Sábado, 20 de abril de 2019
Hace mucho que no
escribo y sé que Agnes también lleva mucho tiempo sin poner por escrito lo que
estamos viviendo. La razón por la que no nos hemos dedicado a volver palabras
lo que está ocurriéndonos últimamente se encuentra en el poco tiempo del que
disponemos. Nuestra vida ahora es más bien un terremoto. Está llena de trabajo,
de cosas que hacer y de momentos extrañísimos. Al fin, desde hace justo un mes,
Laila está viviendo con nosotras. Desde que ella está en casa, nuestra vida
cambió por completo. Ahora, tenemos menos tiempo libre que nunca. Estamos
enseñándole a comportarse en casa, jugamos mucho con ella, estamos educándola y
también cuidándola todo lo que nos es posible. Tanto Agnes como yo nos
desvivimos por ella. Es un ser adorable del que las dos estamos completamente
enamoradas. Yo sabía que Agnes y ella se adoraban, pero no me imaginaba que el
vínculo que se establecería entre ellas sería tan fuerte. Lo que me resulta más
curioso es que era yo la que deseaba tener un perro, no ella, no era Agnes
quien insistía en que adoptásemos a Laila, sino yo, y resulta que es Agnes
quien se lleva mejor con Laila, resulta que es Agnes la persona sin que Laila
es incapaz de vivir. No estoy celosa ni molesta. Simplemente, me parece que, a
veces, la vida se ríe de mí; pero tampoco me importa que Laila y Agnes estén
tan unidas, al contrario, me parece precioso que haya nacido ese lazo tan
fuerte entre las dos. En realidad, somos Agnes y yo quienes la alimentamos,
quienes cuidamos de su salud, quienes salimos a pasear con ella, juntas
siempre, las tres, aunque es cierto que Agnes es quien más ganas tiene de salir
a caminar por el paseo de las Ninfas o por el centro de Ourense. Yo me siento
agotada, muchas veces, y lo único que me apetece cuando llego del trabajo a
casa es tumbarme, cerrar los ojos y permitir que pasen horas sin que haya nada
en ellas. Estoy en una época en la que no me encuentro y a la vez todos me
necesitan, todos, incluso la madre de Agnes, en muchas ocasiones, prefiere
conversar conmigo durante horas porque hay cosas que no quiere hablar con su
hija, cosas relacionadas con el estado anímico de Agnes o con ella misma. Mi
hermana me echa en cara que no le presto toda la atención que ella espera de
mí, Agnes también me necesita, aunque ella no me lo dice con palabras, sólo con
miradas que gritan mucho más que cualquier voz, y lo más importante es que yo
me necesito a mí misma, pero no encuentro esa parte de mí que me pueda ayudar.
No estoy quejándome de mi vida, nunca podría hacerlo porque en realidad es
maravillosa. Sólo estoy desahogando lo que siento porque se me está acumulando
todo y no sé a quién contarle todo esto. Y tiene mucho sentido que haya sido yo
la primera en escribir después de tanto tiempo sin hacerlo, y no Agnes, porque
Agnes no se quiere enfrentar a lo que está viviendo, no quiere convertir en
palabras lo que lleva por dentro.
Estamos viviendo una
época maravillosa, es cierto. Ahora estamos en la aldea. Laila adora este
lugar. Ama la casa de Anxos, sobre todo la lareira, y Agnes se pasa las horas
fuera de casa con ella, caminando por el bosque. Laila se conoce perfectamente
el camino que conduce a la orilla Del Río y son capaces de pasarse las horas
allí sentadas enfrente Del Río, como si Laila también encontrase en ese lugar
toda La Paz que le falta al mundo.
