viernes, 20 de enero de 2017

LA LLAMA DE UGVIA: CAPÍTULO 14. PERDIDA ENTRE LOS MUNDOS




14

 

Perdida entre los mundos

 

Las noches de invierno son el más puro reflejo de la falta de vida. El aliento helado que vaga por doquier, congelando las hojas, haciendo temblar la hierba que crece tímidamente entre las áridas rocas, se introduce hasta en el alma más fuerte y la vuelve gélida como un páramo vacío e interminable.

Cuando Artemisa, Agnes, Gaya y Gilbert salieron de la casa de Artemisa, notaron que aquella noche estaba anegada en sombras pétreas que ni siquiera les permitían atisbar el resplandor más sutil. Las estrellas titilaban tras una densa capa de nubes que, lentamente, fueron descendiendo a la tierra, convirtiéndose en una espesa niebla que le impidió a Gilbert conducir con serenidad.

No querían recordar que llevaban a Neftis en el maletero del coche, pues saber que la tenían allí, encerrada y sin vida, los sobrecogía a todos muchísimo; pero Artemisa no podía desprenderse de la inquietud que aquel hecho le suscitaba. Además, le parecía que cada vehículo que veía transitando la carretera por la que ellos circulaban podía entrometerse en aquel momento. Creía que todas las personas que se encontraban en el interior de aquellos coches intuían lo que iban a hacer. Estaba tan sugestionada por la apariencia tétrica de aquella noche de finales de enero que permaneció durante todo el viaje aferrada a la mano de Agnes sin soltarla ni un ápice. Agnes se la presionaba asegurándole con su cercanía que no debía temer y que todo saldría bien; pero ni siquiera el hechizo más potente habría podido sosegarla.

Estaba deseando llegar al lugar que se convertiría en la cuna de la muerte de Neftis; pero, cuando atendía a aquellos deseos, se estremecía al recordar que tendrían que transportarla hasta lo más recóndito de aquel solitario bosque y luego, con un esfuerzo inmenso, horadar en la tierra un profundo socavón en el que depositarían su cuerpo ya inerte.

     Si la niebla se vuelve más densa, tendremos que parar —indicó Gilbert con paciencia.

     No, no, no, no, por favor —susurró Artemisa.

     Artemisa, debes intentar relajarte. Capto tu energía negativa y me aturdes —le pidió Gaya tratando de parecer serena, pero Artemisa adivinó que estaba tan asustada y nerviosa como ella—. Tenemos que permanecer sosegados para que todo salga bien.

     Es que no va a salir bien. Por la Diosa, que pase todo esto ya —rogó Artemisa cubriéndose los ojos con la mano que le quedaba libre. De repente notó que la mente se le nublaba, como si los nervios y la tensión que la dominaban se hubiesen convertido en el reflejo de esa niebla que les impedía circular serena y rápidamente. Cuando habló, detectó que su voz sonaba lejana. Se encontraba tan extraña que apenas podía comprender lo que estaba acaeciéndole—. Agnes, ¿qué presientes?

     Presiento que, si seguimos circulando, vamos a tener un accidente, así que, Gilbert, lo mejor será que te detengas y esperemos a que la niebla se disipe un poco.

     No podemos parar ahora. No hay ningún lugar que nos lo permita.

     ¡Tenemos que parar! —gritó de repente Agnes a la vez que surgía de la niebla una sombra que hizo derrapar el coche en el que viajaban. Gilbert dio un fuerte giro que descontroló la dirección de aquel vehículo—. ¡Por la Diosa, Gilbert!

     ¡No, Hécate, por favor! —suplicó Artemisa intentando controlar sus nervios.

Entonces notaron que el coche se chocaba contra algo que no pudieron reconocer. El golpe no fue tan fuerte como pensaban, pero se esparció por el interior del vehículo un intenso e inquietante olor a humo que los desasosegó muchísimo más que cualquier impacto potente.

     Por la Diosa —suspiró Gaya frustrada.

Justo cuando creían que Gilbert revelaría lo que había ocurrido, otro golpe agitó el coche con potencia, moviéndolo de un lado a otro como si alguien lo zarandease. Oyeron cómo se rompían algunos vidrios y algo estallaba repentinamente.

     Pero ¿qué es lo que pasa? —exclamó Gaya asustada.

     No lo sé. La niebla no me permite ver nada y, además, se han roto los faros.

     Los coches que circulan detrás de nosotros no nos ven —propuso Agnes perdiendo definitivamente la calma—. ¡Salgamos cuanto antes!

     No puedo salir por aquí. La puerta se ha hundido —declaró Gaya.

     ¡Si no salimos de aquí, va a ocurrir algo horrible! —insistió Agnes nerviosa.

     Intenta salir en mitad de la nada, con esta niebla, y sí ocurrirá algo horrible —apuntó Gilbert también perdiendo la paciencia.

     ¡Tenemos que salir!

Justo entonces otro golpe los agitó. Esta vez el coche se movió hasta darse prácticamente la vuelta. Estaban atrapados en un amasijo de hierros y de fragmentos quebrados. Los cristales de las ventanas saltaron en pedazos. Artemisa notó que se le clavaban a través de la ropa y que Agnes pugnaba por apartarla de algo que ella no podía ver ni sentir.

El intenso olor a humo que ya antes los había paralizado se volvió muchísimo más asfixiante y los rodeó a todos. Artemisa empezó a toser con ferocidad. Aquel humo no se asemejaba en absoluto al que emanaba de las hogueras sagradas, pues ahogaba como si brotase del incendio más destructivo de la tierra. Dejó de percibir su entorno. Solamente oía estallidos y sonidos que no podía identificar; pero sentía junto a ella a Agnes y aquello la serenaba.

     Agnes.

     Esto es el fin —musitó Agnes con un hilo de voz. sonaron sus palabras tan lejanas que Artemisa creyó que procedían de una dimensión distante e irrecuperable.

El humo le impedía respirar y perdió la consciencia en menos tiempo del que pensaba que podía perderla. Lo próximo que sintió fue que la agitaban para devolverla a la vigilia de la realidad. Alguien la llamaba con ahínco y oía que la rodeaban sonidos agudos que no podía relacionar con nada que hubiese conocido antes. Otra persona la tomaba de la mano y se la presionaba con fuerza.

     ¡Artemisa! ¡Artemisa!

     No, no, no...

     Despierta, Artemisa.

