Capítulo 19
El temor al olvido
El verano se aproximaba amenazadora y
potentemente. Sus pasos resonaban en la clara inmensidad de la mañana. Las
flores parecían intimidadas por el creciente calor que se había apoderado de
los días y que ni siquiera permitía que la oscuridad respirase con calma.
Además, los atardeceres abarcaban sin timidez ni consideración el terreno de la
noche y cada vez parecía más imposible encontrar sombras brumosas entre los
troncos de los árboles.
El tiempo transcurría llevándose el aliento
de la vida. Parecía como si se hubiese detenido el mundo, como si se hubiese
abierto una brecha entre el pasado y el presente y como si el futuro hubiese
caído indefenso en aquel abismo que ya había comenzado a devorar el susurro de
las horas. Agnes notaba que le costaba cada vez más abandonar la protección de
su cabaña. Todos los amaneceres tenía que luchar contra su desánimo y sus
miedos para que éstos no le impidiesen cumplir con su rutina.
Apenas recordaba que había decidido
conversar profunda y calmadamente con Gaya y nadie se encargaba de avisarla de
que ellos la esperaban y que todavía podían ayudarla. Agnes estaba cada vez más
convencida de que nadie se acordaba de ella. Parecía como si todos los seres
que habían formado parte de su vida se hubiesen desvanecido, como si la tierra
hubiese devorado los lazos que la habían unido a aquellas personas que tan
importantes habían sido siempre para su alma. No obstante, Agnes ni siquiera se
dignaba comprobar si de veras el olvido la había apartado definitivamente de
aquellos ojos que podían acogerla y ampararla de la tristeza. Pensaba que no se
merecía que nadie la mirase ni le hablase.
Y así fue transcurriendo el verano. Los
meses eran densos, las semanas parecían no querer perderse en el pasado y cada
nuevo atardecer semejaba un fin perezoso que apenas deseaba apagar el presente.
La naturaleza se había sumido en una especie de quietud monótona que asfixiaba.
Incluso los aromas del bosque se habían escondido bajo la tierra para aguardar
la llegada de aquellos días en los que podrían gritar con más nitidez. El otoño
parecía una ilusión, un recuerdo inalcanzable de una vida perdida.
Agnes tenía la imperiosa sensación de que
su existencia se había convertido en un eterno silencio. Se imaginaba con
muchísima nitidez que, mientras ella vivía aquellas semanas tan anegadas en
soledad, todas las personas que conocía compartían momentos inolvidables que
les hacían soñar y les llenaban el corazón de magia y misticismo. Incluso creía
que, al contrario de lo que ella había deseado, Mila ya había asistido a un
sinfín de rituales que todos habían celebrado sin que nadie la avisase. Estaba
completamente segura de que, al otro lado de su abandono y de su profunda
soledad, discurría otra vida mucho más hermosa que cualquiera que hubiese
respirado antes en la Historia, otra vida totalmente opuesta a la suya; una
vida esplendente y cálida, impregnada de risas, de bellas sonrisas, de amor, de
muchísimo cariño y muchísima complicidad; una vida con la que, jamás, bajo
ninguna circunstancia, ella podría mezclarse.
Entonces Agnes pensó que no merecía la
pena seguir viviendo de ese modo, así, tan lejos de cualquier mirada afable.
Quedaba a miles de kilómetros el único rincón del mundo que podía protegerla y
ser su eterno hogar, quedaban ya muy distantes de su alcance las hermosas voces
de quienes la habían querido y sabía que, conforme los días transcurriesen, el
aliento que la impulsaba a vivir se tornaría más silencioso e inalcanzable.
Mas Agnes sabía que no estaba tan sola
como su alma quería hacerle creer. Némesis era la única que compartía la vida
con ella, la única que la escuchaba y que podía percibir los sentimientos que
se le derramaban de los ojos. Némesis era su mayor cómplice, su mejor amiga, el
único ser que jamás la traicionaría, y Agnes bien lo sabía. Nunca la dejaba
sola, ni siquiera cuando dormía. Cuando caía la noche, se acomodaba en un
rincón de la pequeñita habitación en la que Agnes se amparaba de la vigilia y
entonces permanecía atenta a cualquier suspiro de tristeza o de miedo que
pudiese brotarle de los labios. Cuando las pesadillas le agitaban el alma,
entonces se acercaba a ella y, a través del sopor que había inundado su
consciencia, Agnes notaba que Némesis la protegía, impidiendo que el pánico
la aferrase del alma.
Sin embargo, Agnes creía que Némesis se
merecía ser libre. Aunque supiese que ninguna de las dos sería capaz de vivir
lejos de la otra, no podía negar que se estremecía cada vez que se percataba de
que Némesis no la abandonaba nunca. Creía que Némesis sería muchísimo más feliz
si viviese entre los árboles sin que nadie la retuviese, sin que nadie le
transmitiese tanto desaliento, tanto temor y tanta tristeza; pero, cada vez que
le insinuaba a su amiga que podía marcharse si ella lo anhelaba, Némesis la
miraba con desesperación, suplicándole a gritos con sus ojos hipnóticos que
jamás se le ocurriese apartarla de ella ni de su mágica alma.
Además, Agnes tenía la poderosa sensación
de que Némesis le pedía con su mirada cariñosa que no se rindiese. Némesis le
aseguraba silenciosamente que aún podía recuperar el amor de quienes la querían
y tanto podían entenderla. Incluso la instaba a que los buscase de nuevo y se
atreviese a hablar con ellos.
Así pues, una tarde, cuando el verano
gritaba con una fuerza devastadora, casi asfixiante, Agnes se revistió de
valentía e, ignorando la voz de su alma, se dirigió rápidamente hacia el hogar
de Gilbert, con quien se sentía mucho más capaz de conversar. Anhelaba
revelarle a él todo lo que le había ocurrido. Ansiaba explicarle por qué se
había mantenido y se mantenía tan lejos de ellos.
Mientras recorría la distancia que la
separaba de aquella casa en la que tan protegida se había sentido, rememoró lo
que había vivido durante los últimos meses de su vida. Entonces,
repentinamente, se percató de que había faltado a los dos últimos rituales
importantes que El fuego de Hécate celebraba entre los árboles, seguramente hipnotizados
por la potente magia del estío. No había asistido ni a Litha ni a Lughnasadh.
Apenas se creía capaz de comprender por qué no se había atrevido a acudir a
aquellas festividades cuando tanto anhelaba mezclarse con el misticismo que se
desprendía de aquellas ceremonias tan hermosas. También la inquietaba
profundamente que nadie se hubiese dignado visitarla para preguntarle si estaba
bien, para descubrir por qué se había ausentado a aquellos momentos tan
especiales.
Entonces notó que el alma comenzaba a
tiritarle como si una fiebre destructiva se hubiese apoderado de ella. No sabía
qué le provocaba más tristeza y dolor, si ser consciente de que ni siquiera
ella misma podía vencer sus propios miedos e inseguridades o haber descubierto
que quienes supuestamente tanto la querían se habían olvidado irrevocablemente
de ella.
Se preguntó si merecía la pena intentar
recuperar el amor de Gilbert y de Gaya. Se imaginaba que la presencia de Mila
ya les llenaría el alma lo suficiente para no recordar que en la Tierra todavía
respiraba alguien que los extrañaba profunda e insoportablemente y que se
sentía totalmente incapaz de acercarse a ellos por miedo a desestabilizar sus
días.
Estaba tan sumida en aquellos pensamientos
que apenas se percató de que había llegado a la puerta de la casa de Gilbert.
El jardín que rodeaba aquella imponente y majestuosa morada estaba lleno de
vida. El verano no había marchitado las flores que allí respiraban; al
contrario, éstas parecían mucho más brillantes y mágicas. Además, de los
árboles se desprendía tanta paz que Agnes creyó que aquel jardín no se hallaba
en la realidad en la que ella tanto sufría, sino en un mundo inalcanzable
escondido entre los suspiros de la eternidad.
Cuando estaba a punto de atravesar la
puerta que accedía a aquel hermoso rincón, oyó de repente la voz de Gilbert.
Enseguida adivinó que Gilbert conversaba con Gaya, pues con nadie más su voz
sonaba tan sosegada, tan llena de sentimiento y complicidad.
Notó que las palabras que ambos
intercambiaban estaban impregnadas de una calma que se mezclaba con la suave
brisa que soplaba con cuidado meciendo mágicamente las ramas de los árboles.
Agnes escuchó con mucha atención aquella conversación para cerciorarse de si
podía introducirse en aquel momento o si, por lo contrario, debía regresar a su
hogar y aguardar a que llegase el instante en el que realmente pudiese hablar
con ellos. No deseaba interrumpirlos, pues intuía que su presencia turbaría por
completo la tranquilidad que los protegía y que tanto los unía.
—
Es una figura preciosa —decía Gilbert con
admiración—. Nunca he visto una representación tan bonita de la Diosa.
—
Tiene tanta habilidad para moldear la arcilla...
Es tan creativa que muchas veces me sobrecojo. Además, su voz es tan hermosa,
Gilbert... y es tan inteligente...
—
Estás realmente fascinada por Mila —se rió él
con cariño—. Nunca te he visto tan entusiasmada con una aprendiz.
—
Es que Mila es tan especial, Gilbert... Tengo
tantas ganas de que la conozcas... Estoy completamente segura de que enseguida
la querrás como si fuese tu hija. Escúchame, Gilbert, tengo por dentro de mí
una intuición tan potente... Tenemos que cuidar a Mila. Sé que ella será mi
sucesora. Está destinada a ser suprema sacerdotisa de nuestro aquelarre. No hay
nadie mejor que ella para que ocupe ese cargo.
—
Pero, Gaya, si todavía te quedan muchos años
para...
—
No, no me quedan tantos años para delegar mi
cargo en otra sacerdotisa.
—
Además, Mila ni siquiera se ha iniciado todavía
y, después de iniciarse, tiene que aguardar la llegada del momento en el que
esté lista para convertirse en sacerdotisa —seguía riéndose Gilbert con mucha
dulzura.
—
Para Mila no existe otro destino. Su destino es
servir a la Diosa en cuerpo y alma. Ella misma me lo ha asegurado. Me ha
contado que nunca ha dudado de que la única que se merece recibir su amor es la
Diosa. Quiere consagrarse a ella hasta que muera, quiere entregarle todo lo que
ella es y pueda ser en el futuro.
—
¿Quiere consagrarse a la Diosa? ¿Sabe Mila qué
significa eso?
—
Sí, lo sabe perfectamente.
—
Mila se enamorará como todos.
—
Ella no cree que exista nadie a quien pueda amar
más que a la Diosa. Además, no sería la única sacerdotisa que se enamoraría.
—
Pero renunciar al amor terrenal para servir
eternamente a un ser que nunca podrá abrazarte...
—
No puedo creerme que precisamente tú estés diciéndome
algo así —se rió ella sobrecogida y extrañada.
—
¿Por qué? Es evidente que entiendo el amor que
se siente por la Diosa. Nunca dudaré de que servirla es uno de los caminos más
hermosos que alguien puede escoger, pero también es una vida muy dura.
—
Si afirmas todo eso por mí, debo decirte que yo
no me arrepiento nada de...
