Capítulo 22
Cuando el alma suspira por última vez...
Hay momentos de nuestra
existencia en los que la vida se convierte en un camino totalmente intransitable
que nos creemos incapaces de atravesar y nos intimida con los repentinos muros
de piedra y desolación que emergen de lo más hondo de nuestros sueños. El
último ápice de aliento que puede impulsarnos a seguir avanzando en nuestro
destino tiembla hasta casi desvanecerse cuando la oscuridad del abandono se
cierne sobre nuestros sueños, nuestras esperanzas y nuestras sonrisas, apagando
cualquier haz de luz que puede refulgirnos en los ojos.
Agnes corría a través del
bosque notando que huía de la última estela de paz y de amor que podía latir en
su vida, percibiendo que se adentraba en un terreno desconocido y pantanoso en
el que no existía ninguna senda. Apartaba las plantas que le ocultaban el camino
que tenía que recorrer para alcanzar su cabaña creyendo que, en realidad,
impelía con sus trémulas manos los brazos de seres horribles que deseaban apresarla.
Le parecía incluso que el viento que de vez en cuando soplaba meciendo las
ramas de los árboles eran carcajadas estremecedoras que le hacían sentir
escalofríos.
Respiraba cada vez con más
dificultad y apenas reconocía el lugar por el que corría, pero no le importaba.
Lejanamente se acordaba de que su cabaña aparecería cuando llegase a la orilla
de aquel lago que le proporcionaba el agua para vivir. Al fin, la divisó entre
los árboles y le pareció que la llamaba con su bella presencia desde la
lejanía, bajo el brillante cielo de aquella mañana que tanto le pesaba, que tan
horrible se había vuelto para ella.
De vez en cuando, el recuerdo
de los efímeros momentos que había compartido con Artemisa alzaba su voz,
intensificando la desesperación que la invadía y que tanto la había
descontrolado, ahondando la decepción que le latía con violencia en el alma.
Agnes creía que Artemisa también conocía la verdad, también era partícipe de
aquel engaño que tanto la había ilusionado y que, sin embargo, le había
destrozado la vida. Estaba segura de que Artemisa también había sido hipócrita
con ella, también se reía de ella, también la detestaba, también le dedicaba
palabras horribles cuando hablaba con Neftis o con Gaya. La presencia de
Artemisa le resultaba amenazante y asfixiante, como si ella representase todos
sus miedos, todas sus inseguridades y sobre todo su locura.
Su mente, torturada e insana,
la convencía cada vez más notablemente de que Artemisa era peligrosa y una
amenaza a su vida y a sus sueños. Incluso le sugería que tuviese presente que
Artemisa podía enviarla a aquel horrible sanatorio cuando menos se lo esperase.
Ni siquiera Agnes era consciente de lo que pensaba y sentía. Se aferraba a los
susurros que la voz de su intuición (la que se equivocaba por primera vez en su
existencia) le lanzaba sin cesar, ahondando las heridas que le hendían
poderosamente el alma.
Lejanamente, como si de pronto
una voz intentase musitar en medio de los gritos que su corazón exclamaba,
Agnes oyó que alguien le advertía de que estaba viviendo los últimos instantes de
cordura de su existencia, le imploraba que se detuviese, la instaba a que
valorase lo que pensaba y sentía; pero Agnes ignoró aquellos sutiles susurros,
pues éstos no eran lo suficientemente potentes como para que ella pudiese
comprenderlos. Eran los únicos rescoldos de su alma que aún no estaban
deshechos por la desesperación y el miedo los que trataban de desvelarle que
estaba a punto de desvanecerse, que todavía le quedaba en la mente un
pequeñísimo ápice de razón y que debía aferrarse a él para no perderse para
siempre; pero los esfuerzos de aquellos tímidos fragmentos de su espíritu
fueron completa e irrevocablemente banales.
Cuando Agnes se adentró en su
cabaña, se sentó junto a la chimenea todavía sollozando con un desconsuelo
incalculable. Sentía que se ahogaba, que le faltaba el aire, que un río de lava
le recorría todo el cuerpo, apagando cualquier ápice de serenidad que todavía
se atreviese a resplandecer en su espíritu. Le dolía el pecho, la cabeza y
sobre todo el corazón como si le hubiesen clavado allí una espada afilada y
agresiva.
De pronto, tras de sí, entre su
confusión y su profundísima aflicción, oyó que alguien se acercaba a ella.
Estuvo a punto de rogar a gritos que la dejasen en paz, que no la molestasen
más y que se olvidasen de que existía; pero enseguida advirtió que era Némesis
quien se había acomodado junto a ella.
Percibió que Némesis la miraba,
pero no se atrevía a hundirse en los ojos de su mejor amiga, pues estaba
completamente segura de que ella podría detectar todas las terribles emociones
que le invadían el alma y no quería que Némesis supiese que estaba tan
destruida y triste. La avergonzaba explicarle que la habían engañado, que nunca
podría regresar a Galicia. Aquella realidad la desolaba cada vez más, le
arrancaba de lo más profundo de su ser un llanto desgarrador que había destruido
su respiración.
Némesis miraba a Agnes con una
preocupación que incluso podía tañerse. Intentaba llamar su atención
colocándole la cabeza en su regazo o rozándole sutilmente la mano con su
lengua, pero Agnes parecía tan ida, tan apartada de su presente...
Al fin, Agnes notó el cariño
con el que Némesis deseaba ampararla y empezó a acariciarla aún con vaguedad y
distancia. Némesis no dejó de mirarla en ningún momento. Intentaba proyectar en
Agnes toda la fuerza que le latía en el alma y toda la energía que su poderoso
cuerpo albergaba. De sus ojos emanaba una magia acogedora e hipnótica que
habría podido serenar incluso al corazón más salvaje, pero la agonía que
torturaba a Agnes no tenía cura ni tampoco existía ningún antídoto que pudiese
combatir los efectos del veneno de la decepción.
— Némesis
—la llamó al fin acercándose más a ella—, Némesis, enganáronme.
Fixéronme crer que podería regresar a Galicia, e non é verdade, Némesis.
Enganáronme cruelmente. Ríronse de min, burláronse dos meus sentimentos e dos
meus desexos. Non llo perdoarei nunca, nunca, nunca! Ti es o único que teño,
Némesis. Ti es a única que me quere de verdade. Graciñas por estar comigo
sempre.
Entonces Agnes notó que de los
ojos de Némesis emanaba una energía que incluso le quemaba en la piel, que le
abrasaba las manos y que trataba de deshacer la desolación que había oscurecido
su mirada. Entonces se hundió en los dorados ojos de la serpiente como si
aquélla fuese la única forma de huir de sus desgarradores sentimientos.
Agnes tuvo la sensación de que
los ojos de Némesis aplacaban el inmenso dolor que le resquebrajaba el alma,
podían apartar de su corazón el potente manto de frustración que se lo había
envuelto y deshacer sus más terribles pensamientos. La desilusión nacida de
saber que no podía regresar a su tierra fue disipándose como lo hacen las nubes
cuando ya han llorado lo que deseaban y entonces un recuerdo alzó gravemente su
voz, silenciando los últimos susurros de la pena que le latía en el alma con
tanta fuerza.