Anxos también adora a
Laila. En realidad, es una perrita muy buena que parece hablar con los ojos. No
es muy grande todavía y, por eso, Agnes tiene que tomarla en brazos cuando nota
que ya está cansada de andar. Me resulta muy bonito que Agnes esté volcándose
tanto en ella. Creo que Laila es una razón que tira de ella, que la ayuda a no
caer definitivamente, que incluso la anima a abrir los ojos todos los días;
pero todavía tenemos que habituarnos a este ritmo de vida. Antes, llegábamos a
casa y podíamos permitir que el tiempo se fuese sin que tuviésemos que pensar
en nada. Ahora, eso es imposible. Tenemos que estar pendientes de ella en todo
momento. Es evidente que no me molesta que Laila precise tanto de nosotras,
para nada.
Laila ha traído mucha
luz a nuestra vida, pero todavía es demasiado joven para que podamos relajarnos
con ella. Tenemos que vigilarla en todo momento para que no se lleve a la boca
algo que no debe ingerir ni morder. Tenemos que enseñarla a comportarse con
otros perritos cuando se encuentra con alguno porque su manera de jugar es muy
eufórica y hay perros que se pueden molestar con ella.
Sin embargo, estamos
muy felices con ella. Nos reímos muchísimo con sus ocurrencias, somos muy
felices cuando comprobamos que aprende muy rápido todo lo que le estamos
enseñando y también nos derretimos de ternura cada vez que ella se lanza a
nosotras para lamernos la cara o las manos, cuando nos mira o cuando nos sigue
serenamente a todas partes, aunque siempre es Agnes quien llama más su
atención, a quien sigue a todas partes.
Mas, en este mes, no
ha sido Laila lo único que ha ocupado nuestro tiempo y nuestras preocupaciones.
Hay otros motivos por los que no hemos podido escribir ninguna de las dos, y
mucho menos Agnes. No quiero contarlo porque me duele, porque tanto a Agnes
como a mí nos parece que esto que está ocurriendo no es real, porque ninguna de
las dos quiere reconocerlo. A Agnes le cuesta mucho aceptar lo que le está
pasando e incluso, en alguna ocasión, se ha llegado a molestar conmigo sólo
porque se lo he insinuado; pero ella sabe perfectamente que no puede huir de la
realidad, que la realidad siempre estará ahí esperándola y, por mucho que lo
niegue, las cosas no van a cambiar, por mucho miedo que le dé reconocerlo.
Hace prácticamente un
mes, volvió a haber incendios muy graves aquí en Galicia. Esta vez, le tocó
sufrirlos a Rianxo. Evidentemente, Agnes llevó muy mal esa situación, aunque
las consecuencias de su profunda tristeza no se manifestaron hasta pasada una
semana de los incendios. Yo sabía que lo llevaba mal, que, a escondidas de
todos, lloraba y que sentía mucha impotencia; mas, esta vez, yo intuía que no
estaba afectándole sólo que hubiese incendios de nuevo, sino que hubiese
incendios, simplemente, que su tierra nunca pudiese librarse de la maldición
que lanzan sobre ella esas personas que la queman. Yo intuía que algo estaba a
punto de pasar, que esta vez Agnes no dejaría ir la tristeza sin más, como lo
hizo en otras ocasiones en las que también hubo incendios. Yo leía algo
distinto en su mirada. Además, justamente esos días, Casandra empezó a opinar
sobre ella cosas que, por supuesto, no eran nada agradables. He de decir que
con mi hermana ahora mismo mantengo una relación muy punzante. Todo empezó justamente
esos días en los que desahogaba toda su frustración con Agnes y conmigo.
Siempre que hablaba con ella, me echaba en cara que llevase tantos meses sin ir
a verla, incluso le parecía mal que adoptásemos a Laila porque decía que, si la
teníamos, iba a ser mucho más difícil ir a Cataluña a verla y, sobre todo, mi
hermana parecía culparme de que ella se hubiese enamorado de Gabriel. Eso fue
la gota que colmó el vaso. Hubo un día en el que me enfadé mucho con ella
porque no dejaba de teñir de una energía horrible la conversación que estábamos
manteniendo. Incluso le colgué el teléfono cuando me dijo que estaba
desperdiciando mi vida trabajando en una cafetería y cuando se atrevió a decir
que faltaba muy poco tiempo para que Agnes tuviese otra recaída. Esa discusión
la tuvimos justo cuando Galicia sufría otro horrible incendio.
