Capítulo
17
Sonriente
desesperación
Hay sentimientos que atenúan el brillo de la vida, que vuelven
invernal la noche más estival, que devienen en anochecer cualquier amanecer y
que consiguen distanciarnos de la fuente de la que puede brotar la felicidad
más tierna. Y entonces el paso del tiempo se convierte en un río que discurre
sin murmurar, en una brisa que atraviesa el silencio de la noche queda y
tiernamente, oscureciendo las sombras, volviendo lejanos los campos y
provocando que parezcan remotos los recuerdos de las vivencias más recientes y
dulces.
Neftis notaba que el alma se le había cubierto de nieblas, como si de
repente ésta se le hubiese convertido en el reflejo de un lago sin orilla ni
fin. Se despertaba todos los días preguntándose cómo podría recuperar el brillo
que hasta entonces su vida había irradiado, cómo podría sonreír sintiéndose tan
decepcionada y desvalida. El paso de los días le había demostrado que su
existencia no era tan hermosa como ella había creído. Que Agnes no la amase le
había destruido el corazón, le había arrebatado las ganas de caminar por su
destino y la había convencido de que en realidad no merecía la pena luchar por
ningún sueño.
El verano brillaba con una fuerza desgarradora, pero Neftis se sentía
totalmente atardecida y decadente. Le parecía que en su alma sólo era invierno;
un invierno muy gélido que había deshecho todas sus esperanzas. No podía dejar
de pensar en Agnes. Continuamente rememoraba todo lo que había vivido con ella,
sin cesar la recordaba, evocando con nitidez todos los detalles de su hermosísima
apariencia, el tono de su voz y la forma entrañable como se expresaba. Soñaba
con ella todas las noches. Agnes aparecía siempre cuando la inconsciencia se
apoderaba de su mente y la llamaba desde una tierra toda anegada en luz y a la
vez oscuridad. Neftis corría hacia ella con desesperación y, en cuanto se
tenían al alcance de sus manos, Agnes la abrazaba con una fuerza impetuosa y la
alejaba del último rescoldo de tristeza que le latía en el alma. Junto a ella,
de repente se sentía totalmente protegida. Ya no tenía miedo, ya no le quedaban
más lágrimas pendiéndole de los ojos; pero entonces se despertaba guiada por la
punzada de melancolía que también le atravesaba el corazón en el mundo de los
sueños y era plenamente consciente de que Agnes estaba muy lejos de ella, de
que Agnes era inalcanzable y que jamás viviría con ella aquellos instantes tan
preciosos y tibios.
Amaba a Agnes como jamás había amado a
nadie. La amaba con una fuerza que le arrebataba la respiración y no soportaba
vivir sin ella ni imaginarse existiendo sin tenerla siempre a su lado. La
necesitaba como la tierra necesita la lluvia para sentirse viva, para crecer y
renacer de cualquier momento infértil y oscuro.
Adoraba todo lo que Agnes era; sus efímeras
sonrisas, su dulce y tersa voz, su modo de mirar, de hablar y de gesticular, su
forma de acoger en su vida a quienes la necesitaban. Neftis la quería tal como
era, tal como podía ser y sería en el futuro, la quería tal como había sido en
su pasado. Ni siquiera la acobardaba que Agnes estuviese enferma; al contrario,
aquella faceta de su carácter también la atraía. Creía que sus desequilibrios
anímicos la volvían mucho más interesante y especial. Además, estaba segura de
que, si Agnes la amase, ella podría ayudarla a luchar contra sus más feroces
miedos. La arroparía siempre, hasta en los momentos más difíciles e
ininteligibles.
Y así fueron transcurriendo los meses para Neftis. Mientras Agnes se
esforzaba por teñir de luz cada uno de los instantes que vivía, Neftis se
hundía cada vez más irrevocablemente en una tristeza que no tenía principio ni
fin y que le había arrancado toda su motivación. Además, cuando llegaba el
verano, dejaba de dar clases en la escuela en la que trabajaba; lo cual volvía
mucho más vacíos todos sus días. Neftis apenas encontraba la inspiración. Le
parecía incluso que la voz de su creatividad se había silenciado para siempre.
Cuando había compartido con Agnes aquellos meses tan hermosos, no cesaba de
componer canciones preciosas y muy emotivas que después le cantaba y le tañía
con la guitarra bajo la luz dorada y romántica del atardecer. Agnes siempre le
aseguraba que su voz era la más bonita que había conocido y que todas las
trovas que le brotaban del alma la conmovían con una dulzura que la intimidaba
y a la vez la acogía.
Mas Agnes era tan inalcanzable... Aunque la separasen de ella unos
escasos cinco kilómetros, Neftis la sentía irrevocablemente lejos de su mundo y
de su alma; lo cual la desolaba tanto que apenas podía controlar los
pensamientos y los sentimientos desgarradores que la invadían, presionándole el
alma con una fuerza devastadora que la asfixiaba.
Neftis se volvió frágil y cobarde. La valentía que siempre la había
impulsado a permanecer junto a Agnes a pesar de que su corazón le latiese con
una violencia desbocada se había desvanecido por completo, sin dejar rastro, y
entonces Neftis se encerró en una soledad que tornó gélidos todos sus días y
sus noches. Apenas salía de su cabaña, sólo cuando la obligaba la necesidad de
adquirir alimentos u otros enseres imprescindibles para vivir, y tampoco
asistía a los rituales que se celebraban en el valle sagrado. No se atrevía a
alejarse de su hogar. Temía encontrarse de repente con Agnes sin que nadie
pudiese evitarlo. No quería mirarla a los ojos, no se creía capaz de oír su
suave, dulce y poderosa voz ni su entrañable acento; el que volvía hermosas
todas sus palabras.
Gilbert y Gaya la visitaban de vez en cuando. Ambos habían advertido
su ausencia y los inquietaba profundamente que ni siquiera Agnes pudiese
ofrecerles nociones sobre sus sentimientos. Intuían que habían vivido un hecho
muy triste que las había separado y aquella posibilidad los desasosegaba
profundamente, pero ninguno de los dos se atrevía a preguntarle a Neftis por
qué se había distanciado tanto de ellos y sobre todo de Agnes, a quien parecía
estar irrevocablemente unida. Siempre que se hallaban junto a Neftis, trataban
de distraerla conversando con ella acerca de temas que parecían totalmente
insustanciales; pero Neftis agradecía muchísimo aquel interés que demostraban
sentir por ella y siempre los acogía con mucho amor cuando ellos se adentraban
en su entrañable cabaña.
—
¿Por qué ya no asistes a nuestros rituales? —se atrevió a preguntarle
Gaya una azulada tarde estival—. Sabemos que no te encuentras bien y que estás
deprimida. Nunca dudes de que puedes contar con nosotros para todo lo que
necesites, Neftis.
—
Lo sé, Gaya. Muchísimas gracias; pero creo que, para mi tristeza, no
hay cura —le contestó mientras le servía té con hierbabuena.
—
¿Qué te sucede, Neftis? ¿Has discutido con Agnes? Ella nos ha contado
que hace más de tres meses que no os veis.
—
¿Y qué más os ha explicado? —le cuestionó notando que se le aferraban
al estómago unos nervios gélidos y punzantes.
—
Nada más, Neftis.
En aquellos momentos, Neftis sintió que los intensos nervios que se le
habían anudado al estómago se le convertían en una incipiente decepción que
paralizó sus pensamientos y sus emociones. Creyó que a Agnes no le importaban sus
sentimientos ni su alma y que no la afectaba que llevasen tantas semanas sin
compartir ni la más sutil mirada. Al mismo tiempo, agradeció que ella no les
hubiese confesado a Gaya ni a Gilbert por qué estaban tan lejos, por qué de
repente se habían distanciado tanto.
