Amor y
nostalgia
Transcurrió el tiempo, con pausa, con armonía, siendo una canción que
entonaba en las noches de luna llena, en las noches de tormenta, en los
amaneceres quedos y en los atardeceres inmensos henchidos de luz decadente. La
vida pasaba sin tregua, pero sin prisa, con una serenidad que acariciaba el
canto de los pájaros y el soplar del viento. El aliento de la naturaleza no se
agotaba nunca, impulsaba a existir y a respirar a quienes se hallaban tan inmersos
en sus trovas, en sus fragancias, en todos los sonidos a través de los que ella
se expresaba.
La vida transcurría entre risas y llantos, entre suspiros y sonrisas.
Una calma aterciopelada se había cernido sobre los días de Agnes, sobre sus
noches y sus instantes más mágicos. Lentamente, fue adentrándosele en el alma
una inspiración única y potente que la impulsaba a escribir sin cansarse, a
celebrar rituales preciosos que le llenaban el corazón de brillantes energías,
a meditar para reencontrarse consigo misma y sobre todo a compartir con quienes
la querían aquellos momentos tan creativos. Parecía como si el último brote de
tristeza que la había atacado hubiese fortalecido su alma, su intuición, sus
dones especiales.
Sin embargo, Agnes también notaba que la herida que Neftis tenía
horadada en el alma no dejaba de agrietarse y de profundizarse. Era consciente
de que había sido ella quien le había hendido el corazón. No había necesitado
dedicarle ninguna palabra que se la resquebrajase. Sólo con aquellas miradas
esquivas y con aquel temblor inseguro que se apoderaba de su voz cuando
intentaba asegurarle que todavía no había llegado el momento de mantener
aquella conversación tan importante, le había confesado a Neftis que ella no
correspondía a su hermoso amor.
Mas ninguna de las dos se atrevía a volver palabras sus intuiciones ni
sus tristes pensamientos. Ambas se esforzaban por impedir que la magia que
teñía sus días se desvaneciese. Sin embargo, era imposible pugnar contra un
sentimiento que no dejaba de intensificarse, que se nutría de los bellos
momentos que ambas vivían, de los sueños que agitaban el corazón de Neftis
todas las noches y de cada muestra de cariño que intercambiaban.
Neftis intentaba soportar el silencio en el que Agnes encerraba sus
emociones, pero le costaba muchísimo entender por qué Agnes no era sincera con
ella, por qué continuamente huía de la posibilidad de conversar sobre lo que
sentían. Neftis sabía que Agnes no correspondía plenamente al amor que ella le
profesaba, pero todavía tenía la esperanza de que, si Agnes permitía que le
demostrase cuánto la amaba, aquel pedacito de amor que le latía en el alma se
acrecería sin tregua. Neftis pensaba que ella podría convertirlo en la emoción
más intensa, en la realidad más mágica y bonita.
Ya había transcurrido más de un año de aquel atardecer en el que la
vida había unido sus destinos, en el que Neftis se había hundido en los
hermosos ojos de Agnes por vez primera. Era la segunda primavera que
compartían, la segunda vez que la naturaleza y el alma de Agnes renacían tras
ser agitadas y enmudecidas por la decadencia del otoño y el frío del invierno;
pero parecía como si para Agnes no hubiese pasado el tiempo, como si creyese
que el discurrir de los días no intensificaría los sentimientos que anegaban el
alma de Neftis.
Neftis ya había callado suficiente. Llevaba demasiado tiempo
silenciando sus emociones, escondiendo lo desesperada que se sentía. Cada vez
que Agnes y ella escuchaban música juntas o caminaban serenamente entre los
árboles, Neftis tenía que esforzarse por disimular cuánto la conmovía cada
melodía que ambas compartían y cada matiz hermoso que las rodeaba. Notaba que
sus sentimientos estaban a punto de estallar por dentro de ella, convirtiéndola
en la estela de un volcán que expulsaba con furia su aliento tornado en una
lava hirviente que arrasaría cualquier ápice de luz y belleza que se hallase a
su vera.
Lo que más sobrecogía a Neftis no era no poder prever cuándo su alma gritaría
hasta ensordecerla. Por mucho que lo intentase, no podía presentir si aquel
instante tan desgarrador se hallaba cerca de su vida o todavía se escondía en
las sombras inciertas del futuro.
Una mañana de sábado, cálida y hermosa, Neftis acudió al hogar de
Agnes como casi todos los días, pero esta vez notaba que se sentía mucho más
impaciente que nunca. Además, necesitaba pedirle que le proporcionase alguna
tisana que le calmase el intenso dolor de vientre que le provocaba la
menstruación. Se encontraba muy sensible y desvalida, pero recorrió sin
detenerse la distancia que la separaba del hogar de Agnes.