Agnes se acordó inmediatamente
de Artemisa y de todo lo que había sentido cuando se habían mirado a los ojos,
cuando se habían tomado de la mano y cuando habían compartido aquellas tiernas
palabras que tanto le habían perforado el corazón. Al instante, Agnes creyó que
aquellos recuerdos eran la única realidad que formaba sus días. Se olvidó,
durante unos largos momentos, de su deseo de volver a Galicia y sólo quedó para
ella la presencia de Artemisa y todos los sentimientos que le inspiraba su
existencia.
El recuerdo de Artemisa, de su
tierna hermosura, de su mágica mirada y de su tersa y calmada voz se expandió
por todo su ser, acallando la decepción que sentía; pero, sin embargo,
despertando sentimientos y sensaciones que Agnes no conocía, para los que Agnes
todavía no estaba preparada. Notó que el mundo se aquietaba, que lo único que
podía evocar su mente era la resplandeciente y atractiva imagen de Artemisa,
eran las palabras confusas que ella le había dirigido, era la sonrisa luminosa
y acogedora que le había dedicado...
Le pareció que la sangre le
ardía y que en su pecho se declaraba un incendio desgarrador y potente que
abrasaba todos los sentimientos que había experimentado hasta entonces. Se
quedó paralizada de pronto, detuvo las caricias que le entregaba a Némesis y
cerró los ojos como si aquellas sensaciones fuesen en realidad los ojos de Medusa
y hubiesen convertido en piedra todo lo que ella era, todo lo que podía ser y
había sido.
Némesis la miró extrañada
cuando notó que Agnes se aquietaba y dejaba de llorar, pero el silencio en el
que se había sumido la asustaba mucho más que los sollozos que tanto la habían
descontrolado y agitado.
Agnes sintió que su interior se
llenaba de unas emociones que mudaron por completo la voz de su alma; la que
hasta esos momentos había susurrado desfallecida de tristeza. La noción de su
presente y de sí misma regresó brutalmente a su memoria y derruyó el desaliento
que le había impedido ser consciente de lo que estaba viviendo y valorar la
apariencia del futuro que la esperaba al otro lado de aquellos instantes tan
extraños.
— Némesis,
hoxe coñecín a Artemisa. É ela, é ela a muller dos meus soños, a muller coa que
estiven hai tanto tempo xa, noutra vida. É ela quen ten a outra metade da miña
alma. Némesis, has de axudarme. Teño moito medo. Has de axudarme a ser forte. Eu
síntome moi débil e desvalidiña e necesito a valentía que me dás sempre. Ela
cre que non nos coñecemos, ela cre que foi hoxe cando nos miramos por primeira
vez aos ollos. Nin sequera imaxínase que eu xa se como é, eu coñézoa moito
mellor que a min mesma. Se ela soubese que xa nos coñecemos noutra vida, entón
non me asustaría que descubrise quen e como son, pero non quero que ela saiba
que xa non son a mesma. Non quero que ela me coñeza. Sei que ela pode afundirse
na miña alma e descubrir todos os meus segredos. E non quero que saiba quen
son. Non quero que saiba que estou enfermiña, que estou tola, que podo ser
perigosa. Eu non quero estar enferma, Némesis. Non en tendo por que non podo
ser una persoa normal, por que non podo entregarlle só paz e amor, como podería
facelo calquera outra muller. Sei que Artemisa rexeitarame se me coñecese. Sei
que os seus ollos son poderosos e poden adiviñar todo o que agocho.
Némesis ansiaba avisar a Agnes de que se equivocaba y que Artemisa no la
rechazaría si la conocía. Némesis no deseaba que el alma de su querida amiga
estuviese tan anegada en desesperación. Temía por ella, por su estabilidad, por
su propia vida incluso; pero no encontraba el modo de detener el río de
desolación en el que Agnes estaba hundiéndose. Por más que la mirase con
profundidad y fortaleza, Agnes no captaba el aliento que dimanaban aquellos
ojos tan hipnóticos y mágicos. Continuaba hablando como si pensase que Némesis
también creía en aquellas certezas que a ella tanto estaban destruyéndola:
— Agora entendo
por que me chamaban meiga, por que crían que son una bruxa. Non podo ser outra
cousiña cando presinto con tanta forza e nitidez todo o que vou vivir antes de
que sucedan eses feitos. Ninguén poderá negarme que nunca me equivoco coas
miñas intuicións. Se permito que ela entre na miña vida, Némesis, vou sufrir
moitísimo, moitísimo, pois ela cre que está consagrada á Deusa e ninguén poderá
convencela de que pode namorarse, e esa certeza obrigaraa a rexeitarme sempre.
Eu tamén o estou, pero, se todo fose máxico, se isto puidese curarme, eu
renunciaría a todo, a todo o que son... Perdóame, miña Deusa. Non é certo que
queira abandonarte. Nunca o farei, pero estou desesperada. E agora entre Neftis
e ela naceu o que debía existir entre nós, e fun eu quen o provoquei. Son
parva! —sollozaba Agnes
casi hiperventilando—; pero igualmente vou perderme na tolemia,
aínda que intente impedilo...
Némesis podía detectar los
sentimientos que le inspiraban a su amiga aquellas palabras tan tristes. Sabía
que Agnes estaba completamente desolada. Anhelaba consolarla, pero no podía
hacerlo, pues Agnes se hallaba tan sumida en su dolor que no captaba el cariño
con el que ella la arropaba.
Mas de repente, como si toda la
decepción de Agnes se hubiese convertido en un puñal que le desgarró el
corazón, Némesis notó que el desaliento más horrible se apoderaba de su alma.
Sintió de pronto tanta impotencia por no poder ayudar a Agnes que creyó que
aquel sentimiento la devoraría como devora la noche los últimos suspiros del
ocaso.
Entonces miró a Agnes con
fuerza, como si quisiese transmitirle con sus hipnóticos ojos una valentía que
tal vez ya no existía para su amiga; pero, inesperadamente, al percibir el
inmenso ímpetu que dimanaban los ojos de Némesis, Agnes notó que el alma se le
llenaba de una cordura poderosa y muy distinta a la que le había permitido
vivir en calma durante los últimos años de su vida. Se aferró a aquella especie
de razón para que ésta silenciase las brumas que exhalaban su desolación, su
miedo, su inseguridad.
Lo que Agnes jamás sería capaz
de imaginarse era que precisamente esa cordura estaba alumbrando en su ser una
nueva mujer muy diferente de la que ella había sido siempre y de la que podía
ser. Estaba naciendo en su alma una Agnes mucho más fuerte que la que tanto se
desvanecía ante la tristeza. Esa Agnes la desharía y la apartaría de su
verdadero carácter, pero ella apenas podría reconocerlo. Lo único que pudo
sentir fue que de pronto el corazón le latía con vigor, impulsado por una
sensación que no podía describir; una sensación que la instaba a ser valiente,
a no rendirse, a luchar contra la debilidad que podía vencerla para siempre.
