miércoles, 30 de agosto de 2017

EL ABRAZO DE LA TIERRA: CAPÍTULO 21. ESPERANZAS SILENTES


Capítulo 21

 

Esperanzas silentes

 

Llovía del cielo cristalino un resplandor plateado que apenas conseguía vencer el rescoldo de las sombras que la noche había acumulado entre los árboles. La humedad que flotaba por doquier parecía haberse apoderado de la densidad de las nubes que encerraban aquella luz tan quebradiza que acogía sin arropar, que era más bien un manto de escarcha que intentaba entregarle a la naturaleza su último hálito de vida.

Gilbert llegó al hogar de Agnes cuando ya no quedaba en el cielo ni el más sutil rastro de aquella oscuridad gélida que había apagado la voz del bosque. La cabaña de Agnes apareció intimidada ante sus ojos sabios. De los muros de piedra y madera que la formaban parecía desprenderse un desaliento que aquietaba cualquier murmullo que desease susurrar entre aquellos árboles que la protegían de la mirada de las sendas que se enredaban entre los troncos. Entonces Gilbert se preguntó por qué Agnes no podía ser feliz en aquel lugar que tanto la amparaba, que tan mágico era. Pensó, injustamente, que, en lugar de valorar los matices más bellos de su vida, Agnes se aferraba a un desaliento que desvanecía cualquier destello de amor y beldad que pudiese fulgurar en su alma.

Mas enseguida dedujo que Agnes no podía controlar sus emociones; ésas que le gritaban tan agresivamente, que la ensordecían, que llenaban su dormir de sueños que ni siquiera ella misma comprendía. Una de aquellas emociones era la inmensa nostalgia que Agnes sentía por su tierra. Gilbert nunca había experimentado por un lugar concreto del mundo un amor tan grande e indestructible. Por eso, en algunas ocasiones, le había costado mucho entender la desesperación que Agnes experimentaba cuando se acordaba de Galicia, cuando notaba que su alma le suplicaba a alaridos que regresase ya, que no permaneciese lejos de aquellos lares por más tiempo.

Sin embargo, Gilbert sabía que no podía permitir que se marchase. ¿Qué sería de ella, de su alma herida, de su enferma mente, viviendo tan lejos de ellos, tan apartada de cualquier persona que pudiese ayudarla? Decidió entonces que hablaría con ella para cerciorarse si de veras deseaba irse.

Entró en su hogar intentando no hacer ruido. La lumbre ardía tímidamente, dándole una cálida y cariñosa bienvenida. Se templó las manos junto al fuego mientras ordenaba las frases que le dirigiría a Agnes. El silencio que flotaba a su alrededor lo intimidaba, pero intentó que aquella sensación no lo detuviese y llamó a Agnes con mucha ternura y cuidado.

Agnes estaba sumida en un sopor inquebrantable. Temió que fuese demasiado tarde, pero se esforzó por no perder la calma que le permitiría ayudarla. Además, lo serenaba saber que Gaya llegaría en breve. La necesitaba tanto...

Némesis lo miró distraída. Gilbert se percató enseguida de que Némesis se sentía inmensamente triste y desalentada. De sus ojos hipnóticos emanaba un gélido temor que parecía apagar el tibio aliento de la lumbre.

     Agnes, ¿puedes oírme? —le preguntó agitándole el hombro.

Entonces notó que la piel de Agnes ardía como si un fuego devastador desease destruir sus entrañas. Sin embargo, aquel detalle no lo detuvo y luchó contra aquel peligroso sopor que tanto la atacaba hasta que, al fin, logró que Agnes abriese los ojos.

La mirada que Agnes le dedicó a Gilbert estaba tan llena de lejanía... pero, al mismo tiempo, Gilbert captó que ella lo había reconocido. Supo que podría entender cualquier palabra que él le dirigiese, pues estaba consciente.

     Gilbert, gracias por venir –le dijo de pronto, con una voz frágil—. Gilbert, estoy muriéndome. Siento que mi vida se apaga. Gilbert, escúchame –le pidió incorporándose con esfuerzo—. Gilbert, impide que fenezca aquí. Llévame a Galicia antes de que pierda el alma. No quiero morir tan lejos de mi tierra. Quiero que me entierres allí, junto a mis avoíños, en ese cementerio tan bonito, tan calmado... Por favor, no permitas que me vaya ahora...

     Agnes, cálmate, cariño —le pidió tomándola muy suavemente de las manos—. No vas a morir, Agnes. Esto es sólo una gripe horrible que se te curará enseguida. Gaya vendrá también y te ayudará.

     Lo único que deseo es morir allí. No puedo apagarme tan lejos... Si pierdo la vida aquí, nunca más podré regresar, nunca más renaceré.

     No vas a morir, Agnes —le repitió riéndose con cariño—. Agnes, escúchame, cielo. Ahora no puedes regresar a Galicia porque estás muy enferma, pero...

     Si no regreso ahora, no podré hacerlo jamás —lloró delicadamente.

     Agnes, ¿de veras te sientes capaz de vivir allí, lejos de todos nosotros? ¿No te da miedo la soledad? Si vuelves, nadie podrá ir contigo.

     Némesis...

     Yo puedo llevaros allí en mi coche, pero después tendré que irme porque mi vida está aquí, Agnes.

     No me da miedo la soledad porque Galicia es todo para mí, es mi vida. Además, aquí me siento abandonada muchas veces. Vosotros tampoco estáis siempre conmigo, y yo lo entiendo. Debe agotar muchísimo permanecer junto a alguien que tiene el alma tan herida.

     Eso no es cierto, Agnes; pero ése no es el tema del que tenemos que hablar. ¿De veras quieres volver?

     Sí, por supuesto que sí. Nunca dejé de desearlo.

     Entonces, ¿quieres que te ayude a preparar todo lo necesario para tu viaje para que lo emprendas cuando te hayas recuperado de esta gripe?

Entonces Gilbert percibió que los ojos de Agnes se llenaban de luz, que su mirada, siempre tan triste y apagada, de repente resplandecía como si la luna se albergase en su profunda expresividad. Agnes permaneció en silencio durante unos largos instantes que a Gilbert le parecieron anegados en esperanza, en vida, sobre todo en vida y amor.

     ¿De veras podré regresar? —le preguntó con una voz trémula. Parecía incapaz de experimentar la dulce felicidad que de pronto le había nacido en el alma.

     Sí, Agnes. Podrás volver si eso es lo que tanto anhelas.

Al oír aquellas palabras, las que Gilbert le había dirigido con tanta amabilidad y dulzura, Agnes arrancó a llorar desesperadamente. Su llanto emanaba de la nostalgia que siempre le presionaba el alma, pero también de un alivio inmenso que le gritaba en el corazón, avisándola de que, al fin, al fin, después de tantos años, podría regresar a su amada Galicia, al fin.

Gilbert la observaba con ternura y asombro. Podía sentir en su alma las potentes emociones que latían en la de Agnes y le parecía que éstas eran mucho más intensas y devastadoras que cualquier tormenta invernal. Ansiaba abrazarla, protegerla junto a su pecho, para calmar aquella desgarradora agonía que tanto la estremecía, pero no se atrevía a arroparla con su cariño, pues temía y sabía que aquel amparo la desmoronaría mucho más, la desharía como si toda ella se hubiese convertido en nieve.

De pronto, fue plenamente consciente de que había engañado a Agnes de una forma vil e incluso violenta. Su razón lo avisó, sin remilgos, de que Agnes no podía vivir sola en Galicia. Si él era su tutor y Agnes, su protegida legal, ella no debía habitar tan lejos de la persona que podía responder por ella en cualquier asunto importante e interceder por ella en cualquier momento. Aquella realidad le heló la sangre a Gilbert, le hizo sentir un estridente pavor repartiéndose por todo su cuerpo. Le resultaba completamente imposible aceptar aquellas certezas. No sabía cómo podría desmentir sus palabras, no se le ocurría la forma de lograr que Agnes comprendiese que no podía irse, que debía curarse tanto física como anímicamente para poder vivir sola y era plenamente consciente de que las heridas que Agnes tenía hendidas en el alma no sanarían jamás.

     Gracias, Gilbert —le susurró ella presionándole las manos con fuerza—. No te imaginas lo que significa para mí regresar. Recuperaré todo lo que la tristeza me arrancó del alma. Yo os quiero muchísimo, pero no puedo obligaros a que cuidéis siempre de mí. Cuando me marche, viviréis muchísimo más calmada y felizmente.

Gilbert no era capaz de decirle nada. Ni siquiera la miraba. Notaba en su propia alma el desaliento que destruiría a Agnes cuando se enterase de que le había mentido y que le había hecho una promesa que jamás podría cumplir.

El silencio con el que Gilbert le contestaba la paralizó, calló durante unos largos instantes la voz de sus esperanzas y le detuvo el aliento. Entonces, muy queda y casi imperceptiblemente, su alma la avisó de que Gilbert le había mentido; pero Agnes rechazó con rabia aquella posibilidad. Prefería vivir engañada antes que aceptar que una de las personas que más quería la había instado a ilusionarse con una idea que nunca podría tornarse realidad.

     Cuando llegue la primavera, entonces podrás partir —le aseguró Gilbert con una voz apacible que contrastaba infinitamente con los punzantes sentimientos que le anegaban el alma—. Tenemos dos meses para preparar tu viaje. Debes decirme dónde quieres vivir e incluso tendrás que pensar a qué querrás dedicarte cuando te hayas mudado.

