10
Misticismo
y terror
Beltane se acercaba. Los atardeceres se tornaban rezagados y el día le
ofrecía a la noche algunos de sus rayos para que ésta alumbrase el cielo con
aquellos fulgores lejanos y azulados. Las noches se habían vuelto más cálidas y
más aves nocturnas entonaban melodías misteriosas que le arrancaban suspiros al
viento. Los árboles se habían llenado de hojas verdes y fuertes que por el día
ofrecían una sombra protectora y por la noche ocultaban de la mirada de las
estrellas a quienquiera que se situase bajo sus ramas. Artemisa adoraba
aquellas noches tan aromáticas y melodiosas, pero también la inquietaban,
puesto que significaban la cercanía de una de las festividades más importantes
para El fuego de Hécate. Sería la primera vez que ella celebraría Beltane como iniciada
y aquello le hacía sentir unos nervios punzantes que le impedían dormir y comer
con serenidad.
La noche anterior a Beltane, apenas pudo dormir y las pocas horas en las
que su consciencia estuvo subyugada al poder del sueño tuvo pesadillas que la
sobrecogieron hondamente. Soñó que se hallaba junto a todos los miembros del
aquelarre, bailando alrededor de la hoguera sagrada, cuando de repente algo
voló sobre su cabeza. Miró al cielo y se encontró con un ave negra y enorme
cuyos ojos resplandecientes la observaban fija y burlonamente. Entonces se
percató de que Agnes había desaparecido y que en el lugar que ella había
ocupado solamente se hallaba Némesis. Despertó justo cuando aquella inmensa y
amenazante ave se lanzó sobre ella para atacarla.
Su casa estaba sumida en un profundo silencio que nadie, ni siquiera el
viento, se atrevía a quebrar. Crujía de vez en cuando algún mueble y aquello la
sobresaltaba como si del sonido más estridente y potente se tratase. Se le
ocurrió tañer algún instrumento cuyo sonar no molestase a la dormida naturaleza
y así tomó una pequeña flauta entre sus manos. Se trataba de una okarina; una
flauta ovoide primitiva. La suya estaba hecha de madera; lo cual facilitaba
crear sonidos que parecían emanar directamente de los troncos de los árboles.
Aquella okarina era un regalo de Gilbert y Artemisa la apreciaba con todo su
corazón.
La música, tersa y ancestral, llenó todos los rincones de aquella antigua
cabaña y se escapó por las ventanas abiertas para mezclarse con el silencio de
la noche. Artemisa estaba segura de que cualquiera podría oír su música
dondequiera que se hallase, pues aquella melodía tan sencilla y a la vez
profunda parecía nacer de la tierra y de los árboles.
La noción del tiempo desapareció mientras ella le entregaba sus
sentimientos a la música y convertía en notas dulces sus emociones y sus
sensaciones. Los pensamientos atemorizadores que no la habían abandonado desde
la visita de Agnes se silenciaron mientras la música fue el único sonido que
Artemisa podía oír; mas, cuando dejó de tocar, volvieron a invadirle la mente,
más intensificados que nunca, como si la música y la soledad los hubiesen
alimentado.
No podía conciliar el sueño y apenas quedaban unas dos horas para que se
deslizase por el cielo el primer rayo de luz del día. Cantaban ya los pájaros
más madrugadores y el viento se despertaba perezosamente, soplando con cuidado
entre las durmientes ramas de los árboles. Artemisa observaba cómo la
naturaleza se desprendía de su letargo nocturno y cómo la oscuridad de la noche
se convertía lentamente en fulgores lejanos que apagaban las estrellas más
sutiles. Se sintió inmensamente afortunada por poder observar ese instante tan
íntimo. Entonces se dijo que merecía la pena sufrir en la vida si podía formar
parte de un paisaje tan bello y ameno.
El día llegó solemnemente. El brillo con el que el cielo había destruido
la oscuridad de la noche deslumbraba tanto que a Artemisa le costaba caminar
serenamente entre los árboles. Debía acudir al hogar de Gaya para ayudarla a
preparar las tisanas con las que todos vencerían el cansancio de la noche.
Especialmente, Artemisa necesitaba que algunas hierbas deshiciesen el
agotamiento que la invadía; el cual tenía sus causas en lo poco que había
dormido. Además, estaba confundida y tenía el alma anegada en impresiones y
emociones que le costaba identificar.
