viernes, 11 de mayo de 2018

DIARIO DE ARTEMISA: JUEVES, 10 DE MAYO DE 2018

Jueves, 10 de mayo de 2018:

Hace un mes que no escribo. La última vez que lo hice, terminé de escribir de una forma un poco brusca porque interrumpí la escritura porque tenía que hacer algo pensando que después volvería a escribir, pero ya no lo hice.

Estoy en un momento de mi vida muy raro, en el que vivo sin ser muy consciente de los momentos que forman mis días, pero de repente uno de ellos se me queda grabado en el alma o de pronto obtiene un significado que nunca pensé que tendría. Hace una semana que regresamos de nuestro último viaje a Galicia, pero no será el último del año. En dos semanas, precisamente, Agnes tiene que volver para hacer un examen de gallego, para obtener el certificado que acredite que sabe emplear su propia lengua. Es muy curioso que tengamos que hacer esas cosas, pero así es, y yo creo que le irá muy bien, aunque ella me ha dicho muchas veces que el gallego que aprendió en su aldea no se asemeja mucho al que ha acabado siendo el normativo, que ha tenido que aprenderse muchas normas que ella nunca usó y también ha tenido que deshacerse de palabras que ella tiene arraigadas en lo más profundo de su alma porque supuestamente no son normativas. Y esas cosas le hacen pensar que no va a aprobar, que le costará mucho aprobar y que no le saldrá bien, pero es normal que tenga esas dudas. No obstante, primero viene el examen de las oposiciones. Yo no la veo nerviosa, al contrario, la veo demasiado tranquila, siendo lo que es, significando lo que significa para ella ese examen, pero creo que la veo así de tranquila porque tiene aceptado que no va a aprobar, según ella piensa. Yo no sé por qué confía tan poco en ella. Es cierto que en tres meses es imposible que aprendas un temario tan denso y tan difícil. Hay personas que llevan un año estudiando y que posiblemente no aprueben ni en tres intentos, pero ella es muy inteligente y tiene mucha memoria. A que tiene poco tiempo para estudiar se suma que trabaja y pasa muchas horas fuera de casa. Yo creo que tendría que ser más comprensiva consigo misma. Además, no me lo dice, pero sé que está muy nerviosa (aunque no lo demuestre) porque de ese examen depende que nos podamos ir a Galicia a vivir o no.