Agnes era quien la apelaba con tanta delicadeza. Cuando abrió los ojos, se descubrió dormida entre sus brazos, con la cabeza apoyada en el pecho de aquella mujer que con tanto cariño la trataba. Estaba confundida y no podía determinar dónde se hallaba. Notó que el lugar en el que se encontraban se movía sutilmente y que la oscuridad las rodeaba.

     ¿Qué ha ocurrido? —le preguntó con un hilo de voz.

     No lo sé. De repente te has abrazado a mí y te has quedado dormida. No te preocupes por nada. Todo va bien. No me mires así, por favor —le suplicó ruborizándose.

     Mirándote es la única forma de regresar a una realidad que no me duela y que pueda acogerme.

Artemisa había alzado la cabeza y se había hundido hondamente en los ojos de Agnes, quien en esos momentos también la miraba con entrega y profundidad. Estaban tan cerca que podían aspirar el mismo aire, templado y limpio.

     Tienes mucho miedo. La Diosa a veces nos permite dormir para que no sigamos sufriendo y es eso lo que te ha ocurrido a ti. Estabas muy nerviosa, asegurando que todo iría mal.

     Ahora mismo no me importa donde esté, pues hallándome entre tus brazos es la única forma de sentir que me encuentro en alguna parte.

     Tú también eres mi hogar —musitó Agnes acercándose más a Artemisa y rozándole delicadamente los labios con fugacidad. Ninguna de las dos se acordaba de que no se hallaban solas, de que Gaya y Gilbert estaban percibiendo nítidamente todos los detalles de ese momento.

     Hay algo que no entiendo. Lo que he soñado...

     Lo que has soñado es sólo eso, una pesadilla.

     Pero era muy real...

     Pero no lo es.

     ¿Desde cuándo he estado dormida?

     Desde que Gilbert ha asegurado que tendríamos que parar si la niebla se volvía más espesa.

     Parece tan extraño... Yo no...

     Artemisa, a veces los sueños son premoniciones, así que deberías explicarnos lo que has soñado. Tal vez nos convenga escucharte —intervino de repente Gaya con una voz vacía.

     He soñado que teníamos un accidente horrible por culpa de la niebla y de algo que se cruzaba en nuestro camino.

     Sí, la niebla está espesándose, por lo que nos conviene detenernos. De todas formas, desde aquí también se puede acceder al lugar al que deseamos llegar. No suele haber nunca nadie vigilando esta zona, así que no temáis por nada.

Gilbert detuvo el coche cuando lo introdujo en un camino estrecho, oscuro y vacío orillado por árboles de tronco grueso y poderoso, de ramas potentes que se enredaban las unas con las otras y cuyas hojas perennes los ocultaban de la mirada de las estrellas. La niebla, además, se acumulaba entre los troncos y se esparcía por su alrededor como si fuese tangible.

Bajaron del coche intentando que la profunda y gélida oscuridad que los rodeaba no los sobrecogiese mucho más de lo que ya lo estaban. Ni Agnes ni Artemisa quisieron ver cómo Gilbert y Gaya sacaban a Neftis del maletero del coche y la transportaban en brazos a través de aquel camino tan desierto.

Artemisa se esforzó por desprenderse de la profunda confusión que le anegaba el alma; la cual provenía de la inquietante y horrible pesadilla que la había atacado. Se centró en la calma gélida y vacía que dominaba aquellos lares y de ese modo pudo empezar a ser más consciente del significado de los momentos que vivía.

A lo lejos, se oía el silbido agudo y penetrante del viento. Algunas ramas respondían a su soplar meciéndose delicadamente. Era el único sonido que podían captar. El silencio más profundo lo invadía todo y solamente lo quebraba el roce de sus pasos por la arena y las piedras.

     Por la Diosa, tengo la sensación de que estamos haciendo algo horrible; lo peor que podemos hacer, algo que nos condenará para siempre al fracaso —indicó Artemisa sobrecogida.

     No deberías estar tan asustada, Artemisa. ¿Acaso no confías en la Diosa? —le preguntó Agnes con delicadeza.

     No es que no confíe en la Diosa; es que sé que vamos a hacer algo que está totalmente prohibido.

     Al contrario, vamos a hacer algo que ayudará a nuestra Madre —la contradijo Gaya.

Agnes y Artemisa caminaban tras Gilbert y Gaya. La niebla los separaba y les impedía andar con seguridad; pero Gilbert se conocía muy bien aquellos terrenos y las guió perfectamente a las tres a través de aquella impenetrable noche.

De súbito, cuando el silencio les arrebató las ansias de seguir hablando, entre la niebla, Artemisa vio una sombra alargada que se lanzaba repentinamente a ellos. Un siseo estremecedor quebró aquel gélido silencio. Artemisa sintió un profundo escalofrío recorriéndole todo el cuerpo.

     ¡Cuidado! —exclamó asustada—. ¡Es una serpiente!

     Deteneos —ordenó Agnes susurrando con cautela—. Sí, efectivamente, es una serpiente, y de las venenosas. Apartaos. Tú también, Artemisa.

     No quiero dejarte sola.

     Sé lo que hago, créeme.

     Agnes, es peligroso —le advirtió Gaya estremecida.

No obstante, pese al miedo que sentían, se apartaron de Agnes y la dejaron sola en medio de los árboles. Lentamente, la niebla comenzó a disiparse y pudieron ver, cada vez más nítidamente, cuando se acostumbraron a aquella densa oscuridad, cómo Agnes se agachaba enfrente de la serpiente y cómo el animal se aproximaba a ella con pausa, con los ojos relucientes y con una majestuosidad que a Artemisa le recordó a la forma de andar y de moverse de Agnes; sigilosa y exacta.

Percibió que Agnes susurraba unas palabras que no pudo comprender mientras se hundía en la mirada del animal y le alargaba las manos. La serpiente se recostó en sus manos y cerró los ojos. Entonces Agnes la tomó en brazos, la serpiente se enrolló en su cuerpo delgado y esbelto y apoyó la cabeza en su hombro. Agnes se levantó con cuidado, triunfante y emocionada. Artemisa reparó en que le brillaban los ojos.

     Por la Diosa —susurró impresionada—. Agnes...

     Silencio —pidió ella con una voz muy queda—. Vendrá con nosotros. Ella nos protegerá.

     Pero... —titubeó Gaya.

     Sigamos.

