miércoles, 23 de agosto de 2017

EL ABRAZO DE LA TIERRA: CAPÍTULO 18. PRESINTIENDO EL REENCUENTRO

Capítulo 18
 

Presintiendo el reencuentro

 

La soledad se había vuelto tangible y se había esparcido por el bosque como si de un manto de terciopelo se tratase. Llovía del cielo convertida en una luz nítida y azulada que envolvía los troncos de los árboles y opacaba la hierba. La soledad se había apoderado del olor de la lluvia lejana y de los campos húmedos y susurraba en cada sonido que cruzase el silencio de la noche y la quietud del amanecer.

Agnes la encontraba en cada rincón de su morada, la oía musitar muy despacito cuando soñaba e incluso la saboreaba en cada alimento que ingería. No obstante, aquella soledad no la inquietaba; al contrario, la acogía, le hacía saber que, en aquella época tan extraña que le había sobrevenido casi sin preverlo, solamente se merecía hallarse lejos de quienes la conocían.

Y, a través de la distancia, sentía que Neftis compartía con ella aquella soledad que tanto las amparaba. La notaba unida a ella en aquellos silencios mediante los que se expresaba la naturaleza, en aquellos rituales que celebraba todos los días para mantenerse cerca de la Diosa (estaba segura de que Neftis también se comunicaba con Ella a través de aquellas íntimas ceremonias) y presentía sus ojos cuando soñaba.

Sin embargo, Agnes sabía que Neftis y ella estaban separadas por una distancia intangible que nunca se acortaría y se nutriría del paso del tiempo y del abandono con el que la vida las acogía. Estaba convencida de que jamás podrían recuperar la tierna amistad que las había unido y aquella certeza la destruía y la entristecía hasta hacerle perder la noción de sus sentimientos y de sus pensamientos.

La tristeza que le había invadido el alma la instaba a apartarse cada vez más de los detalles de la realidad que compartía con los demás miembros de El fuego de Hécate. Prefería mantenerse encerrada en sí misma, protegiéndose en su cabaña o vagando por el bosque. No obstante, llegó un momento en el que trató de no faltar nunca a los rituales que con tanta magia celebraban. Formaba parte de aquellas ceremonias de un modo silencioso y casi imperceptible y, cuando éstas terminaban, entonces se marchaba sin despedirse de nadie.

Parecía imposible creer que hubiese más mundo al otro lado de los poderosos árboles que protegían su cabaña y de aquel bosque tan lleno de sonidos y aromas mágicos. El cielo que cubría sus días y amparaba sus noches era el reflejo de un mar que devoraba sus propias olas, un mar sin orilla ni fondo que se hundía en sí mismo, alimentando su poder con el brillo de las estrellas y el silencio de la quietud y el olvido.

Cuando Agnes caminaba por aquella naturaleza que tanto la acogía, se olvidaba de que habían existido otros instantes que no estaban reinados por aquella soledad tan profunda. Perdía la noción de sus recuerdos y de su presente y sólo notaba el poder que la tierra dimanaba y que llovía del estrellado cielo. Se preguntaba, continuamente, cómo era posible que, incluso cuando el invierno gritaba con más fuerza, aquel firmamento apareciese tan nítido y alcanzable. Tenía la sensación de que, si alargaba las manos, podría tañer con sus dedos el suave murmullo de los lejanos astros.

El invierno había traído un silencio sepulcral y potente que había devorado cualquier sonido, por muy sutil que éste fuese, y la naturaleza se había sumido en una quietud que arañaba el alma y a la vez la amparaba de cualquier peligro. Agnes percibía que una sombra mágica la rodeaba cuando se hallaba totalmente hechizada por la beldad que teñía su hogar. Ella creía que su morada también la formaban aquellos árboles tan sabios y antiguos, aquel lago de aguas tan inocentes y aquel cielo tan cubierto de estrellas; del cual la luna era su reina, incluso cuando ésta menguaba y menguaba hasta tornarse la sombra de un fin y el espejismo de un nuevo comienzo.

Mas de repente alguien se adentraba en su tersa soledad, quebrándola con mucha delicadeza. Era Gilbert quien más la visitaba y quien más se esmeraba en conocer cómo se encontraba, qué pensaba y qué deseaba. Gaya se había volcado más en Neftis y en aquellos momentos Agnes incluso creía que la sacerdotisa se había olvidado de cuánto la quería y de cuánto la había respetado siempre. Agnes anhelaba compartir con Gaya momentos tan hermosos y mágicos como los que siempre habían vivido juntas desde que se habían reencontrado en aquella vida, pero no se atrevía a recorrer la gran distancia que la separaba de su hogar si tenía el alma tan aterida, si se sentía tan frágil y quebradiza como una hoja caduca.

Gilbert se esforzaba por descubrir los sentimientos que le anegaban el alma a Agnes, pero ella se los escondía y eludía cualquier pregunta que él le formulase acerca de sus emociones. No deseaba confesarle al sumo sacerdote que de nuevo se había hundido en la oscuridad que nacía de su enfermedad, a pesar de que ella sabía que Gilbert podía imaginarse perfectamente lo que le ocurría. Así pues, cuando se hallaban caminando juntos por el bosque o tomando té en la cabaña de Agnes, mantenían conversaciones prácticamente insustanciales que nada les llenaban el alma. Agnes huía de cualquier tema profundo que pudiese intensificar su tristeza. Incluso, de vez en cuando, se atrevía a cuestionarle a Gilbert si sabía cómo se encontraba Neftis. Entonces él le explicaba que apenas se relacionaba con ella, que Neftis se había encerrado en una soledad gélida e inquebrantable y que no permitía que nadie, salvo Gaya, se adentrase en su mundo.

Cuando Gilbert le confesaba aquella realidad tan triste, Agnes se quedaba en silencio, pensativa, preguntándose si ciertamente merecía la pena mantenerse tan lejos de una persona que tanto la quería y tanto la necesitaba sólo porque no correspondiese al intenso amor que ella le profesaba, sólo porque hubiese perdido el control de sí misma y se hubiese atrevido a acariciarla de un modo como jamás nadie debería tocarla sin su consentimiento.

Agnes no le había explicado a nadie lo que le había ocurrido con Neftis y sabía que jamás lo haría; pero anhelaba que alguien la aconsejase sobre cómo tenía que comportarse con ella. Deseaba que alguien le asegurase que Neftis la esperaba todavía y que, si aún no había quebrado la distancia que las separaba, era porque no se atrevía a acercarse a ella por miedo a que de nuevo pudiese rechazarla.

Gilbert notaba que Agnes le ocultaba certezas terribles que parecían destruirle el alma con una fuerza desbocada; mas no se sentía capaz de preguntarle qué escondían sus ojos, por qué su mirada de repente se volvía tan esquiva y sombría, por qué se hundía tan a menudo en aquel punzante y espeso silencio que quebraba cualquier conversación que pudiesen mantener.

Y así pasaban los días, oscuros y tiernos, pero también con una prisa desgarradora. Parecía como si ni siquiera el mismo tiempo quisiese vivir aquellos momentos. El otoño y el invierno se mezclaron hasta devenir en unas brumas densas que apagaron cualquier fulgor. Llovía muy a menudo y las lágrimas que el cielo lloraba dejaban charcos profundos entre los árboles. El caudal de los ríos crecía e incluso Agnes perdió alguna de sus otoñales cosechas.

Llegó a creer que su vida se detendría sin que nadie pudiese evitarlo, que los instantes que la aguardaban en el futuro sólo estaban hechos de miseria y olvido. No se atrevía a pedirle ayuda a nadie. Le faltaba la energía necesaria para esforzarse por existir, para respirar, para levantarse todos los días. A medida que el invierno avanzaba en su gélido camino, Agnes se sentía cada vez más incapaz de abandonar el lecho en el que tan ininterrumpidamente dormía. Némesis la miraba extrañada, preguntándose cómo podría lograr transmitirle a su amiga el vigor del que tanto carecía.

     Perdóame, Némesis. Non sei por que estou tan morriñosa —le confesó una mañana tan gris y opaca como el fin de cualquier vida.

Mas un día Agnes notó que su vida estaba a punto de cambiar y que sus noches se volverían más extrañas y espesas. En el alma le nació una incipiente intuición que de pronto se tornó en su única realidad. Aquel presentimiento estaba hecho de confusión y de matices brumosos. Agnes se esforzaba incesantemente por desmenuzarlo, por extraerle su significado, por descubrir de dónde procedía, a qué acontecimiento de su vida estaba enlazado. Cuando lo analizaba, entonces se percataba de que no emanaba del recuerdo de nada ni de nadie que formase parte de su presente. Aquella premonición parecía, más bien, provenir de un pasado que no pertenecía a su actual existencia, sino de otra mucho más lejana e inasible. Se planteó la posibilidad de que aquella intuición brotase de alguna de aquellas vidas con las que se había encontrado levemente gracias a aquellas veces en las que Gaya la hipnotizó, pero ni siquiera aquella probabilidad la satisfacía.

Aquella intuición parecía el reflejo de un inmenso y desgarrador acontecimiento que desestabilizaría toda su vida y removería su presente hasta convertirlo en la sombra de unas antiguas ruinas. Entonces empezó a tener miedo, mucho miedo, a que su estabilidad anímica se desvaneciese sin dejar rastro. Era cierto que no gozaba de una calma inquebrantable, pues siempre se sentía triste y delicada, pero incluso aquella situación la acogía, incluso aquellas emociones tan punzantes la protegían. No saber qué sentimientos la aguardaban en su futuro y sobre todo no poder ni imaginarse cómo serían los sueños que anegarían su inconsciencia le hacía temblar como si tuviese fiebre.

Ni siquiera era capaz de contarle a Némesis por qué estaba tan asustada e inquieta. Todas las mañanas, cuando abría los ojos, sentía que aquella premonición cada vez se hallaba más próxima a tornarse realidad, a devenir en un presente que jamás pudo haberse imaginado.

Entonces, cuando el invierno ya se deshacía en el principio de una primavera tierna y suave, Agnes empezó a tener sueños muy extraños que apenas podía rememorar cuando se despertaba. Lo único que sabía era que en aquellos momentos oníricos no había estado sola, sino junto a una mujer que le resultaba inmensamente conocida, pero a la que, sin embargo, no había visto nunca en aquella vida. No obstante, Agnes recordaba, brumosamente, que aquella mujer ya había aparecido en sus sueños hacía varios años. Rememoraba nítidamente el sueño que había tenido la primera noche que había pasado en casa de Gilbert.

