Escribo
tan seguidamente porque me moría de ganas de explicar que ayer hablé con Agnes,
con mucha tranquilidad y sinceridad, y ya no me siento como ayer, tan triste y
extrañamente asustada, tan temerosa de perderla. Antes de irnos a dormir, le
pedí que necesitaba hablar con ella seriamente, que no podía dejar pasar más
tiempo, y ella me escuchó, escuchó todo lo que necesité decirle. Le confesé que
estaba asustada, que últimamente tenía todo el tiempo la sensación de que en
cualquier momento ella se iría y de que no dejaba de herirla ni de equivocarme
con ella. También le expliqué que, la última vez que estuvimos en Galicia, no
dejé de tener miedo a que ella se alejase de nosotros en cuanto menos nos lo
esperásemos y que no dejé de tener en ningún momento la intuición de que no
volvería con nosotros. Ella no me interrumpió en ningún momento, solamente me
sonreía y de vez en cuando me preguntaba si de verdad creía eso, si de verdad
pensaba y me sentía de ese modo. No pude evitar ponerme a llorar incluso, no
pude, porque exteriorizar delante de ella esos miedos que llevan torturándome
desde hace tanto tiempo era algo muy intenso para mí y además esa confesión no
solamente estaba hecha de palabras y de sentimientos que llevo tanto tiempo
experimentando, sino sobre todo de un cierto pánico al futuro y de sobre todo
un pánico a acabar siendo lo que yo no quiero ser nunca para ella. Le confesé
también que no sabía cómo hacerla feliz y entonces ella sí me interrumpió y me
dijo, sonriéndome con mucho cariño, que ella nunca sería capaz de irse a
ninguna parte sin mí. No sé si podré explicar de forma ordenada todo lo que me
dijo, pero lo voy a intentar. Me reconoció que es cierto que está aquí única y
exclusivamente por mí, que nada la ata a este lugar, solamente yo, y que yo soy
la fuerza que tira de ella cuando tenemos que volver de Galicia, que, si por
ella fuera, pues no volvería, pero estoy yo y me dijo que es totalmente incapaz
de vivir sin mí. Me dijo que ya sabía qué era vivir y estar sin mí y que eso no
quiere volver a experimentarlo nunca más, que nunca más quiere volver a estar
sin mí, y que es totalmente incapaz de renunciar a mí o de abandonarme. Yo le
pregunté muchas veces si era verdad lo que me decía, si de verdad nunca me
dejaría, si podría aguantar vivir aquí durante algún tiempo, y ella me dijo que
hasta ahora lo había hecho, que le dolía que yo sintiese ese miedo y esa
inseguridad, que no quería que yo dudase de lo que ella siente por mí. Me contó
que, cuando me esperaba, cuando vivió esa época tan oscura y rara en la que
compartió piso con mi hermana, yo era lo único que le hacía abrir los ojos
todos los días, aunque, según me dijo ella, cada nuevo día era una tortura,
algo vacío a lo que no le apetecía nada enfrentarse. Pensaba en volver a
Galicia, pero ni siquiera tenía ánimo para confiar en sí misma y no quería
alejarse de mí. Me dijo que la esperanza de que yo volviese era lo único que
más o menos la mantenía respirando, ya no viviendo, porque, como me dijo, vivir
así no era vivir, pero que por lo menos tenía la seguridad de que yo volvería,
y me dijo que eso es muy importante, que ella confía en mí plenamente y que eso
no va a cambiar nunca. Sí me reconoció también que aquí se siente morir y que
sigue aquí porque yo estoy aquí, porque estamos juntas, pero lo único que le
importa de este lugar soy yo, que por lo demás le da todo igual, que es verdad
que últimamente le cuesta mucho aguantar estable durante días enteros, que se
siente frágil, que en cualquier momento tiene la sensación de que su alma se va
a desvanecer y que toda ella se convertirá en polvo que el aire puede arrastrar,
que muchas veces se descubre anhelando que todo desaparezca cuando, por
ejemplo, va caminando por la calle y se ve rodeada por mucha gente o cuando en
el tren se da cuenta de lo vacío que es para ella su alrededor, pero siempre
piensa en mí y más o menos eso se le calma, esa sensación de nula pertenencia
al mundo en el que se encuentra se calla por unos momentos.
