Capítulo 25
Afrontando la
vida
Cuando Agnes se perdió entre los árboles y su presencia se mezcló con la
lejanía, Neftis notó que se le partía el corazón. Como nubes arrastradas por el
viento, se desvanecieron aquellos terribles sentimientos que la habían instado
a tratarla de aquel modo tan horrible e hiriente. Se quedó paralizada recordando
todas las injustas palabras que le había dirigido, recordando el tono de voz
con el que le había gritado, y entonces le pareció que ella no se hallaba en
aquella mujer tan cruel, que tan reprobablemente se había comportado con
alguien que estaba enfermo, que necesitaba ayuda en lugar de desplantes y
chillidos, en lugar de acusaciones lacerantes y destructivas.
Notó que se apoderaban de ella unas desgarradoras ganas de llorar. Se
sentó en una silla intentando controlar sus intensos sentimientos. Necesitaba
saber de dónde había emanado aquella rabia que le había arrebatado su cordura y
que había destruido la calma y la comprensión con las que siempre trataba de
acoger a Agnes. Entonces, sin que ni siquiera ella misma pudiese preverlo, su
memoria evocó el recuerdo de las pocas ocasiones en las que Artemisa y Agnes se
habían mirado a los ojos y se habían hablado íntima y cariñosamente. Se acordó
también de que Artemisa solía preguntarle muy a menudo por Agnes, justo cuando
más mágicos y hermosos eran los instantes que compartían. Artemisa le había
insistido, demasiadas veces, en que le confesase por qué Agnes parecía siempre
tan triste y frágil y también le había desvelado que le resultaba imponente y
en exceso poderosa. Cuando Artemisa hablaba de Agnes, su voz se tornaba levemente
queda, se atropellaban sus palabras, se volvía titubeante y se expresaba con un
deje de timidez que de vez en cuando sonrojaba deliciosamente sus mejillas.
Neftis intuía que no era compasión lo que impulsaba a Artemisa a interesarse
tanto por Agnes, pero se creía totalmente incapaz de aceptar que en el corazón
de Artemisa se encerrasen sentimientos distintos a la bondad.
Y, en aquellos momentos, percibió que aquellos recuerdos tan confusos
alimentaban la rabia y la impotencia que sentía. No le costó descubrir que la
emoción que la había descontrolado tan tristemente habían sido celos. Sí,
estaba furiosamente celosa, tan celosa que apenas podía oír la voz de sus
pensamientos.
Incluso tenía la sensación de que, a sus espaldas, se había desempeñado
una vida que no podía imaginarse, que, más allá de su realidad, habían ocurrido
hechos completamente opuestos a los que ella creía que alimentaban el presente
de las personas que conocía. ¿Quién era Agnes en verdad? ¿Quién era Artemisa
cuando ella no la miraba, cuando no estaban juntas? ¿Por qué no correspondía al
amor que ella le profesaba? ¿Cuál era la verdadera razón que la había impulsado
a rechazarla?
Entonces se declaró en su pecho y en su estómago un incendio que abrasó
todos sus sentimientos y deshizo la calma que hasta entonces le había permitido
respirar sosegadamente y pensar con un poco más de claridad. No le cupo duda de
que existía entre Artemisa y Agnes algo que no sabía nombrar, que nunca podría
describir, porque era inadmisible, completamente inadmisible, que suspirase en
el mundo un lazo tan incomprensible. No, no lo aceptaría jamás. Lucharía por
convencer a Artemisa de que no permitiese que Agnes se mezclase con su
hermosa existencia.
Con resolución, se alzó de la silla que ocupaba y corrió hacia el hogar
de Artemisa apenas sin pensar en lo que hacía, sin detenerse a valorar la
fuerza de sus sentimientos. No percibía la impotencia que le latía en el
corazón, sólo experimentaba la rabia que la ensordecía, que la cegaba, que la
volvía tan irracional como un huracán.
Artemisa se hallaba junto al río, lavando su ropa. Cuando oyó que
alguien corría hacia ella, se alzó sobresaltada del suelo y miró extrañada a
quien se aproximaba a su hogar con tanta desesperación. Al descubrir que era
Neftis quien ansiaba reencontrarse con ella, notó que el corazón comenzaba a
latirle con una velocidad asfixiante. No deseaba hablar con Neftis todavía. Lo
que habían vivido hacía tan poquitas horas se le agolpaba en la mente y la
aturdía. Tenía que meditar para descubrir la mejor forma de afrontar aquella
situación tan tensa. Los sentimientos que tanto la confundían aún gritaban con
demasiada estridencia y furia. Estaba segura de que no podría mantener con
Neftis ni la conversación más efímera y sutil.
—
¡Artemisa!
—la llamó Neftis desesperada.
—
Neftis,
¿qué ocurre? ¿Por qué vienes tan azorada? —le preguntó intentando expresarse
con serenidad.
—
Necesito
hablar contigo, Artemisa.
—
Neftis,
no...
—
escúchame,
Artemisa. Yo te quiero muchísimo, ya lo sabes. Sabes que haría cualquier cosa
por ti, cielo.
—
Sí,
lo sé, pero...
—
Artemisa,
entremos en tu cabaña. No quiero que el viento oiga mis palabras.
—
Está
bien.
Artemisa recogió la ropa que estaba lavando y, tras introducirla en un
barreño, se dirigió rápidamente hacia su cabaña. Neftis la siguió con tensión y
nervios, pero, cuando se introdujeron en aquel hogar tan anegado en serenidad,
aquellas emociones tan terribles que tanto la agobiaban comenzaron a atenuarse.
—
Artemisa,
yo nunca permitiría que nadie te hiciese daño. Lo sabes, ¿verdad? —Artemisa
asintió con la cabeza mientras hervía agua en una tetera—. Escúchame, Artemisa,
hay alguien que quiere herirte, que quiere destruirte.
—
Haré
una infusión de valeriana y tila. Estás en exceso nerviosa —le comunicó
mientras colocaba hiervas molidas en un filtro—. siéntate, por favor.
—
No
quiero tomar nada, Artemisa. Sólo quiero que me escuches.
—
No
te escucharé hasta que te calmes, Neftis. Cualquier palabra que me dediques no emanará
de tu verdadera forma de ser, sino de esa tensión y esos nervios que sientes y
que tanto te han descontrolado.
Neftis se preguntó cómo era posible que Artemisa fuese tan sabia, cómo
era posible que apenas le costase percibir los sentimientos que a ella le
anegaban el alma. No fue capaz de protestar ni de decirle nada más. Se sentó en
una silla e intentó dominar los nervios que tanto le presionaban el corazón.
—
Artemisa,
dime la verdad, por favor. ¿Por qué no me correspondes? ¿Por qué ni siquiera te
gusto un poquito? —le preguntó incapaz de detener aquellas palabras.
—
Porque
los sentimientos no se pueden dominar, Neftis.
—
Pero
yo te quiero tanto, Artemisa... —lloró Neftis sin poder evitarlo.