La escena que acababan de presenciar les había llenado el alma de inquietud y de fascinación al mismo tiempo. Ninguno de los tres, aunque conociesen a Agnes desde hacía mucho tiempo, sabía que ella tenía ese poder tan sobrecogedor. No obstante, les parecía lo más comprensible, sobre todo a Gaya y a Gilbert, pues Agnes siempre había sido amiga de las serpientes. Además, la recordaban siempre acompañada por uno de esos animales tan imponentes y estremecedores.

Al fin, llegaron al lugar que Gilbert había escogido para enterrar a Neftis. Se trataba de un declive con una tierra mullida que les permitiría escavar un agujero profundo y seguro. Tumbaron a Neftis en el suelo y entre los cuatro empezaron a remover la tierra, a horadar aquella tumba natural para Neftis.

Fue muy duro. El cansancio se mezclaba con el frío, con el miedo y con la niebla que de repente había vuelto a invadirlo todo. Artemisa notaba que Gilbert y Gaya estaban mucho más agotados que ellas, pero no se detenían, no lo hicieron hasta que al fin, tras horas y horas hundiendo en la tierra los instrumentos que habían transportado, consiguieron socavar una gran grieta en la que, con mucha delicadeza, mientras pronunciaban una oración que solía recitarse en Samhain como despedida a las almas que ya no están en este mundo, depositaban el cuerpo frío y rígido de Neftis.

     Que tu alma sea libre y que se ate a la de la Madre, que nunca se despegue de la última estela de vida para que puedas regresar cuando te corresponda vivir una vez más, otra existencia. Que tu cuerpo sea el vientre de nuevos suspiros y que mores más allá de la muerte para vivir más, más allá del fin, de cualquier comienzo. Que tu espíritu sea libre para volver a nuestra dimensión cada Samhain, cada nuevo amanecer y cada anochecer de eternos días que se pierden. Diosa, acoge esta alma en tu regazo para protegerla; en tu seno para mantenerla viva y tibia, y en tu vientre para que puedas alumbrarla de nuevo. En ti quedan sus recuerdos y sus llantos, sus risas y sus suspiros, para que sean tuyos y no vaguen sin rumbo, para que el olvido no los aferre, son tuyos para vivir y volar... Madre de todos, Diosa amada, sea tuya esta alma que regresa a ti —recitó Gaya con solemnidad.

     Y que este cuerpo que se desvanecerá sea un alimento que provea de riqueza a la tierra —prosiguió Artemisa.

     Llévate contigo el amor que te profesamos para que sea tu camino hacia la Madre —continuó Agnes.

     Y que el reencuentro con la Diosa sea dichoso y luminoso —susurró Gilbert—. Sé libre.

     Recibe bendiciones en este nuevo camino que emprendes —concluyó Gaya colocando unas flores delicadas sobre la tierra y removiéndola después para ocultarlas—. Ve con la Diosa dondequiera que desees estar.

Cuando acabaron de enterrarla, los cuatro se sentían como si se hubiese cerrado una etapa y se hubiese abierto otra compuesta por momentos imprevisibles que no serían capaces de presentir jamás. Se levantaron notando que se habían desprendido de un gran peso y que el alma se les había vuelto ligera y volátil.

     Debemos encender una hoguera para purificar nuestras almas —anunció Gaya—; pero no creo que sea lo más adecuado.

     Podemos hacerlo en mi... No, no importa —se interrumpió Agnes—. No me acordaba de que ya no...

     O en el jardín —indicó Artemisa.

     Aquí no podemos encender ningún fuego; pero sí tocar alguna canción que la acompañe en este nuevo viaje. Para algo te has traído la guitarra, ¿no, Artemisa? —le preguntó Gilbert desenfadado y despreocupado.

     Tengo los dedos agarrotados, pero intentaré tocar lo mejor que pueda —les aseguró tomando la guitarra entre sus manos y sentándose en el suelo, junto a la tumba de Neftis. Entonces, con solemnidad, empezó a cantar mientras tañía las cuerdas con agilidad, profundidad y mucha melodía—: «Finalmente, has podido escapar de tu mente, a través del pasado que al fin has dejado atrás. Si solamente pudieses mirarme a los ojos y ver toda la vida que quedaba todavía para ti... No intento culparme de ningún crimen, sólo soy el pasado que tiró de ti y que te enfermó y te disolvió, desde la pena más honda. Todo lo que puedo hacer ahora es confesarte la verdad... A veces yo deseaba poder escapar de la presión del tiempo, fijarme en las cosas que se rompieron cuando estaba tan hundida. Añorando, añorando tanto cuando mi corazón era inocente... Uno de los tesoros más mágicos que tuve se ha ido esta noche para siempre... Todas las veces que vimos nacer una flor hacia el futuro, en realidad nunca creció alto. Pretendíamos cruzar esa línea de sombras, buscar respuestas que yo siempre deseé recordar. Todo lo que anduve contigo es ahora un camino olvidado que siempre estará teñido de culpa. Desde el lejano cielo, todo lo que puedo hacer ahora es llorarte y acompañarte con mi amor... A veces yo deseaba poder escapar de la presión del tiempo...»[1]

La voz de Artemisa sonó firme, melodiosa y muy dulce hasta que tuvo que entonar el estribillo por segunda vez. Entonces se le quebró, se le humedeció como si de repente hubiese caído sobre ella un río helado. Agnes, Gaya y Gilbert la escuchaban emocionados, con solemnidad y cariño. La voz de Artemisa siempre los había alejado de la realidad, siempre les había hecho creer que se encontraban en un mundo que no se asemejaba a la vida contra la que siempre habían tenido que luchar para ser felices. Artemisa los transportaba a otra vida, a otro mundo, a otra dimensión, en la que los sueños no eran ilusiones, sino reales certezas que impelían hacia el futuro a cualquier alma soñadora.

     «Y serás el tesoro más mágico que perdí para siempre...»

Cuando el silencio se apoderó de todos los sonidos de aquella canción tan tierna, Gaya se levantó y, tras limpiarse las lágrimas, dijo:

     Artemisa, cuando escucho tu voz, me parece que la Diosa me abraza con fuerza. Me haces sentir a la Diosa en tus canciones y en las letras que compones con tanta profundidad. Eres tan bella que no eres capaz de imaginarte cuánto me conmueve todo lo que nace de ti. Quisiera disculparme por si hoy no te he tratado como te mereces. Perdóname, por favor.

     No tengo nada que perdonarte, Gaya.

