domingo, 1 de abril de 2018

DIARIO DE ARTEMISA: SÁBADO, 31 DE MARZO DE 2018

Sábado, 31 de marzo de 2018

Mañana, por fin, empieza el mes de abril. Creo que hacía mucho tiempo que no tenía tantas ganas de que llegase este mes. Para mí siempre ha sido un mes muy especial, no sólo porque se halle ya inmerso en la primavera ni porque sea el reflejo del renacimiento de la naturaleza, sino porque, en mi alma, su llegada siempre produjo cambios muy bonitos, porque en abril me pasaron varias veces las mejores cosas de mi vida, porque en abril he vivido con Agnes otras muy especiales (como cuando viajamos a Galicia el año pasado, por primera vez juntas y ella después de casi treinta años lejos de su tierra) y porque abril siempre me trae sensaciones que no me entregan otros meses del año. Yo creo que más que en diciembre tendría que haber nacido en abril o tal vez nací en abril en otra vida mía.

Y siento que este abril llega distinto, con cautela y silencio, pero lleno de momentos muy vívidos. Tengo en mi ser sensaciones que no sé explicar. Llevo todo el invierno intuyendo y negando cosas, intuyendo otras que no tengo más remedio que aceptar y también deseando que el frío se vaya ya de una vez y llegue el cálido esplendor de la primavera. Por fin ya hace tiempo de primavera. Agnes no lleva tan bien este cambio, a ella no le gusta tanto la primavera como a mí, sobre todo por el calor, pero igualmente noto que el avance de los días nos acerca a algo muy importante.

Agnes está distinta, con altibajos muy extraños que de repente desaparecen, pero, mientras duran, me hacen tener miedo a que esa energía tan bonita con la que había comenzado este año se quiebre. Es cierto que ha pasado momentos muy duros por culpa del trabajo, pues le han buscado problemas donde ella no los buscaba ni se los imaginaba, y además el mes de marzo ha sido muy duro para ella, pues, además de haber pasado una época muy agobiante y mala en el trabajo, ha empezado a estudiar con mucho ahínco para poder sacarse unas oposiciones. Yo fui quien la animó a hacerlo, a que estudiase, y realmente no me costó nada convencerla de que lo hiciese. Sabe perfectamente que aprobándolas será la forma de regresar a Galicia con algún trabajo digno que nos permita subsistir cómodamente. Es evidente que ella ya habría vuelto hace mucho tiempo sin tener nada, pero ninguna de las dos queremos hacer las cosas así.

Por un lado siento que me calma mucho verla estudiar así, tan motivada, tan contenta con la posibilidad de regresar si aprueba, de trabajar allí si las aprueba; pero, por la otra parte, noto que su ímpetu y su energía son muy efímeros y presiento que en cualquier momento éstos pueden quebrarse y al mismo tiempo noto que ella se esfuerza lo indecible para no caer, para no hundirse en la aparente recaída que la espera al otro lado de todos estos días. Ella no me lo dice y es realmente eso lo que más me intimida, que no me lo confiese, pero sé que no está bien, que cuando no la miro entorna los ojos y deja de esforzarse por entregarme luz con su mirada y noto también que, cuando no está delante de mí, se encierra en sí misma, se acomoda en su estado de ánimo, del cual sale con mucho esfuerzo cuando tiene que hablar conmigo o con cualquier persona que requiera su atención. De repente me dice que solamente tiene ganas de llorar y llora durante por lo menos media hora sin consuelo, sólo diciéndome que se encuentra mal; pero después de eso regresa a lo que sabe que tiene que hacer para conseguir volver realidad su sueño. No desiste, por muy difícil que sea el temario que está estudiando, sigue estudiando pese a estar muy cansada y muerta de sueño. Y estos días de fiesta que ha tenido empezaba a estudiar por la mañana y no lo dejaba hasta que nos íbamos a dormir. Claro que de vez en cuando paraba para salir conmigo a alguna parte, para comer, para lo que fuese. Creo que nunca la he visto así, tan implicada en algo.