—
Lo
sé, cariño. Yo también te quiero muchísimo, pero no puedo obligarme a sentir un
amor que mi corazón no puede crear.
—
Tienes
que alejarte de Agnes, Artemisa. Agnes es peligrosa. No te acerques a ella. Ni
siquiera permitas que te mire ni te hable. No podéis formar parte del mismo
mundo. No te mezcles con su existencia, Artemisa —le pidió apenas sin poder
hablar.
—
¿Por
qué, Neftis? —le cuestionó Artemisa totalmente paralizada por un frío muy
gélido que se le esparcía rápidamente por todo su cuerpo, como si su corazón lo
impulsase y su sangre lo transportase.
—
Porque
Agnes está muy enferma y puede creer que lo único que deseas es hacerle daño y
destruirla. De hecho, ya lo piensa, Artemisa, y está planeando el modo de
atacarte sin que ni siquiera tú lo intuyas o puedas preverlo.
—
Eso
no es verdad –susurró Artemisa completamente sobrecogida.
—
Deseas
saber qué enfermedad padece Agnes, ¿verdad? Pues yo te lo diré al fin. Agnes es
bipolar y esquizofrénica. ¿Sabes lo que significa eso, Artemisa?
El gélido hálito de frío que se le había repartido por todo su ser se
convirtió de repente en un río de miedo y desolación que deshizo la efímera
calma que hasta entonces le había permitido ignorar la tensión que le inspiraba
captar a Neftis tan nerviosa y tensa. Se quedó paralizada, pensativa,
intentando aceptar que las palabras que Neftis acababa de dirigirle eran
ciertas. Eran demasiado horribles. Declaraban una realidad en exceso triste y
sobrecogedora.
—
¿Qué
ocurre? ¿No me crees? Yo conozco a Agnes desde hace por lo menos cuatro años,
¿sabes? Y puedo describirte perfectamente los síntomas más terribles de su
enfermedad.
—
Pero
no creo que sea justo que me aparte de Agnes simplemente porque esté enferma.
Agnes se merece...
—
Agnes
no se merece nada, Artemisa. No es una buena mujer. Tiene el alma llena de
odio, de rencor y de despecho y es capaz de hacer tanto daño...
—
¿Acaso
lo ha hecho alguna vez? —Neftis no fue capaz de contestarle—. ¿Por qué estás
tan convencida de que Agnes es peligrosa? Yo creo que necesita muchísima ayuda,
Neftis; una ayuda que no os da la gana de entregarle —le recriminó notando que
el alma se le anegaba en rabia. No obstante, la realidad que Neftis le había
descubierto le había llenado el corazón de temor e inseguridad.
—
No
te acerques a ella, simplemente. Es muy peligrosa y lo peor es que, cuando se
propone herir a alguien, no lo hace mirándolo a los ojos, sino silenciosamente.
Lo hace sin que nadie pueda imaginárselo. Estoy segura de que ya ha comenzado a
celebrar rituales para enviarte energía negativa y para llenar tu vida de
oscuridad. Es una poderosa meiga, Artemisa. Conoce hechizos horribles con los
que ya ha dañado a un sinfín de personas. Y lo sé porque me lo ha contado. En
el sanatorio mental donde estuvo encerrada muchos años, fue capaz de empeorar la
enfermedad de bastantes pacientes tan sólo con su magia. No te contaría todo
esto si no te quisiese, Artemisa, si no me preocupase por ti. Agnes es muy
peligrosa, te lo juro. Ni siquiera Gaya y Gilbert se atreven a hablar con ella
ni a ayudarla porque saben que puede volverse en contra de ellos. Lo entiendes,
¿verdad?
Artemisa no podía creer las palabras de Neftis. No podía aceptar que
aquella mujer tan dulce, tan mágica, de cuyos ojos se desprendía tanta tristeza
y añoranza, cuya voz le resultaba la más arrulladora y aterciopelada que había
oído en su vida, cuya forma entrañable de expresarse le acariciaba el alma,
fuese tan dañina, fuese tan cruel y oscura como Neftis aseguraba. No, no podía
creerlo. Se negaba a mezclar aquellas certezas con su vida, con su extraña
vida. Sin embargo, aunque quisiese evitarlo, las confesiones de Neftis le
habían rasgado ya el alma y habían llenado de miedo aquellas brechas. Un vacío
se le abrió en el corazón y de repente notó que la sutil luz que había
alumbrado su existencia temblaba hasta desvanecerse.
—
ten
mucho cuidado, Artemisa.
Artemisa se sintió de pronto tan frágil... Se preguntó por qué de
repente tenía tanto pánico, por qué las palabras de Neftis habían influido
tanto en sus sentimientos.
—
tengo
que irme ya. Por favor, no olvides lo que te he contado, Artemisa. Si necesitas
cualquier cosa, no dudes en buscarme. Estaré todas las mañanas en mi cabaña,
pues permaneceré un mes sin trabajar. Necesito recuperarme.
Tras aquellas palabras confusas, Neftis se marchó, dejando a Artemisa
temblando de tristeza y temor.
Si Agnes hubiese oído las palabras más insignificantes de la horrible
conversación que Artemisa y Neftis acababan de mantener, habría creído
definitiva e irrevocablemente que en el mundo no existía ni un solo rincón que
pudiese ampararla de la maldad de la vida ni de la oscuridad del desaliento;
pero no era necesario que llegase hasta su alma el eco de aquellas injurias que
Neftis había lanzado contra ella para sentirse inmensamente desprotegida.
Corría por el bosque, dirigiéndose desesperada hacia su cabaña, sin percibir
apenas los matices de su entorno.
Una rama caída, vencida por las recientes lluvias, se le enredó en los
pies y perdió súbitamente el equilibrio, como si de veras toda la desolación
que experimentaba hubiese convertido su cuerpo en hierro. Notó que la tierra la
acogía queriendo resguardarla de su profundo dolor, pero aquella caída le
desgarró más el alma y la convenció de que ni siquiera la naturaleza deseaba
ampararla ni apiadarse de ella.
De pronto, una violenta ráfaga de viento agitó las ramas de los árboles,
arrancándoles suspiros devastadores y punzantes que a Agnes se le hundieron en
el corazón. Se arrodilló en la tierra, entre dos troncos, y, tras limpiarse las
lágrimas que le empañaban los ojos, miró curiosa a su alrededor, como si
acabase de despertar de un sopor extraño y denso que la había mantenido alejada
del mundo durante un tiempo inmensurable.
La Luz de aquella cálida mañana primaveral reverberaba sobre las hojas
de los árboles y se colaba entre sus ramas convertida en una lluvia tenue y
tibia que acariciaba las flores que alimentaban a las abejas. Una mariposa
tímida se le posó a Agnes en el hombro. Parecía mirarla con curiosidad y a la
vez insistencia. Agnes se fijó nítidamente en cómo destellaban sus pequeñas y
vaporosas alitas. Parecían polvo de estrellas.