Lo peor no fue la
discusión que tuvimos mi hermana y yo. Lo peor es que tenía razón. Al cabo de
una semana, una mañana en la que teníamos más trabajo de lo normal, Agnes me
confesó que no se encontraba bien, que necesitaba encerrarse en algún lugar al
que no llegase ningún sonido y en el que nadie la encontrase. Enseguida me di
cuenta de que le temblaban las manos y de que se reprimía unas intensísimas ganas
de llorar. La tomé del brazo y nos encerramos juntas en el baño. Al instante,
Agnes empezó a tener una fortísima crisis de ansiedad que parecía
incontrolable. Lloraba profundamente y cada vez le resultaba más difícil
respirar. Mientras la calmaba como podía, escribí a Silvia y le pedí que
viniese cuanto antes a la cafetería porque la necesitábamos mucho. Le conté que
Agnes no se encontraba bien y que precisábamos ir a casa. Silvia vino en unos
diez minutos, pero, mientras no aparecía, Agnes empeoraba sin cesar. Yo no
podía tranquilizarla, por mucho que me esforzase, por mucha agua que le diese,
por muchas palabras de apoyo que le dijese, por mucho que le apretase las
manos. Ella sólo exclamaba que se moría, que se encontraba muy mal, que no
podía respirar, y era cierto, no podía respirar, era como si no le funcionasen
los pulmones, como si el aire que la rodeaba no fuese aire, sino agua. Yo no
sabía qué hacer. Quería llamar a una ambulancia, pero tampoco podía hacerlo sin
que estuviese Silvia con nosotras. Además, Agnes empezó a temblar cada vez con
más intensidad y yo no sabía cómo dominar esa crisis tan fuerte. Para colmo,
había fuera un montón de clientes que esperaban nuestra atención y eso parecía
poner a Agnes más nerviosa.
Al fin, cuando llegó
Silvia y la vio en ese estado, llamó a una ambulancia, pero fue lo peor que
pudimos hacer. Silvia atendió a los clientes mientras la enfermera que vino con
la ambulancia y yo llevábamos a Agnes a la calle por la puerta trasera de la
cafetería. En cuanto Agnes notó que alguien desconocido y, además, vestido de
blanco la tomaba de los brazos y le hablaba, perdió la poca serenidad que le
quedaba. Yo no sé qué se le pasó por la cabeza cuando vio que la llevábamos a
la ambulancia, cuando vio a esa enfermera intentando calmarla. Empezó a pedir a
gritos que la dejásemos en paz, que la soltásemos y que no la tocásemos. Todo
empeoró cuando la enfermera intentó darle a Agnes algo para que se serenase. En
ese momento, ni siquiera pregunté qué pretendía darle, sólo quería que ella
estuviese sosegada porque la veía a punto de perder la consciencia, y, de
hecho, eso no tardó en ocurrir. El ataque de ansiedad que sufría se mezcló con
el ataque de pánico que le provocó ver a la enfermera vestida de blanco y notar
que la llevaban a algún sitio que ella no conocía. A mí me costaba mucho saber
qué síntomas sufría, pero era totalmente consciente de que aquella crisis no
pasaría sin más.
