Viernes, 10 de mayo de 2019
Hace días que
necesitaba escribir, pero no me he atrevido a hacerlo porque escribir en mi
diario significa darles forma a mis miedos, verbalizar mis pensamientos y poner
en palabras los sentimientos que me anegan el alma y que tanto me descontrolan
y entristecen. Escribir en mi diario es algo que me cuesta mucho hacer porque
no se trata de algo superficial. No escribo sobre las cosas rutinarias de
nuestra vida, sino de la maraña de emociones, miedos y pensamientos que tengo
por dentro. Escribir en mi diario es mirar dentro de mí y ponerles nombre a
esos temores que me hacen temblar. Cuando me siento llena de luz y energía, no
me resulta nada difícil escribir en mi diario, al contrario; escribir es algo
que me apetece mucho hacer. Me llena mucho el alma convertir en palabras mis
sentimientos, mis impresiones y mis deseos; pero, cuando no me encuentro bien
anímicamente, huyo de la posibilidad de expresar lo que siento. Soy cobarde
porque no me atrevo a enfrentarme a mis sentimientos, pero no puedo eludir eternamente
la obligación que yo misma me impongo de hablar sobre mi vida.
Tengo miedo porque la
semana pasada y durante algunos días de ésta nos ocurrieron hechos muy extraños
y experimenté unos miedos atroces que hacía mucho tiempo que no sentía. Es más,
estaba totalmente segura de que no volvería a sentirlos viviendo aquí en
Ourense, pero esos miedos regresaron y esta vez creí que se convertirían en mi
única realidad. Hacía mucho tiempo que no sentía tanto pánico a perder a Agnes.
Pensaba que la perdería. Creí que no volvería con nosotros, que se desvanecería
en esa realidad antigua que la atrapa y que tendría que despedirme de la
persona que más amo del mundo. Creí que habíamos perdido a Agnes, pero,
afortunadamente, no ha sido así y ruego por mi vida que nunca lo sea.
El sábado pasado creo
que fue un día clave en la vida de Agnes y también en la mía. Ese día supuso un
antes y un después para ella. Yo experimenté ese día todo el miedo que no he
sentido en meses.
Ahora estoy en la
aldea, rodeada por el poder y la tranquilidad de la naturaleza ourensana. Me
siento capaz de hablar de todo esto porque la naturaleza me incita a hacerlo.
El río parece pedirme con su silencioso cauce que exprese lo que siento, que
exteriorice lo que llevo por dentro, todo eso que he estado callándome durante
estos días. A Agnes le he hecho creer que estoy tranquila y que confío en su
recuperación; pero la única realidad que reina en mis días es que estoy
completamente aterrada. Sin embargo, parece que todo ha vuelto a su cauce.
Desde este lunes, Agnes está distinta. Su manera de actuar no se asemeja en
absoluto a la que la dominó la semana pasada. Está contenta, la noto feliz, veo
que le brillan los ojos, ríe más, por fin, come cada vez mejor, la veo trabajar
con ganas, experimento en mí la fuerza de la preciosa energía que le llena el
alma. Está alegre, optimista, bromista, tal como ella es. Ha vuelto. Agnes ha
vuelto, al fin; pero me da mucho miedo confiar en que está ya del todo bien
porque tengo la sensación de que esta tregua que su enfermedad le ha dado es
frágil. También me he planteado la posibilidad de que esta buena energía que
ahora la domina no sea más que otro síntoma de la terrible enfermedad que la
ataca y que la amenaza con destruirla para siempre, pero quiero confiar en que
todo irá bien, al fin. Quiero creer que esta horrible crisis que ha sufrido ha
sido muy necesaria para que pudiese conocerse a ella misma. Quiero creer que la
crisis ha pasado y que de nuevo tendré a mi Agnes conmigo, la Agnes que tanto
amo.