Sin embargo, los sueños que comenzó a tener con aquella misteriosa mujer le parecían los más vívidos y reales que nunca le habían invadido la mente. Soñaba con ella prácticamente todas las noches y los instantes que vivía con ella se asemejaban mucho los unos a los otros. Siempre se encontraban en el principio de una senda orillada por grandes y ancestrales árboles poderosos. La mujer la tomaba con mucha delicadeza de la mano y le pedía con sus hermosos ojos oscuros que la siguiese. Le aseguraba, con una sonrisa muy tierna, que la llevaría a un momento muy mágico que jamás podría olvidar.

Mas Agnes siempre se alejaba asustada de ella, temiendo que la arrastrase hacia un presente que podía desmoronar el pequeño ápice de paz que teñía su vida. Entonces la mujer la llamaba con cariño e insistencia y su voz se convertía en ecos que se perdían por el inmenso silencio de la noche. Siempre caía la oscuridad sobre ella cuando soñaba con aquella mujer tan especial. Nunca la percibía bajo la fulgurante y azulada luz del día.

Y lo que más la sobrecogía era que aquella mujer la llamaba por su nombre. Cuando lo pronunciaba, de su voz se desprendía muchísima desesperación y amor, como si ya lo hubiese exclamado demasiadas veces.

Mas, conforme transcurrían los días, los sueños que inundaban su inconsciencia se tornaban más estremecedores. Llegó una noche en la que no pudo huir de la mujer que tanto le insistía en que la siguiese. Ella la tomó con fuerza de la mano y la arrastró, a través del bosque, hacia un lugar que Agnes ni siquiera podía imaginarse.

Notaba entonces que su alrededor se llenaba de sombras que la miraban. Enseguida descubría que la rodeaba un sinfín de personas que no conocía y que se hallaba en medio de un círculo formado por ojos que se hundían con desafío en su trémula imagen. La mujer la soltaba y, con una voz clara y potente, comenzaba a declarar:

     ¡Es ella! ¡Ella es la mujer que nos ha hechizado a todos! ¡Ella es la meiga que ha teñido de oscuridad nuestra vida! ¡Está irrevocablemente loca y nadie conseguirá curarla jamás! ¡Lo único que se merece es morir encerrada en un hospital en el que puedan controlar su enfermedad!

Aquellas palabras le destrozaban el alma. En aquellos sueños, sentía con muchísima intensidad las emociones que le desgarraban el corazón. Notaba que la vergüenza más ardiente y la impotencia más profunda le aniquilaban el alma y entonces unas indestructibles ganas de llorar se esparcían por todo su ser, acallando cualquier otra sensación o sentimiento.

Agnes deseaba huir, pero, cuando lo intentaba, un sinfín de manos la inmovilizaba, aferrándola de cualquier parte de su cuerpo. Agnes notaba que se asfixiaba, que aquellos violentos gestos le arrebataban el aliento.

Cuando se despertaba de aquellos sueños, Agnes descubría que tenía los ojos llenos de lágrimas y que el corazón le latía con una rapidez que la estremecía. Deseaba llamar a Némesis para que acudiese junto a ella y la protegiese con sus dorados ojos hipnóticos, pero el nudo que le presionaba la garganta devoraba su dulce voz. Y sentía ganas de llorar porque sabía que aquellos sueños no eran sino el reflejo de su extraño e incierto futuro. No podía comprender por qué sabía con tanta seguridad que su vida se tornaría en una cuesta empinada que jamás sería capaz de ascender. Lo sabía porque su alma se lo confesaba continuamente.

Aquellos sueños intensificaron su malestar y su tristeza y, además, le llenaron el alma de miedos con los que Agnes se creía incapaz de vivir. Cuando la vigilia dominaba su realidad, entonces el recuerdo de aquellos sueños se mezclaba con las intuiciones que no dejaban de palpitarle en el corazón. Agnes presentía que su vida estaba a punto de cambiar, aunque tampoco podía imaginarse qué matices teñirían su futuro.

Soñar con aquella mujer que tan conocida le resultaba la desestabilizaba. Aunque los nervios se apoderasen de su alma cada vez que recordaba aquellos oníricos momentos, ni siquiera le confesaba a Némesis lo que sentía y pensaba. Creía que, si explicaba lo que vivía en aquella tierra lejana, los hechos que la esperaban al otro lado de su presente llegarían muchísimo antes, sin que ni siquiera ella misma pudiese detener su advenimiento.

Y así fueron transcurriendo los días. A pesar de que los nervios y el miedo que se habían adueñado del cielo y del aliento de sus días la instasen a encerrarse en aquella soledad que tanto podía protegerla, Agnes no deseaba ausentarse a los bellos rituales que El fuego de Hécate celebraba en medio de los árboles. Agnes solamente percibía el paso del tiempo cuando formaba parte de aquellas ceremonias que marcaban su calendario. Éstas le llenaban el alma de una energía muy hermosa que atenuaba la fuerza de sus descontrolados sentimientos. Aunque apenas conversase con quienes la acompañaban en aquellos instantes tan bonitos y místicos, Agnes se notaba protegida por aquellas miradas tan relucientes y por aquellas voces que entonaban versos tan bellos y recitaban juntas aquellos poemas que podían despertar la parte más sensible de cada corazón.

Que Agnes nunca faltase a aquellos rituales tan importantes les hacía creer a Gaya y a Gilbert que en realidad ella no se encontraba tan mal como pensaban. Se hundían en sus ojos mientras duraban aquellos momentos y se percataban de que la mirada de Agnes se impregnaba de una luz muy tierna que les acariciaba el alma con dulzura y calidez. No obstante, aquellas sensaciones tan hermosas desaparecían en cuanto Agnes se alejaba de aquellas personas que compartían su fe y se encerraba en su mundo oscuro y lleno de tinieblas.

Prácticamente todos los miembros de El fuego de Hécate se preguntaban quién era en realidad aquella mujer con la que sólo se encontraban en aquellas ceremonias tan especiales y mágicas. Nadie la conocía tan bien como Gaya y Gilbert, pero tampoco se atrevían a indagar en su vida. Los sobrecogía la intensidad con la que Agnes miraba a su alrededor y se fijaba en los detalles de su entorno. Percibían que en su alma se encerraba una magia mucho más poderosa que cualquier tormenta. Además, en aquellos momentos tan brumosos, a Agnes le costaba muchísimo confiar en los demás. Ni siquiera estaba ya convencida de que Gaya y Gilbert siguiesen queriéndola como aseguraban. Era cierto que no la habían dejado definitivamente sola, que de vez en cuando la visitaban para descubrir cómo se encontraba, pero Agnes notaba que de sus ojos ya no emanaba ese poderoso amor que tanto la acogía. No le hablaban con la misma cercanía cálida con la que antes se dirigían a ella y le formulaban preguntas que la incomodaban profundamente, preguntas que ella no se creía capaz de contestar, pues, para saber qué respuestas debía ofrecerles, tenía que sumergirse en lo más hondo de su alma y remover en sus descontrolados sentimientos, y no se atrevía siquiera a prestarle atención a la voz de su desgarrada mente.

Siempre que se acercaba la llegada de alguna de aquellas importantes ceremonias, Agnes sentía que el alma se le anegaba en nervios punzantes y gélidos. Se preguntaba si, aquella vez, se reencontraría al fin con Neftis. Neftis llevaba faltando a los rituales desde que habían vivido aquella situación tan incómoda. Gaya y Gilbert le habían asegurado que Neftis estaba cada vez más recuperada; lo cual la calmaba a la vez que la impacientaba, pues, aunque la extrañase, la sobrecogía imaginarse compartiendo con ella aquellos momentos tan místicos. Agnes todavía no había podido olvidar lo que había ocurrido entre ellas dos y se creía incapaz de mirarla a los ojos sabiendo que le había destruido tanto el alma.

Sin embargo, cuando se hallaba rodeada por todas aquellas personas que creían como ella, notaba que la ausencia de Neftis la asfixiaba. Agnes la buscaba entre la gente que formaría parte de aquellas ceremonias tan hermosas y, cuando descubría que ella no había venido, entonces el corazón se le encogía y una sombra de desaliento cubría sus ojos; pero Agnes se esforzaba por centrarse en las bellas emociones que la rodeaban para poder disfrutar plenamente de aquellos rituales que tanto la animaban.

Aquellas ceremonias la inspiraban, la alejaban momentáneamente de la oscura tristeza que impregnaba su alma y la ayudaban a creer que la vida era mucho más hermosa de lo que ella creía. Cuando regresaba a su casa después de haber sentido en su corazón el latido de la magia, le contaba a Némesis todo lo que había experimentado y todo lo que había pensado durante aquellos místicos instantes. Némesis la escuchaba con atención, mirándola con mucha ternura, indicándole con sus ojos que para ella no podía existir nada más entusiasmante que las palabras que le dirigía.

Se acercaba mayo, resplandeciente y tierno. Había llovido durante casi todo el mes de abril. Aquellas mágicas tormentas habían nutrido el aliento de la naturaleza, habían provocado que de la tierra brotasen muchas más flores y que en las ramas de los árboles reverdeciesen las hojas. El bosque se volvió mucho más frondoso y por doquier se respiraba una intensa fragancia a humedad que a Agnes le hacía sentir muy acogida, como si de veras ésta crease los muros que podían ampararla de la mirada de las estrellas o de las finas y hermosas nubes que se negaban a desvanecerse.

No obstante, aquella explosión de vida no la impulsaba a resquebrajar la soledad en la que se protegía. Agnes se mantenía encerrada en su mundo, compartiendo sus horas con Némesis; mas Agnes notaba que aquella soledad la inspiraba y que los sentimientos que le anegaban el alma la instaban a crear versos preciosos que ella le dedicaba con amor y devoción a la Diosa. Incluso podía permanecer escribiendo durante largos momentos sin notar el paso del tiempo. También se esmeraba por adquirir todos aquellos conocimientos que todavía se le resistían. Se sumergía sin regreso en los libros que ya tenía y también en algunos que encontraba en la biblioteca del pueblo más cercano.

Lo que más la inquietaba era no poder huir de la voz de su intuición ni tampoco de los sueños que no dejaban de invadir su consciencia. Todas las noches, se reencontraba con aquella mujer misteriosa que la obligaba a vivir situaciones que ella no podía resistir. Se despertaba de esas pesadillas siendo plenamente consciente de que éstas eran el reflejo de todos sus miedos y también el lenguaje a través del que se expresaban sus dones.

Beltane era el próximo Sabbat que festejarían. Lo harían una noche densamente primaveral en la que la oscuridad tendría un matiz azulado y cálido que a todos inspiraría. Era uno de los rituales más sensuales y alegres. Celebrarían la unión amorosa de la Diosa y el Dios; la que se manifestaba en la armonía con la que el Sol y la Tierra se comunicaban. En el bosque, había estallado una poderosa ola de vida, de matices esplendentes, de aromas revitalizantes.

