sábado, 16 de septiembre de 2017

EL ABRAZO DE LA TIERRA: CAPÍTULO 27. LLAMAS DE RABIA


Capítulo 27

 

Llamas de rabia

 

La noche se volvió mucho más oscura para Agnes cuando Némesis y ella se alejaron de Artemisa, dejándola sola y amedrentada en medio de los árboles, encerrada en aquellas brumas tan espesas que le impedían atisbar el brillo de las lejanas estrellas. En algunas ocasiones, mientras regresaba a su hogar, Agnes se había planteado la posibilidad de quebrar la valentía y la seguridad en las que se protegía y volver junto a Artemisa para calmar su miedo entre sus brazos, para abrazarla contra su pecho asegurándole que nadie le haría daño jamás mientras ella respirase. Deseaba destruir con saña (para que nunca más volviesen a erigirse) los muros que de repente las habían separado, lanzándolas a realidades completamente opuestas; pero entonces recuperaba la fortaleza que le había permitido enfrentarse al poder de Artemisa siendo capaz de esconder los verdaderos sentimientos que se encerraban en su alma trémula y herida.

Aquellos pensamientos tan confusos fueron un puñal que rasgó lentamente la apatía y la frialdad que habían guiado su comportamiento. Cuando estaba a punto de llegar a su cabaña, Agnes notó que la mujer que la volvía tan imponente y poderosa había comenzado a morir en los brazos de la nostalgia, de la desesperación y de la tristeza.

Como la presa que impide el fluir de un agresivo río, se deshizo el muro que retenía las verdaderas emociones que le anegaban el alma y entonces éstas se derramaron por todo su ser, destruyendo el pequeño ápice de cordura que la había mantenido enlazada a la realidad extraña en la que existía. Entonces Agnes notó que el desaliento más oscuro y gélido creaba un vacío en su corazón por el que cayeron la valentía y la seguridad que hasta entonces le habían impedido desmoronarse y la habían protegido de la Agnes real que se escondía en aquella alma ya tan torturada por las injusticias de la vida.

Cuando la rodeó la soledad que moraba en su hogar, cuando intentó buscar calor en su lumbre ya extinguida y cuando se percató de que lo único que la rodeaba era oscuridad y vacío, Agnes comenzó a llorar desgarradora y desconsoladamente.

Ansiaba destruir aquella estúpida fortaleza que tanto intimidaba a Artemisa, ansiaba deshacer para siempre el miedo que le inspiraba a Artemisa; aquél que, sin duda, sólo había nacido de los labios de Neftis. Neftis era la que había provocado aquella horrible situación. En aquellos momentos, Agnes se había olvidado de que había sido ella misma la primera en asustarse al ser consciente de que Artemisa estaba a punto de llegar a su vida. Era incapaz de evocar el recuerdo de aquellas noches en las que se había esmerado por celebrar rituales que fortaleciesen su magia e intensificasen su poder. Necesitaba buscar algún culpable de aquellos espantosos y tristes hechos y lo hallaba en Neftis, en aquella mujer celosa que seguramente sólo deseaba separarlas.

Se preguntaba por qué la vida no podía ser más amable con ella, por qué, desde que la habían arrancado de Galicia, apenas había sido capaz de encontrar los matices más hermosos de cada instante. Era cierto que, durante los primeros años que había morado en aquellos lares, había sido medianamente feliz junto a Gaya, Némesis y Gilbert, pero en aquellos momentos de su existencia ya no le quedaba nada. Había perdido el amor de aquellas personas que tanto la habían protegido, cuidado y querido como si fuese su hija. Sólo Némesis continuaba junto a ella, fiel y leal, quizá mucho más fiel y lealmente de lo que jamás hubiesen estado a su lado las personas que había conocido. Y, además, Artemisa, con su magia, la intimidaba profundamente, la tornaba de polvo, la volvía insignificante. Ni siquiera en aquellos instantes Agnes recordaba que era Artemisa quien se sobrecogía infinitamente cuando ella la miraba. Había desaparecido la estela de su poder y se había marchado también la presencia de aquella mujer que tan valiente le facilitaba comportarse, dejándola irrevocablemente a solas con la insania.

Además, recordaba, incesantemente, como si aquéllos fuesen los únicos instantes que componían sus días, lo que había ocurrido cuando había llegado al valle sagrado dispuesta a compartir con los demás miembros del aquelarre el ritual de Beltane. Evocaba sin tregua la horrible forma como Neftis y Gaya le habían hablado y también las estremecedoras miradas que todos le habían dedicado. Le costaba muchísimo entender por qué nadie la había acogido en aquellos momentos tan mágicos, por qué la habían tratado así, con tanta repulsión, con tanto odio y desprecio; pero lo que más lamentaba, por encima de todas las cosas, con una intensidad asfixiante, era haberse comportado de ese modo tan espantoso con Artemisa. Aunque apenas pudiese recordar los oscuros momentos que había vivido con ella en el bosque, no dudaba de que la mujer que había interactuado con Artemisa no se asemejaba en absoluto a la que ella siempre había sido. Nunca se habría dirigido a Artemisa con aquel rencor y aquella desconfianza tan gélidos, nunca, ni tan sólo si ella la rechazaba con saña.

     Némesis, non sei que fixen. Nemesiña, eu non era quen falaba así, eu non podía dominar as miñas palabras nin o meu xeito de falar. Némesis, eu non quero ser así, tan desprezable. Por favor, Némesis, dime que non é verdade que lle falei a Artemisa con tanto odio e rancor, por favor. Dime que todo foi un horríbel pesadelo... Se é verdade que xa non son quen fun sempre, quero morrer axiña, axiña... Eu non quero facerlle dano a Artemisa. Eu o único que desexo é protexela de min, da miña alma ferida, da miña tolemia... Némesis, por favor, dime que todo foi un soño... Non podo aturar a muller que vive agora en min, non podo...

Némesis no soportaba que Agnes llorase así, tan profundamente, con tanta desolación. Le parecía que, si Agnes se derrumbaba, el mundo perdía toda la hermosura que lo impregnaba, la noche se tornaba mucho más oscura e impenetrable y ni siquiera cabía la posibilidad de que existiese un leve amanecer que quebrase aquellas sombras que tanto la intimidaban. A Némesis no le gustaba la noche, no le gustaba la oscuridad. Se perdía entre los árboles cuando aquellas brumas tan absorbentes y nocturnas la envolvían, cuando no era capaz ni de detectar la presencia de los remotos astros. Sus ojos no estaban acostumbrados a atravesar con su poder aquellas tinieblas tan insondables. Y mucho menos se creería capaz de respirar cuando la luz del día no brillaba si Agnes se hundía de ese modo.

Ansiaba pedirle que renaciese, que no permitiese que el desaliento la amedrentase así, pero ya no tenía voz. Notaba que la tristeza que le anegaba el alma a Agnes se había encerrado también en sus ojos cristalinos y dorados. Entonces, Némesis deseó, con una intensidad desgarradora, vengar el dolor de Agnes, vengarla por todo el daño que le habían hecho, por el modo como la trataban, por cómo la habían rechazado todos.

No dudaba de que era Artemisa la principal causante del sufrimiento de Agnes. Aunque jamás se hubiese marchado del alma de Agnes aquella nostalgia tan punzante que ensombrecía su existencia, Agnes había podido vivir serenamente hasta antes de que Artemisa apareciese. La llegada de Artemisa a su presente había derrumbado definitivamente la estabilidad de sus frágiles sentimientos. Agnes había empeorado muchísimo desde que Artemisa se había mezclado con su vida.