Fue
una conversación que me ayudó muchísimo, la verdad. Le confesé que necesitaba
hablar así con ella y ella me dijo que, por supuesto, las cosas siempre hay que
hablarlas, y también me dijo que no le tuviese en cuenta que estuviese así, tan
ausente, que ni siquiera ella misma se daba cuenta de que el mundo que la rodea
requiere más atención de ella de lo que ella puede ofrecer. Me dijo que no se
encontraba muy bien, pero que no me preocupase, que no estaba asustada ni nada,
simplemente es paciente consigo misma y espera que todo vaya calmándose. No
lloró mientras me decía todo eso, pero sé que poco le faltaba para hacerlo. Le
brillaban los ojos y de vez en cuando los cerraba, pero aguantó, tal vez porque
sabía que, si ella lloraba, yo acabaría derrumbándome más y lo que ella quería
sobre todo era darme fortaleza y de hecho así lo hizo, me la dio, porque hoy me
levanté sintiendo que todo brilla, que nada es tan difícil... pero sigo
sintiéndome muy culpable porque sé que Agnes no es feliz aquí y soy yo la única
realmente que la retiene en este lugar; pero, si alguna vez nos vamos a vivir a
Galicia, entonces nos quedaremos allí para siempre, no creo que volvamos, por
eso pienso que es justo que vivamos aquí el tiempo que nos corresponda estar
aquí, y vivir con paciencia, disfrutando de todo esto, que tenemos una casa muy
bonita, adornada a nuestro modo (a pesar de que no es nuestra ni los muebles
que hay aquí tampoco lo son), vivimos en un lugar que tiene todo lo que podemos
necesitar, incluso hay bosques cerca (bosques de los que Agnes no se aprovecha
apenas, curiosamente) y, bueno, tenemos muchas amigas, aunque sinceramente son
más mías que suyas, pues ella no tiene confianza con nadie, no le tiene
confianza a nadie, por mucho que alguna de ellas ha intentado hacerse un
huequito en su corazón, casi de modo banal; pero yo sí me siento muy unida a
los compañeros de trabajo y sobre todo a una amiguita que quiero mucho, que se
llama Ariadna, y luego a la gente del templo, con la que de vez en cuando
quedamos para tomar algo, para pasear o celebrar algún ritual (aunque
últimamente casi no quedamos para eso). Quiero decir que yo siento que aquí lo
tenemos todo, pero, claro, a ella le falta más de la mitad de su ser y eso yo
no me siento capaz de remediarlo, al menos ahora.
Pero
por lo menos conseguimos, con la conversación de anoche, deshacer ese miedo que
a mí me torturaba tanto y también conseguí destruir la delgada barrera
invisible que ella había construido entre nosotras; una barrera que a veces
parecía no existir y, en otras, era lo único que yo notaba, esa barrera que la
alejaba de mí y me impedía mirar de verdad a Agnes a los ojos. Pocas personas
saben introducirse en su mirada como yo y creo que puedo afirmar sin
equivocarme que soy la única que sabe adentrarse así en su mirada, sin sentir
miedo, sabiendo entender perfectamente lo que siente y lo que piensa en ese
momento. Pues esa barrera me impedía sumergirme en sus profundos ojos negros y
eso me dolía tanto que era incapaz de digerir ese impedimento, la verdad.