Me dijeron que tenía
una taquicardia muy fuerte, que el oxígeno no acababa de llegarle a la sangre
porque no respiraba bien y que tenía alucinaciones porque no dejaba de declarar
cosas que no estaban ocurriendo. Yo era incapaz de aceptar que aquello fuese
real. Incluso, mientras viajábamos en la ambulancia, instaba a Agnes a que
mirase a su alrededor para que fuese consciente del lugar en el que nos
encontrábamos, pero era inútil tratar de llamar su atención porque ella lo
único que notaba era que la estaban llevando a algún sitio en el que,
evidentemente, ella no quería estar, sólo notaba que se encontraba muy mal,
sólo creía que estaba a punto de morir. Se quejaba de que le iba muy rápido el
corazón y que le dolía la cabeza, que tenía frío, que le costaba respirar, que
se ahogaba y que quería estar en casa. Además, pedía que la dejásemos en paz,
declaraba que ella estaba bien… pero no lo estaba. Estoy hablando de algo que
ocurrió en unos pocos minutos. Desde que conseguimos que entrase en la
ambulancia, su consciencia duró apenas unos dos minutos. Yo no sé qué le hizo
perder el conocimiento, pero de pronto me di cuenta de que había cerrado los
ojos, aunque todavía temblaba y, por supuesto, el corazón aún le latía muy
rápido, tanto que pensaba que se le detendría en cualquier momento. Yo apenas
recuerdo lo que ocurrió entonces. Sólo sé que se la llevaron a no sé dónde, me
dijeron que esperase, sé que la obligaron a tomar algo que, seguramente, ella
ni siquiera reconocería, sé que al final consiguieron que su corazón recuperase
su habitual pulso… pero yo estuve esperando en una sala sin saber cómo
interpretar lo que estábamos viviendo, sin poder creerme que aquello estuviese
ocurriendo, y lo que sobre todo me costaba era aceptar que aquello estuviese
sucediendo en Ourense. Incluso me preguntaba qué nos quedaría si ni siquiera en
Ourense Agnes era capaz de estar bien; pero me negaba a pensar que Agnes estaba
teniendo una recaída. Sólo intentaba convencerme de que aquello era únicamente
una crisis que pasaría y que, después, todo volvería a la normalidad. No podía
pensar con claridad porque, sinceramente, estaba de verdad muy, muy asustada,
tan asustada que no podía ni llorar.
Lo único que se me
ocurrió fue llamar a mi hermana, sin acordarme de que hacía días que no nos
hablábamos, olvidando que le colgué el teléfono en la última conversación que
habíamos mantenido. Mi hermana me contestó al teléfono con una acritud horrible
y con una sequedad que me hirieron profundamente, pero no le di importancia a
cómo me habló porque lo único que me interesaba en ese momento era Agnes y
necesitaba a horrores hablar con alguien, decirle a alguien que Agnes no estaba
bien y sobre todo pedir consejo porque me encontraba perdida en nuestro mundo;
el cual de repente había dejado de ser seguro. Era como si alguien hubiese
resquebrajado las nubes en las que estábamos viviendo, entre las que, de vez en
cuando, se colaba alguna nube de tormenta, pero ésta siempre acababa pasando
dejando algo de lluvia y luego volvía todo a la normalidad. Me sentía como si
alguien hubiese pisoteado las flores de un prado amado, como si hubiesen
contaminado el agua de nuestro río.
Le conté a mi hermana
que estábamos en el hospital, que Agnes había tenido una crisis horrible y que
en esos momentos ni siquiera sabía qué estaban haciendo con ella. A mi hermana
lo único que se le ocurrió decir fue: “sabía que iba a pasar tarde o temprano,
ya te lo dije”. Le pregunté de qué me servían a mí esas palabras en ese momento
y ella sólo me dijo: “siento que estés pasando por esto, pero ahora mismo no te
puedo atender porque tengo muchos clientes en la herboristería” y acto seguido
me colgó.
Fue como si se
derrumbase un iceberg sobre mí. Me sentí helada, sin saber qué pensar, sin ni
siquiera poder llorar, porque todo mi interior se había congelado. Me quedé
sentada en la silla que ocupaba con el móvil en la mano sin ni tan sólo notar
la textura del aparato. Rápidamente, hice un repaso a las personas que conocía
en busca de alguna con la que pudiese hablar, pero ninguna me parecía adecuada.