La magia de Beltane ya se adivinaba entre los árboles, manaba del cielo como si fuese una áurea lluvia de luz y se desprendía de cada hoja que reverberaba bajo el fulgor del día. De la tierra brotaba una energía muy cálida que encendía las pasiones más recónditas y escondidas, que intensificaba los sentimientos más tenues y devenía en esplendor cualquier ápice de sombra que desease ocultar el brillo de las estrellas.

Agnes siempre renacía de sus oscuras crisis cuando llegaba la primavera, como si su alma estuviese enlazada irrevocablemente al espíritu de la naturaleza, como si la Diosa y ella sufriesen al mismo tiempo el embrujo de la rueda del año. Sin embargo, aquella vez, Agnes apenas encontró consuelo en la vida que llenó el bosque y anegó los silencios en sonidos aterciopelados ni en aquella tibieza que había vuelto acogedoras las aguas del lago en el que siempre trataba de bañarse bajo el atardecer. Agnes notaba que aquella primavera le rasgaba el alma, le hacía creer que no podría hallar paz en ninguna parte e incluso tornó mucho más poderoso el temor que le provocaban los sueños que tenía todas las noches. Además, la intuición que susurraba suavemente en su interior se volvió mucho más gritona y escandalosa. Presentía que cada vez se acercaba más el momento en que ésta se convertiría en realidad, en su única realidad. Incluso estaba segura de que todos sus sueños y sus premoniciones ya se habían mezclado irrevocablemente con su presente.

Agnes se refugiaba en los rituales que ella celebraba íntimamente en su cabaña o entre los árboles. Sólo Némesis la acompañaba en aquellos momentos tan mágicos en los que Agnes volcaba toda su creatividad y su inspiración, en los que sus más estridentes dones alzaban su voz con majestuosidad. Agnes notaba que aquellas solitarias ceremonias le permitían seguir respirando con calma y aliento, pero también tenía la sensación de que, cuando despedía a los elementos y a los dioses, el alma se le quedaba trémula y aterida, como si aquellos rituales le hubiesen arrebatado la mayor parte de su vigor.

Agnes notaba que la soledad en la que se protegía se acrecía y se intensificaba con el paso de los días, como si se nutriese de La Luz de la primavera y de la vida que impregnaba el bosque con voluptuosidad. Prácticamente nadie la visitaba desde hacía semanas y la última vez que había conversado con Gilbert o con Gaya había sido en el ritual de Ostara; pero desde entonces apenas presentía que ellos seguían respirando en su misma realidad. No obstante, no se preguntaba por qué de pronto ellos se habían alejado tanto de su vida, pues sabía que la respuesta a aquellas tristes preguntas se relacionaba plenamente con los sueños y con las intuiciones que tanto la amedrentaban.

Al fin, llegó la noche en la que celebrarían Beltane. Agnes presentía que aquel ritual sería muy especial y que quizá, en aquella ceremonia, se reencontraría al fin con Neftis. Aquella posibilidad le hacía sentir unos inmensos nervios perforándole el alma, pero no permitió que aquel temor la acobardase y, tras despedirse cariñosamente de Némesis, se dirigió hacia El valle sagrado, donde festejaban todos los sabbats y cualquier ritual que deseasen celebrar para atraer nuevas y mágicas energías.

Cuando llegó junto a quienes compartirían con ella aquellos místicos momentos, entonces se percató enseguida de que había personas que nunca había visto antes, de cuya llegada nadie le había hablado. Se sobrecogió cuando percibió que todos habían fijado insistente y profundamente sus ojos en ella, analizando su apariencia. Agnes tuvo la sensación de que aquellas miradas se habían hundido en lo más profundo de su alma y que podían detectar todos los sentimientos que se la impregnaban. Además, se sintió extraña, una desconocida y una miserable extranjera.

Fue Gaya quien se acercó a ella y, tomándola delicada y cariñosamente de la mano, le dio la bienvenida con una calidez que a Agnes le acarició el alma. Deseaba preguntarle por qué llevaba tanto tiempo sin visitarla, deseaba asegurarle que siempre la había añorado mucho, pero contuvo todas aquellas palabras que luchaban contra su timidez para volar lejos de sus labios, pues sabía que aquéllos no eran los momentos más indicados para mantener con Gaya aquella conversación tan importante.

Entonces, de pronto, notó que alguien se acercaba a aquel místico y hermoso lugar. No necesitó hundirse en la imagen de la persona que estaba a punto de reencontrarse con ella para saber que era Neftis quien cada vez se hallaba más próxima a mirarla. Neftis ya había detectado la bella y majestuosa figura de Agnes entre los árboles y, en cuanto posó los ojos en ella, el corazón había comenzado a latirle con una fuerza desbocada. Sin embargo, esta vez aquellas palpitaciones ya no le dolían. Hacía bastantes días que no pensaba en Agnes con la desesperación con la que la había recordado desde que la había conocido.

La ceremonia estaba a punto de empezar. Sería un ritual muy especial en el que todos desfogarían sus más salvajes energías, en el que bailarían y cantarían olvidando cualquier pesar que les presionase el alma, en el que la unión de la Diosa y el Dios sería el impulso que los ayudaría a desprenderse de las vibraciones asfixiantes que les impedían caminar con seguridad en la vida para recibir el aliento del que precisaban para enfrentarse a cada nuevo día.

Neftis miró fijamente a Agnes durante unos efímeros segundos y después se mezcló con las demás personas, quienes ya habían comenzado a formar el círculo mágico. Agnes se quedó quieta junto a Gaya, quien en esos momentos le dedicaba una mirada anegada en aliento.

Agnes apenas pudo prestarles atención a las palabras que Gaya pronunció con sublimidad para invocar a los elementos y a los dioses, pues notaba, continuamente, que Neftis no apartaba sus ojos de ella y aquella insistente mirada atenazaba sus nervios, volviéndolos una espada punzante que le rasgaba el corazón. Fue la primera vez desde que formaba parte de El fuego de Hécate que deseó que un ritual se terminase cuanto antes. Ansiaba regresar a su casa y protegerse junto a Némesis de todas las amenazas que podían asustarla.

Cuando al fin terminó la ceremonia, Neftis se acercó a Agnes dedicándole una luminosa sonrisa. Agnes se percató de que a Neftis le brillaban mucho los ojos y que en su mirada ya no quedaba ni el rastro más sutil de aquel dolor que había ensombrecido su vida. Parecía otra mujer muy distinta de la que había sido durante los últimos meses. Sintió una punzada de alivio cuando adivinó que se habían cerrado las heridas que ella misma le había horadado en el corazón.

Agnes estaba tan nerviosa que apenas sabía qué debía decirle a aquella mujer con la que tantos momentos había compartido, con la que siempre había sido tan sincera. Le parecía que Neftis era una desconocida, alguien que nunca se había hundido en sus intensos ojos negros. Se preguntó por qué la presencia de Neftis la intimidaba y le imponía tanto, si podía adivinar cómo pensaba, si sabía cómo sentía, si en realidad la conocía muchísimo mejor que nadie, o al menos eso creía.

     ¡Agnes, cuánto tiempo sin verte! —exclamó tomándola risueña de las manos. Parecía como si Neftis ignorase que Agnes solía vivir momentos de pura tristeza, parecía ignorar que ella tenía el alma irrevocablemente lacerada—. ¿Cómo te encuentras?

     Estoy bien, gracias —le mintió retirándole la mirada. Deseó hundirse con fortaleza en sus ojos para teñir de potencia sus palabras, pero no fue capaz de hacerlo.

     ¿Seguro? Te noto todavía bastante triste. En los rituales se percibe nítidamente tu oscura energía, Agnes. No sé si te conviene compartir con nosotros estos momentos tan místicos. Me parece que tendrías que encerrarte en tu cabaña y no salir de allí hasta que te encontrases mejor —le indicó con soltura y distancia.

Agnes no podía creerse que Neftis le hubiese dirigido unas palabras tan apáticas y tan frías. No podía creerse que la mujer que le hablaba con tanta acritud fuese la misma con la que había compartido tantos momentos mágicos. No obstante, entendió también que su rechazo había destruido el hermoso lazo que las había unido.

     Sé que tienes razón, pero necesito asistir a los rituales. Éstos me dan tanta vida...

     Pero no es justo que tu energía destruya la de los demás. Bueno, no importa.

     Sí importa. Me duele mucho que me dirijas palabras tan tristes.

     No es mi intención incomodarte. Por cierto, ¿te has enterado de que Gaya ha conocido a una mujer muy especial? Enseguida se ha convertido en su alumna. Está enseñándole todo lo que debe saber para iniciarse. Se llama Mila, aunque todos sabemos que ése no es su verdadero nombre.

Aquellas palabras la paralizaron, le arrebataron la capacidad de gesticular y silenciaron la voz de su mirada. Sabía que aquella mujer que Gaya había conocido era la misma que aparecía todas las noches en sus sueños. Lo sabía con una certeza indestructible, sin que nadie tuviese que confirmárselo, sin que tuviese que preguntarle a la Diosa si sus intuiciones eran ciertas.

     ¿qué te ocurre? —le preguntó Neftis riéndose desorientada—. Te has quedado muda. Tú no sueles hablar mucho, pero es que ahora ni siquiera susurran tus ojos.

Agnes no sabía qué debía responderle. Intentó ordenar sus pensamientos, pero su mente se había convertido en un hervidero de sensaciones, de ideas estremecedoras, de posibilidades oscuras.

     He de irme —adujo con una voz frágil.

     Pero ¿qué pasa, Agnes?

     ¿Qué más sabes de esa mujer? —le preguntó sin pensar en sus palabras.

     Pues sé poca cosa, sé lo que Gaya me ha contado. La descubrió hace un mes caminando por el bosque. Vive en una cabaña cerca de la casa de Gaya y es muy inteligente. Gaya nos ha asegurado que es muy sabia y buena y, además, muy bella. Todavía no la conocemos porque quiere hacerlo en su ritual de iniciación, aunque nos estremece que todavía quede un año para que llegue ese momento. De aquí a entonces pueden pasar tantas cosas... pero yo sé que nos encontraremos antes. Siento algo muy bonito cuando pienso en ella. Es como si su llegada me hiciese creer que mi vida cambiará por completo. Sé que, cuando la conozca, la oscuridad que todavía se cierne sobre mis horas se desvanecerá al fin. ¿tú nunca has tenido ese presentimiento?

