El ritual de iniciación
La noche de su iniciación llegó y
con sus oscuras horas apareció también el esperado momento de partir hacia el
hogar de Gaya. Artemisa notaba latir en su alma una inmensa emoción que
mezclaba nervios y miedo. Se trataba de un temor casi punzante que le oprimía
la garganta. Sabía que aquella noche sería muy especial e impresionante,
posiblemente la noche más importante de su vida, la noche en la que se uniría
en cuerpo y alma a la Diosa para ser para siempre su servidora y la
transportadora de sus verdades y conocimientos.
Cuando llegó al jardín que
embellecía interminablemente el hogar de Gaya, se detuvo ante el tronco grueso
de un poderoso y antiguo árbol y lo abrazó para que de él emanase la energía
que tanto necesitaba, para que con su inquebrantable corteza pudiese calmar los
nervios que le impedían fijar los ojos en un punto concreto. Se sentía
acelerada y a punto de estallar de tensión, pero la tranquilidad que envolvía
aquel árbol y que se desprendía de su antigüedad le acarició el alma, se
introdujo en su cuerpo y le proporcionó un sosiego con el que se sintió mucho
más capaz de enfrentarse a todo lo que le sobreviniese aquella noche.
Esperó a Gaya sentada entre dos
troncos, imaginándose que se hallaba sola en el mundo por unos efímeros
momentos, perdiendo la mirada por la poderosa y remota luz de las estrellas,
por el tierno resplandor de la luna que se erguía sobre las montañas, siendo
parte del viento y del sonido del agua de los ríos. A Artemisa le parecía que
no había diferencia entre la luz de la luna y la voz de los bosques, como si
ambos proviniesen de un mismo espíritu, y es que en realidad procedían de la
misma alma, el alma de la Diosa a la que aquella noche Artemisa se uniría para
ser parte de su destino y para rendirse al hado que Ella había preparado para
su vida.
Gaya apareció de pronto en medio del
jardín. Estaba vestida de blanco. Su traje parecía tejido por el fulgor de la
luna, pues brillaba como su plateada faz. Tenía sus cabellos casi blanquecinos
recogidos en un moño adornado con flores y se le desprendía de la mirada una
eterna sabiduría y una infinita paciencia que a Artemisa le hicieron sentir
cómoda y serena al instante. Llevaba en las manos un gran caldero que contenía
algo que Artemisa no alcanzó a distinguir bajo la oscuridad de la noche, pero
que exhalaba un aroma muy intenso a plantas recién cortadas y a savia. Aquella
fragancia le causó unas leves náuseas, pero enseguida supo que no era la
repulsión lo que se las había inspirado, sino los nervios. Además, no había
comido nada en todo el día, pues tenía que celebrar el ritual en ayunas y
tampoco habría podido hacerlo si lo hubiese tenido permitido porque los nervios
se lo habrían impedido.
No era necesario que Gaya le dijese
nada. Artemisa se levantó de donde estaba sentada y siguió a la suprema
sacerdotisa a través del jardín, en dirección al bosque, al lugar en el que
siempre celebraban sus rituales; un prado totalmente retirado de cualquier
mirada ajena e intrusa que pudiese interrumpir su magia. Aquel prado estaba
todo cercado por árboles de tronco grueso y de ramas poderosas y frondosas que
los ocultaban a todos de la inquisidora mirada de la civilización e incluso de
los ojos lejanos de las estrellas. No obstante, todos sabían que ningún
elemento natural quedaba totalmente apartado de aquellos instantes.
Lentamente, fueron llegando los
demás miembros del aquelarre. Artemisa todavía no los conocía a todos, pero
Gaya le había hablado tanto de ellos que sentía que ya formaban parte de su
vida. No eran totalmente desconocidos para ella aquellos ojos, aquellas
miradas, aquellas voces que entonaban junto a la suya versos dedicados a la
madre de todos, aunque todavía no pudiese definir nítidamente su manera de ser.
Además, aquél sería el primer ritual que celebraría rodeada de tantas personas
que creían y pensaban como ella y aquel hecho la sobrecogía profundamente.
Hasta entonces, sólo había celebrado algunas ceremonias acompañada de Gaya,
Neftis y Penélope y éstas habían sido muy sencillas, aunque en exceso hermosas.