Pues
en general eso es todo lo que quería contar. No quería alargar el momento de
escribir porque me sabía muy mal que lo último que escribí estuviese tan lleno
de negatividad y tristeza. No obstante, sé que esta calma que nos envuelve
puede ser muy frágil. En cualquier momento puede quebrarse, aunque ahora
parezca que todo está bien. Por cierto, conseguí solucionar lo de ese viernes
que tenía que pedirme para poder ir con Agnes a Galicia. También le confesé
anoche que no quería que fuese sola a Galicia, le confesé que sabía que, si se
iba sin mí, no iba a volver, y entonces fue cuando ella me dijo que sería
incapaz de abandonarme así, aunque pongo entre comillas sus palabras. No me
quiero imaginar lo que ella sentiría al saber que tiene ante sí la posibilidad
de no volver si no quiere, de quedarse si no se sube a ese avión que puede
devolverla a su casa. Entonces me dijo que ella me necesitaba para volver, que,
al menos, cuando volvemos de Galicia, si estamos juntas, ella puede apoyarse en
mí, a pesar de que igualmente se le destroza el alma cuando tenemos que
regresar. No sé qué creer. Yo conozco a Agnes mejor que nadie, posiblemente,
pero mi sexto sentido no funciona con ella. No puedo adivinar nada cuando
intento intuir lo que va a pasar entre nosotras o consigo misma, solamente. No
sé cuánto tiempo puede durar esta quebradiza conformidad. Tampoco nadie sabe
aconsejarme de verdad. Todo aquél a quien le cuento lo que estoy viviendo con
ella me escucha y me hace sentir que al menos no hablo para las paredes, pero
nadie, nadie, ni siquiera mi hermana, sabe decirme lo que debo hacer o cómo
puedo hacerlo. Yo me siento una ignorante en estos momentos de mi vida. A lo
mejor me siento así porque no existe el consejo adecuado para estas
situaciones, porque simplemente tenemos que responder a lo que queremos sin
fijarnos en nada, pero la vida no es tan fácil, para nada, al contrario. Si
intentamos dejarnos llevar por lo que queremos, tenemos que luchar contra todos
los obstáculos que nos encontraremos por el camino porque nada es fácil, nada.
Sin embargo, cuando pienso en estas cosas, enseguida me acuerdo de lo que me
costó aceptar que estaba tan irrevocablemente enamorada de Agnes. Me costó
mucho tiempo de lucha interna entre lo que soy y lo que no quería ser, entre lo
que sentía y lo que no quería sentir. Cuando al fin reconocí que, por mucho que
lo intentase, no podía huir del amor que sentía por ella, fue cuando decidí
enfrentarme a la vida y volver de esa isla en la que había un montón de
dificultades para vivir como por ejemplo la escasez de comida (dependíamos de
nuestras cosechas para comer y del poco dinero que conseguíamos ganar en las
distintas ferias a las que asistíamos, dinero que se nos iba prácticamente en
su totalidad pagando el alquiler del sitio en el que poníamos nuestros
puestos), pero donde la mayor dificultad para mí era vivir lejos de Agnes, día
tras día despertar sin ella, sin poder saber cómo estaba, sin tener la
oportunidad de asegurarme de que estaba bien. Ésa fue para mí la mayor
dificultad. Por eso no quiero estar sin ella nunca más, y ahora mucho menos que
sé lo que es tenerla plenamente, estar con ella, despertar con ella, dormirme
entre sus brazos, sentirla conmigo en la noche, poder contar con ella para
todo, hablar con ella durante horas sin sentir que tenemos que dejar de
hacerlo, compartir con ella nuestras aficiones, nuestros pensamientos, nuestros
sentimientos, cualquier cosa que nos emocione, que nos haga reír o llorar,
saber que mis días se componen de su presencia, de su voz, de sus miradas, de
sus caricias, de su acento, de su idioma, de su inmenso cariño, de su profunda
dulzura, de su sabiduría, de su tranquilidad... Yo no puedo vivir sin todo eso,
no puedo, definitivamente no podré nunca.