Agnes quiso preguntarle de dónde procedía la energía que lo ayudaba a engañarla, pero se negaba a creer que Gilbert fuese tan calculador y apático. Se aferró a las bellas imágenes que le evocaban las palabras de Gilbert. Se imaginó habitando serena y felizmente en su pequeña aldea, dedicándose a cualquier labor que la impulsase a desarrollar sus dones mágicos. Creía firmemente que aquella vida era totalmente posible, pues Galicia misma la ayudaría a erigirla.

Estaba a punto de responderle y de convertir en palabras sus tiernos pensamientos; mas de pronto alguien llamó a la puerta de su cabaña con delicadeza y decisión. No dudó ni un instante de que era Gaya quien había llegado.

Gaya y Gilbert cuidaron de Agnes con una atención muy tierna que la acogía sin cesar, que la instaba a creer que se hallaba totalmente protegida por aquellas personas que tanto la querían y que tanto la comprendían. Entre los dos la convencieron de que no estaba sola y la impulsaron a soñar con esa vida que la esperaba en la tierra que ella tanto extrañaba. La esperanza de volver al fin fue la que, en realidad, la arrancó de los brazos de la fiebre, la que le devolvió su salud física y la que estabilizó repentina y firmemente sus sentimientos y sus emociones. Agnes fue capaz de vivir con más plenitud desde que la fiebre la abandonó, desde que Gaya y Gilbert le aseguraron que, cuando la primavera destruyese los rescoldos del invierno, entonces la ayudarían a regresar a su añorada Galicia.

Fueron unos meses tiernos, cálidos y tenues, compuestos de días mágicos, de momentos azulados, de noches profundas e inspiradoras. A Agnes le parecía que las estrellas brillaban con más fuerza y su fulgor la impulsaba a convertir sus hermosos sentimientos en versos preciosos que después entonaba entre los árboles, junto a Gilbert, Gaya y Némesis, quienes la escuchaban como si el tiempo se hubiese agotado. Agnes parecía de veras tener el alma impregnada de una vigorosa felicidad que volvía esplendentes sus ojos.

Neftis era la única que se mantenía apartada de Agnes. Cuando se enteró de que Gaya y Gilbert la habían encerrado en una mentira tan piadosa y tan injusta sin embargo, prefirió retirarse de sus sonrisas y sus brillantes miradas. Olvidó que había sido precisamente ella quien le había sugerido a Gilbert que engañase a Agnes haciéndole creer que regresaría a Galicia. No deseaba participar en aquella superchería ni engrandecerla con su enamorada presencia. En realidad, su corazón le dictaba leyes que ni ella misma lograba comprender. En lo más profundo de su subconsciente, reverberaba la idea de que, cuando Agnes descubriese la espantosa verdad que aquellas mentiras ocultaban, entonces se sentiría irrevocablemente sola, creería que nadie la quería con plena sinceridad y buscaría en ella ese consuelo que nadie más podía ofrecerle.

No obstante, la vida estaba a punto de cambiar irrevocablemente para todos. Durante aquellos meses previos a aquella esperada primavera, Neftis había sentido cada vez más cerca el momento en que sus desgarradores sentimientos al fin mutarían para convertirse en una creciente y resplandeciente ilusión. Gaya, cada vez que la visitaba, le aseguraba que su querida alumna estaba a punto de iniciarse. Cuando Gaya le hablaba de aquella mujer que tanto interés le despertaba, lograba olvidarse del amor que le profesaba a Agnes. Se la imaginaba tan hermosa, tan mágica, tan dulce...

     Hace poco descubrió su verdadero nombre —le confesó Gaya a Neftis una tarde en la que paseaban juntas por el jardín de la sacerdotisa—. Su verdadero nombre es Artemisa. Yo siempre lo supe.

Al oír aquel nombre, Neftis notó que el alma se le encogía y que una espinita se le clavaba dolorosamente en el corazón, pero no entendía por qué experimentaba aquellas sensaciones tan punzantes. Gaya continuó hablando ignorando los sentimientos que de repente se habían apoderado de Neftis.

     Está deseando conoceros, pero no quiere encontrarse con vosotras hasta que llegue la noche de su iniciación. La celebraremos en abril.

     Queda todavía más de un mes —observó Neftis intentando ignorar el ritmo acelerado de su corazón.

     ¿Qué te ocurre? Te has puesto pálida —se rió Gaya con curiosidad.

     ¿Has dicho que su verdadero nombre es Artemisa?

     Sí, pero ¿por qué te resulta tan extraño?

     No tiene importancia, Gaya. Gaya, ¿puedo hacerte una pregunta?

     Por supuesto, cariño, la que desees.

     ¿Cuándo le confesaréis a Agnes que nunca podrá volver a Galicia mientras dependa legalmente de Gilbert? tengo entendido que Gilbert es su tutor y...

     ¿Crees que no deseamos revelarle la verdad? ¿Crees que nos gusta mantener esta mentira? Se nos parte el corazón cada vez que nos imaginamos el momento en que Agnes descubra que la hemos engañado tan vilmente —le respondió Gaya con mucha culpabilidad—. Desde que cree que va a regresar a Galicia, ya no la ataca esa inmensa tristeza que tanto le destroza el alma. Es otra mujer, muy distinta de la que conocemos. Ni siquiera la asusta la idea de vivir tan lejos de nosotros. Está entusiasmada con su viaje.

     No es justo que sigáis mintiéndole así, Gaya.

     tarde o temprano se descubrirá la realidad y entonces la perderemos para siempre, pero, mientras ese momento no llega... Muchas veces es mejor la ignorancia que la verdad, Neftis, sobre todo si esa ignorancia puede mantener estable y protegida un alma ya tan herida.

Neftis calló, estremecida por las potentes palabras que Gaya le había dirigido. Sentía que la sacerdotisa tenía razón, pero no podía aceptar que Agnes viviese tan engañada, aferrándose continuamente a un sueño que nunca se cumpliría.

Sin embargo, aunque su alma ya se hubiese desprendido de la mayor parte de la tristeza que se la presionaba y que tanto la asfixiaba, Agnes no dejó de notar latir en su interior una leve intuición que le advertía de que su vida estaba a punto de cambiar irrevocablemente y que su amado sueño nunca podría tornarse realidad.

Casi todas las noches, soñaba que, justo cuando estaba a punto de adentrarse en el bosque que tanto amaba y que tanto añoraba, unas manos poderosas la agarraban de la cintura y la detenían brutalmente. Agnes se despertaba de aquellas pesadillas sintiendo que le faltaba la respiración, que el corazón le latía con una velocidad vertiginosa y que el sutil brillo que alumbraba sus días y sus noches, imposibilitando que la oscuridad de la insania se cerniese sobre sus momentos, temblaba intimidado por una certeza que ni tan sólo Agnes era capaz de vislumbrar en las neblinas de su confusión.

Una mañana tibia y azulada, Agnes se despertó de aquellos terribles y extraños sueños notando que se había agrietado irreversiblemente la tranquila felicidad que había silenciado sus sentimientos más punzantes, que la mantenía apartada del recuerdo de su enfermedad y que la impulsaba a vivir cada instante apreciando sus matices más hermosos. Agnes se percató de que se sentía de nuevo inmensamente desalentada, como si una profunda tormenta hubiese derramado en su alma un indestructible desconsuelo. Ansiaba conversar con Gaya para explicarle cómo se encontraba y para preguntarle cómo podía luchar contra las brumas que deseaban oscurecer su vida.

Así pues, salió de su hogar intentando mantener en el alma aquel ápice de energía y fortaleza que la ayudaría a recorrer sin sobrecogerse la larga distancia que la separaba de la casa de Gaya. El camino que debía atravesar para alcanzar aquel hermoso y tranquilo pueblo en el que vivía Gaya era muy bello e inspirador. Agnes anduvo fijándose en cómo el sol derramaba rayos iridiscentes sobre las reverdecidas copas de los árboles, en cómo las flores más tiernas refulgían bajo aquella intensa y colorida luz y en el murmullo de los animales que cantaban dándole la bienvenida al día, que disfrutaban plenamente del amor que la primavera les entregaba.

Cuando estaba a punto de divisar la primera calle del pueblo en el que se hallaba el hogar de Gaya, entonces oyó que alguien caminaba cerca de ella. Reconoció a Neftis en aquellos pasos decididos, pero enseguida se percató de que no estaba sola. La acompañaba Penélope, con quien nunca había mantenido una conversación profunda, con quien ni siquiera había intercambiado una dulce mirada. Penélope había intentado ganarse la confianza de Agnes hablándole de su tierra o preguntándole por conocimientos que ella había adquirido hacía ya mucho tiempo, pero nunca conseguía que Agnes le dedicase una frase extensa y consistente. Agnes era hermética y ambigua como las nubes más densas y algodonadas; ésas que parecen tan inofensivas y que, sin embargo, albergan una amenazadora cantidad de agua. Neftis le había indicado que la forma de ser de Agnes era propia de la gente de Galicia. Le aseguraba que era muy difícil extraer de sus labios una respuesta clara; pero lo que realmente le ocurría a Agnes era que se sentía totalmente incapaz de desvelarle a aquella mujer risueña las terribles y oscuras emociones que se albergaban en su corazón.

     ¡Agnes! —oyó que la llamaba Neftis alegre y entusiasmada—. ¿Tú también vas a la casa de Gaya? —Agnes asintió débilmente—. ¡Pues espéranos! ¡Nosotras también vamos!

