domingo, 20 de agosto de 2017

EL ABRAZO DE LA TIERRA: CAPÍTULO 16. AMOR Y NOSTALGIA

Capítulo 16

 

Amor y nostalgia

 

Transcurrió el tiempo, con pausa, con armonía, siendo una canción que entonaba en las noches de luna llena, en las noches de tormenta, en los amaneceres quedos y en los atardeceres inmensos henchidos de luz decadente. La vida pasaba sin tregua, pero sin prisa, con una serenidad que acariciaba el canto de los pájaros y el soplar del viento. El aliento de la naturaleza no se agotaba nunca, impulsaba a existir y a respirar a quienes se hallaban tan inmersos en sus trovas, en sus fragancias, en todos los sonidos a través de los que ella se expresaba.

La vida transcurría entre risas y llantos, entre suspiros y sonrisas. Una calma aterciopelada se había cernido sobre los días de Agnes, sobre sus noches y sus instantes más mágicos. Lentamente, fue adentrándosele en el alma una inspiración única y potente que la impulsaba a escribir sin cansarse, a celebrar rituales preciosos que le llenaban el corazón de brillantes energías, a meditar para reencontrarse consigo misma y sobre todo a compartir con quienes la querían aquellos momentos tan creativos. Parecía como si el último brote de tristeza que la había atacado hubiese fortalecido su alma, su intuición, sus dones especiales.

Sin embargo, Agnes también notaba que la herida que Neftis tenía horadada en el alma no dejaba de agrietarse y de profundizarse. Era consciente de que había sido ella quien le había hendido el corazón. No había necesitado dedicarle ninguna palabra que se la resquebrajase. Sólo con aquellas miradas esquivas y con aquel temblor inseguro que se apoderaba de su voz cuando intentaba asegurarle que todavía no había llegado el momento de mantener aquella conversación tan importante, le había confesado a Neftis que ella no correspondía a su hermoso amor.

Mas ninguna de las dos se atrevía a volver palabras sus intuiciones ni sus tristes pensamientos. Ambas se esforzaban por impedir que la magia que teñía sus días se desvaneciese. Sin embargo, era imposible pugnar contra un sentimiento que no dejaba de intensificarse, que se nutría de los bellos momentos que ambas vivían, de los sueños que agitaban el corazón de Neftis todas las noches y de cada muestra de cariño que intercambiaban.

Neftis intentaba soportar el silencio en el que Agnes encerraba sus emociones, pero le costaba muchísimo entender por qué Agnes no era sincera con ella, por qué continuamente huía de la posibilidad de conversar sobre lo que sentían. Neftis sabía que Agnes no correspondía plenamente al amor que ella le profesaba, pero todavía tenía la esperanza de que, si Agnes permitía que le demostrase cuánto la amaba, aquel pedacito de amor que le latía en el alma se acrecería sin tregua. Neftis pensaba que ella podría convertirlo en la emoción más intensa, en la realidad más mágica y bonita.

Ya había transcurrido más de un año de aquel atardecer en el que la vida había unido sus destinos, en el que Neftis se había hundido en los hermosos ojos de Agnes por vez primera. Era la segunda primavera que compartían, la segunda vez que la naturaleza y el alma de Agnes renacían tras ser agitadas y enmudecidas por la decadencia del otoño y el frío del invierno; pero parecía como si para Agnes no hubiese pasado el tiempo, como si creyese que el discurrir de los días no intensificaría los sentimientos que anegaban el alma de Neftis.

Neftis ya había callado suficiente. Llevaba demasiado tiempo silenciando sus emociones, escondiendo lo desesperada que se sentía. Cada vez que Agnes y ella escuchaban música juntas o caminaban serenamente entre los árboles, Neftis tenía que esforzarse por disimular cuánto la conmovía cada melodía que ambas compartían y cada matiz hermoso que las rodeaba. Notaba que sus sentimientos estaban a punto de estallar por dentro de ella, convirtiéndola en la estela de un volcán que expulsaba con furia su aliento tornado en una lava hirviente que arrasaría cualquier ápice de luz y belleza que se hallase a su vera.

Lo que más sobrecogía a Neftis no era no poder prever cuándo su alma gritaría hasta ensordecerla. Por mucho que lo intentase, no podía presentir si aquel instante tan desgarrador se hallaba cerca de su vida o todavía se escondía en las sombras inciertas del futuro.

