan mágica y romántica cuando compartía con ella aquellos recuerdos tan hermosos y entrañables... Neftis se sobrecogía cuando se percataba de que cada vez estaba más enamorada de Agnes. Cuando la miraba a los ojos, el amor que sentía por ella gritaba con una fuerza estremecedora y tenía que esforzarse por no arrancar a llorar de desesperación. Aunque Agnes estuviese tan cerca de ella anímicamente, Neftis sabía que era inalcanzable. Lo que más la sobrecogía era ser consciente de que, poco a poco, aquel amor se tornaría cada vez más insoportable y desgarrador. Neftis tenía mucho miedo a que aquel sentimiento la obligase a apartarse de Agnes.

Mas siempre se esforzaba por ignorar aquellos sentimientos y aquellos desalentadores pensamientos, pues no deseaba que la magia que teñía su vida se desvaneciese. Además, la alentaba percibir que Agnes cada vez se encontraba mejor, más animada y esperanzada. Había vivido con ella semanas muy oscuras y tristes en las que parecía que el tiempo y los sueños se habían silenciado para siempre, pero Neftis también notaba que se hallaba cada vez más próximo el renacimiento de su querida amiga.

Y así fueron transcurriendo los meses, entre aliento y desaliento, entre sueños y tristeza. Neftis conseguía, en la mayoría de ocasiones, extraer a Agnes de la punzante soledad en la que ella deseaba protegerse y la instaba a vivir junto a ella y a los demás miembros del aquelarre los rituales que celebraban cada dos semanas para atraer nuevas y relucientes energías y también para festejar aquellos Sabbats importantes que regían su calendario. Si Neftis se hallaba a su lado, entonces a Agnes le costaba muchísimo menos sonreír y hablar con quien le prestase atención, aunque, cuando se encontraba ya a solas, aquel ánimo se tornaba en una ilusión.

Némesis también la acompañaba siempre, dondequiera que fuese, en todo momento. La cuidaba sin cesar, impedía que la amenaza más sutil se aproximase a ella y la miraba profundamente a los ojos cuando notaba que el alma se le llenaba de miedo y desaliento.

     Y es que la vida es un camino hecho de aliento y oscuridad, Neftis —le comentó Agnes una noche, mientras volvían a la cabaña de Neftis tras celebrar Ostara—. Cuando crees que la tristeza te absorbió el alma para siempre, entonces un rayo de luz cruza tu cielo y las sombras se encogen hasta desaparecer.

     Pero ese rayo de luz siempre proviene de alguien que te quiere, que te apoya, que sabe mirarte a los ojos con un cariño que nadie más puede dedicarte —le indicó ella deteniendo su paso. Se hallaban justo en el principio de la senda que separaba sus caminos—. Yo no habría sido capaz de vivir tan plenamente si tú no hubieses estado a mi lado.

     Y yo no habría renacido si no me hubieses ayudado, Neftis —prosiguió Agnes acercándose más a ella—. Gracias por ser tan buena conmigo, por quererme con tanta plenitud y sinceridad.

     Te quiero con mucha más plenitud y sinceridad de la que te imaginas —musitó ella agachando los ojos.

Entonces Agnes se hundió con ternura en los tímidos ojos de Neftis, siendo consciente de que aquél era el preciso instante en el que debía reaccionar; el instante que la separaba de un futuro incierto. Sabía que, si se enfrentaba a aquel momento con sabiduría y firmeza, su vida no temblaría; pero, en aquellos instantes, notaba que las convicciones que siempre se le habían aferrado al alma perdían la fuerza con la que habían dominado sus pensamientos.

La luna menguaba sobre ellas, lanzando a la tierra un fulgor muy quedo que acariciaba con tristeza las vivas flores, las renacidas hojas de los árboles. Agnes se preguntó si realmente la vida tenía los matices que ella había percibido, si no había estado equivocada. Incluso se preguntó si las hojas que habían poblado de nuevo las ramas de los árboles eran las mismas que habían muerto en la tierra, lanzando un suspiro áureo y crujiente antes de desaparecer. Ella creía que su alma ya no era la misma tras haber sufrido de nuevo los devastadores síntomas de su enfermedad, pero también notaba que en su ser palpitaban los mismos sentimientos que siempre le habían invadido el corazón. Sin embargo, en aquellos instantes, percibió que se desorientaba, que un poder muy especial la apartaba de sus inquebrantables convicciones y que aquel mismo poder la empujaba hacia Neftis, quien, al advertir que Agnes la miraba con tanta profundidad, había alzado los ojos y los había hundido en la preciosa y mágica apariencia de aquella mujer tan especial, tan tierna, tan importante para ella.

Tal vez fuese la inmensa gratitud que le profesaba a Neftis lo que tanto la confundía, tal vez fuese el interminable cariño que sentía por ella lo que la desorientaba... pero lo cierto era que, en aquellos momentos, dudaba del significado de su presente y de su vida.

