Viernes, 3 de noviembre de 2017:
Los
días van pasando, arrastrándose en este otoño indeciso que no se atreve a
traernos frío ni caducidad, que se expresa con timidez a través de las hojas
que empiezan a morir tal vez por cotidianidad o porque sienten en sus entrañas
que se terminó ya el tiempo de su vida, no porque el aire les traiga la
finitud. Miro al cielo y sí encuentro los vestigios de la luz decadente que va
apagándose en los brazos del temprano anochecer. Y entonces sí siento que
estamos en otoño, que nos rodea de nuevo la época en la que desciende la vida,
convirtiéndose en quieta noche, en apacible oscuridad. Yo no solía deprimirme
cuando llegaba el otoño; al contrario, siempre noté que esta época me inspiraba
muchísimo. Encontraba inspiración en el color de las tardes otoñales, en el
debilitamiento del calor y en esos anocheceres tan quedos que avisan del
advenimiento del otoño. Sin embargo, siento que este año es distinto. El año
pasado todavía notaba en mi alma la hermosa influencia que el otoño ejercía en
mí. Sentía que tenía el alma llena de inspiración, de ganas de seguir
aprendiendo y de caminar por mi vida apreciando cada bendición que me llegase.
En cambio, este año me siento desmotivada y triste. No encuentro esa energía
que tanto necesito para enfrentarme a cada momento que forme mis días; al
contrario, me cuesta hallar esa fuerza que me permita ser yo misma.
También
me gustaría hablar de Agnes y de su estado anímico, que, aunque no sea
realmente malo, sé que no es el más idóneo. Sé que ella no está bien y me
parece que ella misma se oculta sus propios sentimientos a sí misma, porque
sabe que no podrá enfrentar cada momento si escucha la voz de su alma.
Yo
sé que la cura a su malestar perenne está en Galicia, pero ahora no podemos
irnos a vivir allí. Ya no somos esas chicas jóvenes que podían enfrentarse a
cualquier cosa con ilusión. Necesitamos ya un suelo firme en el que dar
nuestros pasos. No podemos lanzarnos a la aventura sin tener nada seguro. Al
menos, yo ya no me atrevo a hacerlo. Sé que su malestar proviene de ser consciente
de que irnos a vivir allí no es tan fácil como desearía creer. El problema no
es que no lo sepa; el problema es que lo sabe demasiado y ella misma se niega a
aceptar que lo sabe tan bien. Agnes es muy lógica siempre, es decir, ella puede
interpretar perfectamente cualquier hecho desde el punto de vista de la
realidad más absoluta; pero su alma es soñadora incesante y dentro de ella se
contraponen estos dos matices tan opuestos de su personalidad. Puede que la
mayoría de sus desánimos nazca de la lucha entre estas dos partes de ella
misma, tan contrarias, que tan poco se avienen. Yo no sé cómo animarla. Yo no
sé cómo transmitirle calma y paciencia. Yo siento que sus emociones son mucho
más grandes que yo y pienso que no hay ninguna premisa que pueda explicar o
serenar sus sentimientos. Siente que vive en un mundo que la aplasta; un mundo
demasiado grande para ella también en el que constantemente ella busca la magia
de la vida. Hablar de Agnes me cuesta mucho porque ella es muy compleja y sus
sentimientos y las cosas que vive no se explican tan fácilmente.
Mas hoy me gustaría hablar sobre todo de lo que siento, que sé que me
costará mucho. Como decía, el otoño siempre me inspira mucho, me hace evocar
recuerdos de otros tiempos y también me llena el alma de sensaciones que no sé
identificar con ningún hecho vivido y, después de un día horrible, si camino
por la calle sintiendo la dorada luz del otoño, las malas energías que se me
acumulan comienzan a desvanecerse y entonces parece que todo lo malo desaparece
y se me olvidan los nervios que he pasado y esas emociones que tanto me han
descontrolado y que tanto me he reprimido. Mientras volvía a casa después de un
día horroroso de trabajo, me he fijado en cómo la luz del otoño llovía sobre
las calles y entonces todo me ha parecido menos espantoso y difícil. Me he
detenido incluso a apreciar esa luz tan bonita y me he sentido afortunada de
poder observar ese instante. Eran solamente las cuatro de la tarde, pero ya
estaba atardeciendo.