     Gracias —susurró Gaya conmovida—. Artemisa, cantas y tocas la guitarra con mucha maestría, pero creo que no sólo debemos entregarle a Neftis canciones tristes. La muerte causa una pena honda e irreversible que no nos permite sentir nada positivo, pero también es algo bueno, es un fin para que se dé un nuevo comienzo, así que os invito a que cantéis conmigo una de las canciones más bonitas que entonamos todos en Ostara; la que anuncia el principio de un destino que creíamos perdido para siempre.

Gracias al esfuerzo que Gaya realizó por desprenderse de las asfixiantes emociones que le invadían el alma, pudieron dedicarle a Neftis canciones que tenían en su melodía y en su letra una fuerza renovada, una energía que la impulsaría a través de la oscuridad de la muerte hacia el luminoso regazo de la Diosa.

Después de cantar e incluso bailar canciones que les hicieron sentir una esperanza muy tierna, celebraron con algo de comida y agua la marcha de Neftis; la que ellos creían un fin que sin embargo era un comienzo.

Cuando creyeron que aquel tierno y sencillo ritual hubo llegado a su fin, se marcharon de allí portando en el alma una esperanza intensa que les impedía llorar más. Agnes, además, caminaba con la serpiente que los había encontrado hacía unas horas. La tenía enrollada en el cuerpo, la abrazaba como si quisiese protegerla del frío aliento de aquella noche invernal y de vez en cuando la acariciaba intentando que el movimiento de su andar no la despertase. Artemisa se percató de que a Agnes le brillaban mucho los ojos.

     ¿Y no crees que, llevándotela, estás arrebatándole su libertad? —le preguntó Gilbert acercándose a ella amigablemente.

     Hay animales que te hablan con la mirada y te confiesan muchas cosas. Me ha ocurrido, en bastantes ocasiones, que, al hundirme en los ojos de alguna serpiente, he adivinado que, por nada del mundo, le gustaría que la arrancase del lugar donde vive; pero ella... mi Nemain, me ha pedido con ahínco y desesperación que la saque de aquí. Además, yo no las encierro nunca en ninguna parte. Ellas son libres de entrar en mi casa o dondequiera que me encuentre.

El camino de regreso a casa no fue tan tenso como el trayecto que los había llevado a aquel lugar. El coche en el que viajaban ya no estaba anegado en los nervios y el miedo que habían invadido el alma de Artemisa, sino en una atmósfera de calma y alivio que les permitía respirar serenamente. Todos eran conscientes de que acababan de hacer algo completamente ilícito, pero también sabían que nadie podía intervenir tanto en la muerte de un ser querido como quienes lo han amado con toda plenitud.

Al llegar a casa, Gaya y Gilbert se despidieron de Artemisa y Agnes y después se marcharon antes de que fuese más tarde. Al adentrarse en el hogar en el que llevaban viviendo desde hacía ya tanto tiempo, Artemisa se percató de que, aunque se sintiese más serena al haber enterrado a Neftis en el vientre de la madre, se percibía propensa a desmoronarse en cualquier momento. Captaba que aquella morada estaba impregnada de frío y soledad. Hasta que se introdujo en el salón en el que tantos momentos había compartido con Neftis, no se había preguntado qué sucedería cuando regresase a aquel lugar que tantos recuerdos guardaba para ella.

     Estamos solas, Agnes —le dijo con tristeza—. Me siento como si algo muy poderoso hubiese caído sobre mí y me hubiese aplastado el alma.

     Es comprensible que sientas eso. Se nota mucho el vacío que Neftis ha dejado al marcharse —le contestó Agnes mirándola con ternura.

     No quiero seguir viviendo en esta casa. No puedo continuar aquí, no puedo. Ni siquiera me siento capaz de dormir... aquí, aquí no.

     Artemisa, cariño...

Agnes se acercó a Artemisa y la abrazó muy dulcemente cuando vio que se desmoronaba como un montón de arena que ya no soporta su propio peso. Artemisa lloró profundamente entre los brazos de Agnes durante un tiempo que ninguna de las dos fue capaz de contar.

     Yo tampoco quiero seguir viviendo aquí —le comunicó Agnes—. Mañana mismo empezaremos a prepararlo todo para marcharnos a nuestro nuevo hogar.

     Sí, por favor...

     Pero tenemos que limpiarlo todo, borrar los restos de la muerte de Neftis.

     ¿Y qué ocurrirá con todas sus cosas? —preguntó Artemisa con mucha pena y miedo.

     Algunas podremos quedárnoslas en recuerdo suyo, pero otras tendremos que donarlas. Estoy segura de que mucha gente necesita la mitad de su ropa, al menos, o...

     No podré enfrentarme a esto, Agnes.

     Sí, sí podrás, te lo prometo. Yo te daré toda mi energía vital si es necesario. Ahora, vayamos a dormir, Artemisa. Estamos agotadas, aunque pienses que no podrás dormir.

     Lo que más agradezco en estos momentos es que la Diosa esté conmigo, es que lo que ha ocurrido con Neftis no haya hecho temblar mi fe. Estoy más segura que nunca de que la Diosa es mi destino más potente. Agnes, si leyeses la carta que me ha dejado Neftis...

     Debes quemarla.

     No, no lo haré. Me servirá para recordar cuál es mi destino cuando dude.

Aquellas palabras sobrecogieron y entristecieron profundamente a Agnes, pero se esforzó por esconder lo que sentía. No deseaba que Artemisa detectase su sufrimiento. Deseó preguntarle si de veras estaba segura de cuál era su destino, si sabía lo que anhelaba vivir a partir de aquellos momentos; pero no lo hizo. Artemisa, como si intuyese las emociones de Agnes, se apresuró a decirle:

     Necesito estar sola, Agnes. Me iré ya a dormir si no te importa.

     ¿Estás segura? —le preguntó con timidez y miedo.

     Sí. Necesito meditar para serenarme. Lo que hemos vivido ha sido tan terrible... Todavía no soy plenamente consciente de lo que significa que Neftis ya no esté aquí.

     Sí, por supuesto —le respondió Agnes distraída y confundida.

     Buenas noches, Agnes. Deseo que puedas descansar.

Artemisa se alejó lentamente de Agnes, como si temiese que, al separarse de ella, el alma pudiese quebrársele. Anhelaba sumirse en la soledad más protectora y aterciopelada para comunicarse íntimamente con la Diosa a través de un ritual que la ayudaría a deshacerse de las intensas y negativas emociones que le anegaban el alma. Sin embargo, antes de dirigirse hacia el pasillo que conectaba el salón con las alcobas, volvió a mirar a Agnes con interés y un leve temor ensombreciéndole su triste mirada.