—
¿Estás segura, Gaya?
—
Ya no puedo arrepentirme, Gilbert.
—
¿De veras piensas que no pudo existir para ti
otro destino mucho más colmado de amor y calidez? Eres una mujer maravillosa que
se merece ser amada con plena sinceridad, Gaya, y tú renunciaste a todo eso
para dedicarle tu alma y tu corazón a la Diosa. ¿Quieres que Mila también tome
esa decisión tan triste y a la vez complicada?
—
Ella así lo desea —respondió Gaya con lástima.
Su voz sonaba trémula.
—
Sé que sufrirá muchísimo por culpa de esa
decisión, pero ella misma tiene que ser quien lo descubra.
—
Está totalmente consagrada a la Diosa y nunca lo
ha dudado.
—
Está bien.
—
Y yo quiero que sea nuestra suma sacerdotisa
cuando le llegue el momento.
—
¿Realmente no crees que haya alguien que también
pueda ocupar ese puesto?
—
No, en absoluto.
—
En el aquelarre, hay muchísimas mujeres muy
mágicas que...
—
No son adecuadas.
—
¿Por qué estás tan convencida?
—
¿Y quién crees tú que estaría preparada para desempeñar
un cargo tan importante?
—
Conoces a muchas mujeres que tienen un poder muy
mágico, Gaya.
—
Si te refieres a Neftis...
—
No sólo a Neftis.
—
Neftis no tiene una fe inquebrantable. Ahora
cree en la Diosa, pero no será así siempre. Además, tampoco tiene un alma tan
poderosa y, para colmo, también sufre desequilibrios anímicos bastante
importantes que, con el paso del tiempo, la destruirán irreversiblemente.
—
Me sobrecoge que seas capaz de intuir tantos
detalles del futuro de los demás.
—
Y no sólo el de los demás.
—
¿Y qué ocurre con Agnes? —le preguntó Gilbert
con mucha delicadeza.
—
¿Agnes? ¿Acaso ella sigue existiendo? —le
cuestionó Gaya riéndose con impotencia—. ¿Cómo crees que puedo plantearme la
posibilidad de que Agnes sea suma sacerdotisa del aquelarre? Agnes es muy
mágica y tiene un poder infinito, es cierto; pero está tan enferma que...
—
Gaya, puede que a Agnes le convenga convertirse
en sacerdotisa de la Diosa.
—
¿Y en qué cambiará su vida si lo hace? Agnes
está completamente perdida. Lo único que podríamos hacer por ella es devolverla
al hospital. Allí la cuidarían mucho mejor que nosotros, pero ni siquiera tú
estás de acuerdo con que la internen de nuevo.
—
Por supuesto que no estoy de acuerdo —le aseguró
él con frialdad—. Me duele muchísimo que hables así de ella.
—
Estoy cansada de tanta miseria, de tanta
soledad, de tanta tristeza. Cuando estoy con Mila, me olvido de que en realidad
tenemos bajo nuestra responsabilidad a una persona que ni siquiera se acuerda
de que existimos.
—
Sí se acuerda de nosotros, pero no se atreve
a...
—
¿A qué, Gilbert? No me digas que es tan estúpida
como para pensar que no la recibiríamos.
—
Tendríamos que ser nosotros quienes la
visitásemos. Oye, Gaya, ¿por qué te alteras tanto cuando te hablo de Agnes? —le
preguntó de súbito, sorprendido y estremecido.
—
Porque intuyo hechos que me asustan muchísimo,
Gilbert, hechos que nadie podrá evitar ni prever más que yo.
—
¿A qué hechos te refieres?
—
Lo más conveniente sería que Agnes nunca conociese
a Mila; pero ni tan sólo la Diosa puede cambiar sus destinos.
—
¿Qué presientes?
—
No puedo decírtelo, Gilbert.
—
Me gustaría que visitases a Agnes algún día,
Gaya. Le vendrá bien hablar contigo.
—
No me apetece verla ni un poquito, Gilbert. Si
tanto te preocupa su irreversible estado, entonces ve a visitarla tú mismo.
—
No puedo creerme que seas tan injusta con ella.
—
¿Acaso no te das cuenta de cuánto ensombrece la
magia de nuestros rituales cada vez que asiste a nuestras ceremonias?
—
Pero si hace más de dos Sabbats que no viene...
—
Y cuánto me aliviaba cada vez que me percataba
de que el ritual fluía sin que ella apareciese. Perdóname, Gilbert, pero no
puedo evitar que se me transmita al alma toda la oscuridad que invade la de
Agnes.
—
Estamos apartándola de nosotros y no es justo.
—
Pues ve tú mismo a verla, ¿o es que a ti también
te asusta estar con ella? Es tu protegida, no la mía, Gilbert, recuérdalo. Te
quitarán su tutela si se enteran de que la descuidas tanto. Jamás tendrías que
haberla sacado del sanatorio, Gilbert.
—
¿Te arrepientes de todo lo que has hecho por
ella, de todo lo que le has dado y de todo lo que compartisteis?
—
No, jamás me arrepentiré de lo que hice, pero su
ausencia también me duele muchísimo y me hace sentir inmensamente impotente,
pues tengo la sensación de que todo lo que nos esforzamos por ella fue en balde
y ya no me apetece seguir intentando sanarle esas heridas que tiene horadadas
en el alma; esas heridas que nunca se le cerrarán. ES inútil que tratemos de
ayudarla, Gilbert. De veras, tendrías que plantearte la posibilidad de llevarla
al hospital de nuevo. No puede vivir sola. Eres tú quien debería ocuparse de
ella. Dudo mucho de que Agnes se alimente idóneamente. Ni siquiera estoy segura
de que esté sana físicamente.
—
Iré a visitarla mañana mismo y hablaré
seriamente con ella. Estoy seguro de que Agnes se esmerará en cuidarse más en
cuanto se entere de que su único destino es volver al hospital si no se
esfuerza por curarse.
Agnes notó que la tierra comenzaba a
temblar bajo sus pies. En aquellos momentos, se deshicieron todas aquellas
dudas que le habían impedido convencerse de que Gaya y Gilbert se habían
olvidado de ella. Fue plenamente consciente de que ya no les latía en el
corazón ni el más sutil ápice de aquel cariño con el que tanto la habían
arropado siempre.
¿Qué le quedaba entonces, en aquella vida
tan oscura y enfermiza? Aquella pregunta le destrozó el corazón y la instó a
correr lejos de allí, abandonando en aquel momento la última estela de
esperanza que le susurraba en el alma. Corrió sin sentir cansancio a través de
los árboles, sin detenerse hasta que notó que se hallaba cerca de la senda que
conducía hacia su morada. Cuando se adentró allí, Némesis la recibió con una
mirada muy tierna, pero la energía hermosa que se desprendía de sus ojos se
chocó contra el muro de desolación que se había levantado en el alma de su
amiga.
—
Némesis,
Nemesiña —la llamó desolada sentándose en el suelo—, xa ninguén me quere, Némesis. Némesis, eu non
quero vivir máis. Por favor, mátame. Non quero vivir, Némesis, non quero, non
quero. Non merece a pena existir nun mundo tan triste. Quero que ti me mates,
Némesis. Es a única que tes o dereito de rematar coa miña vida. Nin sequera eu mesma
me merezo poñer fin a este maldito destino. Queren encerrarme naquel horrible
hospital de novo, Némesis. Non quero que me leven alí. Se me arrincan do teu
lado, morrerei de tristura. Se me levan alí, separaranme para sempre de ti e eu
non quero perderte, Némesis. Quérote moitísimo, miña amiguiña Némesis. Prefiro
morrer antes de que me encerren nese lugar espantoso. Has de matarme, Némesis.
Por favor, non perdas máis tempo. Mórdeme xa, Némesis. Están a piques de vir
buscarme.
Cuando oyó aquellas desesperadas palabras
y sobre todo cuando captó el desconsuelo y el miedo con el que Agnes las
pronunciaba, Némesis se acercó más a ella y apoyó la cabeza en su pecho. No
dejó de mirarla en ningún momento. De sus ojos brotaba un amparo indestructible
que a Agnes le hizo sentir desvalida y profundamente sobrecogida. Nadie la
había mirado nunca con tanto amor, con tanta entrega y a la vez poder. Fue
plenamente consciente de que Némesis la quería como nadie la querría jamás y
que nunca sería capaz de hacerle daño. Aquella certeza la conmovió hondamente.
Su llanto se volvió mucho más desgarrador e incluso destructivo. Lloró con una
aflicción punzante mientras abrazaba a Némesis con una delicadeza muy tierna
que contrastaba inmensamente con el inabarcable dolor que le presionaba el
alma.
Entonces entendió que, si deseaba morir,
debía ser ella misma quien destruyese su vida. Némesis jamás la atacaría, por
muy desesperadamente que se lo rogase. Así pues, empezó a idear el mejor modo
de marcharse sin que nadie advirtiese su ausencia hasta que de veras su alma se
hubiese perdido definitivamente en el inmenso abismo del olvido. Agnes sabía
que, cuando al fin feneciese, nunca más renacería y lo sabía porque, en varias
ocasiones, la Diosa le había revelado que quienes se quitaban la vida ya no se
merecían recibir otra oportunidad para existir. Sin embargo, la nada no la
asustaba, al contrario, la atraía como si de aquel vacío emanase una fuerza que
la calmaba, una energía que le aseguraba que jamás volvería a sufrir.
Mas, antes de partir, deseaba despedirse
de todo lo que había tenido, de todos sus recuerdos, de todas las brisas que le
habían acariciado el alma, de todas sus vivencias. Sabía que aquélla era la
última vez que podría evocar todos los instantes que formaban su pasado.
SE preguntaba, sin embargo, cómo podría acabar
con su vida sin sufrir, sin que tuviese tiempo a arrepentirse de haberse
lanzado a la muerte cuando ya fuese demasiado tarde para remediar su
irreversible error. Quería morir rápidamente. Deseaba que su aliento se agotase
sin percibir que respiraba por vez postrera.
Se acordó, entonces, de aquella tarde en
la que había ansiado marcharse de la vida por no sentirse capaz de soportar que
la alejasen de Galicia. Había recogido una gran cantidad de piedras que después
se había escondido bajo su ropa. Planeaba lanzarse al río y hundirse para
siempre en aquellas aguas tal como se sumergiría en una desolación interminable
si vivía distanciada de aquellos lares que eran su verdadero hogar.
Cuánto tiempo había transcurrido desde
entonces, cuánta morriña y cuánta tristeza había sentido durante aquellos
infinitos años. Se preguntó cómo había sido capaz de vivir lejos de su tierra,
cómo todavía seguía respirando teniendo en el corazón tanta pena, tanta
“saudade”.
Decidió que serían las hierbas venenosas
que ella misma guardaba en su hogar las que la ayudarían a partir de aquella
vida que tanto la asfixiaba. Antes de tomar aquella decisión, sin embargo, se
planteó la posibilidad de regresar a Galicia sin despedirse de nadie, pero
entonces se percató de que también la aterraba la idea de volver. No quería que
su amada tierra percibiese el inmenso desconsuelo que tanto le presionaba el
alma. Además, no se sentía capaz de empezar una nueva vida. No notaba que
tuviese la energía necesaria para ser tan fuerte, para buscar su sustento en
ninguna parte, ni tan sólo en Galicia, en quien todavía confiaba como si de
veras nunca la hubiesen alejado de su lado.