Y es que hoy he tenido un día espantoso porque tengo la sensación de que
los alumnos a los que intento inculcarles estas enseñanzas tan bonitas no me
escuchan nunca y tienen la mente enfocada a miles de temas distintos, a
objetivos que en nada les enriquecerán el alma. Sobre todo tengo problemas con
los alumnos de tercero de la ESO. Son inaguantables. Hoy perdí los nervios,
aunque intenté que ellos no lo notasen, y, reprimiéndome la rabia que sentía,
les ordené que cada uno de ellos depositase sobre mi mesa el teléfono móvil.
Han entrado casi todos con el móvil en la mano, viendo vídeos, enviándose fotos
unos a otros y haciendo miles de cosas más que ni me importan, sinceramente, y
cuando yo he empezado a hablar ni siquiera se han dignado guardar el teléfono.
He seguido hablando comprobando si alguno de ellos se daba cuenta de que la
clase había empezado, pero ninguno se callaba y era como si yo no existiese. Al
final, me he sentado a la mesa y he empezado a pasar lista. Entonces a la
persona que me contestaba le ordenaba que se levantase y dejase su móvil sobre
la mesa. Evidentemente, al principio, nadie entendía por qué estaba pidiéndoles
eso de un modo tan serio, pero no tenían más remedio que obedecerme. Muchos han
protestado, pero yo les he calmado diciéndoles que mi intención no era robarles
nada, pues yo no necesito tener tantos móviles. Cuando ha terminado la clase,
antes de devolverle su teléfono móvil a cada uno, les he explicado que, a
partir de ahora, antes de empezar la lección, todos irán depositando su
teléfono móvil en mi mesa y a quien no lo haga lo penalizaré con una falta
grave. El sintagma “falta grave” es como un tiro para muchos de ellos, así que
me parece que, por el momento, he conseguido que me obedezcan en esto. He
llegado ya a estos extremos porque no puedo más, porque, desde que empezó el
curso, tengo la sensación de que hablo a las paredes, de que no me escuchan y
que no hay forma humana de lograr que se interesen por la materia que imparto;
algo que me da muchísima impotencia. Yo entiendo que estén en una edad horrible,
sí, lo entiendo perfectamente, y también entiendo que esta sociedad esté cada
vez más lejos de construir personas responsables, sobre todo por la facilidad
que se les da a los jóvenes de usar aparatos electrónicos que todavía no creo
conveniente que utilicen; pero también me gustaría que entendiesen ellos qué
significa para mí darles clase, cuánto me gusta que aprendan, que se interesen
o que al menos finjan que les interesa lo que les cuento. Trabajo en un
instituto horrible, la verdad, lleno de chicos con familias desestructuradas,
de inmigrantes (que yo no tengo nada en contra de los inmigrantes, pero suelen
ser personas un poquito complicadas) y de otras características que me niego a
nombrar y lo peor es que, si les demuestras que te afecta que se rían de ti y
que no te escuchen, se envalentonan, se hacen más fuertes y se vuelven
indomables, mucho más indomables que nunca, y yo no soporto que una persona tan
inmadura sea más poderosa que yo, y lo que más rabia me da es que consigue
serlo.
Hoy salí del instituto sintiendo ganas de llorar. Con nadie comparto yo
estas cosas porque tampoco tengo razón. Sé que tendría que ser más paciente con
ellos, que lo soy, evidentemente, pues de esto nadie sabe nada, pero
interiormente siento ganas de decirles cuatro cosas bien dichas. A veces lo he
hecho, pero siento que no sirve para nada, que es inútil que gaste energía
pidiéndoles que se centren y que aprecien estos momentos de su vida, pues sé
también que muchos de ellos no tienen motivos para apreciar nada, puesto que
tienen una vida horrible. Sé que muchos están viviendo en condiciones nefastas
y yo tampoco soy nadie para exigirles nada, pero, por eso mismo, quiero que
aprendan, que se conviertan en grandes personas (que algunos ya lo son por
soportar ciertas cosas), pero no sé si es justo que desee algo así. Lo que me
extraña mucho es que a algunos les faltan recursos para seguir adelante, pero
todos tienen un teléfono móvil moderno. Es increíble.