Anduvo durante media hora por el bosque fijándose en la luz que la
rodeaba, escuchando con cariño el canto de los pájaros y aspirando con
serenidad el sinfín de aromas que manaban de la tierra y de los troncos de los
árboles. A pesar de que la desesperación que nacía del amor que le profesaba a
Agnes le apretase siempre el alma, no podía negar que en aquel lugar era
inmensamente feliz. Siempre había soñado con habitar en medio del bosque, en
alguna cabaña acogedora y hermosa, y su sueño se había cumplido mucho antes de
lo que ella se imaginaba. Hacía un año que moraba en aquella casita tan antigua
que Gilbert le había ayudado a reconstruir, pero tenía la sensación de que
siempre había formado parte de aquellos lares, que éstos siempre habían sido el
escenario de sus días y de sus noches. No extrañaba nada, aunque lo cierto era
que vivía más cómodamente que Agnes, pues Gilbert le había instalado,
cuidadosamente, una placa solar y un depósito que le permitía tener agua
corriente. Además, su cabaña se hallaba un poco más cerca del pueblo en el que
se encontraba la casa de Gilbert; lo cual le facilitaba acudir junto a él
siempre que tenía alguna urgencia.
Se hallaba en aquellas cavilaciones cuando notó que la rodeaban los
árboles que protegían el hogar de Agnes. Ya caminaba por la casi imperceptible senda
que conducía a aquella entrañable cabaña. Entonces se detuvo y respiró
profundamente. Estaba nerviosa e inquieta, pero no podía intuir por qué se
sentía tan descontrolada.
Cuando creía que la naturaleza que la rodeaba ya le había ofrecido
toda la calma que necesitaba para hablar con Agnes, oyó que alguien caminaba
entre los árboles. No dudó ni un instante de que era Agnes quien se le
aproximaba sin intuir que estaban tan cerca. Se sobrecogió profundamente cuando
se percató de que Agnes tenía los ojos impregnados de una luz muy hermosa y
cálida. Andaba distraída, buscando algo entre las plantas.
—
Qué hermosa estás siempre, Agnes —susurró Neftis para sí misma perdiéndose
en su majestuosa apariencia.
Agnes solía vestir siempre de negro. Aquel día portaba una falda
plisada y un fino jersey que se le ceñía tiernamente al cuerpo. Además, aunque
el ambiente fuese más bien cálido, se cubría con una acogedora chaquetita de
lana. Le pareció que, envuelta en aquellas prendas tan oscuras y a la vez
elegantes, Agnes parecía mucho más resplandeciente. Su piel pálida y tersa
esplendía sutilmente como si la luna se reflejase en ella y de los ojos se le
desprendía una calma que a Neftis le hizo sentir repentinamente acogida.
De pronto, Agnes se agachó junto al tronco grueso de un árbol poderoso
y cortó, con mucho cuidado, unos tallos de hierba que protegió bajo su
chaquetita. Después se alzó y se alejó de Neftis sin ni siquiera imaginarse que
ella se hallaba tan cerca. Neftis caminó en pos de ella intentando no hacer
ruido. No deseaba sobresaltarla, pero Agnes enseguida advirtió que no estaba
sola. Al descubrir que era Neftis quien intentaba adentrarse en aquel íntimo
momento, sonrió muy suave y casi imperceptiblemente. A Agnes siempre le había
costado mucho esbozar aquel gesto tan tierno y sencillo. Las pocas sonrisas que
les regalaba a quienes la miraban eran en exceso hermosas, pero ni tan sólo
ella era consciente de cuánto brillo podían irradiar.
—
¡Neftis! —exclamó sorprendida y levemente sobresaltada—. No te
esperaba. ¿Estás bien? No tienes muy buen aspecto —observó acercándose a ella y
mirándola con una ternura que a Neftis la empequeñeció. La cariñosa forma como
Agnes le hablaba la emocionaba tanto que apenas podía controlar sus
sentimientos.
—
No me encuentro muy bien, Agnes. Me duele mucho el vientre y no estoy muy
animada —le contestó tratando de expresarse con calma y seguridad, pero su voz
sonó levemente trémula—. Anoche se me adelantó la menstruación y...
—
Ven a mi cabaña. Te prepararé alguna tisana que te calme el dolor —le
ofreció mientras la tomaba con dulzura del brazo.
Cuando ambas se hallaron en aquel hogar tan acogedor, Neftis notó que
el alma se le desprendía de la tensión y de la tristeza que hasta entonces le
habían arrebatado el aliento. Agnes le sirvió una infusión hecha con melisa,
salvia, Artemisa y manzanilla y después se sentó a su lado todavía dedicándole
aquella mirada que tanto acogía a Neftis.