Lo que más la sobrecogió fue descubrir que aquella mariposa era tan
nívea como la escarcha. Sólo en Galicia había visto mariposas así, tan bonitas,
tan delicadas y efímeras.
De súbito, cuando más embelesada se sentía, cuando la beldad de aquel
pequeñito ser la había hipnotizado casi enteramente, Agnes oyó que alguien la
llamaba, que un susurro quedo e impregnado de ecos atravesaba el bosque,
quebrando el silencio que la rodeaba, pronunciando su nombre convertido en un
diminutivo lleno de cariño. Se estremeció profundamente, sin regreso, cuando en
aquella voz percibió el tono dulce con el que su avoíña siempre la apelaba.
—
Agnesiña,
Agnesiña.
Creyó que soñaba, que aquel momento nunca podría ser real, pero le
costaba también negar que lo fuese. Notaba con demasiada viveza el eco que
aquellos llamados le entregaban, aspiraba los aromas que la naturaleza exhalaba
como si de veras éstos emanasen de su propio cuerpo y La Luz primaveral que la
envolvía era tan cálida como la lumbre más acogedora.
Entonces, ante ella, entre los árboles, brumosa y quedamente, como si
fuese el reflejo de una lejana nube, apareció una figura etérea, evanescente,
que se difuminaba entre el verdor de los árboles, que parecía nacer del brillo
de aquel hermoso día. Agnes no dudaba de a quién pertenecía aquella imagen. No
había cambiado nada. Era tal como la guardaba en su memoria, era tal como la
recordaba. Incluso le pareció que la lejanía que las había separado hasta
entonces había alimentado su apariencia entrañable y tierna.
Buscó fugazmente a la mariposa que se le había posado en el hombro, pero
había desaparecido.
—
Avoíña —susurró incrédula, pero también tranquila. Entonces se preguntó por
qué, si gozaba de la capacidad de hablar con los que ya se habían ido de la
vida, nunca había podido comunicarse con su abuela, por qué ni siquiera había
intentado atraerla hacia sí con su poderosa magia—, avoíña, Es ti? —le preguntó hablando en gallego, con
una voz susurrante y trémula.
— Agnesiña,
escóitame, por favor...
Al oír la voz de su abuela, la que, pese a que sonaba convertida en un
incansable eco, era tan real como sus pensamientos, sintió que la voz de su
memoria gritaba hasta ensordecerla. Le pareció que el tiempo se invertía y la
transportaba a aquellas tardes en las que, cabe la lumbre, su abuela y ella
habían conversado durante horas. Le pareció que oía el susurro del viento que
agitaba las lejanas ramas de los árboles y recorría las silenciosas calles de
su pequeña aldea como si quisiese llenarlas de vida, de amor, de calidez.
Era la misma voz que tantas veces la había serenado cuando más triste se
sentía, junto a la que había entonado las cantigas más antiguas de Galicia, con
la que había conversado durante horas sobre el valor de la vida, sobre la magia
del amor a la tierra, sobre cualquier tema que a ambas les llenase el alma de
paz y cariño.
Entonces le subió por el pecho una desesperación que le apretó la
garganta, que la asfixió, que le impidió respirar con serenidad. Inspiró con
fuerza, notando que el aire que la rodeaba le arrebataba el aliento, y luchó
contra las desgarradoras ganas de llorar que la ahogaban. Sin embargo, no pudo
evitar que toda la tristeza y la añoranza que le provocaba el recuerdo de los
años más felices de su vida se expandiesen por todo su ser, agitando su corazón
como si el vendaval más destructivo lo hubiese encerrado en su impiadosa
fuerza.
— Avoíña,
por favor, lévame contigo. non te vaias sen min, por favor —le rogó apoyándose en el suelo con sus trémulas manos,
pues notaba que su equilibrio había comenzado a desvanecerse, vencido por la
potente desesperación que la asfixiaba—. Por favor, lévame a Galicia
entre os teus brazos. Non me deixes aquí soíña.
— Volve a Galicia
canto antes, Agnesiña. Non perdas máis tempo. Se permaneces aquí...
— Aquí
ninguén me quere, avoíña
—protestó siendo plenamente consciente de que aquélla era la única realidad que
formaba sus días—. Hai moito tempo da última vez que nos miramos aos ollos,
pero aínda quérote moitísimo, quérote como o fixen sempre. Por favor, non me
deixes soíña.
— Hai moito
tempo, pero aínda eu vexo en ti á rapaciña á quen asustaban os berros e a
maldade das persoas, a nena morriñosa e sensíbel que tiña a alma máis máxica
que xamais puido existir. Escóitame, Agnes, has de regresar a Galicia. É o
único lugar do mundo que pode ser o teu fogar. A terriña estráñate e ámate,
queridiña.
—
Alí tampouco teño a ninguén que me queira —musitó notando que el corazón deseaba
detenérsele.
— volve a Galicia
e busca á túa nai, Agnes. Arrepíntese moito de como se comportou contigo.
Creme, por favor. Acollerate na súa vida e...
—
Non, ela non me quere nin me quixo nunca —la contradijo cada vez más desolada.
— É a túa
nai, Agnes. Por suposto que te quixo e aínda te quere. É imposíbel non
quererte. Ademais, nunca puido perdoarse o dano que che fixo. Has de volver,
Agnes, queridiña.
Entonces Agnes advirtió que la dulce imagen de su abuela comenzaba a
desvanecerse. Se evaporó en el aire, se mezcló irrevocablemente con La Luz que
el cielo lloraba cálidamente y después desapareció como si nunca hubiese
existido.
— Avoíña, non
te vaias, por favor!
—gritó Agnes levantándose de pronto y comenzando a correr en pos de la
desvanecida presencia de su abuela—. Non me deixes soa! Por favor, por
favor, lévame contigo!
Mas ella ya se había ido y aquella vez sí era para siempre. Agnes se
preguntó confusa y rápidamente por qué nunca se había planteado la posibilidad
de que su abuela se escapase por unos instantes del mundo de la muerte y
regresase a su lado. Había conversado con demasiadas almas fenecidas cuando ni
siquiera podía entender que se hallaba a la vera de seres que ya no respiraban,
y nunca se le había ocurrido que su abuela pudiese buscarla en el mundo de los
vivos. Y la había tenido a su alcance efímera y fugazmente, y no había sabido
transmitirle cuánto la había añorado siempre, cuánto la necesitaba.
Como si la aparición de su abuela y sobre todo las palabras tiernas y
desesperadas que ella le había dirigido hubiesen sido un viento que disipaba
las nieblas que se cernían sobre su mente, Agnes de pronto fue más consciente
que nunca de cuánta soledad invadía su vida, de cuánto se había desmoronado su
existencia, de cuánto había perdido durante los últimos meses.