—
Dime por qué estás tan afligida, cariño —le pidió Gaya con muchísima
ternura mientras la tomaba de las manos—. Es por Agnes, ¿verdad? Aunque ella no
nos lo haya revelado, tanto Gilbert como yo sabemos que siempre has querido a
Agnes de una forma muy especial.
Gaya le hablaba con una dulzura tan cálida, tan acogedora... La voz de
Gaya siempre le acariciaba el alma y derribaba los muros tras los que ella
anhelaba esconder sus emociones. Al oír las tiernas y comprensivas palabras que
le dedicaba, los ojos se le llenaron de lágrimas y comenzó a llorar en
silencio, notando que la tristeza que le apretaba el corazón se volvía punzante
y desgarradora como un afilado puñal.
—
Agnes no me quiere —musitó con una voz quebrada y frágil y con una
lástima que a Gaya le encogió el corazón—. Yo creía que ella también me amaba y
que estaba enamorada de mí; pero no... ni siquiera la atraigo. Me hizo creer
que yo para ella era mucho más especial de lo que en realidad soy y no soporto
que me haya engañado así.
—
Me sorprende muchísimo que Agnes no te corresponda. Estábamos seguros
de que ella también sentía algo muy hermoso por ti. Creíamos que os unía una
relación muy íntima de la que no os atrevíais a hablarle a nadie.
—
Nunca ha sido así, Gaya; pero Agnes siempre fue tan confusa, tan
ambigua...
—
Agnes es muy cariñosa y dulce. Además, sé que siempre te quiso
muchísimo. Es comprensible que te hayas confundido —le indicó presionándole las
manos con mucho primor—. También es lógico que estés tan triste y que no te
apetezca vivir; pero no debes permitir que este desaliento que sientes te hunda
tan irrevocablemente, Neftis. La vida sigue, cariño, y todavía te esperan en tu
destino muchísimas experiencias hermosas. No te rindas, cielo. Merece la pena
luchar por nuestros sueños.
—
Yo no tengo sueños sin Agnes, si ella no está a mi lado —lloró
desconsoladamente lanzándose con calma a los brazos de Gaya, quien la acogió
junto a su pecho como si Neftis fuese una niña atemorizada e indefensa.
—
Me parece que deberías hablar con Agnes y recuperar vuestra amistad.
No creo que te convenga permanecer tan lejos de ella. Anda, ve a verla.
Seguramente os vendrá bien estar juntas.
—
No me siento capaz de mirarla a los ojos.
—
Sí, sí eres capaz de mirarla a los ojos y de conversar con ella. Eres
capaz de muchísimas más cosas de las que piensas, Neftis.
Mas Gaya no consiguió transmitirle a Neftis con sus hermosas palabras
aquel aliento que a ella tanto le faltaba. Neftis estaba completamente
deshecha. Su alma se había convertido en polvo y lo único que experimentaba
eran unas intensas ganas de llorar que nunca se desvanecían, por muchas
lágrimas que le brotasen de los ojos. Gaya, entonces, se volcó en Neftis con
una atención que hacía muchísimo tiempo que no le prestaba a nadie. La visitaba
prácticamente todos los días y conversaba con ella hasta que la tarde se volvía
noche, hasta que el brillo de las estrellas se mezclaba con los últimos rayos
dorados del ocaso.
El equinoccio de otoño se asomaba ya entre los cálidos suspiros del
verano. Mabon se acercaba, lenta y perezosamente, como si le diese miedo
existir, como si supiese que su llegada podía desestabilizar aún más la vida de
quienes se sentían tan tristes. Mabon era la festividad más importante y
especial para Neftis, pues había sido en aquel Sabbat cuando había conocido a
Agnes. Aunque anhelase formar parte del mágico ritual que celebrarían en el
valle sagrado con otras comunidades, Neftis se estremecía cada vez que se
imaginaba compartiendo con ellos aquellos momentos tan luminosos y místicos.
Sabía que Agnes asistiría a aquel ritual y aquello la detenía, la atemorizaba,
la desvanecía.
Sin embargo, también se planteó la posibilidad de que aquella
festividad las uniese de nuevo. Deseaba reencontrarse con Agnes y pedirle
perdón por haberse mantenido tan lejos de ella durante tanto tiempo. La
necesitaba, la necesitaba como la tierra precisa de la lluvia cuando el verano
se derrama sobre ella. Aunque estar a su lado le destrozase el alma, anhelaba
hundirse en sus bellísimos ojos una vez más, oír su cercana y mágica voz,
tomarla de la mano y vivir con ella aquel ritual que tanto las enamoraba, que
ellas tanto admiraban.
No obstante, su alma le revelaba, con una delicadeza sublime, que, en
realidad, deseaba asistir a aquel ritual porque tenía la esperanza de que la
magia que lo impregnaría la uniría a Agnes con una fuerza mucho más potente que
la que las había enlazado cuando se habían conocido hacía ya dos años. Sin
pensar en sus movimientos, se atavió con el vestido más bonito que tenía, se
perfumó con esencia de rosas y se adornó la cabeza con una preciosa guirnalda
de flores que volvía mucho más rasgados sus bellos ojos.
Se sentía hermosa y segura portando aquel vestido rojizo tan bonito y
elegante. Intentó extraer de su poderoso matiz la valentía que tanto necesitaba
para acudir a aquella festividad tan importante y para mirar a Agnes a los ojos
sin que ella detectase cuán sobrecogida estaba. Trató también de desprenderse
del eco de todas las emociones asfixiantes que la habían atacado durante tantos
meses y se protegió tras una máscara sólo hecha de felicidad, de sonrisas
luminosas y de gestos serenos.
Se dirigió hacia el rincón del bosque en el que celebrarían Mabon tratando
de que aquella seguridad que tanto la protegía no se desvaneciese, luchando por
silenciar la voz de sus más tristes recuerdos y también por dominar el ritmo
acelerado al que le latía el corazón.
No obstante, cuando, desde la distancia, descubrió que Agnes ya se
hallaba junto a Gaya erigiendo el altar sagrado, toda aquella valentía que le
impregnaba el alma comenzó a deshacerse como si en realidad fuese polvo de
estrellas perdiéndose en la inmensidad del universo. Se quedó quieta,
paralizada, mirando a Agnes sin saber cómo debía pensar, sin ser capaz de
reconocer las intensas emociones que le recorrían todo el cuerpo. Sabía que
Agnes ni siquiera podía imaginarse que se hallaban tan cerca y aquello le
permitía respirar con una serenidad que, sin embargo, era tan efímera como la
seguridad que la había impelido hasta allí.
Agnes portaba un vestido violáceo que volvía más profundos sus
nocturnos ojos. Además, se había anudado al cuello un fino pañuelo rojizo que
tornaba más reluciente su piel pálida y tersa. Neftis se fijó en que de los
ojos se le desprendía una paz y una conformidad que le destrozaron el corazón.
Neftis había creído que a Agnes también la habría hundido inmensamente la
distancia que las separaba, que tanto había quebrado su mágica realidad, y
descubrir que Agnes tenía el alma llena de luz y de serenidad le hizo sentir
una repentina rabia contra la que luchó con ahínco y potencia. No deseaba que
ningún sentimiento estremecedor entorpeciese y ensombreciese aquellos momentos.
Se acercó a ellas ignorando la voz de su alma; la que le pedía a
gritos que regresase a casa antes de que aquella situación pudiese destrozarle
más el corazón. Neftis notaba que precisamente era el intenso amor que sentía
por Agnes el que la impulsaba a alejarse de sus miedos y de su tristeza.
—
¡Neftis! —la llamó Gaya entusiasmada cuando la vio llegar—. ¡Cuánto me
alegro de que hayas venido!
Neftis le sonrió con ternura. La voz de Gaya siempre la serenaba,
dondequiera que sonase, cualquiera que fuese la palabra que ella le dirigiese.