Precisamente de eso quería hablar. Hace unas noches, tuve con ella una conversación bastante importante en la que le reconocí que, si por mí fuese, sinceramente, no me iría, que, si nos vamos, es porque ella lo ha conseguido. Y esa conversación surgió porque, durante todo este último fin de semana, Agnes estuvo muy seria conmigo. Apenas me hablaba, cuando lo hacía me dirigía frases muy escuetas, aunque no me hablaba secamente. Sabía que no estaba enfadada conmigo, pero sí la notaba rara, ofendida por algo que, por más que le preguntaba qué le pasaba, no me decía. Incluso delante de mi hermana apenas hablaba, luego tampoco hablaba mucho cuando el sábado por la tarde fuimos a dar un paseo por el centro de la ciudad (y además se agobió mucho porque había mucha gente) ni tampoco cuando el domingo fuimos a comer al pueblo de mi hermana. Hablaba lo justo, lo necesario, y yo pensaba que estaba así porque, aparte de que tenía la menstruación, estaba muy triste por haber vuelto de Galicia o porque se moría de morriña, pero después descubrí que no era eso sólo lo que le pasaba. Además pensaba que estaba teniendo alguna recaída de las suyas, que hace unas semanas pensé que le venía una mala época e incluso debo confesar que, cuando estuvimos en Galicia, no la vi como siempre. Estaba muy extraña. Sí estaba contenta, se le notaba mucho que lo estaba, sonreía mucho y de los ojos se le escapaba mucha luz, pero, no sé, no estaba como siempre, como estaba en octubre o en mayo del año pasado, que estaba tan temblorosa y nerviosa, tan sensiblemente feliz. Estaba bien, eso no lo puedo negar, pero... incluso mi hermana me preguntó alguna vez si le pasaba algo, porque no nos hablaba apenas, iba mucho a la suya, se quedaba rezagada enseguida cuando caminábamos por alguna parte. Sobre todo le pasaba en Ourense. De repente nos dábamos cuenta de que no nos seguía, de que se había quedado muy atrás haciendo alguna foto o simplemente caminando más despacio, como distraída, no sé... Yo no me atrevía a presionarla mucho porque sentía que actuaba así porque necesitaba sentirse en donde estaba, no sé cómo explicarlo, porque necesitaba sentirse allí con todos los sentidos, pero algo pasaba por su mente que yo no podía detectar. Y al mismo tiempo ella era quien nos guiaba, quien nos decía a dónde teníamos que ir, quien más les prestaba atención a las indicaciones que nos encontrábamos, quien se esmeraba en buscar en el móvil cómo ir a los sitios. Sobre todo el domingo, cuando hicimos una excursión preciosa hacia un monasterio horadado en la roca, llamado San pedro da Roca. Ese día nos llovió muchísimo y yo realmente sí lo pasé mal porque todo estaba anegado en agua, las piedras que nos encontrábamos por el camino estaban muy resbaladizas y podíamos caernos con mucha facilidad; pero a ella no se le notaba preocupada en absoluto, al contrario, parecía que le diese igual ir mojada hasta casi las rodillas. Ni se preocupaba de llevar el paraguas ni nada y, claro, luego llegamos como llegamos al hotel, hechas unas sopas, hechas un caldo gallego casi. Yo me caí unas cuantas veces, pero por suerte ninguno de los cuatro se hizo daño; pero me quedo con lo libre que la veía caminando por el bosque, qué poco la intimidaba la lluvia, la niebla, las cuestas, las bajadas, las piedras, los riachuelos en los que la lluvia convirtió los caminos, qué plena estaba entre los árboles, bajo el cielo nublado tan propio de su tierra.

Fuimos con mi hermana y su novio, que me cae muy bien ese chico, aunque tengo que confesar que hay algo de él que no me acaba de gustar mucho. Además, cuando mi hermana y yo nos poníamos a hablar de algo, enseguida él iba hacia Agnes y le hablaba en el oído, se metía también mucho con ella porque, claro, Agnes conmigo habla en gallego y, aunque estuviese diciéndome algo solamente a mí, el otro saltaba diciéndole que hablase en castellano, que no tenía ganas de esforzarse por entenderla, y, aunque se lo dijese en broma, yo sentía que a Agnes le sentaban terriblemente mal esos comentarios. Hubo una vez que le dijo que estaba en su tierra y que hablaba como le petaba (así mismo lo dijo), que, si no la entendía, era su problema, pero se supone que ella también le contestó irónicamente, que no iba en serio, aunque la conozco y sé que le molestaba la actitud que él tomaba con ella. Otras veces, le decía cosas como que era la más guapa de toda Galicia y cosas muy raras que a mi hermana y a mí nos dejaban un poco sorprendidas; pero sobre todo me quedo con esos gestos, el hecho de que se le acercase tanto, el hecho de que la mirase tanto a los ojos cuando ella explicaba algo, que, además, todo el tiempo le preguntaba cosas sobre los sitios en los que estábamos: ¿te sabes alguna leyenda de aquí? ¿Y aquí qué pasó? Y, evidentemente, Agnes nos explicaba siempre cualquier cosa porque conoce muchísimas historias, leyendas y canciones de su tierra, muchas, más que yo de la mía y que ese chico de la suya, que es Cantabria, y siempre tenía en los labios alguna canción, alguna leyenda que su abuela le narró junto a la lumbre... Siempre tenía algo que contar. Y algo que no puedo negar es que, cuando estamos allí, surge de lo más hondo de sí misma una Agnes que aquí no encuentro. Creo que ya hablé de eso en otro momento. No es tímida, sólo prudente, ni siquiera me da la sensación de que puede deshacerse en mil pedazos como me pasa aquí, que continuamente, vayamos por donde vayamos, siento que la tengo que proteger, que tengo que tomarla con fuerza de la mano para que no se deshaga, para que no pase miedo, para que no se asuste. En cambio, cuando vamos por Galicia, dondequiera que estemos, siento que puedo soltarle la mano, que puedo dejarla caminando sola, la noto entera, libre, siendo fuerte, y eso la verdad es que me duele. No es que me duela verla así en su tierra. Me duele no verla así aquí, no notarle ilusión por nada. En cuanto volvemos, es como si todo le diese igual, como si nuestro entorno estuviese vacío. No se fija en nada cuando caminamos juntas por la calle. Es como si nada le gustase o como si todo lo  hubiese visto miles de veces. El interés que siente por las cosas que forman nuestro entorno es absolutamente nulo, aunque eso no quiere decir que no sepa disfrutar de los pequeños momentos que vivimos ni que no sepa valorar las cosas que tenemos, que sí lo hace, pero es algo que ella no me dice ni me confesó jamás. Son sensaciones que yo tengo.