Pero también noto cosas que no sé explicar y que, cuando las comento con mi hermana, siento que son mucho más importantes de lo que quiero reconocer. Son cosas muy sutiles que, según mi hermana, pueden darme muchas pistas sobre el verdadero estado de ánimo de Agnes. Según Agnes, todo va bien, se encuentra perfectamente, lo único que le pasa es que anímicamente está cansada, ya está. Según mi hermana, Agnes me oculta que no está bien, que está a punto de sufrir una recaída si es que no lo está haciendo ya. Y las señales en las que se basa mi hermana para afirmar algo así es su cambiante estado de ánimo, su falta de apetito, sus despistes (está muy distraída, olvidándose de cosas básicas, olvidando cosas que le he dicho hace un momento) e incluso que tenga que insistirle para que salgamos, para que nos relacionemos con nuestras amigas. Hoy, por ejemplo, sé perfectamente que no le apetecía en absoluto ir a comer con ellas, pero me lo ha ocultado porque no quería hacerme sentir mal. Me cuesta mucho entender por qué le resulta tan complicado relacionarse con los demás. Hoy, comiendo con ellas, notaba que tenía que esforzarse mucho por seguirles las conversaciones, por escucharlas, por contestarles, aunque lo hacía aparentemente conforme y cómoda, pero yo sé que le costaba. En cambio, cuando estamos solas, parece la mujer más calmada y feliz del mundo, aunque es evidente que siempre veo más allá de sus miradas, siempre puedo introducirme en sus ojos, hundirme en sus palabras, escuchar las que no me dice, oír el verdadero tono de la voz de su alma, saber qué no quiere expresar a través de sus ojos negros y tan expresivos. La conozco mucho más de lo que ella se imagina y tal vez quiera aceptar.

Con mi hermana tampoco puedo hablar realmente de esto. A ella no puedo contarle cosas que yo noto sin saber por qué lo noto y cómo es posible que lo haga con tanta claridad. A mi hermana le he explicado miles de veces que me sorprende mucho ver a Agnes tan incapaz de relacionarse con nuestros amigos y de repente, en Galicia, verla tan extrovertida, como si no fuese una persona tímida, como si nunca se hubiese sentido intimidada por nada ni por nadie, como si siempre hubiese sido feliz. Ésa es la Agnes que es cuando estamos en su tierra; alguien que sonríe de verdad, a quien le brillan de verdad los ojos, alguien que habla sin timidez, con profundidad y mucha cercanía con quienquiera que se le acerque. Yo no sabía que era así. Yo no me imaginaba que había en ella esa otra Agnes que tanto me gusta, de la que apenas conocía nada hasta entonces, hasta este octubre pasado. Y mi hermana me dice que es normal, que actúa así porque está en su tierra, pero que tampoco tendría que existir esa inmensa diferencia entre la que es cuando está allí y la que es cuando está aquí, sobre todo porque aquí de momento tenemos nuestra vida y no sé cuánto tiempo más vamos a vivir aquí, pero no puede estar así siempre, con esas ganas tan absolutamente nulas de relacionarse con los demás, con esa timidez tan inmensa cuando tiene que hablar con alguien que se supone que nos conoce. Incluso en el templo le cuesta hablar. Y de eso también quería hablar precisamente.

En esta entrada quería desahogarme con respecto a varias cosas que me preocupan mucho, que no es que me ofendan, pero sí me quitan a veces el sueño. También noto que para Agnes el templo ya no es tan importante e incluso, hasta la semana pasada, que celebramos con la gente del templo el ritual de Ostara, hacía muchísimo tiempo que no celebraba ningún ritual. Yo sí he celebrado alguno de vez en cuando, esas veces que lo necesitaba o simplemente porque necesitaba sentirme cerca de la Diosa, pero tengo la sensación de que para ella ya no es lo mismo. NO sé qué le pasa, pero no me habla nada de ese tema, es como si todo eso que ambas compartíamos hubiese desaparecido. No me atrevo a decir que ha perdido la fe, porque sé que fe tiene, y mucha, pero está distinta, como si algo en ella se hubiese apagado. No sé con certeza desde cuándo lo noto, pero noto que algo en ella ya no está igual. Y me atreví a preguntárselo el sábado pasado, antes de ir al templo, porque me insinuó muchísimas veces que no le apetecía nada ir e incluso me dijo que fuese yo sin ella, pero al final la convencí de que ese ritual le iría muy bien. Creo que no fue el que mejor le ha ido en su vida, pero tampoco creo que se arrepintiese de haber ido, aunque tampoco me lo confirmó. El caso es que esas cosas se notan, aunque no se hablen, yo lo notaba, y se me confirmó precisamente el sábado pasado. Le pregunté si había dejado de creer y me dijo que no, que seguía creyendo, pero que simplemente no le apetecía ir al ritual. No es la primera vez que no le apetece ir a un ritual. En Samhain también le pasó, y eso que es su ritual preferido.

