Viernes,
6 de marzo de 2020
Empiezo
a ver la luz al final de este horrible túnel que me parecía interminable. La
esperanza está volviendo a mí y no me cuesta sonreír tanto como hace unas
semanas, como hacía meses. Siento que mi alma se está aferrando a la vida, que
mi corazón está reviviendo, que mi ser está llenándose de paz e ilusión. Tuve
que recorrer un largo camino para llegar hasta aquí y, realmente, ese camino
todavía no ha acabado del todo; pero ya voy viendo su fin y eso es lo que más
me alienta a seguir luchando.
Este
miércoles fui al médico para que me diese los resultados de esa prueba que desvelaría
si estaba curada ya o si, por el contrario, aún tenía que seguir tratándome con
quimioterapia y radioterapia. Me acompañó mi hermana, pero no quise que
entrase. Prefería recibir esa noticia tan importante yo sola sin que nadie
fuese testigo de mis reacciones. Tengo mucha confianza con el médico que me lleva
y, además, le he tomado mucho cariño porque me ha apoyado mucho más de lo que
jamás creí que un médico podría apoyar a una paciente.
Cuando
entré en la consulta, estaba temblando y tenía un nudo en la garganta. Estaba
totalmente convencida de que me diría que todavía no estaba curada y que debíamos
concretar el inicio de otra larga tanda de sesiones de quimioterapia y de
radioterapia; pero, cuando me fijé en cómo me miraba el doctor, se me aceleró
el corazón y una esperanza sutil brilló en mí. No obstante, no quería
confiarme. Prefería aguardar a que él me diese los resultados. No quería
emocionarme en balde.
—
Ya estás curada, Artemisa —me dijo de súbito—.
Estás limpia.
Me había sentado
en la silla confidente que había al otro lado de su mesa y, cuando oí esas
palabras, me levanté de repente, como si tuviese un resorte en el alma, y le
pregunté:
—
¿Cómo? ¿Puedes repetirlo?
Él sonrió y me
dijo:
—
Estás curada, Artemisa. Ya no es necesario que te
apliquemos más tratamiento. Eso sí, tendrás que ir haciéndote controles cada
seis meses y, en un año, las pruebas se podrán espaciar. Por el momento, ya no
hay nada en tu cuerpo. Puedo darte el alta.
No sé explicar
lo que sentí en ese momento. Él me sonreía, seguía hablándome, pero a mí me
costaba escuchar y entender lo que me decía. Pillaba palabras sueltas, frases
que se me clavaban en el corazón y que me desconcertaban:
—
A todos nos sorprende que te hayas curado tan
rápido. Los tratamientos han sido muy efectivos, pero aún así nos asombra la velocidad
con la que tu cuerpo se ha regenerado.
En ese momento,
yo lloraba desconsolada, temblaba de alivio y sentía incluso ganas de abrazar
al doctor, pero la vergüenza me detenía.
—
Ya puedes salir a celebrarlo —continuó hablando
el doctor, ya sin saber muy bien qué decir, tal vez intimidado por mi
reacción—. Ahora tienes que centrarte en recuperar peso y en cuidarte, sobre
todo. Descansa una temporada, haz lo que realmente te apetezca y no te agobies
por nada. Todo irá llegando progresivamente. No tengas prisa por nada.
Tenía toda la
razón del mundo, pero en ese momento lo único que yo deseaba era salir
corriendo del hospital y contarle a gritos a mi hermana que estaba curada. Sin
embargo, lo que me salió hacer en ese momento fue darle las gracias al doctor
con una emoción inmensa invadiendo toda mi voz. Le di las gracias desesperadamente,
como si en realidad fuese él quien me había curado. Él me tomó de la mano y me
la presionó con respeto y cariño, animándome a salir ya de su consulta para que
yo pudiese seguir con esa vida que se me había interrumpido hacía meses.
Salí de la
consulta invadida por una emoción que hacía mucho tiempo que no experimentaba,
sintiéndome viva y trémula, indefensa y vulnerable sin embargo. Temía que la
enfermedad pudiese volver en cualquier momento e incluso se me pasó por la
cabeza que aquel momento fuese un sueño y que de repente despertaría sobresaltada
por la alarma que me avisaba de que llegaba otro día de quimioterapia; pero
aquel momento era real, era lo más real que vivía en mucho tiempo, y la vida me
esperaba para que la abrazase de nuevo.