No quería llamar a Anxos porque no quería preocuparla, tampoco quería hablar
con Damián porque sabía que él no me guardaría el secreto de que Agnes estaba
mal. No tenía ninguna amiga en ese momento a la que le tuviese suficiente
confianza para explicarle cómo me sentía (y además las amigas que tenemos aquí
no saben nada sobre la enfermedad de Agnes) y tampoco quería molestar a Silvia,
que bastante había hecho por nosotras quedándose al mando de la cafetería ella
sola con toda esa cantidad de clientes. Entonces, sin poder preverlo, en esos
momentos eché muchísimo de menos a Lúa. Pensé en ella con una desesperación con
la que nunca había pensado en ella y supe, en un instante, que, si ella
estuviese allí, todo iría mucho mejor, ella sabría cómo tratar a Agnes en esos
momentos y sabría tranquilizarla, y no sólo porque Lúa era psicóloga, sino
porque conocía muy bien a Agnes. La conoció, en muy poco tiempo, mucho mejor
que muchas personas que llevaban comunicándose con ella durante años.
Al cabo de media
hora, aproximadamente, vino a buscarme una enfermera que me llevó hacia nuestro
doctor, quien había visitado a Agnes de urgencias y, por suerte, había sabido
tranquilizarla. Me comentó, antes de entrar en su consulta, que Agnes estaba
mucho más tranquila, pero que le convenía descansar y alejarse de todo un
tiempo, que sabía que esta crisis iba a dejarla hundida y que no se recuperaría
hasta que transcurriesen unos días. Me contó que Agnes estaba profundamente
desmoralizada y que ni tan siquiera quería hablar.
No puedo negar que
sabía perfectamente que le habían administrado alguna medicina que la había
ayudado a relajarse, pero no quería reconocerlo delante de ella y no sabía si
ella conocía esa realidad, aunque tampoco tenía motivos para creer lo
contrario.
Cuando me senté a su
lado, ni siquiera me miró. Me tomó dulcemente de las manos y me pidió que
fuésemos a casa, me dijo que quería estar en su casa, en la aldea, que no
quería que ninguna persona desconocida más la mirase, ni le hablase ni la
controlase. Le pregunté al doctor si podíamos irnos a casa y me dijo que sí.
Salimos del hospital con mucha calma. Agnes no me soltó de la mano en ningún
momento hasta que llegamos a nuestra casa. Yo tampoco me atrevía a decirle
nada. Esperaba que fuese ella quien hablase, pero Agnes no decía nada tampoco;
aunque sabía que no era necesario decir nada. Llamé a Damián y le pregunté si
podía venir a buscarnos lo antes posible. Me dijo que sí, pero no me preguntó
qué ocurría, pese a saber que algo extraordinario estaba sucediendo. Creo que
no es necesario decir que todavía no he conseguido sacarme el carné de conducir
y dudo mucho de que algún día lo consiga. Estoy a punto de rendirme. Yo no sé
cuántas veces he suspendido ya.
Cuando llegamos a la
aldea, Agnes sólo nos pidió que la dejásemos descansar en su cuarto y que no la
molestásemos hasta que ella saliese de allí. Evidentemente, yo no la dejé sola
en ningún momento. Le prometí que no le hablaría, que estaría leyendo a su
lado. No quería dejarla sola. No quería que estuviese sola porque podía intuir
lo mal que se sentía y además era consciente de que ella, en realidad, no
quería estar sola. Únicamente se sentía avergonzada, tristísima, tan triste y
desmoralizada que ni tan sólo se atrevía a hablar consigo misma.
Fueron unas horas muy
extrañas. Pasaron como si en verdad no existiesen, como si al tiempo le diese
miedo fluir por la Historia. Agnes estuvo llorando mucho, pero yo ni siquiera
le preguntaba por qué lloraba. Sólo la dejaba desahogarse. Sabía que ella
hablaría cuando lo necesitase, pero los días pasaban, y ese momento parecía no
poder llegar nunca. Agnes eludía el tema de aquel ataque de ansiedad. Cuando
intuía que le preguntaría sobre cómo se encontraba, empezaba cualquier
conversación que no se relacionaba en absoluto con su estado anímico.
