viernes, 1 de diciembre de 2017

DIARIO DE ARTEMISA: MIÉRCOLES, 1 DE NOVIEMBRE DE 2017


Miércoles, 1 de noviembre de 2017:

Mi nombre es Artemisa y, en estos momentos de mi vida, tengo 35 años. Nací el 22 de diciembre de 1981 en un pueblo del Cierzo, muy pequeño y bonito en el que todos los vecinos éramos como una familia; pero hace diez años que dejé mi hogar y me lancé a la búsqueda de un futuro muy lejos del lugar en el que había comenzado mi vida. Abandoné aquella casita en la que había vivido hasta mis 24 años, cogí un tren en León y me fui a estudiar a Barcelona. Al cabo de dos años, busqué un hogar que estuviese totalmente rodeado de naturaleza. Huí de la ciudad porque estaba agotada de tanta modernidad, porque necesitaba alejarme de todos esos estímulos que tanto me estresaban y tanto daño me hacían. Todavía no había superado la muerte de mi padre. Él murió cuando yo tenía 23 años y su ausencia me pesaba en el corazón como si de veras tuviese materia.

La vida que me construí en aquella cabaña en medio del bosque era muy dura, pero me enfrenté a todos los obstáculos con los que iba encontrándome sintiendo por dentro de mí una fortaleza que tal vez también naciese de la tristeza. Lo cierto es que la naturaleza me ayudó muchísimo a crecer, a serenar mis emociones, a encontrarme conmigo misma, a superar la pena de haber perdido al ser que más quería en el mundo. La naturaleza me enseñó a ser fuerte y, además, fue la naturaleza quien me guió hacia mi verdadero destino; pero prácticamente todos esos instantes de mi pasado ya quedaron relatados en otra narración. Ahora lo que pretendo es iniciar un diario en el que puedan quedar guardados los momentos que forman esta etapa de mi vida. Y me decidí a escribir un diario porque, hace apenas un mes, estuve hablando con Agnes sobre lo útil que sería que cada una de nosotras escribiese un diario personal en el que pudiésemos desahogar todos esos pensamientos y esos sentimientos de los que no nos atrevemos a hablarle a nadie. Hubo un momento en el que nos miramos haciéndonos la misma pregunta: ¿la una leería lo que la otra escribiría?, así que yo me apresuré a proponerle que lo que podíamos hacer era escribir entradas íntimas a las que la otra no tendría derecho a asomarse y otras en las que podíamos explicarnos cualquier recuerdo o experiencia que queramos compartir entre nosotras. La idea la acogimos las dos con mucho entusiasmo, pero hasta ahora yo no me atreví a ponerla en práctica, tal vez porque hace mucho tiempo que no escribo un diario y he perdido la capacidad de hablar sobre mí misma con tanta claridad; pero al fin me sentí capaz de hacerlo.

Esta entrada será para mí, para que quede constancia de lo que vivo, de cómo son mis días, de lo que siento en estos momentos de mi vida y de las cosas que anhelo y recuerdo. Será la muestra de que estos días, estas noches, estas semanas y estos meses han existido. Será la puerta que, en el futuro, me llevará hacia la Artemisa que soy ahora. Estas palabras me servirán para que pueda conocer lo que fui cuando ya hayan transcurrido muchos años, si es que consigo conservar todo lo que pretendo escribir. Este diario también será un puente que me conducirá a mi pasado, a esos momentos de los que no dejé señales en ninguna parte, ya que los escritos que han podido dar alguna cuenta de nuestra vida apenas recogen lo que vivimos, lo que cada una de nosotras vivió, y quedan todavía en nuestra memoria demasiados instantes que no queremos que se pierdan en el olvido. Por ese motivo, lo primero que haré será hablar de nuestra vida actual, de cómo es el lugar donde habitamos y de muchos más matices de nuestro presente.

Hace un año que Agnes y yo vivimos en este piso que se ha convertido, al menos para mí, en el lugar donde más protegida me siento. Es un piso muy pequeño, sólo con dos habitaciones, un baño, un comedor, una cocina, una diminuta galería y un estrechísimo balcón que nosotras hemos llenado de plantas. Es pequeño, sí, pero para mí es muy acogedor. Después de haber vivido en una cabaña en medio del bosque y en una enorme casa en mitad de una frondosa isla, siento que este lugar me arropa, me ampara del resto del mundo.