Hoy les hablé de que, cuando yo era joven, cuando tenía su edad, no
existían los móviles y que la vida era mucho más bonita que ahora, que no nos
costaba nada entretenernos con lo que fuese, que cualquier cosita nos hacía
felices; pero, claro, es evidente que, si han crecido viendo solamente esto,
conociendo esta sociedad, no podrán imaginarse que otros tiempos fuesen
mejores.
A mí me inspira mucha lástima que una persona esté creciendo de este modo,
con tanta falta de valores, de respeto, de empatía, de amor hacia el mundo que
la rodea y a la misma vida y sobre todo con esa falta de amor y confianza en sí
misma. Están creciendo personas que no sé si sabrán cuidar nuestro mundo; el
que ya está bastante deteriorado, y eso me asusta mucho. Con Agnes ya comenté
muchas veces que nosotras fuimos una generación distinta, creo que la última
generación realmente entrañable. Después fueron estropeándose cada vez más los
sentimientos, la forma de ser de las personas y sobre todo el modo de vivir,
pero éste es un tema un tanto peliagudo en el que ahora mismo no me apetece mucho
entrar.
Y, también, justamente hoy pensaba en que hace ya un año que Agnes y yo
estamos viviendo en este piso tan bonito en el que yo me siento tan acogida. Me
gusta de veras vivir aquí. Me siento feliz de poder compartir con Agnes este
hogar que ya tanto nos pertenece, que hemos hecho tan nuestro. Muchas veces,
ella me confiesa que, en cuanto entra en nuestra casa, todo lo que la asusta y
la estresa se desvanece, como si este lugar formase parte de otro mundo, y es
que hemos impregnado todos sus rincones de tanta serenidad, de magia, de cariño
y amor; pero yo sé que Agnes quiere huir, se lo leo en la mirada, y cada vez
esas ganas de huir son más fuertes y tengo miedo a que algún día sean mucho más
poderosas que la tranquilidad que aún le permite vivir aquí apreciando
realmente todo lo que tenemos. Yo no quiero que ella sufra, pero no puedo
evitar leer en su mirada esos ruegos silenciosos que tanto me lanza sin que
ella pueda evitarlo. Es muy difícil fingir que no sabes nada, que no detectas
ningún ápice de impotencia, sobre todo porque sabes también que la otra persona
se percató de que conoces lo que siente y sabes tú también que no quiere que lo
sepas.
Hoy me siento extraña. Tengo la impresión de que el tiempo pasa y la vida
se va sin que yo pueda pedirle que se espere un momento, sin que yo pueda
apreciar el color de cada instante. Todo pasa como si tuviese prisa por irse,
los días se van, las noches ni parecen existir, y otra vez es otoño, otra vez
será invierno dentro de un mes y dentro de nada acabará este año tan extraño,
extraño porque ha estado lleno de momentos muy hermosos y de momentos
insufribles que parecía que nos desharían. Yo recuerdo meses muy oscuros, en
los que Agnes decaía de repente sin que ninguna de las dos pudiese evitarlo, y
otros en los que parecía que quisiese brillar la luz de la vida y de pronto
otra vez se cubría de brumas nuestro presente.
Cuando comencé a escribir esta entrada, tenía pensado hablar de muchísimos
temas, desahogar sentimientos que me presionan el alma y también recordar aquí
algunos instantes que no quiero que se pierdan en el olvido, pero ahora se me
mezcla todo en la mente, como una confusión de ideas, deseos, recuerdos, y no
sé discernir entre lo que quisiera desvelar y lo que quisiera callar. Me ocurre
muy a menudo que ansío contar algo, confesar alguna cosa, y de pronto siento
que no merece la pena, que, si abro así mi corazón, pareceré débil y no me
gusta parecer débil, sobre todo porque sé que Agnes necesita verme fuerte,
sentir que puede apoyarse en mí sin que mi equilibrio tiemble. Puede que no sea
justa con ella fingiendo que siempre estoy dispuesta a ser la más fuerte de las