— Pero non
podo afundirme outra vez, Némesis. Prométoche que esta vez impedirei que a tristura
me abata —le aseguró con fuerza—. Artemisa farame
moitísimo dano, pero iso soamente sucederá se eu permítoo, e non o farei,
prométocho. Xa se riron de min suficiente. Non permitirei que volvan burlarse
das miñas emocións nin da miña forma de ser. Non permitirei que volvan
abaterme. Antes de que sexan eles quen esnaquicen a miña vida, serei eu quen...
Agnes de repente se había
vuelto fuerte. La dominaban unas emociones que jamás le habían invadido el alma
y se hundió en ellas sabiendo que éstas le permitirían ser valiente y luchar
contra la tristeza que tantas veces la había vencido.
— Sempre
fun débil, sempre permitín que risen de min, que me rexeitasen, que me
desprezasen. Agora serei forte, Némesis, moi forte, asegúrocho
Némesis sintió que la forma
como Agnes le hablaba la inspiraba y la volvía mucho más poderosa. Adoraba
oírla expresarse de ese modo tan seguro y vigoroso. Incluso el tono de voz de
Agnes (el que sonaba anegado en fortaleza y decisión) la excitaba, como si, a
través de sus frases, le ordenase que ella también fuese valiente e invencible.
Y fue precisamente en aquellos momentos
cuando el lazo que unía a Agnes y a Némesis se volvió más fuerte, cuando más
significado adquirió todo lo que habían vivido juntas y también cuando más
desgarrador e invencible se volvió el cariño que la una sentía por la otra. El
poder de Némesis y la valentía que de repente se había adueñado del alma de
Agnes se mezclaron hasta convertirse en una única esencia, hasta tornarse indivisibles.
— E ti
axudarasme, Némesis —le aseguró acariciándola lentamente mientras
se hundía en sus espirales ojos—. Axudarasme a ser poderosa. Ti es o
meu poder, Némesis. Agora sei por que nos atopamos, por que a Deusa uniunos
tanto. Ti es a representación da miña inexpugnabilidade.
Agnes nunca había notado latir
en su corazón un poder tan indestructible. Nunca se había sentido tan valiente,
tan capaz de luchar contra cualquier sombra que desease oscurecer su vida,
contra cualquier emoción que anhelase arrebatarle el aliento de vivir. Percibía,
extrañada y sobrecogida, que había nacido en su interior una Agnes que ella no
conocía, a la que nunca había mirado a los ojos. Aquella mujer la intimidaba
profundamente, pero también la animaba, la impulsaba a ser fuerte y a no
permitir que la aflicción la desvaneciese.
Agnes no era capaz de
plantearse la posibilidad de que aquella mujer tan imponente y fuerte fuese
hija de su terrible enfermedad. En aquellos momentos, nadie estaba a su lado
para avisarla de que las emociones que le habían anegado el alma eran
inmensamente peligrosas. Nadie estaba allí para ordenarle que no permitiese que
éstas la dominasen ni la alejasen de su verdadera forma de ser. Sólo Némesis se
hallaba junto a ella y precisamente era Némesis quien más la animaba a que
convirtiese aquella valentía en su única realidad.
Estaba abriéndose ante Agnes la
época más confusa de su vida. Ni siquiera en el sanatorio en el que había
perdido tantos años de su existencia se había sentido tan desorientada. La
aguardaba una locura muy distinta a todas las que le habían destrozado el alma;
una insania que dividiría su carácter, que la desmenuzaría como si Agnes fuese
un montón de hierba inútil cuyas briznas el viento arranca de la tierra sin el
menor ápice de consideración.
Hasta entonces, Agnes había
sufrido ya en demasiadas ocasiones los síntomas de su triste enfermedad, pero
siempre había conseguido renacer de aquella oscuridad que deseaba destruirle irreversiblemente
el alma. Sin embargo, ni tan sólo ella misma podía imaginarse que su enfermedad
todavía no había gritado de veras, con toda la fuerza y la violencia que la
definían.
Y lo peor sería que quienes la habían querido
y cuidado ya no podrían reconocerla en aquella mujer que parecía tan valiente;
la que, sin embargo, se desharía cuando llegase la noche, cuando el día
perdiese la fuerza con la que brillaba. Agnes albergaría en su interior a dos
mujeres contrapuestas, que se vencían mutuamente y se detestaban con un vigor
insostenible. A partir de aquella mañana, comenzaría a desempeñarse en su
corazón una batalla entre aquellas dos mujeres que tanto se odiaban, que
continuamente anhelaban destruirse la una a la otra. Némesis sería la
representación de la Agnes imponente y valiente que conseguiría intimidar
irreversiblemente a todos aquéllos que intentasen encontrar en sus ojos el
reflejo de lo que Agnes siempre había sido. Némesis la alentaría
ininterrumpidamente con sus miradas hipnóticas, nutriría su alma de la magia
que ella albergaba en su cuerpo y la instaría a no permitir que nadie la
despreciase nunca más.
Durante aquel extraño día,
Agnes permaneció buscando, en todos los libros que tenía, la descripción y los
pasos que debía seguir para celebrar rituales que le permitiesen fortalecer las
potentes emociones que le anegaban el alma. Su mente turbada, de vez en cuando,
tergiversaba los pasajes que leía y extraía de aquellas palabras otros métodos
mucho más oscuros a través de los que transformaba en poder la espesa energía
que había embargado todo su ser.
Cuando llegó la noche, Agnes se
percató de que no había comido nada y ni siquiera había salido de su cabaña
para comprobar a qué olía el aire del atardecer. No se acordaba apenas de lo
que había vivido durante aquellas horas. Sólo quedaba en su mente la certeza de
que Artemisa ya se había mezclado irrevocablemente con su presente. Era, en
realidad, aquella certeza la que la instaba a hundirse sin regreso en las
sensaciones y los sentimientos que habían inundado su herida alma y su
acelerado corazón.
Estaba agotada. En su cuerpo
apenas quedaba ya energía y lo único que deseaba era adentrarse en el mundo de
la inconsciencia. Anhelaba alejarse de allí y perder el rastro de sus intensos
pensamientos.
Cuando el sueño se adueñó de su
vigilia, descubrió que se hallaba caminando desorientada por un bosque en el
que llovía cada vez con más intensidad. Los árboles que la rodeaban tenían el
tronco tan retorcido que parecían sonrisas burlonas que resplandecían de vez en
cuando bajo los relámpagos. La envolvía una oscuridad tan profunda, tan densa,
tan gélida y húmeda que Agnes notaba que apenas podía respirar.
De repente, Agnes se percató de
que ante ella había surgido un profundo valle al que nunca llegaría la tormenta
brutal que el cielo derramaba sobre la naturaleza; tormenta que, a la vez, se
le desprendía con violencia del alma. Agnes corrió hacia ese valle, se protegió
entre sus altas plantas, y desde allí miró desafiante a las nubes que todavía
deseaban cernirse sobre su corazón. Se rió de ellas, deseó que se marchasen
cuanto antes, que desapareciesen el desaliento y la timidez. Arrancó de aquel
yermo suelo unas sutiles hierbas que crecían entre las piedras y las mordió con
rabia, extrayendo de sus raíces aquel jugo que podía alimentar la fortaleza que
había comenzado a latir en su interior. Notaba el calor del fuego y a la vez la
frialdad más gélida del invierno rozándole la piel sin tregua. Percibía que la
cubría un sol que no brillaba y que el cielo que la protegía de la mirada de
las montañas se apagaba incansablemente, pero no le importaba. En aquellos momentos,
aquel valle era la única realidad que podía atisbar en las tinieblas de su
incierto futuro.