Gaya parecía tener la mente adherida al pasado. Artemisa notaba que
apenas la escuchaba cuando le hablaba y que las miradas que le dedicaba estaban
cargadas de distancia y nieblas, como si ella no se hallase en ese instante. No
obstante, Artemisa no fue capaz de preguntarle nada. Entendía que aquel día era
bastante importante para todos y que era comprensible tener el alma ocupada por
pensamientos sublimes.
El día pasó apenas sin sobresaltos. Artemisa ansiaba explicarle a Gaya lo
que le había ocurrido con Agnes y su serpiente, pero también entendía que aquél
no era el momento de tratar aquel tema tan extraño e incomprensible. Además,
las sensaciones y las emociones que le invadían el alma eran tan intensas que a
Artemisa le costaría mucho volverlas palabras.
Al fin llegó la noche, acomodándose entre los últimos rayos del sol, Las
montañas refulgían bajo el muriente y anaranjado fulgor del ocaso y el bosque
susurraba ya las primeras notas de la canción de la noche. Artemisa estaba
sobrecogida cuando, junto a Gaya, caminó hacia el lugar en el que todos habían
quedado en encontrarse. Le parecía que la noche estaba más callada que de
costumbre y que la oscuridad que se había acomodado entre los árboles era
totalmente inquebrantable. Pensó que ninguna luz podría atravesarla, como si
aquella oscuridad fuese tangible e indestructible como un muro de piedra.
Cuando llegaron al lugar sagrado, ya las esperaban unos cuantos miembros
del aquelarre. Artemisa reparó enseguida en que Agnes no se hallaba entre
ellos. Aquello la sobresaltó de alivio a la vez que también la inquietaba, pues
era muy extraño que Agnes no asistiese a un ritual tan importante.
Estaban preparados todos, menos Agnes; pero su ausencia no detuvo los
acontecimientos. Gaya dio un paso al frente y, con una voz solemne, dio inicio
al ritual. Las llamas de la hoguera sagrada ya se alzaban hacia el cielo,
creando nubes de humo que se mezclaban con la luz de las estrellas, nubes
espesas que sin embargo el viento deshacía sin esfuerzo volviéndolas neblinas
evanescentes. El color de las hojas cambiaba cuando aquel fulgor anaranjado las
teñía y el olor de la noche se tornó mucho más profundo cuando de aquella
hoguera emanó la fragancia de las hierbas con las que todos adornaban aquel
fuego místico.
Artemisa intentó desprenderse de las emociones que tanto la inquietaban disfrutando
plenamente de todos los momentos de aquel mágico ritual, bailando alrededor de
la hoguera junto a Neftis y a Gaya, entonando aquellas canciones sagradas y hundiéndose
en la belleza de cada instante, pero fue incapaz de silenciar esos pensamientos
que tanto la aterraban.
De repente, cuando creían todos que el ritual fluiría sin interrupciones,
apareció Agnes junto a su serpiente. Les sonreía a todos con inquietud y a la
vez vergüenza. Artemisa se dio cuenta enseguida de que Agnes tenía la mirada
anegada en desolación; pero su sonrisa parecía verdadera.
—
Feliz reencuentro, hermanos. Perdonadme —les
dijo a todos con una voz limpia y despreocupada que contrastaba con las
emociones que se le desprendían de los ojos—. He tenido un accidente imprevisto
y no he podido llegar a tiempo.
—
Sabes que interrumpir un ritual sagrado está
prohibido, ¿verdad? —le preguntó Gilbert intentando no parecer severo; pero sus
ojos, al igual que los de todos, se habían llenado de miedo e inseguridad.
—
Lo sé, pero no quería faltar a Beltane, aunque
solamente pudiese participar en el ritual unos instantes.
—
El ritual ha sido interrumpido —anunció Gaya con
solemnidad—. Eso quiere decir que ya no podemos continuar con él. El ritual ha
quedado anulado.
—
Vamos, Gaya, no creo que suceda nada malo porque
lo reanudemos —rió Agnes incrédula.
—
Nunca hemos reanudado un ritual interrumpido.
—
No creo que la Diosa se enfade porque lo
retomemos; al contrario, la aliviará detectar la magia que podemos enviarle.
—
¿Acaso tú conoces los deseos y los sentimientos
de la Diosa? —la desafió Penélope; una mujer muy dulce de cabellos rojizos y
ojos profundos y marrones—. Tengo la impresión de que el ritual no te importa
nada.