Nuestro piso se encuentra en una ciudad muy cómoda, aunque demasiado grande. No obstante, el barrio donde vivimos es pequeño y muy tranquilo. Yo no vivo mal, al contrario, a pesar de que no me gusten las ciudades, considero que aquí vivimos con calma, aunque, en cuanto nos alejamos un poco de este rincón, empezamos a encontrarnos con la contaminación, los coches, el ruido de cualquier ciudad, y es eso realmente lo único que a mí me agobia; pero de eso ya hablaré más adelante, cuando realmente sea necesario.

Algo de lo que quisiera advertirme a mí misma es que en este lugar, en mi diario, no cuidaré tanto mi redacción, ya que lo que más me guía en estos momentos es la espontaneidad con la que surgen mis pensamientos y las palabras que los expresan. Y es ésa realmente la magia de un diario personal. Debe plasmarse la esencia de la persona que lo escribe.

Me gustaría mucho poder hablar con sencillez y fluidez de mi vida, pero hay cositas que me cuesta mucho expresar con calma. Tal vez lo primero que debo aclararme a mí misma es que la vida que dejé plasmada en esos tres libros con los que intenté explicar una pequeña parte de mi existencia no se asemeja prácticamente nada a la que realmente tengo. Una biografía, cuando la escribe una misma, a veces se convierte en una vida soñada y es eso lo que yo quise hacer también, pues tampoco me atreví a contar toda la verdad. No sé si habrá alguien que lea estas líneas; pero, si así fuere, me gustaría que supiese que ninguna vida es totalmente maravillosa ni desgarradora, sino que se compone de matices hermosos y de otros que contrastan muchísimo con lo que verdaderamente deseamos. Yo conté que Agnes y yo habitamos unos años, muy felices, en esa isla en la que yo sí viví durante un tiempo; pero ésa no es la verdad y no puedo pretender que lo sea, no puedo pretender que esconda la realidad. La realidad es muy distinta. Creo que me vendrá bien hablar de esos años, de esas experiencias que apenas me atrevo a evocar, pues debo reconocerlas para convivir con ellas, para convivir con la culpa que me inspiran.

Yo sí viví durante cuatro años en aquel templo en medio de aquella hermosísima isla británica, pero regresé cuando la añoranza que sentía por mis seres queridos se volvió totalmente insostenible e insoportable, cuando me di cuenta de que no podía ser feliz sin ellos... especialmente, sin Agnes. Soñaba con ella todas las noches, continuamente me acordaba de ella, dondequiera que estuviese, hiciese lo que hiciese. La veía en todas partes, por doquier me parecía oír su voz, aspirar el olor de su cuerpo... Estaba en mí con tanta fuerza que en cualquier rincón podía atisbar su sombra, su existencia. Lo que más me dolía, sin embargo, no era estar lejos de ella, sino saber que la había abandonado justo cuando más me necesitaba. La abandoné en ese momento en el que más tenía que apoyarla y estar con ella, cuando apenas habían transcurrido seis meses desde que salió de aquel infierno en el que estuvo a punto de morir en tantas ocasiones. Yo sabía que Agnes me necesitaba como todo ser vivo precisa del aire para respirar, pero yo no me atrevía a reconocerlo. Deseaba alejarme también de Gaya y de Gilbert porque no soportaba verlos tan mayores y también quería huir de la sombra de la muerte de Neftis; algo que nunca podré superar realmente. Que Neftis se suicidase me hizo sentir siempre muy culpable. Y fue también esa culpa la que me impulsó a irme, la que me hizo ser cobarde... Yo no quería presenciar tampoco las recaídas de Agnes. Yo no me sentía capaz de tomarla de la mano cuando de nuevo el desaliento volviese a apoderarse de su corazón. Incluso tenía mucho miedo a que Agnes consiguiese quitarse la vida inesperadamente. No quería volver a vivir algo tan horrible como ese momento en el que la vi lanzarse al vacío en la casa de Gaya. Se me quedó grabada para siempre en la memoria esa imagen de ella tendida en el suelo, inconsciente..., y ese momento en el que de repente saltó... Yo no podía dejar de evocar esos instantes... Sé que no tengo justificación ni perdón. Sé que cometí un error horrible que me costará mucho perdonarme. Tan sólo intento calmar la culpa que todavía grita en mí con tanta fuerza, tanta que me ensordece.