Al instante, Neftis y Penélope se hallaron junto a ella. Neftis la tomó cariñosamente de las manos en cuanto la tuvo a su alcance y la miró con un ardor tan tierno que Agnes notó que se sobrecogía y que aquella mirada tan dulce la derretía como el sol había fundido ya los vestigios del invierno.

     Qué hermosa estás, Agnes —la halagó Neftis con fascinación—. te sienta muy bien ese vestido rojo.

     Gracias, Neftis —le contestó ella con cariño.

Agnes tenía la sensación de que en aquellos momentos la vida a la que se había aferrado, la que había intentado llenar de tanta magia y luz, se alejaba de ella como si un viento feroz la arrastrase hacia un rincón inasible. Notó que aquella sensación la empequeñecía, que de repente se sentía inmensamente perdida en su propia existencia, como si todo lo que la rodeaba se hubiese vuelto desconocido. Neftis y Penélope le hablaban, de vez en cuando la miraban con curiosidad, pero Agnes solamente podía corresponder a lo que le decían con silencios que en realidad a ninguna de las dos extrañaba, puesto que estaban habituadas a que Agnes fuese tan poco conversadora. Sin embargo, Neftis percibió que los ojos de Agnes estaban anegados en un profundo temor que ensombrecía el brillo de aquel precioso día primaveral.

Se acercaba un momento que partiría su existencia, que separaría su presente del futuro que tanto había soñado vivir. De repente la voz de su intuición, la que no se silenciaba nunca, gritó con fuerza, advirtiéndole de que se hallaba a punto de adentrarse en aquella realidad que tanto la había asustado siempre. Sin embargo, apenas podía interpretar los avisos que su alma le lanzaba.

     Venga, vayamos ya antes de que se haga más tarde —la apremió Neftis tomándola del brazo—. Tengo que preguntarle a Gaya qué significan unos sueños muy extraños que llevo teniendo desde hace semanas. Por cierto, Agnes, ¿cuándo te vas a Galicia? —le cuestionó intentando extraerla del profundo silencio en el que Agnes se protegía.

     La semana que viene —le respondió notando que aquellas palabras temblaban en su alma como si de repente se hubiesen convertido en hojas caducas.

     ¿TE marchas, Agnes? —intervino Penélope sorprendida.

     Sí, al fin —le sonrió ella con distancia.

Ya habían llegado al hogar de Gaya. El hermoso y mágico jardín que rodeaba aquella morada tan antigua les dio a las tres una bienvenida muy acogedora. En sus árboles cantaban suavemente los pajaritos, las flores exhalaban un delicioso aroma a vida y por doquier podía respirarse el renacer de la naturaleza. La luz de aquella mañana tan bella, además, hacía brillar los troncos de los árboles.

Agnes creyó que aquel lugar albergaba toda la serenidad que podía respirar en el mundo. No obstante, notaba que el corazón había comenzado a latirle con una velocidad vertiginosa, como si la asustasen los instantes que estaba a punto de vivir. Neftis conversaba en esos momentos con Penélope acerca del Esbat que celebrarían al día siguiente, pero Agnes apenas podía oír sus hermosas voces. Su alma gritaba tan alto que conseguía devorar todos los sonidos que la rodeaban.

En aquellos momentos de su existencia, Agnes ya conocía las emociones más intensas de la vida. Le quedaba todavía en los labios el sabor de la desesperación más desgarradora, en sus manos palpitaba el eco de la nostalgia más interminable, en su alma aún susurraban el desaliento, la impotencia, la rabia, el despecho y el miedo más atroces. También podía definir, con trazas poco concretas y muy imprecisas, el matiz de la felicidad más tierna y evanescente. Sin embargo, aunque creyese que su alma ya había experimentado todos los sentimientos que podían respirar en el mundo, Agnes ignoraba qué tacto y qué sensación alberga en su aliento el amor más insano, más incandescente y asfixiante.

Aunque ella pudiese asegurar que ya había amado en otras vidas, aunque en su antigua memoria respirase todavía el susurro de aquellos momentos tan pasionales y entregados que había vivido con aquella mujer misteriosa que tanto la había querido, Agnes aún no había experimentado, en su presente existencia, la fuerza de ese amor que vuelve nada nuestro mundo, que deshace nuestros pensamientos y nos llena el alma de una interminable desesperación que apaga cualquier ápice de luz que puede brillar en nuestros días y nos impide luchar contra las sombras más hondas de nuestras noches.

Y tal vez el corazón de Agnes latiese tan rápidamente porque intuía, mucho mejor que ella, lo que estaba a punto de suceder. Agnes ya amaba, y con una fuerza devastadora. Amaba a su añorada Galicia como si de veras aquella tierra fuese un ser tangible que la extrañaba también desde la distancia; pero el amor que Agnes estaba a punto de conocer no se asemejaba a ninguna emoción o sensación que antes la hubiese dominado.

De repente, cuando más concentrada estaba en sus emociones, oyó la suave y sabia voz de Gaya. Enseguida supo que la suprema sacerdotisa conversaba con otra persona que la escuchaba divertida. Percibió, mezclándose con el silencio primaveral de aquella hermosa mañana, una risa cristalina que le encogió el corazón, que la instó a evocar recuerdos cuya esencia ella no podía comprender. Era una risa tan bonita, tan argentina, tan resplandeciente...

     Me parece que Gaya no está sola —observó Penélope con preocupación—. Tal vez hayamos llegado en mal momento.

     No, en absoluto —la contradijo Neftis con felicidad—. Creo que tendremos al fin la suerte de conocer a Artemisa.

Las palabras de Neftis le helaron el corazón a Agnes, estuvieron a punto de arrebatarle la respiración para siempre y le hicieron sentir unos punzantes y gélidos nervios repartiéndose por todo su cuerpo. Notó que se le revolvía el estómago y que un miedo atroz se apoderaba irreversiblemente de su alma. Rápidamente, intentó inventar una excusa que la ayudase a alejarse de allí y de aquel momento cuanto antes; pero la vergüenza que siempre la dominaba cuando se hallaba a punto de mirar por primera vez a alguien desconocido y también el pavor que de repente se le había adherido al corazón convirtieron su mente en piedra. Adivinó que sus mejillas habían palidecido hasta tornarse en el reflejo de la luna llena y rogó que nadie advirtiese sus sentimientos ni le preguntase por qué se había puesto súbitamente tan nerviosa.

     Qué voz más bonita tiene. No me cuesta en absoluto imaginármela invocando a los elementos y a los Dioses. Cuánta magia y poder se desprenden de sus palabras. También adivino que cantará espléndidamente. Cuánto deseaba conocerla —habló Neftis ignorando por completo que sus frases le provocarían a Agnes una desazón interminable—. Vayamos ya. Ansío mirarla a los ojos por primera vez.

     Yo he de irme ya —intervino de pronto Agnes. Entonces tanto Penélope como Neftis se percataron de que Agnes estaba muy nerviosa—. Me olvidé de que me dejé una olla en la lareira.

     Agnes, no seas mentirosa —se rió Neftis presionándole el brazo—. Lo único que te ocurre es que sientes una profunda e intensa vergüenza.

     De verdad, he de irme, Neftis. Perdóname.

     ¿Qué te ocurre, Agnes? ¿Acaso no quieres conocer a Artemisa?

     Sí, pero no puede ser ahora.

Agnes se preguntó qué fuerza la impulsaba a hablar, de dónde emanaban sus desesperadas palabras, pues estaba tan confundida y aturdida que creía que de su mente no podía brotar ni el pensamiento más ilógico o brumoso. Entonces notó que el estómago se le había llenado de un frío que apagaba cualquier ápice de paz que pudiese reverberar en su alma. Estaba tan nerviosa que le sudaban las manos y el corazón le latía cada vez más veloz y descontroladamente.

Intentó lograr que Neftis la soltase, pero en esos momentos tanto la mirada como los dedos de Neftis la habían encerrado en un momento que Agnes no deseaba vivir bajo ninguna circunstancia. Sentía cada vez más miedo. Conocía perfectamente el significado de lo que estaba a punto de ocurrir y no quería experimentar la fuerza de aquella experiencia, no quería, no quería.

     Por favor, Neftis, deja que me vaya —le rogó notando que los ojos se le llenaban de lágrimas y que un nudo feroz le presionaba la garganta y la cabeza—. No puedo estar aquí.

     Tranquilízate, Agnes —le pidió Penélope con mucho cariño mientras le acariciaba los cabellos—. Sabemos que eres muy tímida y que te cuesta mucho hablar con alguien que no conoces, pero nosotras no vamos a dejarte sola.

     Agnes no siente sólo vergüenza —observó Neftis con curiosidad y extrañeza—. Es otra emoción mucho más desgarradora que la timidez la que le invade el alma. Dime qué te sucede, Agnes, por favor.

     No puedo —musitó Agnes con languidez.

Justo entonces Gaya apareció ante ellas, sonriendo luminosa e inocentemente. Agnes no se atrevió a mirarla. Enseguida agachó los ojos y se quedó paralizada, suplicando con desesperación que la tierra se abriese bajo sus pies y que al fin el aliento de la Madre la devorase para siempre. No quería existir, no quería respirar. Deseaba desvanecerse como la niebla al amanecer.

     ¡Qué bien que hayáis venido! —exclamó Gaya con mucha dulzura—. Está aquí Artemisa y, aunque ella deseaba conoceros a todas en su ritual de iniciación, me temo que ya no puede huir de este momento. No obstante, sabe muy bien que, si se encontrará con vosotras ahora, es porque la Diosa así lo ha decidido y dispuesto —se rió Gaya con mucho cariño—. Artemisa también es muy tímida, pero tiene tantas ganas de conoceros... Venid.