—
No es cierto, Penélope —la contradijo Agnes con
mucha seriedad. El corazón de Artemisa latía cada vez con más fuerza. Intuía
que estaba a punto de suceder algo terrible.
—
Lo que debemos hacer ahora es iniciar otro
ritual para enviarle amor a la Diosa, y espero que nada vuelva a interrumpir un
ritual sagrado —apuntó Gilbert mirando con profundidad a Gaya, quien asintió
levemente—. Agnes, colócate en tu sitio y actúa como todos nosotros. Intentemos
disfrutar de esta noche de Beltane.
Agnes obedeció a Gilbert. Se dirigió hacia el hueco que le pertenecía con
su serpiente enrollada en la cintura. Némesis tenía la cabeza apoyada en el
hombro izquierdo de Agnes y dirigía sus ojos hipnóticos hacia Artemisa, quien
estaba totalmente sobrecogida por una sensación que le costaba entender.
Némesis no retiraba la mirada de sus ojos, y aquello la intimidaba tanto que
era incapaz de cantar con serenidad. Gaya pareció intuir su estado y le sonrió
con calma, intentando asegurarle con aquella sonrisa que junto a todos ellos no
podía sucederle nada malo.
Mas la tensión se respiraba en el ambiente. Parecía flotar en el aire,
adherirse a las hojas de los árboles y desprenderse de sus ancestrales troncos.
Cantaron y bailaron como si nada hubiese sucedido, como si aquél fuese el
primer ritual de la noche, pero todos eran plenamente conscientes de que la
Diosa captaba con nitidez todos los pensamientos y los sentimientos que se
encerraban en el alma de aquellas personas que creían en la magia brillante de
la naturaleza.
El alma de Artemisa, en especial, cada vez estaba más llena de tensión,
de miedo, de inquietud. Miraba de vez en cuando a Agnes y, al reparar en que
Némesis no retiraba sus ojos de ella y que Agnes también la miraba de soslayo,
el corazón empezaba a latirle con una fuerza imparable y terrible. Llegó un
momento en el que no fue capaz de seguir cantando, pues se le había formado en
la garganta un nudo atroz que le destruía la voz. El ambiente se ennegrecía a
su alrededor, el viento portaba emociones estremecedoras y energías densas que
ensombrecían cualquier luz que pudiese emanar de aquel momento; el que debía
ser bello y armonioso como una canción tierna.
—
¡El ritual no puede continuar! —Exclamó en medio
de los cantos, de las danzas, de la hoguera sagrada, de aquella mística noche—.
¡No podemos seguir!
—
¿Qué sucede, Artemisa? —le preguntó Neftis
inquieta.
—
¡No podemos continuar!
—
No, Artemisa, no permitiré que se interrumpa
otro ritual esta noche —aseveró Gaya levemente enfadada.
—
Gaya, por favor, créeme. Aquí sucede algo
extraño. Lo noto. Noto energías oscuras —confesó con ganas de llorar.
—
Artemisa, creo que hoy estás muy susceptible. No
has dormido bien y eso se te nota en la mirada. Tienes en el alma emociones
intensas que tergiversan la realidad —apuntó Neftis con cariño.
—
No es verdad, no es verdad. Percibo que entre
nosotros hay una energía muy mala que...
—
¡Basta ya, Artemisa! —chilló Gaya histérica.
Ella también estaba descontrolada por algo inexplicable, aunque en esos
momentos jamás podría reconocerlo. A Artemisa le hirió profundamente que Gaya,
su maestra, su amada sacerdotisa, se dirigiese a ella con ese tono de voz tan
ofensivo—. ¡No podemos interrumpir más nuestros rituales!
—
Estás delirando, Artemisa —se burló Agnes riéndose
sensualmente—. Pareces histérica. Cálmate ya. ¿No te das cuenta de que estás
enfadando y faltándole al respeto a nuestra suprema sacerdotisa?
—
No me creéis, ¿verdad? —musitó Artemisa con una
voz temblorosa.
—
No es que no te creamos. Se trata de algo
distinto: la Diosa nos envía sus señales y ahora mismo está diciéndonos que
haber interrumpido dos rituales tendrá drásticas consecuencias —explicó Agnes
con calma.
—
¡No es cierto! La diosa me avisa de otras cosas
muy distintas.