La semana pasada,
creí que la perderíamos, que tendríamos que llevarla al hospital, pero no sólo
porque su estado anímico empeorase, sino también porque estuvo más de tres días
sin poder comer nada. Al principio, ella se excusaba diciendo que no se
encontraba bien del estómago. También sufría mareos muy extraños e incluso se
desmayó en la cafetería en más de una ocasión. Me decía que estaba cansada y
que no se encontraba bien. Yo la creí, evidentemente, porque, además, el
aspecto físico que tenía concordaba con lo que ella me contaba; pero, al final,
ella acabó confesándome lo que le ocurría de verdad. Al principio, me costó
creerla. Incluso se me pasó por la cabeza que esas explicaciones fuesen una
paranoia. Me contó que, de repente, la mente se le llenaba de visiones de las que
no podía huir. Me dijo que estaba totalmente convencida de que esas visiones
eran recuerdos de sus vidas pasadas. Alguien que no conoce bien a Agnes,
enseguida, pensaría que Agnes deliraba, que estaba perdiendo la cabeza; pero yo
la conozco bien. Conozco sus dones, sus habilidades, sé que es la persona más
mágica y especial que existe. Por eso soy incapaz de dudar de ella. Por
supuesto que creí lo que me decía. La veía tan segura de sus palabras que en
ningún momento se me ocurrió dudar de la veracidad de lo que me explicaba.
Además, era cierto que no podía comer. Cada vez que tenía ante sí algún
alimento, se le revolvía el estómago y vomitaba sin poder evitarlo. Yo la he
visto sufrir esta crisis mejor que nadie. La he visto delirar de fiebre
también... porque se puso mala el jueves con mucha fiebre, con dolor de
estómago y de cabeza. La he visto padecer ataques horribles de ansiedad que
estuvieron a punto de provocarle desmayos. Y eso lo he visto yo, lo he sufrido
yo con ella. Nadie sabe lo mal que me sienta ver a Agnes tan deshecha, tan
enferma.
Mas lo peor ocurrió
el sábado. Cuando me desperté por la mañana, muy temprano, enseguida noté que
Agnes no estaba conmigo. No me preocupé, pues, la noche anterior, Agnes me
había dicho que por la mañana saldría a pasear con Laila por el bosque. Empecé
a preocuparme cuando dieron las once de la mañana, y Agnes todavía no había
vuelto. Anxos también empezó a inquietarse y a afirmar que no era normal que
Agnes pasase tanto tiempo fuera de casa y mucho menos si había estado tan mala,
padeciendo tanta fiebre. Me preparé para ir a buscarla, aunque en realidad no
tenía ni idea de por dónde comenzar a hacerlo; pero, justo cuando me disponía a
salir, Agnes llegó con Laila en brazos. Laila estaba extraña, como preocupada
también, y Agnes estaba ida. Ida es la palabra que mejor define el estado en el
que se encontraba, aunque soy consciente de que no suena nada bien; pero es que
estaba ida. No hablaba, estaba sumergida en unos pensamientos que no compartía
con nadie y parecía que hubiese acabado de vivir algo sorprendente y chocante.
Yo le pregunté muchas veces si estaba bien y dónde había estado, pero ella me
contestaba con monosílabos y me daba una información completamente nula; lo
cual me preocupaba mucho más.
Mi desasosiego
aumentó cuando me comunicó que, al atardecer, saldría de nuevo para dar un
paseo por el bosque. Quise convencerla de que no fuese, de que se quedase
descansando; pero ella parecía no entender mis palabras. Incluso le propuse
acompañarla, pero se negó en rotundo a que lo hiciese. Me pidió que ni se me
ocurriese seguirla, que tenía que hacer algo muy importante y que tenía que
hacerlo en la más absoluta soledad, que era algo esencial para su vida y miles
de cosas más que me sonaron a excusas horribles.
Por supuesto que la
seguí. Salí detrás de ella cuando llevaba por lo menos cinco minutos fuera.
Corrí hacia el bosque, siguiéndola desde la distancia; pero, como si alguien
intuyese que pretendía perseguirla, Agnes acabó desapareciendo entre los
gruesos troncos de los árboles, como si de veras alguien se hubiese encargado
de ocultármela, y no pude volver a encontrarla, por más que me esforcé por
descubrir por qué caminos habría pasado.