Agnes no podía hablar. Ansiaba confesarle a Neftis que tenía precisamente la misma intuición, pero la suya era mucho más oscura e insostenible. Deseaba contarle que llevaba soñando con la aparición de aquella mujer desde que el invierno había helado los troncos de los árboles, pero el entusiasmo con el que Neftis se dirigía a ella la detenía y la convencía de que no merecía la pena que compartiese con ella aquellas certezas tan sobrecogedoras.

     Pero ¿Qué te pasa? Ay, parece que hayas visto un fantasma, Agnes, o la santa compaña —se rió estridentemente.

     No bromees con esas cosas, Neftis —le pidió Agnes sobrecogida y seria.

     Ay, es verdad, que vosotros los gallegos sois muy supersticiosos con los fantasmas. Ya me contarás si alguna vez has visto esa procesión tan estremecedora. Ay, perdóname, he bebido algo de vino y estoy eufórica. Beltane me descontrola tanto... Qué pena estar tan solita. Tengo tantas ganas de... Ay, disculpa, no domino lo que digo. Es que noto en mi cuerpo la energía de la tierra, la energía pasional con la que la Diosa y el Dios se unen en esta noche tan mágica. ¿Tú no la percibes? ¿No tienes curiosidad, ganas de entregarte a otra persona para sentir, sentir... para extasiarte?

Aquellas palabras le hicieron experimentar una infinita vergüenza que la paralizó, que sonrojó sus pálidas mejillas y que la convenció de que lo mejor que podía hacer era marcharse de allí antes de que Neftis siguiese dirigiéndole preguntas tan indiscretas.

     Vamos, Agnes, eres humana, eres mujer, y como todas habrás sentido deseo alguna vez. No puedes estar tan muerta. Ah, sí, claro que lo has sentido, precisamente conmigo, pero me parece que eres demasiado recatada para permitir que ese deseo te domine. Qué lástima, porque sé que nos lo habríamos pasado tan bien... Habríamos...

     Ya basta, Neftis —la interrumpió con tensión. Toda la vergüenza que sentía estalló por dentro de ella convertida en oleadas de rabia e impotencia—. Lo mejor será que me vaya. Estás muy alterada.

     No, no, la que está alterada eres tú, cariño —la contradijo presionándole las manos—. Te has puesto muy nerviosa en cuanto te he hablado de esa mujer que Gaya ha conocido.

     Lo que me inquieta es tu comportamiento. Será mejor que hablemos en otro momento.

     Está bien. Ay, Agnes, cualquiera diría que eres tan... Qué modosita eres —se rió sensualmente soltando sus manos y rodeándole con delicadeza la cintura—. Con lo impresionantemente hermosa y atractiva que eres... Quiero que sepas que ya conseguí superar lo que sentía por ti, aunque lo cierto es que todavía me atraes mucho. ¿Por qué no vamos a tu cabaña y...?

     Ya es suficiente, por favor —susurró apartándose primorosamente de ella—. Adiós, Neftis.

     Un momento, Agnes, no te vayas todavía —le pidió agarrándola repentinamente del brazo—. Me gustaría presentarte a una amiga muy especial. Se llama Penélope y hace unos meses que empezó a formar parte de nuestra familia.

     Ahora no me apetece conocer a nadie.

     Ay, qué antisocial eres —se rió de forma infantil—. Está bien. Pues entonces ya os conoceréis en otro momento. De todos modos, no te vayas sola. Permíteme que te acompañe a tu cabaña. Hace mucho tiempo que no hablamos y extraño nuestras conversaciones, extraño tu mágica y entrañable voz.

     Podemos hablar en otro momento si lo deseas, mañana mismo —le indicó ella nerviosa—; pero esta noche no, por favor.

     ¿Por qué? ¿Acaso tienes miedo a que te viole? —se rió con sarcasmo. Aquellas palabras y sobre todo la carcajada que las acompañó le provocaron a Agnes un malestar indescriptible—. Ay, Agnes, ni siquiera puedo bromear contigo. ¿Qué te ocurre? Tal vez te convenga beber o comer algo. ¿Quieres que te traiga...?

     No tengo hambre ni sed —la atajó ella con una leve brusquedad tiñendo su dulce voz.

     ¿Por qué nunca comes ni bebes nada después de los rituales? ¿Acaso en las fiestas de tu pueblo no bebíais vino? —se rió con cariño.

Agnes no le contestó. Tuvo la sensación de que Neftis se burlaba de sus recuerdos. La forma como le hablaba intensificaba sin cesar el malestar que le impregnaba el alma. Agnes se preguntó por qué Neftis se mostraba tan insolente con ella.

     No te reconozco —seguía riéndose Neftis despreocupadamente–. Siempre has sido muy nostálgica, pero al menos me sonreías cuando bromeaba contigo.

     Me dedicas bromas que no me hacen ni la menor gracia —le confesó ella notando que la rabia y la impotencia que sentía se convertían en un destructivo huracán.

     Estás amargada, Agnes. No sabes disfrutar de la vida, no sabes ni siquiera qué sabor tiene la felicidad ni la pasión. Lo único que conoces es el embrujo de la locura y eso es tan triste... Me da mucha pena que seas tan desdichada, que te sientas tan horriblemente desalentada.

Agnes no respondió. Rápidamente apartó de sí las manos de Neftis y entonces se alejó de ella sin ni siquiera mirarla a los ojos una última vez. La actitud que Neftis había mantenido con ella la había irritado profundamente. Además, tenía la punzante y densa sensación de que Neftis había cambiado de modo irrevocable. Ya no era la misma mujer en la que tanto había confiado, que tanto la había mimado y protegido en sus peores momentos. Parecía como si Neftis se riese continuamente de sus sentimientos, de su forma de ser, de su nostalgia, de sus recuerdos más entrañables, y aquello le dolía muchísimo, le dolía como si de veras tuviese en el corazón una herida tangible que no dejaba de sangrar.

Notó que los ojos se le llenaban de lágrimas espesas que le ocultaron el matiz de la noche y le impidieron percibir por dónde caminaba. Entonces se detuvo entre los árboles. Temía perderse en aquel bosque que tanto se conocía por culpa del desconsuelo que le apretaba el alma.

Agnes sabía que no era solamente el modo como Neftis la había tratado lo que tanto le rasgaba el corazón, lo que tanto la afligía y la asustaba, sino también saber que, al fin, había aparecido aquella mujer misteriosa que llenaba todos sus sueños, de quien su poder de intuición no dejaba de hablarle. Era real, se había vuelto irreversiblemente real, y aquella certeza la aterraba inmensamente, como si de veras la existencia de aquella mujer fuese una sombra que podía cubrir para siempre el cielo de su destino.

Se encontraba desorientada en su propia vida, en su propio presente. Además, ser consciente de que Gaya estaba volcándose tanto en Mila, prestándole una atención muy tierna que Agnes deseaba recibir desde hacía tiempo, ahondaba su pena. Agnes era consciente de que, con sus ansias de estar sola, había provocado que Gaya se alejase de ella, pero tampoco se había sentido capaz de acercarse a la sacerdotisa, pues tenía la constante sensación de que era insignificante y que no merecía la pena que nadie le dedicase su valioso tiempo.

De repente, aquel hermoso bosque que tanto la acogía se convirtió para Agnes en un lugar amenazante anegado en sombras gélidas que la aterían, que la rodearon con una densidad asfixiante y que la instaron a creer que, en aquel lugar, jamás nadie la comprendería ni podría rescatarla de su locura. Notó que perdía paulatinamente la noción de sí misma y de su tiempo. Se le agitó entonces la respiración y experimentó unas destructivas ganas de gritar que le presionaron la garganta como si allí, realmente, le hubiese nacido una esfera de piedra.

Entonces comenzó a correr despavorida. Le parecía que la perseguían seres extraños que anhelaban arrancarla de aquel lugar para arrastrarla hacia una dimensión en la que jamás podría respirar. Corría en pos de su propia cordura, percibiendo que su entorno cada vez se volvía más confuso y oscuro. Ni siquiera la luz de las estrellas la guiaba. La luna, además, se había escondido tras una red de nubes doradas.

Estuvo a punto de gritar de pavor y de pedir auxilio, pero entonces se acordó de que nadie oiría su voz. Se imaginó que todos los que la conocían se hallaban sumidos en un momento muy mágico y luminoso que contrastaría infinitamente con el que ella estaba viviendo.

Apenas reconocía el lugar por el que caminaba. Las sombras de la noche le ocultaban las sendas que ella podía seguir para llegar hasta su cabaña. Entonces, de repente, como si de aquel terror surgiese un alarido de impotencia que le revelaba certezas estremecedoras, se planteó la posibilidad de que, sin que nadie lo previese, se encontrase de pronto con aquella mujer a la que Gaya ya quería tanto, aquella mujer con la que llevaba soñando desde hacía tanto tiempo. Imaginarse que súbitamente se cruzaba con ella en medio de la noche la paralizó, la obligó a detener sus amedrentados pasos.

Entonces se percató de que en realidad se hallaba mucho más cerca de su cabaña de lo que había creído. La serenó poco a poco reconocer, bajo la titilante y vacilante luz de las estrellas, los árboles que la rodeaban. Empezó a caminar sabiendo ya hacia dónde tenía que dirigirse. Sus pasos apenas sonaban en la inmensidad de aquellas nocturnas horas. La soledad que se respiraba en aquellos lares, justo en aquellos instantes en el que el amanecer parecía una ilusión, era tangible y exhalaba un aroma muy cálido a humedad, a lejanía, a silentes lágrimas.

Al fin, Agnes llegó a su protectora cabaña. Némesis la esperaba despierta, con los ojos anegados en preocupación. Cuando la oyó entrar, entonces se acercó sigilosamente a ella, temiendo que su presencia la asustase; pero Agnes se sintió inmensamente amparada al notar el cariño que irradiaban los mágicos ojos de su amiga. Se agachó junto a ella y, con una voz muy tierna, comenzó a contarle todo lo que había vivido desde que se despidió de ella hacía ya tantas horas.

Agnes no deseaba que aquella noche se terminase. Sabía que, cuando la inconsciencia la alejase de aquella extraña realidad, volvería a soñar con aquella mujer tan misteriosa que sin embargo ya formaba parte de su vida; mas el cansancio anímico y físico que la invadía le pesaba en los ojos como si tuviese materia.

Se durmió sin poder evitarlo junto a Némesis, al abrigo de la tímida lumbre que había encendido cuando llegó a su cabaña. No era una noche fría, pero Agnes sentía que se le había introducido en el cuerpo el aliento helado del invierno más gélido. Sabía que aquel frío tan incómodo sólo emanaba de su alma; la que estaba completamente aterida por el miedo y la inseguridad.