Por más que le pregunto si le ocurre algo, si se le ha apagado la fe, lo único que saco de ella es que tiene muy pocas ganas de interactuar con el mundo que la rodea, de salir de casa cuando se tira tantas horas fuera, de estar con nadie más que no sea yo. Al mismo tiempo pienso que, cuando me dice todo eso, lo que en verdad quiere decirme es que en este lugar no le da la gana de dejar salir todo lo que ella es, en este lugar no le da la gana de dejar fluir su preciosa energía y tampoco le da la gana de intentar estrechar los lazos que tenemos con las personas que son nuestros amigos precisamente porque no estamos en Galicia, porque esa gente no es de allí y porque está cansada de hablar con gente que no tiene su acento ni sabe hablar su lengua; pero es evidente que jamás me dirá algo así, aunque lo piense.

Pero, si escribo todo esto, no es para quejarme, sino porque me preocupa, porque me entristece que ella misma se vete a sí misma de ese modo, se corte las alas de esa forma, se restrinja tanto cuando sé que puede ser y es tan maravillosa. NO entiendo por qué no permite que los demás la conozcan tal como es, por qué no es posible que en este lugar se abra más a la gente y delante de las personas que nos conocen sea quien de verdad es.

En su trabajo pasa algo así también, aunque sé que es mucho peor. Sé que no se relaciona con nadie, que apenas comparte nada con nadie, que no se esfuerza en absoluto por conocer a la gente con la que trabaja. Según ella, son personas con las que no tiene nada que ver, pero, no sé, me parece un poco triste que se niegue la oportunidad de darse a conocer a los demás; aunque también es verdad que me oculta la mayor parte de las cosas que vive allí, no sé si porque no quiere recordarlas ni darles importancia o porque realmente le duelen, pero sé que ha tenido problemas con algunas personas de allí. Me ha insinuado a veces que hay dos compañeras que hablan mucho de ella, que, cuando ella se acerca, se callan al instante y la miran de formas raras. Una vez me dijo que no quería contarme esas cosas porque no quería que yo pensase que se imaginaba cosas que no eran; pero yo jamás dudaré de ella en ese sentido.

Yo también he tenido problemas con algún compañero de trabajo y precisamente lo que más necesito es contárselo a ella porque necesito desahogarme, porque quiero que me diga qué piensa, porque necesito sacar como sea todo lo que siento ante esa situación; pero ella es muy reservada, muy hermética y a veces conmigo incluso es muy inaccesible. Tengo que sacarle a veces las cosas con pinzas, con mucho esfuerzo, hasta que por fin me confiesa lo que siente, lo que piensa sobre un tema que le duele, que le arranca tantas lágrimas. Y es que realmente me encantaría saber lo que le pasa en todo momento para decirle las palabras que más necesita oír.

Al mismo tiempo, siento que la conozco mejor que nadie en el mundo, que puedo adivinar enseguida qué piensa en todo momento, que puedo entender el lenguaje de sus miradas como nadie lo hizo antes, que oigo en su voz eso que no quiere decir, y cuando estoy con ella no necesito nada más, sé perfectamente lo que necesita, lo que quiere, aunque me diga lo contrario de lo que prefiere, sólo para satisfacerme a mí, para que yo me sienta bien y feliz. Y también cuando estamos tan juntas, solamente ella y yo, tengo la potente sensación de que no hay nadie en el mundo que pueda comprenderme y conocerme mejor que ella, que ella tiene en su alma toda la mía, que puede decir lo que pienso sin que sea necesario que yo le diga nada.

Pero de verdad sí me preocupa que no esté bien y que no quiera decírmelo para que esa sensación que la absorbe no se vuelva más fuerte. . Muchas veces me ha confesado que, aunque se sienta muy mal, prefiere no decir nada para que ese desaliento no se vuelva más fuerte y también creo que lo que le ocurre es que no quiere aceptar que no está tan bien como le gustaría. NO quiere preocuparme, ni a mí ni a nadie, pero tampoco es justo que se guarde las cosas para ella.