Decidí ir a buscar a
Laila porque ella podía ayudarme a encontrarla. Le comenté a Anxos, cuando entré
en su casa, que Agnes nos esperaba en la linde del bosque para dar un paseo las
tres. No le dije la verdad porque sabía que Anxos se preocuparía muchísimo si
le contaba que Agnes había desaparecido en el bosque.
Yo estaba muy nerviosa.
Creía que no sería capaz de encontrarla y, sinceramente, tenía la mente llena
de una posibilidad que me aceleraba brutalmente el corazón. Estaba convencida
de que Agnes quería cometer una locura. El hecho de que ella se hubiese negado
con tanta fuerza a que yo la acompañase me había hecho comenzar a sospechar de
que sus intenciones no eran nada buenas, al contrario; serían absolutamente
perjudiciales. Creía que Agnes quería quitarse la vida. La veía tan mal que
estaba segura de que su enfermedad la había turbado por completo y la había
convencido de que lo mejor que podía hacer era marcharse de este mundo.
Por eso, cuando me
esforcé tanto por encontrarla sin ningún resultado, me dominaron unos nervios
horribles que me impedían pensar con claridad. Si no perdí la paciencia, fue
gracias a Laila, quien de veras estaba desviviéndose por encontrar a Agnes.
Olía atentamente cada rincón, cada árbol, y decidía enseguida por dónde
teníamos que seguir caminando.
Se hizo de noche,
pero a Laila pareció no importarle. Yo estaba aterrada. No quería sentir
desconfianza hacia Laila, pero no podía confiar en nada. Creía que se estaba
haciendo demasiado tarde para ayudar a Agnes, aunque también sabía que ella
estaba viva, pues, si le hubiese ocurrido algo horrible, yo lo habría sentido
en mi corazón. Mi alma me lo habría dicho.
Pero el momento en el
que la buscaba por el bosque cuando ya era casi noche cerrada me parece una
pesadilla. Me sentía como si estuviese atrapada en un sueño horrible del que no
podía despertar. Me acordaba, en ese momento, de todas las cosas extrañas que
llevaban ocurriéndole a Agnes durante toda esa semana. Tenía la mente llena de
recuerdos de momentos muy duros en los que Agnes estuvo a punto de perderse en
el desaliento más profundo. Incluso, por dentro de mí, susurraban varias voces
que me recriminaban todo tipo de cosas. Oía incluso la voz de mi hermana
diciéndome: “te lo dije, que acabarías teniendo problemas por culpa de ella, te
dije que estaba enferma y que jamás se curaría, que el irte a Galicia a vivir
abandonando toda tu vida fue una estupidez. Eres idiota, muy idiota, por haber
creído en Agnes”. Oía la voz de mi conciencia recriminándome: “esto es sólo
culpa tuya, es culpa tuya porque no has sabido cuidarla, porque no te has dado
cuenta de lo mal que estaba. Si le sucede algo horrible, sólo será
responsabilidad tuya. A ver cómo le dices a Anxos que Agnes se ha perdido por
culpa tuya. Eres una inepta. No has sabido cuidar de ella”. Yo luchaba contra
todas esas voces sintiendo que perdía el aliento, que me faltaba el aire, pero
no quería dejar de correr, de fijarme en todos los gestos de Laila. Les
prestaba mucha atención a todos los sonidos que me rodeaban por si oía pasos o
la respiración de Agnes, pero la noche era cada vez más silenciosa.
No dejé de rogarle a
la Diosa que Agnes estuviese bien. Estuve hablando con Ella durante todos esos
momentos porque lo necesitaba, pero también porque, dirigiéndome a la Diosa,
era una manera de huir de esas voces que me gritaban silenciosamente cosas tan
horribles. Yo sentía que la Diosa me escuchaba. Me sentía escuchada. Le dije
que era consciente de que Agnes, últimamente, no había estado muy pendiente de
Ella, pero que aún la respetaba con toda su alma, le pedí que, por favor, la
ayudase... y no sé cuántas cosas más me salieron del alma, pero sé que fueron
momentos espantosos que me parecen la peor de mis pesadillas.