Tal como había previsto, aquella noche soñó de nuevo con la mujer que nunca la abandonaba en aquel mundo onírico. Esta vez, sin embargo, Agnes podría recordar con una nitidez inquebrantable todos los detalles que habían creado los momentos que había vivido con ella. Podría evocar a la perfección sus ojos castaños, sus cabellos rizados y oscuros, su sonrisa luminosa y mágica, su tersa y hermosa voz y sobre todo las palabras que le dirigió en aquellos momentos que parecían, más bien, el reflejo de una vida ya muy antigua.

Y es que en realidad aquel sueño sí era el espejismo de algunos momentos que había compartido con aquella mujer tan misteriosa en alguna vida ya muy lejana. Aquel sueño le reveló, con una desesperación agresiva, que era ella, ella era la persona que más había querido en sus anteriores vidas, que todavía deseaba encontrar entre las estrellas, con la que había compartido toda su magia, todo el esplendor de sus hermosos dones. Ella era quien siempre la había comprendido, quien la había acogido entre sus brazos y había creado un hogar en su pecho para ampararla de cualquier mirada que pudiese rasgarle el corazón. En aquel sueño no sólo revivió aquellos instantes cuyo recuerdo había recuperado gracias a la hipnosis, sino sobre todo las respuestas a todas aquellas preguntas que llevaban palpitando en su alma desde que la voz de su intuición comenzó a avisarla de que llegaría, de que en breve su existencia se mezclaría con su extraño y solitario presente.

La luna brillaba majestuosa y orgullosa, tal vez siendo consciente de que era la luz más potente de la noche, era la única que podía quebrar la oscuridad que el cielo derramaba sobre las montañas, sobre los bosques, sobre los ríos. El silencio que musitaba entre los troncos de los árboles y que parecía brotar de la tierra acallaba cualquier eco y cualquier suspiro, pero de vez en cuando el canto de algún ave nocturna cruzaba aquel vacío abismal.

Había un camino ante ella, un camino que se perdía entre las plantas, pero no se atrevía a seguirlo. Una sombra brumosa se había posado entre los árboles y la observaba con cariño y a la vez intriga. Estaba segura de que aquella sombra no era sino el reflejo de su inseguridad y su miedo. Sí, tenía miedo, miedo a los rincones desconocidos que se ocultaban más allá de aquel recoveco del bosque que ella ya tanto se conocía.

Sabía que, en la ladera de una bella y poderosa montaña, había una cueva muy profunda que parecía comunicar directamente con el centro de la tierra. Quería llegar allí para protegerse entre sus ancestrales piedras, pero no se atrevía a atravesar la distancia que la separaba de aquel rincón que ella creía tan místico.

Entonces, de repente, oyó que alguien caminaba tras ella. Conocía el aroma que se desprendía de aquella presencia. Sabía que, si la magia exhalase algún olor, sería el que impregnaba aquella piel y dimanaban aquellas manos y aquellos ojos. Notó que el corazón se le encogía y a la vez le latía cada vez con más fuerza y vivacidad, como si hasta entonces le hubiese faltado el aliento.

Unas manos cálidas la tomaron con mucho cariño de la cintura y alguien se le acercó cuidadosamente al oído. Entonces sonó aquella voz que tanto la acogía, que tan viva y mágica le hacía sentir. Se estremeció de alivio cuando volvió a percibir el modo suave y nítido como aquella persona hablaba. Cuánto la quería, cuánto sería capaz de entregarle. Incluso le daría su vida si a ella se le agotaba el aliento.

Había vuelto. Aquello era lo que más importaba. Había vuelto, de nuevo, junto a ella, a alguien que, según creía, apenas se merecía que la mirasen. Había regresado y rogó que aquella vez fuese para siempre, rogó que no tuviese que irse nunca más, nunca más, pues sin ella sus ojos no tenían voz, su alma no tenía aliento, le faltaba el ímpetu, las ganas de existir y el sabor del miedo era el único que captaba en cada alimento; la voz del miedo era la única que susurraba en sus noches, en todas las horas de sus días.

     Tornaste —susurró para sí misma, notando que los ojos se le llenaban de lágrimas de alivio y felicidad.

     He vuelto, sí, y esta vez no volveré a dejarte sola.

No hablaban el mismo idioma, no se expresaban con el mismo acento; pero sus palabras las unían. No procedían de la misma tierra. Ella había nacido en un lugar muy lejano a aquellos bosques que Agnes se conocía tanto, que Agnes tanto adoraba. Su hogar se hallaba a leguas de distancia de los lares que siempre fueron su morada; pero Agnes tenía la sensación de que sus destinos habían brotado del mismo aliento, de la misma alma.

Agnes se esforzaba por comunicarse con ella en la única lengua que ella entendía. Sólo por ella era capaz de utilizar otro idioma, tan parecido y a la vez distinto del que albergaba sus palabras y sus pensamientos.

     Te añoré tanto... —le musitó muy quedo notando que su voz se ahogaba en el llanto que la invadía.

     Yo también, pero era necesario que me alejase de ti. Estamos continuamente en peligro, aunque creas que en tu tierra nadie será capaz de hacerte daño.

     La gente de mi tierra no rechaza a las mujeres que son tan mágicas como nosotras —la contradijo mirándola al fin con displicencia. La aterraba que ella hablase de peligro cuando estaban juntas, cuando notaba que el lazo que las unía era tan potente.

     Ahora no, Agnes; pero, cuando pasen los años...

     Cuando pasen los años, tú y yo ya no estaremos aquí.

     Aquí no, pero sí en otro lugar.

     No te entiendo —protestó Agnes asustada.

     Vayamos donde querías ir. Es el único sitio en el que podemos hablar con seguridad.

     ¿Te siguieron?

Ella no le contestó. La tomó de la mano y comenzó a caminar con velocidad y decisión, ignorando que Agnes antes se había sentido incapaz de dirigirse precisamente hacia aquel lugar que le había parecido tan misterioso. Quiso pedirle que se detuviese, pero estaba tristemente amedrentada por una fuerza que apenas podía comprender, cuya presencia la intimidaba y le arrebataba el aliento.

La noche se volvía más espesa a medida que se aproximaban a aquel rincón que Agnes se había imaginado tan acogedor, que tan antiguo era, que ya tantos hálitos de vida había albergado. La mujer parecía tener mucha prisa, como si temiese que el silencio y la soledad que inundaban el bosque la apartasen de Agnes, a quien le presionaba la mano con mucha delicadeza, pero también con cercanía, instándola a sentir la unión inquebrantable que las enlazaba.

Al fin, se adentraron juntas en aquel místico y ancestral lugar. Agnes notó que lo invadía un frío punzante y seco que le heló instantáneamente las manos. Además, la oscuridad que se albergaba allí era tan densa que Agnes percibió que ni siquiera sus ojos acostumbrados a atravesar las sombras de la noche podrían disipar las brumas que la rodeaban.

La mujer se sentó en el suelo. Rozó con agilidad y esfuerzo dos piedras, colocó unas cuantas ramitas y hierbas y encendió una pequeña lumbre que quebró mínimamente la profunda oscuridad que las envolvía. Entonces miró a Agnes, suplicándole con sus hermosos ojos castaños que se sentase a su lado. Agnes lo hizo y entonces ella la tomó de las manos. Las tímidas llamas que ardían a su vera se reflejaban en los expresivos y nocturnos ojos de Agnes, aquéllos en los que tanto adoraba sumergirse.

     ¿Por qué estás tan asustada? —le preguntó con mucho cariño.

     No lo sé. Noto que me ocultas algo importante.

     Me han seguido, Agnes —le reveló ella con una voz muy queda—. Conseguí huir de ellos después de salir de Ourense, pero no estoy segura de...

     Entonces estarán a punto de llegar —indicó ella sobrecogida.

     Aquí no nos encontrarán.

     ¿Iban a caballo?

     Sí, la mayoría.

Agnes se quedó en silencio. Notaba palpitar el miedo en su alma y aquellos latidos eran el eco de su acelerado corazón. La mujer no le dijo nada más durante unos largos momentos y aquello fue en realidad lo que más intensificó su pavor.

     Aquí no nos encontrarán, Agnes —le repitió acariciándole las manos tras un denso silencio.

     Pero sí pueden encontrar mi casa, mis cosechas, todo lo que tengo, porque saben que ya estuviste aquí antes. Has de irte. Vete, vete antes de que...

     No te dejaré sola nunca.

     Debes irte —le exigió a punto de ponerse a llorar—. No quiero que te descubran aquí conmigo.

     ¿Quieres que me vaya porque tienes miedo a que también te hagan daño a ti o porque quieres protegerme? ¿Es que no sabes que ya no existe lugar en el mundo que pueda ampararme?

     No es verdad. Hay muchos sitios que pueden ser tu hogar.

     Quieres protegerte a ti misma.

     No, no. Quiero que no mueras —le susurró con una voz casi inaudible.

     No me importa morir si he podido estar contigo una última vez —le confesó soltando sus manos y tomándola de la cabeza con un primor estremecedor, como si temiese que sus dedos deshiciesen su piel tersa y pálida como la faz de la luna—. No tengas miedo ahora, Agnes. El miedo atrae las desgracias. He hecho un viaje muy largo sólo para estar contigo.

     Renunciaste a un destino mucho más brillante sólo para compartir conmigo tus horas mágicas, y no lo entiendo —protestó ella cerrando con fuerza los ojos—. Ahora podrías estar viviendo en un gran castillo lleno de opulencia, de comodidades y deliciosos manjares. Podrías tener a tu lado muchas personas que te respetarían, y cambiaste todo eso por una vida miserable, para estar junto a alguien que sólo puede ofrecerte verduras para comer.

     ¿Qué me importan a mí todas las riquezas del mundo si por dentro estoy vacía, si cada día que vivo es tan yermo como la tierra en invierno? Lejos de ti, el oro más reluciente pierde su fulgor, las telas más suaves y acogedoras se vuelven ásperas y cualquier lecho enorme y confortable se convierte en la roca más dura y gélida. No me niegues este último aliento que puedes darme.

     Sabes que se nos agota el tiempo y, aún así, viniste.

     Vine porque tú eres mi vida, porque nos une un lazo mucho más potente que el que vincula la luna a la noche. Yo soy la luz ceniza del sol. Tú eres mi sol y yo soy tu luna. Si tú me faltases, yo me apagaría para siempre.

     Yo me apago cada vez que te marchas.

     No llores ahora, amor mío, por favor —le pidió retirándole cuidadosamente las lágrimas que le resbalaban con lentitud por las mejillas.