De súbito, oyó que alguien
corría cerca de ella y que una voz suave la llamaba con insistencia. Una risa
alegre se mezclaba con el sonar de su nombre; el cual parecía mucho más hermoso
si aquella mujer lo pronunciaba. Se levantó rápidamente de la tierra y buscó desorientada
a la persona que la reclamaba tan tierna y a la vez desasosegadamente, sonando
su voz en medio de un millón de ecos que se perdían en la inmensidad.
— ¡Agnes!
¡Agnes! ¡Agnes! ¡Ven! ¡Sígueme, Agnes!
Enseguida descubrió que era
Artemisa quien la llamaba con tanto ahínco, con tanta dulzura y a la vez
urgencia. Entonces Agnes la vio en la distancia, mezclándose con la sombra de
los extraños árboles que poblaban aquel bosque. Un cielo grisáceo que apenas
brillaba la cubría y un feroz viento agitaba de vez en cuando las hojas ya
fenecidas y la hierba que moría en brazos del gélido y cercano aliento del
invierno.
Agnes comenzó a correr en pos
de Artemisa, temiendo que ella desapareciese de repente y que su imagen se
mezclase irrevocablemente con la niebla que de pronto había comenzado a
esparcirse por su alrededor. Corría apenas sin adivinar la apariencia de su
entorno. Tenía los ojos fijos en Artemisa, quien se desplazaba por aquel bosque
como si fuese el lugar más acogedor de la tierra.
Agnes notó que el terreno se
volvía árido, adusto, inclinado. Estaba subiendo una de las montañas que
rodeaban su hogar, pero la niebla que le ocultaba el rostro de la tarde apenas
le permitía atisbar los matices de su alrededor. En cambio, Artemisa se movía
con tanta seguridad, con tanta ligereza...
Al fin, tras esforzarse
inmensamente por ascender rápidamente aquella montaña, adivinó que se hallaba
en su lejana y majestuosa cumbre. Entre las tinieblas que habían inundado su
entorno, atisbó la imagen quieta y hermosa de Artemisa. Artemisa la miraba con
cariño y a la vez satisfacción. Le dedicaba una sonrisa luminosa que a Agnes le
acarició el alma a la vez que le agrietaba el corazón.
Tras Artemisa, había un inmenso
abismo del que parecía nacer la poderosa y densa niebla que las rodeaba; la
que, sin embargo, se atenuaba alrededor de Artemisa, como si la magia de
aquella mujer tan especial la intimidase. Agnes trató de acercarse a ella, pero
entonces Artemisa la detuvo con su voz tierna y dulce:
— Si
me abrazas, abrazarás tu fin. Si me anhelas, anhelarás la locura. ¿Es eso lo
que quieres, Agnes? Lánzate entonces a este abismo y crea tu nueva insania.
El viento le agitaba los
cabellos a Artemisa con una delicadeza mágica. Volaban entonces a su alrededor
unas sutiles brumas oscuras que volvían más resplandecientes sus hermosos ojos.
Aquel viento tan agresivo devoraba el sonar de las palabras de Artemisa. Agnes
apenas podía comprender lo que ella le decía, pero notaba que el significado
que encerraban aquellas advertencias podía destruirla para siempre.
— Podrías
haber sido la fuente de la que brotan todos mis deseos. Yo podría ser los
brazos que adormezcan tus miedos. Yo podría ser esa calma que te apartaría de
la tristeza, pero has querido tomar otro camino, Agnes, y descubrirás, cuando
ya sea demasiado tarde, que te has equivocado irremediablemente.
— Artemisa,
ayúdame —le pidió desmoronándose como si fuese un montón de nieve que el sol
desgarra—. Yo no puedo luchar sola contra...
— Ven
a mí, pues, Agnes. Ven a mí y no tengas miedo. Corre, ven, ven.
De repente había surgido entre
Artemisa y ella una horrible distancia. Una profunda brecha se había abierto
entre ellas, pero Agnes intentó que aquella visión tan desgarradora no la
acobardase. La asustaban muchísimo más las palabras que Artemisa le había
dirigido.
Artemisa se hallaba quieta
allí, en el borde de aquel abismo del que parecía emanar todo aquel viento feroz
que les agitaba los cabellos. El atardecer se apagaba tras ella, muriendo
rápidamente, y la noche se acercaba, persiguiendo aquellos últimos destellos dorados
que se derramaban por aquel desierto bosque.
Agnes ignoró el miedo que le
latía en el alma y corrió hacia Artemisa sin pensar en nada, sin sentir cómo
las piedras que formaban aquel camino temblaban bajo sus pies intentando
arrebatarle el equilibrio. Estuvo a punto de caerse, pero entonces se irguió de
nuevo y siguió atravesando aquella distancia que la separaba de Artemisa; la
que parecía crecer con cada paso que daba. Lejanamente pensó que aquélla era la
misma distancia que la apartaba de su tierra; una distancia nunca salvable,
nunca vencible; pero el recuerdo de Galicia también desapareció devorado por la
furia del viento que la empujaba hacia Artemisa.
Ante ella se abrió la tierra y
apareció un agujero irascible que Agnes tenía que sortear saltando con toda su
energía. Artemisa la esperaba al otro lado de aquel pequeño abismo, animándola
con sus ojos brillantes, con su tierna sonrisa.
Entonces, sin pensar en nada,
olvidándose de su esencia y de su cuerpo, Agnes saltó hacia Artemisa. Saltó empleando
todas las fuerzas que vivían en su ser, saltó notando que el corazón le latía
cada vez más rápido. Y, justo cuando Agnes estaba a punto de aferrar a Artemisa
de los brazos, ella, orgullosa y aliviada, se apartó de Agnes, liberando de su
presencia la pedregosa y amenazante orilla de aquel horrible abismo.
Entonces Agnes sintió que la
gravedad se desvanecía y que la rodeaba un inmenso vacío del que parecía emanar
toda la soledad de la Tierra y de la Historia. Gritó al descubrir que no había
a su alrededor nada a lo que pudiese aferrarse para detener aquella impetuosa y
agresiva caída.
Y fue aquel alarido de terror y
de impotencia el que la extrajo brutalmente de aquella horrible y extraña
pesadilla. Agnes se despertó notando que le faltaba el aire, que los ojos le
ardían y que un burdo temblor se había apoderado de su cuerpo. Le costó
reconocer incluso el lugar en el que se hallaba. Tal era su confusión.