Su abuela le había rogado que regresase a Galicia cuanto antes, pero no
lo haría. No lo haría porque ni siquiera aquella tierra tan dulce, tan mágica y
misteriosa se merecía percibir el profundísimo desaliento que le agrietaba el
alma. No iría a ninguna parte, aunque sí se marcharía para siempre. Se
marcharía de la vida sin despedirse de nadie. Estaba completamente convencida
de que no merecía la pena existir si nadie podía quererla, si nunca se curaría
de aquella horrible enfermedad que todos los que la conocían convertían en una
excusa para rechazarla, para tratarla con una crueldad que de ningún lugar
debía nacer. No merecía la pena respirar si cada suspiro de aire que se
adentraba en su cuerpo estaba cargado de fuego y de desolación, si cada hálito
de vida que la naturaleza le entregaba le quemaba las entrañas, si cada noche
era una pesadilla, si no podía encontrar La Paz nunca, en ningún sitio.
Sí, se iría, pero antes deseaba hablar con Artemisa para cerciorarse de
que ella la odiaba tanto y la temía tan tristemente como Neftis le había
asegurado. Le costaba mucho creerse que alguien que con tanta dulzura la había
mirado y hablado pudiese detestarla, pudiese experimentar por ella sentimientos
tan horribles.
Si era cierto que Artemisa sólo sentía repulsión y pánico por ella,
entonces ya no lucharía por nada ni nadie más, entonces permitiría que la
tristeza deshiciese para siempre su alma y se alimentase de su aliento hasta que
de éste ya no quedase ni la sombra más sutil. Se dejaría arrastrar por el
abandono y el olvido hacia la tierra de la nada. No comería ni bebería nada
hasta que su cuerpo perdiese definitivamente la energía que necesitaba para
mezclarse con la vida. No dormiría para irritar a su mente hasta que ésta se
enloqueciese definitivamente e incluso lo único que ingeriría serían tisanas
venenosas que apagasen poco a poco sus suspiros, su respiración. Y lo haría sin
que nadie lo supiese. A nadie le importaría que se esfumase tan
irreversiblemente, que no volviese a hablar ni siquiera consigo misma. Némesis
sería la única que presenciaría su fin y la acompañaría hasta que exhalase su
último murmullo, su último haz de luz.
Si había sufrido viviendo, si su vida había sido tan desgarradora,
entonces su fin también tenía que ser lento, insostenible, destructivo.
Padecería la muerte, la acogería en su aliento, entre sus brazos, se aferraría
a la oscuridad para que ésta la dominase cada vez más irreversiblemente, y
entonces todo se acabaría, todo. Se silenciarían sus sentimientos, sus
recuerdos hermosos, sus recuerdos horribles, se acabaría todo, todo. Y ya nada
quedaría, nadie se acordaría de ella, pues era inútil intentar dejar mella en
personas que tan poco la querían, que tanto la detestaban. Se iría quedamente.
Quizá gritase cuando el malestar que el veneno que pensaba tomar le deshiciese
las entrañas, pero sería la última vez que alzaría su voz. Después de aquel
instante, nadie, nunca más, jamás, volvería a oír su entrañable y tersa forma
de hablar.
Mas, de repente, cuando más hundida en aquellos destructivos propósitos
se hallaba, resurgió con potencia e incluso violencia la mujer que había nacido
en su interior hacía tiempo. Ésta le gritó con fuerza, desgarradoramente,
recriminándole que fuese tan débil, que permitiese que el desaliento la
venciese de aquel modo tan reprobable y horrible. La animó a que fuese fuerte y
valiente, a que luchase contra la tristeza para que ésta no deshiciese su
poder. Agnes notó que se abría por dentro de ella un vacío por el que caían de
repente aquellos pensamientos tan inicuos y de pronto un ímpetu se le esparció
por todo el cuerpo.
De repente se acordó de que se había propuesto visitar a Artemisa. Evocó
también las espantosas y desalentadoras palabras que Neftis le había dirigido y
el recuerdo de aquella conversación tan hiriente alimentó su valentía, su
decisión, su seguridad. No permitiría que Artemisa la intimidase con sus
potentes sentimientos, no permitiría que nadie volviese a humillarla nunca más.
Sería imponente como la noche más oscura, se esforzaría por tornar hipnótica su
mirada y se expresaría continuamente con firmeza para que Artemisa no pudiese
percibir ni la sombra más sutil de los verdaderos sentimientos que le invadían
el alma.
Sin embargo, sabía que no le convenía acudir a la cabaña de Artemisa
aquella mañana. Lo haría al día siguiente, cuando se hubiese recuperado del
duro golpe con el que Neftis la había humillado. Tenía que celebrar primero un
ritual a través del que adquiriría la energía y la valentía que necesitaba para
enfrentarse a los momentos que viviría con Artemisa. Además, debía avisar a
Némesis de que al fin había llegado el momento de visitar a Artemisa. También tenía
que prevenirla para que supiese tolerar la oscura magia de Artemisa. Si eran
ciertas las palabras que Neftis le había dedicado, entonces la magia de
Artemisa sería mucho más destructiva de lo que jamás se había imaginado. Si era
verdad que la odiaba, posiblemente ya estuviese atacándola desde la distancia,
también con rituales tenebrosos a través de los que le enviaría sólo sombras y
negatividad. Agnes no dudaba de que Artemisa utilizaba su magia para
desvanecerla.
Permaneció aquel día releyendo los libros de magia que tenía, buscando
en sus páginas los detalles más poderosos, reuniendo información para después
utilizar todo lo que había aprendido en el ritual que tenía pensado celebrar
bajo La Luz de las estrellas, entre la oscuridad densa de la noche.
Aquellas lecturas y sobre todo el ritual que celebró cuando ya no
quedaba en el cielo ni el más frágil vestigio del atardecer alimentaron a la
mujer poderosa que batallaba continuamente por vencer a la Agnes sensible y
frágil. La energía que aquella ceremonia le entregó fortaleció aquel carácter
imponente que la protegería de Artemisa y la ayudaría a ocultar sus verdaderos
sentimientos. Agnes ni siquiera podía imaginarse que aquel ritual estaba
acelerando los síntomas de su enfermedad y apresurando la llegada de la locura
más terrible que jamás pudo apoderarse de su mente. Agnes ni tan sólo podía
figurarse que, a partir de aquella noche, le costaría indeciblemente rememorar
los momentos que viviría, que compondrían más tarde su lejano pasado y que la
aguardaban en las sombras inciertas de su futuro.
No durmió en toda la noche. La fortaleza que le anegaba todo el cuerpo y
que se había adueñado aparentemente para siempre de su alma la instaba a
espantar forzosamente el sueño que deseaba posársele en los párpados y a huir
continuamente del cansancio que le vibraba en los brazos, en la cabeza, en las
piernas, incluso en el vientre. Aquella mujer tan poderosa que vivía por dentro
de ella, la que se había acomodado en su corazón expulsando de allí todos los sentimientos
que tan pequeña podían volverla, le indicaba, sin cesar, que, si se sumía en la
inconsciencia, toda aquella valentía que sentía se desvanecería cuando el sol
rozase con suavidad las sombras de la noche.
