domingo, 9 de octubre de 2016

EL FUEGO DE HÉCATE: CAPÍTULO 5 - EL RITUAL DE INICIACIÓN




5

 

El ritual de iniciación

 

La noche de su iniciación llegó y con sus oscuras horas apareció también el esperado momento de partir hacia el hogar de Gaya. Artemisa notaba latir en su alma una inmensa emoción que mezclaba nervios y miedo. Se trataba de un temor casi punzante que le oprimía la garganta. Sabía que aquella noche sería muy especial e impresionante, posiblemente la noche más importante de su vida, la noche en la que se uniría en cuerpo y alma a la Diosa para ser para siempre su servidora y la transportadora de sus verdades y conocimientos.

Cuando llegó al jardín que embellecía interminablemente el hogar de Gaya, se detuvo ante el tronco grueso de un poderoso y antiguo árbol y lo abrazó para que de él emanase la energía que tanto necesitaba, para que con su inquebrantable corteza pudiese calmar los nervios que le impedían fijar los ojos en un punto concreto. Se sentía acelerada y a punto de estallar de tensión, pero la tranquilidad que envolvía aquel árbol y que se desprendía de su antigüedad le acarició el alma, se introdujo en su cuerpo y le proporcionó un sosiego con el que se sintió mucho más capaz de enfrentarse a todo lo que le sobreviniese aquella noche.

Esperó a Gaya sentada entre dos troncos, imaginándose que se hallaba sola en el mundo por unos efímeros momentos, perdiendo la mirada por la poderosa y remota luz de las estrellas, por el tierno resplandor de la luna que se erguía sobre las montañas, siendo parte del viento y del sonido del agua de los ríos. A Artemisa le parecía que no había diferencia entre la luz de la luna y la voz de los bosques, como si ambos proviniesen de un mismo espíritu, y es que en realidad procedían de la misma alma, el alma de la Diosa a la que aquella noche Artemisa se uniría para ser parte de su destino y para rendirse al hado que Ella había preparado para su vida.

Gaya apareció de pronto en medio del jardín. Estaba vestida de blanco. Su traje parecía tejido por el fulgor de la luna, pues brillaba como su plateada faz. Tenía sus cabellos casi blanquecinos recogidos en un moño adornado con flores y se le desprendía de la mirada una eterna sabiduría y una infinita paciencia que a Artemisa le hicieron sentir cómoda y serena al instante. Llevaba en las manos un gran caldero que contenía algo que Artemisa no alcanzó a distinguir bajo la oscuridad de la noche, pero que exhalaba un aroma muy intenso a plantas recién cortadas y a savia. Aquella fragancia le causó unas leves náuseas, pero enseguida supo que no era la repulsión lo que se las había inspirado, sino los nervios. Además, no había comido nada en todo el día, pues tenía que celebrar el ritual en ayunas y tampoco habría podido hacerlo si lo hubiese tenido permitido porque los nervios se lo habrían impedido.

No era necesario que Gaya le dijese nada. Artemisa se levantó de donde estaba sentada y siguió a la suprema sacerdotisa a través del jardín, en dirección al bosque, al lugar en el que siempre celebraban sus rituales; un prado totalmente retirado de cualquier mirada ajena e intrusa que pudiese interrumpir su magia. Aquel prado estaba todo cercado por árboles de tronco grueso y de ramas poderosas y frondosas que los ocultaban a todos de la inquisidora mirada de la civilización e incluso de los ojos lejanos de las estrellas. No obstante, todos sabían que ningún elemento natural quedaba totalmente apartado de aquellos instantes.

Lentamente, fueron llegando los demás miembros del aquelarre. Artemisa todavía no los conocía a todos, pero Gaya le había hablado tanto de ellos que sentía que ya formaban parte de su vida. No eran totalmente desconocidos para ella aquellos ojos, aquellas miradas, aquellas voces que entonaban junto a la suya versos dedicados a la madre de todos, aunque todavía no pudiese definir nítidamente su manera de ser. Además, aquél sería el primer ritual que celebraría rodeada de tantas personas que creían y pensaban como ella y aquel hecho la sobrecogía profundamente. Hasta entonces, sólo había celebrado algunas ceremonias acompañada de Gaya, Neftis y Penélope y éstas habían sido muy sencillas, aunque en exceso hermosas.