No obstante, en aquellos momentos, estaba tan nerviosa que apenas podía
percibir los sentimientos hermosos que brotaban del alma de la sacerdotisa.
Neftis no podía retirar los ojos de Agnes, quien, en esos momentos, la
miraba con extrañeza, alivio y temor; un temor muy leve que oscurecía con
sublimidad el matiz dorado de aquel hermoso atardecer.
—
Hola, Neftis —la saludó Agnes acercándose a ella con sigilo—. Yo
también me alegro muchísimo de que estés aquí.
Agnes le hablaba con calma, pero en su voz temblaba una emoción muy
tierna que a Neftis le encogió el corazón. Anheló abrazarla con fuerza para
asegurarle con aquel cariñoso gesto que aún la amaba y para desvelarle cuánto
la había extrañado; pero se contuvo. No deseaba incomodar a Agnes ni tampoco
quería que la magia de aquel momento se desvaneciese.
—
Agnes, necesito hablar contigo —le pidió sin prever sus palabras, sin
pensar en lo que deseaba decirle—. No sé si ahora...
—
Aún queda media hora para que empiece el ritual —indicó Gaya con
paciencia—. Podéis hablar todo lo que queráis, pero yo os recomiendo que lo
hagáis en otro momento.
—
Sí, tal vez sea lo mejor, Neftis —prosiguió Agnes temerosa.
—
No te incomodaré con mis sentimientos, Agnes. Sólo necesito pedirte
perdón por haberme mantenido tan lejos de ti, por haberte...
—
Era comprensible que necesitases estar sola —la interrumpió Agnes
sintiéndose cada vez más nerviosa—. De verdad, no es necesario que me pidas
perdón por nada, Neftis. Yo también me encierro en mí misma cuando me siento
triste.
—
Pero ahora estás feliz, ¿verdad? Te brillan mucho los ojos. Te noto
muy animada.
En la voz de Neftis había temblado un deje de envidia que tornaba sus
palabras en un ligero y punzante reproche. Gaya también percibió que Neftis se
expresaba con un incipiente y extraño rencor que, bien lo sabía ella, le habría
rasgado el alma a Agnes.
—
Ahora me encuentro bien, pero ya sabes que mis sentimientos son muy
inestables —le recordó con timidez—. En cualquier momento puede sobrevenirme la
oscuridad y...
—
Pero has estado bien mientras yo me sentía morir.
Aquellas palabras sí eran el reproche más triste que Neftis podía
dirigirle a Agnes. Cuando las oyó, cuando percibió la inmensa impotencia que
las teñía, entonces Agnes, temerosa y conmovida, se apartó de Neftis y regresó
junto a Gaya. Tomó entre sus manos una varita de incienso y la prendió
intentando disimular el temblor que se había apoderado de su cuerpo. En
aquellos momentos, se arrepentía de no haber visitado a Neftis durante aquellos
meses que para ella, probablemente, habrían sido tan tristes, tan horribles,
tan oscuros... Lamentó ser tan cobarde e insegura.
—
Yo he estado a tu lado siempre, en tus peores momentos, apoyándote,
escuchándote —le recriminó mientras se aproximaba a ella—, y tú ni siquiera te
has dignado preguntar por mí. Te he esperado durante todo este tiempo. Tenía la
esperanza de que vendrías a visitarme para rescatarme del abismo al que tú
misma me lanzaste.
—
Neftis, ya basta, por favor —le pidió Gaya con mucho cariño—.
Entendemos lo desesperada que te sientes, pero, por favor, intentemos vivir con
amor estos momentos. No tiene sentido que le reproches nada a Agnes ahora.
—
Si no te visité durante todo este tiempo, Neftis, fue porque sabía que
necesitabas estar sola —le explicó Agnes con calma, esforzándose por disimular
lo nerviosa que se sentía—. No dejé de pensar en ti nunca ni de preguntarme
cómo estarías. Jamás me olvidé de ti, Neftis. Es muy triste que creas que puedo
ser feliz sin ti. Yo también te necesito mucho, pero comprendo que haya
momentos en los que solamente anheles permanecer apartada de todos y de todo.
El tiempo y la soledad son los únicos que pueden sanarnos las heridas que
tenemos en el alma.
—
Perdóname, Agnes. No era mi intención reprocharte nada. Lo único que
deseo es recuperarte y regresar junto a ti. No puedo vivir sin ti, Agnes, no
puedo —lloró Neftis con una impotencia desgarradora. En aquellos momentos ya se
había desvanecido toda la seguridad que le había anegado el alma—. Por favor,
no te alejes de mí.
Agnes no fue capaz de decirle nada. Lo único que se atrevió a hacer
fue acercarse a ella y abrazarla con un cariño que profundizó el llanto que
tanto la atacaba, que ahondó los suspiros que agitaban todo su ser y que volvió
más densas las lágrimas que le manaban continuamente de los ojos.
—
No te preocupes por nada, Neftis. No te dejaré sola, te lo prometo.
Ahora, cálmate y vivamos este ritual como lo hacíamos antaño: con magia y mucho
amor.
—
Gracias, Agnes —le dijo entre suspiros de tristeza.
Gaya y Agnes consiguieron silenciar la tristeza que a Neftis tanto le
oprimía el corazón y el alma. Poco a poco, Neftis empezó a sentir que la vida
volvía a brillar, que, si se hallaba junto a Agnes, la rodeaba la magia más
imperecedera e inquebrantable.
Disfrutó de aquel mágico ritual como hacía muchísimo tiempo que no
disfrutaba de ningún instante de su vida. Se sumergió en cada palabra que Gaya
pronunciaba para invocar a los elementos, se esforzó por retener en su alma el
misticismo que teñía aquellos instantes y, sobre todo, permaneció cerca de
Agnes, compartiendo con ella la belleza de aquel atardecer tan aromático y
dorado.
Cuando el ritual llegó a su fin y el círculo estuvo ya abierto,
entonces Gilbert comenzó a tocar la guitarra con pausa y profundidad, adornando
los últimos instantes del ocaso con melodías muy tersas que acariciaban
cariñosamente el alma. La música le llenó el corazón de serenidad a Neftis,
quien, en aquellos momentos, se preguntaba por qué hasta entonces había sido
tan cobarde, por qué no había luchado por sus sueños, por qué había permitido
que el desaliento y la desesperación se apoderasen tan irrevocablemente de su
espíritu.
Alguna de las personas que habían compartido con ellas aquel ritual
tan hermoso bailaba calmadamente junto a alguien que las acogía en sus brazos
con cariño. Otras comían despreocupadamente mientras conversaban, otras
simplemente se habían sentado en la hierba y observaban con nostalgia cómo el
atardecer moría en los brazos de la oscuridad.
Agnes anhelaba regresar junto a Némesis, pues la extrañaba muchísimo y
anhelaba contarle todo lo que le había ocurrido aquella tarde; pero no se
atrevía a separarse de Neftis. Durante todo el ritual, había notado que Neftis
no dejaba de mirarla y que continuamente analizaba sus gestos y sus ojos para
detectar todas las emociones que le invadían el alma. La había sentido muy
cerca, tanto física como anímicamente, y en aquellos momentos necesitaba estar
sola para meditar sobre lo que estaba viviendo. Dudaba de que Neftis y ella
pudiesen recuperar la amistad que tan tiernamente las había unido, puesto que
Neftis todavía la amaba con una fuerza que volvería punzante cada palabra y cada
gesto cariñoso que se dedicasen.
—
¿Quieres un poquito de vino, Agnes? —le preguntó repentinamente la
suave voz de Neftis. Agnes estaba tan ensimismada que ni siquiera había
advertido que Neftis se hallaba a su lado—. Sabe muy dulce y Gaya le ha echado
algunas especias.
—
No, gracias, Neftis. Nunca me gustó el vino.