     Estou soíña, Némesis. Ninguén me quere... Agora si é verdade... Némesis, Nemesiña... non me deixes soa nunca... —le pedía deshecha en llanto mientras la acariciaba.

Némesis buscaba constantemente la mirada de Agnes, pero sus ojos estaban inundados de unas lágrimas que ni siquiera le permitían captar las sombras que la rodeaban. No había ninguna luz que alumbrase aquellos instantes. Agnes ni tan sólo se había dignado encender la lumbre o alguna delicada vela que quebrase aquella profundísima oscuridad; pero parecía como si aquello no importase, como si nada importase, realmente.

De pronto, Némesis entendió que debía actuar antes de que fuese demasiado tarde, antes de que el dolor que Agnes sentía se volviese completamente destructivo y deshiciese para siempre la cordura de su querida amiga. Se separó ágilmente de Agnes y se dirigió hacia la alcoba en la que ellas siempre solían dormir. Agnes advirtió enseguida que Némesis le pedía, con sus gestos y su mirada, que se protegiese en aquel lugar cuanto antes. No dudaba de que Némesis le rogaba aquello porque anhelaba ampararla de algún peligro que la acechaba desde las sombras de la noche. Así pues, tras quitarse rápidamente la guirnalda y vestirse con su ropa de dormir, se acomodó en aquella cama tan confortable y cálida y, como si el sufrimiento que le inundaba toda el alma la hubiese agotado inmensamente, poco a poco se quedó dormida entre sus lágrimas, entre los rescoldos de aquel llanto que tanto le había agrietado el corazón.

Cuando Némesis se hubo asegurado de que Agnes se hallaba sumida en aquel sopor que la distanciaba de la horrible realidad que vivía, entonces se alejó de ella y salió de aquella cabaña tan acogedora para lanzarse a la oscuridad de la noche. Ignoró el leve temor que se le repartió por todo el cuerpo cuando aquellas hondas sombras la rodearon. Sólo junto a Agnes se había atrevido a desplazarse entre los árboles mientras la noche reinaba. No obstante, deseaba ser valiente. No quería que sus miedos la detuviesen. Comenzó a dirigirse rápidamente hacia la cabaña de Artemisa. Conocía perfectamente el camino que debía recorrer, pues había seguido a Agnes en todas aquellas ocasiones en las que ella se había aproximado al hogar de aquella mujer que le había destrozado tanto la vida. Además, Némesis podía captar con su lengua el olor de Artemisa escondido entre la hierba y entre las raíces de los árboles.

Siguió su rastro hasta que advirtió que cada vez se hallaba más cerca de su cabaña. El alivio y la valentía más feroces se apoderaron definitivamente de su corazón cuando descubrió que ya había llegado junto aquel hogar que tan protector parecía y en el que, sin embargo, moraba la amenaza más horrible.

Buscó el modo de entrar en la cabaña de Artemisa, pero enseguida descubrió que la puerta de aquel hogar estaba herméticamente cerrada. Sin embargo, al instante notó que, por una ventana que tenía los postigos entornados, se escapaba el cálido aroma de la lumbre y los reflejos de aquellas llamas que quebraban las sombras de la noche.

Némesis, con muchísimo sigilo, se adentró en aquella morada tan entrañable empujando con su poderoso cuerpo los postigos de aquella ventana. Al fin, la rodeó la calma que dormía junto a Artemisa en aquella cabaña y se quedó quieta, intentando acostumbrar sus ojos a la tenue luz que emanaba de la chimenea.

Descubrió a Artemisa durmiendo en un rincón de la cabaña. Se percató enseguida de que Artemisa vivía más precariamente que Agnes. Un colchón (que parecía bastante mullido), una almohada blandita y unas mantas de lana formaban la cama en la que se protegía. Aquella cama reposaba sobre unas gruesas alfombras que, seguramente, combatirían el intenso frío de las noches de invierno; pero Némesis no entendía por qué Artemisa dormía con la lumbre prendida si aquella noche era tibiamente espesa.

Se acercó cautelosamente a ella, intentando no hacer ruido, y entonces la miró con una inquebrantable curiosidad por primera vez desde que ella se había adentrado en su calmada existencia.

Artemisa dormía profunda y plácidamente. Se cubría con una gruesa manta de lana y tenía hundida la cabeza en una horonda almohada que a Némesis le pareció en exceso confortable. Un ondulado mechón de sus cabellos le cruzaba la frente, ocultándole levemente su ojo izquierdo, perdiéndose después por la frondosidad de su rizosa y nocturna melena.

Parecía tan indefensa, tan frágil... Némesis se preguntó cómo era posible que una mujer de cuya presencia emanaba tanta quietud y calma pudiese herir con tanta saña, tan sólo con su magia, a alguien tan poderoso como Agnes.

Mas Némesis sabía que ninguna criatura existente, ni siquiera la más invencible, resistiría el poder de su veneno. Némesis, instintivamente, sabía que su veneno era uno de los más mortíferos de la Tierra. Podía derribar con una de sus mordeduras al animal más grande y feroz. Y Artemisa moriría con una excesiva brevedad si la atacaba, si hundía sus colmillos en su frágil cuello.

No obstante, Némesis no quería matar a Artemisa de un modo tan desvelador. Sabía que, en cuanto encontrasen su inerte cuerpo, enseguida podrían adivinar por qué había abandonado la vida. Las señales que su veneno dejaba eran indelebles y profundamente evidentes.

Némesis miró a su alrededor, analizando todos los detalles que formaban su entorno. Cuando sus ojos se hundieron en el baile de la lumbre, entonces una idea poderosa e irrefutable se le esparció por todo el cuerpo, apoderándose de su alma y de su voluntad; la que hasta esos momentos había sido inocente e incluso entrañable.

Se acercó a la chimenea y buscó el badil con el que seguramente Artemisa removería los rescoldos del fuego para volver a prenderlos cuando se hubiesen cansado de resplandecer. Lo encontró enseguida, apoyado en uno de los muros de la cabaña.

Con muchísimo sigilo, lo envolvió en su poderoso cuerpo y, empleando toda la fuerza que le latía en el alma, lo arrastró hacia la chimenea. Sin pensar en nada, se esforzó por empujar con el badil alguno de los leños que ardían con ímpetu, quebrando con sus llamas la fría oscuridad que invadía todos los rincones de aquel hogar.

La asombró descubrir cuán fuerte podía ser. Apenas le costó conseguir que el leño cayese al suelo. Lo impelió con ligereza hasta que, al fin, logró que las llamas que todavía lo quemaban rozasen la alfombra que protegía el lecho en el que Artemisa dormía tan profundamente, sin ni siquiera intuir lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Sin embargo, en el mundo de los sueños, Artemisa y Némesis compartían un instante completamente estremecedor cuyo matiz aterrador estaba a punto de lanzarla hacia la vigilia.

Némesis comprobó con placer y satisfacción que las llamas incendiaban demasiado rápidamente aquella antigua alfombra. Se sobrecogió cuando percibió que un humo denso rodeaba la cama de Artemisa, quien, súbitamente, abrió los ojos despertada por el intenso calor que vociferaba junto a ella.

Con rapidez y cautela, Némesis salió de la cabaña por la misma ventana por la que había entrado. Impelió con su cola el postigo que había abierto para poder introducirse allí y después se ocultó entre los árboles.