Y otra cosa que siento es que ni siquiera hacer el examen de las oposiciones la espabila, es como si tuviese que hacerlo por una cosa que se prometió a ella misma, pero no me expresa nada, ni que está nerviosa ni nada, nada, es como si fuese algo solamente suyo.

Ay, pero me desvié del tema. No conté la conversación que tuvimos hace unas noches. Creo que fue el lunes por la noche, ahora no lo recuerdo bien. Después de preguntarle por enésima vez si le ocurría algo conmigo, al final me preguntó como respuesta (ella es así, me contesta con preguntas siempre o prácticamente siempre) si yo era sincera con ella, si no tenía que decirle nada. Cuando le pregunté por qué decía eso, me dijo que tenía la sensación de que con ella no era del todo sincera, que era más sincera con mi hermana que con ella. Cuando me dijo eso, me quedé helada y enseguida recordé que, el viernes por la noche, en un ataque de sinceridad, mientras (según yo creía) Agnes estaba preparándole la habitación a mi hermana, que ese día al final no pudimos preparársela por la tarde (mi hermana viene a dormir casi cada viernes porque hace un curso en Barcelona), le dije a mi hermana que estaba muy contenta aquí, que me encantaba la vida que tenemos, que me encanta mi trabajo, que estoy muy hecha a la ciudad en la que vivimos, que estoy muy unida a todo lo que forma nuestros días, que me costaría muchísimo irme de aquí ahora que tengo la vida que siempre soñé tener, junto a Agnes, trabajando en lo que siempre quise ser en la vida. Y no sé por qué, pero me puse a llorar mientras le hablaba con tanta sinceridad. Mi hermana entonces me preguntó si yo le había dicho esto a Agnes, si había hablado con sinceridad con ella. Yo le contesté que, si le decía esto, la mataba de un disgusto, que no quería hacerle daño, que yo no me siento capaz de destrozar así sus sueños, después de todo lo que ella ha pasado en su vida. MI hermana me dijo entonces que no estaba siendo justa conmigo misma, que estaba siendo mala conmigo misma, que tenía que hablar con Agnes y confesarle lo que siento. Yo insistía en que no era capaz de hacerlo, sin saber que Agnes estaba escuchándolo todo, todo, todo.

Y, cuando hablé con ella el lunes por la noche, ella ni siquiera tenía ánimo para aceptar mis explicaciones. Todo el tiempo me decía que daba igual, que lo dejase, que ya lo entendía, que no tenía ganas de decir nada a esas horas, que lo único que no entendía era por qué no se lo había dicho antes, pero que daba igual, que no necesitaba que me explicase, que ni me molestase en justificarme, que tampoco quería que le explicase nada. Y, después de mucho tiempo sin hacerlo, me hablaba en castellano; lo cual me dolía más todavía que la indiferencia con la que me hablaba, como si de repente se hubiese disfrazado de alguien que no es, como si se hubiese desprendido de su verdadera forma de ser.

No pude dormir bien esa noche, todo el tiempo pensando en lo cruel que puede ser todo, en lo fácil que es herirla. Al día siguiente, ya me hablaba en gallego, como siempre, pero desde entonces no está igual conmigo, a pesar de que seguimos compartiendo nuestros momentos más bonitos, a pesar de que me sonríe, me habla, comparte todo conmigo cuando estamos en casa, hacemos lo de siempre, pero algo le falta.