Y está continuamente trayendo hacia ella la existencia de Galicia, el espíritu de Galicia, como sea, a través de música, de cualquier cosa. Tengo la impresión de que cada vez le cuesta más vivir lejos de su tierra y necesita lograr que su esencia invada sus momentos. Es como una especie de desesperación insaciable.

El otro día, creo que fue el jueves, mientras escuchábamos una canción preciosa típica de su tierra, cuyo nombre no recuerdo, me contó que esa canción se la había enseñado su abuelita y que, cada vez que la escuchaba, le parecía que la oía cantar. Entonces yo le dije que tenía mucha suerte por tener tantos recuerdos bonitos, que a mí no me pasaba con mi infancia con tanta fuerza como a ella. También le dije que era muy curioso que tuviese con su tierra una relación tan fuerte, que siempre me había parecido muy bonito y curioso que casi toda la gente de Galicia sienta tanta nostalgia si se halla lejos de su tierra, que siempre me pregunté qué tendrá ese lugar para que quienes nacieron allí y o quienes se enamoren de esa tierra no puedan vivir lejos de ella. Ella se rió y dijo: “porque Galicia é única”, pero entonces le dije que yo nunca había sentido nada así, que es verdad que me sentí muy atada a la isla donde viví cuatro años, pero nunca sentí hacia ella ni la mitad de la nostalgia que siente ella continuamente por Galicia. Entonces Agnes me dijo algo que yo nunca me había planteado, me dijo (y lo escribo en castellano a pesar de que ella me lo dijo en gallego porque, evidentemente, todavía no domino su lengua como para escribirla): “creo que a ti te pasaría si vivieses fuera de España mucho tiempo. Viviste en la isla mucho tiempo, pero ese lugar era mágico y su belleza apenas te permitía extrañar este país, pero, si pasases fuera de España mucho tiempo, estoy segura de que extrañarías con mucha fuerza todo lo que viviste aquí”.

También me dijo, a colación de que yo le dije que no recordaba mi infancia con tanto cariño como ella: “si estuvieses lejos de España, entonces sí recordarías con mucha añoranza tu infancia y recordarías incluso cosas de las que ahora ni te acuerdas, simplemente porque tu país es España, simplemente eso”.

Y puede que tenga razón, puede que yo no sienta lo mismo hacia el lugar en el que nací porque es todo el país en sí lo que me tiene atada, pero yo creo que sería capaz de vivir en cualquier parte del mundo porque tampoco siento por España ese lazo tan fuerte que me resquebraje el alma si me hallo lejos. Yo creo que mi tierra está en Agnes, es decir, ella es mi hogar, es la tierra lejos de la que jamás podría vivir, y no me importa donde esté. Lo único que me importa es que ella esté bien, se sienta completa y sea feliz, nada más, y es que hace mucho tiempo que no la percibo plenamente feliz, que no me deslumbran sus ojos. Noto que, aunque conmigo se sienta feliz y plena, le falta algo, algo no brilla en ella de la misma forma.