Agnes se había acercado a la ventana del salón y miraba distraída cómo el viento mecía con frialdad y distancia las desnudas ramas de los árboles. La niebla ya se había levantado, aunque la oscuridad seguía siendo densa y gélida. Artemisa se percató de que Agnes tenía los ojos llenos de lágrimas y que se esforzaba por no desmoronarse, como si temiese que la soledad que de repente la había rodeado pudiese destruirla definitivamente si se dejaba dominar por el llanto. Sin embargo, aquellas intensas ganas de llorar que tanto la atacaban eran mucho más fuertes que cualquier huracán.

Artemisa no necesitó preguntarle a Agnes qué sentía. Sabía qué pensamientos le anegaban la mente como si de veras escuchase su íntima voz anímica. No dudaba de que en esos momentos Agnes se preguntaba por qué la vida se había vuelto tan triste, por qué Neftis se había marchado de ese modo, por qué ni siquiera en esos instantes tan terribles podía protegerse en el amor que Artemisa supuestamente le profesaba...

No podía dejarla sola, no en esos momentos en los que tan débil se sentiría. Regresó cuidadosamente a su lado y, cuando se halló junto a ella, le preguntó con mucha ternura:

     ¿Quieres que me quede contigo hasta que te encuentres mejor?

Agnes empezó a llorar más hondamente en cuanto percibió la dulzura con la que Artemisa se dirigía a ella. Se ocultó el rostro tras las manos intentando dominar la fuerza de su tristeza. Artemisa la rodeó muy tiernamente con los brazos, protegiéndola contra su cuerpo, mientras se reprimía el llanto que también le golpeaba en los ojos y le presionaba la garganta.

     Es tan triste lo que ha ocurrido, tan triste... —susurró Agnes con muchísima lástima—. Me cuesta creer que no volveremos a ver a Neftis nunca más.

     A mí también —musitó Artemisa.

     Me duele tanto que se haya ido así, sin que podamos pedirnos perdón... Yo la quería mucho, Artemisa. Neftis llegó a ser como una hermana para mí.

     Lo sé.

     Y se fue tan enfadada conmigo y con la misma vida... No es justo —lloraba Agnes cada vez más desconsoladamente.

Artemisa no sabía qué podía decirle para consolarla. No encontraba ninguna palabra que pudiese acariciarle el alma. Prefirió acogerla abrazándola muy tiernamente, apretándola contra sí, para que Agnes se sintiese arropada y amparada en ese cariño tan sincero y puro.

Agnes se abandonó en aquel abrazo, olvidando su propia vida, sus momentos pasados, su futuro incluso. Deseó que el tiempo se detuviese y que aquella noche tan fría y triste deshiciese la pena y la impotencia para siempre. No obstante, era consciente de que sus anhelos no podían coincidir con la realidad. Artemisa era para ella tan inalcanzable como las estrellas y la luna y, aunque se quisiesen con una fuerza indestructible, jamás podrían vencer las fronteras que las separaban, pues éstas eran intangibles y aquello las dotaba de un poder absorbente y paralizante.

     Lo que no entiendo es por qué Gilbert y Gaya no se han quedado con nosotras —adujo Artemisa de repente extrayendo a Agnes de sus confusos pensamientos—. Creo que lo que menos nos conviene a los cuatro es estar separados.

     Ellos también necesitarán meditar —le contestó Agnes retraída alejándose de ella y limpiándose las lágrimas—. Ve a tu alcoba si lo deseas, Artemisa.

Artemisa sabía que Agnes necesitaba que no la dejase sola, pero no fue capaz de rebatirle sus duras palabras. Se percató de que la pena que le oprimía el corazón a Agnes estaba a punto de convertirse en una impotencia desgarradora que, bien lo sabía Artemisa, no provendría únicamente de ser consciente de que Neftis se había marchado para siempre, sino de otros sentimientos mucho más inexpugnables y tensos.

     Buenas noches —se despidió Artemisa separándose de Agnes—. Por favor, ven a mi habitación si necesitas cualquier cosa.

     De acuerdo. Hazlo tú también.

Artemisa le sonrió efímeramente antes de dirigirse hacia el pasillo. Cuando cerró la puerta de su alcoba tras de sí, respiró lenta y profundamente, intentando llenarse el alma de la serenidad que flotaba en aquella pequeña alcoba que para ella era el santuario más acogedor de la Tierra.

Fue una noche larga, extraña e intensa. Pese a lo agotada que estaba tanto física como anímicamente, Artemisa no pudo conciliar el sueño hasta que el amanecer tiñó la noche de luz. Además, no dejó de tener sueños incomprensibles, oscuros y brumosos que le impidieron sumirse en la inconsciencia reparadora que podía sanarle mínimamente el alma.

Agnes la despertó cuando el sol se había situado casi en el centro del cielo. Parecía como si la noche anterior no hubiese sido tan terrible, como si la niebla nunca hubiese invadido las horas nocturnas y como si, en vez de Imbolc, la próxima festividad fuese Ostara.

     Agnes... —musitó Artemisa tras abrir los ojos. Miró a Agnes con los ojos anegados en confusión y desorientación—. Ay, Agnes...

     Buenos días, Artemisa —la saludó muy tiernamente mientras le dedicaba una mirada acogedora que a Artemisa le acarició el alma.

     Es muy tarde, ¿verdad? —le preguntó somnolienta.

     Sí, un poquito —le confirmó sonriéndole inocentemente—. Gaya y Gilbert te esperan en el salón. Ellos están encargándose de todos esos quehaceres a los que tú no te atreves a enfrentarte —le comunicó sentándose a su lado y mirándola con ternura—. Vaya cara tienes. No has dormido prácticamente nada, ¿verdad?

     Me dormí cuando empezó a amanecer. ¿Y tú cómo te encuentras? ¿Cómo has dormido?

     Estoy todavía muy triste, pero me encuentro mejor que ayer. Además, tampoco he dormido bien. He tenido sueños muy inquietantes.

     ¿Qué has soñado? —le preguntó mientras se incorporaba y se mesaba el cabello.

     He soñado que Neftis estaba en mi santuario y que se convertía en... No, no puedo contártelo —le susurró con una voz quebrada.

     Te hará bien explicármelo, Agnes.