Némesis observaba con curiosidad todos los gestos y las miradas de
Agnes. Analizaba las emociones que se le desprendían de los ojos, la escuchaba
atentamente cuando le hablaba y también podía captar con nitidez los nervios
que se le habían anudado al estómago. Némesis presentía que a Agnes estaba a
punto de ocurrirle algo que mutaría para siempre la apariencia de su extraño
presente y deseaba avisarla de que se cuidase, de que no permitiese que nadie
le hiciese daño; pero apenas conocía el modo de expresar sus pensamientos con
sus hipnóticos ojos. Lo que conseguía cuando miraba tan hondamente a su amiga
era que a Agnes se le llenase el alma de paz y seguridad, nada más. Agnes ni
siquiera podía imaginarse que Némesis temía por ella, por la frágil serenidad
que resplandecía en su vida.
No obstante, aunque Agnes se esforzase por escaparse de las garras del
sueño, cuando el alba estaba a punto de derramar sus rayos más tenues sobre las
cumbres de las montañas, se quedó dormida junto al fuego. La cálida y
entrañable caricia de la lumbre la arrulló como si de una nana tierna se
tratase. El crepitar de los leños era la melodía de aquella canción de cuna que
fue apartándola de sus pensamientos, de la extraña noche que estaba viviendo,
de sus descontrolados sentimientos.
Despertó cuando el alba brillaba ya con fuerza en el cielo, cuando ya la
noche se había deshecho en haces de oro que acariciaban las flores. Los mirlos
y los ruiseñores unían sus cantos creando una hermosa y calmada trova que se
perdía por la lejanía del silencio. Agnes abrió los ojos sintiéndose
completamente desorientada. Notaba que le costaba respirar. Tenía una presión
en el pecho que le impedía tragar y entender la voz de sus pensamientos.
Intentó deshacerse de aquella extraña sensación que tanto la asfixiaba
sumergiéndose en las frías aguas del lago que había junto a su cabaña, pero le
resultó completamente imposible emerger de aquella confusión en la que cada vez
se sentía más hundida. Sin embargo, la calma más tersa y aterciopelada le
acarició el alma cuando Agnes perdió los ojos por su alrededor mientras
permitía que aquellas nítidas aguas apartasen de su piel todas las vibraciones
oscuras que se la impregnaban.
El bosque despertaba lentamente. La luz del día se asomaba tras las
montañas, curiosa y juguetona, y las sombras de la noche se apartaban
respetuosamente de aquel dorado y esplendente fulgor que se aproximaba con
tanta majestuosidad. El canto de los pájaros, el susurro del viento, el súbito
crujir de las ramas y sobre todo el hondo silencio que inundaba los rincones de
aquella naturaleza tan hermosa fueron un bálsamo de paz para Agnes, quien,
lentamente, se desprendió de la tensión que le impedía comprender el matiz de
los instantes que vivía.
Entonces recordó que se había propuesto visitar a Artemisa. También
rememoró la extraña noche que había vivido. Evocó el recuerdo de aquel ritual
tan mágico y poderoso que había celebrado ante la titilante luz de las
estrellas, entre las sombras más densas de la noche, y le pareció que aquellos
momentos no formaban parte de su existencia. No se reconocía en la mujer que
había construido su imponente apariencia. Sin embargo, se esforzaría por
recuperar aquella valentía y aquella fortaleza que tan hipnótica podían tornar
su mirada, que tanto podían intimidar a quienquiera que la mirase a los ojos.
No fue capaz de desayunar nada, pues los nervios que se albergaban en su
estómago habían devorado por completo su apetito. Tras revelarle a Némesis que
al fin había llegado el momento de visitar a Artemisa, ambas se dirigieron
hacia aquella cabaña que tan entrañable siempre le había parecido a Agnes.
Mientras recorría la importante distancia que la separaba de aquel rincón del
bosque, rememoró todas aquellas ocasiones en las que, disimulada y
cautelosamente, se había aproximado a Artemisa sin que ella ni tan sólo pudiese
intuir su presencia. Artemisa siempre le había resultado en exceso imponente y
mágica. Sus miradas profundas la intimidaban y la empequeñecían como si fuesen
una gran roca y ella, una delicada amapola.
Se preguntó por qué su vida era tan complicada, por qué no podía existir
de un modo más calmado y sencillo, por qué siempre tenía que experimentar cada
emoción con una fuerza que la devastaba, por qué no podía confesarle a Artemisa
que siempre la había amado con una intensidad desgarradora, por qué no podían
ser libres en aquel mundo tan mágico, libres al fin, y correr juntas hacia la
dicha más absoluta e inquebrantable, por qué era tan cobarde, por qué
necesitaba revestirse de valentía para evitar que Artemisa la destruyese con
sus hermosos ojos castaños. Si todo fuese más fácil, si no fuese tan insegura,
si no tuviese tanto miedo, se creería capaz de romper con sus propias manos las
barreras que la separaban de la mujer que siempre había sido su único amor, que
había compartido con ella tantos y tantos instantes místicos, que la había
querido con una sinceridad inmensurable...
Aquellos pensamientos le llenaron el alma de desconsuelo. Sintió ganas
de llorar cuando notó la fuerza que irradiaban, cuando se percató de que
aquellos anhelos habían aniquilado a la mujer valiente que intentaba ser
continuamente, en la que sin cesar trataba de convertirse.
A medida que se acercaba al hogar de Artemisa, el corazón le latía con
más fuerza, golpeándole el pecho con desconsideración y agresividad. Agnes
trataba sin tregua de dominar los nervios que le ardían en el alma, pero apenas
podía oír la voz de sus sentimientos. Éstos parecían albergarse en otro
espíritu que en nada se relacionaba consigo misma, con su vida ni con su
pasado.
Artemisa la odiaba, la detestaba como si fuese el ser más despreciable
de la Historia. Neftis no solía mentir nunca y conocía a Artemisa mucho mejor
que nadie. Aunque era consciente de que Neftis le había dirigido todas aquellas
palabras dominada por una furia profundamente dañina e incandescente, Agnes no
dudaba de que Neftis le había comunicado la única realidad que podía existir en
su vida. Además, aunque Gaya y Neftis le hubiesen asegurado que no se
atreverían nunca a revelarle a Artemisa aquellos detalles de su vida que eran
para ella los secretos más importantes, estaba totalmente convencida de que Artemisa
conocía la mayor parte de los matices de su horrible pasado. Aquella certeza la
intimidaba y la asustaba tanto que apenas podía respirar cuando la invadía,
cuando vociferaba en medio de sus descontrolados sentimientos. Aquella certeza
era capaz de hacer temblar el equilibrio de la mujer poderosa que le permitiría
ser valiente e imponente delante de Artemisa, que le permitiría luchar contra
la magia oscura de aquella mujer que deseaba herirla tanto.
Llegó a la cabaña de Artemisa cuando más confundida y asustada estaba.
Se percató de que los destructivos y tensos pensamientos que le habían anegado
la mente habían resquebrajado el disfraz de mujer valiente tras el que anhelaba
y pretendía ocultarse. Habían resurgido por dentro de ella la nostalgia y la
desesperación que siempre se adueñaban de su razón cuando recordaba a Artemisa,
cuando evocaba todos los instantes que habían compartido ya hacía tantos años.