Némesis ni siquiera se había planteado la posibilidad de que su acción también incendiase la preciosa naturaleza que rodeaba el hogar de Artemisa, aquella naturaleza que Agnes y ella tanto amaban. Aquella idea sólo refulgió en su mente cuando oyó que los muros de madera que creaban el hogar de Artemisa comenzaban a temblar, amenazando con agrietarse. Entonces entendió que había puesto en peligro la estabilidad y la hermosura de aquellos lares. También descubrió que la cabaña en la que Artemisa moraba era mucho más antigua que la que las protegía a Agnes y a ella.

El miedo más feroz se apoderó de sus gestos, de sus pensamientos y de sus sentimientos. Apenas podía moverse. Ni tan sólo comprendía con nitidez el significado de aquellos instantes. Sólo veía cómo Artemisa se esforzaba por apagar aquel incendio que estaba devorando la materialidad de su vida lanzando grandes cubos de agua, con los que, poco a poco, logró mitigar la furia con la que el fuego gritaba.

Las feroces llamas de aquel horrible incendio que había estado a punto de matarla se redujeron a simples rescoldos que resplandecían en medio de la noche como si se hubiesen apoderado del fulgor de las estrellas.

De la cabaña de Artemisa ya no quedaba nada, sólo unos muros calcinados, un techo derruido, unas cenizas que revelaban el recuerdo de sus objetos más queridos.

Ni siquiera Némesis comprendía cómo era posible que la cabaña de Artemisa hubiese ardido tan rápido. Nadie, jamás, sabría quién había provocado aquel espantoso incendio; el cual era una clara amenaza a la vida de Artemisa.

Sin embargo, todas las personas que la conocían, sin dudarlo ni un ápice, culparían a Agnes de aquella triste catástrofe. Némesis ni siquiera se había planteado la posibilidad de que la desconfianza que Gaya, Gilbert, Neftis y Artemisa le profesaban a Agnes se acreciese por culpa suya.

Cuando Némesis descubriese que había intensificado el rencor y el odio que todos sentían por Agnes, se le quebraría el alma para siempre; pero aún quedaban unos pocos meses para que aquella certeza llegase hasta ella, para que supiese cuánto mal le había provocado a su querida amiga sólo por querer defenderla.

Némesis se alejó de Artemisa notando que le latía en el corazón una incipiente lástima que ensombreció la valentía y la satisfacción que le habían inundado el corazón. La había entristecido ver llorar a Artemisa con aquel desconsuelo tan punzante. Némesis era buena, era piadosa y dulce y fueron precisamente aquellas cualidades las que la impulsaron a provocar un acontecimiento tan horrible y desolador; el cual destrozó irrevocablemente la vida de Artemisa y le arrebató todo lo que tenía, incluso su salud física y anímica.

Némesis regresó a la cabaña en la que moraba junto a Agnes notando que se le había aferrado al alma un presentimiento que le punzaba en las entrañas, que deshacía el alivio que nacía de haber herido a Artemisa, de haberse vengado de ella por el daño que le había ocasionado a Agnes. Era un presentimiento que, por más que lo intentase, no conseguía descifrar, que no tomaba forma ante sus ojos.

Cuando llegó al fin a su hogar, se introdujo en la alcoba en la que dormía Agnes y se acomodó junto a su cama intentando calmarse. Estaba intranquila y asustada, pero apenas podía entender por qué se encontraba así, por qué experimentaba aquellas emociones que tanto la paralizaban.

Agnes dormía serena y profundamente, ajena a que, en aquellos momentos, estaba ocurriendo un hecho que tornaría mucho más desgarradora la desconfianza que todos sentían hacia ella, que ahondaría el desprecio y el temor que Neftis y los demás le profesaban. Agnes se hallaba tan lejos de aquella realidad hiriente, de aquellos sucesos que estaban derruyendo ya definitivamente la estabilidad de su existencia...

Némesis la miró con lástima. Se fijó en que el contorno de los ojos de Agnes aparecía enrojecido por culpa de las lágrimas; pero su rostro estaba bañado por una calma muy aterciopelada y fulgurante que le acarició el alma a Némesis, quien, al fin, consiguió conciliar el sueño y quedó sumida en una inconsciencia que atenuó la fuerza de aquellas intuiciones que le arañaban el corazón.

Mas, antes de dormirse, un pensamiento feroz y desgarrador le invadió la mente, haciéndole comprender que su actitud lo único que había provocado había sido que la situación de Agnes empeorase. Artemisa no estaba muerta. No la había matado. El incendio con el que había pretendido destruir su vida solamente había deshecho el lugar en el que se protegía, pero a Artemisa todavía le latía el corazón, Artemisa todavía existía, todavía podía herir a su querida Agnes, quien en aquellos momentos parecía mucho más frágil que nunca, a quien la quietud en la que dormía tornaba mucho más apacible su apariencia. Némesis estaba segura de que, para que Agnes pudiese vivir serenamente al fin, Artemisa tenía que desaparecer.

No obstante, aunque Agnes pareciese tan sosegada, tan quieta, tan inmensamente acogida en aquel sueño que la protegía de la realidad, su alma sufría en aquellos instantes los terribles y desgarradores gritos de una horrible pesadilla que estaba destruyendo mucho más su cordura. Se hallaba sumida en un doloroso sueño que había paralizado sus sentimientos y se había apoderado irrevocablemente de la calma de su existencia.

A su alrededor había un inmenso desierto sólo adornado con restos de hogares ya demasiado olvidados, ya en exceso antiguos. Había perecido la luz del día desgarrada por las sombras más tenebrosas de una noche sin estrellas ni luna. Por el cielo flotaba una espesa niebla que solamente emanaba de los rescoldos de un destructivo incendio que había devorado el aliento de los árboles que antes habían poblado aquella inmensa extensión de tierra que parecía alargarse hasta el infinito.

Tras ella susurraba una voz que no conocía y que, sin embargo, albergaba en su sonar una lluvia inmensa de recuerdos. Una punzada de dolor emanaba de aquellas palabras que se le introducían en el corazón convertidas en una afilada espada que derruía su serenidad y su quietud. Palabras dolientes, que cruzaban el silencioso y vacío aire que la rodeaba, palabras que ella deseaba acallar con un alarido de horror e impotencia...

     Mira lo que hiciste de Galiza, Galiza... Es esto lo que fue tu tierra...

     ¡No pronuncies su nombre con tanto desprecio! —quiso gritar mientras se volteaba y se enfrentaba a la mirada de quien le hablaba con tanta maldad, pero su voz no sonó. Sólo fue un seco susurro que se perdió en la inmensidad del silencio.

     Galiza ha desaparecido, como lo harás tú y todo lo que conoces. La locura te devorará para siempre, igual que este incendio ha destruido tu amada tierra. Lo peor es que nadie se acordará nunca de que vosotras exististeis.

Unas manos fuertes, callosas y agresivas la empujaban mientras aquella voz le dedicaba palabras tan hirientes. Agnes intentó atisbar la silueta de quien se dirigía a ella con tanto odio, pero lo único que había ante sus ojos eran nieblas y oscuridad.

     ¿Quién eres? —preguntó con fragilidad esforzándose por mantener el equilibrio—. ¡No me toques! ¡Dime quién eres!

     Galiza ha muerto, como tú, como todo lo que eres. ¡Ahora ya conocerás bien la impiedad y la soledad!