Mas yo la veía tan
distinta… Casi no hablaba, estaba muy ausente, se pasaba prácticamente todo el
día con un libro en la mano, pero yo sabía que apenas leía, sabía que le
costaba mucho concentrarse.
Anxos tampoco la
agobió con preguntas. Estando ella y yo a solas, entonces sí le hablé
libremente sobre la crisis que Agnes había padecido, pero, delante de ella, no
se hablaba del tema. Sabíamos que a ella le convenía que no lo recordásemos,
que, por unos días, hiciésemos como si no hubiese ocurrido nada, que viviésemos
como si, en verdad, ella sólo necesitase unos días para desconectar.
Evidentemente, yo sí
tuve que ir a trabajar al día siguiente, pero Damián me recogía al salir yo del
trabajo y me llevaba a la aldea. Estuvimos allí durante una semana, hasta
principios de abril. Cuando Agnes me dijo que se encontraba mejor, entonces
volvimos a Ourense, pero Silvia le dio unos pocos días más de fiesta para que
terminase de recuperarse. Yo sabía que, en esos momentos, la compañía de Laila
estaba ayudándola mucho. Laila no se separaba de ella en todo el día. Estaba
junto a ella, tumbada a su lado, mirándola, cuidándola, como si en realidad
ella pudiese evitar otro nuevo ataque. Me parece muy bonito que los perros
puedan detectar con tanta claridad nuestros sentimientos.
Cuando llegamos a
Ourense, entonces sí me atreví a preguntarle a Agnes cómo se encontraba y le
comenté que teníamos que hablar ya del tema, que no podíamos seguir eludiendo
esa conversación tan importante. La respuesta de Agnes me dejó tan helada como
la forma como me había hablado mi hermana. Me dijo (lo cito textualmente,
traduciéndolo, evidentemente): “no estamos eludiendo ninguna conversación
porque no tenemos nada de qué hablar, así que sigamos con nuestra vida como antes”.
Yo sabía que ella sólo tenía miedo, que estaba tan asustada como yo, por eso no
le insistí.
Al cabo de unos días,
antes de irnos a dormir, volví a insistirle a Agnes con la pregunta de cómo se
encontraba y qué pensaba sobre su estado. Desde aquella mañana, Agnes ya no
había vuelto a ser la misma. Tenía los ojos tristísimos, no hablaba apenas en
todo el día y yo sabía que se encerraba en el cuarto de baño para ocultarme que
lloraba. No quería llorar delante de mí, pero yo la conozco mucho mejor de lo
que ella piensa. Aquella noche, le dije que no podía ocultarme nada, que me
daba cuenta de todo y que me sorprendía que no quisiese desahogarse conmigo,
que no entendía por qué no quería contar conmigo en esos momentos. Le prometí
que yo iba a estar con ella para siempre, en los momentos buenos y en los
malos. Entonces, ella me confesó que, si no quería hablar del tema, era porque
no quería enfrentar la horrible realidad que la estaba atrapando. Me confesó
que tenía muchísimo miedo, que ya no podía seguir negando que no estaba bien,
que no se encontraba bien, que cada día tenía más miedo y que estaba muy
decepcionada consigo misma. Yo la animé diciéndole que una mala época la tenía
cualquiera, que tener ansiedad no era algo tan extraño, que el hecho de que
hubiese sufrido ese ataque tan fuerte no significaba que ya hubiese recaído…
pero entonces ella me confesó que sabía perfectamente que lo que estaba
ocurriéndole era una recaída, que conocía perfectamente los síntomas de esas
recaídas y que todo lo que sentía era idéntico a lo que le sucedía cuando tenía
alguna crisis. Le pedí que, aunque estuviese segura de que lo que estaba
pasando era una crisis, no se rindiese, le dije que era mucho más fuerte de lo
que nadie creía y que, si de vez en cuando tenía alguna crisis, tampoco iba a
acabarse el mundo. No obstante, propuse que buscase ayuda, pero ella no quiere
saber nada ni de psicólogos ni de psiquiatras y en eso no puedo llevarle la
contraria porque ir al psicólogo es una decisión muy personal.