—
Será mejor que te marches, Artemisa —le indicó
Gaya intentando parecer serena, pero estaba temblando de pies a cabeza y eso se
percibía en su maternal y dulce voz.
—
No quiero dejaros solos.
—
Artemisa, yo iré contigo —se ofreció Neftis.
—
No es necesario que me acompañe nadie. Si no me
creéis, entonces no tiene sentido que siga aquí, es cierto.
Artemisa se alejó del círculo sagrado, rompiéndolo irrevocablemente; lo
cual sobrecogió mucho más a Gaya, quien no dejó de mirarla hasta que se perdió
tras las brumas de la noche. Artemisa no oyó ninguna palabra que pudiese
consolarla. Nadie se refirió a ella ni tampoco a lo que había sucedido. Un
silencio denso se había apoderado de la voz de todos ellos y la noche parecía
mucho más profunda.
Caminaba intentando prestarle atención al lugar por el que andaba, pero
sus intensas emociones apenas le permitían concentrarse en su entorno. Llegó un
momento en el que se percató de que no tenía ni la menor idea de dónde se
encontraba. Miró a su alrededor y no reconoció los árboles que la rodeaban ni
las plantas que brillaban tenuemente bajo la luz de las estrellas. No conocía
el camino que podía llevarla a su hogar y aquello la inquietó mucho más. No le
habría importado desorientarse cualquier otra noche, pero aquélla era
insoportablemente temible, incomprensiblemente aterradora. No se atrevía a
seguir caminando por si se perdía mucho más, así que se sentó entre dos troncos
y trató de recordar el recorrido que la había llevado hasta allí.
El lugar en el que siempre se celebraban los rituales quedaba a seis
kilómetros de su cabaña y el camino que llevaba hasta allí era más o menos sencillo
si se memorizaban unas cuantas referencias: Artemisa recordaba que la senda
desde su casa al rincón sagrado al principio era recta, después se desviaba
hacia la izquierda y conducía hacia un declive rodeado por troncos milenarios y
cubierto por ramas gruesas de denso follaje, a través de las cuales era muy
complicado ver el cielo. Por último, se debía andar tres kilómetros casi en
línea recta hasta llegar a una bifurcación: el camino que quedaba a la
izquierda llevaba hacia un lago que todos consideraban místico, el cual se
alcanzaba subiendo una inclinada cuesta. El de la derecha sí conducía hasta el
valle sagrado, pero se trataba de una senda complicada que costaba mucho
recorrer, puesto que estaba llena de raíces, de plantas que había que esquivar
y de troncos caídos que se habían adherido irrevocablemente a la tierra.
Artemisa cayó en la cuenta de que no había llegado a la bifurcación y que
no había recorrido el camino lleno de raíces y obstáculos naturales. En esos
momentos se encontraba sola en medio del bosque sagrado, rodeada por la
oscuridad y la nada, por el silencio denso de la noche. Aquello la sobrecogió
profundamente y, por primera vez en su vida, se sintió desamparada, no notó la
protección de la naturaleza. Estaba sola, tanto física como anímicamente, pues
nadie la había escuchado ni comprendido. Gaya le había asegurado muchas veces
que ellos entenderían todos sus sentimientos y la había instado a darle
importancia a su sexto sentido; al cual siempre debía escuchar. Mas en aquella
noche nadie había sido capaz de comprenderla y habían tildado de histerismo sus
emociones y sus percepciones.
Lo peor era que, por primera vez desde que había empezado a formar parte
del aquelarre, se sentía inmensamente sola. Gaya le había gritado
desconsideradamente; algo que la hería en lo más profundo del alma. Se sentía
como si el mundo se hubiese agrietado, como si su tierra protectora estuviese
derrumbándose a su alrededor y como si el cielo de la noche y de todos los días
se desplomase sobre los bosques.
No se dio cuenta de que estaba llorando desconsoladamente hasta que el viento
rozó sus cálidas y espesas lágrimas. Entonces reparó en que el corazón le latía
muy rápido y que tenía el pecho anegado en una sensación agobiante y asfixiante
que estaba arrebatándole el ritmo tranquilo de su respiración. Sintió ganas de
gritar, de pedir ayuda, de suplicar que la amparasen, pero no tenía voz,
solamente podía sollozar y respirar cada vez más agitadamente.