No obstante, se esforzó por recobrar la serenidad, por erigir de nuevo el muro
de piedra y apatía que tanto podía protegerla.
Tras pedirle a Némesis que la aguardase escondida entre los troncos de
los árboles, Agnes llamó muy delicadamente a la puerta de la cabaña de
Artemisa. Una parte de su alma (la que resistía el embrujo que tan
irrevocablemente la dominaba) rogaba que Artemisa no abriese, rogaba que no se
hallase allí y que fuese completamente imposible encontrarla.
Mientras Artemisa no le abría la puerta, Agnes se preguntó rápidamente
por qué estaba allí, qué deseaba conseguir, a qué aspiraba. Aquellas preguntas
la convencieron súbitamente de que regresase a su cabaña, pero, justo cuando
estaba a punto de alejarse de allí, Artemisa apareció ante ella.
Aunque estuviese confundida y levemente aturdida, Agnes pudo analizar
con nitidez el significado de la mirada que se apoderó de los hermosos ojos de
Artemisa. Fue extrañeza, fue inseguridad y fue sobre todo miedo lo que invadió
esos ojos que parecían el reflejo de los troncos de los robles en un sereno
lago. Fue miedo, sí, había sido miedo; un miedo que había helado las facciones
de su rostro, que la había hecho retroceder un paso cuando había descubierto
quién era la persona que había irrumpido en su calma. Fue miedo. Sí, Artemisa
la temía como Neftis le había asegurado. Aquella realidad la golpeó con tanta
fuerza en el corazón que Agnes estuvo a punto de perder el aliento.
—
Agnes
—la saludó Artemisa sonriendo forzadamente, con una voz que pretendía ser dulce
y acogedora; pero Agnes percibió demasiado temor en su sonar—, ¿Qué deseas?
¿Debía responderle? ¿O realmente no merecía la pena esforzarse por
convertir en palabras sus extraños sentimientos y mucho menos sus insanos
deseos? Agnes sintió que toda aquella valentía que la había impulsado a correr
hacia el hogar de Artemisa se deshacía como si Artemisa fuese un incendio y
ella solamente estuviese hecha de escarcha. La verdadera Agnes venció a la
mujer poderosa que tan imponente la volvía. Se esparcieron por todo su ser esas
emociones que tanto la empequeñecían y de pronto notó que los ojos le brillaban,
que las mejillas se le sonrojaban y que el corazón comenzaba a latirle
descontrolado y desubicado, como si nunca hubiese palpitado antes, como si
acabase de nacer.
—
Me
gustaría hablar contigo —le respondió al fin. Su voz sonó serena, a pesar de lo
nerviosa que estaba, a pesar de las punzantes emociones que le reverberaban en
el alma—; pero, si estás ocupada, puedo volver en otro momento.
—
Estaba
moldeando una figura de la Diosa para el altar de Beltane, pero puedes pasar
—la invitó retirándose de la puerta.
Agnes se introdujo tímidamente en la cabaña de Artemisa sintiendo que
las manos le temblaban. Era la primera vez que estaba en aquel hogar que desde
la distancia tan acogedor le había parecido siempre. En cuanto se halló rodeada
por los muros de madera que lo formaban, advirtió que una calma muy tersa y
cálida le acariciaba la piel. Olía a flores, a incienso, a la humedad y a la
rebeldía de la arcilla.
Saber que se hallaba a solas con Artemisa, lejos de cualquier mirada
indiscreta, lejos de cualquier voz que pudiese irrumpir en aquellos momentos
tan especiales, la convirtió en el trémulo pábilo de una antigua vela. Se
sintió desvanecer al ser plenamente consciente de que apenas le había costado
conseguir que Artemisa la invitase a su morada. Estaba a solas con ella,
estaban solas en unos instantes que nadie podría quebrar. Aquella certeza la
instó a dedicarle a Artemisa una mirada anegada en cariño, en dulzura y sobre
todo en amor. Se olvidó de los miedos que ensombrecían su vida. Se olvidó de que
Artemisa supuestamente la temía, olvidó la crueldad de su pasado y de su
tortuoso presente.
Sin embargo, Artemisa parecía tan distante... Agnes advirtió que
Artemisa se esforzaba por no mirarla. Se apartaba de la trayectoria de sus ojos
como si irradiasen unas potentes vibraciones que la deshacían. Agachaba la
cabeza justo cuando Agnes estaba a punto de envolverla en aquella mirada tan
dulce con la que tanto deseaba protegerla. Sin embargo, Artemisa sí percibía la
calidez con la que Agnes la observaba, pero no se atrevía a corresponder a
aquella mirada que tanto le acariciaba el alma. Estaba asustada y cada vez más
intimidada, pero trató de esconder sus emociones tras una sonrisa amable y
luminosa que a Agnes la enamoró profundamente.
—
¿Quieres
tomar algo? —le preguntó Artemisa con educación mientras limpiaba la mesa donde
estaba trabajando—. tengo té...
—
Te
agradecería mucho que me dieses un vaso de agua —le pidió intentando expresarse
con claridad.
—
Sí,
los que quieras —se rió Artemisa nerviosa—. El camino que separa tu cabaña de
la mía es bastante largo, ¿verdad?
—
Un
poquiño, pero no tanto como la distancia que tendría que recorrer si quisiese
ir a la casa de Gaya.
Artemisa no se atrevía a mirar a Agnes a los ojos. Tenía la sensación de
que de su voz se desprendía ya un sinfín de sentimientos, de sensaciones y de
emociones que la paralizaban y la intimidaban profundamente y sabía que, si se
hundía en la nocturnidad expresiva de los ojos de Agnes, su fortaleza y su
valentía se desharían para siempre, sin dejar rastro.
Agnes le parecía tan dulce, tan bondadosa y amable en aquellos momentos...
Su forma de hablar era arrulladora y muy tierna, era acogedora como el sonido y
el olor de la lumbre que deshace el frío del invierno. Se expresaba con tanta
calma, con tanta calidez y sentimiento que Artemisa creyó que aquella voz era
la que convertía en palabras las emociones que invadían el vientre de la Madre Tierra.
Tuvo la impresión de que Agnes portaba en su alma el espíritu mágico de la
Diosa. Fue incapaz de comprender por qué le invadían la mente pensamientos tan
extraños, pero le resultaba tan complicado huir de su poderosa presencia...
Al fin, cuando ya terminó de limpiar la mesa en la que había estado
trabajando con la arcilla, se acercó a Agnes y se atrevió a mirarla a los ojos.
Agnes se quedó paralizada cuando notó que la envolvía la magia de aquella honda
mirada. No pudo pensar y tampoco sabía cómo debía actuar. Artemisa nunca la
había mirado de ese modo, con tanta profundidad e incluso indiscreción. Parecía
como si se hubiese adentrado en sus ojos para analizar todas las emociones que
le inundaban el alma.