—
¿Quieres un poquiño de tarta de Santiago? La hice ayer por la tarde y
me quedó deliciosa —le ofreció sonriéndole efímera, pero dulcemente.
—
Sí, por favor. No he desayunado nada todavía.
—
¿Qué te ocurre, Neftis? Pareces triste y nerviosa —le preguntó
mientras partía un pedacito de aquella tarta que tan rico aspecto tenía.
—
Agnes, necesito hablar contigo. Ya no puedo esperar más, ya no soporto
tener encerrados en mi alma estos sentimientos que tanto me asfixian.
Agnes no le dijo nada. De repente se le habían esparcido por toda el
alma unos nervios punzantes que no le permitían pensar nítidamente. Podía
imaginarse por qué Neftis se sentía tan inquieta y conmovida, y no se creía capaz
de vivir aquel momento. Hasta entonces, se había esforzado continuamente por
huir de las emociones que se le desprendían a Neftis de la mirada siempre que
estaban juntas, siempre que se abrazaban o que hablaban durante horas; pero
sabía que ya no podía seguir escapándose de aquella realidad. Ésta se había
vuelto tan fuerte y devastadora como un destructivo huracán.
—
No es necesario que vivamos este momento, Neftis. Puedo imaginarme lo
que quieres confesarme, y, créeme, no...
—
Sí, Agnes, sí es necesario, por supuesto que lo es, cariño. No podemos
seguir huyendo de nuestras emociones, no podemos seguir silenciando lo que
sentimos. —Para entonces, Neftis se había levantado de la silla que ocupaba y
se había acercado a Agnes, quien se mantenía de pie junto a la ventana, observando
a Neftis con recelo y timidez—. Agnes, te necesito, te necesito más de lo que
te tengo. No puedo vivir sin ti, cariño. Escúchame, por favor —le pidió cuando
vio que Agnes agachaba la cabeza, avergonzada y temerosa—. Agnes, te quiero, te
quiero con toda mi alma, te quiero con una fuerza que me destruye. Estoy plena
y locamente enamorada de ti. Nunca me he enamorado así, te lo aseguro. Y lo que
más me impacienta es que sé que tú también sientes algo muy hermoso por mí y no
te atreves a reconocerlo.
—
Neftis, por favor... —susurró casi inaudiblemente. Agnes era incapaz
de vivir aquel momento.
—
No me lo niegues, por favor, Agnes. Yo sé que para ti yo también soy
la persona más especial que has conocido. Sé que me quieres y que sientes algo
muy poderoso por mí. Por favor, no te reprimas tus sentimientos. Vuela conmigo
en esta vida tan hermosa que podemos crear juntas, Agnes.
Mientras Neftis se expresaba con tanto amor y desesperación, había
tomado a Agnes de la cintura y se acercaba cada vez más a ella. Agnes notó que
el corazón comenzaba a latirle con una fuerza desbocada y que las mejillas le
ardían intensamente como si tuviese fiebre, como si su cuerpo estuviese
convirtiéndose en el pábilo de una vela.
—
Sientes tanta vergüenza porque sabes que tengo razón, cariño —le
aseguró Neftis acariciándole la mejilla derecha con muchísima ternura—. Mírame,
Agnes. Mírame y dime que no es cierto, que no me amas. Yo te amo con tanta
potencia... Amo todo lo que eres; tu voz, tus sonrisas, tus ojos, tu forma de
expresarte y de tratarme, tu sabiduría, tu sensibilidad. Te amo como creo que
jamás nadie podrá quererte y sería capaz de dar la vida por ti si me lo
pidiesen.
Agnes apenas podía pensar ni moverse. Se sentía hechizada por la
hermosura de aquel momento tan mágico. Era la primera vez que alguien se le
declaraba y no sabía cómo debía actuar ni qué tenía que decir. Estaba tan
desorientada que incluso le resultaba complicado respirar. Además, la intensa
forma como Neftis la miraba la intimidaba profundamente como si de veras esos
ojos fuesen los de Medusa y hubiesen convertido en piedra todo su ser.
—
Te amo, Agnes —le musitó muy quedo, acercándose más a ella. Agnes notó
que compartían el aire que respiraban—. Sé que tú también lo sientes. Sé que tú
también deseas que ocurra...