Cuando apenas faltaban unas horas para que
la tarde se volviese el principio de la noche, Agnes comenzó a preparar la tisana
que la ayudaría a partir hacia la muerte. En esos momentos no tenía miedo, sólo
deseaba que su fin llegase cuanto antes.
Némesis observaba sus movimientos con los
ojos anegados en extrañeza y temor. Parecía como si intuyese lo que Agnes
anhelaba y lo que estaba a punto de hacer. Además, podía captar a la perfección
los sentimientos que emanaban de la mirada de su amiga. Oía la desalentada voz
de sus pensamientos y de sus descontroladas emociones.
—
Mañá
pola mañá todo acabará, Némesis. Eu ireime e ti serás libre ao fin —le
musitaba mientras extraía de las plantas que usaría la sustancia que podría
ayudarla a morir—. Síntoo moitísimo,
queridiña Némesis. Non quero abandonarte, pero xa non podo vivir máis. Espero
que algún día poidas perdoarme. E ti tamén, a miña terra, perdóame, por favor.
Nunca me esquecín de ti, nunca esquecín a fermosísima lingua coa que me
ensinaches a expresarme. Desexaba morrer entre as túas árbores, baixo o teu
nostálxico ceo, pero non me permitiron volver contigo. Lembrareite ata o último
instante da miña vida, Galicia.
Némesis notó que le faltaba el aliento. No
podía entender el verdadero significado de las palabras que Agnes susurraba,
pero supo que todo lo que la definía y todo lo que vivía estaba a punto de
desaparecer en el mundo de la nada. Debía evitar que Agnes se hiciese aquel
daño irreversible, pero no sabía cómo podía salvarla.
Némesis ansió pedirle a gritos que no lo
hiciese, que no se rindiese, que luchase por su presente, por su pasado y por
el hermoso futuro que la esperaba al otro lado de aquellos desalentadores
momentos; pero no tenía voz y Némesis sabía que a Agnes le costaba cada vez más
interpretar el lenguaje de sus ojos hipnóticos.
—
Non
quero vivir o que me espera, Némesis. O único que terei na miña vida será soidade
e rexeitamento. Repudiaranme todas as persoas que me coñecen e ela farao máis
cruelmente que ninguén. Non quero sentir o seu desprezo, non quero saber que
ela me odia. Boas noitiñas, Némesis —le musitó muy quedo acariciándola
amorosamente—. Hoxe durmirei por
última vez.
Podría haber partido aquella misma noche, podría haber ingerido en
aquellos momentos la venenosa tisana que había preparado para su fin, pero no
se atrevía a marcharse tan rápido. Anhelaba compartir con Némesis aquella
última noche. Se lo merecía después de haberle entregado tanto, de haberla
acompañado y protegido desde que se habían reencontrado en aquella vida tan
triste.
Cuando despertase, sin pensar en nada, ingeriría aquella tisana que se
convertiría para ella en el puente que la llevaría hacia la tierra de la
muerte; la única tierra de la que no es posible regresar.
Cuando Némesis advirtió que Agnes se había sumido en el mundo de los
sueños, entonces se apartó de ella con delicadeza, sin hacer ruido, y salió de
la cabaña intentando que ni tan sólo las estrellas percibiesen que abandonaba a
su amiga en el inmenso desconsuelo que con tanta violencia la aferraba del
alma.
Se desplazó con una rapidez desesperada entre los árboles, atravesando
la distancia que la separaba de la casa de Gilbert; allí donde había habitado
con Agnes durante un tiempo que para Némesis habían sido los instantes más
bonitos que vivía en muchísimos años. También era inmensamente feliz morando
con Agnes en aquella cabaña tan entrañable y hermosa, protegidas las dos por la
mágica naturaleza que rodeaba aquel hogar, pero no se creía capaz de soportar
que su amiga estuviese tan destruida y abatida.
Entonces pensó que, si conseguía rescatar a Agnes de la muerte, le
entregaría un aliento que nunca se desvanecería, le transmitiría con sus
poderosos ojos una indestructible valentía que jamás nadie conseguiría
silenciar ni aplacar. Se esforzaría por convertirla en una mujer totalmente
invencible e imponente que sobrecogería e intimidaría a todos aquéllos que la
mirasen a los ojos o le hablasen. Némesis era consciente de que podía hechizar
a Agnes si lo deseaba. Agnes tenía un alma muy frágil e influenciable. Era
posible hipnotizarla con tan sólo una mirada tierna y lo lograría, aunque tras
hacerlo su vida expirase.
Llegó al hogar de Gilbert al cabo de unas horas densas que le
parecieron eternas. Cuando atisbó la silueta de la casa de Gilbert mezclándose
con las brillantes sombras del amanecer, notó que el alma se le llenaba de
alivio. Todavía se preguntaba si había obrado bien abandonando a Agnes si tenía
ella el alma tan herida, si en su corazón se albergaba una decisión tan
horrible.
La puerta que accedía al jardín estaba cerrada, pero aquella realidad
no la detuvo. Escaló casi sin esfuerzo la verja que rodeaba aquel hogar tan
hermoso y después se mezcló entre las plantas que lo inundaban. Estaba cansada
y triste, pero no desistiría. Por Agnes, era capaz de luchar contra cualquier
fuerza devastadora que desease intimidarla o destruirla.
Podía esperar a que Gilbert saliese de su hogar, pero no tenía tanto
tiempo. Tenía que actuar lo más rápidamente que le fuese posible. Aunque Agnes
todavía no hubiese ingerido aquella horrible tisana que la mataría, Némesis
tenía la sensación de que su vida pendía de un hilo que no dejaba de temblar.
No obstante, antes de que pudiese adentrarse en el hogar de Gilbert
por una de las ventanas abiertas del salón, notó que él caminaba por el jardín
con calma y decisión. Se quedó quieta y queda, intentando pensar con claridad.
Se hallaba entre dos grandes encinas que la amparaban de la mirada de Gilbert,
pero sabía que él se asustaría muchísimo en cuanto la descubriese allí, tan
cerca de él.
Entonces le sobrevino una intensa sensación de desamparo que atenuó la
energía que la había ayudado a llegar hasta allí. Sin embargo, enseguida se
acordó de Agnes y aquel ímpetu renació con mucho más vigor que antes. Sin
pensar en nada, salió de su escondite y se dirigió rápidamente hacia donde se
hallaba Gilbert. Al contrario de lo que había creído, Gilbert no se asustó al
verla.
—
¡Némesis! —exclamó sorprendido y conmovido—. ¿Se puede saber qué haces
aquí?
Némesis miró a Gilbert con los ojos
henchidos de desesperación mientras, con sigilo, comenzaba a apartarse de él.
Gilbert enseguida adivinó que, con aquellos sutiles gestos, Némesis le pedía
que la siguiese, que la acompañase.
—
¿Le ha ocurrido algo a Agnes, Némesis? —le
preguntó mientras comenzaba a caminar en pos de ella—. Espera un momento,
Némesis. No puedo marcharme ahora. Aguárdame aquí, por favor.
El amanecer cada vez brillaba con más
fuerza; lo cual desasosegaba a Némesis con una intensidad punzante y creciente.
Los momentos que permaneció esperando a que Gilbert regresase le resultaron
completamente insufribles y eternos; pero, al fin, él le indicó que ya podían
partir hacia el hogar de Agnes.
Gilbert no dejó de preguntarse cómo era
posible que Némesis estuviese tan inmensamente conectada a Agnes y que Némesis
fuese tan inteligente. De repente creyó que Némesis era la reencarnación de alguien
a quien Agnes había querido con una intensa locura; pero enseguida ignoró la
voz de aquella probabilidad, pues ésta lo sobrecogía tanto que no podía
soportarlo.
Némesis estaba a punto de desfallecer de
nervios y tristeza, pero se esforzó por parecer serena y poderosa ante Gilbert,
quien la seguía sin preguntarle nada, sabiendo perfectamente qué sentía y qué
pensaba ella. Gilbert siempre le había inspirado muchísima ternura. Siempre le
había parecido un hombre muy amable y mágico, pero apenas se había atrevido a
acercarse a él por miedo a que su presencia le estremeciese.
—
Me preocupa que Némesis haya venido a avisarme.
¿Qué le habrá ocurrido a Agnes? —se preguntó muy quedo cuando apenas les
faltaban por recorrer unos metros para llegar a la casa de Agnes.
Némesis se detuvo justo enfrente de la
puerta de la cabaña en la que tan felizmente vivía con Agnes. Gilbert se
adentró allí ignorando la potente desesperación que dimanaban los ojos de
Némesis, quien en esos momentos parecía el ser más frágil e indefenso de la
tierra. Sin embargo, Gilbert sabía que no podía consolarla. Además, tampoco
sabía cómo calmar el desasosiego que tanto le golpeaba el pecho a aquel animal
tan sabio y bueno.
Némesis no dejaba de rogar que no fuese
demasiado tarde. Le parecía que habían transcurrido años desde que se había
alejado de Agnes y tenía muchísimo miedo a que la soledad a la que la había
lanzado al marcharse la hubiese impulsado a adelantar el momento de su muerte.
Cuando Gilbert se adentró en aquel
acogedor hogar tan cargado de magia, entonces descubrió que el frío más gélido
se había posado en todos sus rincones. Némesis ni siquiera se atrevía a
moverse, pero lo siguió al interior de aquella morada en la que tantos momentos
bellos había vivido con Agnes.
—
Hola, Agnes —la saludó Gilbert con mucha
delicadeza, intentando que su voz no revelase lo tenso y nervioso que se
sentía—. ¿Estás despierta, Agnes?
Agnes no le contestó. El silencio fue el
único que se atrevió a dirigirse a él y lo hizo con una indiscreción que a
Gilbert le provocó escalofríos. Además, la suave luz del día creaba sombras que
se esparcían por su alrededor como si de veras éstas tuviesen materia y
opacasen cualquier resplandor que intentase brillar en aquel hogar tan mágico.
—
Agnes, soy Gilbert —dijo innecesariamente.
Némesis se desplazó rápidamente hacia la
pequeña alcoba en la que Agnes dormía. Antes de adentrarse allí apartando con
delicadeza la cortina que la protegía de la luz de la mañana, miró a Gilbert
con los ojos llenos de súplicas.
Gilbert se dirigió hacia aquel rincón tan
protector intentando respirar con calma, intentando que los nervios que le
ardían en el estómago no deshiciesen la tranquilidad con la que él trataba de vivir
aquel momento tan extraño e incomprensible; el cual, sin embargo, ya había
comenzado a susurrarle posibilidades que lo intimidaban profundamente.
Agnes estaba dormida. Aunque la mañana
fuese delicadamente calurosa, Agnes se protegía con una manta de lana y tenía
la cabeza hundida en la almohada. Gilbert se fijó en que se le había enrojecido
el contorno de los ojos y que su piel estaba mucho más pálida que nunca, como
si la luz ceniza de la luna se hubiese introducido en su cuerpo frágil.