Supo que aquel sueño era el
reflejo de su realidad, de la vida que la esperaba, de lo que podía ocurrirle
si se rendía a las emociones que experimentaba cuando evocaba el tierno
recuerdo de Artemisa. Lo que Agnes no podía adivinar era que aquella pesadilla
era la representación de lo que su mente vivía. El abismo al que Artemisa la
había lanzado tan repentinamente era la locura que ya había comenzado a
cernirse sobre su cordura, el bosque que había sido el escenario de aquellos
extraños momentos era el desierto en el que se convertiría su vida a partir de
entonces y Artemisa... Artemisa era quien podía salvarla de la insania, era la
única que podía destruir las poderosas certezas que se adueñarían de la razón
de Agnes, convenciéndola de que cualquiera que la mirase la odiaba y que
continuamente la instarían a ser esa mujer valiente que tanto podía intimidar a
los demás, que tanto empequeñecería a Artemisa en las pocas ocasiones en las
que la una se hallase junto a la otra.
Agnes notó que la oscuridad de
la noche devoraba aquella poderosa seguridad que la había impulsado a luchar
por su alma, por su felicidad y su quebradizo corazón. La intimidaba el
profundo silencio en el que la naturaleza se había sumido y continuamente
recordaba el extraño e inquietante sueño que tanto la había agitado. Analizaba
los instantes que había vivido en aquel mundo onírico tan absorbente intentando
descifrar el significado oculto que aquellas imágenes encerraban, pero apenas
podía pensar con claridad.
No obstante, a partir de
aquella noche, la vida ya no tuvo el mismo sabor para Agnes. Se abrió ante ella
una nueva época muy distinta a todas las que había vivido hasta entonces,
compuesta de momentos poderosos que la impulsaban a ser fuerte, a olvidar la
triste voz de la locura y la añoranza. Cuando el amanecer doraba el cielo,
resurgía por dentro de Agnes aquella mujer tan poderosa e invencible y entonces
se sentía capaz de enfrentarse a cualquier acontecimiento con el que su destino
desease golpearla.
Se encerró, sin embargo, en una
soledad que únicamente Némesis se atrevía a quebrar. Pasaba los días y las
noches junto a su mejor amiga, hablándole de sus deseos, comentando con ella
los pasajes que leía y confesándole cómo se sentía. Además, la hacía partícipe
de los rituales que celebraba, a través de los que Agnes fortalecía la
imperiosa energía que se había adueñado de su alma.
El transcurso de las semanas
convencía cada vez más a Agnes de que Artemisa planeaba destruirla. Soñaba con
ella todas las noches. En aquellas pesadillas, Artemisa se burlaba de ella, la
golpeaba con saña, la insultaba e incluso conseguía que todos los que hasta
entonces la habían respetado le gritasen dedicándole palabras hirientes que se
le clavaban en lo más profundo del alma. Agnes trataba de huir de aquellas
situaciones tan tristes, mas Artemisa la agarraba violentamente de los brazos y
la arrastraba hacia un lugar que Agnes era incapaz de imaginarse; pero de
repente aspiraba el olor asfixiante a medicinas, oía alaridos estremecedores y
la rodeaba una intensa luz blanca y apagada que la asustaba muchísimo más de lo
que ya lo estaba. Percibía que una puerta se cerraba tras ella y entonces se
descubría tendida en el suelo de la habitación que había ocupado mientras había
vivido interna en aquel horrible hospital.
Se despertaba de aquellos
sueños percibiendo que su vida temblaba como si el terremoto más destructivo
desease derruirla; pero siempre conseguía rescatar a la mujer que le permitía
ser fuerte, que la animaba y que la alejaba de los intensos miedos que le
gritaban en el alma.
Agnes deseaba demostrarles a
todos los que la conocían que era mucho más fuerte de lo que creían. No
obstante, apenas le apetecía conversar con ellos o mirarlos a los ojos. Cuando aquella
mujer tan poderosa la dominaba, olvidaba los hechos que le habían provocado
aquellas heridas que tanto le sangraban. No se acordaba de por qué
experimentaba tanta impotencia y decepción cuando evocaba el recuerdo de Gaya y
de todos los que supuestamente la querían. Lo único que sabía era que no
deseaba volver a verlos, aunque los extrañase con saña, aunque su corazón le
rogase a gritos que recorriese la distancia que los separaba.
Némesis la ayudaba a
desprenderse de aquella debilidad que podía ensordecer la fuerza con la que
ella anhelaba caminar por su vida. Némesis alimentaba los sentimientos que
gritaban en el alma de Agnes y que tanto la obligaban a ser mucho más valiente
que nunca.
Sin embargo, Agnes no dejaba de
pensar en Artemisa. Cuando evocaba su imagen hermosa, notaba que el alma se le
resquebrajaba y ansiaba correr hacia ella para pedirle que la perdonase, para
rogarle que la comprendiese y que se esmerase en conocerla antes de rechazarla
con tanta saña. Agnes creía que Artemisa la odiaba y que los sueños que todas
las noches la atacaban eran el mero reflejo de aquellos terribles sentimientos
que Artemisa le profesaba.
Además, la soledad que la
rodeaba alimentaba sus impresiones terribles y sus descontrolados pensamientos.
Desde la mañana en la que había acudido junto a Neftis y Penélope a la casa de
Gaya, no había vuelto a hablar con ningún miembro del aquelarre. Además, apenas
recordaba los desoladores momentos que había vivido con Gilbert cuando la había
encontrado llorando en medio del bosque.
Entre sus desolados
pensamientos y sus afligidas emociones, susurraba con timidez el deseo de
regresar a Galicia. De vez en cuando, Agnes se acordaba, vaga e imprecisamente,
de que ya tendría que estar viviendo allí, junto a sus amados bosques, en su
añorada tierra, y ser consciente de que ese sueño nunca se tornaría realidad la
entristecía tanto que le parecía que se habían desvanecido para siempre todos
los amaneceres de la Historia.
Entonces tomó la repentina y
potente decisión de marcharse al fin, sin que nadie advirtiese su partida.
Estaba convencida de que no merecía la pena vivir en un lugar en el que nadie
la quería. No sabía cómo podría lograr llegar hasta allí junto a Némesis, pero
aquellas dudas no la disuadirían de volver. Sabía que nadie la extrañaría
cuando se fuese, al contrario, todos los que la conocían respirarían aliviados
y serenos cuando se enterasen de que ella ya se hallaba muy lejos de aquellos
lares.
Agnes también estaba segura de
que se marcharía de allí sin hablar una última vez con las personas que la
conocían, que tantos momentos hermosos habían compartido con ella; pero
inesperadamente, una mañana gris, lluviosa, casi opaca, mientras lavaba su ropa
en el lago que había cerca de su casa, oyó que alguien se aproximaba a aquellos
lares tan solitarios en los que se sentía tan inmensamente protegida, tan
apartada de cualquier mirada indiscreta.
Rogó que fuese Némesis quien se
acercaba a ella, pero enseguida recordó que su amiga se hallaba tras ella,
descansando entre los troncos de los árboles, atenta a cualquier palabra que
Agnes pudiese dirigirle.
— ¿Agnes?
Era Neftis quien la llamaba.
Agnes sintió que el corazón comenzaba a latirle con una velocidad vertiginosa.