Y
hay veces en las que de repente me pongo a llorar por cosas que todavía quedan
muy lejos. A veces me da por pensar en cómo será la vida cuando ella se vaya
definitivamente, cuando la vida avance y avance hasta llevarnos al momento
irrevocable de nuestra vejez y ya no podamos volver atrás para disfrutar una
vez más de la vida, cómo será saber que se nos agota el tiempo que podemos
compartir, que cada vez nos quedan menos noches por vivir, menos amaneceres en
los que despertar, menos sonrisas que compartir, cómo será cuando yo sienta que
ella se va y me quedo sola en el mundo, sola, porque puedo estar rodeada de
mucha gente, puedo conocer a muchas personas con las que me avengo, pero ella
es quien más me completa, es quien le da luz a mis días, es con quien mejor me
entiendo, es quien mejor me entiende y puede acogerme... La conexión que tengo
con ella es infinita, es inquebrantable, es algo que ya se completó hace mucho
tiempo y que ya no podrá volverse más fuerte porque ya llegó a ser lo más
completo que tengo en mi vida y que jamás tuve. Es algo tan sólido como mi
propio cuerpo; el que no puede deshacerse sin que yo muera. Es algo así, algo
que me haría morir si desapareciese.
Sé
que Agnes morirá antes que yo. No sé si lo hará en Galicia (eso también lo
deseo yo con mucha fuerza), pero sé que se irá poco a poco y en silencio
mientras yo le sostengo la mano y que de repente, como me ocurrió cuando Gaya
murió a mi lado, dejaré de sentir la leve presión que ella ejercía sobre mis
dedos, sentiré el preciso instante en el que ella me soltará de la mano para
siempre, absolutamente para siempre, ese momento en el que ya su mano no tendrá
vida, no tendrán vida sus ojos y su voz se apagará para el resto de la
eternidad. He visto muchas veces ese momento entre los mensajes de los Arcanos,
en mis sueños, incluso en alguna visión fugaz que he tenido en alguna
meditación. Sé que ese momento existe y cuando lo evoco, como si lo hubiese
vivido, siento que mi interior se desgarra. No soporto su tristísima belleza.
Y
puede que haya vivido algún momento parecido junto a ella en algunas de las
vidas que sé que hemos compartido en algún momento de la eternidad. Yo sé que
Agnes y yo estuvimos juntas antes y no una, sino más de dos veces, y eso es
innegable. Ambas lo sabemos. Ella sí pudo descubrirlo en algunas regresiones
que Gaya la ayudó a hacer, incluso cuando ni siquiera sabía que yo existía.
Ella no sabía quién era yo, sólo me veía en esos momentos junto a ella y sentía
que me quería, me quería muchísimo y de verdad, como ahora. Cuando me habla de
esas regresiones, me quedo tan helada que a veces me cuesta creer que de veras
la vida pueda llegar a ser tan mágica. Ella me describe tal como me veía en
esos momentos y es que soy yo, no cabe ni la menor duda. También me estremezco
muchísimo cuando ella me cuenta lo que sintió al saber que yo existía todavía y
que había vuelto junto a ella, al saber que estaba a punto de introducirme en
su mundo. Es algo tan fuerte que ninguna de las dos sabemos experimentar
realmente todo lo que se desprende de esos hechos.
Y
cuando nos miramos a los ojos por primera vez, yo también sentí esa corriente
invisible y tan fuerte que siempre nos unió, ese lazo que estuvo vivo aún
cuando existía la muerte, cuando ninguna de las dos estaba viva todavía otra
vez; pero yo no supe digerir esa sensación y a ella esa sensación la enloqueció
por lo intensa que le parecía, por cómo le desgarraba el alma, por el horrible
miedo que ella me tenía. Yo no sé por qué ella estaba tan convencida de que yo
podía hacerle daño, aunque después me reconoció que lo que más la aterraba era
mi rechazo. Ella estaba convencida de que yo la rechazaría si me enteraba de
que habíamos estado juntas en otro momento de la Historia y si sabía que ella
todavía me amaba como si nunca hubiese muerto y sobre todo lo que más la
aterrorizaba era que yo descubriese que estaba enferma, que no era la misma
mujer con la que había compartido tantas cosas hace tantos años.