—
Agnes, Agnes —la llamó mientras le agitaba el
hombro con delicadeza. Se estremeció al descubrir lo excesivamente delgada que
estaba—. Agnes, Agnes, ¿puedes oírme?
Gilbert sabía que Agnes tenía un sueño muy
ligero. Agnes se despertaba enseguida. Cualquier sonido la extraía rápidamente
de su quieta inconsciencia. Por eso le extrañó tanto que Agnes ni tan sólo
meciese con delicadeza los párpados cuando él la llamaba con tanta insistencia.
Némesis lo miraba cada vez más desesperada
y a Gilbert aquella mirada le hacía sentir una destructiva impotencia que
apenas podía dominar. No obstante, se esforzó por deshacer el miedo que detenía
su pensar. Aunque no comprendiese el significado de aquel momento, aunque le
costase mucho adivinar cómo tenía que actuar, no dudaba de lo que estaba
ocurriendo. Sabía que
Agnes no estaba dormida. Sabía que su alma estaba sumida en un sopor mucho más
peligroso que cualquier sueño.
Le colocó una mano en el pecho con primor y timidez. El alivio más
denso se esparció por todo su ser cuando notó que Agnes aún respiraba, aunque
con lentitud. El corazón le latía casi imperceptiblemente, pero lo más
importante era que Agnes se hallaba todavía en el mundo, en su mismo mundo.
—
Agnes todavía está viva, Némesis, pero tenemos
que darnos prisa por salvarla.
Al instante, como si aquellas palabras le
hubiesen golpeado el alma, Agnes comenzó a respirar con dificultad, como si le
costase muchísimo acoger en su cuerpo el aire que la rodeaba y que podía darle
la vida. Repentinamente abrió los ojos y se agitó inquieta en la cama, pero
Gilbert supo, de inmediato, que ella no estaba consciente.
Agnes comenzó a tener convulsiones que la
estremecían y que la instaban a aferrarse desesperada a la almohada y a la
manta que la cubría como si temiese que alguien la separase irreversiblemente
de la gravedad de la tierra. Gilbert se fijó en que Agnes no dejaba de
sobrecogerse y que cada vez le costaba más respirar. De vez en cuando, se
quejaba con fragilidad, como si sintiese un dolor tenue y punzante
atravesándole los músculos. Advirtió que Agnes tenía las pupilas muy dilatadas;
lo cual le confirmó las sospechas que ya reverberaban en su mente: Agnes había
intentado envenenarse.
—
Tranquila, Agnes. Estoy aquí contigo. No estás
sola —le reveló tomándola cariñosamente de los hombros para ayudarla a
incorporarse, aunque sabía que Agnes no podía oír sus palabras—. Agnes, tienes
que esforzarte por regresar. No te marches, Agnes.
De repente, Agnes se apartó de Gilbert y
comenzó a vomitar sin que ni siquiera ella misma lo previese. Gilbert se
apresuró a tomarla de la cabeza. No deseaba que Agnes se sintiese desprotegida.
Anhelaba que ella percibiese su cercanía y su cariño.
—
Sí, sí, vomita todo lo que necesites —la animaba
con mucha dulzura.
Mas Agnes cesó de vomitar enseguida; lo
cual intranquilizó mucho más a Gilbert. Sabía que Agnes tenía que expulsar de
su cuerpo todo aquel veneno que podía arrastrarla hacia la muerte, así que, tras
acomodarla en su cama, se alejó de ella y se dirigió hacia el salón. Empezó
a buscar, en los estantes y en los cajones de los muebles, cualquier planta que
pudiese ayudarlo a rescatar a Agnes de la muerte.
Rápidamente, elaboró una tisana emética hecha con hojas de manzanilla
y con una pequeña cantidad de raíces pulverizadas de nueza. Además, sabía que
las hojas de la cicuta podían combatir el veneno de sus frutos. Apenas intuía
sus movimientos ni preveía sus acciones. Sentía que lo guiaba una sabiduría
ancestral que no provenía de ninguna mente terrenal, sin embargo. Actuó con
presteza, agilidad y también con conocimiento.
Logró que Agnes ingiriese la tisana que él mismo le había elaborado.
Creyó que Agnes ya no podría regresar a la vida, pues cuando volvió junto a
ella la descubrió paralizada y sumida en una quietud que le hizo sentir
escalofríos, pero Agnes bebió muy pausadamente la infusión que él le ofrecía,
sin ni siquiera ser consciente de lo que estaba viviendo. A los pocos
instantes, Agnes empezó a vomitar de nuevo.
Némesis observaba aquella escena notando que cada vez le faltaba más
el aliento. La hería profundamente en el corazón percibir a Agnes tan ida y tan
peligrosamente enferma. Si los animales pudiesen hablar y sollozar, Némesis habría
llamado a Agnes con una impotencia desgarradora y una desolación indestructible
y habría llorado hasta que se hubiesen agotado todas las lágrimas de la
Historia; pero, muchas veces, hay dolores que no se pueden expresar, que se
manifiestan en un hondo y gélido silencio que calla cualquier susurro,
cualquier latido de vida.
Al fin, Agnes se quedó quieta y serena entre los brazos de Gilbert,
quien no se atrevía a moverse para no sobresaltarla. Con mucha delicadeza, le
acariciaba los cabellos y la cabeza, aspirando a sosegar la profunda desazón
que le palpitaba en el alma. Agnes ya había recuperado la consciencia, pero se
hallaba tan confundida y desorientada que ni siquiera reconocía a la persona
que tan tiernamente la amparaba.
—
Ya ha pasado todo, Agnes —le susurraba él muy quedo—. Es posible que
durante horas sientas náuseas y vértigo, pero ya estás a salvo. Gracias a la
Diosa, la cantidad de veneno que has ingerido no ha sido demasiado notable.
Ya había pasado todo. Aquella certeza le acarició el alma a Némesis,
quien respiró con mucha más serenidad y alivio; pero todavía notaba que una
punzada de tristeza le presionaba el corazón. Estaba convencida de que, aunque
Gilbert hubiese rescatado a Agnes de la muerte, ella no lograría encontrar las
razones para seguir existiendo. Entonces Némesis volvió a prometerse a sí misma
que lucharía por entregarle a Agnes una fortaleza que nadie consiguiese atenuar
jamás. Agnes sería muy valiente, mucho más poderosa que nunca, porque ella se
esforzaría por devolverle ese aliento que su enfermedad le había arrebatado.
—
Ahora necesitas descansar —le comunicó Gilbert acomodándola en su
cama.
Gilbert limpió con rapidez y agilidad el suelo de la alcoba de Agnes
mientras se esforzaba por entender el significado de lo que había ocurrido.
Apenas se sentía capaz de reconocer los sentimientos que le anegaban el alma,
pero pudo detectar que en su corazón había nacido un infinito desconsuelo que
le revelaba que él era el único culpable de que Agnes hubiese intentado
suicidarse. Él la había descuidado injustamente. Se había apartado de ella
cuando precisamente más lo necesitaba.
Ansiaba hablar con Gaya para explicarle lo que había ocurrido; pero no
se atrevía a dejar sola a Agnes y, además, era consciente de que Gaya no lo
ayudaría como él tanto necesitaba. Gaya estaba inmensamente volcada en el
aprendizaje de Mila, de aquella chica que tanto la fascinaba, y parecía haberse
olvidado de Agnes. Gilbert estaba seguro de que Gaya ignoraba el amor que
todavía sentía por Agnes porque sabía que, si le prestaba la atención que Agnes
tanto requería, no podría compartir con Mila aquellos momentos mágicos que
tanto las unían. Así pues, supo que estaba irrevocablemente solo, que no podía
pedirle ayuda a nadie, que tenía que ser él quien se esforzase por curar a
Agnes.
Sin embargo, sabía que la enfermedad que Agnes sufría no tenía cura.
En aquellos momentos, se planteó la posibilidad de que Gaya tuviese razón
cuando le aseguraba que el único lugar donde Agnes se merecía habitar era aquel
horrible hospital que tanto la había destruido. Gilbert se sentía totalmente
incapaz de internar de nuevo a Agnes. Estaba seguro de que, aquella vez, si la
encerraban allí, Agnes nunca más recuperaría la ilusión de vivir, se perdería
para siempre en el mundo de la locura sin dejar en la tierra de la magia ni el
menor ápice de lo que había sido.
De vez en cuando, la miraba con ternura, analizando su aspecto para
cerciorarse de que Agnes estaba sumida en aquel sueño reparador que tanto podía
ayudarla. Agnes parecía, en aquellos momentos, el ser más frágil e indefenso de
la Tierra.
Némesis no se separó de ella en ningún momento. Continuamente la
miraba con cariño, se acercaba a ella para oír su respiración, cuidaba de sus
movimientos y de su sueño como si de veras pudiese notar todas las emociones
que anegaban el alma de su amiga.
Gilbert se sobrecogía cada vez que percibía el inmenso cariño con el
que Némesis amparaba a Agnes. Nunca había conocido una conexión tan
inquebrantable y potente entre un humano y un animal. Él siempre había adorado
a los animales, pero jamás había experimentado una unión tan intensa y mágica
con ninguno.
Entonces recordó que Gaya también mantenía una relación muy bonita y
especial con un animal. Se trataba de una lechuza blanca muy hermosa cuyos ojos
susurraban palabras que sólo Gaya sabía interpretar. Pensó en lo bello que era
que una persona pudiese oír la voz de un animal y establecer con él un lazo que
nadie podría quebrar jamás.
Se hallaba en aquellos pensamientos cuando oyó que Agnes se movía
sutilmente. Se había sentado a su lado para cuidar de todos sus gestos y para acogerla
en la vigilia cuando ella se despertase.
La miró con ternura y curiosidad. Agnes tenía los ojos entornados e
impregnados de confusión y temor. Gilbert se percató de que, aunque Agnes se
hallase de nuevo en su misma realidad, parecía estar muy lejos de su alcance.
—
Agnes, mira quién está aquí contigo —le pidió Gilbert señalándole a
Némesis con cariño—. No se ha apartado de ti en ningún momento. Tienes una
amiga muy fiel que te quiere muchísimo.
—
Nemesiña,
ven, queridiña —le pidió casi inaudiblemente.
Gilbert se percató de que a Agnes le costaba mucho hablar—. Non teñas medo. Estou aquí contigo.
Mientras le dedicaba aquellas palabras tan tiernas, Agnes la
acariciaba con muchísimo primor, como si temiese que sus dedos deshiciesen su
atractiva piel. Gilbert observaba aquella escena como si ésta formase parte de
un sueño, como si él se hallase muy lejos de aquellos momentos tan sagrados y
mágicos.
—
Agnes, ¿puedes reconocerme? —le preguntó inquieto, aunque trató de
expresarse con nitidez y calidez.
Agnes asintió débilmente con la cabeza. Parecía distraída. Gilbert se
sorprendió al descubrir que Agnes estaba inmensamente decaída y afligida. Deseó
preguntarle cómo se encontraba y qué motivos la habían impulsado a intentar
quitarse la vida, pero sabía que aquellas agobiantes preguntas destruirían el
sutil ápice de calma que se le había posado en el alma.