Cuando todos se hallaron alrededor
del fuego, quebró el silencio de la noche una voz aterciopelada, muy profunda y
serena que a Artemisa le hizo sentir cómoda al instante. Gilbert era quien
hablaba, quien lanzaba al aire palabras que a Artemisa la sobrecogían
hondamente.
— Hermanos,
esta noche celebraremos un ritual muy especial. Tenemos una nueva iniciada en
nuestro aquelarre El fuego de Hécate. La conocemos todos muy bien, aunque
algunos no hayamos tenido todavía el placer de compartir con ella una
conversación sabia y profunda, pero de todos es sabido que es una mujer
paciente, inteligente y mágica que alberga mucho poder en su alma, poder cuya
fuerza e interminable capacidad ella desconoce casi por completo. Esperemos
todos que la Diosa la guíe hacia su destino y le muestre sus habilidades más
importantes. Le queda todavía mucho camino por recorrer, pero saber que lo hará
junto a nosotros es un consuelo para todos. Su alma será también su guía y la
conducirá hacia el saber que todos adquirimos con el paso del tiempo y con las
experiencias. Artemisa, eres nuestra nueva maestra. Aprenderemos de ti todo lo
que la Diosa no ha querido comunicarnos por no ser ésa nuestra labor. Te corresponde
a ti la interpretación de su lenguaje grabado en las llamas del fuego y en la
voz susurrante del viento. Te asigno la responsabilidad de leer más allá de
cada señal para encontrar palabras que no suenan y que sin embargo escriben las
silenciosas y largas líneas de nuestro destino. Ahora iniciaremos nuestro
ritual dándole gracias a la Diosa por haberte acercado a nosotros. Tengo el
placer de empezar a formar parte de tu vida como tu supremo sacerdote. Podrás
consultarme los misterios que todavía se te resistan. Junto a Gaya, nuestra
sabia suprema sacerdotisa, seré tu guía en muchísimos aspectos. No dudes que de
ahora en adelante Gaya y yo somos tus padres, la representación material del
alma de la Diosa cuando Ella nos lo permite. En señal de agradecimiento a la
Diosa por haberte llevado hasta aquí, por haberte ofrecido tantos conocimientos
y por permitirte adquirir mucha más sabiduría con el paso del tiempo, dirige tú
este ritual poniendo en práctica todo lo que has aprendido, todo lo que Gaya te
ha enseñado. De ti depende el círculo mágico que debes trazar y las
invocaciones a los elementos, al Dios y a la Diosa. Después, cantarás y tocarás
las trovas que serán la voz de tu más sincera gratitud. Artemisa, recuerda que
todavía eres joven. Te queda toda la vida por delante para aprender y ser mucho
más sabia. Llegará un día en el que posiblemente sea necesario entregarte
labores que sólo nosotros podemos desempeñar, pero únicamente la Diosa puede
señalar nuestros sucesores. No alarguemos más el momento de comenzar con el
ritual. Artemisa, puedes hacerlo.
Las palabras de Gilbert eran
profundas, estremecedoras y preciosas. A Artemisa le parecía que aquellas declaraciones
no emanaban de su mente, sino de otra mucho más lejana, tal vez la mente
creadora del Universo y de los bosques. No era capaz de dudar de ninguna de
ellas y las aceptó como si principiasen las líneas de su destino.
Estaba muy nerviosa, pero trató de
ignorar todas las sensaciones físicas que la golpeaban para teñir de magia cada
una de las palabras y los gestos con los que dirigiría el primer ritual que
celebraba junto a esas personas que en realidad eran su verdadera familia. Así
pues, con una voz impregnada de cariño y ternura, les ordenó pacientemente a
todos:
— Ahora
concentrémonos en nuestra respiración; a través de la cual atraeremos la
energía mágica que necesitamos para formar parte de este ritual tan especial.
Meditemos juntos, sintiendo cómo nuestra alma se convierte en una esfera
brillante que desciende por nuestro cuerpo, adentrándose en la tierra para
mezclarse con el ígneo vientre de la Madre, ascendiendo después lentamente
hacia el cielo y llegando hasta el esplendente espíritu del que proviene toda
vida...
Cuando todos hubieron meditado
concentrada y mágicamente, Artemisa les ordenó que abriesen los ojos. Entonces
alzó las manos hacia el cielo y, hundiéndose en la sensación poderosa que le
anegaba el alma, comenzó a trazar ese círculo mágico que construía el templo en
el que celebrarían aquel ritual tan especial. Aquel círculo los alejaría de la
mundana superficialidad del mundo y los acercaría al alma de la Diosa, del Dios
y de los elementos.