Yo
no sé cómo habría reaccionado en esos momentos si alguien me hubiese contado lo
que había ya entre Agnes y yo. No lo sé, pero también tengo que reconocer que
en esos momentos yo ya sentía algo muy fuerte por ella y que ese sentimiento me
asustaba también mucho. No era capaz de reconocer lo que sentía, me escondía de
ese amor y disfrazaba de miedo hacia ella esa emoción tan bonita que habría
podido hacernos tan felices. Agnes siempre me pareció fascinante, incluso
cuando más enferma estaba, cuando lo único que veía en sus ojos cuando la
miraba era tristeza y miedo, cuando en su mirada yo captaba cuán tergiversada
estaba para ella la realidad, nuestra realidad. Y hay muchos momentos que ni
ella ni yo hemos sido capaces de explicar jamás ni de compartir nunca con
nadie. No están plasmados en ninguna parte porque tal vez no tengan explicación
dentro de este mundo lógico, pero yo puedo recordar muchos momentos efímeros en
los que pensaba que alguna de las dos rompería esa frontera que nos separaba y
reconocería lo que tanto nos dolía, pero ninguna de las dos fue capaz de
hacerlo nunca.
Y
recuerdo especialmente esa noche en la que Agnes compartió con el aquelarre El
fuego de Hécate el último ritual de su vida. Creo que después de ése, ya no
asistió a ninguno más y creo que, a partir de esa noche en la que todos la
rechazaron tan cruelmente, el aquelarre comenzó a desintegrarse. Pues yo estuve
a punto de defenderla con más fuerza delante de los demás. Lo hice, pero tenía
tanto miedo a que Gaya, Neftis o Gilbert se diesen cuenta de que estaba loca
por Agnes que no fui capaz de vencer mis miedos; pero de verdad, si hubiese
sido más valiente, la habría cogido de la mano y la habría arrastrado hacia
algún rincón en el que no hubiese ni una sola gota de rechazo y de desconfianza
hacia ella; pero el miedo es la fuerza más paralizante, es mucho más fuerte que
cualquier cosa que existe, y el miedo me venció totalmente. Ese momento era
crucial, podría haber sido la frontera que separaba la oscuridad de la luz, era
el preciso instante en el que todo podría haber cambiado, y no cambió por culpa
mía.
Y
cuando ella se fue así, con tanto dolor, albergando en su corazón tantas
grietas sangrantes, con los ojos llenos de rabia, de impotencia y de
desolación, también ansié salir corriendo tras ella, pero sin embargo me fui
corriendo hacia mi cabaña y era tal el miedo que sentía (no sé a qué temía
tanto, la verdad) que me perdí. Ella apareció como si hubiese caído del cielo,
pero junto a la noche yo la percibía como la Diosa de Samhain, imponente y
poderosa, cuando en realidad ella estaba tan deshecha y asustada como yo.
Recuerdo percibir un leve rayo de inseguridad en su voz y en su mirada y cómo
luego ese rayito se convertía en una fortaleza que ella no tenía en absoluto y con
la que se disfrazó para parecer valiente y poderosa delante de mí, pero no sé
quién de las dos estaba más deshecha, porque sé que ella también me tenía mucho
miedo, inverosímilmente, miedo a mí, miedo al daño que yo podía hacerle si no
la trataba como tanto esperaba, y por eso su mente, la que estaba ya tan llena
de dolor y decepción, se esmeró en hacerle creer que lo mejor que podía hacer
era actuar de cualquier forma posible para alejarme de ella, solamente para
eso, para evitarse mi rechazo, para evitar que yo la hiriese de verdad en el
alma.