—
Dorme,
Némesis. Nótoche tan esgotadiña... Ti tamén estás moi morriñosa, verdade? —le preguntó Agnes con
muchísimo cariño—. Agora non
estou soíña. Descansa, queridiña.
La forma como Agnes le hablaba a Némesis conmovía profundamente a
Gilbert. No obstante, aunque su voz sonase impregnada de amor y ternura, todas
las palabras que le brotaban del alma dimanaban una inmensa tristeza que a
Gilbert le hacía sentir escalofríos.
Obedeciendo cariñosamente a Agnes, Némesis se acomodó en un rincón de
la cabaña y entonces fingió que dormía. A pesar de que ya se sintiese mucho más
calmada, todavía estaba inmensamente pendiente de Agnes. Les prestaba a sus
movimientos y a su voz una inquebrantable e indestructible atención que Agnes
notaba flotando a su alrededor como si fuese un manto protector y
aterciopelado. Y lo cierto era que Agnes le agradecía profundamente a su amiga
que no la dejase sola.
—
¿Quieres que hablemos, Agnes? —le preguntó él cuando Agnes se hubo
acomodado de nuevo en su cama. Había cerrado los ojos, agotada y desvalida.
—
Estoy bien, Gilbert. No te preocupes por mí. Puedes irte. Solamente
tengo un virus en el estómago, nada más; pero se me pasará.
—
¿Un virus en el estómago? —se rió él sorprendido.
—
Sí. Debí comer algo que estaba en mal estado.
—
Agnes, no me mientas, por favor. ¿Acaso crees que no conozco la
verdad?
—
No hay otra verdad, Gilbert —le indicó ella abriendo delicadamente los
ojos y mirándolo con vaguedad.
—
¿Cómo te encuentras ahora? ¿Estás mareada?
—
Sí, un poco, pero se me pasará. Lo único que necesito es estar
tranquila.
—
¿Cuánto tiempo hace que estás enferma?
—
Desde anoche —le contestó agachando los ojos.
—
Las personas como tú no saben ni pueden mentir, Agnes. Tú siempre eres
muy sincera.
—
¿Y cómo son las personas como yo? —le preguntó extrañada.
—
Lo sabes, cariño. No me obligues a decírtelo.
—
Te refieres a las personas que están locas, ¿verdad? Pues yo sí sé
mentir, y muy bien, por cierto; pero ahora estoy diciéndote la verdad —aseveró
con un ápice de rabia tiñendo su dulce voz.
—
Tú no estás loca, Agnes —la contradijo sobrecogido.
—
Es lo único que pensáis de mí, es lo único que creéis, y viniste aquí
porque quieres encerrarme de nuevo en ese hospital horrible; pero no pienso
permitir que me hundáis de nuevo —le comunicó sentándose en la cama e
intentando mirarlo con fuerza, pero el mareo que la atacaba volvía trémula su
mirada.
—
Nadie quiere hundirte, Agnes, al contrario, todos deseamos ayudarte.
—
¿Quién es quien miente ahora? —le cuestionó sonriéndole
sarcásticamente.
—
Yo nunca me atrevería a mentirte, Agnes.
—
¡No es verdad! —gritó ella impotente.
—
Cálmate, Agnes, y confiésame lo que sientes, anda —le pidió tomándola
cuidadosamente de las manos—. ¿Por qué no me cuentas lo que te ha ocurrido?
—
Porque no me sucedió nada que te interese ni debas saber —le contestó
con acritud soltándose de sus manos y volviendo a acostarse en la cama—. No me
encuentro bien. Estoy mareada y tengo náuseas. Por favor, déjame soliña.
—
¿Qué has tomado, Agnes? Es cicuta, ¿verdad?
—
Ya te dije que sólo tengo un virus en el estómago.
Agnes no pudo seguir hablando. Las náuseas se apoderaron de su cuerpo
y comenzó a vomitar de nuevo. Gilbert la acogió en aquellos momentos tal como
lo había hecho antes. Aguardó a que aquel malestar pasase intentando serenar
los nervios que le latían en el corazón. Sabía que era completamente imposible
engañar a Agnes y convencerla de que, en realidad, todos deseaban ayudarla,
pues sus intuiciones eran mucho más potentes que cualquier certeza.
Cuando Agnes dejó de vomitar, Gilbert limpió el suelo, de nuevo, y se
sentó junto a ella tratando de ordenar sus pensamientos. En aquellos momentos,
Agnes parecía haber perdido todo el ímpetu que podía ayudarla a respirar y a hallarse
serenamente en el mundo.
—
¿Te encuentras mejor? —le preguntó él acariciándole la cabeza. Agnes
temblaba de frío y desolación—. Creo que tienes fiebre. Iré a prepararte...
—
No, no quiero tomar nada más —le pidió ella desesperada.
—
Al menos, permíteme que te coloque un paño húmedo en la frente para
que te baje la fiebre.
—
No, no. No quiero que hagas nada. Escúchame, Gilbert, lo único que
deseo es que me dejes en paz. Olvídate de que existo, de que aún sigo viva, y
actúa como si en realidad me hubiese muerto.
—
Pero ¿qué dices, Agnes? ¿Por qué me pides algo tan horrible?
—
¿Por qué estás aquí? viniste a buscarme, ¿verdad? Quieres llevarme a
ese hospital espantoso. Sí, es lo único que anhelas: deshacerte de mí.
—
Eso no es cierto, Agnes. Estás muy equivocada.
—
Gaya también piensa que sólo me merezco que me internen allí. Pues
prefiero morir antes que me encierren de nuevo, ¿vale? Tendréis que matarme si
deseáis deshaceros de mí.
—
¿Quién te ha dicho que deseamos llevarte a ese lugar?
—
Yo misma lo oí —le reveló sentándose de nuevo y mirando a Gilbert con
una creciente rabia.
Gilbert se quedó paralizado al detectar toda la furia que le anegaba
el alma a Agnes. Intentó aclarar sus pensamientos para descubrir el mejor modo
de calmarla, pero de repente tuvo la sensación de que, para mitigar el
desconsuelo y la impotencia que Agnes sentía, no existía ni la caricia más
sutil.
—
¡Quiero que me dejéis en paz! —le gritó frustrada—. ¡Ya no os importo!
¡Y no pienso permitir que me llevéis allí de nuevo! ¡Me mataría antes de que me quitaseis la libertad!
—
Entonces, ¿me confirmas que has querido suicidarte? —le preguntó sin
perder la calma—. ¿Querías quitarte la vida, Agnes? ¿De veras deseabas
destruirte?
—
Hace muchísimo tiempo que tendría que haberme ido —musitó ella
empezando a llorar.
—
¿Por qué, Agnes? Venga, desahoga todo lo que sientes. Yo no voy a
llevarte a ninguna parte en la que no quieras estar. Te lo prometo.
—
No puedo explicarte lo que me ocurre. Es un secreto que no quiero
desvelarle a nadie —le contestó ella con la voz queda.
—
Necesitas hablar de ello, Agnes. No te niegues a ti misma la
oportunidad de desfogar todo lo que sientes.
—
Hace tiempo que sé que ya os perdí, que os alejasteis de mí, y lo
entiendo. Apareció en vuestra vida alguien que os entrega todo el amor que os merecéis,
y entiendo que la prefiráis a ella. Gaya quiere que sea la suprema sacerdotisa
del aquelarre y es comprensible. Y lo es porque ella es maravillosa, porque es
una de las personas más mágicas que existen en el mundo y porque tiene un alma
tan brillante y poderosa que es imposible no sobrecogerse...
—
¿A quién te refieres, Agnes? —le cuestionó notando que el alma le
temblaba cada vez con más brutalidad.
—
Lo sabes, sabes perfectamente de quién hablo. Yo la conozco mucho
mejor que vosotros porque ya estuvimos juntas en otra vida; pero no quiero que
nos reencontremos y descubra la miseria en la que me convertí. No quiero que
sepa que estoy enferma. Prefiero que me recuerde como fui siempre, tan mágica y
resplandeciente, tan buena y poderosa. Yo no quiero que ella sepa quién soy y
continuamente la noto cerca. Hace meses que sueño con ella todas las noches,
que en el mundo de los sueños me destroza la vida, tal como está haciéndolo
ahora, en mi realidad, y ya no hay vuelta atrás, ya es irreversible todo el mal
que me causó y está causándome. Ni siquiera la Diosa se comunica conmigo como
antes, porque prefiere su voz, prefiere su magia, pues la suya es sólo luz y yo
soy tan oscura...
—
Es Mila, no cabe duda.
—
Vino para traicionarme de nuevo, para destrozarme el alma, para
derruir mi existencia. No quiero que sepa que estoy aquí, no quiero que me note
cerca, y por eso necesito irme, irme del mundo. No quiero vivir más, Gilbert.
Yo no puedo soportar la vida si sé que ella volvió. ¡No tenías que haberme
ayudado, maldita sea! —exclamó con una impotencia desgarradora.
Gilbert no se atrevía a preguntarle nada más. La confesión de Agnes le
había dejado el alma completamente aterida y se creía incapaz de seguir
indagando en los potentes sentimientos de aquella mujer tan torturada por
hechos que todavía ni siquiera se habían asomado a las sombras de su incierto
futuro. Lo único que anhelaba en esos momentos era que Agnes se durmiese, era hablar
con Gaya y contarle todo lo que había ocurrido.
—
Mila es una mujer maravillosa, Agnes. Es muy buena y nunca se le
ocurriría hacerte daño —le indicó intentando que sus palabras sonasen amorosas.
—
¡No lo entiendes, Gilbert! ¡Ella sabe que estoy aquí! ¡Por eso llegó
hasta este lugar! ¡Ella lo único que quiere es...!
—
No quiere hacerte daño, Agnes.
—
¡Quiere apartarme de vosotros! ¡Y lo peor es que ya lo consiguió!
¡Para Gaya yo ya no existo y para ti...! ¡Tú finges que te importo porque
tienes una responsabilidad legal conmigo que te obliga a no abandonarme! ¡Pero
no tengo a nadie, a nadie! ¡Sólo a Némesis, que es mucho más leal que
cualquiera de vosotros! ¡Yo sé que no puedo confiar en las personas, porque
siempre hacen lo mismo! Pero creía que erais diferentes...
Agnes se expresaba con una frustración punzante que tornaba mucho más
estremecedor el llanto que la atacaba. Sollozaba sin consuelo, como si de veras
hubiese fenecido toda la hermosura de la naturaleza. Gilbert notaba que las desgarradoras
palabras que Agnes pronunciaba tan asustada y desmoronada se le clavaban en el
alma como si fuesen puñales envenenados.
—
Tú podrías haber venido a visitarnos cuando quisieses, Agnes —le
indicó acariciándole la cabeza.
—
No fui nunca porque sabía que os molestaría, porque yo lo único que
causo son problemas horribles, porque no me merezco que me acojáis en vuestra
vida.
—
Estás tan equivocada...
—
La voz de mi intuición nunca se equivoca.
—
Agnes, no vuelvas a intentar quitarte la vida. No te rindas, cariño.