dos, puede que ni siquiera sea justa conmigo misma, pero es que también sé que,
si yo me hundo, si algún día le confieso que no puedo más, que no tengo ganas
de seguir, la vida a la que ella se aferra con tanta fuerza comenzará a temblar
y puede que se le agriete el cielo de sus días, y yo no puedo permitir que eso
ocurra. Ya la dejé sola muchas veces, ya me derrumbé muchas veces delante de
ella, sobre todo los primeros meses posteriores a la muerte de Gaya. Ella fue
en realidad la que me cuidó, la que luchó por darme energía para que yo pudiese
seguir caminando por mi vida, fue ella quien estuvo allí siempre, conmigo,
durante aquel año tan horrible (ya hace dos años de esos momentos, parece
increíble), fue ella la que se esmeró en cuidarme cuando en realidad era ella
la que estaba verdaderamente enferma, la que necesitaba más ayuda. Agnes no
estaba nada bien cuando yo la saqué de allí, de ese hospital en el que, por
primera vez, sorprendentemente, la habían cuidado y protegido. No estaba nada
bien cuando las dos comenzamos a vivir en la casa de Gilbert mientras no
encontrábamos un lugar en el que construirnos nuestra vida, y lo peor fue que
yo, durante esos meses, no pude darle fortaleza, no pude demostrarle que era
fuerte, al contrario, no dejaba de llorar, de culparme de que Gaya se hubiese
enfermado tanto. Y lo que más lamento es que Agnes, en ningún momento, me pidió
ayuda, nunca, en ningún momento, ni tampoco se enfadó conmigo ni una sola vez
por llorar tanto, por estar tan hundida. Yo sólo quería estar junto a ella, yo
sólo necesitaba pedirle perdón, yo únicamente me conformaba con llorar entre
sus brazos y ansiaba que ella siempre me secase las lágrimas que no dejaban de
brotarme de los ojos. Y Agnes nunca me dejó llorar sola, nunca me negó nada, ni
una caricia, ni un beso, ni una palabra amorosa, nada, no me negó nada pese a
tener el alma tan destruida, pese a estar todavía tan malita, tan delicada. Yo
sé que a ella le afectaba muchísimo verme así, tan triste, pero yo no podía
luchar contra mi desaliento. Me sentía tan mal, tan inmensamente mal que ni tan
sólo podía reconocer que Agnes estaba también muy enferma porque mi ausencia la
había desestabilizado profundamente y porque había tenido que esforzarse
muchísimo por seguir adelante, trabajando en oficios que en nada se relacionan
con su alma sensible, que la destrozaban continuamente, que estaban
enfermándola tanto. Fueron unos meses muy extraños que recuerdo teñidos de
colores grisáceos, pero también fueron meses que nos permitieron empezar a
conocernos realmente, a respetar todo lo que la otra era, a querernos cada día
más. Yo creo que nuestra relación será siempre fuerte porque comenzó en unos
momentos horribles, porque, cuando realmente nos dignamos reconocer lo que
sentíamos, estábamos pasando por uno de los peores momentos de nuestra vida y
porque empezamos luchando contra la tristeza y la enfermedad. Por eso sé que lo
nuestro es tan sincero, tan inmensamente real, porque no es una relación que
oculte las faces más oscuras de la vida; al contrario, las vivimos juntas y las
enfrentamos juntas, y todavía lo hacemos, día tras día, pues Agnes nunca se
curará y siempre vivirá en el vaivén que son sus emociones, siempre tan
cambiantes y tan peligrosamente destructivas. Yo de nuevo creí que la perdería
cuando, en octubre, regresamos de Galicia y justamente empezó a arder casi
todo. Yo creí que no emergería de ese estado de desesperación, que tendría que
permanecer en casa durante un tiempo sin que nada la aturdiese ni la hiriese.
Yo creo que muy pocas veces la vi así, tan descontrolada, tan nerviosa, tan
deshecha. Nunca podré olvidar esos momentos y éstos siempre me aterrarán mucho.