Mi hermana me
esperaba fuera del hospital, en el coche. No recuerdo si alguien me vio caminar
por los pasillos del hospital deshecha en un llanto que no podía dominar, que
me controlaba enteramente, porque lo único que existía para mí en ese momento
era la realidad de que estaba curada, estaba curada al fin, había superado esa
horrible enfermedad después de que estuviese convencida de que ésta me mataría.
Como un relámpago, pasó por mi mente el recuerdo de esos horrorosos meses en
los que me sentía tan hundida, en los que estuve tan deshecha, tan y tan enferma,
tanto física como anímicamente.
Al salir del
hospital, el viento feroz y frío que soplaba ese día me acarició la piel y yo
agradecí su violencia porque me hizo reaccionar. Hasta entonces, había caminado
sumida en mi propia emoción sin percatarme de lo que me rodeaba. Cuando salí de
mi ensimismamiento, enseguida vi el coche de mi hermana, rojo, resaltando en
medio de mis lágrimas. Salió corriendo del coche y me abrazó fuertemente sin
saber cuáles habían sido los resultados de las pruebas. Al sentir cómo me
abrazaba mi hermana, la poca calma que había conseguido se deshizo y empecé a
llorar desesperadamente mientras le decía, entre sollozos de alivio:
—
Estoy curada, hermana, estoy curada, estoy
curada.
Al oír mis
palabras, mi hermana me apretó con tanta fuerza contra sí que creí que me
convertiría en polvo, mientras notaba que ella se deshacía en llanto también.
Lloramos juntas en la puerta del hospital sin importarnos quién nos viese,
quién había a nuestro alrededor, sin importarnos nada, ni el tiempo que pasamos
abrazadas así, con tanta fuerza, y llorando tan profundamente.
—
Ahora nos iremos a comer tú y yo por ahí para
celebrarlo —me dijo con la voz entrecortada—. Menos mal, Artemisa, menos mal,
menos mal —lloraba hondamente aliviada.
—
Gracias por haber estado conmigo, por haberme
cuidado como lo has hecho, gracias, gracias —le dije llorando emocionada.
—
Eso no se agradece, Artemisa. Jamás habría hecho
otra cosa.
—
Creo que esta enfermedad horrible nos ha unido
más. Me he sentido muy apoyada por ti, por Gabriel, por nuestras amigas... En
ningún momento me he sentido sola y eso es lo que más me importa.
—
Nunca estarás sola, Artemisa, mientras yo
respire —me dijo casi sin poder hablar.
Cuando la
emoción que sentíamos ambas se sosegó un poco, entonces, Casandra llamó a Gabriel
para comunicarle aquella buena noticia. Gabriel ha sido un gran apoyo para mí. Ha
sido mi médico fuera del hospital, me ha calmado en muchísimas ocasiones en las
que yo creía que mi batalla estaba perdida. Mi batalla ha sido la batalla de
todos ellos.
—
Quiero hacer una cosa, Casandra —le dije cuando
ya íbamos en el coche en dirección a algún lugar para comer.
—
¿Qué cosa?
—
Quiero llamar a Agnes para contarle que ya estoy
curada.
—
¿Estás preparada para hablar con ella? ¿Te
sientes capaz de hacerlo?
—
No quiero contarle por whatsapp que ya estoy
curada. Creo que merece saberlo de una forma más directa y digna.
—
Está bien.
Evidentemente,
no me sentía capaz de llamar a Agnes por teléfono ni estaba preparada para oír
su voz, para hablar con ella; pero no les presté atención ni a mis miedos ni a
mi inseguridad y llamé al número de la cafetería sin pensar en nada, sólo rogando
que no estuviese tan ocupada como para no poder contestar a mi llamada.
Sí contestó, con
su dulce y aterciopelada voz. Cuando oí su voz, una cascada de emociones y
recuerdos me arrolló y, durante unos segundos, no supe qué decir, cómo
hablarle, cómo presentarme. Agnes esperó pacientemente a que me identificase. Yo
sabía que ella estaba acostumbrada a tratar con todo tipo de personas y nunca
ha sido descortés ni se ha mostrado impaciente ante nadie.