Todos aquellos pensamientos que la inquietaban regresaron a ella mucho
más intensificados que nunca y la agobiaron tanto que no fue capaz de controlar
sus deseos ni sus sentimientos. Anheló que el sueño la apartase de aquel
momento, pero era incapaz de relajarse. La oscuridad de la noche, densa y
profunda, la rodeaba como si de unas garras asfixiantes se tratase y el viento
que cada vez soplaba con más fuerza se le asemejaba al rugido de una bestia
feroz y destructiva.
De repente, oyó que algo se movía entre las plantas. Aquello intensificó
el miedo que se le había esparcido por todo el cuerpo y que le había arrebatado
la respiración. No podía ver nada por culpa de las lágrimas, pues éstas le
anegaban los ojos y convertían en brumas cualquier imagen difuminada que
pudiese llegar a ella. Trató de limpiárselas, pero no podía dejar de llorar,
por lo que cualquier esfuerzo por retirárselas era banal. El sonido que había
percibido se volvía cada vez más fuerte, como si quien lo causaba se hallase
cada vez más cerca de ella.
Entonces el miedo la paralizó, sobre todo cuando notó que alguien le
rozaba la espalda y los cabellos y cuando percibió que caía sobre su cuello una
respiración lenta que le erizó el bello del cuerpo. Una voz susurrante y
poderosa atravesó el silencio de la noche, quebrando la soledad hiriente que la
rodeaba, pero se trataba de una voz que la estremeció infinitamente y que profundizó
la parálisis que la dominaba. Además, aquella voz contenía unas palabras que
era incapaz de aceptar, de comprender incluso:
—
Estás aquí, próxima y supuesta sacerdotisa de
nuestro aquelarre, mujer que creen valiente que sin embargo es cobarde. Némesis,
mírala bien. Es a ella, a ella a quien debes...
—
Agnes —musitó Artemisa con una voz temblorosa.
Tenía la esperanza de que aquello solamente fuese una broma y que Agnes se
compadeciese de ella al oírla tan aterrorizada—, Agnes, ayúdame a volver a mi
casa —le pidió con mucho esfuerzo.
—
Está asustada, Némesis —susurró Agnes
burlonamente.
Némesis contestaba con breves e intensos silbidos que a Artemisa le
hacían sentir escalofríos profundos e intensos.
—
Dime, Artemisa, ¿de veras estás consagrada a la
Diosa, querida?
—
Yo...
—
Dime la verdad. La Diosa te ha comunicado tu
destino, ¿verdad?
—
No —respondió Artemisa confundida y cada vez más
aterrada.
—
No me mientas, cariño. Tienes a Némesis muy
cerca de tu cuello, dispuesta a atacarte si me engañas. Ella es capaz de
detectar si alguien no dice la verdad.
—
No lo sé, de veras. —Artemisa hablaba como si su
mente y su voz formasen parte de cuerpos distintos. No era capaz de pensar las
palabras que pronunciaba; mas no podía detener su voz tampoco, así que le
confesó a Agnes con miedo—: Soy capaz de renunciar a mi destino si me perdonas
la vida.
—
Sabes perfectamente, querida, que nadie puede
escapar de su destino, ¿verdad?
Artemisa notaba que la mirada de Agnes estaba justo enfrente de ella,
pero, como tenía los ojos llenos de lágrimas y estaba tan aterrada que era
incapaz de percibir nítidamente los detalles de su alrededor, no podía
asegurarlo ni tampoco podía hundirse en los ojos de aquella extraña mujer para
suplicarle con la mirada que la dejase en paz y que la ayudase.
—
Tienes mucho miedo, sí. Cuando alguien tiene
tanto miedo, Némesis se excita mucho y yo siento lo que ella experimenta,
también. Capto todo tu miedo y eso alimenta mi alma. Dime, ¿sabías que Gaya
piensa en ti como su sucesora cuando ella ya no pueda desempeñar las funciones
de suprema sacerdotisa?
—
No, no.
—
Si estás consagrada a la Diosa, serás la próxima
suma sacerdotisa de nuestro aquelarre. Sé que sólo te importa tener poder
dentro de nuestra familia.
—
No...
—
Pero creo que ni Némesis ni yo deseamos tener
una suma sacerdotisa tan estúpida y cobarde.
—
Yo no quiero ser suma sacerdotisa, Agnes.