     Sé que ésta es la última noche que compartiremos. No volveremos a vernos hasta que transcurran muchísimos años y, cuando nos reencontremos de nuevo, yo ya no seré la misma —le reveló lejana, pero desconsoladamente, con una voz llena de desaliento y silencio.

     Yo te querré siempre, seas como seas.

     No es verdad. Me temerás como si yo fuese el ser más peligroso de la Tierra y huirás de mí como si mi mirada fuese venenosa.

     ¿Y qué importa eso ahora, cariño? Ahora estoy aquí contigo.

     Cuando nos reencontremos, yo ya no tendré nada. Estaré lejos de mi verdadero hogar, extrañaré con tanta fuerza mi tierra que el alma se me deshará y no podré alcanzarte. Mi vida no será vida, sino una muerte horrible que nunca se volverá nada.

     Pero todavía quedan muchos años para que eso ocurra —le indicó cariñosamente acariciándole los cabellos, pero lo cierto era que las palabras de Agnes le habían llenado el alma de tristeza—. Agnes, si ésta es la última noche que podemos compartir, si éstos son nuestros postreros instantes, entonces amémonos una vez más, olvidémonos de las sombras que nos persiguen y que quieren desvanecer el brillo de nuestros días —le pidió ignorando la pena que le palpitaba por dentro—. Es cierto que la próxima vez que nos reencontremos tú me echarás de tu lado, me apartarás de tu magia, pero siempre nos conectará una unión inquebrantable. Yo te perdonaré porque siempre sabré que tú estás en mí y yo en ti como si tu alma y la mía compartiesen su aliento. Cometeremos muchos errores que pondrán en peligro nuestra vida, pero siempre podremos perdonarnos. Tú también tendrás que olvidar todas las veces que me equivocaré contigo. TE abandonaré muchas veces, pero siempre estaré aquí, en ti, y tú en mí, porque hay un vínculo entre nosotras como el que une la noche a la luz de las estrellas.

Tras aquellas dulces palabras, se acercó suavemente a Agnes y empezó a besarla con una suavidad que a Agnes le acarició el alma. Enseguida notó que sus miedos y sus lágrimas se quedaban pendiendo de la felicidad que siempre le hacía sentir hallarse tan cerca de ella, de la única persona que de veras la quería y la comprendía en el mundo. Estaba tan sola que, cuando ella llegaba, inundando todos sus días, aquella soledad que tanto amaba parecía una ilusión, una pequeña bruma que se deshace bajo el embrujo del amanecer.

De repente, se deshicieron las barreras que les habían impedido sentirse libres. Se desbordó por dentro de ellas ese desbocado río de amor y pasión que siempre les recorría todo el cuerpo cuando se hallaban tan cerca y entonces se desvanecieron el tiempo y el espacio, perdieron la noción de su alrededor y de su pasado y se hundieron en un mar cálido y acogedor que las mantuvo apartadas de la realidad durante unos instantes que ninguna de las dos fue capaz de medir.

El fuego que ardía a su lado no era más que el tímido reflejo del que las abrasaba por dentro. Había estallado en su alma una tormenta de desesperación, de añoranza y de anhelos perdidos que las volvió nada, que las deshizo hasta mezclar su materia en una única esencia. Y aquella cueva que tan gélida le había parecido a Agnes se tornó en el lugar más acogedor que jamás pudo haber existido.

Mas, de pronto, cuando más sumidas estaban en aquella pasión que tan volátiles las volvía, oyeron unos pasos agresivos y veloces quebrando el suave silencio de la noche que tanto las amparaba. Aquellos sonidos que parecían hechos de polvo y violencia las detuvieron repentinamente. Se quedaron paralizadas, en silencio, mirándose con inquietud. Ambas se preguntaban dónde podrían esconderse, dónde y cómo podrían protegerse la una a la otra.

Agnes se apartó de ella antes de que pudiesen entender lo que estaba ocurriendo, lo que estaba a punto de ocurrir. Ella quiso detenerla, pero el miedo había vuelto inmensamente prudente a Agnes, quien se vistió rápidamente, sin prestarles atención a los violentos latidos de su corazón. Agnes sabía que aquél sí era el fin, el fin a todo, y se sentía totalmente incapaz de enfrentarse a aquella situación. Sin embargo, lo único que anhelaba era protegerla, era apartarla de todas aquellas manos que podían herirla, de todas aquellas miradas que tanto podían destruirle el alma.

     ¿A dónde vas? —le preguntó asustada al ver que se levantaba del suelo y se dirigía hacia la salida de la cueva—. Agnes, ¡no te vayas! —le exigió silenciosamente—. No te alejes de mí, por favor. No me dejes sola, Agnes. Agnes, no puedo creerme que vayas a abandonarme justamente ahora. Agnes, yo pensaba que me amabas de verdad, que ansiabas permanecer junto a mí hasta que de veras nuestra libertad muriese.

     No digas nada más, por favor, Artemisa —le suplicó notando que le costaba mucho hablar—. Jamás te abandonaré ni te dejaré sola. No desconfíes de mí, por favor.

     Pero ¿qué vas a hacer? —le cuestionó empezando a llorar.

     Quédate aquí. No te muevas. Apaga ese fuego que puede desvelarte —le exigió intentando impregnar su voz de fortaleza y decisión.

Agnes no permitió que le contestase. Salió de la cueva y comenzó a correr a través de los árboles, dirigiéndose hacia el lugar del que procedían aquellos sonidos tan estridentes y agresivos que habían quebrado para siempre el silencio de la noche. Agnes notó que en esos precisos momentos ya comenzaba a deshacerse todo lo que ella conocía y necesitaba; pero se esforzó con ahínco por ignorar la temblorosa voz de su alma.

Entonces apareció ante ella un grupo de hombres que se desplazaban montados en caballos oscuros que a Agnes le parecieron escapados del averno. Se quedó quieta, en medio del camino, mirándolos con desafío, pero también con un incipiente miedo que le brotaba directamente del alma.

Al verla detenida allí, bañada por la potente luz de la luna llena, todos se detuvieron y dejaron en silencio el bosque que los rodeaba. La noche volvió a alzar desesperadamente su voz y entonces pareció como si el mundo se deshiciese en brumas oscuras.

     ¡Aparta de nuestro camino, maldita aparición! —le exigió uno de ellos sin el menor rastro de humanidad.

     Tú sabes dónde está, seguramente. ¡Dinos qué has hecho con ella! —le gritaron varios al mismo tiempo.

     Es a ella a quien buscamos. ¡Atrapadla!

     ¡No la toquéis! ¡Estamos en tierra de meigas y lo más seguro es que sea una de ellas!

Mas nadie obedeció aquella advertencia que a Agnes tanto se le clavó en el corazón. Notó que se lanzaban a ella y que muchas manos la atrapaban con violencia y desconsideración. Mas, antes de que le arrebatasen la voz, los miró desafiante e hipnóticamente a todos mientras, con decisión y potencia, les pidió:

     Si me matáis, dejadla libre. Tomad mi vida como si fuese la suya, destruidme a mí en vez de a ella, deshaced mi vida a cambio de la suya.

     ¿Y qué beneficio obtenemos nosotros capturándote y matándote a ti si la que nos interesa es ella?

     No podréis atraparla jamás —les reveló con rabia—. Si la perseguís, si os empeñáis en matarla, arderéis todos en el infierno —los amenazó sabiendo, perfectamente, que aquellas palabras los aterrarían—. Puedo lograr que vuestra vida se termine sin que tengáis tiempo a que vuestro dios os perdone todos vuestros pecados. Caerá sobre vosotros una horrible maldición si le hacéis daño.

La voz de Agnes sonaba fuerte y firme, como si emanase de la tierra o lloviese del impetuoso y profundo cielo de la noche. Al oír sus amenazantes palabras, todos aquellos hombres se quedaron paralizados, sin saber qué decir, sin saber cómo debían actuar, sintiendo, sin embargo, que ella tenía razón. Creían firmemente en sus advertencias, pues estaban seguros de que ella era una hechicera que de veras tenía trato con el Demonio.

     ¿Si te matamos, entonces nos librarás de esa maldición? —le preguntó el que parecía el más fuerte.

     No. Os libraréis de esa maldición si la dejáis en paz —respondió ella intentando expresarse continuamente con aquella seguridad que tanto los estremecía.

     Tenemos en nuestras manos a la amante del Demonio, a una bruja que no dejará de tratar con él. Es conveniente que la obedezcamos —exigió uno de ellos.

     ¿Vas a dejarte intimidar por una absurda mujer? —le preguntó desafiante otro de ellos.

     ¡No es una insignificante mujer! ¡Es una meiga! —gritaron muchos.

Alguien la golpeó de repente en la cabeza y Agnes perdió suavemente el conocimiento, pero en esos momentos ya no le importaba desaparecer. Estaba segura de que Artemisa ya era libre, al fin, y que nadie consentiría en que le hiciesen daño. Si ella podía vivir serenamente, disfrutando de la magia de cada instante, entonces merecía la pena morir, entonces ya podía marcharse sin miedo.

Sólo recuperó la consciencia cuando notó que su alrededor se había vuelto ardiente, cuando percibió que le costaba muchísimo respirar. Abrió repentinamente los ojos y entonces descubrió que se hallaba en lo alto de una torre. Por debajo de ella, la esperaba una inmensa hoguera, rodeada por personas que exclamaban palabras que ella no podía comprender.

     Ha llegado tu momento, maldita bruja, amante del Demonio, habitante del Infierno —le reveló una voz apática.

Agnes no protestó. Ni siquiera gesticuló. No deseaba que aquella persona se percatase de que estaba realmente aterrada. No podía dejar de mirar disimuladamente a su alrededor. Tenía la continua sensación de que junto a ella había alguien que la conocía mucho mejor que nadie y que unos ojos amorosos y tiernos la miraban desde unas sombras inquebrantables.

Impulsada por aquella estridente intuición, se volteó y entonces miró a su alrededor rápida y concisamente, analizando con una exactitud trémula los detalles que formaban su entorno. Entonces, súbitamente, se encontró con aquellos ojos cariñosos y protectores que siempre la habían amparado de cualquier peligro y le habían dedicado miradas anegadas en amor, en comprensión y dulzura.

Se quedó paralizada, sin saber qué decir ni cómo debía actuar, sin saber qué pensar ni sentir. Artemisa la miraba desde un lejano rincón. Estaba ataviada con un precioso vestido rojo que realzaba la nocturnidad de sus largos y rizados cabellos y que tornaba su figura en la más elegante que Agnes jamás había visto. Lo que más la sobrecogió fue sentir en su piel la ardiente impotencia con la que Artemisa la miraba.