De repente se sintió completamente desprotegida, como si, con sus ojos
castaños y mágicos, Artemisa estuviese desnudando su alma, arrebatándole todas
las máscaras que podían ocultar los sentimientos que le latían con fuerza en el
corazón. Agnes tuvo la sensación de que podía oír la voz de los pensamientos de
Artemisa. Le pareció que Artemisa se preguntaba a sí misma qué hacía Agnes en
su hogar, cómo se había atrevido a visitarla cuando tanto la odiaba y cómo
podía lograr que se marchase y que nunca más volviese a mirarla en lo que le
restaba de vida.
Mas Artemisa jamás sería capaz de formularse unas preguntas tan
horribles y tristes. En aquellos momentos, todos sus pensamientos y sus
sentimientos se habían convertido en una desgarradora esfera de niebla que
había ensombrecido su razón y su seguridad. Los ojos de Agnes eran hipnóticos,
parecían poder atisbar cualquier suspiro de tristeza o de regocijo que le
latiese en el alma. Ella también se sintió totalmente expuesta ante la mirada
de Agnes, como si ninguna prenda ni física ni anímica pudiese cubrir sus
emociones y sus recuerdos.
—
¿Vendrás
a Beltane, Agnes? —le preguntó intentando huir de la confusión que la había
aferrado del alma—. Lo celebraremos el miércoles que viene. Como el jueves es
fiesta, podremos permanecer festejándolo hasta el amanecer. Es una noche tan
mágica...
—
Supongo
que sí —le respondió Agnes confundida agachando los ojos.
—
Hace
tiempo que no asistes a nuestros rituales. ¿Por qué?
Agnes no sabía qué contestarle. Tenía la sensación de que Artemisa
deseaba quebrar con la palabra más insignificante el silencio que antes las
había amparado de cualquier emoción tensa. Enseguida advirtió que Artemisa se
sentía cada vez más nerviosa, como si su presencia la alterase. Lo cierto era
que ella también tenía el corazón en exceso acelerado y una terrible
intranquilidad se le había aferrado al alma, impidiéndole disfrutar de la
belleza de aquel instante que tantas veces había soñado vivir.
—
Me
gustaría que vinieses —le confesó acercándose más a ella—. Se nota mucho que no
estás cuando faltas a los rituales. Eres tan poderosamente mágica...
Aquellas palabras fueron una profunda caricia que atenuó la intensidad
de los nervios que experimentaba. Deshicieron por unos efímeros instantes la
inseguridad y el miedo que le impedían comportarse con Artemisa tal como
siempre había anhelado hacerlo. No obstante, enseguida supo que Artemisa no le
hablaba con franqueza. Con aquel halago que tan hermoso había sonado, Artemisa
únicamente había aspirado a arrancarle del alma certezas que ella jamás sería
capaz de confesarle.
Mas Artemisa no le mentía. Las bellas palabras que acababa de dirigirle
eran el más puro reflejo de lo que pensaba sobre ella. Estaba completamente
segura de que Agnes era muchísimo más mágica y especial de lo que todos creían
y, en esos momentos, ansiaba destruir aquel miedo que las palabras de Neftis le
habían inspirado para demostrarle que confiaba en ella, para convencerla de que
en sus brazos podía encontrar un hogar en el que protegerse.
Sin embargo, aunque se negase a aceptar que fuesen totalmente ciertas,
las palabras que Neftis le había dirigido el día anterior habían condicionado y
modificado su forma de pensar. Tampoco podía olvidar en ningún momento que la
enfermedad que Agnes padecía era demasiado punzante, era incluso peligrosa.
Aquella certeza volvía trémulos e inseguros sus movimientos y le impedía
expresarse con ligereza. Además, era plenamente consciente de que Agnes podía
detectar todas sus reacciones y todos sus gestos, hasta los más insignificantes
y aparentemente fugaces.
—
Gracias
—dijo al fin Agnes, sonriendo muy efímeramente, casi de forma imperceptible—. Eres
muy gentil conmigo.
—
Sólo
digo la verdad —le aseguró ella retirándole la mirada.
—
Vives
en un lugar muy hermoso del bosque —le indicó mientras se sentaba en una silla,
junto a la ventana del salón.
—
Yo
no he estado nunca en tu cabaña, pero tengo entendido que también moras en uno
de los rincones más bellos de esta naturaleza.
—
Sí,
lo cierto es que sí —le respondió con nostalgia perdiendo los ojos por la
inmensa vegetación que rodeaba la cabaña de Artemisa.
Artemisa le ofreció el vaso de agua y después se sentó delante de ella. Deseaba
volver a hundirse en sus preciosos ojos negros, pero no se atrevía a hacerlo.
Creía que, si se sumergía de nuevo en aquella mirada tan hipnótica y mágica,
sus convicciones temblarían hasta deshacerse para siempre. Le costaba muchísimo
comprender lo que sentía, le costaba entender lo que Agnes le inspiraba.
Aquella mezcla de temor, de compasión y de atracción que le latía en el alma la
ensordecía como si de veras tuviese una voz estridente y destructiva. Era la
primera vez que le ocurría algo así y estaba tan desorientada que apenas podía
pensar en las palabras que pronunciaba.
Además, la voz de su intuición no dejaba de advertirle de que, en un
futuro lejano, Agnes se convertiría en la razón que la impulsaría a abrir los
ojos todos los días. Agnes se tornaría su anhelo más fuerte, su deseo más
indestructible. También le desvelaba que aquel sutil lazo que ya las unía (el
cual Artemisa ni siquiera sabía experimentar) se fortalecería hasta volverse
indestructible. Aquellas certezas la asustaban, la desmoronaban como si fuese
un montón de piedras ya cansadas de permanecer lejos del agua, ya cansadas de
vivir tan solas. Ni tan siquiera se creía capaz de aceptarlas como parte de su
futuro incierto, pero tampoco podía negar que fuesen reales, que definiesen la
apariencia de los años que la aguardaban al otro lado del paso del tiempo.
A Artemisa le parecía que la voz de su intuición brotaba de la presencia
de Agnes, de sus ojos silentes y nocturnos, de su entrañable modo de hablar, de
su quietud y de la calma que se desprendía de todos sus gestos, esa calma que
contrastaba tan profundamente con las verdaderas emociones que le anegaban el
alma.
Deseaba preguntarle tantas cosas... pero parecía como si se hubiese
olvidado de todas las palabras que conocía. Para tratar de huir del
aturdimiento que tanto la dominaba, analizó con minuciosidad y cariño los
pausados y serenos gestos de Agnes. Entonces advirtió, como si nunca lo hubiese
hecho antes, que Agnes parecía inmensamente triste y también asustada, como si
aquel silencio que la envolvía la intimidase hondamente.
Artemisa se sobrecogió cuando se percató de que Agnes también se sentía
tan empequeñecida. Le costaba mucho entender por qué Agnes, quien tan poderosa
parecía, se deshacía ante ella, quien apenas había comenzado a albergar la
magia de la vida en su quebradiza alma. Sí, era indudable que su presencia la
estremecía, la amedrentaba incluso.