Intentando ignorar las emociones que se le desprendían a Agnes de los ojos, Neftis la obligó a caminar en pos de Gaya con un paso ligero y energético que a Agnes la confundió muchísimo más. Ni siquiera ella misma era consciente de que todo su cuerpo temblaba como si su materia se hubiese convertido en una hoja muriente. Tenía la sensación de que su alrededor y las personas que se hallaban a su lado se habían marchado de su mundo, internándose en una dimensión de la que ella jamás podría formar parte.

     Al fin —oyó lejanamente que musitaba Neftis—. Qué hermosa es.

Cuando Neftis miró a Artemisa por primera vez, notó que el corazón se le detenía y que el alma se le anegaba en un calor asfixiante que la ruborizó tiernamente. Intentó luchar contra las potentes emociones que la dominaban y, tras soltar el brazo de Agnes, se aproximó más a Artemisa, quien, en esos momentos, se hallaba totalmente hundida en la imagen de aquellas tres mujeres que tanto anhelaba conocer.

Agnes no se atrevía a posar los ojos en Artemisa. El miedo y los nervios que le habían helado la sangre y que habían enloquecido su corazón le impedían pensar y actuar con presteza. Lo único que ansiaba era que aquel momento se desvaneciese, que aquél no fuese más que un sueño y que Némesis la extrajese velozmente de su dormir, salvándola de aquellos instantes que tanto la aterraban.

     Artemisa, te presento a Agnes, a Neftis y a Penélope —intervino de pronto Gaya con mucha ternura—. Ellas también ansiaban conocerte y sentían mucha curiosidad por ti.

     Vaya —se rió Artemisa de forma encantadora mientras les dedicaba una mirada entrañable—. Estoy feliz por conoceros a las tres. Como ya sabéis, mi deseo era encontrarme con vosotras por primera vez en mi ritual de iniciación; pero también me complace muchísimo haberme cruzado antes con vosotras. Sólo la Diosa sabe por qué hace las cosas.

Agnes se preguntó por qué Gaya había tenido que pronunciar primero su nombre. No deseaba formar parte de aquel momento, no quería que nadie la mirase ni le prestase atención; pero de pronto notó cálida e insistentemente fijos en ella los ojos de Artemisa. Artemisa la miraba, sí, la miraba a ella, sin cesar, con profundidad y extrañeza.

Entonces se atrevió a alzar los ojos, se desprendió de las brumas de confusión que se los cubrían y se hundió en la soñada imagen de Artemisa. Durante unos efímeros instantes, había creído que aquella mujer que tan tiernamente hablaba no se asemejaba en absoluto a la que llevaba apareciendo en sus sueños desde hacía tanto tiempo; pero, cuando descubrió su aspecto, cuando la miró por vez primera en aquella vida, percibió que su memoria se aquietaba, que sus recuerdos más inasibles alzaban con brutalidad su voz y que su presente temblaba hasta tornarse en el reflejo de un espejismo de un oasis inalcanzable.

Artemisa era tal como la había soñado siempre, tal como había sido en sus anteriores vidas. Era la mujer con la que tantas veces había soñado y con la que se había reencontrado en la tierra de la hipnosis. Era ella, sin duda, y en esos momentos le pareció que ambas se hallaban en un mundo que no les pertenecía y que se distanciaba muchísimo del escenario de sus instantes más entrañables.

Ansió decirle que no había cambiado nada, que seguía siendo la misma mujer hermosa por la que había perdido tanto la calma, por la que se había enloquecido, por la que había ansiado volver a vivir siempre, tras cada muerte. También deseó advertirle de que no era necesario que nadie las presentase, pues ellas ya se conocían; pero se contuvo. Y no fue la timidez y el miedo quienes retuvieron sus palabras, sino la sensación que se desprendía de los ojos de Artemisa. Aunque ella la mirase con muchísimo interés y con una insistencia que a Agnes la ruborizaba profundamente, Agnes sabía que Artemisa no la reconocía, no experimentaba ni siquiera el reflejo de las emociones que a ella le anegaban el alma con tanta fuerza.

     Encantada de conocerte, Artemisa —oyó que le decía Neftis con mucha admiración y cariño. Entonces vio que Neftis la había tomado de la mano y que la miraba como si en el mundo ya no existiese nada más—. Eres muy bella y se percibe a leguas que en tu alma se alberga una magia muy poderosa.

     Gracias...

     Neftis. Yo soy Neftis —le desveló risueña.

     Gracias, Neftis. Eres muy amable.

     Sólo soy sincera.

     Yo también me siento muy dichosa por encontrarme al fin contigo, Artemisa —intervino Penélope despreocupadamente—. Yo soy Penélope.

La sonrisa que Artemisa les dedicaba a Neftis y a Penélope era brillante y sincera, pero Agnes notaba que también era efímera como un relámpago que cruza el cielo de la noche, luchando por unos instantes de poder contra la titilante luz de las lejanas estrellas. Artemisa todavía no había dejado de mirarla de soslayo e incluso Agnes advirtió que Artemisa se preguntaba por qué ella todavía no la había saludado.

Agnes había perdido el dominio de sus movimientos. Le parecía que la gravedad la había mezclado irrevocablemente con la tierra y que los nervios que experimentaba le habían arrebatado la capacidad de gesticular y de pensar. No podía retirar sus ojos de Artemisa. Continuamente analizaba con cariño y minuciosidad sus facciones, el matiz de sus ojos, la forma de su atractivo cuerpo. Artemisa era alta y delgada. Sus ojos tenían el color de las castañas y eran expresivos como la voz de la lluvia. Una melena rizada, negra como la noche y abundante le caía libre por la espalda, llegándole hasta el talle, y portaba un sencillo vestido verde que resaltaba su perfecta silueta. Además, su piel estaba levemente bronceada; lo cual les ofrecía a sus sonrisas un brillo de marfil.

     Y tú debes de ser Agnes, ¿verdad? —oyó que le preguntaba de repente mientras se acercaba a ella. Agnes adivinó que Artemisa intentaba luchar contra la vergüenza que a las dos les invadía el alma—. Gaya me explicó que eres muy tímida. No te preocupes. Yo también lo soy, Agnes, pero por ti... por todas merece hacer un esfuerzo para vencer la inseguridad —dijo sonriendo distraída mientras se hundía más profundamente en los ojos de Agnes—. Encantada de conocerte, Agnes.

Agnes no quería que Artemisa la mirase. Creía que aquella mujer tan bonita, risueña e intuitiva adivinaría todos los secretos que ella se esforzaba por mantener encerrados en su alma. Los ojos de Artemisa parecían brillar con una luz nocturna que la hechizaba y aquella sensación la inquietaba tanto que incluso le costaba respirar. No se atrevía a decir nada. Presentía que su voz no sonaría clara, sino casi inaudiblemente, y prefería sumirse en un silencio denso y protector antes que permitir que Artemisa conociese su forma de hablar. Además, por primera vez en su vida, experimentó una potente vergüenza al ser consciente de que su acento revelaba enseguida el lugar de dónde procedía. Le daba miedo que Artemisa se riese de ella o pudiese formularle preguntas sobre su tierra, preguntas que la melancolía intensa que siempre se le despertaba al evocar el recuerdo de Galicia le impediría contestar con firmeza.

     Venga, dile algo, Agnes —le exigió Neftis riéndose con inocencia—. Artemisa va a pensar que eres muda.

     Agnes es mucho más tímida de lo que os figuráis —la defendió Gaya con un cariño maternal—. Además, si la apremiáis, le costará mucho más vencer la vergüenza que siente.

     No te preocupes, Agnes. Te entiendo. Yo también soy terriblemente tímida —se rió Artemisa con mucha dulzura; lo cual intensificó las asfixiantes sensaciones que le habían anegado el alma a Agnes.

Artemisa había tomado de la mano a Agnes y se la presionaba con mucha cercanía, de un modo muy cálido que acogía y a la vez intimidaba. El tacto de sus dedos tibios, de su mano cariñosa y sobre todo la suavidad de su piel la sobrecogieron profundamente. Creyó que había perdido para siempre su voz, que de repente se habían desvanecido todos los pensamientos que podían existir; pero también lamentaba ser tan inmensamente cobarde, tan tímida, tan evanescente.

     Gracias, Artemisa —le dijo al fin hundiéndose en sus profundos ojos castaños, casi nocturnos—. Estoy encantada de conocerte.

Lo que Agnes ansiaba revelarle a Artemisa en realidad era: «al fin nos reencontramos. Llevo esperándote desde hace muchísimo tiempo»; pero sabía a la perfección que Artemisa no se acordaba de ella y que ni siquiera intuía que ellas ya se conocían, que ya habían estado juntas en otro tiempo. Para Artemisa, aquélla era la primera vez que se miraban a los ojos. Entonces notó que aquella certeza le desgarraba el alma. La aterraba la posibilidad de que Artemisa se interesase irrevocablemente por ella y que descubriese a la mujer enferma que vivía en el interior de aquella mirada de la que parecía incapaz de separarse.

     Agnes, tengo la sensación de que ya he estado contigo antes —le confesó de repente, confundida y sensible. Agnes percibió que los ojos de Artemisa se habían vuelto cristalinos y trémulos—. No es la primera vez que oigo tu voz ni que miro tus bellos ojos. Me parece que...