Y debo confesar una cosa: esta última vez que estuvimos en Galicia, no pude desprenderme de un miedo muy extraño que se me aferró al corazón. Disfrutaba de todos los momentos que vivíamos, pero yo tenía miedo, yo estaba asustada. Ese miedo me llevaba a no querer dejarla sola en ningún momento. Cuando, por algún motivo, decía que tenía que ir al baño y el baño estaba lejos de donde estábamos, yo iba con ella, aunque no tuviese ganas de ir. Sobre todo en el aeropuerto de Vigo, cuando estábamos de vuelta, no me separé de ella en ningún momento, no la perdí de vista en ningún momento, estuve pendiente más que nunca de todos sus movimientos, como si fuese una niña pequeña, pero no porque no confiase en ella o porque la viese demasiado triste como para saber lo que tenía que hacer, sino porque yo estaba totalmente convencida de que, en cuanto se le presentase la mínima ocasión, Agnes se escondería de nosotros y se quedaría allí, haría lo que fuese por quedarse. Por eso la agarraba más fuerte de lo normal de la mano cuando estábamos a punto de embarcar en el avión, porque tenía mucho miedo a que ella se soltase de mi mano en cualquier momento y corriese lejos de nosotros. A mi hermana le confesé en algún momento que estaba asustada y le pedí que también la vigilase. En todo momento, tuve la sensación de que Agnes desaparecería de nuestra vista en cuanto nos despistásemos. Por eso también me inquietaba tanto que fuese tan rezagada. Sobre todo en Ourense, repito, la notaba tan lejos de mí y a la vez tan cerca de sí misma que pensaba: la voy a perder, la perderé en cualquier momento sin darme cuenta. Y de verdad pasé miedo.

Y ese miedo lo tengo ahora. Tengo la intuición de que en cualquier momento se irá sin decirme nada, sin que yo ni siquiera pueda intuirlo, y por eso el lunes por la noche, cuando me di cuenta de que, por más que intentase explicarme, ella no quería saber nada de mis explicaciones, le pedí que, por favor, no se fuese sin decirme nada. Ella me dijo que cómo me iba a ir sin ella, que ella sí me quería, y recalcó ese: yo sí te quiero de verdad, de un modo que me hizo daño, pero no por sus palabras, sino porque oí más allá de su voz, oí más allá del significado de lo que acababa de decirme, pero no fui capaz de preguntarle nada más. La noté tan desalentada que a mí también se me fueron las fuerzas para seguir hablando.

Por eso digo que este último viaje fue extraño, aunque fue verdaderamente precioso. Qué bonita es Galicia, si eso no me cansaré nunca de decirlo, pero, no sé, yo pienso que estamos bien así, yendo de vez en cuando... No lo digo porque no me guste para vivir, al contrario, pienso que es un lugar absolutamente precioso para vivir y mucho más tranquilo, desde luego, sino porque me da terror empezar a desvincularme de esta vida que tanto me ha costado construirme. No sé por qué me aterra tanto eso, pero es lo que más me asusta. Y al mismo tiempo soy consciente de que estoy jugando con fuego. No sé por qué las cosas tienen que ser tan difíciles. Nadie sabe aconsejarme de verdad, nadie, ni siquiera mi hermana. Ella me dice que sobre todo mire por mí, que sobre todo actúe dejándome llevar por mi corazón, pero, claro, ella no está enamorada de Agnes, a ella no le interesa tanto su felicidad como a mí, que me importa más que nada, pero soy incapaz de hacerla feliz, soy incapaz porque tengo miedo, porque no me apetece en absoluto mudarme e irme de aquí y luchar por construirme otra vida. Me costó mucho conseguir esto y no quiero renunciar a lo que tengo, pero tampoco quiero perderla, no quiero, y sé que acabaré haciéndolo si no actúo rápido, aunque ella me dijo el otro día: ya sabes que por ti ya renuncié a muchas cosas, lo sabes, pero no sé qué creer. No la encuentro, no encuentro su esencia, aunque sigue igual conmigo, tal vez un poco distante, pero relaciono esa falta de sí misma a la tensión que está viviendo, no a que haya cambiado conmigo. Sin embargo, no la encuentro totalmente cuando la busco, no está, hay algo de ella que no está consigo misma y no sé explicar lo que es. Es como si mirases al cielo y no pudieses verlo entero o como si mirases una flor y no se presentase ante ti la mitad de sus pétalos...