Ya el viaje de vuelta fue horrible. No podía dejar de llorar, continuamente nos
pedía a mi hermana y a mí (pues fuimos con mi hermana Casandra la segunda vez)
que no la alejásemos de su tierra, que no volviésemos a arrancarla de su hogar,
que por favor no nos fuésemos. Yo no podía decirle nada. Sabía que ella era
consciente de que no podíamos quedarnos, de que apenas tenemos ahorros para
comenzar de nuevo otra vida. El alquiler que tenemos que pagar es un poco
elevado y la vida aquí es muy cara y necesitamos ahorrar para irnos a Galicia a
vivir, pero en ese momento parecía como si todos esos razonamientos hubiesen desaparecido,
como si nunca hubiesen existido, y ni mi hermana ni yo sabíamos qué podíamos
decirle para serenarla. Yo recuerdo que, en ese mismo viaje, cuando todavía
estábamos en Ourense, le pedí a Agnes que tuviese paciencia, que teníamos que
ahorrar para poder irnos de aquí y construirnos allí una nueva vida, y ella
aceptó esas palabras con muchísima ilusión, me agarró de las manos y me
prometió que sería paciente, después me abrazó y me dio las gracias, y notarla
tan conforme me dio ánimos, me alivió, pues yo temía mucho el momento de la
partida; pero luego todo eso se esfumó, esa conformidad se evaporó como el humo
en la niebla y sólo quedó en su alma una inmensísima desesperación que no había
forma de calmar. Qué impotente me sentía cuando la veía llorar así, con tanto
dolor. Mi hermana me aseguró muchas veces que jamás había visto a nadie llorar
de ese modo, pero lo peor estaba aún por llegar. Aún recuerdo con horror ese
lunes por la tarde en el que Agnes me llamó cuando estaba esperando el tren de
vuelta a casa y me pidió que le hablase de cualquier cosa, que la distrajese,
que le dijese cualquier cosa que le hiciese pensar en algo, que le hablase de
lo que fuese. Me lo pedía con tanta desesperación que apenas sabía qué decirle.
Comencé a hablarle atropelladamente de cómo me había ido en el instituto, de lo
que me había ocurrido con una alumna, pero sabía que ella no estaba
escuchándome, que tenía la mente en otro pensamiento horrible, en una idea
espantosa que se había apoderado de su alma y de la que ella deseaba huir con
tanta desesperación. Recuerdo que me confesó que se encontraba muy mal, que no
dejaba de pensar en algo horrible, y yo le exigí que se alejase de la vía del
tren y que no fuese hacia el tren hasta que éste apareciese ante ella, y
recuerdo también que me dijo que no quería seguir allí, que tenía mucho miedo,
que no podía ignorar ese pensamiento, esa idea, que no quería vivir así,
sintiéndose tan mal, viendo lo que estaba ocurriendo, y recuerdo también que
empecé a rogarle que no me hiciese eso, que pensase en nuestra vida, que por
favor reflexionase... Y después, cuando al fin se subió al tren, me colgó
diciéndome que ni siquiera podía hablar, que no podía ni pensar en qué debía decirme,
y justo entonces salí corriendo de casa para esperarla en la estación. Llamé a
mi hermana y le pedí que me hablase durante todo el trayecto hacia la estación
(sólo son veinte minutos andando) y le conté que estaba muy preocupada por
Agnes, que creía que tenía una crisis horrible y que estaba muy asustada. Mi hermana
me preguntó si quería que viniese a mi casa para ayudarme, pero yo le dije que
no era necesario que hiciese un viaje tan largo (su casa está a una hora de la
nuestra), que la llamaría en el caso de que la necesitase. Recuerdo que no
podía dejar de preguntarme qué podía hacer por Agnes, cómo podría ayudarla si
se sentía tan mal. El mundo se me caía encima, cada vez más rápido, y su peso
me asfixiaba, pero tuve que tragarme mis nervios y mi desesperación. Tenía que
fingir que me sentía serena, que todo estaba bien por dentro de mí, pues Agnes
lo necesitaba muchísimo. Y sobre todo lo supe cuando me encontré con ella en la
estación. Con sus ojos me pedía tantas cosas, tantas que no supe interpretarlas
todas. Me pedía perdón, me daba las gracias por estar ahí, me rogaba que la
ayudase, pero yo no sabía qué hacer. Recuerdo que, de camino a casa, andaba muy
rápido, sin fijarse en nada. Muchas veces tuve que detenerla cogiéndola del
brazo porque iba a cruzar pasos de cebra estando el semáforo en rojo. Lo único
que me decía era que quería llegar a casa cuanto antes, que quería llegar a
casa, y, cuando llegamos, estalló en un horrible ataque de ansiedad que al
menos le duró una hora, en el que lloró y lloró apretándose contra mí,
abrazándome fuerte, sintiendo que se ahogaba, que no soportaba el dolor que le
presionaba tanto el alma, el pecho, el corazón, todo su ser. La noche anterior,
ya había llorado mucho también y se había puesto muy nerviosa al ver que cada
vez había más incendios en Galicia, pero más o menos conseguí serenarla con una
sesión de Reiki y con una meditación que hicimos juntas para mandar lluvia a
Galicia; pero aquella tarde pensé que no existía ningún consuelo para ella, que
ya no quedaba nada que pudiese calmar esa angustia que tanto la destruía. Lo
único que logré fue que celebrásemos juntas un ritual muy especial para seguir
invocando la lluvia, pero yo sentía que apenas podía concentrarse en lo que
estaba haciendo. Sin embargo, en cuanto nos enteramos de que ya estaba
lloviendo allí, esa profundísima desesperación que ella sentía fue aquietándose
poco a poco y en esas espesas brumas que habían anegado toda su alma se adentró
un rayo de luz que fue templando sus sentimientos y sus nervios. Fue la lluvia
la que apagó los incendios de Galicia, sí, pero también fue la lluvia la que la
salvó de una honda recaída que la habría destruido muchísimo, quizá
irrevocablemente.