Agnes se sobrecogió al notar a Neftis tan cerca de ella y al oír sus
suaves palabras. No obstante, de repente fue plenamente consciente de lo que
sentía y pensaba. Era cierto que Neftis se había convertido en una de las
personas más importantes de su vida. Era cierto que le parecía muy hermosa,
atractiva e interesante y que, en algunas ocasiones, se había imaginado
compartiendo sus días y sus noches con ella hasta que la luna se agotase de
brillar; pero sabía que aquellos deseos solamente emanaban del anhelo de
percibirse protegida y sobre todo de la complicidad que existía entre ellas
dos.
Mas no la amaba y ni siquiera estaba enamorada de ella. No podía
permitir que Neftis siguiese creyendo que correspondía al amor que ella sentía.
Sin embargo, era incapaz de saber cómo podía confesarle aquella realidad a
Neftis, quien parecía también tan frágil y quebradiza. Era consciente de que le
destrozaría el corazón si le desvelaba que no la quería del mismo modo que ella
y que el amor que le profesaba no era tan intenso como ella creía.
—
Neftis... —intentó decirle, pero Neftis la calló con su potente
mirada, con sus desesperados y enamorados ojos.
—
Todos saben que tú también me amas, que nos une un lazo muy bonito e
inquebrantable —le musitó deslizándole los dedos por las mejillas.
Aquellas palabras la instaron a recordar todos los rituales que habían
celebrado junto a los demás miembros de El fuego de Hécate. Entonces se percató
de que siempre se había mantenido muy unida a Neftis, viviendo intensamente con
ella cada instante, compartiendo la magia de aquellas ceremonias. No podía
negar que siempre le había apetecido hallarse lo más cerca posible de Neftis
mientras duraban aquellos momentos, pues Neftis le inspiraba seguridad y
confianza. Así pues, era comprensible que todos creyesen que entre Neftis y
ella existía un lazo muchísimo más profundo y potente que el que realmente las
conectaba.
—
Neftis, por favor, escúchame —le pidió con nervios alejándose
sutilmente de ella.
—
No tengas vergüenza, Agnes.
Neftis se hallaba sumida en una realidad indestructible que Agnes se
creía incapaz de resquebrajar. Parecía como si Neftis no pudiese percibir los
detalles de su entorno ni tampoco escuchar las sutiles palabras que Agnes le
dirigía. Se había hundido sin regreso en los ojos de Agnes, quien se había
convertido para ella en su única tierra. Agnes trataba de apartarse de ella con
primor, pero Neftis la había acorralado entre sus brazos y la pared que había
tras ella. Entonces Agnes notó que se apoderaban de ella unos nervios gélidos
que comenzaron a deshacer la paciencia con la que se comportaba. Deseaba
escapar de aquel momento tan tenso que tanto la estremecía. No podía permitir
que aquél siguiese fluyendo entre Neftis y ella.
—
Neftis, estás muy equivocada —le advirtió apartándose rápidamente de
ella, intentando huir de su asfixiante cercanía—. Yo no siento lo mismo por ti,
Neftis. Por favor, escúchame. Yo te quiero mucho, pero no te amo, Neftis —le
confesó desesperada y nerviosa.
Al oír aquellas palabras y sobre todo al notar que Agnes se había
desprendido del cariñoso abrazo con el que la protegía, Neftis sintió que la
sangre se le helaba y que le recorría todo el cuerpo un frío gélido que la
paralizó brutal y repentinamente. Se quedó quieta, mirando a Agnes con los ojos
anegados en extrañeza y decepción. Su mágica realidad se había resquebrajado.
—
No dudes de que te quiero muchísimo, Neftis, por favor —prosiguió
Agnes intentando suavizar la tensión que de repente se había apoderado de la
mirada de su amiga.
—
No me amas —musitó Neftis desorientada, pronunciando aquellas palabras
como si quisiese dotarlas de sentido.
Agnes no le contestó. Se apartó más de ella y se sentó en una silla
para evitar que Neftis se percatase de que de pronto había empezado a temblar.
Estaba tan nerviosa e inquieta que ni siquiera podía entender el verdadero
significado de aquellos momentos. Nunca se imaginó que viviría con Neftis una
situación tan tensa y triste. Sabía que el alma de Neftis estaba quebrándose
justo en aquellos momentos. Se preguntó cómo podría evitar que la herida que
acababa de hendirle a Neftis en el corazón se profundizase y comenzase a sangrar
abundantemente, pero entonces entendió que no había cura para el dolor que
provoca el rechazo, la decepción, el amor no correspondido.
—
Agnes, no me rechaces, por favor —le pidió acercándose a ella. Ya
tenía los ojos llenos de lágrimas—. Dime, por favor, que no es verdad, que sí
me amas y que solamente tienes miedo.
La voz de Neftis sonaba tan débil, tan quebradiza, tan desesperada...
Agnes se percató de que Neftis estaba muy asustada. Parecía una niña que
acababa de perder el último rastro de inocencia que le quedaba en el corazón.