Aquellas palabras, y sobre todo el tono suave y trémulo con el que Artemisa las había pronunciado, le helaron el alma, le hicieron tener la repentina sensación de que el mundo que las rodeaba se había desvanecido y que solamente existían los inseguros sentimientos que las dominaban y aquella mirada que tanto las unía, que tanto enlazaba sus nostálgicos ojos.

Ansió revelarle que, ciertamente, se conocían, que no se equivocaba cuando indicaba que ya había oído su voz y mirado sus ojos antes; pero de nuevo se reprimió, se contuvo, silenció aquellos deseos tan potentes que podían tornar cálida su vida. De repente, una desgarradora sensación de desamparo le inundó todo el cuerpo cuando se planteó la posibilidad de que Artemisa descubriese los sentimientos que guardaba para ella en lo más profundo de su corazón. Si Artemisa era la misma mujer con la que tanto había vivido ya hacía tantos y tantos años, entonces el amor que había sentido por ella en aquel lejano tiempo todavía vivía, no se había apagado vencido por la muerte y el renacimiento. Entonces merecía la pena seguir amándola, entonces todavía la amaría.

Aquella idea la sobrecogió tanto que notó que se deshacía. Había a su alrededor una opresiva atmósfera que estaba destruyendo la sutil calma que hacía brillar sus días y sus noches, aquélla que nacía de saber que al fin regresaría a su amada tierra. Incluso, en aquellos momentos, la posibilidad de volver a Galicia parecía inasible.

     Perdóname. Creerás que estoy loca —se rió Artemisa con inocencia. Sin que nadie pudiese preverlo, aquellas palabras la hirieron en el corazón.

     Jamás creeré eso —susurró Agnes intimidada.

     Eres muy bella, Agnes —la halagó fascinada sin dejar de mirarla.

     Tú también lo eres, Artemisa.

Agnes notó que una cálida y resplandeciente burbuja las rodeaba, las protegía de cualquier emoción asfixiante y las distanciaba de su entorno como si aquél se hubiese convertido en otro mundo. No obstante, aunque aquella sensación fuese agradable y hermosa, Agnes todavía experimentaba un miedo desgarrador palpitándole en el alma.

     Artemisa, ¿cuándo te iniciarás? —le preguntó de repente Neftis con interés, aunque Agnes se percató de que su voz sonaba anegada en sentimientos potentes que ni ella misma sabría nombrar—. ¿Será antes o después de Beltane?

Entonces Artemisa soltó la mano de Agnes y se volteó hacia Neftis, quien la miraba devorándola con sus ojos negros. Artemisa y ella comenzaron a hablar con calma y con una confianza que se acrecía con el paso de los segundos. Parecía como si Artemisa y Agnes jamás hubiesen compartido aquellos instantes tan acogedores y cálidos.

Sin comprender muy bien lo que le ocurría, Agnes notó que el alma se le partía en mil pedazos y que a su corazón le costaba mucho latir. Una lluvia de pensamientos ininteligibles y confusos cayó sobre su mente y de pronto comenzó a perder la noción de su alrededor. Oía que Neftis y Artemisa conversaban amigable y alegremente, pero apenas percibía las palabras que se dedicaban.

Sin que nadie lo advirtiese, Agnes se retiró lentamente de Artemisa, de Gaya y de Neftis, quienes se habían enzarzado en una interesante conversación acerca del ritual de iniciación de Artemisa, y se hundió en un silencio que casi no sonaba en su alma; la que estaba impregnada de emociones que Agnes apenas podía comprender, pues nunca las había experimentado. La única que conseguía distinguir era el miedo; un miedo a hechos que ni siquiera lograba intuir. Al detectar la complicidad con la que Neftis y Artemisa se miraban y hablaban, aquel pánico se intensificaba sin tregua, tornando fuego el aire que la rodeaba, evitando que pudiese respirar con calma.

Agnes se mantuvo al margen de todas las conversaciones que mantuvieron las cuatro mujeres. A pesar de que las escuchase atentamente y se apercibiese de todos los detalles que creaban aquellos instantes, no intervino en ningún momento; lo cual, bien lo sabía, desasosegaba y extrañaba muchísimo a Artemisa.

Notaba que, aunque Artemisa se hallase totalmente sumergida en la conversación que mantenía con las demás, no podía dejar de mirarla. Continuamente se hundía en sus ojos distantes intentando adivinar las emociones que se le desprendían de su ausente mirada. Artemisa parecía observarla con una profundidad con la que nadie la había mirado. Incluso podía intuir que Artemisa se preguntaba por qué sus ojos nocturnos y expresivos destilaban tanta lástima y tanta oscuridad. Le parecía oír la voz del alma de Artemisa. Le parecía que podía escuchar nítidamente todo lo que ella pensaba. Era como si hubiese surgido entre su vida y la de Artemisa una especie de vínculo a través del cual viajaban sus emociones. Lo que más la intimidaba era saber que aquella conexión no había nacido en aquel instante, sino ya hacía muchísimos, muchísimos años; y que había renacido justo cuando Artemisa y ella se habían mirado en aquella mañana primaveral tan cálida y especial.

Se sobrecogió cuando se imaginó lo potente que podía ser aquel lazo si ella no huía de su fuerza, si se esmeraba en cuidarlo, si se sumergía en su mágica tibieza. Supo, sin que nadie tuviese que confirmárselo, que, si no impedía que Artemisa y ella se conociesen honda y nítidamente, a ambas las uniría la relación más bella y dulce que jamás había mantenido con nadie. Y de repente tuvo muchísimo miedo, muchísimo, como si el mundo se hubiese convertido súbitamente en un lugar lleno de amenazas. La aterraba la posibilidad de sufrir por un sentimiento para el que no la habían preparado, para el cual no estaba educada. La asustaba que sus días se volviesen mucho más difíciles y que sus noches se anegasen en sueños incomprensibles que la desestabilizarían de nuevo.

No quería sentirlo, no quería; pero ya no podía huir del embrujo que aquel sentimiento lanza contra las almas de las que se apodera. Agnes tampoco podía dejar de mirar a Artemisa, aunque le hiciese mucho daño observarla sabiendo que era inalcanzable. Ella misma se esmeraría en construir la muralla que protegería a Artemisa de su lacerada alma y que la ampararía de aquella mirada tan serena y mágica. Ella misma erigiría el muro que la distanciaría de aquella mujer que podía remover todo su mundo, quien, sin embargo, ya había hecho temblar el suelo de su existencia y había derribado con su presencia onírica y real los pilares que sostenían la efímera y protectora calma que la había amparado de la irremediable oscuridad de la locura.

Y su regreso a Galicia sería el que la protegería, el que conseguiría separarla de aquellas emociones que tanto podían desestabilizarla. En aquellos momentos, su mente ya le revelaba que, si permitía que Artemisa la conociese profundamente, su vida temblaría hasta deshacerse para siempre. Ya había empezado a creer que Artemisa podía destruirla tan sólo con sus ojos amorosos, con esas miradas mágicas que atravesaban cualquier ápice de brumas que desease acomodarse bajo la luz del día. Agnes intuía que la presencia de Artemisa desvanecería todas las emociones agradables y tibias que la impulsaban a vivir. No sabía por qué experimentaba aquellas sensaciones. No sabía por qué de repente había comenzado a sentir aquellos miedos tan extraños; pero no dudaba de que éstos eran lo más real que podía existir. Incluso temía que Artemisa se burlase de ella por ser tan nostálgica, por estar enferma y que le impidiese retornar a Galicia.

Un amasijo de pensamientos confusos y de sensaciones inexplicables se le había adentrado en el alma y en esos momentos ya comenzaba a perder la estela de la voz de su razón; la que hasta entonces la había ayudado a distinguir la realidad de las figuraciones de las que su enferma mente le hablaba.

Además, intuir que entre Neftis y Artemisa estaba naciendo un lazo muy hermoso que las uniría de forma irrevocable y tierna la desconsolaba profundamente, le hacía sentir emociones que apenas podía explicar, que nunca lograría convertir en palabras. Era la primera vez que experimentaba aquellos miedos y aquella desazón tan extraña que había nublado por completo su razón, su trémula razón.

Agnes se dijo que no importaba que su alma se resquebrajase tanto de nuevo, pues dentro de muy poquito regresaría a Galicia y aquellos sentimientos desaparecerían. Desaparecería también la presencia de Artemisa y entonces podría ser libre, inmensamente libre en un lugar en el que nadie la intimidaría con palabras que no sonaban ni con miradas que podían deshacerla.

Mas entonces se preguntó si de veras se sentía capaz de alejarse de Artemisa cuando al fin se habían reencontrado después de tantos años esperándose. No obstante, enseguida dedujo que no merecía la pena luchar por la vida que podía compartir con ella, pues Artemisa, aunque le hubiese asegurado que tenía la sensación de que ya había estado con ella antes, le había demostrado con sus ojos sorprendidos que no la conocía, que para ella su alma era todavía un misterio insondable. En cambio, para Agnes no existía ningún rincón del espíritu de Artemisa que ella no pudiese describir.

     Agnes —oyó que la llamaba Penélope—, Agnes, ¿qué te ocurre? ¿Te encuentras bien?

Entonces Agnes se percató de que se había mantenido con los ojos entornados y la cabeza levemente agachada desde que se había alejado de Artemisa y se había desasido de su mano. Penélope se hallaba a su lado mirándola con preocupación y ternura. Agnes vio que Neftis y Artemisa conversaban animadamente y se dio cuenta de que Artemisa ya no la miraba, sino que se mantenía hundida en los ojos y la sonrisa de Neftis como si en el mundo no existiese nada más.

