8
El amparo de una madre
Para Artemisa, la soledad era su más tierna amiga, su mejor cómplice y su
amante incluso cuando deseaba permanecer alejada de cualquier palabra sonora y
de cualquier mirada. No obstante, aquella soledad que tanto la resguardaba del
dolor y de la intranquilidad de la vida se desvaneció cuando transcurrió una
semana de la última vez que había hablado con Neftis. Gaya fue a visitarla,
inquieta por su ausencia. Artemisa no había asistido a los rituales que habían
celebrado en honor a la primavera y tampoco a los ensayos de las canciones que
tocarían en Beltane; una de las festividades más importantes para el aquelarre.
Artemisa se sobresaltó mucho cuando oyó que alguien llamaba a la puerta
de su hogar. Rogó que no fuese Neftis quien reclamaba su atención, pues se
sentía incapaz de hablar con ella y de mirarla a los ojos. Se serenó en cuanto
se encontró con la afable sonrisa de Gaya, quien la rodeó con sus brazos en
cuanto se tuvieron una enfrente de la otra. Artemisa permitió que Gaya le
entregase ese cariño de madre que ella tanto extrañaba.
Se le formó un nudo en la garganta cuando notó el inmenso amor con el que
Gaya la abrazaba y la protegía entre sus brazos. No pudo evitar que los ojos se
le llenasen de lágrimas. Hasta entonces apenas se había ofrecido el privilegio
de llorar desahogando así sus intensos sentimientos, puesto que creía que era
Neftis quien en realidad debía plañir por tener el corazón destrozado.
Gaya era una de las mujeres más intuitivas que Artemisa conocía, y lo
sabía, por eso no le extrañó notar que le retiraba las lágrimas que le
resbalaban veloces por las mejillas. Gaya dejó caer unos cuantos besos tiernos
entre los cabellos de Artemisa mientras intensificaba el cariño con el que la
abrazaba. Se hallaban ambas bajo la luz de la mañana, amparadas por el silencio
de una naturaleza llena de vida y aromas revitalizantes. Las intensas lluvias
habían provocado que creciesen más flores y que los árboles se llenasen de
hojas verdes que refulgían bajo el cielo azulado de aquel precioso día.
—
Perdóname, Gaya —le pidió Artemisa con una voz
entrecortada. El nudo que tenía en la garganta le oprimía la voz y la cabeza y
le costaba hablar—. Sé que no está bien que haya faltado a los rituales.
—
No es a mí a quien tienes que pedirle perdón,
Artemisa, sino a la Diosa; pero tampoco creo que tengas que hacerlo porque Ella
entiende perfectamente cómo te sientes, te lo aseguro, y no se enfadará contigo
si faltas a los rituales sagrados. Además, aunque te hayas ausentado a nuestras
celebraciones, estoy segura de que no has permanecido alejada de la Diosa.
Entremos y explícame qué te sucede, si te apetece.
Ambas mujeres entraron y se sentaron una frente a la otra en el salón.
Las separaba la mesa de madera que Artemisa usaba para escribir y para comer.
Gaya se fijó en que, a pesar de que pareciese estar abandonado, aquel hogar era
confortable, acogedor y resplandeciente. Cada uno de sus rincones tenía un
encanto especial que a Gaya la hipnotizaba.
—
No sé cómo empezar a contarte lo que me ocurre,
Gaya —le indicó Artemisa ya habiendo dejado de llorar—. Me parece que hay cosas
que no debería explicarte porque no me conciernen solamente a mí.
—
Conozco casi todos los secretos de los miembros
de nuestro aquelarre, puesto que soy su suprema sacerdotisa y debo aconsejar a
quienes se sienten perdidos.
—
¿Has hablado con Neftis?
—
Por supuesto. Fui a verla ayer por la mañana. Mi
corazón me revelaba que entre vosotras había ocurrido algo importante, pero no
podía determinar si se trataba de hechos hermosos o tristes.
—
¿Ella ha asistido últimamente a los rituales?
—
Sí, pero se ha comportado de una forma muy
extraña. Estaba ausente la mayoría del tiempo y, cuando bailábamos, parecía no
hallarse a nuestro lado.
—
Lamento tanto haberle destrozado el corazón...
—
No es culpa tuya. Artemisa, conozco cuál es tu
destino y sé que es ineludible.
—
¿Qué quieres decir?