Inesperadamente, Artemisa corrió hasta ella, ignorando las voces que gritaban a su alrededor intentando detenerla. La tomó frustrada de las manos y, con una voz impregnada de lágrimas de horror, le confesó:

     No pude evitarlo, Agnes. Me atraparon cuando trataba de escapar y me trajeron de nuevo aquí. Y ahora te veré morir porque no supe defenderte, no supe salvarte cuando tú estabas dispuesta a dar la vida por mí. Perdóname, por favor.

     Non entendo nada —musitó ella notando que se deshacía como si fuese un montón de nieve derretida por el sol.

     Yo saltaré contigo —le reveló de pronto—. No tengas miedo. Iremos juntas hacia la muerte.

     ¡Eso jamás! —le exigió Agnes aterrada.

     Yo no quiero existir en esta maldita vida.

     ¡Ya basta! —vociferó un hombre apartando de repente a Artemisa de Agnes con una violencia que a Agnes la aterró mucho más de lo que ya lo estaba—. ¡Lorenzo, lánzala de una maldita vez!

     ¡No, no, no, no! —gritó Artemisa intentando deshacerse de los brazos que tan ferozmente la apresaban—. ¡Agnes! ¡Agnes!

Mas Lorenzo ya la había aferrado con decisión de los brazos mientras otro hombre la tomaba de las piernas. Agnes no luchó por desasirse de ellos. Se había hundido sin regreso en los aterrorizados ojos de Artemisa y en esos momentos lo único que deseaba era morir mirándola, morir notando que ella no la abandonaba, que estaría a su lado hasta que su aliento se desvaneciese.

     ¡Perdóname, Agnes! ¡Te he traicionado, amor mío! —gritó Artemisa con una desesperación desgarradora—. ¡No luché por impedir que te trajesen aquí! ¡No te defendí en ningún momento! ¡Perdóname, perdóname...! ¡Por favor, perdóname!

Al oír aquellas palabras, Agnes se apartó de los ojos de Artemisa, emergió del desbocado mar de desolación que se los inundaba y entonces cerró los suyos, incapaz de seguir percibiendo las imágenes de su evanescente alrededor.

Entonces notó que desaparecía la gravedad, que el aire de la mañana la rodeaba como si de un manto gélido hecho de lágrimas invernales se tratase; pero enseguida el ardiente aliento del fuego la aferró del alma y comenzó a deshacer sus pensamientos. Entonces gritó, gritó como jamás lo había hecho antes, empleando todo el torrente de su dulce y tersa voz. Chilló como si quisiese desfogar con aquel alarido toda la impotencia y la tristeza que siempre había sentido y sentiría en el futuro. Chilló sabiendo que aquél era el último suspiro de sí misma que la naturaleza podría captar. Rogó que su amada tierra oyese su estridente clamor.

El miedo la inundó con violencia y fue precisamente aquel inmenso terror el que la lanzó a la vigilia, el que la despertó con brutalidad y deshizo el sopor en el que se había hundido su inconsciencia.

Agnes regresó a la realidad notando que el corazón le latía con una velocidad estremecedora. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Le costaba comprender dónde se hallaba y lo que había ocurrido. No se acordaba de los últimos instantes que había vivido antes de sumirse en la inconsciencia, pues las imágenes de aquel potente sueño inundaban toda su mente, le hacían sentir tan aturdida y desorientada que apenas podía comprender lo que había visto, lo que había experimentado y recordado en el mundo onírico en el que tan intensamente había sufrido.

No obstante, aunque la desorientación y el miedo más intensos gritasen en su alma, Agnes supo que aquel sueño no había emanado de la imaginación de su inconsciente, sino de los recuerdos de su propio destino, cuya memoria todavía se hallaba para ella anegada en brumas. Entonces descubrió que anhelaba, con una fuerza sobrecogedora, explicarle a Gaya todo lo que estaba viviendo. Llevaba muchísimo tiempo sin conversar profunda y calmadamente con aquella mujer que tanto ella quería, a la que tanto respetaba, a la que, sin duda, siempre había amado como si fuese su madre.

El amanecer ya se había acomodado sobre las cumbres de las montañas y era sencillo percibir su llegada si se les prestaba atención a los susurros con los que el bosque dormía a las estrellas. Agnes salió de su cabaña tras vestirse rápidamente y comenzó a caminar entre los árboles casi sin pensar en nada, sólo aspirando a extraer de la tierra aquella valentía que tanto le faltaba, de la que tanto precisaba para poder contarle a Gaya lo que sentía y pensaba y todo lo que había vivido desde que el otoño había vuelto a ensombrecer su alma.

Ni siquiera se había despedido de Némesis, quien dormía calmadamente en el rincón de la cabaña que ya tanto le pertenecía. No deseaba que su amiga se percatase de que se encontraba tan asustada y a la vez inquieta. Apenas podía pensar, pero sí era consciente de que el último sueño que había tenido le había revelado demasiados detalles de sus existencias antiguas; aquellos detalles que la hipnosis no había podido ayudarla a descubrir.

La casa de Gaya se hallaba a casi quince kilómetros de la suya. Agnes debía andar más de tres horas para conseguir alcanzar el pueblo en el que ella vivía. Cuando el desaliento le inundaba toda el alma, aquella distancia le resultaba inquebrantable e intransitable, pero en aquellos momentos la impulsaban el miedo y la desesperación que le latían en el corazón con una fuerza sobrecogedora.

Al fin, cuando ya la mañana derramaba su azulada luz primaveral por doquier, cuando el cielo se había cubierto de un resplandor acogedor y cálido que templaba las aguas de los ríos, Agnes divisó, entre las brumas que todavía no se habían atrevido a abandonar el horizonte, la hermosa casa de Gaya. Agnes notaba, aunque todavía se hallase lejos de aquella morada tan acogedora, la potente y mágica energía que se desprendía de sus muros y sobre todo del jardín que la rodeaba. Siempre la había serenado muchísimo hallarse en aquel hogar en el que tantas experiencias bonitas había vivido; las que, en aquellos instantes, le parecían recuerdos totalmente inasibles e irrecuperables.

Cuando estaba a punto de adentrarse en el jardín de Gaya, oyó que alguien conversaba con ella con calidez y mucha cercanía, como si Gaya siempre hubiese sido parte de su alma. Agnes se quedó paralizada cuando percibió la suavidad y la magia que impregnaban aquella voz que, en realidad, aunque no la hubiese oído nunca en aquella vida, no le resultaba en absoluto desconocida. Pudo percibir el eco de un sinfín de recuerdos en aquel sonido tan armonioso y dulce, en aquel modo de expresarse tan calmado y a la vez curioso, tan sabio, tan culto.

No dudó, en ningún momento, de que quien conversaba con Gaya era la mujer que llevaba apareciendo en sus sueños desde hacía ya tantos meses. Saber que estaban tan cerca y que la tenía a sólo unos pasos de ella, después de tantos años sin mirarse a los ojos, intensificó el miedo que no había dejado de latirle en el alma desde que ella se había mezclado con su presente. Deseó huir de allí, deseó que la tierra la devorase y la apartase de la vida para siempre, pero no se atrevía a moverse. Intuía que, si hacía el sonido más sutil, la descubrirían.

Aunque estuviese tan aturdida y amedrentada, podía captar nítidamente la conversación que ambas mujeres mantenían con tanta serenidad y complicidad. Agnes notó que la forma como Gaya le hablaba se le clavaba en el alma como si de un puñal se tratase, despertando emociones que ella nunca había experimentado hasta entonces.

     Lo que nunca debes olvidar es que la Diosa está contigo siempre, estés donde estés, ocurra lo que te ocurra —le decía Gaya con mucha ternura—. Me has demostrado ya, en muchísimas ocasiones, que eres perfectamente capaz de interpretar el lenguaje a través del que la Diosa se expresa. Me sobrecoge que puedas oír su voz con tanta nitidez.

     Es imposible no oír la voz de la Diosa cuando me rodea tanto amor, tanta belleza, tanta dicha —le contestó ella con una voz lacrimosa y llena de admiración.

     Eres muy valiente, Mila, muy valiente. Que seas capaz de vivir en medio del bosque, en una cabaña tan pequeña, demuestra que tu valor es inquebrantable. Eres muy fuerte e inteligente. Creo que eres la persona más sabia que he conocido en mi vida. Te admiro tanto... y apenas hace un mes que nos conocemos —se rió Gaya de forma maternal—. Nos tienes completamente fascinados a todos, incluso a Gilbert, quien es tan ermitaño y exigente.

     No creo que sea para tanto —se rió ella también con mucha ternura—. Lo único que ocurre es que vosotros me miráis con muy buenos ojos, pero no creo que haga nada tan fascinante. Sé que no soy la única que vive en una cabaña en medio del bosque. Me contaste que hay dos mujeres del aquelarre que también habitan en un lugar así. Ellas también deben ser tan valientes... Además, me revelaste que una de ellas lleva morando en estos lares desde hace al menos cuatro años y eso para mí es absolutamente admirable.

     Sí, es cierto; pero tú interpretas la vida de otro modo. Cuando estoy a tu lado, lo único que percibo es magia, es luz, es bondad, es alegría, ganas de existir. En cambio...

     Cada persona vive las cosas como buenamente puede —indicó ella con ternura.

     No se trata de eso, Mila; pero no creo que sea conveniente que te hable de ella ahora.

     ¿De quién?

     Hay en nuestro aquelarre una mujer muy especial y solitaria que... No, no creo que sea justo que revele los detalles de su vida.

     No, no lo es, a menos que ella te haya asegurado que puedes contarlos —la atajó Mila con mucha educación.

     Sin embargo, es muy mágica, tiene tanto poder que incluso ella misma se sobrecoge.

     Pero ¿por qué?

     Porque hay almas que vienen a esta vida ya tan heridas, tan destruidas, tan aniquiladas por las injusticias y el dolor... Por suerte, la tuya no...

     Huy, yo soy mucho más melancólica y frágil de lo que crees. Parece que estoy feliz siempre, que no me cuesta nada sonreír porque continuamente lo hago, parece que toda la energía que emana de mi alma es luminosa; pero en realidad me entristezco con muchísima facilidad y amo en exceso la soledad.

     Ella también ama demasiado la soledad, tanto que muchas veces no se da cuenta de que ese amor la destruye y la aparta de la misma vida. Sólo espero que se percate pronto de que el camino que ha tomado no es el que puede llevarla a la dicha.

     Vaya...

Agnes notó que se le deshacía el alma y que de repente todo su interior se volvía lluvioso como una tarde otoñal. Entonces tuvo mucho miedo a que Gaya siguiese hablándole de ella a aquella mujer que, sin que ni siquiera ella misma lo supiese, la conocía mucho mejor que nadie.