Agnes miró de nuevo a Artemisa, esta vez como si quisiese despedirse de ella, y entonces confirmó que entre Neftis y Artemisa estaba naciendo ese lazo mágico y hermoso que podía haberlas unido a ellas sin remedio ni regreso; ese lazo que ella había quebrado separándose de Artemisa en aquellos momentos en los que la una debía conocer lo mejor de la otra. Agnes fue consciente de que había apartado de ella a Artemisa mucho antes de que aquel sentimiento que a Agnes tanto le hería en el alma pudiese lacerarlas a las dos.

     Agnes, ¿qué te sucede? —volvió a preguntarle Penélope con una voz queda que incitaba a desvelar secretos.

     No me encuentro bien. Creo que me iré a mi casiña —le contestó evasiva y tímidamente.

     ¿Quieres que te acompañe?

     No. Quédate con ellas. Te sentirás mucho mejor que estando conmigo.

     No te vayas todavía, anda. Creo que Neftis y Artemisa han hecho muy buenas migas —observó Penélope ignorando plenamente los sentimientos de Agnes; los que se volvieron mucho más densos y punzantes cuando oyó aquellas palabras—. Neftis ha sufrido muchísimo por ti y creo que es hora de que la vida le sonría un poquito. Creo que le hará mucho bien estar con Artemisa. Es muy buena chica, sí, y además se nota que su alma está llena de magia.

Agnes deseaba pedirle a Penélope que se callase de una vez, pero jamás lo habría hecho, pues sabía que Penélope le dirigía todas aquellas palabras vacías sólo con la intención de distraerla y de destruir con su compañía el profundo desaliento que se le desprendía de la mirada. Penélope no conocía bien a Agnes, pero sabía que era muy sencillo que se entristeciese hasta desaparecer. Siempre le había inspirado mucha lástima la situación de Agnes y, cuando estaba a su lado, se esforzaba por crear un ambiente sereno que pudiese acogerla.

     Si quieres, te acompaño a tu casa y después ya volveré aquí —volvió a ofrecerle cuando advirtió que Agnes no le prestaba atención a lo que ella le decía—. Estás muy triste, ¿verdad? Puedes contarme lo que te ocurre si lo necesitas.

     No, gracias —rehusó Agnes con timidez—. Prefiero que no te mezcles con mi existencia más de lo necesario, pues entonces destruiré el brillo de tus días.

     ¿Por qué dices eso? No es verdad.

     No vengas conmigo, por favor —le pidió a punto de arrancar a llorar. Penélope se sobrecogió cuando detectó que la voz de Agnes sonaba trémula y lacrimosa—. Necesito estar sola.

     Como prefieras —se conformó Penélope con pena.

Mas Agnes no se atrevía a irse, pues tendría que despedirse de Artemisa y de las demás antes de marcharse y no quería vivir ese momento, no quería que Artemisa volviese a hundirse en sus ojos tristes, no quería que ella detectase todo el desconsuelo que le llenaba el alma y tampoco quería que Neftis se percatase de que se había desalentado tanto.

De pronto, antes de que pudiese decidirse a irse, Gaya se acercó a ella mirándola con ternura y, mientras la tomaba de las manos, le indicó con delicadeza:

     Agnes, me gustaría comentarte algo. — Agnes notó que los ojos de la sacerdotisa estaban anegados en preocupación—. Tendríamos que habértelo dicho hace tiempo, pero hasta ahora no nos hemos sentido capaces de hacerlo.

     ¿Qué sucede? —le preguntó con temor intentando dominar las intensas ganas de llorar que sentía.

     Me temo que tendrás que retrasar el viaje a Galicia. Todavía no puedes marcharte.

     ¿Cómo? ¿Por qué?

     Gilbert tiene que terminar de realizar unas gestiones importantes...

     ¿Qué gestiones? —quiso saber Penélope.

     Verás, Agnes, al ser Gilbert tu tutor legal...

     Calla, Gaya —la interrumpió Agnes incapaz de dominar la impotencia que le presionaba el alma—. Nadie tiene por qué saber que...

     ¿Gilbert es tu tutor legal, Agnes? —la interrogó Penélope sorprendida—. ¿Y por qué?

     No habléis de esto aquí ni ahora, por favor —les rogó Agnes nerviosa mirando disimuladamente a Artemisa, suplicando que ella no hubiese oído ni el eco más sutil de aquella horrible conversación—. ¿Algún día podré regresar a Galicia, Gaya? ¡Dime la verdad! —le exigió con la voz queda y casi quebrada.

     Sí, pero no sabemos cuándo podrás hacerlo.

     ¿Y desde cuándo lo sabíais?

     Pues...

     Me mentíais todos, ¿verdad? —exclamó con fragilidad, aunque las emociones que gritaban en su interior eran demasiado brutales y potentes—. Me engañasteis durante meses...

     No, Agnes, pero...

     No me digas nada más. Además, tienes la osadía de desvelar ante Penélope uno de mis mayores secretos. No entiendo vuestro comportamiento, Gaya. Escúchame, regresaré a Galicia me lo permitáis o no, ¿vale?

     Tienes que ser paciente, Agnes —intentó serenarla Gaya, pero sabía que la desesperación de Agnes no tenía consuelo—. Perdónanos, Agnes.

     Sí. Seguramente podrás volver cuando menos te lo esperes —intervino Penélope sobrecogida.

     No te hundas, Agnes. Regresarás, pero todavía no sabemos cuándo podrás hacerlo. Yo te aseguro que lucharé para que puedas volver a tu hogar —le prometió Gaya presionándole las manos.

     Por favor, dejadme en paz —les pidió Agnes intentando desasirse de las manos de la sacerdotisa—. Quiero irme a mi casa.

     Está bien, Agnes. Nadie te retiene. Artemisa, Neftis —las llamó Gaya con simpatía—, Agnes tiene que irse ya.

     ¿Tan pronto? —le preguntó Artemisa sorprendida; aunque comprendía que Agnes quisiese irse, pues sabía que durante aquellos momentos no había dejado de sentirse inmensamente vergonzosa—. Espero que podamos volver a vernos pronto, Agnes.

     Adiós a todas —se despidió Agnes casi inaudiblemente.

     Agnes, espera un momentito —le pidió Artemisa acercándose rápidamente a ella y tomándola con delicadeza de la mano—. Pareces triste. Sé que no nos conocemos, pero quiero que sepas que puedes confiar en mí.

     Sí nos conocemos —musitó Agnes inaudiblemente. Sabía que Artemisa ni siquiera había podido leerle los labios—. He de irme ya.

     Qué lástima. Tengo la sensación de que necesitas hablar con alguien. Yo...

     Lo mejor será que no me mires ni me dirijas la palabra. Lo mejor será que vivas como si yo no existiese, Artemisa —le pidió intentando que la profunda tristeza que le golpeaba el corazón no deshiciese la seguridad con la que deseaba pronunciar aquellas palabras tan duras; pero su voz sonó anegada en lágrimas e impotencia.

     ¿Por qué? —le preguntó Artemisa intimidada.

     Déjala marchar, Artemisa. Agnes no se encuentra bien —le solicitó Gaya con una voz maternal.

Entonces Artemisa soltó la mano de Agnes con lentitud y frustración. Agnes sintió al instante un agresivo frío recorriéndole todo el cuerpo; pero no permitió que aquella punzante sensación la detuviese y se alejó de allí mucho antes de que pudiese notar que Artemisa todavía la miraba. No obstante, antes de que Agnes desapareciese entre los árboles, Artemisa, con mucha dulzura, le pidió desde la distancia:

     Me gustaría que asistieses a mi ritual de iniciación, Agnes.

     Lo más probable es que no vaya —se rió Neftis. Agnes creyó percibir hostilidad y desprecio en su voz.

No quiso seguir oyendo la voz de Artemisa, no quería percibir el tono dulce y nostálgico con el que se dirigía a ella. Anheló poder borrar de su memoria aquellos instantes que, pese a haber sido tan inmensamente hermosos, la habían desestabilizado tanto; de un modo que no conocía.

Artemisa notó un extraño vacío cuando vio desaparecer a Agnes por aquel frondoso camino. Permaneció mirando cómo se marchaba hasta que ya no pudo captar su mágica imagen. No comprendía lo que le había ocurrido con Agnes, pues era la primera vez que sentía unas sensaciones tan insólitas. Además, la había intimidado mucho percibir la tristeza que anegaba los profundos y expresivos ojos de aquella mujer tan especial. Había experimentado el potente anhelo de protegerla de cualquier emoción asfixiante y de aquel dolor que parecía que le ardía en el alma; pero Agnes se había mostrado tan esquiva, tan huidiza... Entonces se acordó de que Gaya le había explicado que Agnes estaba enferma. Aquella certeza le rasgó el corazón y le despertó una repentina pena que estuvo a punto de deshacer la tibia hermosura de aquella mañana primaveral.

     Artemisa —la apeló Gaya con mucho cariño—, intenta que no te afecten las reacciones de Agnes. Recuerda que...

     Pero se sentía demasiado triste. Seguramente le ha sucedido algo que le ha destrozado el alma. Estaba a punto de ponerse a llorar —indicó Artemisa sobrecogida.

     Le ha ocurrido que ha descubierto que Gaya le ha mentido piadosamente durante meses —indicó Neftis recelosa y tiernamente.

     ¿Cómo? ¿Por qué? —le preguntó Artemisa sorprendida.

     No creo que éste sea el mejor momento para hablar de esto —aseveró Gaya intentando parecer serena.