Cuando todos se hallaron alrededor del fuego, quebró el silencio de la noche una voz aterciopelada, muy profunda y serena que a Artemisa le hizo sentir cómoda al instante. Gilbert era quien hablaba, quien lanzaba al aire palabras que a Artemisa la sobrecogían hondamente.

     Hermanos, esta noche celebraremos un ritual muy especial. Tenemos una nueva iniciada en nuestro aquelarre El fuego de Hécate. La conocemos todos muy bien, aunque algunos no hayamos tenido todavía el placer de compartir con ella una conversación sabia y profunda, pero de todos es sabido que es una mujer paciente, inteligente y mágica que alberga mucho poder en su alma, poder cuya fuerza e interminable capacidad ella desconoce casi por completo. Esperemos todos que la Diosa la guíe hacia su destino y le muestre sus habilidades más importantes. Le queda todavía mucho camino por recorrer, pero saber que lo hará junto a nosotros es un consuelo para todos. Su alma será también su guía y la conducirá hacia el saber que todos adquirimos con el paso del tiempo y con las experiencias. Artemisa, eres nuestra nueva maestra. Aprenderemos de ti todo lo que la Diosa no ha querido comunicarnos por no ser ésa nuestra labor. Te corresponde a ti la interpretación de su lenguaje grabado en las llamas del fuego y en la voz susurrante del viento. Te asigno la responsabilidad de leer más allá de cada señal para encontrar palabras que no suenan y que sin embargo escriben las silenciosas y largas líneas de nuestro destino. Ahora iniciaremos nuestro ritual dándole gracias a la Diosa por haberte acercado a nosotros. Tengo el placer de empezar a formar parte de tu vida como tu supremo sacerdote. Podrás consultarme los misterios que todavía se te resistan. Junto a Gaya, nuestra sabia suprema sacerdotisa, seré tu guía en muchísimos aspectos. No dudes que de ahora en adelante Gaya y yo somos tus padres, la representación material del alma de la Diosa cuando Ella nos lo permite. En señal de agradecimiento a la Diosa por haberte llevado hasta aquí, por haberte ofrecido tantos conocimientos y por permitirte adquirir mucha más sabiduría con el paso del tiempo, dirige tú este ritual poniendo en práctica todo lo que has aprendido, todo lo que Gaya te ha enseñado. De ti depende el círculo mágico que debes trazar y las invocaciones a los elementos, al Dios y a la Diosa. Después, cantarás y tocarás las trovas que serán la voz de tu más sincera gratitud. Artemisa, recuerda que todavía eres joven. Te queda toda la vida por delante para aprender y ser mucho más sabia. Llegará un día en el que posiblemente sea necesario entregarte labores que sólo nosotros podemos desempeñar, pero únicamente la Diosa puede señalar nuestros sucesores. No alarguemos más el momento de comenzar con el ritual. Artemisa, puedes hacerlo.

Las palabras de Gilbert eran profundas, estremecedoras y preciosas. A Artemisa le parecía que aquellas declaraciones no emanaban de su mente, sino de otra mucho más lejana, tal vez la mente creadora del Universo y de los bosques. No era capaz de dudar de ninguna de ellas y las aceptó como si principiasen las líneas de su destino.

Estaba muy nerviosa, pero trató de ignorar todas las sensaciones físicas que la golpeaban para teñir de magia cada una de las palabras y los gestos con los que dirigiría el primer ritual que celebraba junto a esas personas que en realidad eran su verdadera familia. Así pues, con una voz impregnada de cariño y ternura, les ordenó pacientemente a todos:

     Ahora concentrémonos en nuestra respiración; a través de la cual atraeremos la energía mágica que necesitamos para formar parte de este ritual tan especial. Meditemos juntos, sintiendo cómo nuestra alma se convierte en una esfera brillante que desciende por nuestro cuerpo, adentrándose en la tierra para mezclarse con el ígneo vientre de la Madre, ascendiendo después lentamente hacia el cielo y llegando hasta el esplendente espíritu del que proviene toda vida...

Cuando todos hubieron meditado concentrada y mágicamente, Artemisa les ordenó que abriesen los ojos. Entonces alzó las manos hacia el cielo y, hundiéndose en la sensación poderosa que le anegaba el alma, comenzó a trazar ese círculo mágico que construía el templo en el que celebrarían aquel ritual tan especial. Aquel círculo los alejaría de la mundana superficialidad del mundo y los acercaría al alma de la Diosa, del Dios y de los elementos.