No le apetecía hablar con ella. De hecho, no quería que ninguna de las personas
que formaban su pasado se dirigiese a ella ni la mirase. Anhelaba permanecer
lejos de todos ellos como si formasen parte de mundos distintos. Sabía que, en
cuanto se hundiesen en sus ojos, atisbarían las extrañas emociones que le
anegaban el alma. En aquellos momentos de su vida, Agnes se volcaba con firmeza
y perseverancia en descubrir el mejor modo de defenderse del odio y el rencor
que Artemisa sentía por ella a través de la distancia. Incluso anhelaba
encontrar la manera de debilitar el poder de Artemisa. Estaba convencida de
que, si lograba destruir la magia que inundaba el alma de Artemisa, ella nunca
podría hacerle daño.
Se hallaba en estas
cavilaciones cuando notó que alguien le rozaba el hombro con mucha delicadeza.
Neftis estaba a su lado, arrodillada en la orilla del lago, mirándola con
asombro e inquietud. Agnes no se atrevía a corresponder a la mirada de Neftis,
pues se sentía totalmente sobrecogida e intimidada por sus propios
pensamientos; pero de repente, sin que ni ella misma pudiese preverlo, resurgió
por dentro de sí aquella mujer imponente y fuerte que no temía a ninguna de las
palabras que pudiesen dirigirle. Así pues, guiada por aquella súbita valentía
que había comenzado a latirle con vigor en el corazón, alzó sus expresivos ojos
negros y miró a Neftis preguntándole en silencio qué hacía allí, por qué se
había molestado en acudir junto a ella.
— Hola,
Agnes —la saludó Neftis sentándose en el suelo, sin dejar de mirarla—. ¿He
llegado en un mal momento?
— Depende
de lo que quieras —le respondió enigmática retirándole la mirada y frotando contra
una piedra una de las prendas que lavaba.
— Agnes,
me gustaría que supieses que yo no estaba de acuerdo con la actitud de Gaya y
de Gilbert. Yo no quería que te mintiesen de ese modo y muchas veces les pedí
que te dijesen la verdad cuanto antes. —Agnes no le contestó, ni siquiera la
miraba, lo cual sobrecogía inexplicablemente a Neftis; pero ella no se calló.
Con muchísima ternura, le aseguró—: Yo sí te habría ayudado de veras a
regresar; pero no podemos luchar contra una situación tan tensa como la que te
une a Gilbert, es decir, si yo pudiese...
— Tú
sabías la verdad. Es lo único que me importa —la interrumpió con una voz
impregnada de apatía.
— No
puedes pasarte toda la vida enfadada con nosotros y mucho menos conmigo. Yo no
te hice nada, Agnes, al contrario, yo siempre he intentado...
— Tú
te apartaste de mí en cuanto te conté que regresaría a Galicia. Y ahora
entiendo por qué lo hiciste. Lo hiciste porque no eras capaz de mirarme a los
ojos sabiendo la verdad.
— Lo
hice porque no soportaba verte tan ilusionada por algo que nunca ocurriría.
— Habría
preferido que fueses sincera conmigo, Neftis. Sin embargo, no debes preocuparte
por mí. Dentro de poco me iré y nadie me lo impedirá. Esta vez no.
— Yo
puedo ayudarte —le ofreció acercándose más a ella.
— No
quiero que me ayudes, Neftis. Ya no confío en nadie.
— Yo
no impediré que te vayas.
— Gracias,
pero no necesito tu ayuda para nada.
— ¿Por
qué estás tan decepcionada conmigo? Ya te he dicho que yo no estaba de acuerdo...
— Eso
es lo que menos me importa ahora, sinceramente.
— Espero
que algún día puedas perdonarme todos los errores que he cometido contigo. Es
tan fácil herirte que muchas veces ni siquiera nos damos cuenta de que te hemos
destrozado el corazón.
— Es
cierto. Me hundo con muchísima facilidad, pero eso se terminó —le aseguró
mientras se levantaba del suelo con un barreño lleno de ropa entre las manos—.
He de tender estas prendas. Si quieres, puedes acompañarme.
— Sí.
Quiero hablar contigo de otro asunto...
Neftis siguió a Agnes, quien
andaba con ligereza y seguridad, hasta que llegaron a la parte trasera de la
cabaña de Agnes. Entonces Neftis comenzó a hablarle con franqueza y mucha
ternura; lo cual, poco a poco, fue serenando la desconfianza que a Agnes se le
había aferrado al corazón:
— He
venido a visitarte porque quiero que sepas que yo no he dejado de quererte
todavía; pero lo que siento por ti ahora es solamente un cariño de amigas que
puede unirnos mucho más que el que nos enlazaba antes. Sé que estás dolida
conmigo, y lo entiendo. A mí también me habría destrozado el alma que me
hubieses ocultado una verdad que para mí era tan importante, pero eso fue un
error que nunca más cometeré, Agnes. Quiero recuperarte, cariño. Eres muy
importante para mí. Además, te necesito. Escúchame, Agnes. La aparición de
Artemisa me ha desestabilizado un poco y tengo miedo. Desde que nos conocimos,
no nos hemos separado. Estamos juntas todos los días, compartiendo momentos
preciosos que me llenan el corazón de esperanza y sueños que con ella sí
presiento que podrán cumplirse. Artemisa es tan especial, Agnes... Lo que
anhelaba pedirte era que me acompañases mañana a su ritual de iniciación. No
quiero ir sola, Agnes. Artemisa me tiene totalmente hechizada y no me creo
capaz de vivir esos místicos momentos si no me tomas de la mano. Para mí eres
un gran apoyo, te lo aseguro.
Mientras Neftis hablaba con
tanta sinceridad y dulzura, Agnes colgaba su ropa en su tendedero. Sus
movimientos eran ágiles, pero, sin embargo, ella notaba que cada vez le pesaba
más el alma. El corazón le latía con una fuerza creciente y sentía que le
faltaba el aire; pero se esforzó por ocultarle sus sentimientos a Neftis, quien
parecía haberse alejado de aquel momento y no poder regresar nunca más junto a
ella.
— ¿Me
acompañarás, Agnes? Ya sé que a ti Artemisa no te cae muy bien, pero...
— ¿En
qué te basas para afirmar algo así? —le preguntó Agnes riéndose nerviosa.
Notaba que los ojos le ardían.
— Me
baso en que cuando la conocimos te fuiste enseguida. Además, la forma como la
miraste nos desveló a todos que la detestabas profundamente por haberse ganado
sin el menor esfuerzo la simpatía y el amor de todos nosotros. Agnes, te
conozco perfectamente. Además, no has asistido a ninguno de los rituales que
hemos celebrado últimamente; lo cual desvela que no quieres saber nada más de
nosotros porque piensas que lo único que nos interesa es Artemisa.
— No
tienes ni la menor idea de lo que siento y pienso, Neftis —le aseveró mirándola
con impotencia, percibiendo que la decepción más ardiente se le repartía por
todo el cuerpo.
— Bueno,
pues entonces confiésame lo que sientes y piensas —la invitó apoyándose en la
pared que había tras ella.
— Tengo
la sensación de que no sois conscientes de cuánto puedo sentir las cosas, de
cuánto puede herirme una mentira, una traición y un rechazo. Creéis que soy de
piedra, tal vez, o que mi alma es más fuerte que el muro ése que sostiene tu
equilibrio, pero no es verdad, Neftis. No obstante, estoy cansada de
demostraros que soy tan débil. Si me mantengo lejos de vosotros, es porque no
quiero relacionarme con unas personas que son capaces de engañar con tanta
vileza. Me demostrasteis que sois hipócritas y para mí la hipocresía es el peor
defecto que puede tener una persona.