—
Pruébalo, por favor. Éste es especial. Créeme.
Agnes se preguntó por qué Neftis le insistía tanto en que bebiese.
Aunque realmente no le atrajese el olor de aquella bebida, tomó entre sus manos
la copa que Neftis le ofrecía y bebió lentamente. Notaba que Neftis estaba tan
susceptible que no se atrevía a negarle cualquier cosa que ella le pidiese.
—
Agnes, esta música tan bonita me hace pensar tanto... ¿Por qué no
vamos a tu casa? Necesito que hablemos en un lugar tranquilo en el que no haya
nadie —le ofreció acercándose más a ella y tomándola del brazo.
—
De acuerdo —accedió sobrecogida. Agnes prefería hablar con Neftis en
otro momento, pero no fue capaz de confesárselo.
—
Termínate antes esa copa. Seguro que querrás más. Es adictivo —le
sonrió con cariño.
Agnes estuvo a punto de preguntarle por qué, si tanto le gustaba, no
bebía junto a ella, pero tampoco se creía capaz de cuestionarle nada. En
aquellos momentos le parecía que su mente estaba desprendiéndose de la
capacidad de expresar los pensamientos que la invadían. Le costaba reconocer
las emociones y los sentimientos que le nacían del alma. Además, el sabor del
vino que Neftis le había ofrecido intensificaba aquella confusión que estaba
adueñándose de su corazón y de su voz.
—
Vayamos antes de que alguien se acerque a hablar con nosotras —le
exigió Neftis con impaciencia.
—
Sí, pero no nos vayamos sin despedirnos de Gaya —le pidió Agnes
mientras se separaba de ella y se dirigía hacia la vera de la suma sacerdotisa.
Neftis no fue en pos de Agnes, sino que se mantuvo quieta y queda,
aguardando a que regresase. No deseaba que Gaya se hundiese en sus ojos, pues
sabía que Gaya podía detectar y reconocer todas las emociones que le anegaban
el alma y prefería mantener en secreto cómo se sentía y qué pensaba.
Cuando Agnes se despidió de Gaya y de Gilbert, entonces regresó junto
a Neftis y ambas comenzaron a alejarse rápida, pero calmadamente de aquel
lugar. Agnes notaba que le costaba caminar y pensar y que la tierra temblaba
levemente bajo sus pies, pero no se atrevía a confesarle a Neftis que se
encontraba mareada. Sabía que aquel malestar se lo provocaba el vino que había
bebido. No estaba habituada a ingerir alcohol y, las pocas veces que había
intentado hacerlo, le habían dolido muchísimo el estómago y la cabeza.
—
Hace tanto tiempo que necesitaba estar contigo... —oía que le musitaba
Neftis con serenidad y cariño.
—
Yo nunca dejé de esperarte —le contestó Agnes intentando expresarse
con claridad—. Neftis, no me encuentro bien. No tendría que haber bebido.
—
Pero si ni siquiera te has tomado media copa —se rió dulcemente
mientras detenía su paso y la observaba con mucha ternura—. Ven, apóyate en mí.
—
Lo mejor será que hablemos mañana. Ahora me siento confundida y...
—
No pienso dejarte sola, Agnes —le aseguró tomándola de la cintura y hundiéndose
en sus nocturnos ojos. sobre ellas, las estrellas titilaban remota, pero
cálidamente, y la luna recorría el cielo con muchísima lentitud y primor—.
Ahora no hay nada que pueda quebrar este momento tan mágico.
Agnes se sentía cada vez más nerviosa. Le costaba sostener la profunda
y amorosa mirada que Neftis le dedicaba y le parecía que la forma como le
hablaba le absorbía el alma y el aliento. Deseaba alejarse de ella, pero se
creía incapaz de moverse. Tenía la sensación de que su materia se había vuelto
pesada y que su cuerpo se había separado de su mente. Además, cada vez se
encontraba más mareada. No comprendía por qué le había sentado tan mal la
pequeña cantidad de vino que había ingerido.
—
No me encuentro bien —musitó con lejanía mientras, involuntariamente,
se asía a Neftis, quien la abrazó con mucho amor y cuidado.
—
No tengas miedo. Yo te protegeré siempre —le musitó muy quedo en el
oído mientras le acariciaba los cabellos.
—
Llévame a mi casiña, por favor.
—
Estamos muy cerquita de tu cabaña. Sólo tenemos que andar unos pocos
metros, Agnes —la avisó con dulzura mientras se separaba de ella y la tomaba
del brazo.
—
Ese vino llevaba algo que no me sentó bien.
—
Es posible.
Al fin, llegaron a la cabaña de Agnes. Agnes anhelaba pedirle a Neftis
que la dejase sola. No se sentía capaz de conversar con ella si se encontraba
tan mal y si tenía que luchar sin cesar contra la espesura que deseaba cernirse
sobre su mente para poder expresarse con claridad. Lo que más la sobrecogía era
notar que Neftis se acercaba a ella como si nunca hubiesen permanecido
separadas y como si se hallasen irrevocablemente unidas en aquella realidad a
la que Neftis deseaba arrastrarla.
Cuando se adentraron en el hogar de Agnes,
Neftis notó que el alma se le desprendía de la tensión y de las dudas que se la
habían anegado. Siempre se había sentido protegida en la cabaña de Agnes.
Aquella morada estaba impregnada de fragancias místicas que incitaban a cerrar
los ojos y a alejarse anímicamente de la materialidad del mundo. El olor del incienso
se mezclaba con el de las flores, el de la hierba e incluso con el de la
humedad que se esparcía por todos los rincones del bosque.
Aquel momento era espeso y oscuro como una
densa noche primaveral. Neftis tenía la sensación de que Agnes y ella se
hallaban en una tierra a la que nadie más podría acceder. Le parecía que se
encontraban muy lejos del mundo que conocían y que había quedado atrás todo lo
que formaba sus vidas. Neftis incluso pensó que los terribles meses que había
vivido tan distanciada de Agnes sólo pertenecían a una tristísima pesadilla que
nunca más volvería. Los notó perderse en el brumoso vacío del olvido.
—
La vida no es tan cruel como creemos, Agnes —le
indicó acercándose más a ella. Agnes se hallaba junto a la ventana del salón, por
la que se adentraba sutilmente el fulgor de la luna—. Agnes, no vuelvas a
apartarme de ti, por favor.
—
Yo no quiero separarte de mí, pero eres tú quien
necesita estar sola, y lo entiendo —le contestó brumosamente. Agnes notaba que
le costaba mucho hablar y que el mareo que se le había esparcido por todo el
cuerpo deseaba silenciar su voz—. Neftis, no me encuentro bien. Por favor,
mantengamos mañana esta conversación.
—
En realidad, no tengo nada más que decirte. Ya
conoces todo lo que siento por ti, todo lo que pienso y deseo —le reveló
tomándola cuidadosamente de la cintura.
En aquellos momentos, Agnes se sentía tan
frágil, tan trémula y delicada que no pudo evitar refugiarse en la dulce y
acogedora mirada que Neftis le entregaba. Se aferró a ella como si fuese la
cornisa que podía impedir que el vacío de la tristeza la absorbiese, como si
creyese que, asiéndose a esos ojos que tanto amor irradiaban, la amenaza de la
locura desaparecería para siempre.
Al notar que Agnes se hundía en sus ojos,
Neftis la abrazó mucho más dulcemente. El corazón había comenzado a latirle con
una fuerza desbocada que le golpeaba en el pecho y que la empequeñecía, pero no
deseaba que aquellas intensas sensaciones la separasen de aquel momento tan
delicado y cálido.
—
Eres tan bonita, tan dulce, tan especial y
mágica, Agnes... —le susurró acercándose cada vez más a ella—. No puedo evitar
encontrar a la Diosa en ti siempre que te miro, siempre que te recuerdo,
siempre que sueño contigo. si la Diosa tuviese que corporeizarse, adoptaría tu
apariencia, tu forma de ser, de hablar, de susurrar, de mirar.