Desde entonces, Agnes
está distinta, pero también sé que, cada vez, se encuentra mejor. Volvió al
trabajo a mitades de abril y parece ser que, de momento, está estable. Laila
también la ayuda mucho y Agnes está muy ilusionada con ella. Me alegra mucho
que tenga ilusión por algo. Además, tampoco ha perdido el amor que siente por
su tierra. Sigue amando este lugar más que a sí misma y se pasa horas caminando
por Ourense junto a Laila. Lo que me impresiona es que Agnes sea capaz de
enfrentarse a todo lo que compone sus días pese a sentirse mal, pese a estar
nerviosa o triste. Por eso afirmo con tanta rotundidad que ella es mucho más
fuerte de lo que nadie cree. También pienso que el hecho de estar aquí la ayuda
a tener ganas de luchar por su bienestar anímico.
Con quien todavía no
he conseguido reconciliarme es mi hermana, pero es que yo no pienso mover ni un
dedo para solucionar las cosas con ella. Sé, por Gabriel, que ha hablado
bastante con Agnes estos días, que mi hermana está negándose continuamente a
que se vean porque, según ella, no quiere atarse a alguien que vive tan lejos y
que no va a mudarse a Cataluña por ella, pero ella tampoco está dispuesta a
abandonar su vida para vivir con Gabriel. Me da mucha pena que mi hermana
piense de esa manera, pero es sólo su problema. Si ella no es capaz de luchar
por lo que desea realmente, los demás no vamos a hacerlo por ella y mucho menos
voy a preocuparme por su felicidad. Ya lo he hecho suficiente y lo único que
ella ha sabido devolverme han sido malas palabras, rencor, envidia y
sentimientos estúpidos que nadie debería mostrar ante su hermana. Es cierto que
la quiero muchísimo, pero hay cosas que el amor no puede justificar ni tolerar,
y nunca debería hacerlo. El problema lo tiene ella, no me cabe ninguna duda de
ello, y sé que el tiempo aliviará esas emociones que le ensucian el alma.
Cuando eso ocurra, yo estaré aquí para recibirla con todo el amor que siento
por ella. Hay momentos de nuestra vida en los que el mundo nos parece un lugar
hostil en el que sólo encontramos amenazas a nuestro alrededor. Esas supuestas
amenazas encienden en nuestro ser emociones de impotencia y rabia contra las
que no somos capaces de luchar y cualquier hecho intensifica esas emociones tan
nocivas. Sólo el tiempo o alguna experiencia inesperada pueden mudar nuestro
estado anímico. Mientras tanto, vivimos encerrados en una burbuja de rencor que
nadie puede resquebrajar. Sólo nosotros tenemos en nuestras manos la aguja que
puede hacer estallar esa burbuja, pero tenemos que aprender a encontrarla y,
sobre todo, a usarla.
Y creo que eso es
todo lo que me apetecía contar. No pierdo la esperanza de que Agnes estará cada
vez mejor. Ayer, a las cinco, vino a buscarme al trabajo con Laila. Al verlas
caminando, calle arriba, hacia mí, al ver a Agnes sonriéndome con tanto amor,
pensé que todo estaba bien, creí que la vida seguía siendo hermosa, aunque hubiese
momentos difíciles que parecen deshacernos.
Vaya, no esperaba que la vuelta fuese tan intensa y ni mucho menos tan triste. El lado bueno de todo esto es Laila. Esa perrita ha conseguido consolar, animar y dar cariño a ambas, sobretodo a Agnes. En un principio, Agnes no quería tenerla, pensando en todos los inconvenientes que conllevaba hacerse cargo de Laila, pero ahora mismo, sería incapaz de vivir sin ella y son inseparables. Esto lejos de molestar a Artemisa, le gusta. Laila es un apoyo más para ellas y una ayuda muy grande para Agnes ante su recaída tan mala.