Quiso consolarla, quiso asegurarle que siempre se hallaría a su lado, aunque no
pudiese corresponder al amor que ella le profesaba; pero no se creía capaz de
hablar. Sabía que cualquier palabra que le dirigiese le dañaría mucho más el
alma, ahondando la herida que ella misma le había horadado.
—
Yo creía que me amabas. Estaba totalmente convencida de que estabas
enamorada de mí. No entiendo entonces por qué siempre fuiste tan buena y dulce conmigo,
por qué me trataste con tanta ternura, por qué confiabas tanto en mí... —le
declaró empezando a llorar—. Me has engañado vilmente, Agnes. Me has hecho
creer en una realidad que no existe, que jamás podrá ser cierta. Te has
aprovechado de mis sentimientos para ser fuerte, para sentirte valiente, y no
es justo, Agnes, no es justo.
—
Neftis, lo que dices no es verdad —la contradijo levantándose de la
silla y acercándose a ella. Quiso tomarla de las manos, pero Neftis se las
apartó antes de que pudiese tocarla—. Yo jamás me aproveché de ti y me comporté
siempre tan franca y tiernamente contigo porque te quiero, porque empecé a
confiar en ti enseguida, porque jamás me cupo duda de que podíamos entendernos;
pero mi intención nunca fue hacerte creer que te amaba y que estaba enamorada
de ti.
—
No es cierto. Sí lo estás, pero tienes mucho miedo a sufrir, y lo
entiendo.
—
Neftis, yo no nací para amarte. No puedo corresponderte. Créeme que,
si pudiese dominar mis sentimientos, escogería estar enamorada de ti; pero no
puedo controlar lo que siento ni tampoco lo que me sucede.
—
¿Por qué estás tan segura de que no has nacido para enamorarte de mí?
¿Es que acaso amas a otra persona? O... tal vez me equivoqué contigo. Sí, es
eso, ¿verdad? Perdóname. Interpreté que tú podías enamorarte de una mujer y...
es eso, sí, me confundí, me confundiste...
Neftis se expresaba entre lágrimas. Sus palabras sonaban húmedas, pero
convincentes y firmes. De repente, al oírla hablar con tanta desesperación,
Agnes notó que el corazón comenzaba a latirle con una furia desbocada. Se
sentía muy desorientada e incluso desconcertada. Era la primera vez que se
hallaba en una situación semejante; en la que debía confesar uno de los
secretos mejor guardados de su vida, de todas sus existencias. No sabía si
debía callar o desvelarle a Neftis cuál era su realidad, pues temía confundirla
mucho más.
—
Es eso, ¿verdad? Yo creía que a ti también...
—
Neftis, no digas nada más, por favor —le suplicó notando que las
mejillas le ardían, nuevamente, y que la vergüenza que le latía en el alma la
asfixiaba.
—
Agnes, dime la verdad, por favor.
—
Neftis, siempre supe que estaba consagrada a la Diosa.
—
No es cierto. No es ésa tu realidad. ¿Alguna vez te has enamorado,
Agnes? —le preguntó casi desafiante, mirándola con insistencia y desasosiego.
—
Sí, sí me enamoré, pero no fue en esta vida.
—
¿Y fue de un hombre, Agnes? Es eso lo que más me interesa ahora.
—
No. jamás podría enamorarme de un hombre, Neftis.
—
¿Y por qué a mí no me amas, por qué? —insistió desgarradoramente.
Agnes no le contestó. La miró con muchísima lástima, siendo consciente
de que, precisamente en aquellos momentos, la dulce vida que habían compartido
había comenzado a quebrarse como si de una rama seca se tratase. Agnes
presintió que aquél era el último instante en el que podrían mirarse con calma
y ternura. A partir de aquella mañana, Neftis ya no volvería a hundirse
cariñosamente en sus ojos nunca más. Incluso supo que jamás podría entender por
qué la había rechazado. Siempre creería que había sido el miedo el que la había
impulsado a asegurarle que no la amaba. Neftis nunca aceptaría que Agnes, en
realidad, pertenecía a otra alma, a otro corazón.
—
Lo siento, Neftis. Lo siento muchísimo —se disculpó Agnes notando que
los ojos se le llenaban de lágrimas y que un nudo feroz le presionaba la
garganta—. Espero que algún día puedas perdonarme.
—
No tengo nada que perdonarte. Es a la vida a quien le guardo rencor,
no a ti. Lamento muchísimo haberme enamorado de ti. Tal vez no tendríamos que
habernos conocido nunca —le declaró llorando desconsolada y furiosamente,
aunque su llanto era silencioso—. Lo mejor será que me marche. Deseo que seas
feliz hagas lo que hagas.