Cuando el círculo mágico ya estuvo
trazado, entonces Artemisa invocó a los cinco elementos: a la tierra en el
norte, al aire en el este, al fuego en el sur, al agua en el oeste y al éter en
el centro de cada lugar, de cada espíritu. Llamó al Dios para que formase parte
de ese ritual y después apeló a la Madre, a su Diosa, notando que los ojos se
le llenaban de lágrimas y que una poderosa y preciosa emoción le inundaba el
alma.
Entonces llegó el instante de
agradecerle profundamente a la Diosa que le hubiese permitido alcanzar tanta
plenitud, que le hubiese ofrecido la oportunidad de convertirse en una persona
tan sabia que no dejaría de aprender nunca, en alguien que podía utilizar su
magia para conectar con la parte intangible de la vida y sobre todo que la
hubiese acogido en su amoroso abrazo.
Se sentó en el suelo y, perdiendo
los ojos por el baile de las llamas de la hoguera sagrada que ardía en honor a
la Diosa, empezó a tañer lenta y concentradamente las notas que iniciaban la
trova con la que ella le agradecería a la Madre todo lo que le había entregado en
los últimos meses. Al principio, su voz sonó temblorosa por la emoción que la
embargaba, pero, con el paso de los segundos, ésta fue adquiriendo poder y
seguridad hasta convertirse en un canto profundo que recorrió el vacío de la
noche hasta introducirse en lo más hondo de cada alma, de cada pensamiento, y
se dirigió hacia las estrellas, acogiéndolas éstas en su luz cálida y remota.
Cuando entonó y tañó la segunda
canción que tenía previsto revivir aquella noche, todos la acompañaron tocando
y cantando junto a ella. Fue como si el fuego adquiriese voz también, pues, con
el canto y la música de todos aquéllos que bailaban y entonaban a su alrededor,
las llamas se fortalecieron y se alzaron más vivamente hacia el cielo, de forma
inocente e inocua sin embargo.
La música se extendió a lo largo de
las oscuras horas de aquella resplandeciente y mística noche. Llegó un momento
en el que Artemisa le cedió a Gaya el instrumento que tañía para que ella se lo
entregase a quienquiera que anhelase cantar y tocar en lugar de bailar.
Entonces Artemisa se mezcló entre quienes formaban junto a ella el círculo sagrado
y, tomando de la mano a Gilbert y a Neftis, se dejó seducir por la magia de la
música y por el sereno aroma que se desprendía de las llamas del fuego. Cantó y
danzó notando que la magia de la vida le llenaba el alma y se la impregnaba de
un infinito agradecimiento que parecía brotar de la tierra para esparcirse por
todo su ser y después llegar hasta las montañas para ser el lecho de las
estrellas.
Cerró los ojos y respiró
profundamente para que la inmensa magia de aquellos momentos se le introdujese
en el alma y nunca se le ocurriese abandonarla. Se sentía tan plena que deseó
que aquella noche no se terminase nunca. Mientras danzaba alrededor de las
llamas, notando cómo el calor y el olor del fuego se le adherían a la piel y cómo
el cansancio que el ayuno y los nervios podían haberle causado se convertía en
fuerza y energía, pensó que la felicidad debía ser lo que ella experimentaba en
aquellos momentos. Supo que la felicidad se componía de todos los elementos que
creaban aquellos instantes y de los sentimientos que la invadían y la dominaban
mientras saltaba, bailaba, cantaba, reía, soñaba: el fuego, el olor y la
oscuridad de la noche, el contacto de las manos enlazadas a las suyas, la
compañía de quienes vivían con ella aquel momento, el poder de la Diosa
reflejado en la luz de la luna y de las llamas, en el movimiento del viento, en
el sonido de los instrumentos y de las voces que entonaban junto a ella. Sí,
sí, al fin había descubierto lo que era la felicidad y, siempre que quisiese
recordar lo que significaba ser feliz, evocaría ese momento, esos bailes, esos
cantos, esa sensación tan fuerte que la había tornado volátil, enérgica,
luminosa, inagotable como el tiempo.