—
Eres débil como una hoja caduca, como una
amapola. Vamos a hacer algo: tú me obedecerás en todo y yo te perdonaré la
vida. No debes contarle a nadie lo que ha sucedido esta noche. Si lo haces, yo
lo sabré, puesto que mi poder de adivinación es indestructible y muy potente.
No puedes ocultarme nada, nada, como tampoco puedes engañarme. Venga, Némesis,
acompañémosla a casa.
Artemisa notó que Agnes se separaba de ella y que Némesis se lanzaba a
los brazos de aquella mujer cruel. Artemisa todavía temblaba brutalmente, pero
sintió un alivio inmenso cuando captó que ya no se hallaba acorralada por
aquellos dos seres malignos. Se levantó del suelo haciendo un gran esfuerzo y
se agarró al tronco de un árbol para recuperar el equilibrio que el miedo le
había arrebatado. Entonces se percató de que le dolía el estómago en exceso y
que sentía unas incontrolables ganas de vomitar.
—
No me encuentro bien, Agnes —protestó antes de
que una arcada la retorciese.
—
Tendrás que esperarte.
Agnes comenzó a caminar velozmente. Artemisa apenas podía seguirla, pues
la oscuridad de la noche era un muro que la separaba de la visión de aquella
mujer que tanto la aterraba; pero, con mucho esfuerzo, pudo caminar en pos de
ella hasta llegar a la bifurcación que la llevaría hasta su hogar. Estaba
temblando muchísimo y las ganas de vomitar que la atacaban todavía no se habían
desvanecido, pero fue capaz de soportar su malestar hasta que Agnes, tras una
amenazante despedida, se alejó de ella sonriéndole burlona y
satisfactoriamente.
—
Recuerda que controlo todos tus movimientos y
sentimientos. Adivinaré cualquier paso que des en falso, te lo advierto, y
también te aseguro que Némesis estará pendiente de todos tus movimientos y
acciones. No podrás verla porque es muy inteligente y sabe camuflarse muy bien,
así que ten cuidado con lo que haces. Ella y yo hablamos un idioma secreto que
nos comunica, por lo que puede confesarme cualquier cosa.
Cuando Agnes y Némesis se marcharon, Artemisa volvió a quedarse sola en
medio del bosque; pero, al contrario de lo que le había ocurrido antes, sintió
que aquella soledad la protegía inmensamente. Fue capaz de caminar hacia su
hogar con una tranquilidad que creía perdida para siempre. Sin embargo, todavía
experimentaba unas fuertes ganas de vomitar; de las cuales no pudo seguir
huyendo. Antes de ascender el declive que la llevaba a la senda recta que
conducía a su cabaña, se inclinó en el suelo y empezó a devolver todas las
hierbas que había ingerido aquella noche. Estaba mareada y se sentía tan débil
que apenas podía mantener el equilibrio, pero, cuando ya hubo vomitado todo lo
que tenía en el estómago, caminó hacia su casa tratando de no perder la
compostura y la calma.
Cuando al fin llegó a su cabaña, dio rienda suelta a sus sentimientos y
empezó a llorar desconsoladamente. NO podía imaginarse por qué Agnes la odiaba
tanto. Entendía que la envidia dominase el corazón de aquella mujer misteriosa
y oscura, pero tampoco le parecía una explicación lógica y convincente. No
comprendía por qué Agnes le tenía envidia precisamente a ella, que era una
mujer cobarde que se sobrecogía incluso al notar la presencia de la Diosa entre
los árboles.
Se durmió llorando y soñó que celebraba un ritual sagrado con los
miembros de aquel aquelarre. De nuevo una fuerza oscura se repartía por el
bosque y los rodeaba como si de unas brumas espesas e indisipables se tratase.
Una energía destructiva apagaba la hoguera sagrada y les arrebataba la calma a
todos los que participaban en aquel ritual. De aquellas inhóspitas sombras
emergió Némesis, erguida como un árbol poderoso, y se lanzó a Artemisa. Justo
cuando estaba a punto de clavarle sus mortíferos colmillos, Artemisa abrió los
ojos.
El día ya había esparcido su poderosa luz por doquier. El cielo estaba
cubierto por unas nubes densas que oscurecían la brillante luminiscencia de la
mañana, pero el bosque estaba alumbrado por un fulgor poderoso que hacía
resplandecer las flores y las hojas de los árboles.
Notó que tenía el cuerpo entumecido y que le dolía muchísimo el vientre.