Mas entonces fue consciente de que no era ella, no era Neftis quien debía apartarla de su soledad quebradiza, de sus poderosas convicciones. No era Neftis quien la esperaba en la tierra del amor verdadero. Ni siquiera ella era para Neftis la mujer por la que perdería la noción del tiempo ni la calma de sus días. Fue la voz de su poderosa intuición la que le reveló con vigor y desesperación aquellas certezas. De nuevo, Agnes notó que el alma se le llenaba de presentimientos oscuros y brumosos que la asustaban, presentimientos de hechos que aún se hallaban muy lejos de aquel instante, perdidos en un futuro que nadie era capaz de imaginarse.

     Creo que debería irme ya —adujo Agnes con delicadeza separándose suavemente de Neftis—. Se hizo ya muy tarde.

     Espera, Agnes, por favor —le pidió ella tomándola amorosamente del brazo—. No te vayas todavía.

     Neftis, está en nuestras manos impedir que la magia de nuestra vida se oscurezca. Entiendo lo que sientes, de verdad, pero...

     No, Agnes, no creo que lo entiendas. Estoy segura de que tú nunca te has enamorado antes y ahora estás confundida —le insistió con miedo—. Ahora ha llegado el momento de que hablemos de lo que sentimos, cariño. No esperemos más.

     Neftis, yo... por la Diosa, Neftis, no lo hagamos esta noche. Esta noche tan mágica no...

     ¿Por qué no? ¿No percibes que nos rodean la magia y la calma más hermosas?

     Mantener una conversación tan importante en una noche en la que la luna está menguando es muy peligroso, y lo sabes, sabes que la tercera fase de la luna tiene un poder muy asfixiante y destructivo —le recordó con impaciencia.

     Sí, lo sé.

     Sé paciente, por favor.

La voz de Agnes había sonado tan nítida, tan segura y a la vez nostálgica que Neftis no fue capaz de protestar ni de decirle nada más. Se desasió de su delicado brazo y permitió que se fuese. Se despidió de ella con una mirada anegada en amor, notando que, por primera vez desde que se conocían, lo que sentía por Agnes le dolía con una fuerza desgarradora.

Cuando Agnes desapareció entre los árboles, la noche se volvió mucho más oscura para Neftis. Ansió pedirle a gritos que no se marchase, que regresase junto a ella; pero se contuvo, pues sabía que aquellas súplicas no tendrían sentido. La luna que cuidadosamente brillaba entre las nubes, entre las ramas frondosas de los árboles, apenas alumbraba aquellos instantes. Neftis notó que la rodeaba la soledad más triste, más espesa, más desgarradora. No necesitaba que Agnes le confesase lo que sentía por ella, lo que pensaba sobre su amor. Sabía que Agnes no la correspondía, no la quería como ella tanto la amaba. No, no la amaba, no estaba enamorada de ella. Lo sabía con una seguridad vertiginosa, pues se lo habían revelado sus ojos expresivos y nocturnos, su trémula voz, sus vacilantes palabras. Agnes era mucho más inalcanzable de lo que se había imaginado. Aquella certeza le resquebrajó el alma, le hizo empezar a llorar sin que ni siquiera el aire primaveral que la envolvía previese que se derrumbaría tan raudamente.

Sin embargo, Neftis se esforzó continuamente por destruir el desaliento que le provocaba ser consciente de que Agnes no correspondía al amor que ella le profesaba. Deseaba vivir junto a aquella mujer tan mágica los momentos más hermosos de su vida y ni siquiera el dolor más invencible y destructivo se lo impediría. Cuidaría el paso del tiempo, lo resguardaría en sus manos, entre sus brazos, para que ni siquiera la oscuridad de las noches lo desmenuzase.

El amor que Neftis sentía por Agnes era inmensamente poderoso, pero lo era también el deseo de vivir junto a ella todos los instantes mágicos que la vida les reservaba, que las esperaba tras cada noche, tras cada amanecer y en cada atardecer. Los meses podían ser brillantes si ambas luchaban contra el desaliento y la desesperanza.




[1]«Una vez tuviste oro, una vez tuviste plata, y entonces llegó la lluvia... Una vez y siempre, siempre y una vez, el tiempo trajo oscuridad y sueños para ti. Ahora puedes ver que la primavera se convierte en otoño; que las hojas se vuelven oro, cayendo ante ti. Nadie puede prometer que un sueño se hará realidad. El tiempo trajo oscuridad y sueños para ti. ¿Qué es la oscuridad, sombras a tu alrededor? ¿Y por qué no tomar un latido para enfrentarte al nuevo día? Nadie puede prometerte un sueño, pero el tiempo te dio oscuridad y sueños para ti»

2 comentarios:

