domingo, 16 de octubre de 2016

EL FUEGO DE HÉCATE: CAPÍTULO 8: EL AMPARO DE UNA MADRE


8

 

El amparo de una madre

 

Para Artemisa, la soledad era su más tierna amiga, su mejor cómplice y su amante incluso cuando deseaba permanecer alejada de cualquier palabra sonora y de cualquier mirada. No obstante, aquella soledad que tanto la resguardaba del dolor y de la intranquilidad de la vida se desvaneció cuando transcurrió una semana de la última vez que había hablado con Neftis. Gaya fue a visitarla, inquieta por su ausencia. Artemisa no había asistido a los rituales que habían celebrado en honor a la primavera y tampoco a los ensayos de las canciones que tocarían en Beltane; una de las festividades más importantes para el aquelarre.

Artemisa se sobresaltó mucho cuando oyó que alguien llamaba a la puerta de su hogar. Rogó que no fuese Neftis quien reclamaba su atención, pues se sentía incapaz de hablar con ella y de mirarla a los ojos. Se serenó en cuanto se encontró con la afable sonrisa de Gaya, quien la rodeó con sus brazos en cuanto se tuvieron una enfrente de la otra. Artemisa permitió que Gaya le entregase ese cariño de madre que ella tanto extrañaba.

Se le formó un nudo en la garganta cuando notó el inmenso amor con el que Gaya la abrazaba y la protegía entre sus brazos. No pudo evitar que los ojos se le llenasen de lágrimas. Hasta entonces apenas se había ofrecido el privilegio de llorar desahogando así sus intensos sentimientos, puesto que creía que era Neftis quien en realidad debía plañir por tener el corazón destrozado.

Gaya era una de las mujeres más intuitivas que Artemisa conocía, y lo sabía, por eso no le extrañó notar que le retiraba las lágrimas que le resbalaban veloces por las mejillas. Gaya dejó caer unos cuantos besos tiernos entre los cabellos de Artemisa mientras intensificaba el cariño con el que la abrazaba. Se hallaban ambas bajo la luz de la mañana, amparadas por el silencio de una naturaleza llena de vida y aromas revitalizantes. Las intensas lluvias habían provocado que creciesen más flores y que los árboles se llenasen de hojas verdes que refulgían bajo el cielo azulado de aquel precioso día.

     Perdóname, Gaya —le pidió Artemisa con una voz entrecortada. El nudo que tenía en la garganta le oprimía la voz y la cabeza y le costaba hablar—. Sé que no está bien que haya faltado a los rituales.

     No es a mí a quien tienes que pedirle perdón, Artemisa, sino a la Diosa; pero tampoco creo que tengas que hacerlo porque Ella entiende perfectamente cómo te sientes, te lo aseguro, y no se enfadará contigo si faltas a los rituales sagrados. Además, aunque te hayas ausentado a nuestras celebraciones, estoy segura de que no has permanecido alejada de la Diosa. Entremos y explícame qué te sucede, si te apetece.

Ambas mujeres entraron y se sentaron una frente a la otra en el salón. Las separaba la mesa de madera que Artemisa usaba para escribir y para comer. Gaya se fijó en que, a pesar de que pareciese estar abandonado, aquel hogar era confortable, acogedor y resplandeciente. Cada uno de sus rincones tenía un encanto especial que a Gaya la hipnotizaba.

     No sé cómo empezar a contarte lo que me ocurre, Gaya —le indicó Artemisa ya habiendo dejado de llorar—. Me parece que hay cosas que no debería explicarte porque no me conciernen solamente a mí.

     Conozco casi todos los secretos de los miembros de nuestro aquelarre, puesto que soy su suprema sacerdotisa y debo aconsejar a quienes se sienten perdidos.

     ¿Has hablado con Neftis?

     Por supuesto. Fui a verla ayer por la mañana. Mi corazón me revelaba que entre vosotras había ocurrido algo importante, pero no podía determinar si se trataba de hechos hermosos o tristes.

     ¿Ella ha asistido últimamente a los rituales?

     Sí, pero se ha comportado de una forma muy extraña. Estaba ausente la mayoría del tiempo y, cuando bailábamos, parecía no hallarse a nuestro lado.

     Lamento tanto haberle destrozado el corazón...