—
Sé que estás consagrada a la Diosa. Alguna noche
notarás que Ella te llama con ahínco e insistencia y no podrás ignorar su
reclamo. Entonces tendrás que convertirte en sacerdotisa.
—
¿Estoy destinada a ser sacerdotisa de la Diosa?
—le preguntó sobrecogida y asombrada.
—
Por supuesto que sí. No podrás huir de su
llamado cuando lo oigas.
—
¿Y qué me sucederá?
—
No puedo decírtelo. Solamente la Diosa conoce
cómo llama a sus sacerdotisas. Ten cuidado, Artemisa.
—
Neftis ya me advirtió de que no debía comunicar
abiertamente que estoy consagrada a la Diosa.
—
No debes hacerlo. Debe ser un secreto entre la
Diosa y tú y sólo pueden conocerlo quienes de veras estén unidos a tu alma.
—
¿Tú también lo estás, Gaya?
Tras aquella pregunta, se produjo un incómodo y denso silencio. Gaya dejó
de mirar a Artemisa durante unos largos instantes en los que ambas mujeres
parecieron convertirse en desconocidas la una para la otra. Artemisa sintió que
cuestionarle aquello a Gaya había sido una gran estupidez. Sabía que estar consagrada a la Diosa implicaba ser
sacerdotisa de la Madre, pero también era consciente de que no era necesario que todas las sacerdotisas de la Diosa estuviesen
consagradas a Ella. Algunas mujeres y hombres servían a la Diosa sin renunciar
a compartir su vida con otro ser. Estuvo a punto de pedirle que olvidase lo que
acababa de preguntarle, pero, de pronto, Gaya rompió aquel tenso silencio con
unas palabras que a Artemisa la desorientaron notablemente:
—
Quizá te resulte una estupidez que te pregunte
esto, pero ¿qué entiendes tú por estar consagrada a la Diosa?
—
No me parece una sandez. Nunca hemos hablado
sobre esto. Estar consagrada a la Diosa es vivir por y para Ella, entregarle no
únicamente tu cuerpo, sino sobre todo tu corazón y tu alma. Es amarla a Ella y
no permitir que nadie ocupe el lugar que le pertenece. Estar consagrada a la
Diosa es ignorar cualquier amor que pueda sustituir el que debes profesarle a
nuestra Gran Madre. Entiendo que, si estás consagrada a la Diosa, no puedes
compartir tu vida con nadie como lo haría cualquier otra persona que no lo
estuviese. Si te enamoras, no debes rendirte a ese amor, sino ignorarlo porque
ningún amor es más importante y más profundo que el que puedes sentir por Ella.
Asimismo, si siempre has estado destinada a amar y servir a la Diosa, nadie
tiene que haber maculado tu cuerpo con momentos ilícitos. Sí, es eso: amarla en
cuerpo y alma para siempre, creo —titubeó nerviosa, incapaz de teñir de
claridad su respuesta; pero Gaya sonrió satisfecha.
—
Amarla a Ella en cuerpo y alma, efectivamente;
no entregarle tu amor a nadie más. No significa que no puedas querer a otros,
como hermanos, como hijos, como madre, no importa; pero el amor sincero que
llena el corazón solamente puede pertenecerle a Ella. Como muy bien has
explicado, esto significa que no puedes yacer con nadie a lo largo de toda tu
vida, a excepción de cuando se te presente la Diosa materializada en el cuerpo
de otra mujer o cuando tú representes a la Diosa en algún ritual y otro
sacerdote te elija a ti para celebrar una festividad muy importante; aunque
hace mucho tiempo que no festejamos rituales de ese modo. En todo caso...
—
Neftis asegura que la Diosa está en ella.
—
Ya, claro, y yo tengo en el alma la cabeza de un
dinosaurio —se rió Gaya con inocencia. A Artemisa aquellas palabras también le
hicieron reír sinceramente—. Muchas utilizan ese pretexto para seducir a
quienes no las aman.
—
¿Tú has estado sola toda tu vida?
—
Nunca he estado sola desde que me consagré a la
Diosa. Si te refieres a si he tenido algún o alguna amante, te diré que sí, he
tenido muchos; pero fue entonces cuando más sola me sentía. Nadie te llena
tanto como la diosa, Artemisa. La Diosa inunda tu cuerpo y tu alma, te hace
sentir acompañada siempre e incluso puede compartir contigo momentos que ningún
ser humano te entregaría jamás. Créeme, la diosa es nuestra más entregada
amante.
