miércoles, 8 de abril de 2020

DIARIO DE ARTEMISA: MIÉRCOLES, 8 DE ABRIL DE 2020


Miércoles, 8 de abril de 2020
Llevo un mes sin escribir. No escribo desde que mi médico me comunicó que ya estaba curada. Cuando me dio esa preciosa noticia, enseguida empecé a planear mi paulatina vuelta a la vida. Me imaginaba construyendo una rutina en la que me sentiría muy cómoda, encontrando trabajo en algún centro educativo que fuese concertado (ya que trabajar en un centro como ésos es como trabajar en una empresa privada), estudiando para las oposiciones de educación que el Estado convocaría para este año y reencontrándome con esa parte de mí que las desgracias han atenuado y casi exterminado; pero todo ha cambiado mucho desde entonces. No he podido empezar a volver a la vida porque la vida se ha detenido para todos. Jamás imaginé que el año 2020 sería así. Cuando comenzó este año, yo todavía estaba muy enferma y no había en mi corazón ni la más sutil esperanza; pero, cuando supe que ya estaba curada, todas esas esperanzas que me habían faltado durante tanto tiempo volvieron a brillar de nuevo en mí. Sin embargo, ahora están atenuadas, aguardando el momento de refulgir en la oscuridad. Ahora todo es tan incierto que apenas podemos saber qué viviremos la semana que viene, pero los días se reúnen en una sucesión de horas que se repiten y que nos acercan a un posible fin que, no obstante, será el principio de una vida distinta para todos. Nada volverá a ser igual a partir de ahora. Esto que está ocurriendo nos ha detenido a todos, ha vuelto cenizas todo aquello que teníamos y nos dejará tocados durante mucho tiempo. Será muy complicado retornar a esa rutina que muchos tenían y, para los que no teníamos ninguna porque otro hecho horrible nos la arrebató, será muy difícil saber en qué momento debemos empezar a vivir, a buscar la continuidad de nuestro destino y establecernos en el mundo cuando llevamos mucho tiempo fuera de la realidad.
Parecía como si mi médico intuyese que algo iba a ocurrir cuando me pidió que fuese paciente a la hora de retomar las actividades con las que quería llenar mi vida. Me recomendó que me tomase con calma mi vuelta a la existencia porque todavía estaba muy débil y tardaría bastante en recuperar toda esa energía que me ha faltado durante tantos meses. Hay algo que agradezco profundamente y es haberme curado antes de que todo esto se volviese tan delirante. Estuve a punto de hallarme más en peligro todavía si mi curación hubiese tardado más en llegar. No quiero ni imaginarme cómo habrían sido las cosas si todavía no me hubiese curado. Me imagino que tendría muchos problemas para que me atendiesen en el hospital si me encontrase mal o cuando tuviesen que proporcionarme mis tratamientos. A veces pienso que hay algo mágico que me ha ayudado irrevocablemente a superar esta enfermedad porque, si reflexiono hondamente sobre todo esto, me doy cuenta de que realmente nunca me he sentido sola ni abandonada, pero no me refiero solamente a las personas que me han acompañado en esta etapa tan dura de mi vida, sino a una energía que no tiene materia, que constantemente me ha enviado mensajes positivos llenos de esperanza y, sobre todo, más me convenzo de que no he estado sola y de que algo mágico me ha ayudado cuando recuerdo la fecha en la que me curé de la espantosa enfermedad que ha estado a punto de matarme. Además, a partir de ese día en el que el doctor me dio el alta provisional, empecé a encontrarme cada vez mejor, como si algo me estuviese enviando salud, luz y energía. Mi hermana sonríe cada vez que le comunico estos pensamientos. Es como si conociese algo que yo no sé ni puedo intuir.