     No es justo lo que le habéis hecho —musitó Penélope con pena—. No es justo que hayáis jugado con los sentimientos y las ilusiones de alguien que tiene el alma tan herida. Y tampoco creo que haya sido conveniente confesarle la verdad precisamente ahora. Gaya, deberías haber hablado con ella a solas y no delante de nosotras.

     Sí, tienes razón, Penélope —musitó Gaya trémulamente—. No sé por qué me he equivocado así.

     No entiendo nada —protestó Artemisa riéndose nerviosa.

     No es necesario que entiendas nada. Venid. Tomemos té en mi casa —las invitó Gaya huyendo rápidamente de aquellos punzantes momentos.

Artemisa intentó olvidarse de lo que había ocurrido con Agnes y de la confusa conversación que Gaya había mantenido con Neftis y Penélope para poder compartir nítida y plenamente sus momentos con aquellas tres mujeres que la miraban con tanto cariño. No obstante, continuamente el recuerdo de Agnes, de sus profundas e intensas miradas y de las efímeras palabras que habían intercambiado la alejaba de los instantes que vivía.

Sin embargo, la hermosa y cálida amistad que había nacido entre Neftis y ella atenuaba los sentimientos que le anegaban el alma y le permitía percibir los matices más tiernos de cada instante. El paso de los días la unía más a aquella mujer que tanto se desvivía por ella y que tanto se esforzaba por hacerle sonreír y enseñarle todo aquello que Artemisa todavía ignoraba. Neftis se convirtió de repente en la mejor amiga que Artemisa había tenido en su vida. Continuamente le apetecía hallarse junto a ella y compartir la belleza de la naturaleza que formaba su hogar y aquellos sencillos rituales a través de los que las dos podían conectar con el alma de la Diosa.

Agnes se alejó rápidamente del hogar de Gaya. Corrió entre los árboles notando que el cielo, las hojas y las flores se burlaban de sus sentimientos. Tenía el alma temblorosa como si la fiebre más desgarradora se hubiese apoderado de su esencia. Apenas podía comprender los sentimientos que le apretaban el corazón. Lo único que podía asegurar era que estaba profunda e irrevocablemente decepcionada, tan decepcionada que casi no cabía en su espíritu tanto desaliento, tanta amargura.

Le costaba mucho respirar, lloraba sin controlar la fluidez de sus lágrimas, sin prever los sollozos que deseaban destrozarle el corazón. Corría y corría incapaz de advertir el camino que seguía, incapaz de reconocer los árboles que la rodeaban. No podía ni siquiera determinar si se hallaba lejos o cada vez más cerca de su cabaña, pues el mundo que hasta entonces la había acogido se había vuelto completamente desconocido.

Entonces se sentó en la tierra sintiendo que, sin poder evitarlo, el profundo llanto que anegaba todo su ser se esparcía a su alrededor, expandiéndose por todo aquel bosque. Respiraba cada vez con más dificultad, le costaba incluso notarse en el mundo. Lejanamente percibía que temblaba y que tenía muchísimo frío. Deseó que de nuevo la fiebre destruyese su salud y la arrastrase al fin al mundo de la muerte. Sí, quería desaparecer. Lo deseaba con una fuerza tan devastadora que incluso su anhelo podría ensombrecer para siempre la luz del día.

Ni siquiera sabía dónde estaba ni cuál era el camino que debía seguir para llegar a su cabaña, pero no le importaba. Deseaba que el anochecer cayese al fin sobre ella y que el frío más devastador helase su vida hasta convertirla en un fósil antiguo que nadie pudiese encontrar jamás.

No obstante, de pronto oyó que alguien se movía cerca de donde se hallaba. No alzó los ojos, al contrario de lo que su mente le ordenaba, puesto que no quería que nadie descubriese cuán triste estaba, cuán profundamente mal se encontraba.

Entonces oyó que alguien la llamaba con muchísima suavidad, como si no quisiese despertarla de un cómodo y terso sueño. Agnes reconoció enseguida a Gilbert tras aquel tono de voz tan calmado y cariñoso. Un pequeño ápice de serenidad intentó mitigar la desesperación que sentía, pero al instante se acordó de lo que había ocurrido en la casa de Gaya y la certeza de que la habían engañado vilmente destruyó cualquier susurro de paz que pudiese adentrársele en el alma.

     Agnes, ¿qué te ocurre? ¿Qué haces aquí? —oía que le preguntaba Gilbert—. Ven, te acompañaré a tu casa.

     Déjame en paz —le pidió sin controlar sus palabras—. No quiero que me toques ni que me mires. ¡Déjame en paz, déjame!

     Pero ¿qué sucede, Agnes?

     ¡Me mentiste, Gilbert! —exclamó descontrolada mirándolo al fin a los ojos—. ¡Descubrí ya la verdad, Gilbert! ¿Cómo es posible que...? ¿Cómo os atrevisteis a...?

Gilbert se estremeció al oír las confusas palabras de Agnes; las que apenas podían sonar en medio del mar de desconsuelo que le había inundado el alma. Se le heló la sangre cuando descubrió que Agnes tenía los ojos anegados en una desesperación interminable, cuando fue plenamente consciente de cuán herida y traicionada se sentía.

     No os lo perdonaré jamás, Gilbert, jamás —sentenció con amargura y muchísima impotencia, incluso con odio—. Me mantuvisteis engañada durante meses, jugasteis con mis emociones y mis deseos como os vino en gana y ahora... ahora sólo... sólo os interesa Artemisa... ¡Nunca me quisisteis de verdad! —gritó levantándose rápidamente del suelo.

     Cálmate, Agnes. Por favor, permíteme que te explique...

     ¡No quiero que me cuentes más mentiras! ¡No quiero escuchar nada! ¡No quiero que me habléis nunca más! ¡Sois hipócritas, todos, todos, todos, todos! —chillaba cada vez más descontrolada por su terror y por la inmensa decepción que le ardía en el alma—. ¡Jamás pensé que pudieseis ser tan crueles conmigo!

     Lo hicimos por tu bien...

     ¡Mentira, mentira, mentira! ¡Todo lo que dices es mentira! ¿Qué bien, eh, dime, qué bien? ¿Cuál es mi bien? ¿Mi bien es vivir engañada durante meses creyendo en algo que jamás se volverá realidad? ¿Ése es el bien que quieres para mí?

     Agnes, tranquilízate, por favor. No te conviene alterarte tanto —le aconsejó intentando tomarla de las manos, pero Agnes se las golpeó antes de que pudiese tocarla—. Agnes, nosotros te queremos muchísimo, de verdad...

     ¡No es cierto! ¡No me queréis! ¡Nunca lo hicisteis! ¡Lo único que sentíais por mí era lástima! ¡A mí no me quiere nadie, nadie! ¡No sigas mintiéndome, Gilbert! ¡Y tú no tienes ni idea de lo que me conviene! ¡Si lo hubieses sabido...! ¡Os burláis continuamente de mis sentimientos y de mis sueños!

Gilbert nunca había visto a Agnes tan inmensamente enfurecida, tan descontrolada por una rabia que parecía no tener ni principio ni fin, que se expandía incluso por su alrededor, silenciando la voz del día, aquietando el viento. Gilbert intentó idear la forma de sosegarla, pero no se le ocurría cómo podría lograr mitigar su profundísima y desgarradora ira.

Tuvo la impresión de que, en aquellos momentos, se le había unido a Agnes en el alma toda la decepción y la impotencia que había experimentado a lo largo de su vida. No gritaba solamente la desilusión nacida de descubrir que no podía regresar a Galicia, sino también la tristeza que le brotaba del corazón cuando se percataba de que la rechazaban, cuando advertía que las personas que formaban su entorno la miraban con recelo y desconfianza. Parecía como si todo el dolor que había sentido en los últimos veinte años de su existencia se hubiese concentrado en aquella rabia que reverberaba en sus ojos como si fuesen las llamas de un incendio que estaba devorando todos los rincones hermosos de la Tierra. Gilbert intuyó, entonces, que aquel incendio que ardía en el alma de Agnes estaba también derritiendo sus emociones más dulces y resplandecientes.

Entonces tuvo mucho miedo. Supo que, si la locura volvía a aferrarla de su torturada mente, nadie conseguiría rescatarla, ya nunca más podrían tomarla de la mano para apartarla de la insania ni de la desesperación.

     Agnes, vayamos a tu cabaña —le pidió Gilbert tomándola primorosamente del brazo. Entonces notó que Agnes temblaba brutalmente—. Ven conmigo.

     ¡No quiero que me acompañes a ninguna parte! ¡No te creo! ¡Me llevarás al hospital otra vez...! ¡Es allí donde deseáis que regrese! —gritó apartándose de Gilbert—; pero escúchame, Gilbert, ¡no conseguiréis encerrarme de nuevo! ¡Me destruiré antes de que me enviéis allí! ¿Me entendiste?

     Por la Diosa, ¿qué hemos hecho? —se preguntó a sí mismo notando que los ojos se le llenaban de lágrimas.

Agnes se alejó de Gilbert mucho antes de que él pudiese pedirle, una vez más, aunque sólo fuese con sus ojos húmedos, que no se marchase así, que le permitiese acompañarla a su casa. Cuando la vio desaparecer bajo la primaveral luz del día, entre aquellos poderosos árboles, notó que el arrepentimiento más punzante y profundo le agrietaba el alma. No supo controlar las duras emociones que de repente se esparcieron por todo su ser y comenzó a llorar en silencio, tratando de luchar contra el desaliento que aquella situación le había provocado. Era plenamente consciente de que Agnes no se recuperaría de aquel golpe tan potente que ellos mismos le habían dado en el corazón. Su alma, ya demasiado herida, se había resquebrajado para siempre.