—
Neftis, no te vayas así, por favor —le pidió tomándola cuidadosamente
del brazo, pero Neftis la golpeó ligeramente en la mano, obligándola a
soltarla.
—
No me toques, Agnes. Me has engañado, me has hecho creer que tú
también sentías un amor muy bello por mí. Eso no podré olvidarlo. Has jugado
con mis sentimientos.
—
Ya te dije que eso no es verdad, Neftis.
—
Me apena que no te hayas enamorado de mí. Creo que jamás podrás amar a
ninguna persona, porque los amores que tú sientes te impiden percibir otros
sentimientos. Estarás perdidamente sola siempre, Agnes —la amenazó con rabia;
tras lo cual, se volteó y salió de su cabaña sin que a Agnes le diese tiempo a
reaccionar—. Adiós, Agnes.
Cuando Neftis se marchó bajo el cielo deslumbrante de aquella cálida
mañana primaveral, Agnes notó que la tibieza que la rodeaba se tornaba frío,
que la cercanía del verano se volvía inexistente y que un vacío muy gélido se
abría bajo sus pies. Le pareció que un terremoto violento agitaba la tierra de
su vida hasta derribar los pilares que sostenían su presente.
Un silencio opaco y denso se había esparcido por el bosque, acallando
el murmullo del viento y el siseo del agua; el que siempre se mezclaba con la
quietud que invadía aquella hermosa y mágica naturaleza. Agnes creyó que el
mundo ya no volvería a hablar, que habían desaparecido todos los sonidos de la
vida. Sentía ganas de llorar de frustración, de impotencia, de tristeza y de
miedo; pero temía quebrar aquel silencio con su respiración y no deseaba que la
energía que se desprendía de los árboles y de la tierra detectase el brillo de
sus lágrimas.
Entonces tuvo mucho miedo a que su vida se cubriese de abandono y
oscuridad. Sabía que Neftis necesitaba permanecer lejos de ella para que
aquella distancia le curase la herida que su rechazo le había horadado en el
alma. Agnes pensó que, si Neftis y ella ya no se miraban a los ojos, si Neftis
vivía como si ella no existiese, le costaría mucho más enfrentarse a cada
instante, le costaría confiar en que la vida seguía siendo tan mágica como
ambas habían creído.
Sin embargo, la voz de su alma (la que solía revelarle las certezas
más poderosas y las más tristes) comenzó a exigirle que, esta vez, no debía
permitir que el desaliento la abatiese. Llevaba ya tres años viviendo rodeada
por la soledad más inquebrantable y hasta entonces nunca había necesitado que
alguien la mirase a los ojos para convencerla de que existir tenía sentido.
Némesis y ella se habían bastado con la presencia de la naturaleza y con el
poder que las unía para saberse fuertes.
Agnes notó que se apoderaba de ella una fuerza cuya procedencia no era
capaz de imaginarse. Parecía como si el sentido de aquella situación la ayudase
a comprender mejor el porqué de cada hecho, a ser más consciente de lo que
pensaba y experimentaba. Sabía que ella no amaba a Neftis. La quería muchísimo,
era cierto, pero aquel amor nacía de la fraternidad más tierna y luminosa y
sabía que Neftis estaba irreversiblemente enamorada de ella; lo cual
significaba que lo mejor que podían hacer ambas era permanecer separadas
durante un tiempo para que la potencia de aquella realidad se atenuase. Le
costaría mucho vivir lejos de Neftis, pero sería paciente con ella. Esperaría
el momento en que Neftis se creyese capaz de mirarla a los ojos de nuevo y de
compartir con ella aquellos momentos tan mágicos que tanto las unían sin notar
que el alma se le quebraba.
Se preguntó entonces cómo era posible que Neftis hubiese soportado la
fuerza destructiva de aquel sentimiento durante tanto tiempo. Sabía que le
habría dolido muchísimo sentirla tan cerca y a la vez ser consciente de que
ella era inalcanzable. La admiró por ser tan valiente y fuerte. Sí, Neftis era
muy fuerte, mucho más de lo que ella creía; pero tenía que ser ella misma quien
lo descubriese.
Entonces comenzaron a pasar los días, las semanas e incluso los meses.
La primavera se había convertido en un impetuoso verano que asfixiaba, que
marchitaba las flores y que deterioraba la apariencia viva de las hojas
perennes. Agnes notaba que la naturaleza protestaba continuamente por la
intensa forma como el sol la atacaba y la agobiaba. Las noches eran densas.