     ¡Yo no morí aún! ¡Y Galiza tampoco!

     ¿Ah, no? ¿Y entonces qué es todo esto que te rodea? ¡Esto son tus amados bosques! ¡Y esas ruinas son las casitas que componían tu querida aldea! ¡Yo misma lo he aniquilado todo!

Entonces, de aquellas brumas tan oscuras que ningún viento conseguiría disipar, surgió una figura esbelta, amenazante y poderosa que Agnes casi había olvidado. Era Mayra, sí, era ella, la chica que, junto a Isabel, se había burlado tanto de ella, la chica que había querido matarla, que había querido destruirla para siempre con su maldad y su envidioso corazón.

     ¿Por qué lo hiciste? —le preguntó notando que se apoderaba de su alma una impotencia en exceso desgarradora y destructiva.

Mas Mayra no le contestó. Se lanzó a ella, empujándola con un brío con el que jamás la había tocado, y entonces Agnes perdió el equilibrio. Cayó entre el montón de madera quemada que antes había sido parte de sus amados bosques, se le clavaron en la espalda y en los brazos las piedras que habían compuesto los hogares que moldeaban la apariencia de su querida aldea y le pareció que el cuerpo pesado de Mayra le arrebataba el aliento. El cielo que cubría aquel horrible lugar, tan lleno de cenizas, la aplastaba sin piedad. Entonces se esforzó por gritar con toda la fuerza que le palpitaba en el corazón, aunque en aquel último suspiro se le marchase todo su ímpetu, toda su vida.

Mayra no dejaba de golpearla ni de arañarla en el rostro, en el cuello y en los brazos. De vez en cuando, le tiraba con agresividad de los cabellos y le hundía las uñas en el pecho. A Agnes le parecía que Mayra le hendía la piel con un afilado puñal. Le costaba mucho distinguir los detalles de aquellos horribles momentos. Lo único que podía sentir era que su aliento se desvanecía y que perdía la última estela de claridad y de razón que le había inundado la mente y la había mantenido atada a la realidad.

     ¡Desgraciada! ¡Asquerosa meiga! ¡Estoy muerta por culpa tuya! ¡Pero tú regresarás dentro de muy poquito al hospital del que jamás tendrías que haber salido! ¡Te devolverán cuando menos te lo esperes a ese horrible lugar donde debías haber muerto! —le chillaba Mayra con un ímpetu desgarrador.

Entonces Agnes volvió a gritar, esta vez notando que su voz sí sonaba en medio de aquel absorbente vacío. Fue precisamente su voz la que la extrajo de aquella espantosa pesadilla que no era más que el reflejo de todos sus miedos.

Abrió los ojos sintiéndose completamente desorientada y aturdida. Estaba sentada en la cama y apretaba entre sus manos la manta que la había protegido de la oscuridad de la noche. Intentó dominar el acelerado ritmo de su respiración, pero le costaba tanto inspirar que incluso creyó que perdería para siempre su aliento, su vida, el hálito de aire que podía mantenerla unida a su existencia.

Némesis se hallaba a su lado, mirándola compasiva y cariñosamente, pero Agnes no podía captar la serenidad que se desprendía de los espirales y dorados ojos de la serpiente. Cada vez se sentía más asfixiada por aquella bola de hierro que le presionaba el pecho; la que ardía con una creciente intensidad, como si solamente estuviese hecha de fuego.

     Nemesiña, axúdame... Némesis... —le pidió esforzándose por hacer sonar su frágil voz.

Némesis se acercó a Agnes y apoyó la cabeza en su pecho mientras la envolvía en su poderoso cuerpo. Agnes se aferró desesperadamente a su amiga mientras cerraba con fuerza los ojos y trataba de respirar con serenidad, pero el aire que se le introducía en el cuerpo era tan ardiente, tan asfixiante...

Se mezclaban con su desesperación unas intensísimas ganas de llorar que le apretaban la garganta como si quisiesen deshacérsela. Agnes presionaba cada vez más desesperadamente el cuerpo de Némesis. Notaba que el pecho se le encogía y que una punzada interminable de dolor se le hundía con profundidad en las entrañas.

Némesis miró insistentemente a Agnes; pero Agnes todavía tenía los ojos cerrados. Némesis le lamió cuidadosamente el cuello para llamar su atención, para convencerla de que no estaba sola, de que ella jamás la abandonaría ni la desprotegería. Al fin, Agnes abrió los ojos y miró con tristeza a su amiga.

«Es Artemisa quien te provoca este dolor y está haciéndote tanto daño», le advirtió con furia y desesperación. «Tienes que vengarte de ella. ¡Tienes que destruirla, Agnes! ¡Celebremos ahora un ritual para enviarle oscuridad! ¡Podemos lograr que su alma se enferme para siempre y entonces desaparecerá!»

     Némesis, tiven un pesadelo horríbel —le comunicó con la voz quebrada.

«Artemisa también te envía las pesadillas que te atacan. Está haciéndote un daño irreversible. ¡Tienes que reaccionar, Agnes!»

     Artemisa... Non, Artemisa é moi boa e máxica. Ela só ten bondade no seu fermoso corazón, Némesis... Eu non quero facerlle dano. Eu estou doente hai moito tempo xa. Ela non é quen me enferma.

«¡Sí, sí, es ella, Agnes! Yo quiero vengar todo el daño que está haciéndote, pero tienes que permitírmelo. Yo puedo matarla si me lo ordenas, Agnes. Yo soy muy poderosa, mucho más que nadie. Agnes, sé que me alejarán de ti cuando menos nos lo esperemos. Por eso tenemos que actuar con rapidez.»

     Non teñas medo, queridiña Némesis. Eu nunca permitirei que me separen de ti —le pidió ya más calmada mientras la acariciaba con mucha ternura.

Al notar que Agnes se sentía cada vez más serena, la miró con un cariño interminable mientras volvía a apoyar la cabeza en su pecho, convencida de que la fortaleza que había nacido en el alma de Agnes era ya invencible.

     Non te preocupes por nada, Némesis. Nós regresaremos a Galicia moito antes de que sigan facéndonos tanto dano. Volveremos á miña terra e ninguén poderá romper a nosa liberdade. Seremos libres, prométocho, e ninguén nos fará dano nunca máis, nunca máis, queridiña —le aseguró mientras la acariciaba cada vez más dulcemente—. Non teñas medo. Eu non son tan débil como pensan e moito menos se ti estás comigo.

«Agnes, si supieses lo que hice esta noche...», pensó Némesis estremecida. Incluso sus propios sentimientos la sobrecogían. Estaba segura de que Agnes la odiaría si descubría que había incendiado la cabaña de Artemisa.

     Dorme, miña Némesis. Nótoche tan esgotadiña... Non durmiches ben esta noite, verdade? Descansa, queridiña, descansa...

La aterciopelada voz de Agnes y sobre todo el tono dulcísimo y cariñoso con el que le hablaba fueron alejándola lentamente de la espantosa realidad que vivían. Además, las caricias que Agnes no dejaba de darle intensificaron la sensación de amparo y calidez que la arropaba. Némesis cerró los ojos desprendiéndose definitivamente de las intuiciones y los miedos que le presionaban el alma y se hundió en una calma que Agnes no se atrevió a quebrar. Se apartó de ella, desenvolviéndose con cuidado de su poderoso cuerpo, y después se dirigió hacia el lago que había junto a su hogar. Necesitaba que sus frescas y nítidas aguas retirasen de su piel las energías que la misma vida le había lanzado.