Entonces se planteó la posibilidad de llevarla al hospital sin que ni siquiera ella misma intuyese que estaban arrancándola de su hogar. Sabía que la única forma de lograr enviar a Agnes a aquel sanatorio era durmiéndola y arrastrándola allí mientras se hallaba sumida en aquel sueño que no era sino el fin de todo lo que había tenido. No obstante, se sentía incapaz de actuar con tanta premeditación y frialdad. Quería muchísimo a Agnes y le dolía infinitamente haberse equivocado tanto con ella, pero su error ya no tenía solución; y no la tenía porque éste había quebrado sin remedio la confianza que Agnes le había profesado y sabía que ya no podría recuperarla nunca más.

4 comentarios:

  1. había quebrado sin remedio la confianza que Agnes le había profesado y sabía que ya no podría recuperarla nunca más.

    Así termina el capítulo, y antes, cuando había leído menos cosas tuyas, tomaba ese tipo de afirmaciones al pie de la letra, es decir, en este caso vendría a ser que la amistad entre Agnes y Gilbert estaba rota para siempre con toda seguridad. Por suerte ya sé que lo que estás contando no es por boca del narrador omnisciente, sino lo que Gilbert piensa, y en este caso sé que se equivoca, por suerte para Agnes, para Gilbert, y para mí.

    Así termina el capítulo pero empieza con un "Llovía del cielo cristalino un resplandor plateado", ¿puede definirse la lluvia de un modo más bonito? Mira que es un hecho narrada mil y una veces en prosa y en poesía pero ¡lo haces de un modo tan único! Todo este capítulo es la narración de un error: peor no se puede hacer, y como dice el saber popular, los cementerios están llenos de buenas intenciones. Con buena intención, sin duda, Gilbert y Agnes han planeado encender el ánimo de Agnes con la ilusión de viajar a Galicia, sin tener ninguna intención de que así ocurriera. Agnes estaba mal, sin duda, y el deseo de ayudarla es lo que ha movido a Agnes, es estremecedor el párrafo donde cuentas su reacción al creer que pronto volverá a su tierra: Al oír aquellas palabras, las que Gilbert le había dirigido con tanta amabilidad y dulzura, Agnes arrancó a llorar desesperadamente. Su llanto emanaba de la nostalgia que siempre le presionaba el alma, pero también de un alivio inmenso que le gritaba en el corazón, avisándola de que, al fin, al fin, después de tantos años, podría regresar a su amada Galicia, al fin.

    Fue una insensatez decirle esa mentira piadosa, pero una crueldad y una cobardía mantenerla cuando vio cómo ella se conmovía, tenía que haber hecho algo, sin dejar que subiese al cielo para desde allí caer brutalmente y estrellarse contra el pavimento, que fue efectivamente lo que pasó.

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  2. El encuentro en casa de Gaya es muy teatral, quiero decir que hay mucha interacción entre los personajes, cada uno tiene una motivación completamente distinta, Gaya, Agnes, Artemisa, Neftis y Penélope. Por primera vez Penélope tiene voz propia, y se ve que es buena y trata de ayudar a Agnes, lo mismo que Artemisa, mientras que Gaya y Neftis, aunque son completamente distintas, dan el contrapunto. Y entre estas cuatro esquinas, entre este tira y afloja de dos y dos se mueve Agnes, zarandeada y empujada por las palabras y los sentimientos. Artemisa y Penélope no comprenden bien, Gaya y Neftis saben de sobra lo que pasa. Es una parte crucial y muy entretenida de leer, me gusta sobre todo la contención de Agnes con Artemisa, yo le habría saltado enseguida para contarle todo, todo y todo, pero ella no, se lo guarda... me encanta toda esa parte, de verdad.

    El remate del capítulo viene con Gilbert, a quien su mala conciencia posiblemente no le permite alejarse demasiado tiempo de Agnes, pero cuando se la encuentra ya ha ocurrido lo que de todos modos antes o después iba a pasar: lo sabe. Su traición, pues sin duda así hemos de llamarla, es posiblemente la más dolorosa para Agnes, no por presentida la va a perdonar con facilidad. Para colmo, dice eso que tantas veces escuchamos de niños y sabemos (a veces) que no es verdad, que es porque resulta lo mejor aunque nos duela, que es "por nuestro bien". Y no lo es en absoluto, es porque es mejor, sí, pero para otro. Agnes se rebela y es imposible no sentir que por su boca sale algo que hemos sentido profundamente muchas veces, por lo menos yo sí: ¡Mentira, mentira, mentira! ¡Todo lo que dices es mentira! ¿Qué bien, eh, dime, qué bien? ¿Cuál es mi bien? ¿Mi bien es vivir engañada durante meses creyendo en algo que jamás se volverá realidad? ¿Ése es el bien que quieres para mí?

    Gilbert, si fuera mejor y más fuerte, se habría puesto de rodillas ante Agnes y le hubiera suplicado perdón y garantizado que, como fuera, lo iba a solucionar. Pero no. Quiere llevarla al hospital, y es peor que matarla. Pobre Agnes... casi ese podría ser el título de la novela: "La pobre Agnes". ¿Llegará realmente a causarle ese mal? Tendré que esperar otro capítulo...

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  3. Después de 300 interrupciones, me he podido leer el capítulo. como muy bien me adelantaste, Gilbert en este capítulo decepciona, y mucho. Vayamos por partes.

    En primer lugar hay que resaltar el encuentro entre Agnes y Artemisa, ¡por fin se ven las caras! Yo creo que era el momento más esperado de la novela, su encuentro (y el que regrese a Galicia, claro). Había conexión y si queda alguna duda, Artemisa dice que cree que la conoce, que ya la ha visto. Aunque por el momento no la conoce, ya siente esa conexión especial. Me hace especial ilusión la aparición de Artemisa, es un personaje al que le tengo mucho cariño.

    Cuando Gilbert y Gaya le dicen que podrá regresar a Galicia en primavera, cometen su mayor error. Ellos mismos han destruido la ilusión, la alegría y bienestar de Agnes. Le hacen creer durante mucho tiempo que volverá a Galicia, sabiendo que en cuanto le confesasen la verdad, la destruirían. Es que además, sorprende que no se percaten de su cambio y recuperación. Al saber que vuelve a Galicia, se recupera al 100%. Esa tristeza desaparece por completo y tiene muchas ganas de vivir. ¿No se dan cuenta que esa es la solución para que se recupere? Encima, lo que más me sorprende es que ya se plantea meterla en el sanatorio, ¡¡no me lo puedo creer!! Primero la abandonan a su suerte (que por suerte la muchacha sabe valerse por si misma y no pasa hambre), luego la engañan, la destruyen y ahora la quiere meter otra vez en ese infierno. Si es que él mismo fue testigo del horror de lugar que era, de lo destruida que estaba cuando estaba allí dentro. Sabe que no se recuperará en la vida cuando vuelva a ese infierno. Me decepciona, tienes mucha razón.

    La pulpo sigue alargando sus tentáculos arrastrando todo lo que pilla. Ahora le toca a Artemisa. Ya está, enamoradísima otra vez...¿Será un amor más verdadero del que siente por Agnes? Le saco la lengua. Y una vez más, queda demostrado lo desequilibrada que está. No entiendo esto " - Lo más probable es que no vaya —se rió Neftis. Agnes creyó percibir hostilidad y desprecio en su voz.". Otra vez es hostil con ella. Imagino que esto viene de descubrir que Mila es ahora Artemisa, tal y como la llamó Agnes cuando intentaba aprovecharse de ella aquel día que estaba delirando con fiebre. - Hola, soy Neftis, estás preciosa. ¡Puerca! Espero que todo te vaya bien, eres encantadora, japuta. Jajajaja, la veo así, inestable y que en un momento puede ser encantadora y al otro un monstruo rencoroso.

    No me gusta nada el derrotero que está tomando la vida de Agnes, todo encaminado a su ingreso en el psiquiátrico (aunque ya sabemos que pasará pero no queremos que sea ya). Todos se han ganado a pulso su enemistad y desconfianza, excepto Artemisa, que por el momento no sabe muy bien que es lo que está pasando.

    Estoy alucinando en colores, ocurren cosas que no me imaginaba, personajes que me sorprenden muchísimo. Le das un giro argumental a la historia que es imposible no engancharse.

    En cuanto pueda, a por otro capítulo, ¡¡¡está muuuy interesanteeee!!!

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  4. ¡¡Ahhh!! Se me olvidaba. Gaya le habla de su viaje a Galicia y que Gilbert es su tutor legal delante de Penélope y las demás, pero bueno, ¿es que se le ha caído un tornillo o quiere destruirla definitivamente? Sabiendo de sobras lo que estaba costando estar ahí, hablando, aguantando el tipo sin salir corriendo, y le suelta todo eso. La descubre ante las demás como si tal cosa. Ella misma se sorprende de su gran error. Se comporta fatal y luego dice "es que no está bien, es tímida". Me recuerda a esos que dicen "pero habla, ¿es que eres mudo? ?Se te ha comido la lengua el gato? Estás muy callado, habla." Pero claro, esto es mil veces peor. En fin, menudo desastre para Agnes, todos los que la rodean la traicionan. Yo a la pulpo, le daba una patada para siempre. Menuda puerca, que un día la adora, otro la quiere violar y al día siguiente la insulta y la humilla...ainns.

    Bueno, era esooo jajajaja. Un besito!

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