No obstante, cuando pienso en lo que está ocurriendo, siento que se me resquebraja el corazón y sobre todo cuando recuerdo que está muriendo muchísima gente mayor e inocente por culpa de este virus. Me estremece preguntarme qué habría sucedido si yo me hubiese contagiado justo en esos momentos en los que más baja de defensas estaba, en los que luchaba con todas mis fuerzas (con las pocas fuerzas que me quedaban) contra los horribles efectos secundarios de la quimio y de la radioterapia, cuando menos energía vital palpitaba en mí. Mi hermana dice que no habría podido superar el cáncer, que mi salud habría empeorado muchísimo si me hubiese contagiado. Mi hermana también se enfermaría mucho si se contagiase.
Gabriel es médico y, por el momento, ha tenido la suerte de no contagiarse, pero su vida está en continuo peligro porque permanece en contacto con enfermos la mayor parte del día. Ha decidido alojarse en un hotel mientras dura todo esto para no poner en riesgo nuestra vida. Mi hermana está muy triste porque apenas puede verlo una media hora al día y siempre a través de videollamada. Gabriel está portándose muy bien con nosotras. Siempre que le resulta posible, nos llama para saber cómo estamos, nos provee de todo lo que necesitamos y, además, nos mantiene informadas sobre todo lo que está pasando. No obstante, yo no preciso conocer con tanto lujo de detalles lo que ocurre porque, cuanta más información tengo, peor me siento, más me preocupo, así que he decidido no ver apenas la televisión ni leer las noticias hasta que transcurran por lo menos dos semanas. Mi hermana se ha comprometido a comunicarme cualquier dato o noticia importante.
Este virus está provocando algo semejante a una guerra porque está muriendo mucha gente, porque nos ha quitado nuestra libertad y nos priva de todo aquello que antes teníamos; pero también pienso que este virus va a provocar que muchos cambiemos nuestra forma de pensar, que incluso la sociedad sea distinta cuando todo esto pase y espero que haya cambios positivos en la humanidad. Mi hermana dice que esas esperanzas no tienen fundamento, pero yo no quiero perder la ilusión de que todo mejore gracias a esto. Algo positivo tiene que haber detrás de todo esto. Hay quien piensa que este virus fue creado por humanos, pero yo me niego a pensar algo así. La especie humana ha cometido muchos errores a lo largo de la Historia, pero no creo que este virus sea otro de esos errores. Esta epidemia ha sido una decisión tomada por algo superior a nosotros; algo que nos quiso dar una lección, algo que nos quiso detener para que reflexionásemos, para que sacásemos lo mejor de nosotros, para que nos demostrásemos los unos a los otros lo unidos que podemos llegar a estar y sobre todo para que no olvidemos qué es lo que realmente importa.
Mi hermana es la persona que más me soporta en estos momentos, la que más me cuida y me apoya. Ambas estamos ideando nuevas maneras de hacer ejercicio en casa. Tenemos una bicicleta elíptica y las dos la aprovechamos mucho. Está ayudándome a adquirir toda esa resistencia física que el cáncer me ha quitado. Estamos compartiendo lecturas, conversaciones interesantísimas, recuperamos recuerdos, vemos series y películas... pero también cada una tiene sus largos momentos de distracción. Yo estoy intentando escribir una novela que me gustaría publicar cuando todo esto pase. Trata de una chica que ha perdido su hogar por culpa de un incendio que ha devorado su aldea y tiene que encontrar a su familia desaparecida con la ayuda de otra mujer muy mágica que la acompañará en un viaje muy largo. En esta novela, quiero reflejar muchos sentimientos que llevo guardados en el alma, quiero desahogar muchas experiencias que no puedo olvidar a través de hechos que se parecen a lo que alguna vez yo viví con otras personas y también quiero homenajear a muchos seres que han sido muy especiales para mí construyendo personajes que tienen rasgos en común con ellos. Tengo muchas ideas, pero me cuesta mucho escribir. No me concentro. Tengo la mente dispersa y me resulta casi imposible convertir mis pensamientos en palabras. Es como si me faltase la inspiración. Para escribir, yo necesito salir, ver mundo, fijarme en esos pequeños detalles que para muchas personas pasan desapercibidos, escuchar el canto de los pájaros, oler el aroma de las flores, caminar entre los árboles... Sólo me queda la música y en la música encuentro mucha inspiración, pero esa inspiración que consigo es tan frágil como las alas de una mariposa y se me escapa como si no quisiese que la encarcelase en mi alma.