Una mañana de sábado, cálida y hermosa, Neftis acudió al hogar de Agnes como casi todos los días, pero esta vez notaba que se sentía mucho más impaciente que nunca. Además, necesitaba pedirle que le proporcionase alguna tisana que le calmase el intenso dolor de vientre que le provocaba la menstruación. Se encontraba muy sensible y desvalida, pero recorrió sin detenerse la distancia que la separaba del hogar de Agnes.

Anduvo durante media hora por el bosque fijándose en la luz que la rodeaba, escuchando con cariño el canto de los pájaros y aspirando con serenidad el sinfín de aromas que manaban de la tierra y de los troncos de los árboles. A pesar de que la desesperación que nacía del amor que le profesaba a Agnes le apretase siempre el alma, no podía negar que en aquel lugar era inmensamente feliz. Siempre había soñado con habitar en medio del bosque, en alguna cabaña acogedora y hermosa, y su sueño se había cumplido mucho antes de lo que ella se imaginaba. Hacía un año que moraba en aquella casita tan antigua que Gilbert le había ayudado a reconstruir, pero tenía la sensación de que siempre había formado parte de aquellos lares, que éstos siempre habían sido el escenario de sus días y de sus noches. No extrañaba nada, aunque lo cierto era que vivía más cómodamente que Agnes, pues Gilbert le había instalado, cuidadosamente, una placa solar y un depósito que le permitía tener agua corriente. Además, su cabaña se hallaba un poco más cerca del pueblo en el que se encontraba la casa de Gilbert; lo cual le facilitaba acudir junto a él siempre que tenía alguna urgencia.

Se hallaba en aquellas cavilaciones cuando notó que la rodeaban los árboles que protegían el hogar de Agnes. Ya caminaba por la casi imperceptible senda que conducía a aquella entrañable cabaña. Entonces se detuvo y respiró profundamente. Estaba nerviosa e inquieta, pero no podía intuir por qué se sentía tan descontrolada.

Cuando creía que la naturaleza que la rodeaba ya le había ofrecido toda la calma que necesitaba para hablar con Agnes, oyó que alguien caminaba entre los árboles. No dudó ni un instante de que era Agnes quien se le aproximaba sin intuir que estaban tan cerca. Se sobrecogió profundamente cuando se percató de que Agnes tenía los ojos impregnados de una luz muy hermosa y cálida. Andaba distraída, buscando algo entre las plantas.

     Qué hermosa estás siempre, Agnes —susurró Neftis para sí misma perdiéndose en su majestuosa apariencia.

Agnes solía vestir siempre de negro. Aquel día portaba una falda plisada y un fino jersey que se le ceñía tiernamente al cuerpo. Además, aunque el ambiente fuese más bien cálido, se cubría con una acogedora chaquetita de lana. Le pareció que, envuelta en aquellas prendas tan oscuras y a la vez elegantes, Agnes parecía mucho más resplandeciente. Su piel pálida y tersa esplendía sutilmente como si la luna se reflejase en ella y de los ojos se le desprendía una calma que a Neftis le hizo sentir repentinamente acogida.

De pronto, Agnes se agachó junto al tronco grueso de un árbol poderoso y cortó, con mucho cuidado, unos tallos de hierba que protegió bajo su chaquetita. Después se alzó y se alejó de Neftis sin ni siquiera imaginarse que ella se hallaba tan cerca. Neftis caminó en pos de ella intentando no hacer ruido. No deseaba sobresaltarla, pero Agnes enseguida advirtió que no estaba sola. Al descubrir que era Neftis quien intentaba adentrarse en aquel íntimo momento, sonrió muy suave y casi imperceptiblemente. A Agnes siempre le había costado mucho esbozar aquel gesto tan tierno y sencillo. Las pocas sonrisas que les regalaba a quienes la miraban eran en exceso hermosas, pero ni tan sólo ella era consciente de cuánto brillo podían irradiar.

     ¡Neftis! —exclamó sorprendida y levemente sobresaltada—. No te esperaba. ¿Estás bien? No tienes muy buen aspecto —observó acercándose a ella y mirándola con una ternura que a Neftis la empequeñeció. La cariñosa forma como Agnes le hablaba la emocionaba tanto que apenas podía controlar sus sentimientos.

     No me encuentro muy bien, Agnes. Me duele mucho el vientre y no estoy muy animada —le contestó tratando de expresarse con calma y seguridad, pero su voz sonó levemente trémula—. Anoche se me adelantó la menstruación y...

     Ven a mi cabaña. Te prepararé alguna tisana que te calme el dolor —le ofreció mientras la tomaba con dulzura del brazo.