Ahora estás tan triste que te resulta imposible creerlo, pero no olvides que tu
futuro está lleno de experiencias maravillosas que te demostrarán que existir
es algo completamente hermoso.
—
No es verdad. Lo único que me espera es una soledad horrible que me
destruirá y, cuando os deis cuenta de que mi presencia se vuelve amenazante, me
encerraréis de nuevo en ese hospital en el que perderé todo lo que soy. Mi
único destino es la locura. Nada más me espera, nada más... De veras, no merece
la pena aguardar a que lleguen esas experiencias maravillosas que aseguras que
me quedan por vivir si el tiempo que me separa de esos momentos sólo está lleno
de oscuridad, de desaliento, de desesperación. No quiero perderme de nuevo, no
quiero, y es lo único que me sucederá. No me llevéis allí, por favor, no
volváis a encerrarme en ese maldito sanatorio, por favor. Te juro que prefiero
morir. No me lleves allí, te lo suplico, te lo suplico con toda mi alma.
Ayúdame a regresar a mi tierra. ¡Me aseguraste hace muchos años que podría
volver a Galicia! ¡Y tus promesas, como todas las que me hicieron siempre, no
fueron más que mentiras!
Agnes había perdido el último ápice de paz que le había permitido
respirar con serenidad. Se le había derramado por toda el alma ese río
desbocado de desaliento que inundaba su vida y que tanto se la oscurecía.
Gilbert ni siquiera se atrevía a abrazarla, pues creía que cualquier caricia
podía aterrarla e intensificaría su desolación.
Al oír llorar a Agnes con tanta profundidad y desesperación, Némesis
se acercó a ella y apoyó la cabeza en su regazo mientras la miraba con un
aliento imperecedero. Agnes notó la cercanía y la calidez con las que su amiga
trataba de protegerla y se hundió en sus hipnóticos ojos intentando encontrar
en ellos la serenidad que podía ayudarla a dejar de llorar.
—
Non
te mereces sufrir isto, Némesis. Ti es tan boíña e eu son tan escura...
Perdóame, Némesis, perdóame, por favor.
—
No creo que Némesis tenga nada que perdonarte, Agnes —le indicó
Gilbert con calma y mucho cariño—. Némesis te quiere de verdad, con una
intensidad que a todos nos sobrecoge, y es capaz de defenderte de cualquier
peligro que te aceche. No tengas miedo a vivir, Agnes. Némesis estará siempre
contigo.
Aquellas palabras le acariciaron el alma y le insuflaron un hálito de
vida y luz que comenzó a serenarla tiernamente. Además, la mirada con la que
Némesis la arropaba la ayudaba a creer que, en realidad, no era tan frágil como
ella creía y empezó a convencerla de que, si ella se esforzaba por ser
valiente, la locura no la arrancaría de la vida ni de la vera de la Diosa. Sin
embargo, lo que más la alentaba era saber que Némesis estaría siempre junto a
ella, protegiéndola con todo aquel amor con el que la acogía y la instaba a
respirar con calma.
—
Ya ha pasado —se dijo Gilbert para sí mismo cuando notó que de los
ojos de Agnes empezaba a desprenderse una suave calma que a él le acarició el
corazón—. Ha sido una de las peores crisis que has tenido, Agnes. Escúchame,
Agnes, por favor. Quiero pedirte perdón por haberte dejado tan sola. TE prometo
que...
—
No me hagas ninguna promesa que no puedas cumplir, que no me merezco que
cumplas. Yo estaré bien, Gilbert. Te aseguro que no permitiré que la tristeza y
el miedo me desvanezcan —le reveló con una suave energía que volvía poderosa su
voz y muy convincentes sus alentadoras palabras.
—
¿De veras? —le preguntó él con desconfianza. Sabía que la enfermedad
de Agnes también se manifestaba en aquellos momentos de ánimo.
—
Puedes irte. Yo estaré bien, de veras. Vete, Gilbert. Némesis y yo
tenemos cosas que hacer. Tengo que limpiar mi cabaña de las malas energías que
la invaden y...
—
No quiero dejarte sola. Has sufrido...
—
Eso ya quedó atrás. Necesito estar sola, Gilbert. Necesito comunicarme
con la Diosa y...
Agnes hablaba titubeante, pero sus palabras sonaban cargadas de una
repentina fortaleza que a Gilbert le hizo creer que de veras ella ya se había
recuperado por completo de la horrible crisis que había sufrido. Sin embargo,
su alma le insinuaba que aquélla le había dejado a Agnes en la mente unas
secuelas irreversibles. No obstante, se esforzó por ignorar aquellas
posibilidades que tanto podían desvanecer la seguridad y la serenidad con las
que anhelaba teñir su vida.
Así pues, obedeciendo a las insistentes palabras de Agnes, se levantó
de donde estaba sentado y, tras darle un beso a Agnes en la frente, salió de su
cabaña notando que la abandonaba en un momento en el que Agnes no debía estar
sola; mas no se atrevía a oponerse a su férrea voluntad.
Había nacido en el alma de Agnes una impetuosa fuerza que la
arrastraba lejos del profundo desaliento que había estado a punto de deshacerla
para siempre. Sin embargo, Agnes apenas podía comprender aquella voz que
susurraba con tanta decisión por dentro de ella y que la instaba a vivir
centrándose en cada momento que formase sus días. Sólo podía asegurar que
ansiaba hundirse en rituales mágicos que pudiesen ayudarla a reencontrarse con
los pedacitos de sí misma que la tristeza le había arrancado. Ansiaba caminar
durante horas por el bosque para percibir todo el poder que dimanaba la tierra,
brotaba del cielo y se desprendía de los árboles. Anhelaba compartir con
Némesis aquellas horas tan místicas y productivas. Sabía que Némesis era quien
mejor la entendía y quien más la quería.
Némesis, siempre que se hundía en los hermosos ojos de Agnes,
intentaba transmitirle toda aquella fortaleza que tanto le había faltado. Se
esforzaba por entregarle, mediante aquellas miradas tan hipnóticas, una
valentía inquebrantable que nunca había inundado el corazón de Agnes. Deseaba
que Agnes fuese mucho más poderosa de lo que todos creían. Anhelaba que quien
la mirase a los ojos se sintiese intimidado por su inmenso vigor, por su
majestuosa presencia.
Agnes percibía que eran precisamente aquellos ojos de donde emanaba el
aliento que la impulsaba a vivir, a desear respirar el aroma de la vida, a
reencontrarse consigo misma en cada ritual que celebraba íntimamente, en cada
mota de luz que llovía del cielo.
Sin embargo, cada vez que se acordaba de Mila y de todo lo que había
vivido con ella en el mundo de los sueños, aquel ánimo tan intenso se
desvanecía y Agnes sentía que el alma se le llenaba de miedo y de tristeza.
Némesis trataba de rescatarla de aquella honda pena que se apoderaba de sus
sentimientos cada vez que el recuerdo de Mila resurgía en su torturada memoria,
pero era imposible llamar su tierna atención. Agnes se sumía en una nostalgia
muy brumosa y no reaccionaba hasta que la noche se volvía día.
Agnes cada vez estaba más convencida de que la presencia de aquella
mujer tan mágica destruiría su vida para siempre, le arrebataría todo lo que
con tanto esfuerzo ella intentaba conservar e incluso la apartaría de Némesis
sin que nadie pudiese evitarlo. Cuando se acordaba de que ni Gaya ni Gilbert la
visitaban tan a menudo porque preferían dedicarle a Mila toda su atención y su
cariño, el corazón se le resquebrajaba y sentía que le faltaba el aliento.
Mas de repente renacía, impulsada por una fuerza que llenaba su
interior de luz y aliento. Entonces anhelaba huir de la soledad en la que la
tristeza y el miedo la encerraban y se esforzaba por compartir sus horas con
quienes todavía podían mirarla con cariño. No obstante, apenas lograba
reencontrarse con Gaya o Gilbert. Le resultaba complicado descubrir el momento
exacto en el que ellos estuviesen disponibles; lo cual le hacía creer que en
realidad ellos sí intuían su llegada y se apartaban de ella antes de que los
hallase.
Entonces Agnes regresaba a su cabaña notando que el aliento que le
palpitaba en el corazón comenzaba a desvanecerse; mas Némesis siempre conseguía
devolverle la tranquilidad que aquellas situaciones le arrebataban.
Aunque se esforzase por convencerse de que en realidad todavía estaba
a tiempo de recuperar el amor de las personas que ella tanto quería, Agnes
sabía que su vida había cambiado para siempre. Ni Gaya ni Gilbert se
preocupaban por ella, no la visitaban apenas, no la avisaban de cuándo
celebrarían el próximo ritual y tampoco conseguía conversar con ellos al
encontrarlos al fin en sus hogares cuando ella acudía a su lado ignorando sus
terribles sentimientos. Siempre le comunicaban que estaban muy ocupados y le
pedían que regresase en otro momento.
Agnes los extrañaba muchísimo, pero no se atrevía a comunicárselo a
nadie. Incluso sentía que echaba de menos a Neftis, con quien no había vuelto a
hablar desde Beltane. Tampoco se había sentido capaz de buscarla, pues el
recuerdo de la última conversación que habían mantenido la intimidaba tanto que
apenas le permitía pensar con claridad. No obstante, el paso de las semanas la
ayudó a comprender que la grosera actitud de Neftis solamente había emanado de
la euforia que le provocaba aquel Sabbat y del vino que había bebido tras la
ceremonia.
Estaba ya cercana la llegada del otoño cuando Agnes, al fin, se
atrevió a dirigirse hacia el hogar de Neftis. Intentó ignorar la voz de su
alma, pues entonces no podría mirar a Neftis con serenidad a los ojos. Su alma
la avisaba de que era inútil que visitase a Neftis, pues ella también la había
olvidado, había olvidado todos los mágicos momentos que habían compartido y
sobre todo había vivido como si ella no existiese. Neftis también podría
haberla buscado, y no lo había hecho durante todo aquel tiempo; lo cual
demostraba que en realidad su existencia ya no le importaba en absoluto; pero
Agnes deseaba recuperarla, deseaba asegurarle que no le guardaba ni el menor
ápice de rencor por todo lo que había sucedido.
Cuando llegó a la cabaña de Neftis, llamó a la puerta con mucha
delicadeza. Neftis le abrió enseguida y, al descubrir que era Agnes quien
aguardaba su atención, se quedó paralizada y sorprendida. Se hundió en los ojos
de Agnes para adivinar con qué intención la visitaba, pero no encontró en
aquella mirada ni la sombra más sutil de recelo o desencanto.
—
¡Agnes! —le sonrió feliz, pero Agnes intuyó que Neftis fingía—. Has
llegado en un buen momento. Está Penélope conmigo. Al fin podré presentártela.
Aquellas palabras le despertaron la intensa timidez que siempre sentía
cuando se hallaba junto a alguien que no conocía, que nunca la había mirado a
los ojos; pero se esforzó por ocultar sus intensas emociones para que Neftis no
las captase.
—
Pasa, por favor. Estamos tomando té helado. Hace un calor tan
horrible...