En
fin, son momentos que más bien parecen parte de un sueño, pero existieron, y,
aunque sean tan duros, en verdad me gusta recordarlos porque son la muestra de
que lo nuestro nunca fue normal ni cotidiano, ni siquiera parece verosímil. Y
debo reconocer que me gusta haber vivido todo eso, aunque desharía si pudiese
el inmenso sufrimiento que Agnes tuvo que vivir. Y me gusta haber vivido eso,
en realidad, porque creo que es muy enriquecedor conocer hasta dónde puede
llegar una enfermedad de la mente, hasta qué punto puede desvanecerse la razón,
hasta dónde podemos llegar cuando no estamos bien, cuando se escapa nuestra
salud. Y el hecho de que Agnes haya superado todo eso (yo no habría superado ni
la mitad de lo que ella ha vivido) demuestra que estoy junto a la persona
posiblemente más fuerte con la que pude cruzarme en mi vida. Aunque no lo crea,
ella es muy fuerte, muy fuerte y valiente, y así mismo se lo dije anoche, que
la admiraba, que para mí no había nadie más valiente y fuerte, aunque
necesitaría escribírselo con sangre en el alma para que se lo creyese.
Y
me da pena, realmente, que todo acabase tan mal, que Gilbert y Gaya al final se
equivocasen tanto con Agnes. Me da pena porque sé que eso a ella nunca se le
irá del alma, por mucho que haya sabido perdonarlos. Ella no le guarda rencor a
nadie, pero esa herida que tiene en el corazón creo que nunca podrá desaparecer
definitivamente, y sobre todo porque, cuando le das toda tu confianza a
alguien, duele muchísimo que ese alguien de repente deje de entenderte y de
cuidarte. Y me duele porque sé que ninguno de los dos, ni Gaya ni Gilbert, eran
malas personas y sé que la querían, pero no supieron enfrentarse a lo enferma
que estaba, y creo que fue injusto también que El fuego de Hécate se deshiciese
de ese modo. Creo que éramos una gran familia. Yo guardo muchos recuerdos
bonitos de la época que viví con ellos. Es curioso también que todo haya
quedado tan atrás. Agnes y yo parecemos las únicas supervivientes de una vida
que pareció un sueño, que solamente parece existir en nuestros recuerdos, como
si nadie más pudiese evocarla, y es que en realidad es así. Ya no queda nadie,
al menos en nuestro entorno, que pueda recordar lo que fue ese aquelarre.
Quedan amigas que de vez en cuando me escriben, pero ya no es lo mismo. Ni
siquiera saben que Agnes y yo estamos juntas y no sé cómo reaccionarían si se
enterasen, qué cara se les quedaría al saber que esa persona que juzgaron con
tanta crueldad es la persona más buena y mágica que yo he conocido jamás;
aunque sé que Agnes sintió mucho más la disolución de ese aquelarre que yo
porque para ella sí fue el principio de todo. Qué lejos queda ya todo eso, qué
estremecedor es saber que nuestra vida se compone de etapas tan diferenciadas, tan
distintas, que tan poco tienen que ver las unas con las otras.
Y
creo que ya voy a dejar de escribir. Escribí mucho más de lo que me imaginaba y
esperaba. Seguiría escribiendo hasta la noche si hiciese falta, reflexionando
sobre tantos pensamientos que guardo en mi ser, pero entonces nunca se me
agotarían las palabras.
Es muy bonito que sean capaces de hablar, de confesarse todos sus miedos y sentimientos, pero lo mejor es que sepan escuchar y se comprendan. Es terrible cuando tienes preocupaciones o miedos y no lo puedes hablar con tu pareja...ese muro que se crea es casi imposible de tirar si no se reacciona a tiempo. Ellas tienen ese poder de hablar, de abrir su corazón.