Cuando ambas se hallaron en aquel hogar tan acogedor, Neftis notó que el alma se le desprendía de la tensión y de la tristeza que hasta entonces le habían arrebatado el aliento. Agnes le sirvió una infusión hecha con melisa, salvia, Artemisa y manzanilla y después se sentó a su lado todavía dedicándole aquella mirada que tanto acogía a Neftis.

     ¿Quieres un poquiño de tarta de Santiago? La hice ayer por la tarde y me quedó deliciosa —le ofreció sonriéndole efímera, pero dulcemente.

     Sí, por favor. No he desayunado nada todavía.

     ¿Qué te ocurre, Neftis? Pareces triste y nerviosa —le preguntó mientras partía un pedacito de aquella tarta que tan rico aspecto tenía.

     Agnes, necesito hablar contigo. Ya no puedo esperar más, ya no soporto tener encerrados en mi alma estos sentimientos que tanto me asfixian.

Agnes no le dijo nada. De repente se le habían esparcido por toda el alma unos nervios punzantes que no le permitían pensar nítidamente. Podía imaginarse por qué Neftis se sentía tan inquieta y conmovida, y no se creía capaz de vivir aquel momento. Hasta entonces, se había esforzado continuamente por huir de las emociones que se le desprendían a Neftis de la mirada siempre que estaban juntas, siempre que se abrazaban o que hablaban durante horas; pero sabía que ya no podía seguir escapándose de aquella realidad. Ésta se había vuelto tan fuerte y devastadora como un destructivo huracán.

     No es necesario que vivamos este momento, Neftis. Puedo imaginarme lo que quieres confesarme, y, créeme, no...

     Sí, Agnes, sí es necesario, por supuesto que lo es, cariño. No podemos seguir huyendo de nuestras emociones, no podemos seguir silenciando lo que sentimos. —Para entonces, Neftis se había levantado de la silla que ocupaba y se había acercado a Agnes, quien se mantenía de pie junto a la ventana, observando a Neftis con recelo y timidez—. Agnes, te necesito, te necesito más de lo que te tengo. No puedo vivir sin ti, cariño. Escúchame, por favor —le pidió cuando vio que Agnes agachaba la cabeza, avergonzada y temerosa—. Agnes, te quiero, te quiero con toda mi alma, te quiero con una fuerza que me destruye. Estoy plena y locamente enamorada de ti. Nunca me he enamorado así, te lo aseguro. Y lo que más me impacienta es que sé que tú también sientes algo muy hermoso por mí y no te atreves a reconocerlo.

     Neftis, por favor... —susurró casi inaudiblemente. Agnes era incapaz de vivir aquel momento.

     No me lo niegues, por favor, Agnes. Yo sé que para ti yo también soy la persona más especial que has conocido. Sé que me quieres y que sientes algo muy poderoso por mí. Por favor, no te reprimas tus sentimientos. Vuela conmigo en esta vida tan hermosa que podemos crear juntas, Agnes.

Mientras Neftis se expresaba con tanto amor y desesperación, había tomado a Agnes de la cintura y se acercaba cada vez más a ella. Agnes notó que el corazón comenzaba a latirle con una fuerza desbocada y que las mejillas le ardían intensamente como si tuviese fiebre, como si su cuerpo estuviese convirtiéndose en el pábilo de una vela.

     Sientes tanta vergüenza porque sabes que tengo razón, cariño —le aseguró Neftis acariciándole la mejilla derecha con muchísima ternura—. Mírame, Agnes. Mírame y dime que no es cierto, que no me amas. Yo te amo con tanta potencia... Amo todo lo que eres; tu voz, tus sonrisas, tus ojos, tu forma de expresarte y de tratarme, tu sabiduría, tu sensibilidad. Te amo como creo que jamás nadie podrá quererte y sería capaz de dar la vida por ti si me lo pidiesen.

Agnes apenas podía pensar ni moverse. Se sentía hechizada por la hermosura de aquel momento tan mágico. Era la primera vez que alguien se le declaraba y no sabía cómo debía actuar ni qué tenía que decir. Estaba tan desorientada que incluso le resultaba complicado respirar. Además, la intensa forma como Neftis la miraba la intimidaba profundamente como si de veras esos ojos fuesen los de Medusa y hubiesen convertido en piedra todo su ser.

     Te amo, Agnes —le musitó muy quedo, acercándose más a ella. Agnes notó que compartían el aire que respiraban—. Sé que tú también lo sientes. Sé que tú también deseas que ocurra...