Yo sé reconocer que un lugar es mágico y Galicia lo es. No dudo de que, si al final conseguimos construirnos allí una vida, viviremos mucho más tranquilas que aquí, viviremos en calma, por fin, con los agobios típicos de cada día, pero sé que viviríamos al fin en un lugar lleno de serenidad y mucho menos contaminado. A mí me gusta mucho Galicia, eso no lo voy a negar nunca. Me encantan muchos de sus rincones, especialmente la inmensa naturaleza que anega esa tierra. Sus bosques son impresionantes. Por ejemplo, la excursión que hicimos el domingo me sirvió para imaginarme más o menos en qué entorno creció Agnes, junto a qué tipo de árboles, junto a qué animales y sonidos, qué colores llenaron sus días, qué colores ella veía al explotar la primavera. Podía imaginarme perfectamente lo que ella sentiría al oír la lluvia caer, al sentir el agua limpia de los ríos. Podía imaginarme perfectamente lo unida que ella estaría a toda la naturaleza que formó parte de sus días desde que nació hasta que la arrancaron de Galicia tan forzosa y horriblemente. Yo podía sentir allí, en esa excursión, en esos bosques tan bonitos, la fuerza de la naturaleza, de la Diosa. Estaba la Diosa en cada planta, en cada susurro del agua, en la lluvia, en la niebla que nos ocultaba los árboles, en todas partes; pero, cuando intentaba comunicarle a Agnes lo que pensaba y le insinuaba que podía percibir la grandeza de nuestra Diosa, yo notaba que para ella la grandeza de la naturaleza emanaba de otro espíritu, como si hubiese para ella algo mucho más grande que la Diosa, algo superior que abarca incluso cualquier divinidad. Sí, me seguía, estaba de acuerdo conmigo, pero era como si ella supiese algo que yo desconozco, como si pensase: pobre, no lo sabe, no sabe la verdad, no sabe qué es en realidad lo más grande que hay... pero me cuesta mucho creer que ella haya perdido la fe. No puedo aceptar algo así. Es incompatible con su forma de ser. No sé si la ha perdido, pero ya no está como antes, y de eso ya hablé en otro momento.

Ahora mismo me cuesta mucho definir cómo estamos realmente. No digo que estemos mal, pero falta algo, es como si se hubiese roto algo, o a lo mejor he sido yo quien lo ha roto. No puedo negar que estoy un poco asustada y triste. No sé gestionar esto, no sé qué hacer, no puedo ir en contra de mis propios sentimientos y mis deseos, pero tampoco puedo ignorar lo que ella anhela; aunque tengo la sensación de que, si alguna de las dos tuviese que renunciar a su sueño, sería ella la primera en negarse la oportunidad de ser feliz, sería la primera en deshacer sus anhelos, en ignorarlos, con tal de que yo fuese feliz, y sé que lo haría porque lo ha hecho siempre.

La otra noche, cuando intenté explicarle el porqué de la conversación que había mantenido con mi hermana y cuando le pedí que por favor no se fuese sin mí, me dijo, textualmente lo cito: yo no me fui cuando podía haberlo hecho y no lo hice porque te esperaba, porque sabía que alguna vez volverías, por eso no me atrevía a irme y alejarme de la posibilidad de verte una vez más, porque sabía que ibas a volver, y ya ves tú cómo acabé, para qué me sirvió anímicamente que estuviese esperándote durante tanto tiempo, ya ves cómo acabé. Ella después me dijo que por supuesto que no se arrepentía de haberme esperado, pero lo que no entiende es por qué no pudo aguantar firme, por qué, según ella, no pudo ser fuerte, por qué se puso tan enferma, por qué tuve que encontrarla en el hospital en lugar de viviendo tranquilamente en algún piso pequeño, bien, simplemente viviendo. Incluso me preguntó por qué continuamente era alguien tan decepcionante, por qué no podía ser todo un poco más normal. Y después me confesó que sabía perfectamente que ya no volvería a caer de ese modo mientras siguiésemos juntas, pero que sabía también que poco a poco iría apagándose si de nuevo tiene que vivir, obligada, en un lugar que no sea Galicia. Evidentemente, yo no supe qué decirle. Eso me lo decía después de insistirme en que no era necesario que dijese nada, que ya lo había dicho todo, aunque no se lo hubiese dicho a ella directamente.