Parecía imposible respirar. Agnes apenas podía dormir. Prefería permanecer
bañándose en el lago que había cerca de su casa o caminando tranquilamente
entre los árboles, pues en el interior de su cabaña el calor se acumulaba como
si su morada fuese el único lugar que pudiese acoger el aliento del estío.
Némesis intentaba entregarle fortaleza a través de sus hipnóticas
miradas. Ella apenas parecía agotada. El calor no la atemorizaba. Agnes
admiraba cariñosamente la forma como Némesis se movía entre las plantas, tan
vívida y poderosa, y cómo siempre se enfrentaba a cualquier momento con una
seguridad inquebrantable. Le parecía que en el alma de su amiga se hallaba toda
la valentía y el vigor que a ella le faltaban para soportar aquel estío tan
insufrible.
La desalentaba levemente sentir que las sombras del bosque apenas
podían calmar el calor que la invadía. Tenía la impresión de que la fiebre más
destructiva se había apoderado de todo su cuerpo. Sí, se sentía enferma, pero
continuamente trataba de luchar contra aquellas sensaciones para evitar que
éstas oscureciesen su existencia.
Además, no había vuelto a ver a Neftis desde aquella mañana primaveral
en la que le había confesado todo lo que sentía, en la que había detectado
cuánto le había herido en el alma. Neftis no la había visitado desde entonces y
tampoco había asistido a los rituales que habían celebrado en medio del bosque.
Neftis había faltado a Beltane, a Litha y a Lamas. Agnes les había preguntado a
Gaya y a Gilbert si conocían cómo se encontraba, pero ninguno de los dos sabía
ofrecerle la respuesta que ella tanto anhelaba descubrir; al contrario, todas
las personas que conocían a Neftis parecían haber olvidado que existía.
Agnes anhelaba visitarla para saber cómo se sentía y para preguntarle
por qué se mantenía tan alejada de todos los detalles que formaban su mundo;
pero no quería incomodarla y era consciente de que, si se acercaba a ella en
aquellos momentos en los que tanto anhelaba estar sola, la herida que tenía en
el alma se tornaría mucho más sangrante.
Agnes la extrañaba muchísimo, pues Neftis era la persona en quien más
había confiado y a quien más sinceramente le había transmitido todo lo que
sentía y pensaba. Añoraba compartir con ella aquellos rituales tan mágicos a
través de los que se comunicaban con la Diosa y los elementos para pedirles que
renovasen sus energías y también aquellas ocasiones en las que escuchaban
música juntas, dejándose llevar por las preciosas melodías que tanto las
emocionaban. No obstante, aunque la echase tanto de menos, no se sentía capaz
de quebrar la distancia que las separaba. Debía ser Neftis quien regresase a su
lado y la buscase de nuevo; pero Agnes creía que aquel momento nunca llegaría,
que para siempre se había deshecho todo lo que habían vivido, que había muerto
definitivamente el lazo que tanto las había unido; y aquella posibilidad la
asustaba tanto que se percibía frágil como una hoja caduca.
Así pues, de nuevo fue Némesis su más fiel compañía. Némesis nunca la
dejaba sola. La cuidaba continuamente, la vigilaba en todo momento, salvo en
aquellas ocasiones en las que Agnes se apartaba de su cabaña dispuesta a
visitar a Gaya o a Gilbert; algo que no solía hacer muy a menudo, pues el calor
la intimidaba tanto que apenas se creía capaz de caminar por el bosque durante
tantas horas.
Sin embargo, el verano también le entregaba la fuerza que ella
necesitaba para confiar en que la vida volvería a recuperar su brillo cuando
menos se lo esperase. El paso del tiempo y las experiencias que había vivido le
habían enseñado a no perder la esperanza, a creer que, incluso tras la
oscuridad más devastadora, siempre queda un pedacito de luz que puede nutrirse
de la magia de la vida para devenir en el fulgor más intenso y deslumbrante.
Lo que más alentaba a Agnes era sentir que el alma no se le había
resquebrajado, era saber que, a pesar de que estuviese nuevamente tan sola, no
había perdido las ganas de vivir, de respirar y de enfrentarse a cada amanecer.
Parecía como si el vigor con el que el sol esplendía se le transmitiese a
través del azulado matiz del cielo, a través del refulgente verdor de las hojas
y del silencio que acariciaba cada rincón del bosque. No se preguntaba de dónde
emanaba aquel aliento que le impedía tener miedo, sólo lo apretaba contra sí
como si quisiese protegerlo de la noche más oscura y de la cercanía del otoño.
Agnes notaba que en su alma susurraban, con muchísimo cuidado, certezas que
apenas se creía incapaz de interpretar.