Además, notaba que la pura y
resplandeciente energía que le invadía el alma emanaba de ella a través de sus
manos, de su voz, de su mirada y de su piel y que se les contagiaba a todos los
que la rodeaban. Sentía que el poder que siempre había susurrado en su interior
y que, gracias a Gaya, había conseguido intensificar se acrecía por dentro de
ella. Tuvo la sensación de que podía dominar la dirección del viento y el sabor
del agua. No obstante, en ningún momento dejó de ser consciente de que aquellas
sensaciones no eran sino el fruto de la vigorosa felicidad que gritaba en su
interior; la cual, evidentemente, sólo podía proceder de la Diosa. Entonces a
todas las emociones que sentía se les sumó la gratitud; una gratitud tan
impetuosa e infinita que pensó que podía prender de nuevo todas esas estrellas
que ya se habían apagado en el firmamento.
Cuando los bailes y los cantos
cesaron, entonces llegó el momento de expresar lo que sentía. Aunque la euforia
y la felicidad que le habían permitido danzar y cantar con tanto entusiasmo y
gratitud todavía gritasen por dentro de ella, acelerándole el corazón y la
respiración, Artemisa habló con claridad y muchísima emoción:
— Gracias
a todos por vuestra acogida y vuestro cariño. Estoy muy contenta por poder
formar parte de este sueño. Prometo ser una guía para quienes se sientan
perdidos, ser vuestra hermana en la fe y en la vida y vuestra más íntima amiga.
— Nosotros
también nos sentimos muy felices de tenerte aquí con nosotros. Eres un regalo
del destino —le correspondió Gilbert.
Artemisa se sentía inmensamente
acogida entre aquellas personas que estaban tan conectadas a ella a través de
un lazo inquebrantable; el lazo de la magia. Vivió con intensidad cada parte
del ritual que celebraron, compuesto por el recibimiento que todos le ofrecían
a Artemisa, las peticiones de cada uno de los miembros, las súplicas por una
buena cosecha y la ofrenda que cada uno de ellos le realizaba a la Diosa...
Cuando el ritual estaba a punto de
llegar a su fin, cuando se hallaban inmersos en la última parte de aquella
celebración, prontos a abrir el círculo mágico que los había protegido,
Artemisa, repentinamente, comenzó a sentir que algo resquebrajaba la serena
magia de aquel ambiente cálido y misterioso. No podía definir qué emoción se
encerraba entre tanta bondad y tanto misticismo; pero podía notar que percibía
una extraña energía cuyo origen no era capaz de concretar. Se trataba de una
energía que le oprimía el corazón como si fuesen unas garras férreas y
afiladas. Aquella energía la paralizaba, le hacía preguntarse si de veras todos
estaban tan conformes con su presencia. Miraba detenida y profundamente a cada
uno de los miembros del aquelarre, hundiéndose en sus ojos para captar las
sensaciones que se desprendían de esas serenas miradas, pero la energía parecía
flotar por doquier sin emanar de un lugar en concreto, sino de todos los
rincones y de todas las almas que la rodeaban. Prefirió ignorar aquella
sensación porque en realidad turbaba la magia de aquella noche y Artemisa
deseaba que aquellas nocturnas horas fuesen totalmente perfectas.
Sin embargo, aunque lo intentase con
fuerza, no podía olvidarse de lo que había captado aquella noche. A partir de
entonces, inesperadamente, la energía que tanto le había oprimido el pecho la
noche de su iniciación empezó a perseguirla como si fuesen unos ojos
inquisidores que la observaban de forma inicua. Artemisa miraba a su alrededor tratando
de descifrar el origen de aquella sensación, pero siempre se hallaba totalmente
sola cuando más observada se sentía. La inquietud nacida de aquella impresión se
convirtió lentamente en una obsesión para Artemisa. Tenía pesadillas en las que
captaba que la acechaba un espíritu inconcreto y denso que intentaba aferrarla
de la cintura para detener su correr. En aquellos sueños, Artemisa atravesaba
el bosque veloz e incansablemente, huyendo de aquello que deseaba apresarla. Se
despertaba tan cansada que apenas podía mantenerse en pie, como si realmente hubiese
corrido con tanta desesperación, como si las sensaciones que le habían invadido
en el sueño continuasen existiendo en la vigilia.
No sabía con quién hablar. Era
consciente de que cualquier miembro del aquelarre podía escucharla y
comprenderla, pero no se atrevía a desvelar que estaba tan asustada. Le
resultaba imposible transformar en palabras las sensaciones que le anegaban el
alma porque las creía parte de otra dimensión, incapaces de vivir en la
realidad en la que todos existían.