     ¿Por qué no quieres conocer a los demás miembros de El fuego de Hécate? —le preguntó Gaya al cabo de unos efímeros segundos.

     Prefiero hacerlo cuando esté a punto de iniciarme, cuando de veras pueda mirarlos a los ojos sin sentir que ignoro la mayor parte del sentido de sus vidas. Estoy segura de que me conviene esperar y ser paciente. Los conoceré a todos cuando la Diosa así lo disponga, cuando Ella lo decida.

     Está bien —rió Gaya con cariño—. Sé que hay alguien en el aquelarre con quien podrías llevarte tan bien, con quien harías tan buenas migas...

     ¿Ah, sí? ¿Con quién? —le cuestionó curiosa y feliz.

     Se llama Neftis. Es una mujer muy especial y sé que os querréis muchísimo en cuanto os conozcáis.

     ¿Es la que ama tanto la soledad?

     No, en absoluto. Neftis es alegre, aunque también tiene un alma muy quebradiza; pero, cuando está feliz, de sus ojos y de su voz se desprende una energía tan hermosa que crees que tu vida en realidad sólo es luz y amor.

     Ay, qué bonito —rió Mila con timidez.

     Con la que ama tanto la soledad no creo que pudieses entenderte nunca.

Agnes se preguntó cómo era posible que Gaya pronunciase aquellas tristes palabras con tanta seguridad, cómo era posible que su poderosa intuición no le hubiese revelado que Mila era la mujer con la que se había reencontrado en el mundo de la hipnosis. Agnes entonces tuvo la sensación de que Gaya había olvidado todo lo que habían compartido y todo lo que ella le había confesado.

     Pero ¿acaso le ocurre algo...? —intentó preguntarle Mila con mucha delicadeza.

     Está gravemente enferma, Mila; pero no permite que la ayudemos. Por favor, no le reveles a nadie que conoces esta información.

     ¿Por qué no quiere que la ayudéis? ¿Acaso no le da miedo morir?

     Padece una enfermedad del alma que no tiene cura, pero cuyos síntomas podrían mitigarse si no nos impidiese acercarnos a ella, si permitiese que la acompañásemos en sus días. Lo peor es que, cuando asiste a los rituales, se percibe con mucha intensidad toda la oscuridad que la invade. Me gustaría tener el valor suficiente para pedirle que no formase parte de nuestras ceremonias hasta que se encuentre mejor, pero soy totalmente incapaz de solicitarle algo así.

     No, no lo hagáis —le exigió Mila intentando parecer serena—. Si le impedís compartir esos momentos tan mágicos con vosotros, posiblemente empeore irremediablemente.

     Sí, lo sé; pero no te imaginas cuánto turba su tristeza la magia que impregna esos momentos. Es como si hubiese un aura espesa rodeándonos. Es bastante inquietante.

     Tenéis que ayudarla, no rechazarla porque esté enferma.

     Nunca la rechazamos, al contrario, anhelamos ayudarla, pero es ella quien no nos permite hacerlo.

     Qué triste...

     No quiero que te desanimes por alguien que en verdad nunca estará bien, cuyas heridas jamás sanarán. Tienes que centrarte sobre todo en ti misma, en tu aprendizaje, en tus poderes, en tus hermosos dones...

Agnes ya no deseó seguir escuchando aquella conversación que tanto le golpeaba el alma. Se apartó de allí sin acordarse de que, hacía apenas unos instantes, la había asustado la posibilidad de que el sonido de sus pasos las alertase. Se preguntaba, sin cesar, por qué Gaya hablaba de ella con tanta distancia, como si en realidad estuviese refiriéndose a alguien con quien no había compartido ni la mirada más efímera.

Cuando oyó que Gaya le revelaba a Mila que ella estaba terriblemente enferma, sintió una interminable punzada de decepción que le destrozó el corazón. Apenas podía sufrir aquel dolor que nacía del miedo más intenso y de la impotencia más desgarradora. Se preguntaba con qué derecho Gaya hablaba de ella con tanta distancia, como si ya no la quisiese. Lo que más la asustaba y la desconsolaba era ser consciente de que Mila conocía ya sus más lamentables debilidades. No soportaba que Mila supiese que ya no era la misma mujer con la que había compartido tantos instantes hermosos. Aquella realidad le aniquilaba el alma como si de veras tuviese materia y su alma fuese un simple y quebradizo pedacito de hielo.

Además, le dolía profundamente que Gaya creyese que ella nunca se curaría, que jamás sanarían las heridas que la vida le había hendido en el alma. No obstante, era consciente de que Gaya tenía razón. Ella nunca podría escapar de la enfermedad que tanto había destruido su vida, que para siempre la mantendría lejos de la felicidad, de la armonía y de la belleza de cada instante.

Deseaba hablar con Gaya para preguntarle si de veras la notaba tan lejos, si de veras el lazo que tan tiernamente las había unido se había desvanecido y para preguntarle con qué derecho hablaba de ella con tanta frialdad; pero no se creía capaz de mantener con ella una conversación tan importante y tal vez dolorosa. Aguardaría a que el paso de los días atenuase la intensidad con la que gritaba la tristeza que le invadía toda el alma.

2 comentarios:

  1. Habías prometido un capítulo en el que pasaban muchas cosas y realmente así ha sido, no caben más vicisitudes en tan poco espacio. Enlazando con el capítulo anterior se presenta una Agnes melancólica, dolida, lamiéndose unas heridas que realmente le duelen hasta el punto de preguntarse si vale la pena mantener la firmeza y continuar la separación con Neftis, eso es muy real, cuando se experimentan las consecuencias de una decisión que sabemos buena a veces viene las dudas y se empieza a pensar si realmente tanto sufrimiento vale la pena... es admirable cómo Agnes vive este periodo, guardándose lo peor para sus adentros, sin querer romper por completo todos los lazos, le sería mucho peor hacerlo; también me llama la atención que sea Gilbert quien más se ocupa de ella, efectivamente ese reparto de papeles no fue, visto lo visto, la mejor de las ideas, porque a la larga puso un muro entre Agnes y Gaya. Y en ese periodo de soledad no completa sigue asistiendo a las ceremonias importantes, mientras se hace cábalas sobre Neftis, no tener noticias de nadie es el peor modo de sufrir a lo tonto, porque te haces siempre la peor de las ideas, así que Agnes supone, como es lógico, que Neftis lo está pasando fatal... y ahí viene la reacción de ella. Esa es una de las partes que más me han gustado del capítulo: el odio. Neftis trata de hacerle todo el daño posible, porque se está vengando, se siente engaña y con todo el derecho del mundo a vengarse de quien la ha despreciado. Es típica esa supuesta amabilidad risueña que muestra una quemazón y un sufrimiento enormes, pero que en el momento en que se canalizan contra quien despreciaba y nota que le hace mella se empieza a transformar en una especie de euforia, y queda así una mezcla terrible de remordimiento, dolor, deseo, y satisfacción. En cuanto a los sueños, me preguntaba al principio quién era esa mujer que estaba con Agnes, luego ya queda claro, también en eso Neftis se mete hasta dentro, es interesante que se dé cuenta de la importancia de esa relación y de que Agnes se verá muy afectada por ella (a diferencia de Penélope, por ejemplo, que le importa un comino), el deseo de venganza sin duda ha aguzado el ingenio y la intuición de la traicionada. Por supuesto la parte en que Agnes tiene la ensoñación del pasado es totalmente reveladora y da sentido a muchas cosas, (es una pequeña novela en sí misma), del mismo modo que descubrir la conversación de Gaya con Mila debió de dolerle aún más que el ataque de Neftis, quien después de todo tenía razones para sentirse mal con ella, Gaya en cambio no, así que en cierto modo sería más duro. Las cartas han quedado boca arriba y todo tiene mucho más sentido, solamente me queda la duda de por qué Agnes no le contó a Artemisa, y por qué no, a Gilbert y Gaya, todo lo que sabía de su pasado, ¿no habría eso allanado la situación? Me pregunto qué hará Agnes ahora, si volverse más hosca y encerrada o no... ¡esperaremos los capítulos siguientes!

    ResponderEliminar
  2. En este capítulo se viven un sinfín de sensaciones. Tristeza, odio, amor, desesperación, impotencia...has mezclado muchas cosas de una forma tan impresionante que me has hecho leer el capítulo de un tirón (quemándose el bizcocho en el horno por no despegarme jajaja).

    Es verdad que al alejarse de los demás ella misma ha empeorado su situación. No saber que piensas o dicen los demás y como estará Neftis la reconcomía por dentro. Pensando que estaba triste y pasando por muy mal momento. Era así, pero en ella estaba creciendo un odio y un rencor injustificables. ¡Cuanto tiempo perdido llorando por ella! Encima, el reencuentro no ha podido ser más desastroso. Siempre esperando volver a verle, entristeciéndose por no encontrarla en los rituales y cuando aparece, la ataca de esa forma tan cruel. Menudas palabras más desagradables y asquerosas, ¡encima le dice que si piensa que la va a violar! ¡Será posible! Pues oye, que casi ocurre. La acosó, eso es una realidad y ahora la victima se supone que es el verdugo.

    Por otra parte, la ensoñación/regresión de Agnes a otra vida ha sido muy apasionante. Descubrir lo que fue en otra vida, lo que ocurrió con ella y sobretodo, lo que la une al amor de su vida, a esa mujer que aparece siempre en sus sueños. La sensación de haberla visto en esta vida, en persona, ha debido ser una experiencia para la que no existe una definición que me convenza. Su querida Artemisa está ahí y pronto se podrán mirar a los ojos, en una nueva vida. Fue un trágico e injusto final...merecen otra oportunidad.

    Las palabras de Gaya me han sorprendido mucho. Demuestra claramente que no tiene fe en ella y que la da por perdida. Eso es muy triste y le ha debido doler en el alma.Encima, la ha dado de lado...muy mal por su parte. La necesita, y yo creo que ella lo sabe.

    La situación empeora por momentos. Ha perdido el apoyo de Gaya y Gilbert (al menos esa es la sensación que tengo), tiene una nueva enemiga (Neftis), y aparece Artemisa, que aunque sabe lo que puede significar para ella, llega en un momento en el que las cosas no están bien y puede llegar a odiarla o enviadiarla por su relación con los demás, por arrebatarle a las personas que se supone que la quieren.

    En fin, que Neftis es una amargada de la vida y sinceramente, ya no tiene justificación por su comportamiento. Le pongo un X como una casa y ya no es santo de mi devoción.

    Una capítulo fascinante!!!!!!

    ResponderEliminar