Cuando Agnes se adentró en la morada de Neftis, una lluvia de
recuerdos le inundó el alma. Se descubrió añorando aquel tiempo tan hermoso en
el que Neftis y ella habían estado tan unidas, en el que eran tan felices
compartiendo su fe, su magia, su amor a la música y a la literatura.
—
Penélope, ella es Agnes; la mujer de la que te he hablado tanto —oyó
que decía Neftis con cariño y emoción.
—
Encantada de conocerte, Agnes.
Entonces se percató de que Penélope la miraba con intriga y
profundidad. Penélope le alargaba la mano y Agnes se la tomó con muchísima
timidez y delicadeza. No se atrevía a descubrir qué aspecto tenía Penélope,
pues la vergüenza que le palpitaba en el alma le impedía actuar con nitidez.
—
Agnes es muy tímida —le contó Neftis sentándose en una silla— y es muy
complicado que confíe en los demás, pero, aún así, es una de las mujeres más dulces
y buenas que conozco.
Agnes dudaba muchísimo de que Neftis se expresase con sinceridad.
Tenía la continua sensación de que sus palabras emanaban de la cordialidad más
gélida, pero no se atrevió a preguntarle nada en ningún momento ni tampoco negó
lo que con tanta rotundidad afirmaba.
—
Hola, Penélope —la saludó al fin intentando ignorar la timidez que le
latía en el alma—. Yo también estoy encantada de conocerte.
Agnes miró a Penélope con curiosidad. Era alta, algo robusta, tenía
los ojos brillantes y verdes y los cabellos rojizos, largos y rizados. Era
atractiva y elegante. Vestía con una blusa floreada y una falda blanca que
impregnaba de inocencia su imponente aspecto.
—
Ven, siéntate con nosotras. ¿Quieres té helado? —le ofreció Penélope
con simpatía.
—
No, gracias —rehusó ella con educación sentándose junto a Neftis en
una silla de mimbre y madera.
—
¿No te gusta el té? —le cuestionó Penélope extrañada—. Neftis me contó
que adoras las infusiones.
—
Sí, sí me gusta el té, pero no me complace mucho tomarlo helado.
—
Huy, si lo tomas hirviendo con este calor que hace, yo creo que te bajaría
la tensión hasta el vientre de la Tierra y de paso te derretirías —se rió
Neftis despreocupada.
—
¿Por qué no nos hemos conocido antes? Formando parte del aquelarre, es
extraño que no nos hayamos visto nunca —le comentó Penélope con naturalidad.
—
Es que ver a Agnes es tan complicado como ver una estrella fugaz. Pasa
tanto tiempo sola...
—
Pero supongo que has asistido a los rituales, aunque yo no recuerdo
haberte visto nunca.
—
Sí, pero hace al menos tres meses que no viene a ninguna ceremonia.
—
Pero déjala hablar, Neftis —le recriminó Penélope riéndose divertida—.
Creo que sabe expresarse perfectamente.
—
A veces lo dudo. Es tan tímida que parece muda en muchísimas ocasiones.
—
Pues no lo es. Y no seas tan impertinente, Neftis —la regañó
pellizcándole en la mejilla—. Dime, Agnes, ¿cuánto tiempo hace que vives aquí?
—
¿Dónde, en mi cabaña? —le preguntó sobrecogida y extrañada. Lo cierto
era que le costaba mucho seguir el ritmo de la conversación que Penélope y
Neftis mantenían, en la cual deseaban introducirla tan forzosamente.
—
Sí, claro, ¿dónde va a ser? —se rió Penélope.
—
Hace cuatro años que vivo en mi cabaña.
—
¿Y dónde vivías antes?
—
En el pueblo donde habita Gilbert.
—
Es que Agnes es de Galicia, ¿sabes? Pero hace mucho tiempo que vino
aquí —le contó Neftis con lejanía y apatía, como si se refiriese a alguien a
quien ella no conocía.
—
Sí, ya me he dado cuenta de que es gallega. Tienes un acento muy
bonito, Agnes; pero parece que estés aquí desde ayer. Tu forma de hablar no ha cambiado
ni un ápice.
—
No le hables de su tierra o se desmoronará delante de ti.
—
¿Por qué? ¿La echas de menos?
—
Sí, mucho.
—
¿Y qué haces aquí? ¿Por qué no vuelves?
Agnes no supo qué contestar, pues en aquellos momentos, aunque
conociese perfectamente las emociones que le anegaban el alma, no notaba que
aquél fuese el momento más idóneo para expresar lo que pensaba y sentía. Por
eso se quedó en silencio, intentando ordenar sus pensamientos.
De repente se percató de que se sentía inmensamente incómoda. Se
arrepintió de haber acudido al hogar de Neftis. Ella no había cambiado. Seguía
siendo aquella mujer que le hablaba con tanta distancia, tan grosera e
incomprensivamente.
—
He de irme —les adujo de repente levantándose de la silla.
—
¿Tan pronto? —le cuestionó Penélope extrañada—. Perdóname. No tendría
que haber sido tan cotilla. Discúlpame por si te he hecho preguntas incómodas.
—
No te inquietes. Mejor nos vemos en otro momento.
Entonces Agnes se marchó rápida, pero educadamente de la casa de
Neftis. Sabía que, en cuanto se alejase de allí, ambas mujeres hablarían de
ella hasta que se agotasen las palabras que podían definir su situación y lo
que pensaban sobre ella.
Mas ninguna de las dos se atrevió a referirse a la fugaz visita de
Agnes. Neftis se sumió en un silencio que Penélope apenas conseguía quebrar.
Enseguida se percató de que a su amiga se le había anegado el alma en una
extraña nostalgia y un punzante arrepentimiento que habían ensombrecido sus ojos
siempre brillantes y alegres. Quiso preguntarle por qué su ánimo había mudado
tanto, por qué se había desvanecido la felicidad que hasta entonces había
teñido los momentos que compartían, pero sabía que Neftis no se atrevería a
confesarle lo que sentía y pensaba. Penélope conocía tan nítidamente a Neftis
que era capaz de adivinar qué emociones le impregnaban el corazón y le
presionaban el pecho.
Agnes se alejó del hogar de Neftis notando que el alma se le deshacía,
como si alguien estuviese aniquilándosela con una destructiva piedra. Tenía
ganas de llorar, pero no deseaba que aquel inmenso desconsuelo se apoderase de
ella. Continuamente se preguntaba por qué Neftis la trataba con tanta frialdad,
por qué se dirigía a ella con aquel tono de voz tan apático, por qué hablaba de
ella como si no la conociese, como si en realidad las separase la distancia más
infranqueable.
¿Qué horrible error había cometido para que todos aquéllos que le
habían asegurado que siempre la querrían y la comprenderían la abandonasen de
ese modo y la apartasen de su vida como si ella fuese sólo un montón de
escombro inútil? ¿Por qué sentía que había perdido toda la luz que había
resplandecido en el tímido cielo que cubría sus días?
Sin embargo, notaba que, aquella vez, sí se sentía capaz de luchar
contra aquel desaliento que de nuevo deseaba ensombrecer su vida. Además,
ansiaba recuperar el amor de todos aquéllos que la habían querido tanto y que
siempre la habían ayudado a sonreír. Se esforzaría por demostrarles que ella
había vuelto, que podían confiar en su alma, que podían encontrar en sus brazos
un refugio que los protegiese, un hogar cálido que nunca se derrumbaría.
Mas sabía que debía tener muchísima paciencia consigo misma. Creía
que, antes de luchar para recuperar el amor de las personas que ella tanto
quería, tenía que esforzarse por desvanecer las heridas que todavía le
sangraban en el alma, tenía que esforzarse por reconstruir su corazón, por
reencontrarse con esos pedacitos de sí misma que la tristeza había intentado
deshacer para siempre. Estaba completamente segura de que el momento de su
renacimiento llegaría cuando el otoño empezase a arrancarles a los árboles la
preciosa fronda que adornaba sus ramas.
Debía permanecer apartada de todos los que la conocían para que sus
heridas comenzasen a sanarse. Aquel tiempo de soledad le serviría para cuidarse
a sí misma y para comprender todas las emociones que aún le anegaban el alma
tan potente y desgarradoramente. Cuando al fin consiguiese silenciar la voz de
sus miedos, entonces volvería. Asistiría de nuevo a los rituales que El fuego
de Hécate celebrase para festejar el paso de los meses y se esmeraría en hablar
con Gaya, con Gilbert y Neftis. Les pediría perdón por todos los errores que
ella había cometido, por haberse mantenido tan lejos de ellos y no haberlos
acompañado cuando quizá ellos la necesitaban desesperadamente.
Llegó a su hogar notando que el alma le palpitaba con una fuerza
devastadora, con una energía tan hermosa, tan luminosa y bella que apenas sabía
comprenderla. Némesis enseguida se percató de que en el ánimo de su querida
amiga se había operado un cambio muy importante. Se estremeció de felicidad y
alivio cuando percibió que a Agnes le brillaban muchísimo los ojos, cuando notó
todo el aliento que se le desprendía de la voz y de sus gestos.
Agnes le aseguró a Némesis que sería fuerte, que aquella vez no permitiría
que la tristeza la abatiese. Némesis oía sus palabras sin poder creerse que
aquéllas emanasen de la herida alma de su amiga, de aquella mujer que tanto
amor le entregaba y que, sin embargo, tan poquito se quería a sí misma.
Agnes aprovechó aquellos meses para profundizar y perfeccionar sus
conocimientos. Leía sin cesar ni cansancio, aprendía sobre las propiedades de
plantas que nunca había visto, de los minerales y de cualquier materia que se
relacionase íntimamente con la fe que tanto le invadía el corazón. Además, alentada
por una magia muy tierna, celebró un sinfín de rituales distintos para
comprobar qué efectos tenían éstos en su alma. No se rendía ni siquiera cuando
sentía que aquellos rituales la agotaban excesivamente, desvaneciendo su
energía. Se esforzaba por recuperarla, por continuar avanzando en el camino de
la sabiduría. Sí, deseaba ser sabia.
No obstante, Agnes no podía determinar de dónde emanaba aquel anhelo
tan potente. Ni tan sólo su alma se atrevía a advertirle de que éste sólo nacía
de sus ansias de demostrarle a Mila que no era aquella mujer enferma de la que
Gaya le había hablado con tanta lástima. No podía oír la voz de su intuición
porque se hallaba demasiado centrada en aprender, en volverse más inteligente y
mágica; pero, si hubiese descubierto que la invadía un potente deseo de conocer
a Mila, se habría deshecho de aquel aliento que tanto la impulsaba a vivir cada
instante, el miedo le habría gritado con fuerza y toda la energía preciosa y
resplandeciente que le anegaba el alma se habría convertido en desesperación.
El paso del tiempo le desveló a Agnes que, en realidad, extrañaba a
sus seres queridos mucho más de lo que ella se figuraba. Continuamente se
descubría recordando los preciosos momentos que había compartido con ellos,
imaginándose que de pronto regresaban a su lado y la instaban a olvidar las
tristes experiencias que los habían separado. Además, no podía evitar
preguntarse sin cesar por qué ni siquiera Gilbert la visitaba, por qué nadie se
preocupaba por ella. Ella había intentado conversar con Gilbert o Gaya en
alguna ocasión, pero nunca se había atrevido a recorrer los últimos metros que
la separaban de sus hogares. Siempre que estaba a punto de llegar al jardín de
la casa de Gilbert, se arrepentía de haberse dirigido hacia allí y volvía a su
cabaña notando que una fuerte sensación de desamparo e impotencia le presionaba
el corazón.