De vez en cuando, Agnes recordaba que aquel aliento que tanto la
impulsaba era un síntoma más de la enfermedad de la que jamás conseguiría
desprenderse. Era consciente de que, tras vivir aquellas etapas tan brillantes
y tan llenas de energías hermosas, le sobrevenía la oscuridad. Su vida siempre
sería ese camino hecho de sombras y luz, de estabilidad y desequilibrio que
nunca se tornaría llano, que tan inclinado y angosto podía llegar a ser. No
obstante, estaba acostumbrada a que su alma fuese así, tan fácilmente mutable.
Tendría que vivir siempre con aquellos cambios tan irrefrenables e intensos;
mas aquella certeza no la detenía. Ella deseaba vivir, experimentar cada
sensación, exprimir cada momento para extraerle toda su magia.
Así pues, se limitó a vivir, a disfrutar de cada momento que compartía
con Némesis, con Gaya, con Gilbert y con la naturaleza que tanto la protegía.
Permitiría que transcurriese el tiempo sin intentar aferrarlo de cada instante
para retenerlo a su lado. Sería paciente y esperaría a que las sombras de los
hechos que llenarían su futuro apareciesen ante ella, mostrándose nítidos y
refulgentes.
¡Ya era hora de tener la continuación! Siguen las aventuras de Agnes, nuestra gallega favorita, lejos ya de sus penurias en el hospital, que parece quedar tan lejos, ahora le toca vivir en el bosque... pero no todo son trances agradables, pues su relación con Neftis se ha complicado al máximo: ella está enamorada, Agnes no. Esta es una de las situaciones más difíciles de lidiar en la vida, y es casi peor si de fondo hay una amistad sincera, porque si no es así, se rechaza de plano la pretensión y punto, pero cuando hay una complicidad, una buena relación, como es el caso entre Agnes y Neftis, ¿cómo decir que no sin hacer daño? ¿y cómo seguir el día a día? Con razón Agnes intenta rehuir el golpe diciéndole que esa conversación no era necesaria, jejejeje, claro, para ella no, pero seguro que Neftis estaba rabiando por dentro y desde luego que necesitaba hablarlo... está muy bien descrita la relación, cómo el amor lo ciega todo, cómo quien no desea ver no verá, porque estando los hechos a la disposición de las dos Neftis ha querido imaginar una correspondencia emocional que solo está en su deseo, y cuando finalmente se tiene que hacer cargo del rechazo, lo que siente es furia. Es fácil condenarla, decir que no está a la altura y convertirla casi en una muñeca grotesca pero... las cosas no son tan sencillas, a menudo necesitamos creer, deseamos que nos quieran, y caer en nuestros propios engaños resulta fatalmente sencillo. En fin, esto explica, claro está, muchas cosas que tienen que pasar... Me resulta estremecedora la consecuencia de todo esto, es decir, que Neftis opte por la separación (algo totalmente lógico), y que Agnes la eche en falta, pues realmente son amigas. La vida es complicada, no puede dejar de rechazar su amor, pero al tiempo está perdiendo una excelente compañera, alguien que vale su peso en oro para quien como Agnes carece casi de relaciones humanas. Le quedan, claro, Gaya y Gilbert. Le queda Némesis. Pero qué triste es perder la amistad por culpa del amor.
ResponderEliminarEsto se veía venir. Agnes nunca ha sentido algo más que amistad y cariño por Neftis. Les ha costado mucho dar el paso y hablar del tema, pero por fin se atrevieron. Ya nos imaginábamos que no le sentaría nada bien el rechazo. Aunque Agnes intenta ser delicada y la rechaza con mucho tacto, Neftis se desmorona. Me sorprende su actitud, aunque es lógica. La ama y ella misma se ha creído sus propias fantasías, haciendo realidad un amor que solamente existe en su mundo. A veces es fácil confundir amistad con amor y si encima eres cariñoso y atento...Yo creo que eso ocurre continuamente desde que el mundo es mundo jajaja. Algunos lo saben encajar pero otros...Neftis es de los que no aceptan un no por respuesta. Ha sido injusta cuando la acusa de engañarla, yo creo que en su interior sabe que es mentira. Se deja llevar por la rabia y el dolor por su rechazo. Luego, entra en la ilógica de que a ella no la culpa, que es la vida, pero luego le recrimina que la haya engañado...ains. Su amistad por el momento se ha perdido, y es una pena. Para Agnes era una amistad y un apoyo muy importante. Menos mal que sigue contando con Némesis (la serpienta jajaja), Gaya y Gilbert. Sé que aparecerá pero no sé si tendremos más capítulos de amor y odio entre ellas o aparecerá directamente odiándola de por vida. ¡Está muy interesante! ¡Es genial esto de tenerlos todos colgados!
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