Agnes no podía hablar. Le parecía,
lejanamente, que Neftis la había hechizado, que, con sus ojos profundos, la
había hipnotizado, alejándola de la realidad en la que ella se había protegido
hasta entonces. Lentamente, fue perdiendo el rastro de las sensaciones de su
cuerpo (aquéllas que tanto la desorientaban), fue perdiendo la estela de la voz
de sus pensamientos y la potencia de sus convicciones.
Al percibir que Agnes se hallaba cada vez
más sumergida en su mirada y al advertir que, por muy tiernamente que la mirase
o la acariciase, ella no se separaba de su lado, entonces Neftis se aproximó
aún más a ella, hasta notar que el aire que se escapaba sutilmente de su cuerpo
formaba su aliento.
Neftis la acariciaba con una suavidad
creciente, con mucha entrega y cuidado. Entonces Agnes notó que la voz de su
razón empezaba a atenuarse, vencida por las repentinas y cálidas sensaciones
que se le repartían por su ser. Aunque no correspondiese al amor que Neftis le
profesaba, no pudo evitar que el modo en que ella le hablaba, la miraba y la
acariciaba comenzase a estremecerle. Nadie la había observado nunca así. La
mirada de Neftis era envolvente como el sonido del trueno y protectora como la
lumbre más entrañable. Creyó que nadie podría herirla nunca si se hallaba
amparada por aquellos intensos y amorosos ojos.
—
Neftis, detente, por favor —le pidió casi inaudiblemente al
sentirse cada vez más deshecha entre sus brazos—. No podemos vivir este momento.
Mas Neftis no dejaba de acariciarla. Con mucha ternura, le
deslizaba los dedos por el cuello y por las mejillas... Incluso los colaba
entre sus nocturnos cabellos sin dejar de rozarle la piel. Neftis creía que sus
manos tenían el poder de destruir todas las dudas y los miedos que le anegaban
el corazón a Agnes. Creía que, a través de las caricias que con tanto amor le
daba, podría convencerla de que también la amaba, de que estaba tierna, pero
desesperadamente enamorada de ella y que solamente podría ser feliz si
compartían aquel presente que Neftis tanto anhelaba vivir con ella.
— Cómo me
gustaría que no existiese el tiempo ahora —le musitó Neftis muy cerca de ella,
tanto que incluso Agnes notó que respiraban el mismo aire—. Agnes, sería capaz
de morir por ti, de dar toda mi vida por ti, para que siempre fueses feliz.
La confusión más espesa se había
apoderado de todos sus pensamientos, de su alma y de su cuerpo. Además, el
mareo que todavía no había dejado de atacarla intensificaba su desorientación y
profundizaba las sensaciones cálidas que Neftis le provocaba con aquellas
caricias tan dulces. Entonces Agnes se percató de que aquel momento no se
asemejaba a ninguno que hubiese vivido antes. Era muy especial, a pesar de que
los matices que lo componían la inquietasen y la asustasen. Neftis le
demostraba, con su cercanía, con las preciosas palabras que le dedicaba, con su
acogedora mirada y con la forma como la acariciaba, que la quería como nadie la
había querido nunca y que incluso la deseaba. Sí, Agnes supo que Neftis la
deseaba con una fuerza estremecedora y que, si ella no deshacía aquel instante,
si no huía de su hechizante sensualidad, Neftis la arrastraría hacia la
delirante tierra de la pasión.
Era la primera vez que notaba que
alguien la deseaba. Nunca había conocido aquella sensación tan dulce, tierna y
excitante. Aunque su intensidad la intimidase, debía reconocer que era muy
hermosa y deliciosa. Además, sabía que ésta la había hechizado y que la había
asido irrevocablemente del alma.
Nunca le habían entregado un amor tan
cálido ni la habían protegido con unas caricias tan tiernas; las que, poco a
poco, fueron apartándola del último rescoldo de razón que le latía en la mente.
Entonces notó que su equilibrio se deshacía. Se resguardó entre los brazos de
Neftis, quien, al percibirla cada vez más suya, profundizó las caricias con las
que la acogía.
Bajo las caricias de Neftis, Agnes se sintió
atractiva y volátil. Entonces se percató de que aquella sensación era muy
hermosa y cálida. Descubrió que, en esos momentos, ansiaba desesperadamente
conocer el rostro más sensual de la vida. Anhelaba saber, al fin, qué
significaba ser amada y amar, ser libre entre los brazos de una mujer, sin
captar ningún límite ni ningún fin, volando lejos de cualquier percepción
tangible.
Aquel deseo tan dulce y cuidadoso la
impulsó a abrazar a Neftis con un cariño con el que, hasta entonces, jamás la
había apretado contra su cuerpo. Notó con lejanía que a Neftis se le había
agitado levemente la respiración. Se sentía tan desorientada que apenas podía
intuir lo que estaba a punto de ocurrir, pero aquella realidad no la asustaba;
al contrario, la atraía como si ésta fuese una vorágine descontrolada y ella
fuese un ave absorbida por aquella inmensa fuerza.
Sin dominar sus movimientos, comenzó a
deslizar muy suavemente los dedos por la espalda de Neftis, después los perdió
entre sus cabellos y le rozó el cuello con muchísimo cuidado. Estaba tan cerca
de ella que podía notar su respiración y también aspiraba el dulce aroma de su
piel. Aquellas percepciones la separaron definitivamente de su realidad y la
confundieron muchísimo más de lo que ya lo estaba.
— Agnes, te
deseo tanto... No te imaginas cuántas veces soñé con este momento... —le musitó
Neftis antes de rozarle los labios con mucho primor—. Te amo, cariño, te amo
con locura.
Agnes notaba que se hallaba totalmente
deshecha entre los brazos de Neftis. Todavía no había dejado de acariciarla con
aquel primor tan sutil. Le rozaba la piel con muchísima delicadeza, como si
temiese que ésta pudiese desintegrarse bajo sus dedos.
Cuando notó que Neftis le rozaba tan
sutilmente los labios, entonces se quedó paralizada, sin saber qué debía hacer ni
cómo tenía que comportarse. En aquellos momentos, el alma se le había llenado
de sensaciones que la desorientaban inmensamente, tanto que apenas podía
entender lo que estaba sucediéndole. Sin embargo, de repente, una voz poderosa
y muy tierna susurró por dentro de ella, dedicándole unas palabras silentes que
la paralizaron muchísimo más, como si de veras fuesen un veneno que podía atenazar
todos sus músculos: «No lo hagas, Agnes. Tienes que detener este momento. No lo
hagas, no lo hagas, Agnes. No es ella. No la amas, Agnes. No puedes entregarte
a ella. No es a ella a quien debes darle tu corazón y tu cuerpo. Ella no es.
Aléjate de ella antes de que sea demasiado tarde. Reacciona, Agnes, por favor,
reacciona.»
De pronto Agnes recuperó la voz de sus
convicciones y la estela de sus sentimientos. Se aferró rápida y
desesperadamente al eco de sus pensamientos mientras, con mucho cuidado,
comenzaba a apartarse de Neftis. Ya había dejado de acariciarla y había cerrado
los ojos para no captar la decepción que, seguramente, ya habría empezado a
posársele en la mirada.
Entonces fue plenamente consciente de
que aquella voz cuya procedencia no era capaz de determinar tenía razón. No era
Neftis con quien debía descubrir el verdadero amor. Ella no la amaba. No podía
engañarla entregándose a Neftis porque su cuerpo le suplicase que lo hiciese. Era
cierto que la había deseado y que todavía notaba latir en su ser el anhelo de
descubrir qué sabor tenía la pasión; pero no podía permitir que aquellas
sensaciones la desorientasen y la guiasen hacia unos instantes que no podían
existir, que jamás debían formar parte de su destino.