Sin duda, estas semanas de encierro están sirviéndome para conocerme mejor, para reencontrarme con mi pasado a través de los recuerdos que recupero gracias a la meditación y a la reflexión. Me estremezco de dolor cuando recuerdo cuánto me he equivocado a lo largo de mi vida y, cuando rememoro algunos de los acontecimientos que más me han impactado en mi existencia, me parece que estoy reviviendo hechos que no me han ocurrido a mí, sino a un ser mágico protagonista de una bella y apasionante historia.
He viajado hasta mi infancia y mi adolescencia a través de imágenes que tengo grabadas en lo más hondo de mi mente y también a través de fotografías que he podido encontrar por Internet. He sabido que el pueblo de León donde nací ha sido golpeado muy fuertemente por el virus. Es probable que ya no quede viva ninguna de esas personas que formaron parte de mi niñez. Recuerdo a muchas personas mayores que seguro que ya ni respiran. Es muy triste pensar que el escenario en el que aprendiste a ser niña ha quedado desierto, arrasado por algo que no se ve y que causa tanto daño. Me gustaría visitar mi pueblo otra vez cuando todo esto pase. No vuelvo allí desde que fui con Agnes y Lúa. Es probable que nada haya cambiado apenas desde entonces, pero sí habrán desaparecido tantas vidas que entonces será imposible atravesar con el alma el silencio que reinará en las calles. Las casas estarán abandonadas, habrá tanta soledad que se me encogerá el corazón y tal vez podré oír, en esa falta de sonidos, la voz de esa niña que corría libre por las calles en dirección al bosque; un bosque golpeado también por los incendios de 2017, que también quemaron mi tierra, grandes extensiones de la comarca del Bierzo.
Sobre todo me ha dado por recordar la época en la que estuve estudiando en la universidad de León y en la que, de repente, me di cuenta de que no me apetecía seguir viviendo esa existencia en la que me sentía tan vacía. Mi padre murió cuando yo estudiaba en la universidad la carrera de biología y su marcha me dejó paralizada. Era incapaz de concentrarme, de estudiar, de saber qué quería hacer en mi vida y era incapaz de encontrarle sentido a todo aquello que llevaba a cabo y formaba mis días. Huir era lo único que necesitaba. Allí ya no tenía a nadie que me quisiese de verdad. No tenía amigas, mi madre estaba sumida en una profunda depresión que la apartaba por completo del mundo y yo no sabía dónde estaba mi hermana. Como no tenía nada, sentía que no iba a perder nada si me iba, al contrario, tenía la intuición de que iba a ganar mucho si me marchaba.
Me marché sin saber a dónde quería ir. Sólo tomé un tren que me llevó a Barcelona. Había localizado por Internet algunos pueblos de montaña que me habían llamado mucho la atención, pero mi idea era vivir en el bosque. No me importaba cuánto me costaría realizar mi deseo, pero estaba dispuesta a luchar por conseguirlo. Como si alguien o algo mágico me guiase, acabé justo donde podía encontrar a más personas que creían que vivir en medio de la naturaleza era la mejor manera de existir. No sé qué me llevó hasta ellos, pero el encuentro con Gaya y Gilbert parece un hecho místico que estaba preparado para mí desde hacía años, como si estuviese escrito en mi destino. En cuanto vi a Gaya, supe que aquella mujer se convertiría en la persona que más querría en mi vida, en la madre que, sinceramente, siempre me había faltado. Hallé en Gaya todo ese amor que yo tanto necesitaba. Ella fue la mejor maestra para mí, la persona que más me ha querido en el mundo. Conecté con ella como si realmente su alma y la mía fuesen una sola alma. Nunca podré explicar por qué nos quisimos tanto desde que nos conocimos, pero siempre supe que fue una relación mágica que no tenía cabida en un mundo terrenal. Nuestra conexión iba más allá de la magia, de la tierra, del aire, del fuego, del agua; era algo que trascendía el tiempo y el espacio.