De nuevo tenía ganas de vomitar. Corrió hacia la parte posterior de su casa y
empezó a devolver. Tenía el estómago vacío, por lo que apenas pudo expulsar de
su cuerpo aquello que tanto la torturaba. Las lágrimas volvieron a inundarle la
mirada y un malestar profundo e intenso se apoderó de ella como si fuese su
única realidad. Estaba a punto de desmayarse de debilidad, pero pudo regresar a
su cabaña esforzándose lo indecible.
Fue un día espeso como la bruma más densa. Artemisa no podía vislumbrar
los momentos futuros que le esperaban más allá de aquellas horas y tampoco era
capaz de deslizar los ojos de la memoria por los instantes pasados. Se
encontraba mareada, propensa a perder la consciencia en cualquier momento y
también incapaz de beber ni comer nada. Vomitaba a cada hora y cada vez se
sentía más frágil.
Pasó el día tumbada en su cama, refrescándose la cara con agua límpida,
intentando dormir y despegarse de esos pesados momentos, pero no podía
escaparse de ese malestar que tanto la hundía y la volvía de polvo.
Incluso tuvo fiebre. Notaba que le ardían los ojos y que las imágenes de
su entorno aparecían borrosas e indescifrables. Los sonidos de la naturaleza
susurraban muy lejanos, como si formasen parte de otro mundo, y cualquier
pensamiento que le anegaba la mente le parecía ajeno a su vida.
Cayó la tarde. Con la llegada del ocaso, se desvanecieron los últimos
rescoldos de ánimo que le impregnaban el alma. El sueño la venció y la oscuridad
de la noche la sumió en una inconsciencia densa y devastadora.
Ay, pobre Artemisa. He sentido esa impotencia cuando Gaya le ha gritado de esa forma y han sido tan injusta con ella. No deberían tomar sus palabras como desvaríos de una loca o tonterías, se trata de la que será la nueva sacerdotisa.Es injusto que la hayan tratado así, más habiendo aparecido Agnes de esa forma, interrumpiendo y encima con esas formas. La intuición no les debe fallar y seguro que se han dado cuenta de su actitud chulesca con Artemisa. Algo le debe ocurrir a Gaya, y aunque a lo mejor no la han entendido o no creen sus palabras, creo que se han pasado mil pueblos. La pobre, caminando sola por el bosque, perdida...Agnes es inmensamente cruel, diría que casi nivel profesional demoniaco. Me ha dado pena pero también rabia, ha conseguido atemorizar tanto a Artemisa que ahora no es capaz de reaccionar ni de imponerse. No me extraña que le duela el estómago y no tenga fuerzas para nada. Estoy deseando saber que pasaos dará ahora y si Gaya se disculpará, espero que tenga razones con peso para haberse comportado así y que tras su enfado haya algo que la esté perturbando mucho. Como siempre, un capítulo genial!!! Que sigaaaaaaa!!!
ResponderEliminarAsí que Agnes es mala... de todos modos algo no me encaja, ¿es así de sencillo? ¿ella es la mala energía que Artemisa detecta? En todo caso no comprendo muy bien qué se propone ¿dejar a Artemisa fuera de juego? ¿Es que eso la convertiría en sucesora de Gaya? También ella podría darse cuenta de que su destino también está trazado y no se puede torcer... no sé. Me he sentido muy en la piel de Artemisa cuando se pierde en el bosque, a mí me pasa cuando me concentro mucho en algo que pierdo la capacidad de hacer esas cosas inconscientes y automáticas que constantemente necesitamos, así que me cuadra perfectamente el que se pierda a causa del estrés de lo vivido en las fallidas ceremonias. De todos modos algo no encaja, es como si se me estuviese escapando algo ¿por qué se ponen en contra de Artemisa? ¿qué causa la histeria de Gaya? También pienso en Némesis, ¿hasta qué punto es Agnes capaz de controlarla? Ese supuesto lenguaje secreto no puede ser más que metafórico, ¿pretende asustar con cuentos de niños? Por otro lado, pienso con cómo los seres humanos enseguida pugnamos por alcanzar el poder y el control de los grupos, sean los que sean, incluso los más elevados y espirituales, a la larga siempre aparece alguien con ansias de poder ¿no es eso un fracaso? ¿Qué claves me faltan para entender esta historia? Por suerte queda mucho aún por leer...
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