Ahora ya nos queda menos de un mes para volver a Galicia. Cada vez que se lo recuerdo, por unos momentos que yo quisiera alargar hasta la eternidad, sus ojos negros se llenan de luz y se le ilumina el rostro, me sonríe como no la veo sonreír ante nada más. Me da mucho miedo perderla, es cierto, tengo mucho miedo a que no quiera volver cuando en mayo tengamos que regresar, me da mucho miedo traerme la mitad de su ser, traérmela tan destruida como regresó en octubre. No quiero volver a pasar por eso, no quiero; pero tampoco quiero retenerla aquí para evitar que su alma se desgarre. De todas formas, ahora parece que está más claro que es posible que podamos iniciar allí otra vida. Yo ya lo tengo completamente aceptado e incluso he de confesar que me iría mañana mismo si así consiguiera recuperar esa parte de Agnes que aquí, en este lugar, no tengo ni voy a tener. Me iría mañana mismo si nos asegurasen que allí ya podemos iniciar una vida al menos trabajando alguna de las dos. No me importa tener que estar haciendo cualquier cosa para encontrar trabajo e incluso es que me quedaría en mayo, realmente, para no volver arrastrándola así como la arrastramos en octubre, que por ejemplo nos costó mucho conseguir que nos fuésemos cuando vimos el atardecer en Finisterre, que nos costó la vida que dejase de llorar cuando nos volvimos el sábado, que incluso pensé que tendríamos que volver, que no podíamos seguir el viaje si se encontraba tan mal. Me acuerdo de que, comiendo en un pueblo de Soria cuyo nombre ahora no recuerdo, le temblaban las manos, que apenas pudo probar la comida, que se esforzaba mucho por comer y se dejó más de la mitad del plato, que se levantó mil veces al baño porque no quería seguir llorando delante de nosotras. Me acuerdo de que me dijo que se encontraba mal, que el corazón le iba muy rápido y yo tenía la sensación de que estaba obligándola a permanecer en un mundo desconocido para ella y me dolía muchísimo verla así, tan deshecha. Mi hermana incluso, en una de esas veces en las que Agnes fue al baño, me dijo: “tendrás que plantearte en serio vivir en Galicia. No lo soportará por mucho tiempo”.

Pero yo soy muy terca y, con la excusa de que quiero hacer bien las cosas, alargo el momento de irnos. Es cierto que yo del todo no quería irme, no estaba convencida de querer marcharme de aquí, por eso le daba largas, le decía: “tenemos que ahorrar para que, dentro de un año, podamos iniciar en Galicia una nueva vida”, pero se lo decía sabiendo que eso estaba muy lejos todavía; pero ahora tengo clarísimo que tenemos que irnos. Incluso es que hace dos meses yo estaba convencida de que quería vivir aquí hasta cuando fuese porque me gusta vivir aquí; pero no sé cómo he entendido de repente que estoy siendo muy egoísta, que, si quiero de verdad a Agnes, tengo que esforzarme por ayudarla a construirnos allí nuestra vida, que, si estamos juntas, no nos costará, seguro. Sé ahora que, si de verdad la quiero, si quiero verla feliz y si de veras me importa su bienestar anímico, tengo que acompañarla, tengo que volver con ella; pero también soy consciente de que es su sueño y que tiene que ser ella quien logre volverlo realidad. Por eso también quiero que se saque las oposiciones como sea, pero también pienso que, si no lo consigue, evidentemente, nos iremos como sea. Un año más no podemos estar aquí. Es incluso antinatural huir de lo inevitable, huir de algo que jamás va a desaparecer.

Antes sobre todo me dolía imaginarme en Galicia porque estaría lejos de mi hermana, pero ahora ella tiene una pareja con quien se pasa la mayor parte del tiempo. Está haciendo su vida como nosotras hacemos la nuestra. El chico que está con mi hermana es bastante majo, nos cae bien, sobre todo a mí, y sobre todo me cae bien porque sabe cuidar a mi hermana, porque con ella se nota que tiene una conexión muy especial. Ella está de vacaciones esta semana en Cantabria, que su chico es de allí (yo no sé qué nos pasa a las dos con la gente del norte) y está hablándome maravillas de su familia, del lugar donde nació su chico, y la veo tan feliz que eso me calma muchísimo.

Creo que voy a dejar ya de escribir. Es muy tarde y a las dos nos conviene descansar. Sólo espero que esas señales que yo creo detectar en Agnes desaparezcan, que esté bien, por favor, que no decaiga, que no se desaliente. Necesito que sea fuerte para que pueda cumplir sus sueños, para que ella pueda confiar en sí misma.

 

 

2 comentarios:

  1. Me siento identificado con Agnes. A veces me cuesta abrirme, y eso que estoy con amigos o conocidos con los que estoy bien. En según que ocasiones, está más acentuado que en otras. En Agnes esto es algo continuado y mucho más fuerte. Artemisa se pregunta cómo es posible que en Galicia esté animada y se abra a la gente y en otros lugares se cierre. Es lógico que le entristezca no ver a la Agnes que le gusta, la que irradia alegría y ganas de vivir. El ejemplo que le pone Agnes a Artemisa es muy bueno. Si ella estuviese fuera de España, la añoraría. Es verdad, tendría siempre en su interior la tristeza y la añoranza por volver. Aunque, no sé si llegaría al extremo de Agnes.