Quería a Neftis como nunca había
querido a una mujer. Neftis era para ella mucho más que una hermana. Era la
amiga más íntima que jamás había tenido y la apreciaba con plena sinceridad. El
cariño que sentía por ella era potente e inquebrantable y sabía que siempre se
respetarían y defenderían la una a la otra. Confiaba en Neftis como no lo había
hecho en nadie antes. Aunque no le hubiese revelado a Neftis todos los matices
de su vida, era consciente de que ella conocía muchísimo mejor que nadie sus
profundos e intensos sentimientos y sus extraños pensamientos; pero aquello no
era suficiente, nunca pudo ser ni sería suficiente.
—
¿Qué te ocurre? —le preguntó Neftis tomándola
nuevamente de la cintura—. Sé que sientes mucha vergüenza, pero te prometo que
seré cuidadosa contigo; aunque quizá éste no sea el mejor lugar para...
—
No es eso, Neftis. Por favor, suéltame —le pidió
nerviosa tratando de apartarse de sus manos.
—
Tú también me deseas, Agnes. No puedes negarlo
—le indicó acercándose de nuevo a ella—. Me deseas con una fuerza que te
confunde.
—
Eso no es suficiente, Neftis —le insistió
notando que el corazón comenzaba a latirle con una velocidad que la estremecía.
Ya le ardían las mejillas y la tensión más punzante se le había clavado en el
estómago.
—
Agnes, sabes que tú tampoco puedes vivir sin mí,
cariño. No podemos estar separadas. Tú me amas. No sigas negándolo. No me
destroces más el alma —le rogó abrazándola con fuerza, acorralándola entre la
pared y su cuerpo—. No vuelvas a alejarme de ti. No vuelvas a rechazarme.
Neftis volvió a acariciarla de nuevo, esta
vez con una desesperación que a Agnes le helaba la sangre. Había comenzado a
deslizarle las manos por la cintura y, en aquellos momentos, mientras le
dedicaba aquellas súplicas tan estremecedoras, se había atrevido a rozarle los
pechos como si, de veras, ella no pudiese controlar los movimientos de su
cuerpo.
Al notar que Neftis la acariciaba en una
parte tan íntima de su cuerpo, Agnes trató de apartarse de ella mucho más
desesperadamente que antes, pero Neftis no la soltaba ni le permitía moverse.
Entonces Agnes sintió que crecía por dentro de ella una asfixiante desolación
que la instó a recordar unos de los momentos más horribles de su infancia;
aquéllos en los que los sacerdotes que deseaban arrancarle del alma esos
demonios que aseguraban que la poseían la desnudaban y la tocaban por todos los
rincones de su cuerpo sin que ella pudiese protestar, sin que ni siquiera sus
gritos de terror atenuasen la violencia con la que la trataban.
Entonces notó que su entorno se cubría de
brumas densas. El pánico que comenzó a latirle en el alma empezó a alejarla de
aquella extraña realidad y descontroló el ritmo sereno de su respiración. Lejanamente,
sintió que empezaba a temblar y que los ojos se le llenaban de lágrimas. Ya no
era la osadía con la que Neftis la trataba lo que más la hería, sino la fuerza
de los horribles recuerdos que se le habían esparcido por la mente.
Neftis se hallaba tan sumida en sus
sentimientos y tan dominada por la desesperación que le anegaba el alma que
apenas percibía las reacciones de Agnes. No se percataba de que Agnes le
suplicaba con los ojos y con el temblor de su cuerpo que la soltase y que la
liberase de aquel momento que tanto la aterraba, que la había trasladado sin
preverlo hacia una de las vivencias más estremecedoras de su existencia.
De pronto, Agnes comenzó a gritar despavorida
y a suplicarle en gallego que la dejase en paz, que no la tocase, que la
soltase. Impulsada por sus desesperadas palabras, Neftis reaccionó al fin.
Regresó súbitamente a la realidad de la que la habían alejado el deseo y el
amor que sentía por Agnes.
Se quedó paralizada cuando descubrió que
Agnes estaba completamente aterrada. No se atrevía a moverse por si sus gestos
la asustaban mucho más. Permanecía asiendo a Agnes de la cintura, mirándola con
mucha lástima e incluso desorientación. Agnes ya no gritaba, pero no dejaba de
temblar ni de llorar.
—
Agnes, Agnes —la llamó Neftis con suavidad,
notando que aquella situación la desolaba profundamente—, Agnes, cálmate, por
favor.
—
Non
me toques. Déixame, déixame en paz —le pidió ella
susurrando casi inaudiblemente.
Entonces Neftis comprendió que Agnes no se
hallaba junto a ella en aquel momento, sino perdida en unos recuerdos que ni
siquiera ella misma podía evocar con nitidez cuando se sentía sosegada y feliz.
Neftis creyó que, para rescatar a Agnes de
aquellos recuerdos que tanto la habían desestabilizado, necesitaba sentir que
no estaba sola y percibir el inmenso amor con el que ella podía arroparla. Así
pues, de nuevo, la abrazó con mucha ternura mientras le dedicaba palabras
dulces y tranquilizadoras; pero, en cuanto notó que Neftis la apretaba de nuevo
contra su cuerpo, Agnes perdió el último ápice de paz que le latía en el alma.
Intentó escapar de los brazos de Neftis, la empujó para lograr apartarla de su
lado y gritó con una desesperación punzante que a Neftis le partió el corazón.
Trató de tomarla de las manos para controlar el pánico que se le había
esparcido por todo el cuerpo, pero, en aquellos momentos, Agnes estaba tan
aterrada que no podía captar los detalles que la rodeaban ni la protección que
dimanaban las manos de Neftis.
Entonces, de repente, Neftis oyó que algo
se movía tras ella. No dudó ni un instante de que era Némesis quien se le acercaba,
con sigilo y urgencia. Se preguntó cómo debía actuar, cómo podía convencer a
aquel animal tan sabio de que ella no deseaba hacerle daño a Agnes. Era
plenamente consciente de que Némesis defendería siempre a Agnes de cualquier
persona que pudiese herirla o asustarla.
La miró a los ojos con temor y a la vez
serenidad y entonces descubrió que la hipnótica mirada de Némesis estaba
anegada en amenazas sobrecogedoras. Neftis intentó asegurarle que ella también
anhelaba calmar a Agnes, pero no podía pronunciar ni el sonido más sutil. La
presencia de Némesis le parecía el reflejo del poder de la vida. La intimidaba
el modo como se movía y cómo miraba a Agnes; con una desesperación que podía
tañerse y con un cariño que Neftis jamás había percibido en los ojos de un
animal.
Cuando Agnes se percató de que Némesis la
miraba, empezó a aquietarse. Descubrir que Némesis deseaba protegerla le
acarició el alma y comenzó a atenuar la fuerza del pánico que se la había
inundado. La presencia de Némesis la ayudó a regresar a la realidad que había
compartido con Neftis, quien, en aquellos instantes, se hallaba totalmente
sobrecogida y desolada.
—
Némesis —la llamó Agnes agachándose delante de
ella. Neftis se percató de que Agnes todavía no había dejado de llorar—,
Némesis, queridiña, estou ben,
Némesis. Non lle fagas dano a Neftis. Ela xa se ía á súa casa.
Agnes se expresaba todavía con la voz
impregnada de miedo y desolación. Entonces Neftis entendió que lo que había
ocurrido entre Agnes y ella había desestabilizado por completo la serenidad en
la que Agnes se había protegido hasta aquella noche. Fue plenamente consciente
de que su comportamiento había quebrado irreversiblemente la posibilidad de
volver a compartir con ella aquella amistad que tanto las unía. Supo, sin que
nadie tuviese que comunicárselo, que la había perdido, si no para siempre, al
menos por un tiempo que ninguna de las dos se atrevería a medir jamás.