Agnes se sobrecogió al notar a Neftis tan cerca de ella y al oír sus suaves palabras. No obstante, de repente fue plenamente consciente de lo que sentía y pensaba. Era cierto que Neftis se había convertido en una de las personas más importantes de su vida. Era cierto que le parecía muy hermosa, atractiva e interesante y que, en algunas ocasiones, se había imaginado compartiendo sus días y sus noches con ella hasta que la luna se agotase de brillar; pero sabía que aquellos deseos solamente emanaban del anhelo de percibirse protegida y sobre todo de la complicidad que existía entre ellas dos.

Mas no la amaba y ni siquiera estaba enamorada de ella. No podía permitir que Neftis siguiese creyendo que correspondía al amor que ella sentía. Sin embargo, era incapaz de saber cómo podía confesarle aquella realidad a Neftis, quien parecía también tan frágil y quebradiza. Era consciente de que le destrozaría el corazón si le desvelaba que no la quería del mismo modo que ella y que el amor que le profesaba no era tan intenso como ella creía.

     Neftis... —intentó decirle, pero Neftis la calló con su potente mirada, con sus desesperados y enamorados ojos.

     Todos saben que tú también me amas, que nos une un lazo muy bonito e inquebrantable —le musitó deslizándole los dedos por las mejillas.

Aquellas palabras la instaron a recordar todos los rituales que habían celebrado junto a los demás miembros de El fuego de Hécate. Entonces se percató de que siempre se había mantenido muy unida a Neftis, viviendo intensamente con ella cada instante, compartiendo la magia de aquellas ceremonias. No podía negar que siempre le había apetecido hallarse lo más cerca posible de Neftis mientras duraban aquellos momentos, pues Neftis le inspiraba seguridad y confianza. Así pues, era comprensible que todos creyesen que entre Neftis y ella existía un lazo muchísimo más profundo y potente que el que realmente las conectaba.

     Neftis, por favor, escúchame —le pidió con nervios alejándose sutilmente de ella.

     No tengas vergüenza, Agnes.

Neftis se hallaba sumida en una realidad indestructible que Agnes se creía incapaz de resquebrajar. Parecía como si Neftis no pudiese percibir los detalles de su entorno ni tampoco escuchar las sutiles palabras que Agnes le dirigía. Se había hundido sin regreso en los ojos de Agnes, quien se había convertido para ella en su única tierra. Agnes trataba de apartarse de ella con primor, pero Neftis la había acorralado entre sus brazos y la pared que había tras ella. Entonces Agnes notó que se apoderaban de ella unos nervios gélidos que comenzaron a deshacer la paciencia con la que se comportaba. Deseaba escapar de aquel momento tan tenso que tanto la estremecía. No podía permitir que aquél siguiese fluyendo entre Neftis y ella.

     Neftis, estás muy equivocada —le advirtió apartándose rápidamente de ella, intentando huir de su asfixiante cercanía—. Yo no siento lo mismo por ti, Neftis. Por favor, escúchame. Yo te quiero mucho, pero no te amo, Neftis —le confesó desesperada y nerviosa.

Al oír aquellas palabras y sobre todo al notar que Agnes se había desprendido del cariñoso abrazo con el que la protegía, Neftis sintió que la sangre se le helaba y que le recorría todo el cuerpo un frío gélido que la paralizó brutal y repentinamente. Se quedó quieta, mirando a Agnes con los ojos anegados en extrañeza y decepción. Su mágica realidad se había resquebrajado.

     No dudes de que te quiero muchísimo, Neftis, por favor —prosiguió Agnes intentando suavizar la tensión que de repente se había apoderado de la mirada de su amiga.

     No me amas —musitó Neftis desorientada, pronunciando aquellas palabras como si quisiese dotarlas de sentido.

Agnes no le contestó. Se apartó más de ella y se sentó en una silla para evitar que Neftis se percatase de que de pronto había empezado a temblar. Estaba tan nerviosa e inquieta que ni siquiera podía entender el verdadero significado de aquellos momentos. Nunca se imaginó que viviría con Neftis una situación tan tensa y triste. Sabía que el alma de Neftis estaba quebrándose justo en aquellos momentos. Se preguntó cómo podría evitar que la herida que acababa de hendirle a Neftis en el corazón se profundizase y comenzase a sangrar abundantemente, pero entonces entendió que no había cura para el dolor que provoca el rechazo, la decepción, el amor no correspondido.

     Agnes, no me rechaces, por favor —le pidió acercándose a ella. Ya tenía los ojos llenos de lágrimas—. Dime, por favor, que no es verdad, que sí me amas y que solamente tienes miedo.