    Agnes también se plantea si es justo que Artemisa lo deje todo por irse con ella. Nada es tan fácil, son decisiones realmente complicadas. Puedes pensar "pues te vas y punto", pero eso queda muy bien en un libro o una película, la realidad es otra, y es la que están viviendo ellas. Agnes está volviendo a encerrarse en si misma, aunque yo no pensaba que estuviese a punto de sufrir otra crisis, ¡espero que no! Está todo en el aire, no se sabe si se irán juntas, Agnes sola o si finalmente se quedarán un tiempo más. Casandra ya tiene novio y por lo que parece, este sí que la hace feliz y es un buen hombre. Al menos así, Artemisa no se sentirá tan mal si al final se marcha con Agnes, aunque le dolerá igualmente separarse de su hermana, eso es normal. Luego, parece que Agnes ya no está tanto por ir a las reuniones en el templo. Yo, como siempre he pensado que creer en algo es personal, íntimo y no se necesita iglesia, templos ni nada...el templo es tu cuerpo, pues no me preocupa. Ahora, no sé si está perdiendo la fe en eso en concreto, o simplemente es que ha evolucionado su forma de creer o pensar, eso no tiene que ser malo forzosamente, las personas cambiamos, y no necesariamente a mal.

    En fin, son un cúmulo de sentimientos encontrados, cambios y decisiones difíciles. Todo ello hace que vivan una momento de cambios en su vida y en la forma de pensar. Como siempre, ¡¡¡¡me encanta leerte!!!!!

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  2. No sé si lo dejas para el lector caiga en la cuenta, pero si Artemisa nació en diciembre muy posiblemente fue concebida en abril, así que tiene todo el derecho del mundo a sentirse identificada con este bonito mes, y mira, lo mismo de ahí le viene el que caiga tanto en gracia.

    Las personalidades de Artemisa y Agnes son distintas, aunque complementarias, y en los primeros párrafos me surge la pregunta de quién es la fuerte, la estable, y quien la débil, la variable. Así, de primeras, parecería que sin duda Agnes es la más débil, la que está casi a un paso casi siempre de la depresión, del desánimo, de la lágrima, la que parece que el viento de la vida dobla con mucha facilidad, mientras que Artemisa da la impresión de ser más fuerte y estable. Sí, eso es lo primero que se me viene a la cabeza, pero luego, viendo la realidad de las cosas, ya no queda tan claro. Porque ella es la que en realidad tiene un horizonte persistente, está en sus oposiciones, en buscar el modo de llegar a Galicia, y aunque parece siempre dulce y suave (y lo es), también es determinada y constante, como el agua que horada la piedra, como la tortuga de la fábula, que finamente gana a la liebre.

    También por eso Artemisa ha dado la vuelta a su pensamiento, ha tenido tiempo de adaptarse, de cambiar, de aceptar que Agnes fuera de Galicia es un pez fuera del agua, y que aunque gracias a su amor puede insuflar aire a su organismo, eso no deja de ser una cura provisional: tiene que volver, o al menos, tiene que intentarlo y ella apoyarla. Además, lo va a lograr. E incluso ha dado tiempo para que su hermana deje de ser un problema insalvable, lo mismo incluso se va a vivir a Cantabria con su novio, que al final también es un sitio precioso, a pocos kilómetros de Galicia. Y, ahora que no nos oye Agnes, con rincones tan bonitos como los de su amada Galicia, igual que los tiene Asturias.

    En todo caso en esta entrada lo que veo es un camino, una esperanza, ya no dos proyectos que circulan por vías que se separan, sino que por el contrario convergen, aunque sea dentro aún de unos kilómetros; pero el notar que cada vez estás más cerca de tu meta sin duda te anima.

    Por eso no creo tampoco que el regreso de Agnes en mayo vaya a ser problemático; claro que no le gustará volver, pero tampoco me parece que se vaya desesperar, porque Galicia ya no es una quimera inalcanzable, sino una meta que poco a poco se acerca, aunque sea a paso de tortuga.

    Y es Agnes ha demostrado que quiere y puede conseguir las cosas, aún la recuerdo en su cabaña del bosque, cuando Artemisa casi muere... ahora es distinta, pero sigue conservando su magia, su empuje y la capacidad de salir siempre adelante.

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