—
Creo que lo mejor será que me vaya —resolvió
hablando casi para sí misma—. Espero que algún día puedas perdonarme, Agnes.
Neftis notó que Némesis hundía sus
hipnóticos y dorados ojos en ella, dedicándole una mirada desafiante y
suplicante. Le pareció que Némesis le pedía a gritos que se marchase cuanto
antes y que no volviese a acercarse a Agnes nunca más.
Agnes no le contestó. Ni siquiera la miró.
Se había sentado en el suelo y se mantenía con los ojos entornados, luchando
contra los rescoldos del miedo que tanto la había descontrolado. Todavía
lloraba silenciosa y profundamente. A Neftis le pareció que su existencia se
había desvanecido para Agnes.
Entonces se marchó sigilosamente. Neftis
aún notaba hundida en ella la insistente y exigente mirada de Némesis. No dejó
de percibir la sombra de aquellos ojos tan mágicos hasta que se halló ya lejos
de la morada de Agnes. Había salido de su cabaña sin hacer ruido, sin ni
siquiera despedirse ni preguntarse si la oscuridad de la noche la acogería.
Se alejó de Agnes sabiendo que nunca más
podría mirarla a los ojos con serenidad. En aquellos momentos, se creía
totalmente incapaz de respirar si ella no se hallaba a su lado, pero también
era consciente de que la forma como se había comportado con ella había
destruido el sutil ápice de confianza que Agnes había vuelto a sentir por ella.
Cuando Neftis se marchó, Némesis se acercó
más a Agnes y la envolvió en un abrazo muy tierno que a Agnes la conmovió
profundamente. Hasta entonces, había pugnado por comprender el sentido de
aquellos momentos tan extraños, pero, cuando percibió que Némesis la amparaba
con su majestuosa magia, fue plenamente consciente de lo que significaba la
realidad en la que se hallaba sumergida. Recordó, vagamente, lo que había
ocurrido con Neftis y notó que el alma se le resquebrajaba por dentro de ella,
convirtiéndosele en un abismo gélido y profundo que devoró plenamente la
serenidad que había teñido los últimos meses de su vida.
Miró hacia la puerta de su cabaña; la que
todavía estaba abierta, y entonces creyó que en realidad aquellos momentos que
había vivido con Neftis formaban parte de una pesadilla estremecedora de la que
estaba a punto de despertarse; pero los segundos transcurrían, y aquella
realidad de la que tanto anhelaba huir no hacía sino fortalecerse, mezclándose
con el incipiente desconsuelo que había comenzado a invadirle el alma.
De pronto se sintió inmensamente culpable,
tan culpable que apenas podía respirar. Ella había sido quien había provocado
aquella situación tan tensa. Se había rendido entre los brazos de Neftis sin
valorar el significado de su actitud, sin preguntarse qué podía suceder si no
interrumpía cuanto antes aquellos instantes. Lo que más la sobrecogía y
entristecía era saber que había sido precisamente el modo como Neftis se había
comportado lo que le había destrozado definitivamente el alma.
Supo que no regresaría, que la hermosa
relación que las había unido se había quebrado para siempre. Y aquella realidad
la desconsolaba profundamente. Aunque no correspondiese al amor que Neftis sentía
por ella, la necesitaba muchísimo. Se había habituado a su presencia, a su
acogedora mirada, a sus cálidas palabras. Los meses que había permanecido lejos
de ella, a pesar de que siempre consiguiese teñir de luz sus días, le habían
parecido insustanciales y vacíos. Había extrañado compartir con Neftis sus
pensamientos, sus emociones, sus deseos y sus ideas y tenerla lejos le impedía
respirar con serenidad.
Sabía que Neftis ya no volvería y que su
ausencia la derrumbaría como si su materia y su alma no fuesen más que un
montón de arena desvalida. Y entonces tuvo miedo, tuvo miedo a decaer otra vez.
Sabía que la falta de Neftis profundizaría su dolor y ahondaría su tristeza.
Y lo peor era que de nuevo había llegado
el otoño. Aquella vez, Agnes sabía que la época de oscuridad que la esperaba
sería muchísimo más insostenible que cualquiera que la hubiese atacado antes.
Presentía que la aguardaba, al otro lado de aquella noche, la recaída más estremecedora;
una recaída que la cambiaría para siempre, que mutaría eternamente su carácter,
su modo de percibir la vida...
—
Némesis, Némesis —la apeló muy quedo, temblando
y llorando todavía con intensidad—, teño moito medo, Némesis. Por favor, axúdame.
Némesis la miró con muchísima profundidad.
Anhelaba arrancarle del alma aquellos sentimientos que tanto la afligían y que
tan trémula volvían su voz. No soportaba percibirla tan decaída y triste.
Agnes se hundió en los preciosos ojos de
su amiga y entonces le pareció que ella le preguntaba cómo podía ayudarla e impedir
que la locura la aferrase nuevamente del alma; mas ni siquiera Agnes sabía cómo
huir de aquella oscuridad que tanto la acechaba desde las sombras de su
enfermedad.
Mas intentaría aferrarse a la vida para no
decaer, aunque ésta fuese ardiente, aunque sus instantes le quemasen el alma.
No deseaba hundirse de nuevo en la desesperación ni en la soledad terrible que
siempre inundaban su presente. Sin embargo, Agnes era consciente de que,
aquella vez, nadie podría rescatarla, nadie le devolvería su equilibrio, nadie
estaría allí para destruir el miedo y la tristeza que tanto la abatirían.
Estaría sola, mucho más sola que nunca, porque se encerraría irrevocablemente
en sí misma y no permitiría que ninguna de las personas que la conocían se
adentrasen en su brumosa realidad. Deseaba protegerlos y sabía que la única
forma de hacerlo era rechazando la compañía y la comprensión que ellos podían
ofrecerle.
—
De
novo a miña vida escurécese, Némesis, e esta vez só che terei a ti, queridiña
Némesis —le musitó con mucha lástima, con miedo y desencanto.
Y no se equivocó. Aquella noche murieron
todas las sutiles esperanzas que habían latido en su alma herida. Se desvaneció
la brillante calma que el verano le había entregado a través de su ardiente
aliento y comenzó para ella una época solitaria en la que apenas podía percibir
el resplandor del amanecer. No obstante, esta vez, Agnes se esforzaba, día tras
día, a cada instante, ante cualquier circunstancia, por ignorar la voz del
profundo desaliento que se había apoderado de sus pensamientos y de sus
sentimientos.
Némesis, además, nunca la dejaba sola. Siempre
la acompañaba, siempre le entregaba fortaleza a través de sus ojos hipnóticos,
a través de su mística y majestuosa presencia. Agnes encontraba en Némesis el
reflejo de sus perdidos sueños. Sentía que, si ella estaba a su lado, no le
costaba empezar a existir cada nuevo amanecer. Némesis tiraba de ella como si
de veras pudiese tomarla de la mano e impulsarla a caminar por la senda de su
destino.
Aunque nunca se silenciase la voz de la
tristeza que le impregnaba el alma, Agnes no abandonó ninguno de sus quehaceres
diarios. Continuó viviendo como si en realidad se hallase sumergida en la época
más feliz de su existencia. No obstante, le costaba muchísimo dormir. Tenía
pesadillas prácticamente todas las noches y siempre se despertaba de aquellos
estremecedores sueños notando que el corazón le latía con una fuerza que la
sobrecogía. Había perdido el apetito y le resultaba muy costoso ingerir el
bocado más sutil de comida. Tampoco le apetecía asistir a los rituales que El
fuego de Hécate seguía celebrando, pues no quería que nadie detectase que su
alma se hallaba nuevamente cubierta de sombras asfixiantes y también temía
encontrarse con Neftis, a pesar de que era consciente de que Neftis tampoco se
atrevería a formar parte de aquellas celebraciones tan mágicas.