Agnes sabía que los momentos que estaba viviendo eran inmensamente
extraños. Ni siquiera podría recordarlos con nitidez cuando transcurriese el tiempo
y volviese la vista atrás para intentar evocar aquellos días y aquellas noches
tan confusos. Lo único que sabría era que había permanecido muy sola durante
semanas. Únicamente Némesis se esmeraba en demostrarle que la quería y que no
la abandonaría nunca, ocurriese lo que ocurriese.
Némesis era el sentido de la vida de Agnes. Si ella no se hubiese
hallado a su lado, si no la hubiese protegido en tantas ocasiones con su
poderosa mirada, entonces el alma de Agnes se habría perdido en las tinieblas
del olvido, se habrían apagado para ella todas las estrellas y ninguna brisa
conseguiría rescatarla del horrible hechizo de la locura; de la indestructible
locura que, sin embargo, continuamente la amenazaba desde cualquier rincón.
Agnes notaba cercana siempre la presencia de la insania y se esforzaba por
ignorar aquella brumosa voz que podía deshacer el ímpetu con el que su alma
susurraba. No obstante, tanto Agnes como Némesis, aunque jamás lo reconociesen,
sabían que era imposible huir eternamente de aquella sombra asfixiante que
tanto deseaba apoderarse de su mente y de su espíritu. Ésta era la única
realidad que la esperaba, que creaba sus días y el camino por el que su destino
se deslizaría hasta que su aliento zozobrase. Y lo peor era que su naufragio ya
había comenzado sin que ni tan sólo ella misma pudiese intuirlo.
Al leer este capítulo se me ha venido la idea a la cabeza de que los ciclos que rigen nuestra vida son más importantes de lo que nos parece, y muchas veces no reparamos en ellos. En la novela están presentes siempre los ciclos de la naturaleza, tan bonitos, tan bien contados y que ponen con una facilidad preciosa un fondo ambiental a los hechos que se suceden que los hace tener un sentido especial dependiendo de si hace frío, calor, llueve... ¿cómo puede expresarse mejor lo cortas que son las noches en verano que diciendo "los atardeceres abarcaban sin timidez ni consideración el terreno de la noche"? Pero esos ciclos no son los únicos, cada persona tiene los suyos, y Agnes mucho más, sabemos que pasa por épocas buenas y malas; el problema surge cuando se superponen dos o más mínimos de esos ciclos, algo especialmente grave en el caso de Agnes, que los tiene tan marcados, sobre todo en los mínimos. En realidad puede verse cómo todo el capítulo se puede describir con una curva que baja constantemente durante la primera mitad, hace mínimo tocando fondo con el intento frustrado de suicidio, y a partir de ahí remonta el ciclo durante la mitad restante. Ese movimiento me arrastra y describe muy bien lo que siento en la lectura; quedo mal, triste, pero con la esperanza de que se esté remontando, esa es la verdad.
ResponderEliminarTambién me resulta sorprendente la relación con Mila, con Artemisa, a la que ama pero en cierto modo también la teme, y sobre todo me chocó mucho que le reproche en cierto modo su actitud en otra vida: "Vino para traicionarme de nuevo, para destrozarme el alma, para derruir mi existencia". ¿Realmente lo piensa? quiero pensar que no, que solo es lo que teme. Porque al mismo tiempo, indudablemente la ama, no quiere que tenga un mal recuerdo de ella, que la recuerde como era en la otra vida pero por otra parte ¿y si Mila no sabe nada da ella y no la recuerda? Que es justamente lo que pasa... y es que Mila, Artemisa, se convierte en un personaje de este capítulo, casi podría decir que es el más importante si dejamos aparte a Agnes. Casi resulta odiosa, porque por su influjo todos se doblan, especialmente Gaya. Ay, Gaya, qué mal parada sales de este capítulo, yo que te tenía en un pedestal... y efectivamente tiras la toalla, das por perdida a Agnes, y ella necesita que la quieran, mucho, cómo no lo entiende, con tanta inteligencia y sensibilidad, y con tanta magia, ¿no se da cuenta de que Agnes no es para nada alguien hosco e independiente, sino alguien que necesita el amor y la compañía de los otros, y de ella concretamente? En eso me ha decepcionado totalmente. Al menos Gilbert no cede, ni siquiera cuando Agnes lo presiona. También he visto eso en Agnes, una especie de táctica afirmando que alguien no la quiere pero en realidad no porque tenga esa seguridad, sino porque quiere saber si es verdad tratando de que ese alguien se niegue y se oponga a esa afirmación; y solo si no lo hace entonces empezará a creerlo, pero en su fondo más íntimo está deseando que se opongan. Gaya no lo hace, Gilbert sí. Y está Némesis, que en este capítulo es la diferencia entre la vida y la muerte. Bien puede tener la satisfacción de saber que su existencia tiene sentido aunque solo sea por eso: Agnes no muere gracias a ella, y será feliz mucho más adelante por ella, así que aunque Agnes posiblemente nunca sea consciente de ello, le debe su felicidad a este ser puro que tanto amor incondicional le muestra. Es preciosa su entrega, y merecía un destino mucho mejor, me da muchísima ternura.
Sin duda para mí la parte más hermosa del capítulo es cuando Agnes decide dejarse morir, pero le dedica una noche de amor a su Némesis, una propina de vida, una despedida. Tal vez de algún modo sí comprende que ella es alguien que merece una recompensa y todo su agradecimiento. Sus palabras son a la vez una caricia y una despedida: "Mañá pola mañá todo acabará, Némesis. Eu ireime e ti serás libre ao fin —le musitaba mientras extraía de las plantas que usaría la sustancia que podría ayudarla a morir—. Síntoo moitísimo, queridiña Némesis. Non quero abandonarte, pero xa non podo vivir máis. Espero que algún día poidas perdoarme. E ti tamén, a miña terra, perdóame, por favor. Nunca me esquecín de ti, nunca esquecín a fermosísima lingua coa que me ensinaches a expresarme. Desexaba morrer entre as túas árbores, baixo o teu nostálxico ceo, pero non me permitiron volver contigo. Lembrareite ata o último instante da miña vida, Galicia".
ResponderEliminarCreo que, a pesar de sus palabras, Agnes confía en Gilbert más de lo que confiesa. Empieza vivir. Va a ver a Neftis, en ese extraño encuentro con Penélope... pero sigue adelante. No obstante en el párrafo final quieres dejar a tus lectores con la idea de que Agnes está mal, muy mal. Pero creo que va a seguir adelante, a empujones, sufriendo, como sea, pero viva al fin. Y muchas veces eso es lo que nos toca, seguir dando la batalla aunque no sepamos bien por qué y nos parezca que al final siempre se pierde la guerra. Pero es, justamente, vivir.
Este capítulo es una montaña rusa se sentimientos y sensaciones. Nos haces vivir momentos angustiosos, tristes y muy profundos.He de resaltar en primer lugar,las cosas que dice Gaya cuando Agnes se acerca a la casa de Gilbert. Puedo entender que se canse de su tristeza, o que tanta negatividad le pueda agotar, pero es tremendamente injusta y parece que olvida el delicado estado en el que se encuentra Agnes. ¡Dice cosas espantosas sobre ella!M e apena mucho, la que parece su madre en otra vida se comporte así con ella y la sustituya por otra persona. Descubrir que piensan así de nosotros personas a las que amamos debe ser muy doloroso. En el delicado estado en el que está, que cualquier cosa la puede desequilibrar, esto ha sido un golpe muy duro.
ResponderEliminarTengo la suerte de saber que no iba a morir, pero la angustia se apodera de uno cuando Gilbert la encuentra en ese estado y no reacciona. He temido que la internara de nuevo en el hospital...no recuerdo cuantas veces ingresó, pero temía que acabase de nuevo allí. Ha cometido un gran error, querer sucidarse, pero estamos hablando de una persona que no está bien, por lo que tiene su lógica. Gilbert hace bien sintiéndose mal,pues parte de la culpa de que ella esté así es suya. La ha dado de lado. Aunque ella diga que quiera estar sola, es su tutor y debe mirar por su bienestar, a las duras y a las maduras. Alejarse de ella dejándola sola...aunque al menos sigue creyendo en ella, no como Gaya...Que por cierto, dice que no se puede valer por si misma pero no pide ayuda para comer ni para nada, se las arregla ella sola, por muy desequilibrada que pueda estar en ciertos momentos.
Lo de Némesis es fabuloso. Es cierto que sola no está, ella es su verdadera protectora. Recorrer la distancia que hay entre la casa de Agnes y Gilbert y avisarle, es algo sorprendente. Como bien dice Gilbert, parece la reencarnación de alguien que quiere a Agnes. Creo recordar que esto se reveló anteriormente pero no lo recuerdo con exactitud. Mejor, así me refrescas la memoria y me sorprendes de nuevo. Némesis es un guardián protector, un ángel para ella. Me encanta. Su capacidad de percibir el estado en el que se encuentra Agnes, si está triste, desesperada o feliz es maravilloso. Con cada capítulo me gusta más. Y recuerdo que antes me daba repelús jajaja.
Neftis sigue en su misma linea. Me encanta que Penelope le haya puesto en su sitio en un par de ocasiones. Que la deje contestar a ella, pues parecía que la trataba como si fuese muda y luego diciendo cosas para hacerle daño. Si buscas el significado de la palabra rencor en el diccionario te sale Neftis. Después de acosarla y querer destruirla...menuda tiparraca, tendría que ser Agnes la que sintiese ese rencor. Incluso asco, por alguien tan pulpo como ella. Sin embargo Penélope me gusta, es una pena que salga más veces.
Y para para terminar, me gusta la actitud final de Agnes. Es verdad que parece que otra vez se cierne la oscuridad sobre ella, pero está decidida a recuperar su vida, a sus seres queridos. Coger el toro por los cuernos (esta expresión no es que me guste mucho, pero viene bien) y luchar.Espero que su enfermedad se lo permita,que sé que lo hará,aunque tendrá que cometer muchos errores antes...y uno de ellos terrible.Estoy temiendo que llegue ese momento...
Un capítulo fascinante,es largo y me lo he leído del tirón.¡Me está encantandoooooo!
¡Ah! Se me olvidaba comentar lo que hablan Gilber y Agnes cuando se recupera. Me sorprende que diga eso de que viene a destruirla otra vez...¿Otra vez? ¿En realidad piensa eso o es la enfermedad que no le deja pensar con claridad? Ella no la quiso destruir, al menos por lo que hemos leído, fueron otros los que se encargaron de separarlas y acabar con su vida. Esta actitud tiene mucho sentido, sobretodo si ya has leído otras historias, pues lo que ocurrirá más adelante tiene toda su lógica. Recuerdo que yo me lo tomé fatal, y es normal, más no conociendo realmente quién es Agnes. Bueno, no me enrollo más. Quería comentar solamente esto. Como ya te he dicho, me está encantandooooo!!!
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