Estuve pensando,
también, en lo distraída que había estado Agnes durante todo ese día. Hacía
mucho tiempo que no la veía así. Ese estado en el que se hallaba me recordaba a
esa mañana en la que, antes de llevarla al hospital, fui a verla a casa de
Gilbert. Recuerdo que era mi cumpleaños y que Gaya había accedido a que
visitase a Agnes. Qué equivocados estaban todos con ella. Creo que yo era la
única persona que conocía la realidad. Cuando la vi tan triste, me pareció que
no tenía alma, que no había nada por dentro de ella; pero, cuando, regresando
del ensimismamiento en el que su enfermedad la sumergía, me reconoció y me
dirigió esa mirada tan llena de amor y disculpas, supe que el alma de Agnes
todavía estaba viva y necesitaba mucho cariño para que sanasen esas
profundísimas heridas que la hendían. Yo tenía que haber estado a su lado desde
ese momento hasta el fin, y no lo hice. La abandoné, como la abandoné también
al vivir al fin juntas y con Neftis. La abandoné al morir Neftis porque me
sentía culpable de la muerte de Neftis y, en esa ocasión, abandoné a Agnes de
una forma mucho más vil y cruel que si la hubiese dejado sola en un desierto.
Me alejé de ella cuando más me necesitaba, cuando justo se hallaba en el
proceso de curación de su enfermedad. Yo me convencí de que ella ya estaba
bien, pero no era así en absoluto.
Y, en esa noche, me
sentía como si la hubiese abandonado de nuevo. Había estado con ella, pero no
había sabido reconocer con claridad las señales que me avisaban de que estaba
tan mal.
Al fin, cuando estaba
a punto de deshacerme de desesperación, Laila se detuvo enfrente de un camino
entre ramas caídas y arbustos. Entonces supe que había detectado algo. Me quedé
paralizada, esperando alguna señal, y entonces Laila salió corriendo
sumergiéndose en ese camino casi imperceptible. Supe que la había encontrado.
El corazón me latía tan rápido que me parecía que el silencio que nos rodeaba
se había desvanecido.
No sé cómo la vi,
pero sí me di cuenta enseguida de que Agnes estaba allí, arrodillada frente a
un inmenso árbol. Era un roble cuya madera ella acariciaba con sus trémulos
dedos. Laila se sentó a su lado, con cuidado, e intentó llamar su atención;
pero Agnes no reaccionaba.
Sabía que estaba
viva, pero también sabía que no se encontraba en mi realidad. Me acerqué a ella
con mucha cautela e intenté llamar su atención pronunciando tiernamente su
nombre, pero Agnes no reaccionaba. Estaba paralizada, sumida en pensamientos
que yo era incapaz de imaginar. Me senté a su lado y la tomé delicadamente de
las manos. Me estremecí al sentir lo frías que las tenía. Enseguida me di
cuenta de que Agnes tenía mucha fiebre. Temblaba y le brillaban los ojos. La
abracé mientras no dejaba de pronunciar su nombre, cada vez con más nervios y
culpabilidad. Tenía que aguantarme las ganas de llorar que sentía para que ella
pudiese oír nítidamente mi voz, pero me costaba mucho hacerlo. Tenía en la garganta
un nudo feroz que me apretaba la cabeza y los ojos me lagrimeaban sin cesar,
pero intenté ser fuerte.
Estaba muy asustada.
Agnes no me oía, no volvía, era como si su alma hubiese abandonado su cuerpo
trémulo, delgado y tan aparentemente frágil. Me pregunté, en esos momentos,
cómo lograría llevarla de vuelta a casa. Con los nervios, me había dejado el
móvil en casa de Anxos y no me sentía capaz de tomar a Agnes en brazos y
caminar tanto hasta la aldea. Sabía que Agnes no me obedecería si le pedía que caminase.