No obstante, aunque Agnes se comportase tan nítidamente, con tanta serenidad, con tanto cariño incluso, no estaba en su ser la voz de sus reales sentimientos. La percepción de la realidad se albergaba tergiversada en su mente. En aquellos momentos, ya había comenzado para Agnes aquella época decadente que mutaría para siempre los sentimientos que ella le profesaba a la vida. Estaba irrevocablemente convencida de que todas las personas que la conocían la odiaban profundamente y deseaban destruirla. Némesis era la única que la quería de verdad. El amor que Némesis le entregaba le impedía creer que estaba totalmente sola. Némesis nunca la abandonaría, por muy enferma que estuviese.

Sin embargo, Agnes ya no se acordaba de su enfermedad. No se acordaba de que la locura la acechaba siempre desde cualquier rincón, desde todas las sombras de la noche. Para ella, aquélla era la única realidad que existía. Aquel modo de ser, de pensar y de actuar era el único que se albergaba en su ser. No concebía que morase en su alma otra Agnes distinta a aquélla que la guiaba en aquella mañana tan dorada y calmada.

Mientras se bañaba, intentó recordar los momentos que había vivido antes de que el sueño deshiciese su consciencia, pero le resultó completamente imposible evocarlos. Sin embargo, no le importó. Creía que había empezado para ella una nueva vida en la que nadie se atrevería a hacerle daño nunca más. Tenía demasiado presente que existía en el mundo una mujer que había destruido para siempre el amor que le habían dedicado las personas que la conocían y que precisamente era aquella mujer quien deshacía la calma de su vida, quien le enviaba las más terribles pesadillas y quien le arrebataba el aliento.

Debía desvanecer la magia de Artemisa, pero no sabía cómo podía atenuar su fortaleza. Agnes creía que Artemisa era invencible y que, a través de los rituales más oscuros, ella le enviaba aquel profundo desaliento; mas, de repente, aquellos pensamientos le desvelaron cómo podía atacar a Artemisa sin que nadie lo intuyese siquiera.

Ella también había aprendido a celebrar rituales muy oscuros a través de los que invocaba las fuerzas más tenebrosas de la vida. Podía reclamar la presencia de almas fenecidas hacía ya muchísimos siglos para que la ayudasen a destruir la luz de un alma bondadosa. Sí, podía hacerlo. Su magia podía convertirse en un vigor invencible. Y Némesis podría alentarla, podría entregarle la fortaleza que necesitaba para llevar a cabo aquellos estremecedores propósitos.

Miró hacia el cielo cuando aquellos pensamientos tan potentes le inundaron la mente y entonces, entre las nubes que ocultaban el sol de la mañana, le pareció detectar unas brumas opacas que trataban de desvanecer el brillo de aquel día tan primaveral. Se preguntó de dónde procedía aquella niebla tan sospechosa; la que le recordaba al humo que muchas veces manaba de las hogueras con las que los campesinos de su aldeíña quemaban las hierbas que podían entorpecer sus cosechas.

Entonces se acordó rápidamente de que, hacía mucho tiempo, cuando apenas tenía cuatro años, había ardido de repente una casa muy antigua que quedaba cerca de la suya. Los vecinos de la aldea se habían esforzado lo indecible por apagar aquel incendio que amenazaba con desvanecer los árboles que protegían aquellas calles tan ancestrales. Agnes había observado cómo el humo de aquel horrible incendio devoraba los muebles que poblaban aquel hogar y cómo éste después ascendía hacia el cielo, mezclándose entonces con las invencibles nubes que escondían la luz del sol.

Mas aquel recuerdo tan antiguo también se perdió entre las nubes de humo que atenuaban el fulgor de aquel día tan extraño y silencioso. De repente, Agnes notó que apenas susurraba la naturaleza a su alrededor. No cantaban los pájaros, tampoco musitaba el viento que de vez en cuando mecía las ramas de los árboles. Éste soplaba calladamente, como si no quisiese quebrar aquella falta de vida; la que era tangible y asfixiante.

Algo acaecía. Sí, Agnes lo supo con demasiada certeza, de forma innegable. Había ocurrido algo horrible, pero apenas podía descubrir de dónde procedía aquella intuición tan poderosa. Había sucedido algo que había quebrado para siempre la quietud de aquella vida que hasta entonces le había parecido el reflejo del terremoto más destructivo; pero cuyo recuerdo, años después, le resultaría el más suave y dulce que jamás pudo haber existido hallándose tan lejos de su tierra...

Transcurrió aquel día apenas sin sobresaltos. Agnes se entretuvo cultivando las hortalizas que en verano debían nacer de la tierra. Se esmeró también en limpiar su cabaña, en purificarla no sólo con agua y jabón, sino también con rituales que le permitiesen expulsar las energías oscuras que se habían acumulado en sus rincones. Actuaba apenas sin conocer el porqué de sus acciones. Lo único que deseaba era cubrir todos los instantes con alguna tarea que la mantuviese lejos de sus punzantes sentimientos.

Cuando creía que aquella calma tan aterciopelada se desharía en brazos del principio del ocaso, se dedicó a cortar verduras para elaborar una deliciosa sopa. Se hallaba cocinando tranquilamente cuando, de pronto, oyó que alguien llamaba a la puerta de su hogar.

Un ramalazo de impotencia y miedo le recorrió las entrañas, paralizando sus pensamientos y enfriando sus emociones. No deseaba hablar con nadie y mucho menos con alguna de aquellas personas que tanto daño le habían hecho; pero también era consciente de que, si ignoraba aquel llamado, cualquiera podía introducirse en su morada para comprobar si aún respiraba. Tenía demasiado presente que la mayoría de aquellos seres que formaban su existencia sabían que ella no estaba del todo sana y que podía destruirse a sí misma sin que nadie pudiese evitarlo.

     Agnes, sabemos que estás ahí. Ábrenos, por favor.

Era la voz de Gaya la que se introducía insistentemente en la espesura de aquel calmado momento. Agnes se fijó en que los ojos de Némesis también se habían llenado de inquietud. Estuvo a punto de pedirle que se escondiese en su alcoba, pero entonces volvió a sonar la voz de Gaya, esta vez con una severidad que a Agnes estuvo a punto de detenerle el corazón:

     Agnes, como no nos abras, nosotros mismos entraremos en tu cabaña sin tu consentimiento.

Agnes se esforzó por ocultar el miedo que experimentaba y se revistió con aquella máscara hecha de valentía y fortaleza que le permitía parecer imponente y poderosa. Entonces abrió la puerta rogando que ningún hecho hiciese temblar su apática serenidad.

No se sobrecogió cuando descubrió que Gaya no había venido sola. Al pedirle: ábrenos, supo al instante que la persona que la había acompañado a su hogar era Gilbert. Por eso, fue capaz de mirarlos a los dos con una fortaleza y una calma totalmente efímeras y fingidas, pero a las que su alma se aferraba como si fuesen lo único que existía en el mundo.

     Necesitamos hablar contigo, Agnes —la avisó Gilbert con serenidad, pero Agnes notó que estaba muy nervioso.

     Pasad —les invitó retirándose de la puerta con educación. Cuando los tres se hallaron en el interior de aquel hogar tan acogedor, entonces Agnes les propuso—: Podéis cenar conmigo si lo deseáis. Hice más sopa de la necesaria, tal vez porque intuía que ibais a venir. Hace mucho tiempo que no comemos juntos.