Cuando volví portando en el alma la inmensa nostalgia que sentía hacia mis seres queridos, me encontré con una realidad mucho más horrible de la que yo reflejé en esa historia que acababa siendo tan bonita. Gaya estaba muy enferma, Gilbert había envejecido muchísimo, mi hermana estaba fuera de allí, muy lejos, en uno de sus interminables viajes... y Agnes... Agnes no era libre. De nuevo la habían llevado a ese hospital en el que jamás tendría que haber estado, jamás. Gilbert me explicó, cuando fue a recogerme al aeropuerto, que Agnes había tenido una recaída muy grave y que nadie podía hacerse cargo de ella. Mi hermana la había cuidado durante los primeros meses de aquella crisis, pero no podía vigilarla siempre. Me explicó que había decidido ingresarla de nuevo cuando Agnes sufrió un delirante ataque de pánico que incluso le arrebató la consciencia. Casandra (mi hermana) no quería llevarla allí, pero no tenía otra opción, yo no le dejé otra opción.

Agnes llevaba más de dos años encerrada allí y yo ni siquiera había podido imaginármelo. En el momento en el que Gilbert me confesó cuál era la realidad de agnes, sentí una inmensa rabia hacia mí misma, no sólo por haberla dejado sola, sino sobre todo por no haber intuido que estaba tan enferma de nuevo. Me pregunté dónde quedaban mis facultades mágicas, qué había ocurrido con mi poder de intuición. nada de eso me había servido para nada e incluso los Arcanos no me habían dicho la verdad nunca cuando yo les preguntaba por Agnes.

El mundo se me cayó encima y sentí que me aplastaba, que me quitaba la respiración.

Gilbert iba a llevarme a su casa para alojarme allí, pero yo le pedí que fuésemos al hospital. Le insistí desesperada en que me llevase allí. Tenía que ver a Agnes. Quería rescatarla de nuevo de ese lugar horrible.

Agnes me pidió que nunca le hablase de estos momentos a nadie ni tampoco lo escribiese en la historia que contó parte de nuestras vivencias; pero siempre necesité desahogar con alguien todo lo que yo sentía y pensaba en aquellos momentos.

Ni siquiera me preguntaba si Agnes me recibiría o si se acordaría de mí. Tal vez no quisiese verme, tal vez no quisiese saber nada más de mí. Y, si así ocurría, me lo merecía, me lo merecía como castigo a mi negligencia.

Recuerdo perfectamente lo que sentía cuando entré en aquel hospital y empecé a recorrer sus pasillos tras la enfermera que me guiaba hacia la habitación en la que estaba Agnes. El corazón me latía cada vez más rápido, golpeándome el pecho con rabia, y tenía la impresión de que los detalles que captaban mis sentidos estaban intensificados por mis emociones. Podía aspirar asfixiantemente el olor a desinfectante y a medicinas. Incluso me parecía oír todas las voces que susurraban en aquel lugar.

La enfermera que me recibió era la misma que, cuatro años atrás, había cuidado con cariño de Agnes; la misma que me había comentado que no tenían apenas personal que pudiesen vigilar a los enfermos y que Agnes no cesaba de intentar quitarse la vida. Temía que aquella mujer me preguntase por qué de nuevo había dejado tan sola a Agnes, pero no se atrevió a decirme nada.

Cuando me adentré en la habitación en la que tenían encerrada a Agnes, sentí que el tiempo no había pasado. Creía que Agnes no me recibiría, que ni siquiera me miraría; pero estaba muy equivocada. En cuanto notó mi presencia, Agnes fijó sorprendida sus grandes ojos negros en mí, preguntándome con su mirada si de veras era yo quien estaba delante de ella. Entonces la enfermera nos dejó solas y Agnes se levantó de donde estaba sentada y se acercó a mí con miedo, como si temiese que yo me desvanecería si me tocaba, si se aproximaba a mí.