ResponderEliminarLa recaída es terrible, es la primera vez que le ocurre en Galicia. Ahora está claro que aunque Galicia la calmaba, no es la cura para su enfermedad y que puede estar enferma en todos sitios. Da rabia, pues pensaba que mientras estuviese ahí, no recaería. Ahora se abre ante ellas un mar de preocupaciones y miedos. Si Galicia no la cura, ¿habrá algo que de verdad lo consiga? Al menos espero que esta recaída sea la única, o que la supere. Ella sabe cuales son los síntomas de una recaída, así que al menos puede estar alerta antes de que le ocurra (como Raúl con los ataques epilépticos). Da pena, justo cuando debería ser más feliz, estando en Galicia, con su madre, Artemisa y Laila. Los incendios quizás han influenciado mucho para que recaiga.
Por otro lado está Casandra. Se ha convertido en la mala, en la persona que nadie quiere ver. No es la sombra de lo que era, una persona totalmente distinta a esto. No es justa y eso que ha hecho, de colgar a su hermana el teléfono en un momento tan crítico cuando necesita ayuda, es imperdonable. Está desquiciada ,atrapada quizás en una vida que no la complace, deseoso de escapar con Gabriel, pero como no es capaz, lo paga con su hermana y Agnes. Muy mal, es decepcionante...
A ver como sigue, pero parece que las cosas no van mejorando y eso me entristece, les toca ser felices de una vez por todas.
La división entre animales y personas es enormemente presuntuosa, porque basta relacionarse con cualquiera de ellos en profundidad para comprender que son seres independientes, con su dignidad, su influencia, su personalidad. Y un perro es posiblemente uno de los que llevan casi al extremo todo esto, así que no me extraña que Laia haya supuesto una revolución en el día a día de Artemisa y Agnes, es más, las ideas preconcebidas de con quién se va a llevar mejor, etcétera, se han ido al garete a las primeras de cambio: normal.
ResponderEliminarTodo esto sería un motivo gozoso de comentario, si no fuera porque Agnes ha caído de nuevo en una depresión, bueno, no sé cómo llamarlo, en una crisis, ha tenido un ataque de ansiedad, se puede expresar de muchos modos. Seguro que no hay una sola causa para ello, por más que parezca evidente la conexión con los incendios, pero cuando una persona cae, sea por enfermedad o por lo que sea, no suele ser una sola cosa lo que la tumba; Agnes tiene presión por el trabajo, por la perrita, por su pareja y su hermana... y claro, por los incendios también. La escena con la ambulancia me ha dejado consternado, como lector sentía una enorme impotencia, es como cuando de pequeño veía los guiñoles y el polichinela se acercaba justo al árbol detrás del que se escondía el lobo y todos los niños gritábamos "ahí no, vete, vete"; bueno, pues más o menos lo mismo. Y lo que más siento es que Agnes se plantee todo como un fracaso personal, ¡esa es justamente la forma equivocada de ver las cosas! ¿cómo va a sentirse decepcionada por estar mal? ¿quién es? ¿supermeiga ourensana? No, es un ser humano, y que algo le salga mal es perfectamente posible, acudir a aquello de "yo tengo al culpa" resulta totalmente injusto y contraproducente. Pero ella es así, tiende al autodesprecio, y en cierto modo a la autodestrucción. Ojalá tenga la capacidad de comprensión suficiente y se perdone.
El resto es menos importante, esta tarea en parte ha de ser también la de Artemisa, y los problemas con su hermana, sin negarlos, deberían ocupar un lugar muy secundario en sus preocupaciones. Ojalá en las entradas que vienen las cosas vayan por ahí, y posiblemente Laila tendrá también algo que decir en esta historia.