     Te lo agradecemos mucho, Agnes —le respondió Gaya cariñosamente, pero Agnes sabía que fingía—. Verás, Agnes, estamos aquí porque queremos preguntarte cómo te encuentras.

Agnes se volteó y, distraídamente, se dedicó a remover con una cuchara de madera la sopa que cocinaba. No le apetecía conversar con ellos sobre sus sentimientos. Ya no confiaba en ellos y mucho menos quería que conociesen qué emociones le anegaban el alma.

     Agnes, sabemos que estás sufriendo otra recaída —intervino Gilbert con calma—. No es necesario que lo niegues. Te conocemos perfectamente y podemos intuir cómo te encuentras sólo hundiéndonos en tus ojos.

     Y creemos que esta crisis es muchísimo más grave que cualquiera que hayas padecido antes.

     Nosotros queremos ayudarte, Agnes. No creas que te hemos abandonado y que te hemos dejado sola. No es verdad. Continuamente pensamos en ti.

     Y sobre todo nos parece que esta recaída es muchísimo más importante porque estás actuando de un modo muy preocupante, Agnes.

     ¿Queréis callaros ya? —les preguntó perdiendo la calma mientras se encaraba a ellos—. No tenéis ni idea de lo que siento y continuamente me mentís. Me dejasteis sola hace ya mucho tiempo y apenas sois conscientes de lo que pienso.

Agnes les hablaba con un rencor infinito; lo cual los sobrecogía profundamente a ambos. No obstante, no permitieron que los sentimientos de Agnes los detuviesen. Fue Gaya quien se atrevió a quebrar aquel silencio tan denso que se había apoderado de aquella conversación que amenazaba con convertirse en la más hiriente de la Historia:

     Agnes, nosotros te queremos de verdad. Es comprensible que te cueste creernos si de veras te sientes tan sola, pero no hemos dejado de confiar en ti, cariño.

     ¡No me mientas más, Gaya! Nada era lo que fue siempre.

     ¿Por qué estás tan convencida de que ya no te queremos y de que nos hemos olvidado de lo que significas para nosotros? —le preguntó Gilbert con mucha calma.

     ¿De verdad queréis que os responda?

     Sí, por supuesto —le indicó Gaya.

     Todo cambió desde que apareció Artemisa. Artemisa destruyó el amor que todos me profesabais. Lo único que existe para vosotros es Artemisa. Me odiáis por culpa suya. Ya no confiáis en mí porque ella os convenció de que soy peligrosa y que sólo deseo hacerle daño, pero no es cierto. Yo no quiero herir a nadie. Además, El fuego de Hécate fue la familia que siempre soñé tener y ahora nadie me quiere, todos me detestáis, ¡y eso ya no podrá cambiar jamás, jamás, jamás! —exclamó con rabia y una impotencia desgarradora.

     Y, entonces, si no es cierto que no quieres herir a nadie, ¿por qué has incendiado la cabaña de Artemisa? —le preguntó Gaya perdiendo definitivamente la paciencia.

     Gaya, no...

     No, Gilbert, no me interrumpas. No me impidas que le pregunte todo lo que deseo que me conteste. ¡Sé que ha sido ella! ¡Artemisa lleva semanas encontrándose muy mal! ¡Y se encuentra así desde que conoció a Agnes! Dime, Agnes, ¿por qué quieres destruirla? ¡Has querido matar a Artemisa!

     ¿Qué dices, Gaya? —le cuestionó ella perdiendo definitivamente la calma, alzando la voz con una frustración desgarradora. Incluso notó que el corazón le latía cada vez más rápidamente, cada vez con más ímpetu—. ¿Cómo te atreves a acusarme de algo tan horrible?

     ¡Sé que has sido tú!

     Tranquilízate, Gaya. No es conveniente que la ataques de ese modo. Tampoco estamos seguros de que haya sido ella —intentó serenarla Gilbert, pero Gaya también había perdido la tranquilidad que le permitiría comportarse de forma razonada y lógica.

     ¡Yo no fui! ¡Ni siquiera sabía que la casa de Artemisa ardió! —les aseguró Agnes empezando a temblar.

     ¡Has sido tú, Agnes! ¡Artemisa asegura que vio tus ojos en medio del humo!

     ¡Yo no fui, Gaya! ¡Vosotros me conocéis! ¡Sabéis que yo nunca le haría daño a nadie! ¡Por la Diosa! ¿Por qué no me creéis? —les preguntó con una voz llena de lágrimas—. ¿Cómo es posible que penséis algo tan espantoso de mí? ¡A mí jamás se me ocurriría actuar así! ¡Yo no soy ninguna asesina! —gritó desvalida apartándose de Gaya, quien pretendía tomarla de las manos para evitar que huyese.

     Basta ya, Agnes, basta ya de hacernos tanto daño. Artemisa está muy enferma seguramente por culpa tuya. Neftis nos contó que te descubrió celebrando rituales oscuros a través de los que le enviabas energías horribles a Artemisa —seguía acusándola Gaya.

     ¡Eso no es verdad! ¡No puedo creerme que penséis así de mí! ¡Idos de mi casa si lo único que queréis es acusarme de cosas que yo jamás hice!

     Estás enferma, Agnes, y tu enfermedad te ha destruido irreversiblemente. Te has vuelto peligrosa —le desveló Gaya intentando expresarse con lógica y cordura, pero los nervios que aquella situación le provocaba quebraban su dulce y entrañable voz—. Hemos venido a visitarte porque queremos que vengas con nosotros. Hoy mismo te devolveremos al...

     ¡No, no, Gaya, no le digas eso! —le exigió Gilbert con tensión situándose junto a Agnes—. Escúchame, Agnes, tienes que hacer un esfuerzo por serenarte. Cuéntanos lo que ocurrió cuando te fuiste del valle junto a Némesis.

     ¡¡Es que no lo recuerdo...! —protestó ella comprendiendo que sería precisamente aquella amnesia que le inundaba la memoria la que fortalecería los pensamientos de Gaya y de Gilbert—. Sé que regresé a mi casa junto a Némesis y después me quedé dormida... —intentó decirles, pero su confusión tornaba trémulas sus frases.

     ¿Eres consciente de que tu locura puede obligarte a actuar de forma impremeditada, Agnes? —le sugirió Gilbert con delicadeza.

     Yo no estoy loca, Gilbert —musitó asustada—. Por favor, no me llevéis a... No, no, por favor, no, no, no...

     Vendrás conmigo a mi casa y permanecerás allí durante un tiempo. Necesitas que te ayudemos, Agnes —le aseveró Gilbert tomándola del brazo.

     ¡Yo no iré a ninguna parte en la que no me quieren, en la que piensan que estoy loca! —vociferó apartando de su lado la mano de Gilbert con un violento golpe. Después se situó junto a Némesis y se agachó en el suelo aspirando a que ella la protegiese. Némesis enseguida se arrimó a Agnes y miró a Gaya y a Gilbert con los ojos llenos de amenazas—. ¡Idos de aquí! ¡No quiero volver a veros nunca más, nunca más! Fóra da miña casa! —les ordenó apenas sin pensar en sus palabras.

Gaya y Gilbert no sabían qué debían hacer. Ni tan sólo susurraba en su interior la voz de su sabiduría. Lo único que podían reconocer era que habían actuado con Agnes de la peor forma posible y que las consecuencias de su pésimo comportamiento eran completamente irreversibles.