— Ay,
Agnes, estás tan equivocada... No te imaginas cuán arrepentidos están Gaya y
Gilbert de su comportamiento.
— Pues
ninguno de ellos se molesta en demostrármelo —le indicó con rencor. Neftis
percibió que en los ojos de Agnes brillaba sutilmente una emoción que le
costaba mucho comprender y nombrar—. Preferiría que te fueses y me dejases en
paz si lo único que sabrás hacer es atacarme de ese modo.
— No,
cariño, no me iré. Estás perdiéndote de nuevo.
— ¡No
es verdad! —exclamó Agnes con impotencia. Neftis se fijó en que retorcía con
fuerza un jersey entre sus nerviosas manos.
— ¿Qué
te ocurre, Agnes? ¿Por qué estás tan alterada?
— Me
duele mucho mantener esta conversación contigo.
— Te
duele mantener cualquier conversación con cualquier persona, Agnes, porque la
soledad en la que te encierras está destruyendo las sutiles y quebradizas
capacidades que te permiten comunicarte con los demás.
— Ya
basta, Neftis.
— Agnes,
lo único que deseo es que regreses junto a nosotros.
— ¿Para
qué? ¿Para que os riáis de mí otra vez? ¿Para que os burléis de mis sentimientos?
—le cuestionó desafiante y herida.
— Para
que nos des la oportunidad de demostrarte que te queremos y te echamos de
menos.
— No
es cierto, Neftis. Por favor, no me engañes más.
— Estás
muy equivocada.
— ¡Sois
vosotros los que os equivocasteis conmigo!
— Ven
mañana al ritual de iniciación de Artemisa y te darás cuenta de que yerras
pensando así de nosotros.
— No
quiero ir.
— Por
favor, Agnes, ven.
Neftis la miraba con tanta
dulzura, con una súplica tan ardiente en sus ojos que Agnes percibió que el
hielo que envolvía su corazón se agrietaba y comenzaba a deshacerse. Entonces
se quedó paralizada tanto física como anímicamente, hundida en aquellos ojos
que le transmitían tanto cariño, tanta afabilidad...
— Vendrás,
¿verdad? —le preguntó risueña acercándose a ella y tomándola de los brazos—.
Venga, tonta, si todos te queremos mucho, aunque seas tan... especial —seguía
sonriéndole sensualmente—. Nos cuesta mucho percibir la magia de los rituales
si no los compartes con nosotros.
— Hace
tiempo me dijiste que, cuando me encontraba tan mal…
— No
importa lo que dijese, Agnes, sino lo que siento ahora. Te necesito, cariño.
Agnes adivinó, sin dificultad,
que Neftis la necesitaba con tanta fuerza y desesperación porque su vida estaba
comenzando a mudar rápidamente de apariencia y precisaba de su mano para notar
que su equilibrio no se desvanecía, para percibir que no se hallaba sola en un
comienzo vacío que apenas podía atisbar ni comprender; pero no fue capaz de
protestar. Permitió que Neftis la abrazase con aquel cariño con el que siempre
la acogía. Se protegió entre sus brazos mientras la mañana se volvía cada vez más grisácea, más lluviosa.
Neftis la abrazaba cada vez con
más fuerza y dulzura mientras la besaba cariñosamente en la frente, entre los
cabellos, en las mejillas... Agnes supo, sin dudar ni un ápice, sin preguntarse
por qué estaba tan convencida de ello, que Neftis estaba despidiéndose de ella,
de lo que habían compartido, del lazo que las había unido, del amor que había
sentido por ella durante tanto tiempo. Le decía adiós con aquel abrazo tan
entregado y cálido, con aquellos besos tan sutiles, con aquellas caricias
tímidas con las que le rozaba la piel... Aquel momento era un fin, un fin a lo
que ya había comenzado a terminar, sin embargo.
Neftis había captado en los ojos
de Agnes ese destello irascible que precede a una poderosa y destructiva
tormenta. Había atisbado en su desolada mirada el primer ápice de locura que ya
vivía en su mente y rápidamente había comprendido, sin que nadie tuviese que confirmárselo,
que Agnes había comenzado a perderse, tal vez para siempre. Neftis había
detectado en su voz ese deje de insania que tiñe las palabras de quienes están
abandonando la razón, de quienes están hundiéndose en el mar de la enfermedad.
Por eso la abrazaba así, tan
fuerte, apretándola contra su pecho, entregándole aquel adiós que ya no tenía
voz, que se perdía en la inmensidad del cielo tormentoso y nebuloso que las
cubría. Al mismo tiempo, sentía que Agnes captaba plena y nítidamente sus
intenciones y sus emociones; pero no fue capaz de preguntárselo, y no porque
supiese que aquella pregunta podía deshacer por completo la ternura y la magia
que impregnaban aquellos instantes, sino porque un feroz nudo le había invadido
la garganta y había devorado su voz.
Y es que duele tanto ver
marchar a alguien que queremos con todo nuestro corazón... Se nos destroza el
alma cuando percibimos los últimos momentos de esa mente que guarda recuerdos
que también nos pertenecen a nosotros... Y no podemos hacer nada para retener a
nuestro lado la mano que se aleja, la mirada que se apaga, la voz que se
desvanece en las sombras del olvido.
Agnes no se había ido, era
evidente, y tampoco moriría hasta que transcurriesen muchísimos años; pero
Neftis ya no había encontrado en aquella mirada a la mujer por la que tanto
había suspirado, con la que tantas experiencias hermosas y mágicas había
compartido. Agnes tampoco estaba en aquella voz que le había hablado con tanta
distancia e incluso rencor. Sin embargo, la encontró de nuevo en aquel abrazo al
que ella correspondía con tanta entrega. Agnes todavía estaba allí, en sus
gestos cariñosos, pero lo que quedaba de ella era ya tan frágil, tan
quebradizo...
Neftis notó que de los ojos le
brotaban lágrimas espesas y cálidas que le surcaban las mejillas velozmente,
con una rebeldía que ella deseó volver añicos. Intentó controlar las ganas de
llorar que sentía, pero éstas eran muchísimo más potentes que sus deseos. Para
evitar que Agnes advirtiese que su respiración estaba a punto de convertirse en
suspiros de dolor, la apretó mucho más fuerte contra su pecho, dándole en aquel
abrazo el poco amor que le quedaba ya para ella. Neftis sabía que aquel
sentimiento también había comenzado a morir desde que conoció a Artemisa y
quería exprimir sus últimos rescoldos para que Agnes los guardase para siempre
en su triste corazón.
— Te
quise mucho, Agnes —musitó inaudiblemente—. No sé si alguien volverá a quererte
como yo, pero...
— Neftis
—la llamó de repente Agnes separando la cabeza de su pecho y mirándola
insistentemente a los ojos—, Neftis, no me dejes sola.