El mundo se me cayó
encima. Le rogué, cada vez con más desesperación, que volviese, que me oyese,
que me dijese algo... y, al fin, cuando creí que amanecería sobre nosotras sin
que yo hubiese logrado nada, Agnes me miró a través de sus ojos vidriosos y
pronunció mi nombre con una extrañeza estremecedora. Me preguntó: “que fas
eiquí, Artemisiña?” Yo no pude contestarle porque me vencieron, sin poder
evitarlo, las ganas de llorar. Sólo la abracé con mucha fuerza mientras le
acariciaba los cabellos e intentaba protegerla del frío que la atacaba. La
noche no era fría en absoluto, pero Agnes estaba helada, como si hubiese estado
sumergida en un mar de hielo. Tenía mucha fiebre, otra vez.
Agnes empezó a
decirme, atropellada y confusamente, que tenía que contarme todo lo que le
había ocurrido ese día, que había visto muchas cosas, que había descubierto la
razón por la que estaba enferma y tan unida a Galicia... que tenía que contarme
todo lo que había sabido de su pasado... pero, en esos momentos, yo no me
sentía capaz de demostrarle que la creía. Por primera vez en muchísimo tiempo,
dudaba de que fuese real lo que Agnes me contaba. Pensaba que todo eso era
producto de su enfermedad, que estaba delirando y que no se encontraba nada
bien. Estaba dándole la razón a mi hermana sin ser consciente de ello.
Sólo quería volver a
casa. Le pedí que me explicase todo eso cuando estuviésemos en Ourense y ella
calló enseguida, como si entendiese que ése no era el momento de contarme algo
tan importante. Le confesé que me sentía perdida y que dudaba de si podríamos
llegar a la aldea, pero ella me tranquilizó asegurándome que conocía
perfectamente el camino de vuelta, que se conocía ese bosque mejor que la palma
de su mano y que nunca se perdería allí, por muy de noche que fuese.
Tuve que confiar en
ella. Me tomó con fuerza de la mano y me condujo hacia casa sin dudar en ningún
momento del camino que teníamos que seguir. En esos momentos, incluso me
pregunté si conocía tan bien ese bosque porque lo había descubierto en su vida
actual o si ese conocimiento le llegaba de otras vidas. Me sentía muy confusa,
también, pero no quería demostrárselo. Por dentro de mí, se libraba una batalla
entre mi razón y mi corazón. Mi corazón me suplicaba que no dudase de Agnes en
ningún momento, me avisaba de que Agnes era una mujer mucho más mágica de lo
que jamás nadie podría saber y que todo lo que me iba a contar era real. Mi
razón, en cambio, me alertaba de que Agnes había perdido el juicio, que su
mente estaba perdiéndose en su enfermedad y que todo lo que me explicaría no
serían más que alucinaciones. Incluso mi razón me pedía que la llevase a un
hospital en cuanto fuese posible antes de que fuese demasiado tarde, pero me
negaba a escuchar esas advertencias tan horribles.
Llegamos a casa cuando
rayaban ya las doce de la noche. Anxos me dedicó una mirada llena de
agradecimiento cuando entramos y le ofreció a su hija una taza rebosante de
caldo humeante. Agnes la bebió ávidamente, sin rechistar, con un gusto con el
que hacía mucho tiempo que no ingería nada. Eso me calmó bastante. Además, me
di cuenta enseguida de que tenía la mirada llena de conformidad y tranquilidad.
En el bosque, la oscuridad no me había permitido detectar los sentimientos que
se escondían en su mirada, pero ya, en la luz, pude atisbar en sus ojos una
inmensa calma que me acarició el alma y empezó a acallar esas voces que me
musitaban cosas tan espantosas e injustas.
Había dudado de
Agnes, de su razón, de su juicio, y eso me hacía sentir tan culpable que me
creía incapaz de mirarla a los ojos; pero Agnes, en cuanto estuvimos las dos en
la cama, me abrazó con mucho amor mientras me aseguraba que se encontraba mucho
mejor, mientras me confesaba que tenía muchas cosas que contarme, mientras
incluso me pedía perdón sin cesar por haber estado así durante todo el día. Me
aseguró que todo eso había sido necesario para que ella pudiese empezar a
recuperarse. Me pidió perdón por haber estado tan desaparecida, por haberse ido
sola al bosque... pero yo no podía quitarme de la cabeza que no la había protegido
suficiente. Podría haberle ocurrido algo espantoso sólo por culpa mía. Incluso
mi razón me decía que Lúa la habría cuidado mucho mejor que yo... y todo eso lo
pensaba mientras Agnes me abrazaba, me acariciaba y me musitaba que lo sentía,
mientras me pedía que la perdonase.