     No es culpa tuya. Artemisa, conozco cuál es tu destino y sé que es ineludible.

     ¿Qué quieres decir?

     Sé que estás consagrada a la Diosa. Alguna noche notarás que Ella te llama con ahínco e insistencia y no podrás ignorar su reclamo. Entonces tendrás que convertirte en sacerdotisa.

     ¿Estoy destinada a ser sacerdotisa de la Diosa? —le preguntó sobrecogida y asombrada.

     Por supuesto que sí. No podrás huir de su llamado cuando lo oigas.

     ¿Y qué me sucederá?

     No puedo decírtelo. Solamente la Diosa conoce cómo llama a sus sacerdotisas. Ten cuidado, Artemisa.

     Neftis ya me advirtió de que no debía comunicar abiertamente que estoy consagrada a la Diosa.

     No debes hacerlo. Debe ser un secreto entre la Diosa y tú y sólo pueden conocerlo quienes de veras estén unidos a tu alma.

     ¿Tú también lo estás, Gaya?

Tras aquella pregunta, se produjo un incómodo y denso silencio. Gaya dejó de mirar a Artemisa durante unos largos instantes en los que ambas mujeres parecieron convertirse en desconocidas la una para la otra. Artemisa sintió que cuestionarle aquello a Gaya había sido una gran estupidez. Sabía que estar consagrada a la Diosa implicaba ser sacerdotisa de la Madre, pero también era consciente de que no era necesario que todas las sacerdotisas de la Diosa estuviesen consagradas a Ella. Algunas mujeres y hombres servían a la Diosa sin renunciar a compartir su vida con otro ser. Estuvo a punto de pedirle que olvidase lo que acababa de preguntarle, pero, de pronto, Gaya rompió aquel tenso silencio con unas palabras que a Artemisa la desorientaron notablemente:

     Quizá te resulte una estupidez que te pregunte esto, pero ¿qué entiendes tú por estar consagrada a la Diosa?

     No me parece una sandez. Nunca hemos hablado sobre esto. Estar consagrada a la Diosa es vivir por y para Ella, entregarle no únicamente tu cuerpo, sino sobre todo tu corazón y tu alma. Es amarla a Ella y no permitir que nadie ocupe el lugar que le pertenece. Estar consagrada a la Diosa es ignorar cualquier amor que pueda sustituir el que debes profesarle a nuestra Gran Madre. Entiendo que, si estás consagrada a la Diosa, no puedes compartir tu vida con nadie como lo haría cualquier otra persona que no lo estuviese. Si te enamoras, no debes rendirte a ese amor, sino ignorarlo porque ningún amor es más importante y más profundo que el que puedes sentir por Ella. Asimismo, si siempre has estado destinada a amar y servir a la Diosa, nadie tiene que haber maculado tu cuerpo con momentos ilícitos. Sí, es eso: amarla en cuerpo y alma para siempre, creo —titubeó nerviosa, incapaz de teñir de claridad su respuesta; pero Gaya sonrió satisfecha.

     Amarla a Ella en cuerpo y alma, efectivamente; no entregarle tu amor a nadie más. No significa que no puedas querer a otros, como hermanos, como hijos, como madre, no importa; pero el amor sincero que llena el corazón solamente puede pertenecerle a Ella. Como muy bien has explicado, esto significa que no puedes yacer con nadie a lo largo de toda tu vida, a excepción de cuando se te presente la Diosa materializada en el cuerpo de otra mujer o cuando tú representes a la Diosa en algún ritual y otro sacerdote te elija a ti para celebrar una festividad muy importante; aunque hace mucho tiempo que no festejamos rituales de ese modo. En todo caso...

     Neftis asegura que la Diosa está en ella.

     Ya, claro, y yo tengo en el alma la cabeza de un dinosaurio —se rió Gaya con inocencia. A Artemisa aquellas palabras también le hicieron reír sinceramente—. Muchas utilizan ese pretexto para seducir a quienes no las aman.

     ¿Tú has estado sola toda tu vida?

     Nunca he estado sola desde que me consagré a la Diosa. Si te refieres a si he tenido algún o alguna amante, te diré que sí, he tenido muchos; pero fue entonces cuando más sola me sentía. Nadie te llena tanto como la diosa, Artemisa. La Diosa inunda tu cuerpo y tu alma, te hace sentir acompañada siempre e incluso puede compartir contigo momentos que ningún ser humano te entregaría jamás. Créeme, la diosa es nuestra más entregada amante.