Y así fue transcurriendo el tiempo,
entre aprendizaje, nervios, miedo y felicidad. Los momentos en los que
celebraban rituales en honor a la Diosa eran los más hermosos para Artemisa;
los que más llenos estaban de magia e inocencia. Cada vez le costaba menos
comunicarse con la Diosa. La sentía vagar por el viento, a través del aire y
del agua. La notaba refulgir en las llamas del fuego y también era capaz de oír
su silenciosa voz; la que le transmitía palabras que solamente ella podía
detectar. En una de esas noches en las que todos cantaban y entonaban alrededor
de las llamas, Artemisa percibió que de la hoguera que ardía en medio del
círculo brotaba un susurro claro y silente que le llegó al alma,
transmitiéndole una sensación de protección que, sin embargo, desvelaba un
peligro inminente. Artemisa comprendió que la Diosa estaba pidiéndole que se
cuidase, que se resguardase de aquella energía tan negativa de la que no podía
separarse y no le permitía vivir en paz.
Entonces Artemisa decidió en ese
momento mantener una conversación con Gaya sobre lo que estaba ocurriéndole. No
podía esperar más. Ya había callado durante demasiado tiempo. No podía seguir
ocultando algo que para ella era tan importante. Así pues, se dirigiría hacia
su hogar y le confesaría lo que le sucedía, intentando que Gaya no detectase el
miedo que se había apoderado irreversiblemente de su calma.
Que ceremonia tan bonita. Me gusta como la hacen, tocando música, cantando y bailando. Seguro que todos se han quedado muy sorprendidos al escuchar cantar a Artemisa. No puedo evitar recordar las innumerables veces que Sinéad y los demás han cantado y bailado juntos en tus historias. Es algo muy tuyo este tipo de rituales/momentos tan especiales, me encanta. Gilbert se ve un hombre muy inteligente, estoy deseando saber más cosas sobre él. Me preocupa esa energía oscura, eso que molesta y no deja en paz a Artemisa. Como conozco un poquito a los personajes tengo mi propia hipótesis de lo que ocurre, pero me puedo equivocar. A ver que le dice Gaya y si puede ayudarla a solucionar lo que está ocurriendo. Está muy interesante!!! Que sigaaaaa!!!
ResponderEliminarMuchísimas gracias por comentar siempre mis entradas, por seguir todo lo que escribo. Llevo mucho tiempo queriendo agradecértelo en algún comentario y hoy he sentido la necesidad ineludible de hacerlo. Gracias por apoyarme siempre en mis creaciones, con cada cosa que scribo e imagino. Sí, creo que vas bien encaminado. Tienes el privilegio de conocer un poquito la historia. Lo que más me anima es que te guste tanto. Para mí es un honor que alguien que tiene tanta facilidad para crear, inventar y escribir historias apasionantes y crear personajes tan entrañables sienta fascinación por algo que yo creo con todo el corazón. Antes que con la imaginación o la necesidad de crear una historia que enganche y que sea apasionante, son los sentimientos quienes me impulsan a escribir, a imaginar situaciones mágicas en las que intervienen todo tipo de fuerzas. Gracias por tu apoyo incondicional; sin el cual me sentiría incapaz de seguir alimentando la llama de la creatividad, sin el cual no sentiría tanta pasión por lo que hago. Gracias y mil gracias. Te quiero mucho, muchísimo.
ResponderEliminarEsa energía oscura... yo pienso que debe ser alguien que se opone a la existencia de El fuego de Hécate pero ¿quién podrá ser? El caso es que cuando leo los ceremoniales me da un poquito de envidia, es más, me pregunto si no podríamos hacer algo parecido, aunque fuera ir al campo y preparar un té o algo así y cantar y hasta bailar (y mira que para que yo piense en bailar...), pero es que es lo que pasa con tus textos, que me llevan a desear muchas cosas, se agrandan mis perspectivas, y eso en sí mismo es un pequeño milagro. Me pregunto cómo será Gilbert, me lo imagino serio pero también muy bondadoso. Lo que parece es que el equilibrio que se ha alcanzado está amenazado por algo que aún está muy indefinido, ¿podrá Gaya ayudar a Artemisa? ¿qué va a pasar? Tendremos que esperar impacientes a lo venga...
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