  1. ... Y apareció Neftis en la vida de Agnes. Es curiosa la sensación de ver la primera parte de una película que sé cómo termina... me encanta cómo la vida de Agnes va cambiando, y creo que por primera vez me resulta evidente que está enferma, algo a lo que siempre me muestro reacio. Galicia está siempre ahí, presente como un fondo vivo que se va moviendo y marca la vida de Agnes, la catástrofe es el enganche con el capítulo anterior, ahora supongo que la siente como una herida que duele mucho pero se va sanando, realmente es de esas cosas que nunca terminan de irse pero con las que te acostumbras a vivir, qué remedio. El capítulo se llama "aires de renacimiento", y realmente es un título que resume muy bien lo que pasa por la vida de Agnes. Me encanta su vida independiente en su casita del bosque, no puedo evitar imaginarla muy bonita, y también la relación con Némesis es algo que ancla a Agnes, le da una estabilidad, qué bonita es la relación entre ellas dos, me encanta cómo se la presenta a Neftis, sí, es una cobra, pero también es buena y cariñosa, y no le haría daño. Neftis aparece como alguien que sale de la nada, por así decir, aparece con su pelo negro y su flequillo hablando de Bolivia y preguntando mucho, muchísimo, me hace gracia cómo quiere saberlo todo de Agnes, no solo dónde vive, sino dónde vivía antes, lo normal ante un interrogatorio así sería que hubiera molestias y recelos, pero las cosas transcurren con más naturalidad, qué bien. Sí, qué bien, pero luego... en fin, no pensemos en lo que todavía no ha ocurrido. Tanto le gusta la vida de Agnes que Neftis cae rendida de amor por ella y por su mundo, qué bien se resume en el final del capítulo, en realidad es una especie de amor integral, no solo por la persona, sino también por su mundo y su forma de encarar la vida, que posiblemente es el modo más completo de amar a alguien, porque es como si te convirtieras en un elemento de su mundo, te asimilas tú con el ser amado; Neftis no solo quiere a Agnes, quiere vivir en el bosque, ver la vida a través de su escala de valores, vivir la naturaleza, la magia, las estaciones a través de ella. La música es un elemento también de este capítulo, resuena en las canciones, y también en el sonido de la lluvia, que me he imaginado tan bien, después del capítulo me sentía empapado de muchas cosas, entre ellas del agua y la humedad del bosque donde viven. Y de Galicia también, y de melancolía, y de otoño. También me duele la enfermedad de Agnes, su irracionalidad y el no poder luchar, o mejor sería el no saber cómo luchar contra ella. Neftis... sí, me cae bien. Le pregunta lo que yo querría saber ¿por qué no estás en Galicia si tanto te gusta? Ella es una presencia nueva y buena para Agnes, y creo que conocerla ahora ha sido un motivo de felicidad con una punzada de insatisfacción; las cosas cambiarán... pero ahora mismo están ahí, unidas con un nuevo lazo que están tejiendo juntas, con la ilusión de quien empieza una nueva relación. Espero que disfruten juntas de estos momentos, que paseen, que hablen y se bañen, por qué no, en ese lago donde Agnes lave la ropa. Viven en un mundo que ahora es mágico, y en cierto modo, eterno. Gracias por dejarme compartirlo un poquito con ellas.

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  2. ¡Por fin aparece Neftis! Sabíamos de su historia de "amor" con ella y estaba deseando saber más. Su encuentro me parece muy mágico y místico, en una de las celebraciones. Ese momento en el que se miran a los ojos es muy especial, aunque no con el mismo significado para las dos.

    No sabía o al menos no recordaba que Neftis fuese tan atrevida. Directa al grano, sin tapujos. Su forma de saludarla y de entablar una conversación es muy directa. A mi también me intimidaría que se acercasen a mi de esa forma jajaja. Desde un principio se percibe que es buena persona, pero sus intenciones están más que claras, yo diría que es un "amor a primera vista". Por cierto, que a pesar de que Gaya le dice que no se vaya sin despedirse como hace siempre, al final no se despide jajajaja.

    Juntos viven momentos muy agradables. Esta relación le viene bien a Agnes para descubrir que puede hacer amigos, que no es tan malo tener a personas cerca (aunque esto ya sabemos que acabará como el rosario de la aurora). Normal que a Agnes le diese miedo confesar sus más tristes secretos, entre su inseguridad, su enfermedad y el miedo a perder su amistad...

    En este capítulo se menciona a Artemisa sin pronunciar su nombre. Su llegada a la vida de ambas será toda una revolución. La verdad es que Neftis se está comportando muy bien con ella hasta ahora, pero ya sabemos que del amor al odio hay un paso (un paso corto), y mucho me temo que es lo que ocurrirá próximamente. Está claro que Agnes no corresponderá ese amor que Neftis le profesa y no lo aceptará...¿Lo peor? Que al abrirle su corazón y conocer sus más profundos secretos y miedos, tiene el poder de destruirla de la forma más dolorosa y dando justamente dónde más duele.

    Ha sido un capítulo muy interesante, y tengo muchas ganas de saber que ocurrirá a continuación. ¡¡Me encanta!!

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