Con mi hermana he llegado a hablar de estos momentos, pero todavía no he
desahogado todo lo que yo sentí entonces, todavía no he liberado la inmensa
impotencia que me golpeó el alma cuando vi a Agnes tan deshecha, tan imposible
de calmar. Yo no sé cómo fue capaz de trabajar ese lunes que ella llamó en su
lengua luns de cinzas. Ni siquiera es capaz de hablarme de ese día. Lo único
que me confesó cuando se serenó fue que había pasado todo el día reprimiéndose
las ganas de llorar, que había tenido que ir al baño muchas veces para
desahogarse y que incluso había permanecido sin comer durante todo el día
porque tenía muchas ganas de vomitar. Lo que me sorprende es que nadie se diese
cuenta de lo mal que se encontraba y que le hubiesen permitido trabajar en esas
condiciones, sintiéndose tan incapaz de enfrentar ese día.
Por suerte, ya no ha vuelto a estar así. Yo temo mucho por ella porque
tampoco me siento capaz de cuidarla como se merece. Se me escapa de las manos
muchas veces, me siento impotente e incompetente, ambas cosas, porque me parece
que su dolor es inabarcable y yo lo único que quiero es hacerle feliz, que esté
bien, que conmigo siempre se sienta protegida y que lo que más le importe y la
sosiegue es que estemos juntas, que estemos viviendo en este lugar, que ambas
estemos felices con lo que tenemos, que es mucho comparado con todo lo que no
tuvimos cuando estuvimos separadas. Además, con mi hermana, hemos construido
sin darnos cuenta una preciosa familia que en realidad es lo único que tenemos.
Agnes y mi hermana son lo único que yo tengo y a mi hermana le ocurre igual;
pero sé que a veces no es suficiente con apreciar todo lo que tenemos. Hay algo
que no nos pertenece y son los sentimientos que nos llenan el alma. Parece como
si tuviesen otra vida, como si pensasen de forma independiente.
Y realmente no quería que esta entrada fuese tan triste. Muchas veces mi
hermana me acusa de embellecer la realidad. Cuando le cuento algo, me pide
varias veces que le diga la verdad y me pregunta por lo que no quiero contar. Y
lo hace porque sabe que yo me callo muchas cosas, porque no me gusta contar lo
que me duele, porque prefiero llorar antes de hablar cuando realmente me
encuentro mal; pero me había propuesto ser totalmente sincera en mi diario y
está costándome muchísimo. Yo no sé si soy así porque así me educaron, porque
me enseñaron a crecer guardándome la tristeza, ocultando la tristeza y la nostalgia.
Y es que para mí siempre ha sido tan sencillo ponerme triste... pero nadie lo
sabe, quizá nadie lo intuya. La gente que me conoce siempre me ve alegre,
sonriente, con ganas de hablar, de participar en lo que sea. Creen que soy muy
activa, que tengo mucha vitalidad y que adoro estar con gente, pero,
francamente, yo no soy así. Yo soy más bien una mujer solitaria a la que le
gusta permanecer sumida en sus pensamientos, a la que le gusta leer durante
horas o pasear por el bosque. La única persona con la que quiero compartir todo
mi mundo es Agnes y también con mi hermana me gusta mucho estar, aunque seamos
tan distintas, pero nos entendemos muy bien y yo no me imagino la vida sin
ella. Por eso, cuando hablo con Agnes de irnos a vivir a Galicia, siento que se
me clava una espinita en el alma al imaginarme que tendré que separarme de mi
hermana. En Galicia solamente estaremos ella y yo y yo sé que a mi hermana la
echaré muchísimo de menos y ella a mí también, sobre todo porque soy su único
apoyo, así me lo confesó muchas veces. Y, cuando ella regresó de su último
viaje, me prometió que nunca más volvería a dejarme sola, por eso ahora está
viviendo más cerca de mí, por eso se ha quedado aquí, porque quiere estar cerca
de mí. Entonces, yo no puedo irme así, sin más, y dejarla sola cuando es una
parte esencial de mi vida. Yo no sé por qué las cosas son tan complicadas. De
veras, no lo entiendo.