Cuando el círculo mágico ya estuvo trazado, entonces Artemisa invocó a los cinco elementos: a la tierra en el norte, al aire en el este, al fuego en el sur, al agua en el oeste y al éter en el centro de cada lugar, de cada espíritu. Llamó al Dios para que formase parte de ese ritual y después apeló a la Madre, a su Diosa, notando que los ojos se le llenaban de lágrimas y que una poderosa y preciosa emoción le inundaba el alma.

Entonces llegó el instante de agradecerle profundamente a la Diosa que le hubiese permitido alcanzar tanta plenitud, que le hubiese ofrecido la oportunidad de convertirse en una persona tan sabia que no dejaría de aprender nunca, en alguien que podía utilizar su magia para conectar con la parte intangible de la vida y sobre todo que la hubiese acogido en su amoroso abrazo.

Se sentó en el suelo y, perdiendo los ojos por el baile de las llamas de la hoguera sagrada que ardía en honor a la Diosa, empezó a tañer lenta y concentradamente las notas que iniciaban la trova con la que ella le agradecería a la Madre todo lo que le había entregado en los últimos meses. Al principio, su voz sonó temblorosa por la emoción que la embargaba, pero, con el paso de los segundos, ésta fue adquiriendo poder y seguridad hasta convertirse en un canto profundo que recorrió el vacío de la noche hasta introducirse en lo más hondo de cada alma, de cada pensamiento, y se dirigió hacia las estrellas, acogiéndolas éstas en su luz cálida y remota.

Cuando entonó y tañó la segunda canción que tenía previsto revivir aquella noche, todos la acompañaron tocando y cantando junto a ella. Fue como si el fuego adquiriese voz también, pues, con el canto y la música de todos aquéllos que bailaban y entonaban a su alrededor, las llamas se fortalecieron y se alzaron más vivamente hacia el cielo, de forma inocente e inocua sin embargo.

La música se extendió a lo largo de las oscuras horas de aquella resplandeciente y mística noche. Llegó un momento en el que Artemisa le cedió a Gaya el instrumento que tañía para que ella se lo entregase a quienquiera que anhelase cantar y tocar en lugar de bailar. Entonces Artemisa se mezcló entre quienes formaban junto a ella el círculo sagrado y, tomando de la mano a Gilbert y a Neftis, se dejó seducir por la magia de la música y por el sereno aroma que se desprendía de las llamas del fuego. Cantó y danzó notando que la magia de la vida le llenaba el alma y se la impregnaba de un infinito agradecimiento que parecía brotar de la tierra para esparcirse por todo su ser y después llegar hasta las montañas para ser el lecho de las estrellas.

Cerró los ojos y respiró profundamente para que la inmensa magia de aquellos momentos se le introdujese en el alma y nunca se le ocurriese abandonarla. Se sentía tan plena que deseó que aquella noche no se terminase nunca. Mientras danzaba alrededor de las llamas, notando cómo el calor y el olor del fuego se le adherían a la piel y cómo el cansancio que el ayuno y los nervios podían haberle causado se convertía en fuerza y energía, pensó que la felicidad debía ser lo que ella experimentaba en aquellos momentos. Supo que la felicidad se componía de todos los elementos que creaban aquellos instantes y de los sentimientos que la invadían y la dominaban mientras saltaba, bailaba, cantaba, reía, soñaba: el fuego, el olor y la oscuridad de la noche, el contacto de las manos enlazadas a las suyas, la compañía de quienes vivían con ella aquel momento, el poder de la Diosa reflejado en la luz de la luna y de las llamas, en el movimiento del viento, en el sonido de los instrumentos y de las voces que entonaban junto a ella. Sí, sí, al fin había descubierto lo que era la felicidad y, siempre que quisiese recordar lo que significaba ser feliz, evocaría ese momento, esos bailes, esos cantos, esa sensación tan fuerte que la había tornado volátil, enérgica, luminosa, inagotable como el tiempo.