—
¿Y Gilbert…?
—
¿Sí?
—
¿Gilbert y tú...?
—
Huy, Gilbert y yo... Nos conocimos Hace más de
cuarenta años, Artemisa. Han ocurrido muchas cosas durante ese tiempo.
—
¿Cómo os conocisteis?
—
Yo vivía en una comuna jipi cuando él llegó. Yo
estaba con unas amigas bailando y cantando en una celebración que festejamos en
honor a la Madre Tierra cuando se nos acercaron tres chicos muy extraños.
Gilbert era el más singular de los tres. Tenía los cabellos rubios como el oro
y los ojos azules como el cielo que nos cubría. Me enamoré perdidamente de él.
Mi corazón siempre fue inquieto y travieso. Era tan joven... Solamente tenía
diecinueve años…
A Artemisa le costaba mucho imaginarse la apariencia de Gaya con esa edad
tan lejana, pero de repente la vio en aquella faz serena que albergaba sonrisas
tan afables, en esos ojos claros y grandes velados por unas pestañas plateadas;
unos ojos de los que jamás emanaba inquietud o rabia. Gaya debió de ser muy
hermosa y todavía se adivinaba su beldad en sus finas facciones, en la esbeltez
de su cuerpo y en la elegancia de sus movimientos.
—
¿Y qué sucedió?
—
Gilbert era el primer hombre del que me
enamoraba plenamente, pero era muy cobarde y no se lo confesé hasta que no tuve
más remedio. Él no se fijó en mí, sino en mi amiga Isis, que era bellísima,
ciertamente.
—
¿Y qué ocurrió después?
—
Me parece que esa parte de la historia tendré
que contártela otro día, porque se me hace tarde, Artemisa —adujo Gaya
sonriéndole con amabilidad, pero Artemisa sabía que aquella sonrisa era
fingida, pues a Gaya se le había llenado la mirada de tristeza—. Por favor, no
faltes a los ensayos de esta noche. Tenemos que preparar las canciones que
tocaremos en Beltane.
Gaya se marchó dejando a Artemisa con el alma llena de intriga. Intentó
distraerse moldeando la arcilla, pero continuamente la mente se le llenaba de
recuerdos que no le pertenecían. Veía a Gaya en su juventud disfrutando de momentos
sublimes e inolvidables. Se preguntó cuántas experiencias había vivido Gaya
comparada consigo misma. Artemisa tenía la impresión de que apenas había
vivido, de que apenas le había extraído a la vida todo el jugo que tenía y que
había pasado la mayor parte de sus días sumida en una inactividad profunda,
proveniente de la ineludible tristeza que siempre le había anegado el alma. Era
en esos momentos de su vida cuando Artemisa había empezado a conocer las faces
más tiernas de la existencia, pero también las más dolorosas. Se dijo que El
fuego de Hécate le había dado la oportunidad de escapar de su solitario mundo
para adentrarse en otro mucho más complejo y lleno de experiencias que la
formarían como persona.
Te comento aquí los dos capítulos. Está claro que Neftis siente algo muy fuerte y poderoso por Artemisa. Puede que incluso Artemisa sienta algo, pero no estoy seguro de que sea lo suficientemente fuerte como para dejarlo todo por ella. Como suelen decir "del amor al odio hay un paso", espero que no sea su caso y puedan salvar su amistad. Por el momento necesitan tiempo. Todo esto le ha afectado de sobremanera. Se ha encerrado en su casa, faltando incluso a los rituales que son tan importantes para ella. Menos mal que Gaya es muy inteligente y es para Artemisa como una madre. Su comprensión y cariño son vitales para ella. ¡Lo sabía! Entre Gaya y Gilbert ocurrió algo, o al menos que ella se enamoró. Puede que sea una bonita historia de amor o un amor platónico, pero eso le duele a Gaya y le entristece, seguramente le trae recuerdos muy dolorosos. Estoy deseando saber que ocurrió entre ellos.
ResponderEliminarEspero que poco a poco se descubran más secretos de los protagonistas de la historia. ¿De dónde procede esas malas vibraciones que atormentan a Artemisa? ¿Neftis y Artemisa serán capaces de volver a ser amigas?
¡¡Me está gustando mucho!!