Transcribiré la conversación
que mantuvimos porque la llevo grabada en el alma, porque me impactó tanto que
jamás me podré olvidar de todo lo que nos dijimos, de las pocas palabras que
intercambiamos y, a la vez, de todas las emociones que nos transmitimos en
aquellas escuetas frases que tanto significado contenían:
—
Hola, Agnes, soy yo. No sé si he hecho bien en
llamarte, pero...
—
Hola, Artemisa, qué sorpresa —me dijo
sonriéndome, pero yo notaba que estaba tensa.
—
Quiero contarte algo, Agnes —le confesé
intentando dominar mis nervios. El corazón me latía a mil por hora y estaba
agitándoseme la respiración—; pero, si estás muy ocupada, puedo llamarte en otro
momento o me llamas tú cuando puedas...
—
No, Artemisa —me interrumpió riéndose tiernamente—.
Dime, por favor.
—
Pues es que... es que... verás, hoy he ido al
médico y... —Notaba que Agnes se aguantaba la respiración al otro lado del
teléfono, tensa y expectante—. Bueno, me ha dicho que ya estoy curada. Estoy
curada, Agnes.
—
¿De veras? —me preguntó con un hilo de voz. Al
percibir su emoción, rompí a llorar sin poder evitarlo.
—
Sí, Agnes, estoy curada. Lo he superado, he
superado el cáncer —le dije sollozando, de nuevo derrumbada por la intensa
emoción que me llenaba el alma.
—
Cuánto me alegro, Artemisa, cuánto me alegro —exclamó
ella también rompiendo a llorar. Cuando la oí llorar, creí que me desharía de
emoción, que no podría seguir hablando—. Yo... yo sabía que lo harías.
—
Por favor, no me hables en castellano —le pedí
en un arrebato de nostalgia y de amor—. No me habitúo a oírte hablar en esa
lengua.
Ella rió entre
lágrimas y noté que no sabía qué decirme, que estaba tan contenta por mí que no
le salían las palabras. Por eso, quise cortar cuanto antes la conversación,
pues yo tampoco me sentía capaz de seguir hablando con ella. A la emoción que
sentía al percibir cuánto se alegraba por mí, se había sumado un sinfín de
recuerdos y de sentimientos que en esos momentos estaban adueñándose de todo mi
ser.
—
Sólo quería contártelo —le musité intentando que
mi voz sonase clara—. No quiero quitarte más tiempo.
Ella me dijo, en
gallego, al fin:
—
Graciñas por contarmo, Artemisa. Nunca dubides
de que ti es moi forte, moi forte.
—
No lo dudaré nunca. Te deseo lo mejor.
Nos despedimos
de un modo curioso, como si no quisiésemos terminar aquella conversación y, a
la vez, como si supiésemos que lo mejor era que dejásemos de hablar, pero
también como si no supiésemos cómo debíamos seguir hablándonos.
Mi hermana me
había llevado a un bosque precioso que hay muy cerca de Manresa al que muchas veces
acudimos cuando necesitamos quitarnos de encima el agobio, la tristeza, la rabia
y la frustración.
Bajamos del
coche sin decirnos nada, pero sabiendo en qué estado me hallaba yo. Ella me
conoce como nadie y era consciente de que la conversación que acababa de mantener
con Agnes me había removido demasiado el alma.
Empezamos a caminar
en silencio entre los árboles, pero yo sabía que ella esperaba a que yo hablase.
Sabía que en cualquier momento explotaría y le confesaría todo lo que sentía. Yo,
sin embargo, estaba tan emocionada, tan desesperadamente deshecha de nostalgia,
que no sabía cómo debía hablar, qué debía hacer.
—
Creo que no deberías haber hablado con Agnes tan
pronto —me confesó mi hermana, incapaz de seguir esperando mis palabras—. Yo
habría esperado a mañana, a que pasase algún tiempo de la visita al médico,
para que te sintieses más calmada, porque son muchas emociones de golpe, Artemisa,
y tampoco hay que abusar de tu alma, estás todavía muy frágil psicológicamente
y...