Además, notaba que la pura y resplandeciente energía que le invadía el alma emanaba de ella a través de sus manos, de su voz, de su mirada y de su piel y que se les contagiaba a todos los que la rodeaban. Sentía que el poder que siempre había susurrado en su interior y que, gracias a Gaya, había conseguido intensificar se acrecía por dentro de ella. Tuvo la sensación de que podía dominar la dirección del viento y el sabor del agua. No obstante, en ningún momento dejó de ser consciente de que aquellas sensaciones no eran sino el fruto de la vigorosa felicidad que gritaba en su interior; la cual, evidentemente, sólo podía proceder de la Diosa. Entonces a todas las emociones que sentía se les sumó la gratitud; una gratitud tan impetuosa e infinita que pensó que podía prender de nuevo todas esas estrellas que ya se habían apagado en el firmamento.

Cuando los bailes y los cantos cesaron, entonces llegó el momento de expresar lo que sentía. Aunque la euforia y la felicidad que le habían permitido danzar y cantar con tanto entusiasmo y gratitud todavía gritasen por dentro de ella, acelerándole el corazón y la respiración, Artemisa habló con claridad y muchísima emoción:

     Gracias a todos por vuestra acogida y vuestro cariño. Estoy muy contenta por poder formar parte de este sueño. Prometo ser una guía para quienes se sientan perdidos, ser vuestra hermana en la fe y en la vida y vuestra más íntima amiga.

     Nosotros también nos sentimos muy felices de tenerte aquí con nosotros. Eres un regalo del destino —le correspondió Gilbert.

Artemisa se sentía inmensamente acogida entre aquellas personas que estaban tan conectadas a ella a través de un lazo inquebrantable; el lazo de la magia. Vivió con intensidad cada parte del ritual que celebraron, compuesto por el recibimiento que todos le ofrecían a Artemisa, las peticiones de cada uno de los miembros, las súplicas por una buena cosecha y la ofrenda que cada uno de ellos le realizaba a la Diosa...

Cuando el ritual estaba a punto de llegar a su fin, cuando se hallaban inmersos en la última parte de aquella celebración, prontos a abrir el círculo mágico que los había protegido, Artemisa, repentinamente, comenzó a sentir que algo resquebrajaba la serena magia de aquel ambiente cálido y misterioso. No podía definir qué emoción se encerraba entre tanta bondad y tanto misticismo; pero podía notar que percibía una extraña energía cuyo origen no era capaz de concretar. Se trataba de una energía que le oprimía el corazón como si fuesen unas garras férreas y afiladas. Aquella energía la paralizaba, le hacía preguntarse si de veras todos estaban tan conformes con su presencia. Miraba detenida y profundamente a cada uno de los miembros del aquelarre, hundiéndose en sus ojos para captar las sensaciones que se desprendían de esas serenas miradas, pero la energía parecía flotar por doquier sin emanar de un lugar en concreto, sino de todos los rincones y de todas las almas que la rodeaban. Prefirió ignorar aquella sensación porque en realidad turbaba la magia de aquella noche y Artemisa deseaba que aquellas nocturnas horas fuesen totalmente perfectas.

Sin embargo, aunque lo intentase con fuerza, no podía olvidarse de lo que había captado aquella noche. A partir de entonces, inesperadamente, la energía que tanto le había oprimido el pecho la noche de su iniciación empezó a perseguirla como si fuesen unos ojos inquisidores que la observaban de forma inicua. Artemisa miraba a su alrededor tratando de descifrar el origen de aquella sensación, pero siempre se hallaba totalmente sola cuando más observada se sentía. La inquietud nacida de aquella impresión se convirtió lentamente en una obsesión para Artemisa. Tenía pesadillas en las que captaba que la acechaba un espíritu inconcreto y denso que intentaba aferrarla de la cintura para detener su correr. En aquellos sueños, Artemisa atravesaba el bosque veloz e incansablemente, huyendo de aquello que deseaba apresarla. Se despertaba tan cansada que apenas podía mantenerse en pie, como si realmente hubiese corrido con tanta desesperación, como si las sensaciones que le habían invadido en el sueño continuasen existiendo en la vigilia.

No sabía con quién hablar. Era consciente de que cualquier miembro del aquelarre podía escucharla y comprenderla, pero no se atrevía a desvelar que estaba tan asustada. Le resultaba imposible transformar en palabras las sensaciones que le anegaban el alma porque las creía parte de otra dimensión, incapaces de vivir en la realidad en la que todos existían.