La voz de Neftis sonaba tan débil, tan quebradiza, tan desesperada... Agnes se percató de que Neftis estaba muy asustada. Parecía una niña que acababa de perder el último rastro de inocencia que le quedaba en el corazón. Quiso consolarla, quiso asegurarle que siempre se hallaría a su lado, aunque no pudiese corresponder al amor que ella le profesaba; pero no se creía capaz de hablar. Sabía que cualquier palabra que le dirigiese le dañaría mucho más el alma, ahondando la herida que ella misma le había horadado.

     Yo creía que me amabas. Estaba totalmente convencida de que estabas enamorada de mí. No entiendo entonces por qué siempre fuiste tan buena y dulce conmigo, por qué me trataste con tanta ternura, por qué confiabas tanto en mí... —le declaró empezando a llorar—. Me has engañado vilmente, Agnes. Me has hecho creer en una realidad que no existe, que jamás podrá ser cierta. Te has aprovechado de mis sentimientos para ser fuerte, para sentirte valiente, y no es justo, Agnes, no es justo.

     Neftis, lo que dices no es verdad —la contradijo levantándose de la silla y acercándose a ella. Quiso tomarla de las manos, pero Neftis se las apartó antes de que pudiese tocarla—. Yo jamás me aproveché de ti y me comporté siempre tan franca y tiernamente contigo porque te quiero, porque empecé a confiar en ti enseguida, porque jamás me cupo duda de que podíamos entendernos; pero mi intención nunca fue hacerte creer que te amaba y que estaba enamorada de ti.

     No es cierto. Sí lo estás, pero tienes mucho miedo a sufrir, y lo entiendo.

     Neftis, yo no nací para amarte. No puedo corresponderte. Créeme que, si pudiese dominar mis sentimientos, escogería estar enamorada de ti; pero no puedo controlar lo que siento ni tampoco lo que me sucede.

     ¿Por qué estás tan segura de que no has nacido para enamorarte de mí? ¿Es que acaso amas a otra persona? O... tal vez me equivoqué contigo. Sí, es eso, ¿verdad? Perdóname. Interpreté que tú podías enamorarte de una mujer y... es eso, sí, me confundí, me confundiste...

Neftis se expresaba entre lágrimas. Sus palabras sonaban húmedas, pero convincentes y firmes. De repente, al oírla hablar con tanta desesperación, Agnes notó que el corazón comenzaba a latirle con una furia desbocada. Se sentía muy desorientada e incluso desconcertada. Era la primera vez que se hallaba en una situación semejante; en la que debía confesar uno de los secretos mejor guardados de su vida, de todas sus existencias. No sabía si debía callar o desvelarle a Neftis cuál era su realidad, pues temía confundirla mucho más.

     Es eso, ¿verdad? Yo creía que a ti también...

     Neftis, no digas nada más, por favor —le suplicó notando que las mejillas le ardían, nuevamente, y que la vergüenza que le latía en el alma la asfixiaba.

     Agnes, dime la verdad, por favor.

     Neftis, siempre supe que estaba consagrada a la Diosa.

     No es cierto. No es ésa tu realidad. ¿Alguna vez te has enamorado, Agnes? —le preguntó casi desafiante, mirándola con insistencia y desasosiego.

     Sí, sí me enamoré, pero no fue en esta vida.

     ¿Y fue de un hombre, Agnes? Es eso lo que más me interesa ahora.

     No. jamás podría enamorarme de un hombre, Neftis.

     ¿Y por qué a mí no me amas, por qué? —insistió desgarradoramente.

Agnes no le contestó. La miró con muchísima lástima, siendo consciente de que, precisamente en aquellos momentos, la dulce vida que habían compartido había comenzado a quebrarse como si de una rama seca se tratase. Agnes presintió que aquél era el último instante en el que podrían mirarse con calma y ternura. A partir de aquella mañana, Neftis ya no volvería a hundirse cariñosamente en sus ojos nunca más. Incluso supo que jamás podría entender por qué la había rechazado. Siempre creería que había sido el miedo el que la había impulsado a asegurarle que no la amaba. Neftis nunca aceptaría que Agnes, en realidad, pertenecía a otra alma, a otro corazón.

     Lo siento, Neftis. Lo siento muchísimo —se disculpó Agnes notando que los ojos se le llenaban de lágrimas y que un nudo feroz le presionaba la garganta—. Espero que algún día puedas perdonarme.

     No tengo nada que perdonarte. Es a la vida a quien le guardo rencor, no a ti. Lamento muchísimo haberme enamorado de ti. Tal vez no tendríamos que habernos conocido nunca —le declaró llorando desconsolada y furiosamente, aunque su llanto era silencioso—. Lo mejor será que me marche. Deseo que seas feliz hagas lo que hagas.