ResponderEliminarQueda demostrado que Agnes no se iría sin Artemisa, al menos se queda más tranquila. Eso sí, sigue estando igual de mal y desesperada por volver. Otra cosa por la que Artemisa puede estar tranquila es por poder acompañarla a Galicia. Aunque ella ya le ha dicho que no se iría sin ella, estando allí la cosa cambia, teniendo la posibilidad de no volver la tentación es muy grande. Ella misma lo reconoce y por eso es bueno que la acompañe. Aunque todo esto para la seguridad de Artemisa, para su bienestar, que quizás a Agnes le vendría bien quedarse allí definitivamente, aunque estén separadas.
¿Agnes morirá antes que Artemisa? Puff, debe ser horrible ser consciente de ello. No es que quiera que Artemisa muera antes que Agnes, es simplemente lo triste que es saber algo así. Es preferible, al menos en mi opinión, no saber nada, y que llegue el momento cuando tenga que llegar. Espero que al menos quede mucho para ese momento.
Los recuerdos que comparte Artemisa son agriculces. Tiene toda la razón, Gaya y Gilbert eran buenas personas (digo eran, no sé que habrá sido de Gilbert, al menos no lo recuerdo), pero se equivocaron tanto...Recuerdo la rabia que me daba cuando hacían cosas que perjudicaban a Agnes. La engañaban sabiendo que la herían, que no le convenía. Eran inconscientes y a pesar de ser muy sabios, con ella fueron muy torpes. No todo fue malo, es verdad que ellos la ayudaron también en muchas ocasiones, y yo creo que con eso hay que quedarse.
Una entrada intensa en la que Artemisa abre su corazón. Veremos como van sucediendo las cosas, ahora parece todo más calmado.
¡¡Me encanta, Ntoooooooch!!
Este capítulo para mí vuelve, una y otra vez, al asunto del paso del tiempo, algo que rehuimos cotidianamente, no nos resulta agradable, y sus consecuencias son terribles. El tiempo es algo muy raro, porque no es reversible, a diferencia de tantas y tantas cosas que tienen su contraria: el hambre, el movimiento, las pasiones... solo el tiempo parece avanzar inexorable arrastrándonos en su movimiento. Recordar y tener premoniciones del futuro son así dos actividades en cierto modo iguales, porque se mueven fuera de nuestro presente. Al principio Artemisa tiene una preocupación en mente, que podría resumirse con solo una frase: "¿Qué harás?". Teme que Agnes finalmente escape dejándola sola. Agnes le asegura que no, necesita estar con ella tanto como Artemisa quiere su compañía, pues ambas tienen su futuro entretejido... pero, ay, los hilos del destino nunca son igual de largos, y al final una de las dos quedará sola, según la intuición de Artemisa, ella misma. Y piensa en envejecer como en algo ajeno, algo que en realidad formará parte de su vida, sí, pero no en este momento, dice: "cuando la vida avance y avance hasta llevarnos al momento irrevocable de nuestra vejez y ya no podamos volver atrás para disfrutar una vez más de la vida, cómo será saber que se nos agota el tiempo que podemos compartir, que cada vez nos quedan menos noches por vivir, menos amaneceres en los que despertar, menos sonrisas que compartir, cómo será cuando yo sienta que ella se va y me quedo sola en el mundo". Y no se da cuenta de que ya han llegado esos días y esas noches, ¿acaso cada amanecer no es uno menos en la lista? ¿acaso cada día que vivimos no es uno menos por vivir? Eso es lo que más nos molesta: todos estamos muriendo.
ResponderEliminarEvocar el pasado, y pensar en el futuro. El fuego de Hécate, Gaya y Gilbert, y por otro lado Galicia, y los últimos años de soledad; en realidad nada de todo eso existe para ellas, lo único eterno es el ahora, que se tienen, que se quieren. Lo único que pueden hacer es vivir. Y nosotros también.