Agnes no me rechazó, al contrario. Me recibió como si nunca hubiese dejado de esperarme. Me abrazó con una ternura que me hizo sentir protegida, me abrazó como si en mí yo llevase la mayor parte de su esencia. No necesité preguntarle nada. Ella tampoco necesitó hacerme ninguna pregunta. Las dos sabíamos que nunca más volveríamos a separarnos, que aquélla era la última vez que debíamos reencontrarnos.

Agnes estaba completamente hundida en una tristeza que nadie había sabido atenuar; pero, en cuanto yo la miré a los ojos, esa pena comenzó a remitir lentamente. Agnes tenía el alma llena de miedo, de decepción, de inseguridad; pero todavía confiaba plenamente en mí y así me lo demostró enseguida.

No puedo describir las emociones que en esos momentos me anegaban el corazón porque son demasiado intensas. Sólo puedo asegurar que en mi alma se mezclaban la culpa más desgarradora y el alivio más profundo. Me aliviaba saber que Agnes todavía existía, que la mayor parte de sí misma todavía respiraba en ese cuerpo que no había perdido ni un ápice de su belleza. La tenía allí, conmigo, tomada de la mano, la tendría para siempre si yo la cuidaba.

Era frágil, toda ella parecía temblar y poder desvanecerse en cualquier momento; por eso yo la agarré fuerte de la mano y no se la solté hasta que Gilbert nos llevó a su casa, hasta que nos sentimos protegidas por ese hogar tan bonito. Agnes parecía ausente. No se fijaba apenas en lo que la rodeaba, pero yo sabía que estaba allí plenamente con nosotros y que lo único que le ocurría era que se creía totalmente incapaz de aceptar que aquellos momentos fuesen reales. Más bien, pensaba que se hallaba sumida en un mágico sueño que se esfumaría en cuanto el alba rozase el cielo.

Hay instantes de aquella tarde que mi memoria ha hundido en el olvido. Lo que más recuerdo es el silencio que se apoderó de mi voz y que me impedía confesarle a Agnes todo lo que sentía y pensaba. Intuía, además, que ella deseaba comunicarme demasiadas cosas, pero solamente podía mirarme tímidamente. Mientras duró el trayecto hacia el hogar de Gilbert, Agnes no dejó de presionarme la mano. Cuando al fin llegamos a la casa de Gilbert y él nos dejó a solas en su precioso jardín, Agnes me dijo, aún con mucha vergüenza: “sabía que vendrías, que regresarías”. Me confesó, además, que yo siempre fui su única esperanza, pero ni siquiera fue capaz de mirarme a los ojos mientras me dedicaba aquellas palabras tan bonitas.

Yo necesitaba pedirle perdón, pero no encontraba el modo de hablar. No podía hablar, pues las ganas de llorar que sentía me oprimían la garganta con una fuerza que me dolía mucho, muchísimo, y los ojos no dejaban de llenárseme de lágrimas. Yo sabía que Agnes captaba todo mi desconsuelo y también que se había dado cuenta de que me reprimía el llanto, pero no se atrevía a pedirme nada. Intuí que mis emociones la asustaban; lo cual me demostró que su alma estaba mucho más aterida que la mía.

Yo sólo podía abrazarla fuerte, darle besos en la frente y en las mejillas y acariciarle los cabellos. Aquellos gestos cariñosos sustituían las palabras que el llanto no me dejaba pronunciar.

Y así fue nuestro reencuentro; lleno de una emoción que ninguna de las dos se atrevía a liberar. Hace dos años de aquel momento y, aunque ya le haya pedido perdón a Agnes demasiadas veces, la culpa que gritó siempre en mí por haberla abandonado no se ha silenciado todavía. A veces me despierto en mitad de la noche creyendo que de nuevo me hallo lejos de ella, teniendo la sensación de que Agnes está muy lejos de mí; pero entonces la noto dormir a mi lado, la abrazo y me duermo de nuevo sabiendo que nunca seré capaz de apartarme de ella, nunca más.