     Neftis, no te vayas así, por favor —le pidió tomándola cuidadosamente del brazo, pero Neftis la golpeó ligeramente en la mano, obligándola a soltarla.

     No me toques, Agnes. Me has engañado, me has hecho creer que tú también sentías un amor muy bello por mí. Eso no podré olvidarlo. Has jugado con mis sentimientos.

     Ya te dije que eso no es verdad, Neftis.

     Me apena que no te hayas enamorado de mí. Creo que jamás podrás amar a ninguna persona, porque los amores que tú sientes te impiden percibir otros sentimientos. Estarás perdidamente sola siempre, Agnes —la amenazó con rabia; tras lo cual, se volteó y salió de su cabaña sin que a Agnes le diese tiempo a reaccionar—. Adiós, Agnes.

Cuando Neftis se marchó bajo el cielo deslumbrante de aquella cálida mañana primaveral, Agnes notó que la tibieza que la rodeaba se tornaba frío, que la cercanía del verano se volvía inexistente y que un vacío muy gélido se abría bajo sus pies. Le pareció que un terremoto violento agitaba la tierra de su vida hasta derribar los pilares que sostenían su presente.

Un silencio opaco y denso se había esparcido por el bosque, acallando el murmullo del viento y el siseo del agua; el que siempre se mezclaba con la quietud que invadía aquella hermosa y mágica naturaleza. Agnes creyó que el mundo ya no volvería a hablar, que habían desaparecido todos los sonidos de la vida. Sentía ganas de llorar de frustración, de impotencia, de tristeza y de miedo; pero temía quebrar aquel silencio con su respiración y no deseaba que la energía que se desprendía de los árboles y de la tierra detectase el brillo de sus lágrimas.

Entonces tuvo mucho miedo a que su vida se cubriese de abandono y oscuridad. Sabía que Neftis necesitaba permanecer lejos de ella para que aquella distancia le curase la herida que su rechazo le había horadado en el alma. Agnes pensó que, si Neftis y ella ya no se miraban a los ojos, si Neftis vivía como si ella no existiese, le costaría mucho más enfrentarse a cada instante, le costaría confiar en que la vida seguía siendo tan mágica como ambas habían creído.

Sin embargo, la voz de su alma (la que solía revelarle las certezas más poderosas y las más tristes) comenzó a exigirle que, esta vez, no debía permitir que el desaliento la abatiese. Llevaba ya tres años viviendo rodeada por la soledad más inquebrantable y hasta entonces nunca había necesitado que alguien la mirase a los ojos para convencerla de que existir tenía sentido. Némesis y ella se habían bastado con la presencia de la naturaleza y con el poder que las unía para saberse fuertes.

Agnes notó que se apoderaba de ella una fuerza cuya procedencia no era capaz de imaginarse. Parecía como si el sentido de aquella situación la ayudase a comprender mejor el porqué de cada hecho, a ser más consciente de lo que pensaba y experimentaba. Sabía que ella no amaba a Neftis. La quería muchísimo, era cierto, pero aquel amor nacía de la fraternidad más tierna y luminosa y sabía que Neftis estaba irreversiblemente enamorada de ella; lo cual significaba que lo mejor que podían hacer ambas era permanecer separadas durante un tiempo para que la potencia de aquella realidad se atenuase. Le costaría mucho vivir lejos de Neftis, pero sería paciente con ella. Esperaría el momento en que Neftis se creyese capaz de mirarla a los ojos de nuevo y de compartir con ella aquellos momentos tan mágicos que tanto las unían sin notar que el alma se le quebraba.

Se preguntó entonces cómo era posible que Neftis hubiese soportado la fuerza destructiva de aquel sentimiento durante tanto tiempo. Sabía que le habría dolido muchísimo sentirla tan cerca y a la vez ser consciente de que ella era inalcanzable. La admiró por ser tan valiente y fuerte. Sí, Neftis era muy fuerte, mucho más de lo que ella creía; pero tenía que ser ella misma quien lo descubriese.

Entonces comenzaron a pasar los días, las semanas e incluso los meses. La primavera se había convertido en un impetuoso verano que asfixiaba, que marchitaba las flores y que deterioraba la apariencia viva de las hojas perennes. Agnes notaba que la naturaleza protestaba continuamente por la intensa forma como el sol la atacaba y la agobiaba. Las noches eran densas. Parecía imposible respirar. Agnes apenas podía dormir. Prefería permanecer bañándose en el lago que había cerca de su casa o caminando tranquilamente entre los árboles, pues en el interior de su cabaña el calor se acumulaba como si su morada fuese el único lugar que pudiese acoger el aliento del estío.