Entonces me di cuenta
de que, a pesar de tener tanta fiebre, Agnes estaba plenamente conmigo. Tenía a
mi lado a mi Agnes, a la Agnes que yo amo tanto. La encontraba en su mirada
profunda y amorosa, en las caricias tiernas que ella me daba, en su voz calmada
y cálida y en su entrañable acento. Estaba allí conmigo. No tenía nada que
temer. Se hallaba plenamente a mi lado, sonriéndome a través de su malestar con
una ternura que me derretía. Entonces rompí a llorar silenciosamente, pero
Agnes no me preguntó por qué lloraba. Sé que conocía la respuesta. Sólo me
apretó contra ella, me protegió entre sus brazos y me calmó diciéndome palabras
hermosas, pidiéndome perdón por haber estado tan extraña durante todo ese día.
Y me dejé llevar por
ese momento. Quise confiar en que todo estaba pasando. Me sumergí en el amor
que nos une mientras rogaba que Agnes estuviese bien, al fin, que esa crisis
horrible hubiese pasado de una vez.
Al día siguiente,
Agnes ya estaba bien físicamente. Se le había ido la fiebre y se le escapaba de
la voz y de la mirada una gran cantidad de energía luminosa. Al hablar, sonreía
con cariño y felicidad, tal como sonreía antes de pasar esa crisis. Su madre la
miraba con desconfianza, pero, al darse cuenta de que de nuevo teníamos a
nuestro lado a nuestra Agnes, los ojos se le llenaban de lágrimas y volvía a
tratarla como si nada hubiese ocurrido. Yo hablé en privado con Anxos y le pedí
que no le preguntase nada a Agnes sobre lo que había sucedido el día anterior.
Le aseguré que Agnes se lo contaría todo cuando se sintiese capaz de hacerlo.
Incluso fui capaz de prometerle que Agnes ya estaba muchísimo mejor y que ya
estaba recuperándose.
Al llegar a Ourense
por la tarde, entonces Agnes me contó todo lo que había vivido el día anterior.
Me quedé helada al oír todo lo que ella me explicaba. Al principio, dudé de que
todo eso fuese real; pero entonces, mirándola a los ojos, sumergiéndome en su
nocturna y aterciopelada mirada, oyendo su cálida voz, su entrañable forma de
hablar, supe que tenía que creerla, que jamás, bajo ninguna circunstancia,
debía dudar de ella. No me cuesta nada creer en las cosas inmateriales de este
mundo. Mi alma está hecha para creer en la magia, en lo sobrenatural, en lo
impresionantemente fantástico. Y Agnes es una persona mágica que no todo el
mundo podría comprender. Yo sí la comprendo porque estoy hecha para entenderla,
para creerla, para aceptarla tal como es, siempre, porque, tal como ella me
contó, nos reencontramos vida tras vida. Nos conocemos mucho mejor de lo que
pueden llegar a conocerse dos personas que comparten una sola vida. Nosotras
hemos compartido muchísimas vidas. ¿Cómo no nos vamos a conocer después de
vivir tanto tiempo juntas? En esos momentos, en los que Agnes me explicaba con
pelos y señales todo lo que le había ocurrido, tuve la sensación de que tenía
ante mí, al desnudo, toda el alma de Agnes. Podía verla en sus ojos, podía
oírla en su voz y detectarla en las palabras que ella me dirigía. Supe que
tenía en mis manos toda su alma, que conocía todos los recovecos de su ser. Era
una sensación preciosa y muy impactante que me dejaba casi sin aliento, que me
permitía escuchar a Agnes sin pensar en nada más, sólo captando todo lo que
emanaba de ella. Me sentí tan conectada con ella en esos momentos que pensé que
ese instante era nuestra única eternidad. Y creo que eso es el amor más
sincero.