Cuando me alejé de ella porque prefería vivir distanciada de Agnes, supe que ella y yo nunca dejaríamos de sentirnos cerca. Sin embargo, cuando volví y supe que ella estaba muy enferma, sentí que se me deshacía el alma, que esa conexión que nos había unido estaba a punto de desaparecer porque la muerte se la llevaría. La muerte de Gaya me dolió tanto como me dolió la de mi padre, pero me dejó mucho más huérfana, mucho más vacía y desgarrada. Me gustaría volver a hablar con ella y decirle que nadie ha conseguido ocupar nunca su lugar, por muchas sacerdotisas amables y sabias que haya conocido. En la isla en la que estuve viviendo tres años, sí conecté muy hondamente con otras mujeres, pero el puesto de Gaya está sólo reservado a ella y nunca podrá desaparecer porque está lleno de todos los recuerdos de los momentos que viví con ella.
Gaya fue una de las personas que más quise y querré en mi vida. Otra de esas personas es Agnes. A mi corazón no le importa que ella no me ame y que nunca más volvamos a estar juntas. Es la única mujer que he amado realmente en mi vida y será la única que ame. Lo sé. Puede que me gusten otras mujeres, pero yo acepté el amor porque me había enamorado de Agnes. Siempre creí que yo no tendría pareja nunca, que prefería consagrarme a una vida solitaria y mística; pero abandoné esa idea porque Agnes también me amaba. Si ella no me hubiese amado, es muy probable que no hubiese renunciado a mi ideal de vida. ¿Y por qué? Porque siempre pensé y sentí que el lazo que me unía a Agnes no forma parte de esta vida, sino que proviene de otras existencias pasadas y ella tampoco puede negar eso. Jamás podrá negarlo porque vivió conmigo otras vidas, porque estuvo conmigo en otro tiempo. Agnes ha renacido siempre en Galicia y yo, en algún momento de mi destino, también estuve allí, con ella, huyendo de la existencia que me obligaban a vivir en un reinado del que no quería formar parte. Todo eso lo sé porque Agnes me lo ha contado. Hay algo que siempre nos unirá y ese algo son las vidas que hemos compartido en otro tiempo.
Estos días de confinamiento también están sirviéndome para acercarme un poco a ella. Hablamos unas cuantas veces a la semana, pero todavía no me atrevo a que hagamos videollamadas porque no quiero que me vea. Me ha crecido algo el pelo, pero todavía estoy muy delgada y demacrada. Es absurdo que no quiera que me vea porque, este domingo, si hubiese asistido a su boda, si su boda hubiese podido celebrarse, nos habríamos visto en persona; pero entonces yo me habría esmerado mucho en aparecer bella y acicalada delante de ella. En cambio, a través de una cámara, aparecemos más horribles si cabe de lo que estamos. Yo muero de ganas de verla, aunque sea a través de la pantalla de mi ordenador; pero ansío volver a ver sus ojos profundos, negros y expresivos, volver a ver su preciosa sonrisa, su resplandeciente piel. Quiero ver cómo está, si ha cambiado mucho desde la última vez que la vi, que sé que no porque la sigo en el Instagram y la veo en las fotografías que sube junto a Lúa y en los vídeos que subía en los que salía ensayando con Iauga. Está igual de hermosa que siempre, pero ansío que me mire, que me dedique alguna de sus bellas miradas; ésas que tan llena me han hecho sentir siempre. No puedo negar que sigo enamoradísima de Agnes, pero saberlo y sentirlo ya no me duele. He aceptado que me costará mucho olvidarla. Sí tengo ganas de conocer a otras mujeres. Cuando pase todo esto. Posiblemente quede en persona con más de una con la que estoy hablando estos días, pero no tengo mucha esperanza de que me enamore de