     Neftis se convertía en mi madre —le confesó sin mirarla a los ojos, intentando hablar a través del repentino llanto que se había apoderado de ella—. Se acercaba a mí y me acusaba de haber sido la peor hija que jamás pudo tener, una hija que ninguna madre se merecía alumbrar, y que esperaba que mi vida fuese un infierno. Yo trataba de conversar serenamente con ella, pero no me escuchaba. Continuamente miraba a su alrededor y me señalaba todos los utensilios que yo siempre he usado en mis rituales y para elaborar mis tisanas... Me insultaba, me empujaba incluso.

     ¿Crees que ese sueño tiene algún significado?

     No lo sé. No sé qué pensar.

     Puede que sí, Agnes.

     Mi madre todavía está viva, pero soy incapaz de comunicarme con ella. Sé que todavía habita en el pueblecito en el que yo nací.

     ¿Y de veras no te gustaría hablar con ella?

     No, no, no —le respondió con miedo y muchísima tristeza—. No le guardo rencor porque es la mujer que me dio la vida; pero también es quien estuvo a punto de quitármela. No me quiso ni me querrá nunca y estoy segura de que ni siquiera se acuerda de mí. Quizá crea que estoy muerta —le indicó con una impotencia desgarradora—. La única madre que yo he tenido y tengo es Gaya.

     Si no necesitas buscarla, entonces no tiene sentido que lo hagas —la consoló Artemisa con mucho cariño—. Yo tampoco ansío volver a ver a mi madre. Ella ni siquiera sabe dónde estoy.

     No entiendo cómo es posible que una madre no quiera a la criatura que ha crecido en su vientre y ha nacido de sus entrañas —declaró con impotencia—. Yo jamás seré madre, pero estoy segura de que, si lo fuese, amaría a mi hijo o mi hija con una fuerza mágica y poderosa.

Las palabras de Agnes sobrecogieron profundamente a Artemisa, sobre todo por la verdad que escondían; la cual Agnes había desvelado con tanta seguridad y tristeza. Quiso preguntarle por qué estaba tan convencida de que jamás sería madre, pero no lo hizo, pues sabía que la respuesta que Agnes pudiese ofrecerle la estremecería muchísimo más.

     No quiero que sigamos hablando de esto —le pidió Agnes limpiándose las lágrimas con delicadeza.

     Está bien; pero, si necesitas desahogar lo que sientes, no olvides que yo puedo escucharte todo lo que desees.

     Lo sé, cariño. Muchas gracias —le sonrió muy dulcemente mientras la tomaba de las manos—. Ahora deberíamos ayudar a Gaya y a Gilbert. Sal de tu alcoba cuando te hayas vestido.

     De acuerdo.

Artemisa se atavió con unos sencillos pantalones negros de pana y un jersey azul de lana que apagaba cualquier resplandor que pudiese brillarle en los ojos. No le apetecía vestirse con prendas de colores vivos. Cuando era invierno, no le gustaba resaltar tanto en medio de los grises días. Se peinó apenas con esmero y, cuando se hubo lavado la cara y los dientes, salió al encuentro de Gilbert y Gaya, a quienes oía conversar levemente animados en el salón.

Gaya le dedicó una mirada anegada en interrogantes que Artemisa no supo comprender, pero intuyó que la sacerdotisa deseaba conversar con ella a solas. Gilbert le sonrió con aliento, intentando transmitirle ánimos con aquel sencillo gesto.

     Ya hemos recogido la alcoba de Neftis y hemos acumulado los objetos que podemos donar. Artemisa, me gustaría hablar contigo si es posible —le reveló Gaya con una voz maternal.

Artemisa la condujo hacia el jardín, por el cual caminaron entre los árboles, bajo el brillante y cálido resplandor de aquel día invernal tan cercano a Imbolc. Artemisa, por primera vez en aquel año, detectó el aliento que emanaba de la tierra, las ganas de que de ella brotasen ya las primeras flores, las primeras señales de que el invierno estaba llegando a su fin. Del cielo llovía una luz blanquecina que deshacía cualquier ápice de sombra que pudiese acumularse entre los troncos de los árboles. Aquel lugar refulgía tanto como si de repente se hubiese cubierto de todo el esplendor que había fulgurado a través de los años.

La tranquilidad que impregnaba aquel jardín se introdujo en el alma de Artemisa y le hizo sentir un profundo agradecimiento que le llenó los ojos de lágrimas. Gaya captó a la perfección las reacciones de Artemisa y, tomándola del brazo para que se detuviese, le comunicó con amor:

     Es mágico que puedas sentir la bendición de la vida tras haber experimentado la muerte de un ser tan querido. Eso significa que en tu alma todavía queda mucha fe, mucha fuerza y mucha luz.

     Nunca perderé la fe, Gaya.

     ¿Ni siquiera dudas de cuál es tu destino?

     No, no lo dudo.

     ¿Y qué ocurre con Agnes? Sé que os une un vínculo muy poderoso e indestructible. Además, ayer vi perfectamente cómo os mirabais, cómo os...

     Agnes es muy especial e importante para mí, pero mi destino está en la Diosa.

     No desperdicies tu vida si no estás segura, Artemisa. Cuando quieras rectificar tus errores, ya será demasiado tarde. Eres tan joven todavía... Tienes solamente treinta años, Artemisa.

     Tengo muy claro cuál quiero que sea mi vida, cuál tiene que ser mi destino, y no me importa sufrir, pues sé que ese sufrimiento será pasajero, al contrario que el amor a la Madre; el cual será duradero e interminable.

     Hablar así te dota de una sabiduría que a muchos nos falta.

     No creo que a ti te falte sabiduría, Gaya.

     No te imaginas de cuánta sabiduría carezco, cariño. Yo he errado tantas veces... He traicionado a la Diosa en infinidad de ocasiones en las que tendría que haberme mantenido fuerte en mis convicciones. Artemisa, a veces actuamos guiados por convenciones y por simples ideas que nos inculcan, por el miedo a estar solos, por el deseo de que nos amen y nos respeten. Es comprensible que de vez en cuando tengas deslices físicos que pueden hacerte sentir culpable; pero siempre quedarán tus certezas. Algún día te darás cuenta de que todos esos sentimientos que hacían temblar tu fe y tu seguridad se han perdido en el olvido, se han desvanecido como cenizas en el viento, y entonces sabrás que todo ha pasado, que no fue más que un llamado que ha acabado silenciado. No temas. Todo pasa, Artemisa, y, si de veras estás convencida de que la Diosa es tu único destino, nada podrá hacerte cambiar de opinión. Asimismo, si tu destino es compartir tu vida con Agnes hasta que vuestro aliento se agote, acabarás volviendo siempre a ella, no importa lo que hayas vivido y adónde hayas ido. No podrás huir del amor que sientes por ella por mucho que te esfuerces en destruirlo.