La voz de Agnes sonaba tan
impregnada de temor... En esos momentos, las emociones que podían alentarla se
habían desvanecido y sólo le quedaban en el alma los miedos que tan pequeña la
volvían y que tanto la intimidaban. La mujer que le entregaba aquella valentía
que la ayudaba a ser imponente y fuerte se había marchado, dejándola a solas
con su verdadero carácter, con la Agnes sensible, frágil y nostálgica de la que
Neftis se había enamorado hacía ya tanto tiempo.
Neftis no le contestó. Ni
siquiera la miró a los ojos cuando percibió el inmenso desconsuelo que teñía su
voz. Se mantuvo en silencio, acariciándola con muchísima delicadeza, de una
forma casi imperceptible, y fue en realidad aquella falta de respuesta lo que
desasosegó mucho más a Agnes.
— Neftis...
— Ven
mañana al ritual, Agnes, por favor. Artemisa también desea que asistas a su
ceremonia. Me pregunta continuamente por ti y yo no sé qué decirle, pues no
quiero explicarle que estás tan enferma, ya que es algo que solamente te
corresponde a ti desvelarle. Ven sin falta. Será a las siete de la tarde en el
valle sagrado.
Neftis se alejó de ella y
desapareció rápidamente entre los árboles. Se marchó dejándola allí sola, con
esa emoción que le palpitaba brutalmente en el alma, esa emoción de la que se
desprendía un desconsuelo y un miedo interminables. Agnes notó que su corazón
se convertía en el eco de un deseo perdido, de una esperanza inasible, de un
sueño que se desvanece en los últimos haces de luz de una vida.
Entonces, justo en aquellos
momentos, comenzó a llover.
Es muy interesante, y una de las cosas que siempre me ha sorprendido de tus novelas, el estudio psicológico de los personajes, en este caso el de Agnes, pero tú ¿de dónde sacas para tanto como das? En fin... la transformación de Agnes, aunque creo que tratas de presentarla como un proceso terrible, y en cierto modo "a peor", reconozco que me dan una Agnes más fuerte a la que prefiero, aunque sea una coraza dentro de la que quedan ocultas muchas cosas buenas, pero me gusta más así, más capaz, me resulta también más inteligente, en el sentido tanto de la inteligencia emocional como de más calculadora, y no creo que sean aspectos que le perjudiquen en absoluto. Aunque a lo mejor se hace un poco más pirómana, jajajajaja, bueno, ya sé que no. Este capítulo es más monolítico, es decir, está al servicio de una idea, de una trama más sencilla y por eso mismo también más potente porque no se dispersa; como casi siempre, el capítulo es un pequeña novela con presentación, nudo y desenlace.
ResponderEliminarTras la aparición de una Agnes engañada y dolida, hablando su gallego tan bonito, se cruza Némesis y ahí parece cambiar todo; me gusta la insinuación de que este renacer no es solo por efecto de las reflexiones de Agnes, sino también por algo que proviene de la serpiente: Entonces Agnes notó que de los ojos de Némesis emanaba una energía que incluso le quemaba en la piel, que le abrasaba las manos y que trataba de deshacer la desolación que había oscurecido su mirada. Entonces se hundió en los dorados ojos de la serpiente como si aquélla fuese la única forma de huir de sus desgarradores sentimientos.
Se dedicará a la diosa, en cuerpo y alma, aunque tenga que arrastrar esa insania, esa locura que la acompaña como si fuera una maldición. Ahora tiene fuerzas para ello, se ve el ímpetu con el que toma su decisión. Está también el conflicto de su relación con Artemisa, es evidente que teme salir dañada de ella, y prefiere rechazarla... al menos por ahora. En cambio su alianza con Némesis se estrecha mucho, eso me encanta: E ti axudarasme, Némesis —le aseguró acariciándola lentamente mientras se hundía en sus espirales ojos—. Axudarasme a ser poderosa. Ti es o meu poder, Némesis. Agora sei por que nos atopamos, por que a Deusa uniunos tanto. Ti es a representación da miña inexpugnabilidade.
Llega a materializar su miedo a Artemisa en ese sueño lleno donde Agnes lo pasa tan mal. Y, finalmente, Neftis aparece de nuevo, esta vez como un asidero en el que encontrar alivio. No la ama, claro está, pero al menos es una especie de amenaza conocida, con sus límites delimitados; en cierto modo, ambas son náufragas del mismo barco de desamor; se necesitan, son lo único certero que tienen, se abrazan, se dan calor... me parece una relación tortuosa pero no exenta de belleza. El modo en que le pide que vuelva para celebrar la iniciación de Artemisa está descrito tan bien... qué pasaje tan hermoso. Y el final me dejó clavado en el asiento... Entonces, justo en aquellos momentos, comenzó a llover.
Me quedo empapado de emoción y sensaciones. Es magia pura.
En este capítulo somos testigos de la transformación de Agnes. De una mujer débil y triste a una más fuerte y decidida. Eso es lo que ocurre cuando te dan palos por todas partes y no hay comprensión y cariño. Al final, un corazón con luz se vuelve oscuro y rencoroso. Sobrecoge que Némesis la siga en su transformación, pues la hace más poderosa y juntas hacen un equipo casi invencible. Némesis es capaz de captar cualquier sentimiento y cambio en ella, por lo que se empapará del sentimiento que prevalezca en ella. Es fascinante.
ResponderEliminarEl sueño/pesadilla da un poco de miedo. La parte en la que arranca hierbas y se las come me ha sorprendido. Es casi un animal, ahí riéndose de la tormenta que no la puede alcanzar. La envuelve la oscuridad, o la enfermedad, no sé. Esa obsesión con que Artemisa le quiere hacer daño se está convirtiendo en casi una realidad para ella, a la que no pone en duda. Terrible que sueñe con ella toda las noches y de esa forma tan deformada y alejada de la verdad.Es lo que dijimos ayer, que es como un puzle que va tomando forma. Se van entendiendo muchas cosas.
Pulpi aparece de nuevo en acción. Ahora ya como amiga, que dice que ya no la quiere sobar. Al menos Agnes le contesta con contundencia, pero poco a poco pierde fuerza hasta pedirle que no la deje sola...ains, otra vez la está liando. ¿Que la necesita para que esté junto a ella en el ritual? ¿Perdona? Como dice Luis, Oh my gol. "Te necesito, cariño", "Nos cuesta mucho percibir la magia en los rituales si no estás tú". ¡¡No hace más que contradecirse!! La última vez le dijo que se marchase, y ahora la necesita...con un cariño en la frase para que parezca más real...no me la creo.
Irá al ritual, eso lo sabemos, y encima, sabemos también como se comportará Neftis y los demás...en fin. Yo de ella me habría marchado a Galicia. Da igual, me llevo a Némesis en una cacharro de esos para meter gatos, que ahí nadie sabe lo que tienes dentro y "palante". ¿Para qué quedarse ahí? Más vale arriesgarse y luchar por su sueño que esperar a que vengan todos a usarla como una diana a la que tirar dardos. Lo sorprendente es que son capaces de hacer pleno y darle justo dónde más duele.
Sé que esto no sucederá, son mis deseos, pero me gustaría tanto... Este se está poniendo cada vez más interesante. ¡¡¡Me gusta muchoooo!!!