—
Sí, sí, ha sido muy bueno hablar —la contradije
echándome a llorar de nuevo.
—
Pero si estás hecha polvo, tía —me dijo riéndose
mientras se detenía y me tomaba del brazo para que yo también me detuviese.
—
Es que, Casandra... Es que oír su voz me ha
hecho mucho daño, me ha hecho darme cuenta de cuánto la necesito, de cuánto la
amo todavía —le confesé deshaciéndome en llanto. Me senté en el suelo porque
las emociones que me invadían el alma me pesaban como si fuesen de piedra—.
Todavía la amo con todo mi corazón y me siento incapaz de vivir sin ella. Al
mismo tiempo, me da rabia necesitarla tanto porque soy consciente de que ella
no es para mí.
—
No deberías ir a su boda —me advirtió mi hermana
con calma.
—
Al contrario, quiero ir para que mi alma
entienda de una maldita vez que esa mujer tan maravillosa no es para mí.
—
Ahora creo que deberías centrarte en estar bien,
en celebrar que te has recuperado.
—
No puedo ahora pensar en otra cosa. Se me ha
deshecho el alma, Casandra. ¿Cómo es posible que oír su voz me haya removido
tantos sentimientos, tantos recuerdos?
—
No oyes su voz desde que te marchaste de
Ourense. Es comprensible que el alma te reaccione así.
—
La quiero, la amo, joder —maldije con
frustración y muchísima impotencia—. No sé cómo olvidarla, no sé si alguna vez
seré capaz de hacerlo.
—
¿Y no querrás ir a su boda para intentar
conquistarla de nuevo?
—
Jamás, jamás. ¿Cómo puedes pensar eso? Me fui de
su lado porque era consciente de que su manera de ser y la mía ya no eran
compatibles, porque, por mucho que la quisiese, ella no era feliz conmigo,
tenía que reconocerlo, ella no era feliz conmigo...
—
Tienes que ser aún más fuerte e intentar
olvidarla, Artemisa.
—
No sé si alguna vez alguien me querrá como ella
me quiso. Nunca me han querido así, de esa manera tan entregada.
—
Lo que importa no es si alguien te querrá como
te quiso Agnes. Lo que importa es que tú seas capaz de querer a alguien como
quieres a Agnes.
—
No, no, no...
—
Ahora te parece que no, pero ya verás cómo,
cuando pase el tiempo, todo esto también habrá pasado y te habrás curado de
este amor tan fuerte.
—
¿Cómo puedo quererla tanto? Ayer me pasé tres
horas viendo fotos y vídeos de ella, de la época en la que estuvimos juntas, y
me dolía saber que nunca más podría recuperarla, nunca más. La quiero, la
quiero tanto que me duele el alma, maldita sea.
—
Agnes también te quiere muchísimo, pero ella ha
sido capaz de rehacer su vida y de ser absolutamente feliz. Tú tienes que ser
capaz de hacer lo mismo.
Mi hermana, una
vez más, estaba a mi lado, siendo paciente, secándome las lágrimas que me
manaban de lo más profundo del alma, animándome, siendo mi gran apoyo en un
momento en el que yo sentía que se derrumbaba todo por dentro de mí. Me sentía
muy feliz y aliviada por saberme curada, pero también muy frustrada por ser
consciente de que, pese a haber pasado ya más de cinco meses, todavía no había
sido capaz de olvidar a Agnes, por sentir cuánto la amaba todavía, cuánto la
amo.
No entiendo qué
me pasa con ella, por qué ella se vuelve todo mi mundo cuando la recuerdo u
oigo su voz, por qué no puedo pensar en el amor sin traerla a mi mente, por qué
no concibo ese sentimiento si no estoy con ella. Yo no sé si estoy hecha para
amar a nadie más. Yo creo que nací para amar a Agnes. Descubrí cuán bello es el
amor con ella, descubrí cómo se amaba con ella, y eso jamás podré olvidarlo.