     Gracias, Gaya.

     Artemisa, Agnes está locamente enamorada de ti y se esfuerza lo indecible por no quebrar la promesa que ambas le habéis hecho a la Diosa al consagraros a su amor. Si tú también la amas, no permitas que sufra. No se merece sentir más tristeza.

     Conozco lo que siente por mí —adujo tímidamente—. Gaya, yo...

     Tú también estás profundamente enamorada de Agnes, Artemisa. —Artemisa se sonrojó al oír aquellas palabras. Entonces Gaya le insistió—: Artemisa, soy anciana y he vivido muchísimo, conozco el significado de las miradas que se adueñan de los ojos de los demás y puedo escuchar todas esas palabras que no se pronuncian, por eso no puedes negarme que estás irrevocablemente enamorada de Agnes. Artemisa, la amas. No puedes silenciar ese poderoso amor, no puedes ignorar su vigor y su preciosa magia. Si lo haces, serás infeliz para siempre, cariño.

     Yo siempre he creído que lo que siento por Agnes es solamente deseo. Me atrae muchísimo la parte física de su ser, pero también su misticismo, el misterio que la envuelve, su forma de ser, su personalidad, su calma, su tersa voz... y creo que amo a la Diosa a través de ella.

     Es tan bonito lo que dices... y es precisamente lo que afirmas lo que revela que estás profundamente enamorada de ella. Estar enamorada de otra persona es encontrar la divinidad en su alma, en su cuerpo, en su voz, en todos los recuerdos que le conciernen. Es amarla pese a la tristeza y el desaliento. Es saber que darías la vida por ella, Artemisa.

     Siempre he creído que el amor que siento por la Diosa se atenuaría en el caso de que me enamorase, y no me ha ocurrido así. Por lo tanto, creo que no estoy enamorada de Agnes —le indicó con distancia y apatía.

     Por supuesto que lo estás. Que no hayas dejado de amar a la Diosa no significa que no ames a Agnes. Ya basta, Artemisa. No seas tan cruel contigo misma.

     No estoy siendo cruel, sino sincera.

     Artemisa, cariño, intenta convencerme de cualquier otra cosa, menos de que no amas a Agnes. Volcarte tanto en cuidarla es señal de que estás en exceso enamorada de ella.

     No lo sé, Gaya —susurró nerviosa y acalorada.

     Sí, sí lo sabes; pero no quieres reconocerlo, y es eso precisamente lo que me preocupa: que sufras por no decirte la verdad.

     El sufrimiento también es algo pasajero. En cambio, la fe, si es verdadera, se mantiene intacta y fuerte.

     Exactamente —suspiró Gaya—; pero nunca te niegues a escuchar tus sentimientos.

     Gaya, no deseo que este amor desestabilice mi vida ni destruya mi destino —le reveló nerviosa y avergonzada.

     No tiene por qué destruir tu vida, al contrario; tu vida puede ser mucho más brillante, mágica y hermosa si permites que ese amor te guíe, cariño.

     Necesito estar segura de que siempre permaneceré consagrada a la Diosa y, si sigo viviendo junto a Agnes, jamás podré entregarme a ese destino para el cual he nacido.

     ¿Qué insinúas? —Artemisa no contestó; lo cual sobrecogió a Gaya. Con una voz trémula, volvió a preguntarle—: ¿A qué te refieres, Artemisa? ¿Qué piensas hacer?

     Ser fuerte, nada más —le respondió con un hilo de voz. Permaneció en silencio durante unos largos segundos; al cabo de los cuales, como si quisiese huir de la tensa conversación que mantenía con Gaya, le recordó a la sacerdotisa—: Neftis perdió su fe. No puedo imaginarme lo vacía que debía sentirse.

     Lo sé, cielo. Neftis abandonó a la Diosa porque no le ofreció la posibilidad de que tú la amases y sentía por nuestra Madre un rencor tan dañino e infinito que acabó quebrando toda la inocencia que podía encerrarse en su mágico corazón. Neftis me confesó muchas veces que deseaba apartarte de tu destino porque te amaba con una fuerza destructiva que estaba deshaciendo todo lo que ella era.

     Pero lo que Neftis no sé si sabía es que amaba todo lo que yo era porque la Diosa está conmigo. Si no creyese en la Diosa, no sería como soy, no podría brillar tanto, porque lo que verdaderamente nos da luz es la fe, el amor a la Madre. Sintiendo ese amor, somos capaces de profesar cualquier sentimiento bello hacia cualquier persona, ser, planta, árbol, lugar... No podemos amar a nadie si no amamos a nuestra Gran Creadora.

     Tienes tanta razón...

     Si Neftis me hubiese apartado de mi destino, no habría encontrado nunca la mujer que tanto la enamoró.

Artemisa se expresaba con una emoción que a Gaya le encogía el corazón. Era la primera vez que oía a alguien hablar de ese modo de la Diosa y no pudo evitar que todas esas palabras, pronunciadas con tanta fe, devoción y entrega, le hiciesen empezar a llorar silenciosamente. Gaya había creído siempre en la Diosa, siempre, incluso cuando apenas tenía cinco años y la obligaban a estudiar ese libro que supuestamente contiene las palabras de la única divinidad. Ella sabía que la madre de todo, quien había creado el mundo y todos los seres que lo poblaban, debía ser femenina, debía ser una mujer con un alma inmensa cuyo cuerpo era toda la Tierra con sus árboles, sus montañas, sus ríos, sus lagos, sus mares, su cielo, sus tormentas, sus huracanes... No obstante, nunca había sido capaz de declarar el amor que le profesaba a la Diosa con tanta claridad, inocencia y sinceridad como lo había hecho Artemisa.

     Neftis me aseguró una vez que amamos tanto a la Diosa porque no hemos tenido una madre que nos entienda ni nos quiera como debe hacerlo una madre amorosa —siguió hablando Artemisa mientras se limpiaba las lágrimas, con una voz húmeda como el viento que porta el susurro de una tormenta—. Puede que Neftis tuviese razón, puede que encontremos en la Madre a nuestro más claro ejemplo de amor; pero no puede ser real y hermoso un amor que nace de la falta de otro amor, pues entonces ese amor no será puro, sino solamente la sustitución de otro. El amor a la Madre brota de lo más profundo de nuestro corazón. Es un amor que viene con nosotros al nacer y que nosotros somos libres de aceptar o no, pero es intrínseco a nosotros. Es imposible que no lo sintamos cuando descubrimos lo maravilloso que es este mundo. Desde la mariposa más frágil hasta la montaña más alta... desde el río más delicado hasta la cascada más potente... todo tiene magia, todo, y es la prueba más clara y fehaciente de que no estamos solos.