Némesis intentaba entregarle fortaleza a través de sus hipnóticas miradas. Ella apenas parecía agotada. El calor no la atemorizaba. Agnes admiraba cariñosamente la forma como Némesis se movía entre las plantas, tan vívida y poderosa, y cómo siempre se enfrentaba a cualquier momento con una seguridad inquebrantable. Le parecía que en el alma de su amiga se hallaba toda la valentía y el vigor que a ella le faltaban para soportar aquel estío tan insufrible.

La desalentaba levemente sentir que las sombras del bosque apenas podían calmar el calor que la invadía. Tenía la impresión de que la fiebre más destructiva se había apoderado de todo su cuerpo. Sí, se sentía enferma, pero continuamente trataba de luchar contra aquellas sensaciones para evitar que éstas oscureciesen su existencia.

Además, no había vuelto a ver a Neftis desde aquella mañana primaveral en la que le había confesado todo lo que sentía, en la que había detectado cuánto le había herido en el alma. Neftis no la había visitado desde entonces y tampoco había asistido a los rituales que habían celebrado en medio del bosque. Neftis había faltado a Beltane, a Litha y a Lamas. Agnes les había preguntado a Gaya y a Gilbert si conocían cómo se encontraba, pero ninguno de los dos sabía ofrecerle la respuesta que ella tanto anhelaba descubrir; al contrario, todas las personas que conocían a Neftis parecían haber olvidado que existía.

Agnes anhelaba visitarla para saber cómo se sentía y para preguntarle por qué se mantenía tan alejada de todos los detalles que formaban su mundo; pero no quería incomodarla y era consciente de que, si se acercaba a ella en aquellos momentos en los que tanto anhelaba estar sola, la herida que tenía en el alma se tornaría mucho más sangrante.

Agnes la extrañaba muchísimo, pues Neftis era la persona en quien más había confiado y a quien más sinceramente le había transmitido todo lo que sentía y pensaba. Añoraba compartir con ella aquellos rituales tan mágicos a través de los que se comunicaban con la Diosa y los elementos para pedirles que renovasen sus energías y también aquellas ocasiones en las que escuchaban música juntas, dejándose llevar por las preciosas melodías que tanto las emocionaban. No obstante, aunque la echase tanto de menos, no se sentía capaz de quebrar la distancia que las separaba. Debía ser Neftis quien regresase a su lado y la buscase de nuevo; pero Agnes creía que aquel momento nunca llegaría, que para siempre se había deshecho todo lo que habían vivido, que había muerto definitivamente el lazo que tanto las había unido; y aquella posibilidad la asustaba tanto que se percibía frágil como una hoja caduca.

Así pues, de nuevo fue Némesis su más fiel compañía. Némesis nunca la dejaba sola. La cuidaba continuamente, la vigilaba en todo momento, salvo en aquellas ocasiones en las que Agnes se apartaba de su cabaña dispuesta a visitar a Gaya o a Gilbert; algo que no solía hacer muy a menudo, pues el calor la intimidaba tanto que apenas se creía capaz de caminar por el bosque durante tantas horas.

Sin embargo, el verano también le entregaba la fuerza que ella necesitaba para confiar en que la vida volvería a recuperar su brillo cuando menos se lo esperase. El paso del tiempo y las experiencias que había vivido le habían enseñado a no perder la esperanza, a creer que, incluso tras la oscuridad más devastadora, siempre queda un pedacito de luz que puede nutrirse de la magia de la vida para devenir en el fulgor más intenso y deslumbrante.

Lo que más alentaba a Agnes era sentir que el alma no se le había resquebrajado, era saber que, a pesar de que estuviese nuevamente tan sola, no había perdido las ganas de vivir, de respirar y de enfrentarse a cada amanecer. Parecía como si el vigor con el que el sol esplendía se le transmitiese a través del azulado matiz del cielo, a través del refulgente verdor de las hojas y del silencio que acariciaba cada rincón del bosque. No se preguntaba de dónde emanaba aquel aliento que le impedía tener miedo, sólo lo apretaba contra sí como si quisiese protegerlo de la noche más oscura y de la cercanía del otoño. Agnes notaba que en su alma susurraban, con muchísimo cuidado, certezas que apenas se creía incapaz de interpretar.