     Fóra da miña casa! —volvió a exigirles hablando en gallego, apenas sin acordarse de a quien le lanzaba aquella orden tan hiriente; cuya agresividad Némesis intensificaba con sus ojos hipnóticos.

     Tenemos que irnos, Gilbert. Ya volveremos a hablar con ella cuando esté más tranquila —le susurró Gaya sobrecogida.

     No podemos dejarla sola ahora.

     Ni siquiera sabe que somos nosotros quienes nos hallamos a su lado. Tenemos que irnos antes de que Némesis...

En efecto, Némesis había comenzado a aproximarse a ellos con sigilo, pero también de forma amenazante. No dejaba de mirarlos con rabia e impotencia. Incluso de sus ojos emanaba una voz poderosa que también los expulsaba de aquel hogar.

Gaya y Gilbert salieron de la cabaña de Agnes notando que les había caído sobre el alma una piedra feroz y desgarradora que estaba deshaciendo todos los sentimientos bellos que la vida podía inspirarles. Gaya estaba cada vez más convencida de que había sido Agnes quien había incendiado el hogar de Artemisa y, por su parte, Gilbert no dudaba de que Agnes debía regresar al hospital del que él la había rescatado hacía casi diez años. Agnes no podía seguir viviendo sola, tan turbada como estaba. No había atisbado en sus ojos ni la sombra más sutil de la mujer que había conocido. Agnes había muerto en los brazos de la locura y parecía completamente imposible rescatarla de aquella crisis tan horrible que le había arrebatado la cordura; la cual ellos habían empeorado acusándola de ese modo tan estremecedor.

     No hemos sabido actuar bien con Agnes, Gaya —le indicó Gilbert con una lástima destructiva.

     ¡Yo ya no puedo más, Gilbert! —exclamó Gaya llorando desesperada—. Artemisa está muy enferma y presiento que esto no ha hecho más que empezar. ¡Estoy cansada de sentir siempre miedo y de temer por la vida de todas las personas que quiero!

     Agnes nunca mataría a nadie, Gaya —intentó sonreírle, pero él también estaba en exceso sobrecogido.

     No podemos confiar en ella, Gilbert. Agnes está muy enferma, cada vez está más enferma, y estoy totalmente segura de que su locura la incita a hacer cosas que después no puede recordar...

     Artemisa está muy sugestionada por el absurdo miedo que siente. No entiendo cómo es posible que alguien pueda asustar tanto a otra persona tan sólo con su forma de mirar y de ser. Es incomprensible.

     Pues Artemisa tiene tanto miedo porque sabe y siente que Agnes le envía energías horribles a través de los rituales oscuros que celebra y porque es plenamente consciente de que Agnes la odia y quiere destruirla.

     ¿De dónde sacas esos pensamientos, Gaya? —le cuestionó notando que el alma se le llenaba de rabia.

     ¡Son cosas que todas sabemos!

     Agnes no odia a Artemisa, al contrario. ¿¿Acaso no te has dado cuenta de cómo la mira? Anoche, cuando llegó a Beltane...

     ¡Anoche llegó con una energía horrible, Gilbert!

     Fuisteis vosotras quienes la recibisteis con una energía horrible, Gaya. Agnes deseaba celebrar Beltane con nosotros. Le brillaban los ojos cuando llegó.

     ¡Y encima se atrevió a venir con su maldita serpiente!

     Némesis es su mejor amiga. Es la única que la comprende y que no la ha dejado sola nunca.

     ¿Es que defiendes a Agnes? ¡Esa serpiente ha estado a punto de atacarnos! ¿No te has dado cuenta de cómo nos amenazaba con sus horripilantes ojos? ¡Estoy segura de que Agnes le ha enseñado a defenderla y puede...!

     Estás delirando, Gaya.

     ¡No, Gilbert! ¡Jamás se me ocurriría declarar certezas tan espantosas si no fuesen ciertas!

     Tienes mucho miedo, cariño —le musitó tomándola delicadamente de las manos.

     Tengo miedo porque albergamos en nuestra vida a una mujer esquizofrénica y bipolar que además sufre trastornos de personalidad. Estoy segura de que Agnes ha cambiado ya para siempre y se ha convertido en una persona llena sólo de odio, de rencor y resentimiento.

     No es justo que hables así de Agnes.

     Tienes que devolverla al hospital antes de que sea demasiado tarde.

     Sí, lo haré, pero primero tiene que encontrar la calma que nosotros mismos le hemos arrebatado. Anda, volvamos a tu casa. Artemisa estará muy preocupada.

     Artemisa está enferma, Gilbert. Yo no sé lo que le ocurre. No ha dejado de vomitar en todo el día, tiene mucha fiebre y se siente tan triste...

     Sabremos curarla, te lo prometo; aunque estoy totalmente seguro de que lo que la enferma tanto es el miedo y los nervios que siente.

     Es Agnes quien la ha enfermado a través de sus rituales horribles —aseguró con una voz casi inaudible.

     Es cierto que la magia de Agnes es muy poderosa, pero yo nunca he creído que alguien pueda destruir la energía vital de otra persona tan sólo celebrando rituales oscuros. Si Agnes pretende herir a Artemisa con su magia, ese mal que invoca regresará a ella multiplicado infinitamente y entonces...

     Pues le estaría bien.

     No seas cruel, Gaya. No es propio de ti desearle el mal a nadie.

     Yo no le deseo el mal. Sólo quiero que desaparezca, Gilbert. Tendríamos que haber permitido que regresase a Galicia. ¡Entonces nada de esto estaría ocurriendo!

     Ya no podrá volver nunca más. El único lugar donde se merece vivir es en ese sanatorio, pero sé que morirá definitivamente si la encerramos allí de nuevo.

     Es lo que debes hacer y tienes que actuar con rapidez, Gilbert. ¡Tienes que apartar a Agnes de nosotros de una vez!

Gilbert no fue capaz de contestarle. Permaneció sumido en un silencio que, en lugar de serenar a Gaya, intensificaba el pavor que se le había adueñado del alma. No podía dejar de preguntarse por qué Agnes deseaba destruir a Artemisa cuando ella nunca le había hecho daño a nadie, cuando a ella jamás se le había ocurrido atemorizar a nadie con su magia...

Parecía como si se hubiesen borrado todas las sendas que quedaban por existir en su destino. Gaya se sentía perdida en una vida que no comprendía. Se había iniciado aquel día una época muy oscura en la que solamente brillaba la soledad, la tristeza, la enfermedad. Desde que Artemisa había acudido a su hogar cuando la mañana apenas tenía minutos de luz, había presentido con firmeza que todo su mundo se había derrumbado y se había desvanecido para siempre la tierna magia que había impregnado sus hermosos días.

3 comentarios:

  1. ¡Estaba deseando leer este capítulo! Tengo que decir que me has sorprendido, ni por asomo me imaginaba algo así.