Hoy ha sido un día horrible, por eso quizá lo enfoque todo desde este punto
de vista tan triste y desalentador; pero es que de veras hoy es uno de esos
días en los que me pregunto si tiene sentido todo el esfuerzo que hago, si mi
trabajo tiene sentido, si he escogido el camino correcto al estudiar para ser
profesora, si realmente sirve para algo que todos los días me deje la piel
dando clases a personas a las que les importa un verdadero carajo todo lo que
yo pueda decirles, que solamente piensan en beber alcohol y salir de fiesta.
Entiendo que no les importe nada, que estén creciendo en una vida difícil, lo
entiendo perfectamente; pero eso no significa que tenga que aceptar que me
falten al respeto. He intentado hacerme oír, he intentado que comprendan que no
sirve para nada que se rían de mí, pero no atienden a razones. Se ríen de mí
porque, según dicen mis compañeros, soy una mujer muy buena, porque ven en mí a
un ser débil, por mucho que los regañe, por mucho que me enfade. Nunca grito,
nunca los castigo prácticamente, aunque sí les he puesto varias faltas, que las
faltas para ellos son lo más ofensivo, pero no sirve para nada. Los exámenes me
los aprueban por los pelos. Menos mal que solamente me ocurre con esta clase.
Con las demás, todo funciona un poco mejor, aunque me cuesta mucho lidiar con
esos adolescentes que tienen las hormonas tan revolucionadas. Algunos chicos es
que me inspiran una repulsión interminable. ¿También tengo que entender que es
normal que me miren así, de ese modo tan descarado? ¿Y también tengo que
soportar esos comentarios tan lascivos que intercambian entre ellos? De veras,
a veces pienso que nada de esto merece la pena, que debería irme de ese
instituto, mandarlo todo a hacer puñetas, directamente, y pasar de todo; pero
entonces todo lo que estudié caería en saco roto, habría sido en balde tanto
esfuerzo, tanto sacrificio, tantas horas dedicadas a la carrera que siempre
soñé estudiar. Además, desde que era pequeña, ser profesora fue mi sueño, pero
lo era en un mundo como el que me rodeaba, no en esta asquerosidad de presente
en el que cada vez hay menos valores. Y ahora un grupo de adolescentes
maleducados está derrumbando mi sueño y está convirtiéndolo en una pesadilla.
Agnes me recomienda que no permita que ellos me amarguen la vida, y tiene
razón, pero me cuesta mucho impedir que su energía tan dañina me influya.
Además, ella es la menos indicada para darme consejos en ese aspecto porque a
ella también le afectan muchísimo esas llamadas complicadas de personas que
están tan cabreadas, que no saben controlar su forma de hablar y que no se dan
cuenta de que la persona que tienen al otro lado del teléfono no tiene nada que
ver con su problema.
En fin, creo que por hoy lo dejaré. Tenemos que salir. Ya seguiré
escribiendo en otro momento.
Con esta entrada me viene una palabra a la cabeza "desahogo". Esto ha sido casi una terapia para Artemisa. Su relato ha sido muy emotivo, desesperado,...casi como un grito agotado de no poder más. Ella es una mujer fuerte, por lo que sin preverlo es el pilar de la relación, la que puede con todo. Ella es igual de sensible que Agnes, sufre y siente las cosas yo diría que de una manera casi igual que ella, por lo que a veces siente que no puede más.
ResponderEliminarAunque Agnes es compleja, demostró estar a la altura cuando ella lo estaba pasando tan mal con la muerte de Gaya. Aunque luego sea Artemisa la que mantenga la calma en la relación, sabe que ella es capaz de sobreponerse y estar ahí cuando se la necesita.