¿Y cómo gestiono yo todo esto? ¿Por qué no encuentro la forma de ser valiente para decir: vayámonos a Galicia, pasemos de todo, por qué? ¿Qué pasa, es que no me basta con saber que ella es totalmente ella misma cuando está allí? ¿Tan egoísta soy? Yo no sé cómo acabará todo esto, pero creo que por alguna parte va a reventar todo, y espero que tarde mucho en ocurrir eso.

MI hermana no duda de que, de repente, cuando menos me lo espere, algún día despertaré y ya no veré a Agnes a mi lado. Me lo dice en broma, pero yo noto que está segura de ello, de que no duda de que algún día pasará; pero yo no creo a Agnes capaz de hacerme algo así, después de todo lo que nos costó estar juntas, aunque a veces ya dudo de todo, de todo. Incluso me pregunto por qué no puede ser más paciente... aunque, cuando pienso en eso, enseguida recuerdo un sueño que tuve hace unas semanas en el que estábamos mi hermana, Agnes y yo cenando en nuestra casa y mi hermana le soltaba algo así, que por qué estaba tan ansiosa, que por qué no podía entender que las cosas llegaban cuando tenían que llegar, que por qué no entendía que yo no quería irme, que ya llegaría el momento de que pudiésemos irnos, que por qué no tenía más paciencia, y entonces Agnes se levantaba de la mesa y se encaraba a mi hermana diciendo con los ojos ya llenos de lágrimas, gritando histérica, que cómo se atrevía a preguntarle algo así, cómo se atrevía a decirle algo así sabiendo todo lo que había pasado en su vida (y lo recuerdo como si lo hubiese vivido de verdad), que estaba harta de que la retuviesen, que estaba cansada de que los demás se hiciesen cargo de su vida como si no fuese suya, como si ella no tuviese la capacidad de escoger qué quiere, que estaba ya cansada de reprimirse, que no podía más, que desde siempre aguantó estar lejos de su hogar, pero que ya no podía más. Y recuerdo perfectamente que empezaba a llorar casi sin poder respirar, sintiendo mucha rabia, y que entre sollozos nos decía que no podía más, que ya no aguantaba más, que se quería ir, que estaba harta de que le impidiesen volver, que ya no podía más. Y era horrible porque no había forma de calmarla. Por más que le pidiésemos que se calmase, ella no nos oía, era como si se hubiese introducido sola en un mundo en el que no se oían nuestras voces. Y mi hermana le pedía perdón, yo le decía que ya no tenía por qué seguir reprimiéndose, que haría lo que fuese para que pudiésemos volver, pero era inútil, no nos atendía, solamente lloraba y lloraba, temblando y diciendo que ya no podía más, que ya no podía más.

Yo no sé por qué sueño esas cosas. Tal vez esos sueños sean un aviso o sean producto de mis miedos, pero no quiero que esos momentos se conviertan en reales, no quiero, pero tampoco encuentro la forma de evitarlo.

Dentro de dos semanas, ella tiene que volver, pero yo no podré acompañarla, y le pedí a mi hermana que por favor fuese ella, pero tampoco puede ir. No sé cómo lo haremos, no lo sé, pero yo no quiero que se vaya sola, no quiero. Intentaré por todos los medios hacer algo, pedirme el viernes como día de asuntos propios, lo que sea, pero no puedo permitir ni dejar que se vaya sola, no puedo, no puedo. Me aterra brutalmente que se vaya sola, pero no porque no confíe en ella ni porque piense que se va a perder o va a pasarle algo malo, no, al contrario, allí no se va a perder nunca y nada malo puede pasarle. Tengo miedo porque intuyo que, si se va sola, no va a volver, es que no va a volver. MI hermana me llama paranoica, después de todo, después de que ella también piensa a veces que de repente Agnes se irá sin decirme nada.