     Artemisa...

     Yo solamente quiero que sepas, Gaya, que el amor que siento por ti es el que más se le parece al que le profeso a la Diosa, pues tú eres una madre terrenal que siempre me ha llevado al camino espiritual que conduce a la madre mística. Gracias, Gaya, por todo lo que me has enseñado. Si me duele tanto la muerte de Neftis, no quiero ni puedo imaginarme cuánto... No, no, por la Diosa, yo no puedo vivir tu marcha.

     Cariño, pero si todavía me quedan muchos años para irme —rió Gaya entre lágrimas.

     No estoy tan segura, Gaya, no lo estoy —le negó Artemisa desconsolada.

     Ahora estás sugestionada por lo que ha ocurrido con Neftis, pero ya verás como el tiempo atenúa todas esas emociones y te sientes mejor con el paso de los días.

Gaya abrazó a Artemisa con mucha fuerza bajo aquella brillante mañana. Una brisa fresca que portaba el aroma de las hojas les acarició los cabellos y el rostro, secándoles con delicadeza las lágrimas que les humedecían las mejillas. Aquella mañana, precedida por una noche terrible llena de tristeza y desengaños, se convirtió en el amanecer de un nuevo camino, de una nueva época que todos se esforzarían por impregnar de amor, fe y paz, sobre todo paz, pues la necesitaban como un viajero precisa del agua en medio de un gran y árido desierto.

 





[1] Versos inspirados en “Rewind” de Wendy Rule.
 

2 comentarios:

  1. Un capítulo impactante, sobretodo por la primera parte. Estaba quedándome de piedra al leer lo del accidente. Pensaba, ¡¡a que mata a otro personaje!! Jajaja. Luego pensé que a lo mejor con el accidente, el cuerpo de Neftis salía disparado del coche y podría parecer que ha muerto en el accidente de coche, pero lo veía muy enrevesado. Menos mal que fue una pesadilla, aunque menuda pesadilla, terrorífica.

    La realidad en esos momentos no es que fuese precisamente dulce. Llevaban a Neftis en en el maletero y estaban a punto de enterrarla en el bosque. No puedo evitar sentir un poco de pena de que se entierre en un lugar tan solitario, sin que nadie pueda ver su tumba o la puedan visitar. Ellos sí que saben de su muerte y podrán acudir al bosque cuando quieran, pero me parece triste. Aunque es verdad que todo esto tiene mucho que ver con su personalidad, algo que ella habría querido y seguro que estaría feliz. La ceremonia y las palabras muy bonitas, mejor que la típica ceremonia. Han podido cantar y dedicarle unos momentos muy mágicos.

    Luego este capítulo está cargado de de nuevo de mucha tensión emocional y dudas sobre el destino. Artemisa de nuevo cierra las puertas al amor y se encierra en si misma, negando que ama a Agnes. Gaya ha sido muy inteligente, todas sus palabras muy sabias. Si ella no le ha podido abrir los ojos, dudo que alguien lo consiga. Está tan convencida de su consagración a la Diosa...

    La muerte de Neftis significa un nuevo comienzo en sus vidas. Espero que sean capaces de empezar todos juntos una nueva vida en su nuevo hogar, se lo merecen. Por cierto, menudas palabras le dedica Artemisa a Gaya:
    - Cariño, pero si todavía me quedan muchos años para irme —rió Gaya entre lágrimas.
    - No estoy tan segura, Gaya, no lo estoy —le negó Artemisa desconsolada.

    Tela marinera, no está segura de que le queden muchos años de vida...¿Se basa en alguna intuición o premonición? ¿Lo dirá influenciada por el mal momento que están pasando? La pobre Gaya se habrá quedado de piedra con sus palabras tan...esperanzadoras jajaja.

    Un capítulo muy emotivo, Ntoch, cargado de momentos muy intensos!! Como siempre, genial!!!!!!!!!!

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  2. Se siente uno en medio de la niebla durante la primera parte del capítulo, se contagia perfectamente la sensación de agobio, de angustia por lo que están haciendo, incluso se sienten el frío y la humedad, y para colmo nos haces vivir un accidente en el que todo va saliendo cada vez peor, es evidente que no van a poder librarse esta vez del desastre, todo está estallando en pedazos... pero no, al final la sacudida queda en nada, y pueden celebrar el entierro. ¿Está bien o está mal lo que hacen? No es fácil dar una respuesta clara, me gusta por eso que los personajes lo discutan, porque como lector no sé a qué carta quedarme, por un lado me parece muy romántico y emotivo el entierro a escondidas, pero por otra parte algo me dice que no está bien... sé que ellos no tienen nada que ver en la muerte de Neftis, pero eso si nos fijamos solo en los hechos directos, indirectamente creo que todos saben que sí tienen mucho que ver con ella...

    Me gustó mucho que Agnes haya encontrado con rapidez una nueva compañera ofidia, en muy poco tiempo ha conseguido encontrarla, y la forma tan especial con la que se comunica con los animales me encanta, creo que es un poder que siempre me habría gustado tener.

    Y se retoma el conflicto de sentimientos entre Agnes y Artemisa, esta vez mediado por la sabiduría de Gaya. Qué personaje Gaya, realmente me cuesta poco identificarla con Gea, con la madre tierra, la mujer por antonomasia. Si los sabios consejos que le da a Artemisa no le sirven ya no sé que podrá hacerlo, pero por otra parte tengo claro que la fuerza del amor es tan inconmensurable que Artemisa tendrá que doblegarse a ella antes o después. Sobrecoge también el sueño de Agnes, es triste la mala relación que tiene con su madre ¿tendrá que ver con la vida que ha tenido hasta ahora?

    Cerrar el capítulo de Neftis, disponer el destino de sus cosas, es la última etapa antes de empezar su nueva vida, creo que están a punto de cambiar muchas cosas, y tengo ilusión porque sean a mejor. Me he encariñado mucho con los personajes, es curioso porque la tensión narrativa es muy grande y en cambio no hay ningún personaje protagonista negativo, me parece un juego muy inteligente y difícil por tu parte. Estoy deseando ver cómo sigue, pronto lo haré.

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