El eterno problema de Agnes es la eterna añoranza que siente por su tierra y no poder volver. Para ella no vale eso de ser ciudadano del mundo, que la felicidad está en ti mismo, no en el lugar que te encuentres y con la gente que amas. Ella tiene una necesidad casi cósmica de volver a su tierra, solamente viviendo allí será feliz. Esa es una realidad, por lo que a Artemisa no le queda otro remedio que aceptarlo. Es curioso, allí no le espera nadie, tendría que empezar de cero (aunque esté su tío), pero no entiende la vida si no la vive allí.
Debe ser duro para Artemisa intentar animarla y saber que nada de lo que haga la haré realmente feliz, que nada calmará su pena por no vivir en Galicia. Al menos la lluvia calmó el fuego y también la tristeza de Agnes, aunque sea un poco.
Pobre Artemisa, lo que tiene que aguantar en el trabajo. Todo eso me suena mucho, por las cosas que me ha contado Inma, y no es nada fácil sobrellevar el trabajo con tantas trabas. Yo no sé si podría soportarlo, a todos esos niñatos descerebrados que están salidos y solamente piensan en beber, drogarse, sexo y reggeton, ¡puaaj! Ella es capaz de aguantar mucho, lo hace con la pena de Agnes y con los alumnos, pero...a veces es imposible no explotar, y esta entrada ha sido ideal para desahogarse.
Lo de los teléfonos imagino que debe ser así, hoy en día todos tienen uno. Tiene mucha razón cuando dice que antes podíamos vivir perfectamente sin teléfono y que siempre encontrábamos formas de divertirnos. Nosotros con los personajes (Megara y compañía), dibujando largas horas, jugando al parchís, cantando, escuchando música, haciendo programas de radio...La imaginación es la herramienta más poderosa, mucho más que un teléfono móvil.
Ha sido una entrada triste en la que descubrimos a una Artemisa desesperada, cansada de la vida y muy pesimista, pero yo creo que todos estamos así cuando vivimos un mal día y explotamos. Espero que las cosas vayan mejorando para ella y Agnes.
"Hoy ha sido un día horrible"... sí, esa es la espoleta que desata el comentario de Artemisa, y es verdad que esos días existen, jornadas negras en que todo sale del revés, no das una, y hasta los objetos parecen aliarse malignamente contra nosotros para que todo resulte peor y más difícil. Pero claro, sabemos que eso son juegos de nuestra mente, siempre hay algo interno que nos hace a ver así las cosas, y posiblemente otra persona no lo tomaría todo tan negativamente, o incluso nosotros mismos en otras circunstancias no veríamos las cosas tan negras. Por ejemplo, aunque estoy totalmente de acuerdo con ella en el asunto del abuso que hay con los móviles por parte de los jóvenes, lo cierto es que cuando era niño siempre escuchaba que los mayores decían cosas muy parecidas, aunque se refirieran a realidades muy diferentes: que si antes se vivía con más tranquilidad, que si ya no hay respeto, que no sabemos lo que es importante, que estamos escuchando música horrible y solo nos importa el consumo... es posible que cada generación perciba que eso es cierto respecto de los que vienen para sustituirla, con independencia de los usos y costumbres concretos de cada uno.
ResponderEliminarArtemisa no solo tiene encima todo lo malo que le pasa a ella: carga con los pesares de Agnes, así que todo se le mezcla, Galicia, el instituto, la muerte de Agnes... indudablemente es alguien con muchísima sensibilidad, y eso supone que todo le afecta mucho. Ojo, ella misma es consciente de que lleva un año entero viviendo felizmente con Agnes, pero se ve que está en uno de esos puntos vitales donde nos parece que lo negro es lo que domina. Todo el capítulo Artemisa nos muestra la diferencia entre el mundo interior, entre lo que ella realmente es, o al menos cómo se ve a sí misma, y cómo la ven los otros, y es verdad que muchas veces la diferencia es abismal. Solo con Agnes puede ser más o menos como quiere sin tener que violentarse tanto... de lo que no cabe duda es que esta entrada nos muestra a una Artemisa más auténtica, aunque sea también más atormentada, o tal vez precisamente por eso. Me quedo con esta imagen de autenticidad, de ser humano que no es perfecto pero sí es real.