Y así fue transcurriendo el tiempo, entre aprendizaje, nervios, miedo y felicidad. Los momentos en los que celebraban rituales en honor a la Diosa eran los más hermosos para Artemisa; los que más llenos estaban de magia e inocencia. Cada vez le costaba menos comunicarse con la Diosa. La sentía vagar por el viento, a través del aire y del agua. La notaba refulgir en las llamas del fuego y también era capaz de oír su silenciosa voz; la que le transmitía palabras que solamente ella podía detectar. En una de esas noches en las que todos cantaban y entonaban alrededor de las llamas, Artemisa percibió que de la hoguera que ardía en medio del círculo brotaba un susurro claro y silente que le llegó al alma, transmitiéndole una sensación de protección que, sin embargo, desvelaba un peligro inminente. Artemisa comprendió que la Diosa estaba pidiéndole que se cuidase, que se resguardase de aquella energía tan negativa de la que no podía separarse y no le permitía vivir en paz.

Entonces Artemisa decidió en ese momento mantener una conversación con Gaya sobre lo que estaba ocurriéndole. No podía esperar más. Ya había callado durante demasiado tiempo. No podía seguir ocultando algo que para ella era tan importante. Así pues, se dirigiría hacia su hogar y le confesaría lo que le sucedía, intentando que Gaya no detectase el miedo que se había apoderado irreversiblemente de su calma.
 

3 comentarios:

  1. Que ceremonia tan bonita. Me gusta como la hacen, tocando música, cantando y bailando. Seguro que todos se han quedado muy sorprendidos al escuchar cantar a Artemisa. No puedo evitar recordar las innumerables veces que Sinéad y los demás han cantado y bailado juntos en tus historias. Es algo muy tuyo este tipo de rituales/momentos tan especiales, me encanta. Gilbert se ve un hombre muy inteligente, estoy deseando saber más cosas sobre él. Me preocupa esa energía oscura, eso que molesta y no deja en paz a Artemisa. Como conozco un poquito a los personajes tengo mi propia hipótesis de lo que ocurre, pero me puedo equivocar. A ver que le dice Gaya y si puede ayudarla a solucionar lo que está ocurriendo. Está muy interesante!!! Que sigaaaaa!!!

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  2. Muchísimas gracias por comentar siempre mis entradas, por seguir todo lo que escribo. Llevo mucho tiempo queriendo agradecértelo en algún comentario y hoy he sentido la necesidad ineludible de hacerlo. Gracias por apoyarme siempre en mis creaciones, con cada cosa que scribo e imagino. Sí, creo que vas bien encaminado. Tienes el privilegio de conocer un poquito la historia. Lo que más me anima es que te guste tanto. Para mí es un honor que alguien que tiene tanta facilidad para crear, inventar y escribir historias apasionantes y crear personajes tan entrañables sienta fascinación por algo que yo creo con todo el corazón. Antes que con la imaginación o la necesidad de crear una historia que enganche y que sea apasionante, son los sentimientos quienes me impulsan a escribir, a imaginar situaciones mágicas en las que intervienen todo tipo de fuerzas. Gracias por tu apoyo incondicional; sin el cual me sentiría incapaz de seguir alimentando la llama de la creatividad, sin el cual no sentiría tanta pasión por lo que hago. Gracias y mil gracias. Te quiero mucho, muchísimo.

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  3. Esa energía oscura... yo pienso que debe ser alguien que se opone a la existencia de El fuego de Hécate pero ¿quién podrá ser? El caso es que cuando leo los ceremoniales me da un poquito de envidia, es más, me pregunto si no podríamos hacer algo parecido, aunque fuera ir al campo y preparar un té o algo así y cantar y hasta bailar (y mira que para que yo piense en bailar...), pero es que es lo que pasa con tus textos, que me llevan a desear muchas cosas, se agrandan mis perspectivas, y eso en sí mismo es un pequeño milagro. Me pregunto cómo será Gilbert, me lo imagino serio pero también muy bondadoso. Lo que parece es que el equilibrio que se ha alcanzado está amenazado por algo que aún está muy indefinido, ¿podrá Gaya ayudar a Artemisa? ¿qué va a pasar? Tendremos que esperar impacientes a lo venga...

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