alguna de ellas porque siento que tengo todavía el corazón y el alma ocupados por el recuerdo de Agnes. Entiendo y acepto que ella ame a Lúa, que sea feliz con ella y que quiera estar con ella hasta el fin de sus días; pero eso no significa que pueda dejar de amarla; mas sí tengo que reconocer que alguna de estas chicas con las que hablo me hacen sentir ilusiones porque conversamos sobre la vida que iremos recuperando cuando todo esto pase, de las cosas que podemos hacer, de los viajes que algún día podremos emprender y también de los largos paseos que daremos por Barcelona o por donde sea mientras hablamos y hablamos durante horas, mientras nos conocemos y podemos abrirnos juntas al mundo; pero ojalá pudiese sentir la mitad de lo que siento por Agnes por alguna de esas mujeres.
Cuando hablo con ella, me quedo embelesada oyendo su voz, disfrutando de su manera de expresarse, de su acento, de su gracioso modo de contar las cosas. Me habla de su madre, me confiesa que la echa mucho de menos porque lleva más de dos meses sin verla. Sin embargo, las conversaciones que mantengo con ella todavía no son muy profundas. Es como si a ella le diese miedo volver a abrirse a mí. Yo le he asegurado que sólo quiero ser su amiga, que no tengo ninguna intención más con ella, y me cree, pero siento que desconfía de mí o que teme hacerme daño si me habla abiertamente de su vida con Lúa, a quien, por cierto, he saludado en más de una ocasión ya. La verdad es que me apetece mucho que hagamos alguna videollamada. Tendré que maquillarme un poco y ponerme algún pañuelo bonito cuando me atreva a permitir que ella me vea. Sí me apetece que nos comuniquemos de ese modo más cercano, pero tengo que sentirme muy bien anímicamente para poder hacerlo. Es que sé que ella estará tan guapa que me sentiré nada a su lado y también me ocurrirá lo mismo si veo a Lúa, tan increíblemente hermosa que es, con esa melena pelirroja que parece brillar y esos ojos verdes, tan relucientes y cristalinos, tan vivos como la hierba; pero tengo que encontrar la manera de apreciar lo que yo soy, de lo que sigo teniendo pese a tanto sufrimiento. Yo también recuperaré mi larga melena rizada, mi estilizado y atlético cuerpo, mi pose elegante, todo lo que tenía antes de ponerme tan enferma. Tengo que recuperar por lo menos quince kilos, según me recomienda mi hermana, pero haciéndolo bien, no cogiendo grasas inútiles. Por eso me esfuerzo tanto por llevar una dieta equilibrada y hacer deporte todos los días.
No puedo negar que tengo muchísimas ganas de que todo vuelva a la normalidad, pero sé que nada será como antes hasta que pase mucho tiempo. Esto que nos está ocurriendo, que le está ocurriendo al mundo, lo ha desfigurado todo.
Agnes me habla de cómo son sus días. Por lo que me cuenta, sé que vive días muy intensos, que se han hecho Lúa y ella una rutina que intentan cumplir para que todo sea mucho más sencillo y llevadero. De momento, ellas dos están bien, aunque algo tristes por no haber podido celebrar su boda el domingo. Yo tengo que morderme la lengua cada vez que me habla de su boda para no confesarle que yo iba a darle una sorpresa, pues sigo queriendo hacerlo. Ella me dice también que lo más importante ahora es que están bien y que, en cuanto puedan, organizarán de nuevo su enlace y que lo celebrarán aún con más ilusión y emoción porque se canceló por algo muy triste. Cuánta razón tiene. A mí me da mucha pena no haber podido ir a Galicia estos días porque me hacía mucha ilusión volver a ese lugar donde fui realmente tan feliz, pero lo que importa ahora es que todo esto pase cuanto antes.