Nos costó mucho construirnos la vida que tenemos ahora. Durante un año, vivimos en el hogar de Gilbert. Él nos ayudó mucho, pero nosotras también lo ayudamos en todo lo que nos fue posible. Los tres vivimos juntos la muerte de Gaya. Los tres estuvimos juntos en esos momentos tan horribles que a mí estuvieron a punto de arrancarme la cordura. Gaya se marchó sin saber cuánto me arrepentía de haberme ido y de haberlos dejado solos a todos. Se marchó quizá sin ni siquiera intuir cuánto me culpaba por su enfermedad, por todo lo malo que les había sucedido; pero al menos pudo reconocerme antes de cerrar los ojos para siempre. La muerte de Gaya es la experiencia más dolorosa de mi vida y todavía lloro muchísimo cuando me acuerdo de ella, cuando rememoro todo lo que me enseñó, cuando siento en mi alma cuánto me quiso. Es cierto que ella también cometió errores muy tristes, pero muchas veces permitimos que sea el miedo el que nos domine, en lugar de nuestra razón y nuestra sabiduría.

Durante los meses que vivimos en casa de Gilbert, los tres intentamos reencontrarnos con los pedacitos de nuestra alma que la tristeza había deshecho. Fueron unos meses muy extraños de los que apenas guardo recuerdos. Sí puedo evocar con nitidez algunos momentos que compartí con Agnes allí, en aquella casa que tanto nos había acogido, pero la mayoría se han perdido en el olvido, tal vez porque los viví llevando en el alma una inmensurable tristeza. Sí estuve muy triste, muchísimo, durante mucho tiempo; lo cual me dificultó entregarle a Agnes toda la energía hermosa que yo deseaba darle. Creo que no fue solamente la muerte de Gaya lo que tanto me hundió, sino saber que me había equivocado tanto y ser consciente de que mis errores habían tenido unas consecuencias tan drásticas. No podía perdonarme, no podía, y me costó muchísimo deshacerme del inmenso rencor que me profesaba a mí misma. Me costó muchísimmo, pero conseguí desprenderme de la mayor parte de esa terrible emoción gracias a la ayuda de Gilbert y sobre todo de Agnes, quien, a pesar de que todavía tuviese el alma tan frágil, se volcó en mí como jamás pensé que pudiese hacerlo. Me sanó el alma a través de terapias hermosas que ella siempre dominó muy bien. A ella siempre le costó mucho reconocer cuán poderosa era, pero se olvidaba de sus inseguridades cuando me ayudaba, cuando me protegía entre sus brazos, con sus manos, con su dulcísima voz y con sus envolventes miradas.

Fue una época en la que las dos nos esforzamos por ayudarnos la una a la otra. Aunque las dos tuviésemos el alma completamente destruida, nos protegíamos sin cesar, nos escuchábamos, nos apoyábamos siempre, nos consolábamos cuando llorábamos o cuando el miedo se apoderaba de nuestro ser. Yo intenté, continuamente, amparar a Agnes de los terribles síntomas de su enfermedad siempre que perdía la calma. Agnes sufría frecuentes ataques de ansiedad que le sobrevenían inesperadamente, en el lugar menos pensado, y yo siempre traté de alejarla de cualquier estímulo que pudiese aterrarla. De ese modo, lentamente, Agnes aprendió a dominar mejor las reacciones de su alma y de su cuerpo, aunque ambas sabemos que ella nunca podrá deshacerse de esa parte tan frágil de sí misma.

Poco a poco, ambas fuimos sintiéndonos cada vez más capaces de iniciar una nueva vida en otra parte, juntas, sin depender de nadie. Además, mi ehrmana regresó de su viaje en cuanto se enteró de lo que había ocurrido; aunque lo hizo a los tres meses de mi llegada. Casandra se instaló en un pueblo cercano a la casa de Gilbert y comenzó a trabajar en una herboristería que, actualmente,es la base de su vida. Casandra y Gilbert nos ayudaron a buscar un piso donde pudiésemos instalarnos y de ese modo llegamos aquí.