Creo que podré arreglarlo e irme con ella. No creo que tenga problemas si pido el día, aunque ya pedí muchos... pero sola no puede ir.

Ya voy a dejar de escribir. Tengo cosas que hacer, entre ellas corregir trabajos y preparar los exámenes de final de trimestre, que queda ya muy poco para que lleguen, y no he hecho absolutamente nada de eso.

2 comentarios:

  1. Ese lugar que describes, San Pedro de Roca, y las condiciones de lluvia de la visita me parecen tan reales como si yo mismo lo hubiese visitado :-))))))

    Bueno, qué situación más extraña, Agnes por una parte está bien en Galicia pero por otro lado le resulta raro su comportamiento a Artemisa y hasta piensa que se va a esfumar de un día para otros, ¿eso será real o será imaginaciones suyas? ¿O es algún tipo de remordimiento de Artemisa? El caso es que su hermana piensa lo mismo...


    Me gusta mucho el párrafo donde cuenta cómo Agnes estaba al cabo de la conversación de Artemisa con su hermana, y cómo le aseguraba en castellano y como quitándole importancia, que no pasaba nada y que no se tenía que justificar; eso sí que da un poco de miedito, porque bien sé que detrás de ese tipo de actitud puede haber una rabia inconmensurable.
    Y Artemisa está parada, perpleja, sin saber que hacer, o peor todavía: piensa que tendría que irse a vivir a Galicia con Agnes pero no se atreve a plantearse en serio el asunto, así que no lo hace y se culpa de ello. Claro, no me extraña que piense que la situación va a reventar, yo diría que se va a resolver, de un modo u otro, pero es natural que tenga miedo a comprobar cómo, porque le va mucho en ello.
    ¿Y Agnes, qué estará rondando por su cabeza? Me parece que eso solo lo podemos saber echando un vistazo a su diario...

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  2. Me hace gracia comprobar que muchas de las cosas que vive Agnes son las mismas que has vivido tú. En base a tu experiencia, a tus sentimientos, haces avanzar al personaje (aunque con sus propias vivencias y sentimientos). Tiene que hacer las oposiciones igual que tú, y las dos con poco tiempo para estudiar. Ayy, yo soy positivo y creo que lo conseguiréis.

    Es extraño, que la percibiese rara en Galicia. Se supone que allí es inmensamente feliz. Quizás al pensar en la vuelta le chafase un poco el ánimo. Menos mal que vuelve, aunque espero que la acompañe...ese miedo que tiene Artemisa de que se quede y desaparezca no me parece tan improbable...

    Es triste que Agnes no aprecie tanto las cosas que no tengan que ver con Galicia. Quizás la ansiedad por volver no le deje disfrutar de lo que el planeta tierra le ofrece, lo hace, pero no con la misma intensidad. A lo mejor, al instalarse allí, todo cambie y abra puertas a otros horizontes, no para irse de Galicia, ni mucho menos, pero sí para apreciar y visitar otros lugares.

    Entiendo a Artemisa, está ya instalada en esa vida, se siente completa y feliz. Después de años de cambios, de moverse de un lado para otro, está en un lugar en el que está bien. Aunque, a ella debe costarle menos que a mi, por ejemplo, que ha viajado mucho, no le ha costado desprenderse de su vida, empezar de cero, y eso varias veces. Aunque entiendo que esta vez es diferente, se trata de su vida soñada, si siente feliz tal y como vive ahora. No sé, yo creo que ama de verdad a Agnesy al final, se irá con ella a Galicia. Es que, incluso su salud depende de ello, la misma Agnes lo admite...ya veremos.

    Una entrada muy intensa, cargada de muchas emociones encontradas y muchos miedos. ¡Me encantaaaaaa!

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