Leo mucho. Intento distraerme leyendo todos esos libros que tenía pendientes. Llevo mucho tiempo encerrada en casa por culpa de la enfermedad y ahora por esto, pero intento no desesperarme. Sé que, cuando pueda volver a la vida, voy a vivir cada instante como si fuese el más bonito de la Historia. Después de esto, creo que todos seremos más fuertes tanto física como anímicamente y también seremos más capaces de decidir qué queremos y qué no queremos para nuestra vida, desecharemos todo eso que nos sobra y que nos hace daño. Tengo la esperanza de que el mundo será un lugar mejor cuando superemos esta horrible crisis, que, al mismo tiempo que está llevándose tantas vidas, también está llenando de cariño otras. Sé que muchos están recuperando ese tiempo perdido que querían pasar junto a sus seres queridos. Sólo espero que, cuando todo esto pase, ninguna relación vuelva a enfriarse nunca más. Y así me despido, cuando faltan escasos diez minutos para que salgamos a aplaudirles a todos aquéllos que arriesgan su vida por ayudar a los demás. Les aplaudimos a los médicos, pero también a los que trabajan en estos horribles tiempos, a todos los enfermos que luchan por su vida (cualquiera que sea su dolencia), a los que no han conseguido superar cualquier enfermedad y a los que sí.
Quiero despedirme con esperanza. Como escribo tan de vez en cuando, tengo la intuición de que todo habrá mejorado mucho la próxima vez que escriba.

1 comentario:

  1. Hacía mucho que no sabíamos de Artemisa. Las cosas le van bien, dentro de lo mal que está ahora todo. Hace reflexiones muy buenas. Es verdad que en su caso, parece que algo mágico la ha ayudado. Ella desconoce que Agnes la ha estado ayudando todo este tiempo, su hermana guarda el secreto todavía, pero intuye que ha recibido ayuda extra en su curación. Es que además, parece como que un ente o algo ha estado ahí para ayudarla a superarlo y justo antes de que todo esto estallase. Si le llega a pillar mal, con las defensas bajas, otro gallo habría cantado...todo lo contrario a lo que le ocurre a Dani Rovira, que justo ahora tiene cáncer, en el peor momento, pobrecillo. El estar confinada lo sobrelleva bien, sobretodo gracias a la ayuda de su hermana. Juntas hacen piña y fuerza. Una cosa que me ha sorprendido mucho ha sido que Artemisa es la que está escribiendo Más allá del viento, ¡es una gran idea! Lo cierto es que tiene mucho sentido. Hay muchas influencias de su vida y la de Agnes y tiene toda la lógica que sea ella la que la esté escribiendo. Usa su lado mágico, sus propias experiencias y su imaginación para crear ese mundo tan fascinante, con personajes apasionantes. Me encanta la idea. Habla también de Gabriel, que está trabajando duro y no puede ver a Casandra y también de Agnes. Parece que la relación entre ellas mejora con el paso del tiempo. Artemisa sigue enamoradísima de ella, pero parece que acepta que su destino no es Agnes. Está conociendo a nuevas personas, y eso, es muy positivo para ella. Se merece ser feliz y que las cosas le vayan bien. De todas formas, sigo pensando que ir a la boda es un error y que debería empezar a vivir su propia vida y apartar a Agnes un tiempo, las heridas todavía siguen muy recientes. Ay, y yo pienso igual que Artemisa. Esto que está pasando tiene que sacar lo mejor de nosotros y cosas positivas tendrán que pasar, al menos es lo que me gusta pensar. Me ha encantado leer este capítulo, Ntoch.

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