Así pues, para las dos comenzó un período
de absoluta soledad. Tanto Gaya como Gilbert y algunos miembros de El fuego de
Hécate notaban la ausencia de Neftis y de Agnes cuando celebraban los rituales,
pero nadie se atrevía a preguntarse por qué justamente habían desaparecido las
dos al mismo tiempo. Gaya y Gilbert eran los únicos que podían imaginarse por
qué Agnes y Neftis se habían alejado tanto de lo que formaba su mundo. En
algunas ocasiones, las habían visitado para tratar de descubrir cómo se encontraban
y si necesitaban algún tipo de atención; pero las dos les habían asegurado que
no precisaban de ayuda y los habían convencido de que, en realidad, sólo
requerían sumergirse en la soledad más profunda para luchar contra las heridas
que tenían hendidas en el alma.
Sin embargo, ambos sabían que las dos les
mentían. No dudaban de que Neftis se había alejado de ellos guiada por el deseo
de renacer de la tristeza que la abatía ni de que Agnes se había encerrado en
aquella soledad tan profunda porque, nuevamente, su enfermedad había vuelto a
alzar su voz, y esta vez con una potencia desgarradora; mas a los dos les
sorprendía que Agnes se comportase como si en realidad tuviese el alma anegada
en aliento. Se planteaban la posibilidad de que Agnes estuviese ocultándose sus
verdaderos sentimientos a si misma por miedo a que, si les prestaba la atención
que se merecían, éstos pudiesen deshacerla para siempre. Aquella situación les
preocupaba en exceso, pero no se atrevían a comunicárselo.
Y así fueron pasando los meses. Agnes
vivía ignorando la voz de su alma; la que le preguntaba, continuamente, por qué
Neftis y ella no habían vuelto a mirarse a los ojos intentando vencer la
tristeza que las separaba; la voz que le advertía de que estaba huyendo de sus
verdaderas emociones; la que incluso comenzó a susurrarle presentimientos que
Agnes se creía totalmente incapaz de interpretar.
El invierno se asomaba ya entre las
desnudas ramas de los árboles. Las noches se tornaban cada vez más frías y un
profundo desaliento había inundado todos los rincones del bosque. Y la vida
parecía haberse detenido en aquella estación tan triste, tan nostálgica y a la
vez hermosa. A Agnes le parecía que el mundo que ella había conocido se
concentraba en aquellos instantes, en aquellos lares a los que tanto pertenecía
y que ya consideraba un acogedor e indestructible hogar, a pesar de que todavía
extrañase con una fuerza inquebrantable la tierra en la que había nacido y
crecido.
Y es que incluso las estaciones pueden
abrir una brecha entre el pasado y el futuro, dividiendo el presente y el mundo
de los sueños, diferenciando lo que anhelamos y lo que nos ocurre. De la
naturaleza brota una voz que nos pide que nunca olvidemos, que siempre
busquemos el reflejo de nuestras esperanzas incluso en la noche más oscura. Y
es así como podemos sobrevivir, como podemos reponernos tras cada caída, tras
cada golpe que nos da la vida.
La voz interior que siente Agnes es a menudo una pesadilla real. Al leer la novela tengo la sensación de desear con certeza qué comportamiento sería el mejor para cada personaje... "Agnes, no te rindas", "Gaya, dile que venga", etc. Es fácil, porque no soy yo. Lo difícil es aplicar eso mismo a la propia vida. Agnes no ama a Neftis, pero sí la quiere (¿terminará por imponerse esa distinción entre las palabras, aunque para mí siguen siendo sinónimos querer y amar?); por eso decía que qué fácil se ven los toros desde la barrera... al final Agnes acabará preguntándose si no está haciendo mal en rechazar el goce de unos labios que le dejarían muchas cosas buenas, después de todo ¿qué pasa por disfrutar con una amiga? Pero claro, no es tan sencillo. Neftis ha demostrado no ser de fiar como persona, y desde luego como amiga, algo que Némesis ha tenido bien en cuenta para plantearse si debía intervenir contra ella, suerte que Agnes estuvo ahí al quite: "no le hagas nada, si ya se iba...". Un buen mordisquito no habría estado mal. No me imaginaba el desenlace, al principio se las ve tan mustias, intervienen Gaya y Gilbert, se reencuentran... pero no, la cabra tira al monte, o por lo menos esta cabra Neftis tira al monte, y bien prontito aplica aquello de que en el amor y en la guerra vale todo... cual madrastra con manzana envenenada le sirve ese vino tan especial a Agnes, ay Agnes, pero si se ve venir, bobita, ¿no te das cuenta de que esta te quiere engatusar? Y ahí se desata la tormenta, la oscuridad, el ser triste que domina a Agnes y del que tanto le cuesta luego deshacerse. No, Neftis no podrá ser nunca ya amante ni tampoco amiga de Agnes, hace bien. Pero... qué triste es también la soledad, que dura la fortaleza que nos hace mantenernos en nuestro sitio, sí, la voz interior nos aconseja y nos recuerda que estamos obrando correctamente, ya, pero ¿y si fuéramos un poco más locos y menos íntegros? El invierno se asoma, las noches son frías, los anhelos se deshacen y hay que dormir en soledad en un lecho helado. Desolador... un capítulo precioso, en el que todo el tiempo me cuestiono lo obvio, se me ocurre aquello de "¿y si hiciesen otra cosa?". Seguramente todo habría sido distinto, ¿o no? ¿da igual lo que hagamos? Me ha encantado, como ya me tienes malacostumbrado.
ResponderEliminar¡Neftis es un pulpo! Se le dice pulpo a los tíos salidos que tocan a las chicas y que aunque dicen claramente que no, siguen ensimismados creyendo que quieren decir que sí. No me ha gustado nada su actitud.
ResponderEliminarPuedo comprender que esté rota de dolor por no ser correspondida, que lo esté pasando mal y que se pueda dejar llevar por el deseo en algún momento, pero lo de este capítulo es pasarse de la raya. Un poco más y se convierte en abuso o violación, menos mal que gracias (curioso que se le tenga que dar las gracias) a su enfermedad consigue hacerle reaccionar y que la deje en paz. Pero que pulpo es, ¡que te está diciendo que no! Que le dice que no es la mujer de su vida, que no están destinadas a estar juntas, ella interpreta todo lo contrario. Veo a Neftis un poco desequilibrada y salida...¿Será a causa de sus depresiones o cambios de animo?
Es que, lo has escrito con mucha maestría. Quiero decir, me he sentido Agnes. He vivido esa angustia de tener a alguien encima y que no te deja, que la desesperación te invada y no puedas escapar...es horrible. Me he metido muchísimo en su piel
Vale, ella también en algún momento se ha dejado llevar y le ha acariciado la espalda y eso, pero eso no justifica que la otra se vuelva loca (que cuando le toca la espalda ya ha dicho mil veces que no). No tiene que sentirse culpable, pero es casi inevitable que se sienta así. Neftis ha cometido un gran error, a mi parecer. Una amistad entre las dos es ya casi un imposible después de esto.
A pesar de todo esto, no creo que Neftis sea mala, pero creo que tiene problemas y no está muy fina. Era buena compañía pero...como dicen el dicho "más vale estar solo que mal acompañado". Tanto "eres tan bella". "nos amamos, no te reprimas"...¿Y cuando intenta apartarse y lo atribuye a que le da vergüenza? No había manera de que entendiese que no es no, y punto.
Ay, que bien escrito está, que apasionante y que bien transmites las emociones, de verdad que ha sido un gran capítulo. Lo que me da mucha pena es que ahora Agnes está mal...estas cosas no le convienen...
Enhorabuena por el capítulo, ¡¡es fabuloso!!