     ¿Y Gilbert…?

     ¿Sí?

     ¿Gilbert y tú...?

     Huy, Gilbert y yo... Nos conocimos Hace más de cuarenta años, Artemisa. Han ocurrido muchas cosas durante ese tiempo.

     ¿Cómo os conocisteis?

     Yo vivía en una comuna jipi cuando él llegó. Yo estaba con unas amigas bailando y cantando en una celebración que festejamos en honor a la Madre Tierra cuando se nos acercaron tres chicos muy extraños. Gilbert era el más singular de los tres. Tenía los cabellos rubios como el oro y los ojos azules como el cielo que nos cubría. Me enamoré perdidamente de él. Mi corazón siempre fue inquieto y travieso. Era tan joven... Solamente tenía diecinueve años…

A Artemisa le costaba mucho imaginarse la apariencia de Gaya con esa edad tan lejana, pero de repente la vio en aquella faz serena que albergaba sonrisas tan afables, en esos ojos claros y grandes velados por unas pestañas plateadas; unos ojos de los que jamás emanaba inquietud o rabia. Gaya debió de ser muy hermosa y todavía se adivinaba su beldad en sus finas facciones, en la esbeltez de su cuerpo y en la elegancia de sus movimientos.

     ¿Y qué sucedió?

     Gilbert era el primer hombre del que me enamoraba plenamente, pero era muy cobarde y no se lo confesé hasta que no tuve más remedio. Él no se fijó en mí, sino en mi amiga Isis, que era bellísima, ciertamente.

     ¿Y qué ocurrió después?

     Me parece que esa parte de la historia tendré que contártela otro día, porque se me hace tarde, Artemisa —adujo Gaya sonriéndole con amabilidad, pero Artemisa sabía que aquella sonrisa era fingida, pues a Gaya se le había llenado la mirada de tristeza—. Por favor, no faltes a los ensayos de esta noche. Tenemos que preparar las canciones que tocaremos en Beltane.

Gaya se marchó dejando a Artemisa con el alma llena de intriga. Intentó distraerse moldeando la arcilla, pero continuamente la mente se le llenaba de recuerdos que no le pertenecían. Veía a Gaya en su juventud disfrutando de momentos sublimes e inolvidables. Se preguntó cuántas experiencias había vivido Gaya comparada consigo misma. Artemisa tenía la impresión de que apenas había vivido, de que apenas le había extraído a la vida todo el jugo que tenía y que había pasado la mayor parte de sus días sumida en una inactividad profunda, proveniente de la ineludible tristeza que siempre le había anegado el alma. Era en esos momentos de su vida cuando Artemisa había empezado a conocer las faces más tiernas de la existencia, pero también las más dolorosas. Se dijo que El fuego de Hécate le había dado la oportunidad de escapar de su solitario mundo para adentrarse en otro mucho más complejo y lleno de experiencias que la formarían como persona.

 

 

 

1 comentario:

  1. Te comento aquí los dos capítulos. Está claro que Neftis siente algo muy fuerte y poderoso por Artemisa. Puede que incluso Artemisa sienta algo, pero no estoy seguro de que sea lo suficientemente fuerte como para dejarlo todo por ella. Como suelen decir "del amor al odio hay un paso", espero que no sea su caso y puedan salvar su amistad. Por el momento necesitan tiempo. Todo esto le ha afectado de sobremanera. Se ha encerrado en su casa, faltando incluso a los rituales que son tan importantes para ella. Menos mal que Gaya es muy inteligente y es para Artemisa como una madre. Su comprensión y cariño son vitales para ella. ¡Lo sabía! Entre Gaya y Gilbert ocurrió algo, o al menos que ella se enamoró. Puede que sea una bonita historia de amor o un amor platónico, pero eso le duele a Gaya y le entristece, seguramente le trae recuerdos muy dolorosos. Estoy deseando saber que ocurrió entre ellos.

    Espero que poco a poco se descubran más secretos de los protagonistas de la historia. ¿De dónde procede esas malas vibraciones que atormentan a Artemisa? ¿Neftis y Artemisa serán capaces de volver a ser amigas?

    ¡¡Me está gustando mucho!!

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