Agnes me contaba que
había hablado con Lúa, pero ni siquiera eso rompía la magia de ese momento.
Estaba segura de que Lúa era muy necesaria para Agnes, de que Agnes la
necesitaba pese a no estar con nosotras. Yo sabía y siempre sabré que Agnes me
ama con toda la fuerza de su alma, con una sinceridad indestructible. Y eso lo
sabía sin que tuviese que decírmelo. Lo sabía por la forma como me hablaba,
como me hacía partícipe de sus experiencias más extrañas. Estaba conmigo en
todo momento. Teníamos las manos enlazadas y ella me hablaba también a través
de la presión que, de vez en cuando, ejercía sobre mis dedos, me hablaba en la
forma como me apretaba la mano y me acariciaba las yemas de mis dedos mientras
me relataba todo lo que le había ocurrido. Y me habló en todo momento sin
retirar sus ojos de los míos, demostrándome que lo que me explicaba era la
verdad más absoluta.
Creo que yo soy la
única persona que sabe oír y entender el lenguaje con el que se expresan los
ojos de Agnes. En esos momentos, la escuchaba a ella a través de las palabras
con las que construía su narración, pero también la escuchaba a través de sus
ojos. Sus ojos eran los que me revelaban en qué momento ella se había sentido
más asustada, en qué momento había sido más feliz, en qué momento había estado
a punto de perder la calma por todo lo que estaba viendo. Era sincera no sólo
con su voz, sino también con sus ojos. Y eso era la muestra más evidente de
que, jamás, bajo ningún concepto, tengo que dudar de ella.
Y ahora sé que todo
eso fue necesario para que ella pudiese recuperarse. Ahora está bien, lo sé.
Vuelve a ser ella. Vuelve a comer normal, sin miedos ni visiones, vuelve a reír
como siempre, vuelve a tener los ojos llenos de alegría y conformidad. Ha
vuelto y ruego que no se vaya nunca más.
Mas hay alguien que
ha muerto para mí, al menos por el momento. Casandra se ha ido de mi vida
porque yo la he expulsado de mi lado. Estoy cansada de su rabia, de sus malos
pensamientos, de su actitud tan dañina. Ayer, la llamé para intentar arreglar
las cosas con ella. Fui sincera y le confesé que estaba muy dolida con ella. Le
pedí que me dijese cuál era el motivo que la impulsaba a comportarse así con
nosotras. Le dije que de nuestra conversación dependía nuestra relación. Cuando
ella me preguntó qué quería decir, entonces le confesé que, mientras no fuese
capaz de tratarme como su hermana que soy, no volvería a hablar con ella nunca
más. Y a mi hermana pareció darle igual. No lo entiendo. No logro comprender
por qué está así con nosotras, por qué nos trata tan mal. ¿Qué le hemos hecho?
Agnes me recomendó que
fuese a verla a Cataluña para que lo solucionásemos todo, que estaba segura de
que todo pasaría si nos teníamos una enfrente de la otra; pero yo no quiero
dejar sola a Agnes ahora. Sé que está bien, pero no puedo confiarme. No puedo
dejarla sola.
Si mi hermana no me
quiere, es su problema. Yo no tengo nada en contra de ella, al contrario, la
echo de menos, pero ya me he cansado de demostrárselo. Y no la echo de menos
porque estemos lejos, sino porque la hermana que yo tenía ya no está en mi
vida, porque ella no es la que fue siempre conmigo. Debe de haberle ocurrido
algo horrible que la ha hecho cambiar, pero yo no puedo pedirle que confíe en
mí si ella no quiere tenerme a su lado, si ella no quiere tener mi apoyo.
Y creo que ya voy a
dejar de escribir. El atardecer está a punto de convertirse en noche. Ha
llovido mucho estos días y el bosque huele a vida.