De vez en cuando, Agnes recordaba que aquel aliento que tanto la impulsaba era un síntoma más de la enfermedad de la que jamás conseguiría desprenderse. Era consciente de que, tras vivir aquellas etapas tan brillantes y tan llenas de energías hermosas, le sobrevenía la oscuridad. Su vida siempre sería ese camino hecho de sombras y luz, de estabilidad y desequilibrio que nunca se tornaría llano, que tan inclinado y angosto podía llegar a ser. No obstante, estaba acostumbrada a que su alma fuese así, tan fácilmente mutable. Tendría que vivir siempre con aquellos cambios tan irrefrenables e intensos; mas aquella certeza no la detenía. Ella deseaba vivir, experimentar cada sensación, exprimir cada momento para extraerle toda su magia.

Así pues, se limitó a vivir, a disfrutar de cada momento que compartía con Némesis, con Gaya, con Gilbert y con la naturaleza que tanto la protegía. Permitiría que transcurriese el tiempo sin intentar aferrarlo de cada instante para retenerlo a su lado. Sería paciente y esperaría a que las sombras de los hechos que llenarían su futuro apareciesen ante ella, mostrándose nítidos y refulgentes.

2 comentarios:

  1. ¡Ya era hora de tener la continuación! Siguen las aventuras de Agnes, nuestra gallega favorita, lejos ya de sus penurias en el hospital, que parece quedar tan lejos, ahora le toca vivir en el bosque... pero no todo son trances agradables, pues su relación con Neftis se ha complicado al máximo: ella está enamorada, Agnes no. Esta es una de las situaciones más difíciles de lidiar en la vida, y es casi peor si de fondo hay una amistad sincera, porque si no es así, se rechaza de plano la pretensión y punto, pero cuando hay una complicidad, una buena relación, como es el caso entre Agnes y Neftis, ¿cómo decir que no sin hacer daño? ¿y cómo seguir el día a día? Con razón Agnes intenta rehuir el golpe diciéndole que esa conversación no era necesaria, jejejeje, claro, para ella no, pero seguro que Neftis estaba rabiando por dentro y desde luego que necesitaba hablarlo... está muy bien descrita la relación, cómo el amor lo ciega todo, cómo quien no desea ver no verá, porque estando los hechos a la disposición de las dos Neftis ha querido imaginar una correspondencia emocional que solo está en su deseo, y cuando finalmente se tiene que hacer cargo del rechazo, lo que siente es furia. Es fácil condenarla, decir que no está a la altura y convertirla casi en una muñeca grotesca pero... las cosas no son tan sencillas, a menudo necesitamos creer, deseamos que nos quieran, y caer en nuestros propios engaños resulta fatalmente sencillo. En fin, esto explica, claro está, muchas cosas que tienen que pasar... Me resulta estremecedora la consecuencia de todo esto, es decir, que Neftis opte por la separación (algo totalmente lógico), y que Agnes la eche en falta, pues realmente son amigas. La vida es complicada, no puede dejar de rechazar su amor, pero al tiempo está perdiendo una excelente compañera, alguien que vale su peso en oro para quien como Agnes carece casi de relaciones humanas. Le quedan, claro, Gaya y Gilbert. Le queda Némesis. Pero qué triste es perder la amistad por culpa del amor.

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  2. Esto se veía venir. Agnes nunca ha sentido algo más que amistad y cariño por Neftis. Les ha costado mucho dar el paso y hablar del tema, pero por fin se atrevieron. Ya nos imaginábamos que no le sentaría nada bien el rechazo. Aunque Agnes intenta ser delicada y la rechaza con mucho tacto, Neftis se desmorona. Me sorprende su actitud, aunque es lógica. La ama y ella misma se ha creído sus propias fantasías, haciendo realidad un amor que solamente existe en su mundo. A veces es fácil confundir amistad con amor y si encima eres cariñoso y atento...Yo creo que eso ocurre continuamente desde que el mundo es mundo jajaja. Algunos lo saben encajar pero otros...Neftis es de los que no aceptan un no por respuesta. Ha sido injusta cuando la acusa de engañarla, yo creo que en su interior sabe que es mentira. Se deja llevar por la rabia y el dolor por su rechazo. Luego, entra en la ilógica de que a ella no la culpa, que es la vida, pero luego le recrimina que la haya engañado...ains. Su amistad por el momento se ha perdido, y es una pena. Para Agnes era una amistad y un apoyo muy importante. Menos mal que sigue contando con Némesis (la serpienta jajaja), Gaya y Gilbert. Sé que aparecerá pero no sé si tendremos más capítulos de amor y odio entre ellas o aparecerá directamente odiándola de por vida. ¡Está muy interesante! ¡Es genial esto de tenerlos todos colgados!

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