La persona con la que más relación mantenemos es mi hermana, que viene a visitarnos todos los fines de semana. Es la persona con quien viajamos, en quien más confiamos. Poco a poco, iré contando las experiencias que hemos compartido; pero creo que por ahora ya hablé suficiente. Solamente quería dar unas leves nociones de nuestra vida para que, cuando pasen unos años, sepa cómo empezó todo. No confío en mi memoria. Tengo la sensación de que cada vez me cuesta más acordarme de las cosas, por eso me interesa dejar constancia de esos momentos que fueron los cimientos de esta vida que tanto aprecio y amo. Sé que Agnes sería mucho más feliz viviendo en otro lugar del mundo, pero también sé que la vida está hecha de etapas y que ahora debemos disfrutar plenamente de ésta, que tanto nos ha costado construir. Además, ella, aunque le duela en el alma estar lejos de su tierra, sabe también, a pesar de que ello también le duele mucho, que irnos ahora es imposible. Yo trabajo de profesora de biología en un instituto y marcharme de mi trabajo es muy complicado en estos momentos. Ella tampoco puede dejar el suyo, aunque no tenga un contrato fijo. Ahora tenemos que vivir aquí, en este nidito que es nuestro hogar, apreciando cada instante. Tenemos muchas bendiciones en nuestra vida, aunque vivamos momentos difíciles que nos desalientan, pero la vida también es eso; esa mezcla de instantes hermosos e instantes desalentadores que parecen más fuertes que nuestro espíritu, que parecen capaces de arrancarnos el alma.

No sé de qué hablaré en la próxima entrada. Por el momento, siento que mi alma me pide que no siga escribiendo, que no siga recordando esos momentos tan tristes de los que tanto me ha costado escribir. He sido demasiado sincera conmigo misma y ello me pesa en el corazón; pero también me siento orgullosa de haberlo hecho, de haber podido abrir así mi alma.

2 comentarios:

  1. Así que Artemisa es un año menor que yo, casi tenemos la misma edad. Pues la entrada es muy interesante, pues hace un repaso/resumen de su vida y los acontecimientos más significativos. Me gusta que sea así, tal cual le viene a la cabeza. No tiene que estar ordenado ni estar escrito como si de un libro se tratase. Son sentimientos, recuerdos cargados de emociones que surgen así. Me gusta porque conocemos detalles nuevos sobre su pasado y descubrimos que es de sus vidas. El piso que describes se parece mucho al que hemos construido, da el pego.

    Artemisa confiesa que Agnes nunca vivió en la isla. Se sincera y eso me gusta. Quiso edulcorar el pasado pero eso no sirve para curar heridas, ni mucho menos. Ha recordado cosas muy tristes, el ingreso de Agnes en el hospital, la muerte de Gaya, el suicidio de Neftis (la pulpo),...son cosas terribles difíciles de olvidar.

    Ella misma no sabe cómo continuará el diario pero eso le da más emoción, no sabiendo lo que te puedes encontrar en la próxima entrada.

    ¡Me está gustando mucho!

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  2. El diario de Artemisa es un contrapunto muy interesante para el de Agnes, porque es el complemento perfecto para mostrar la realidad. Aunque es imposible ser totalmente sincero, resulta más sencillo cuando se escribe para uno mismo (como en un diario); en cambio un relato que se publica siempre va a mostrar una realidad más edulcorada, y este es un buen ejemplo, la pobre Agnes no vivió en la isla... Me llama la atención lo diferente que es la relación con Gaya. Por supuesto seguro que Agnes sintió muchísimo esa muerte también, pero también me imagino que no fue lo mismo, porque tengo que reconocer que la imagen de Gaya, después de todo lo que pasó con Agnes, ha perdido mucho para mí. Claro, Artemisa siempre fue "su ojito derecho", en cambio creo que le faltó altura de miras con Agnes, una persona que creo necesitaba más su ayuda, y además tenía más magia, no sé, me parece más interesante, aunque no sea una competición.

    En fin, la historia es bonita, empezando por sus orígenes leoneses, y terminando en el día a día de lo que ahora hacen, con sus afanes, con su meta de Galicia ahí delante... Galicia... cuánto se me parece a Avalon, o a Lacnisha... seguiré con muchísimo interés esta historia tan bonita.

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