La confianza de Artemisa a Agnes es fuerte, mucho más de lo que ella cree. Que le invada la duda de vez en cuando y ante una situación tan límite, es normal. Ha estado sometida a mucha presión, intentado confiar en ella, pero también preocupada por su estado de salud. Ha sido duro, pues ha sido testigo de los peores momentos de Agnes, cuando deliraba y veía enemigos por todas partes, y también de los mejores, cuando Agnes es plenamente feliz, compartiendo la magia que lleva en su interior. ¿Cómo saber a que Agnes tienes en frente ante una situación así? Es complicado y por eso le invaden las dudas. El comportamiento de Agnes no es lo más normal del mundo,por lo que lo complica todo. Al ser tan hermética en esos momentos, que no le cuenta lo que le ocurre, aumenta la preocupación y las dudas por ella. A pesar de todo, como la conoce bien, ha sabido esperar y no juzgarla par averiguar la verdad. Eso es amor y confianza en ella al 100%.
ResponderEliminarA todo eso le sumas el miedo a perderla y lo mal que lo ha pasado días atrás, con al crisis que le dio...pues empeora mucho más la situación. El momento en el que la está buscando, que no la encuentra, y cuando por fin Layla la localiza, es de mucha tensión y miedo. Me pongo en su piel y debió ser terrible para ella.
También hay que añadir al cóctel molotov que Casandra está malmetiendo y con el claro propósito de minar su confianza en Agnes. Artemisa ha luchado contra viento y marea, y ha salido victoriosa. Yo no iría a ver a Casandra, es justamente ella la que debería moverse y solucionar las cosas. No será por no haberlo intentado, cuantas malas palabras y rechazos se ha llevado de ella...No la entiendo, ¿que le pasará? Es que está superando a los peores personajes que han pasado por la historia, siendo más mala incluso que la propia Agnes al principio. ¿Será esta al verdadera Casandra? Después de años buscándola, ¿la abandona así, sin motivo alguno? En fin, ella sabrá..
Un capítulo muy intenso, Ntoch. ¡Me lo he leído en un momento!
Como es habitual en esta obra tenemos un capítulo que complementa al anterior, sencillamente porque se ofrece el punto de vista de Artemisa sobre asuntos que ya conocíamos, pero el mero hecho de cambiar el punto de vista enriquece profundamente el relato. No cabe duda que la primera impresión que queda tras la lectura es que la pareja Agnes/Artemisa está más fuerte que nunca. En lo fundamental Artemisa comprende a Agnes, pero por encima de eso, para salvar las partes que no comprende, queda el amor, y de eso hay de sobra entre ellas. Creo que Agnes no soportaría la incomprensión de Artemisa, en cambio saberse creída con sinceridad seguro que sirve para que se atornille a este mundo, a esta vida que le toca ahora vivir.
ResponderEliminarEs esta una hermosa lección para todas las parejas, ¿hasta qué punto crees en la otra persona? Es fácil cuando las cosas van por el camino trillado, pero si te plantea algo que todos dirán que es incomprensible o absurdo, ¿de parte de quién estarás? Muchas veces el sentido del ridículo nos empuja a alinearnos con la opinión mayoritaria, y eso a la larga nos separa de quien queremos; Agnes y Artemisa en cambio se muestran siempre como una sola persona, y eso creo que ahora es fundamental.
Y, por otro lado, está en asunto de Casandra, que presenta muy mala solución, no se me ocurre cómo a corto plazo puedan volver a relacionarse como hermanas. Justamente eso es lo que Artemisa necesita, es decir, una relación superficial es muy fácil de tener, pero ¿y algo más profundo? Ahí es donde las cosas se complican. Y, pasada cierta edad, las relaciones superficiales sobran, lo que hace falta es tener una hermana, pero tenerla de verdad, alguien que comparte contigo una buena parte de tu vida, no simplemente una persona que te sigue en Instagram y a la que de vez en cuando envías un mensaje telefónico. Y ahora Casandra no está dispuesta a subir ese nivel.
Lo interesante es que nuestra pareja protagonista sigue adelante, sin importarle ya demasiadas cosas, incluso Lúa se ha integrado como parte importante de la relación, y si están saliendo de esta me da a mí que ya no hay nada que las pueda separar... o al menos así lo espero.