Mas ahora lo que
tengo que hacer es centrarme en mí, en recuperarme tanto física como
anímicamente. Esta enfermedad que ha estado a punto de acabar conmigo ha sido
lo más horrible que he vivido en mi vida y ha dejado en mí secuelas que no sé
si alguna vez podré borrar ni superar. Ahora estoy muy delgada, muchísimo,
parezco un alma en pena, no tengo brillo en la mirada y no tengo pelo prácticamente,
pero sé que todo esto irá cambiando con el paso de los días, de las semanas, de
los meses, y quiero luchar para recuperar la mujer que sigo siendo bajo toda
esta desolación y esta debilidad.
Por lo pronto,
me centraré en hacer cosas que la enfermedad no me permitía hacer como leer,
escribir, investigar sobre los temas que más me interesan, recuperar también mis
rituales, mis Sabbats, las reuniones con las demás miembros del Templo de la
Diosa... Quiero que mi vida regrese, quiero regresar a mi vida, y tengo que ser
fuerte para poder conseguirlo.
Todavía me
cuesta mucho escribir. Se me atascan las frases en la mente y me cuesta mucho
convertir en palabras todo lo que siento. Además, pulsar las teclas del
ordenador también me cuesta, como si no tuviese fuerza en los dedos... pero no
quería que pasasen más días sin contar esto tan importante. Es curioso que me
pueda sentir tan esperanzada y feliz a la par que melancólica. Tengo un alma
tan profunda que cabe en ella un sinfín de emociones.
Mi hermana
piensa que no debería ir a la boda de Agnes, pero yo creo que ver cómo ella se
une a Lúa para siempre me servirá para autoconvencerme de que lo nuestro murió
para siempre, de que ella no puede ser para mí, de que yo debo pasar página y buscar
mi felicidad en otro lugar. De momento no me interesa conocer a nadie. Agnes es
insustituible. No hay nadie en el mundo que se pueda parecer a ella, que me
recuerde a ella, porque ella es única; pero sé que, con el tiempo, me atreveré
a intentar conocer a nueva gente. Quiero conocer gente nueva, pero, para ello,
tengo que verme bien a mí misma y ahora mismo preferiría volverme invisible
para todo el mundo.
Y creo que eso
es todo por hoy. Estamos de fin de semana en una casita rural en el Pirineos.
Ha nevado mucho y me encanta la nieve, pero también tengo frío enseguida. Me he
traído mi ordenador para escribir porque sabía que el aire puro de la montaña
me ayudaría a hacerlo.
¡¡Artemisa está curada!! ¡Vivaaa! Me faltan emoticonos de alegría jajaja. Por fin, después de tanto sufrimiento, se ha recuperado. Me daba mucha pena que estuviese así, pasándolo tan mal, casi destruida. El momento en el que el doctor se lo comunica, que ni ella misma se lo cree, me he quedado flipando con el doctor, ¡es que los doctores hablan de esa forma! No sé como lo haces, pero es que estaba viendo la cara del doctor, me has transportado a esa consulta y he vivido el momento con mucha intensidad. Luego cuando se lo comunica a su hermana es un momentazo, uno de los más importantes de la historia y más emocionantes. Luego está la otra parte de la entrada; la llamada a Agnes. Artemisa la tiene idolatrada, no es capaz de seguir adelante. Agnes es el eje de su vida, y eso se ve en sus entradas. El 90% de sus entradas y de lo que habla trata de Agnes, poco de ella. Sin embargo, las entradas de Agnes apenas tocan el tema Artemisa y se expande en hablar de muchísimas otras cosas. Casandra, como diría la Megara, dice el evangelio. Tendría que hacerle caso, centrarse en las cosas buenas que tiene en la vida, como su recuperación y las cosas que hace con su hermana y Gabriel. Ir a la boda es una gran equivocación, tiene que empezar a rehacer su vida, que Agnes no sea el eje que mueva todo su mundo. Ya sabemos como es, que es algo obsesiva y no será anda fácil. Me encanta que se haya recuperado, que quiera luchar y seguir adelante, pero no me gusta nada que siga tan obsesionada con Agnes. Incluso la quiere llamar nada más salir del hospital. Ya veremos lo que va pasando, al menos está recuperada y eso me alegra muchísimo. Me he leído la entrada en un momento, tenía muchas ganas de leerla y no había podido con el jaleo de los muebles. Espero con ganas una nueva entrada, no tardes!!!
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