    Cuando la casa de Artemisa arde, pensaba que la culpable era Agnes. Estaba seguro de que había sido ella, por lo que no me planteaba ninguna otra posibilidad. Conforme he ido leyendo capítulos de esta historia, he ido cambiando de opinión y ya señalaba casi con total seguridad que había sido Neftis. Su odio hacia Agnes le habría llevado a quemar la casa de Artemisa para que todo el mundo la acusase, pero me equivoqué. En ningún momento se me pasó por la cabeza que hubiese sido Némesis, ¡Némesis! No lo habría adivinado nunca. Aunque se arrepiente casi en el acto, luego sigue en sus trece e insta a Agnes para que acabe con la vida de Artemisa. Es más, ella misma piensa que su plan ha sido un fracaso porque sigue viva...Es fiel a Agnes, de eso no cabe la menor duda, pero comete errores fatales y ella la está induciendo a un destino totalmente devastador.

    Está claro que Némesis se equivocó, y mucho. A causa de este terrible error, ha empujado a su querida Agnes a la desconfianza y odio de los demás. No se les puede culpar, creer que es ella la culpable (yo mismo lo pensé igual), pero duele que las personas de más confianza de Agnes, las que se supone que más le quieren la condenen de esa manera. Gilbert es el único que todavía deposita algo de confianza en ella, pero Gaya...sinceramente, su forma de pensar y de actuar no me gusta nada. La que parecía una madre para ella en otra vida, la que se supone que la cuida...es injusta, muy injusta. Ellos mismos la han empujado al abismo,dejándola caer sin hacerle el menor caso.Las palabras de Agnes hacia ellos son duras, pero cargadas de verdad. No puedes pretender que las cosas sean como dices y cuando dices, esto no funciona así. Ahora le quieren imponer cosas, vienen con caretas falsas de amor y en realidad son otra cosa. A Gaya le da igual que Agnes se pudra y muera en ese hospital, esa es la gran verdad, Gilbert parece cansarse y está a punto de ceder...Imperdonable. Quizás yo sea rencoroso o estoy hecho de otro material, pero jamás podría perdonarles, sobretodo a Gaya.

    Encima, Agnes tiene pesadillas espantosas. Mayra se le aparece en un sueño, y de la forma más terrible (haciendo honor a su prestigio como loca interna maltratadora profesional jajaja). ¿Será verdad eso de que está muerta? ¿Habrá muerto en alguna de esas terapias ilegales? No lloraré su muerte.

    Este capítulo es terrible para Agnes. ¡Debería huir ahora que está a tiempo!Yo no me lo pensaba dos veces. ¿Que le queda ahí? Es cierto que una parte de ella se aferra a su amor a Artemisa, pero después de lo ocurrido y de esa extraña obsesión de que es su enemiga, lo mejor es marcharse para siempre. Siendo tan hábil en la supervivencia en el bosque, podría sobrevivir de acá para allá hasta encontrar un lugar seguro en el que sobreponerse y regresar a Galicia.

    En fin, sé que no ocurrirá, está todo escrito (en esta ocasión es una realidad jajaja) y que su futuro inmediato no es ese. Es un gran capítulo. Némesis es clave para que las cosas se precipiten y los acontecimientos cambien para siempre. ¡Me está encantado!

    ResponderEliminar
  2. Al fin se sabe quién tiene la responsabilidad del incendio de la cabaña de Artemisa, y la respuesta no deja de ser sorprendente: ¡Némesis lo hizo! Es una reacción muy primaria, de defensa, para proteger a Agnes de quien piensa que es su peor enemiga; se equivoca, desde luego, pero desde el punto de vista del animal lo que hace no deja de tener lógica. Posiblemente es la propia Agnes quien inconscientemente ha causado esta reacción, porque se ha mostrado totalmente desconsolada, y Némesis simplemente quería ayudarla y también vengarse... Estou soíña, Némesis. Ninguén me quere... Agora si é verdade... Némesis, Nemesiña... non me deixes soa nunca... —le pedía deshecha en llanto mientras la acariciaba.

    Tras la destrucción de la cabaña y todas las reflexiones que vienen después (incluida una que me hace estremecer sobre que Némesis sabrá en unos meses el alcance de su error, y temo que eso puede ser fatal para ella), viene el pasaje de la pesadilla de Mayra. Me parece una de las partes más brillantes e inspiradas del capítulo, esa visión apocalíptica de Galicia en ruinas como venganza por su muerte (que creo real), coincide plenamente con lo que Mayra haría si pudiera: tratar de hacer todo el daño posible. Mayra es la maldad. Y la sensibilidad de Agnes la convierten en un blanco posible de sus malos deseos, toda esta parte es muy agobiante pero a la vez hermosa y terrible.

    ¡Desgraciada! ¡Asquerosa meiga! ¡Estoy muerta por culpa tuya! ¡Pero tú regresarás dentro de muy poquito al hospital del que jamás tendrías que haber salido! ¡Te devolverán cuando menos te lo esperes a ese horrible lugar donde debías haber muerto! —le chillaba Mayra con un ímpetu desgarrador.

    ResponderEliminar
  3. Esa es la peor amenaza, para mí la parte más dura de la novela está precisamente en el hospital, y veo que, poco a poco, empieza a planear como una sombra funesta en el futuro de Agnes; ella misma seguro que ya siente el pánico más absoluto pensando en una nueva reclusión de la que no tendrá esperanzas de salir. Así que toma, una vez más, la decisión de marcharse a Galicia; pero ahora ya es demasiado tarde para ello.

    Gaya y Gilbert acuden a su cabaña, evidentemente no para interesarse por ella, sino para corroborar una acusación con la que la han condenado de antemano; y es que, para qué engañarnos, todo apunta a su culpabilidad: tenía los motivos, la ocasión, y los medios. Y, sobre todo, una parte de ella misma piensa que efectivamente pudo ser la causante del incendio; esa falta de plenitud, esa defensa no absoluta de su propia inocencia resulta fatal.

    No obstante la intervención de Gilbert, y sobre todo de Gaya es demoledora. Una madre que pensara que su hija ha hecho algo así actuaría de otro modo, si no justificándola sí al menos preguntándose qué pudo haber pasado, qué sufrimientos la impulsan, poniéndose en definitiva de su parte; Gaya no, la condena desde un primer momento. Gilbert, en cambio, creo que actúa también movido por un remordimiento en cuanto a que no actuó como debía con Agnes, y en el fondo piensa que él mismo es responsable de cualquier cosa que Agnes hiciera; algo, que además, sería cierto desde el punto de vista penal: al ser su tutor sería él, y no Agnes, quien ante la ley asumiría cualquier castigo. Estoy seguro que no es por eso directamente, claro, pero sí que se culpará del abandono de Agnes, y no me extraña. Y ahora, Gaya presiona para que vuelva al hospital, justo lo que Mayra predice para Agnes, me estremezco solo de pensarlo... Realmente si hay un personaje siniestro en este capítulo es Gaya, ya que Némesis actuó mal, pero por buenos motivos.

    El final es absolutamente demoledor...

    No seas cruel, Gaya. No es propio de ti desearle el mal a nadie.

    —     Yo no le deseo el mal. Sólo quiero que desaparezca, Gilbert. Tendríamos que haber permitido que regresase a Galicia. ¡Entonces nada de esto estaría ocurriendo!

    —     Ya no podrá volver nunca más. El único lugar donde se merece vivir es en ese sanatorio, pero sé que morirá definitivamente si la encerramos allí de nuevo.

    —     Es lo que debes hacer y tienes que actuar con rapidez, Gilbert. ¡Tienes que apartar a Agnes de nosotros de una vez!

    Por suerte es solo el final del capítulo, no de la novela, en cierto modo he descansado porque sé algo muy importante, pero temo tanto por lo que le vaya a pasar a Agnes...

    ResponderEliminar