Entonces ansió quebrar con preguntas profundas aquella máscara de
quietud tras la que Agnes se ocultaba, pero era plenamente consciente de que
Agnes huiría de su lado en cuanto reparase en que Artemisa deseaba indagar en
sus intensos y desgarradores sentimientos.
—
Agnes,
¿por qué estás tan triste? —le preguntó sin poder retener aquellas indiscretas
palabras, sin valorar apenas el efecto que éstas producirían en el alma de
Agnes—. Te noto tan decaída...
Agnes la miró sorprendida y sobrecogida, mucho más sobrecogida que
antes. La pregunta de Artemisa le había agitado tanto el alma que de pronto le
pareció que un terremoto violento y desgarrador removía todo su interior. No
obstante, tratando de esconder su profunda turbación, le contestó con dulzura y
amenidad:
—
No
me ocurre nada que tenga importancia. Yo siempre fui así, tan nostálgica...
—
Si
deseas hablar con alguien, Agnes, yo puedo escucharte todo el tiempo que
necesites —le ofreció Artemisa acercándose más a ella e intentando tomarla de
la mano, pero Agnes se la retiró disimuladamente, temiendo que la frágil
serenidad que le permitía hablar con ella con seguridad se desvaneciese si la
tocaba, si sentía en su propia piel la calidez y la suavidad de la de
Artemisa—. Sé que te cuesta mucho confiar en los demás, pero yo te aseguro que
nunca te juzgaré.
—
Me
apetece que conversemos en el bosque. Hace una mañana muy bonitiña y mágica —le
propuso levantándose nerviosa de la silla que ocupaba. Artemisa se dio cuenta
enseguida de que Agnes había huido de sus palabras, de su cercanía, de la
protección que ella podía ofrecerle.
—
Sí,
es cierto, hace una mañana preciosa. Vayamos, pues. Es absurdo que estemos
encerradas cuando brilla tanto el sol, cuando hay tanta vida en el bosque.
—
Sí,
por eso —le musitó ella intentando sonreírle, pero estaba tan sobrecogida que
la intención de esbozar aquel mágico gesto que tan resplandeciente tornaba su
rostro se desvaneció al instante.
Agnes se sentía cada vez más desecha por la magia que se desprendía de
los ojos y la voz de Artemisa. Tenía la impresión de que ya no le quedaba en el
alma ni el más sutil vestigio de la vida de aquella mujer poderosa que tanto
podía ayudarla a ser valiente. Le temblaba el corazón, le temblaban las manos,
y un frío muy gélido se le había repartido por todo el cuerpo, helándole la
sangre. Le costaba muchísimo entender por qué estaba tan inquieta, por qué se
sentía tan desvanecida; pero enseguida dedujo que era el vigor que dimanaban
los gestos y las palabras de Artemisa lo que tanto la empequeñecía.
Y Agnes sabía que, en cuanto se hundiese en los hipnóticos y dorados
ojos de Némesis, recuperaría esa valentía que tan imponente le haría parecer.
Sí, necesitaba a Némesis. No le importaba realmente que la mañana brillase con
una fuerza azulada y cálida. Lo único que anhelaba era que Némesis le
devolviese ese ímpetu que Artemisa le había arrebatado.
Lo que Agnes jamás se imaginaría era que Artemisa se sentía exactamente
como ella. Artemisa también notaba que el poder y la magia que irradiaban los
ojos de Agnes, los que le parecían hipnóticos y en exceso especiales, la habían
empequeñecido, habían tornado su seguridad en el reflejo de una lágrima, y en
aquellos momentos creía que Agnes podía deshacerla con tan sólo una leve y
fugaz mirada. Además, continuamente se le repetían en la memoria las palabras
de Neftis; aquéllas con las que le había asegurado que Agnes deseaba atacarla
silenciosa e imperceptiblemente, con las que le había revelado que Agnes era
peligrosa, que la enfermedad que padecía la convertía en un ser totalmente
despreciable que únicamente albergaba en su alma odio y despecho. No obstante,
le costaba muchísimo creer que Agnes, aquella mujer de ojos dulces y de hablar
tan entrañable y calmado, pudiese tener el alma anegada en unas emociones tan
horribles. Incluso podía asegurar que Agnes la miraba con ternura, con amor,
con muchísimo cariño, y que era precisamente la vergüenza que siempre la
invadía cuando debía relacionarse con otra persona la que atenuaba la fuerza de
aquellos sentimientos tan hermosos.
Cuando empezaron a caminar entre los árboles, Artemisa se fijó en que
Agnes parecía un pedacito de noche abandonado en medio de La Luz, parecía el
rescoldo de una sombra triste que el amanecer se había negado a deshacer, de la
que la noche se había olvidado al alejarse del día. Su hermosura se
intensificaba cuando la envolvía el fulgor de la mañana, cuando el verdor de
las hojas de los árboles y el de la hierba contrastaba con sus negras
vestiduras, con sus oscuros cabellos y sus profundos ojos. Además, su piel
pálida parecía el eco de la presencia de la luna. Artemisa pensó que Agnes era
la mujer más bella que había conocido en su vida y sabía que Agnes ni siquiera
era consciente de cuánta beldad teñía su apariencia y se albergaba en su alma.
No dudaba de que la autoestima de Agnes era completamente nula, inexistente, un
mero espejismo de un amor propio que nunca se desarrollaría. Y aquella certeza
la entristeció profundamente. No obstante, se preguntó si la lástima que de
repente le había inundado el corazón provenía de aquellos pensamientos o de los
ojos de Agnes. Quizá se le hubiese contagiado la pena que invadía la vida de
Agnes.
—
La
primavera en estos lares es muy hermosa —le indicó Artemisa con cariño, notando
que lentamente se recuperaba de la pequeñez que tanto la había deshecho—; pero
supongo que no será tan bonita como lo es en tu tierra.
Aquellas palabras fueron una punzada de nostalgia que se le clavó en lo
más profundo del corazón. Artemisa tenía tanta razón... Agnes recordaría
siempre, recordaba con demasiado amor y nitidez, cómo la naturaleza que tanto
amaba despertaba con lentitud del sopor en el que el invierno la sumía. Agnes
adoraba percibir cómo los días se tornaban cada vez más tibios, más azulados,
más largos, y cómo la nieve se derretía tañida por los rayos del sol, como si
aquella luz tan dorada y mágica la enamorase hasta deshacerla de timidez.
Entonces regresaban con pausa las aves que se habían alejado de allí buscando
la calidez de la vida. Renacían las flores, se liberaba el cauce del río en el
que en estío solía bañarse todas las tardes y el bosque se impregnaba de olores
muy dulces e intensos, de colores, de sonidos que la arrullaban como si fuesen la
nana más tierna. Galicia cantaba en el resurgir de la vida tras la sombría y
gélida época del invierno. En Galicia era tan sencillo percibir el paso de las
estaciones, el advenimiento de la primavera, del verano, del otoño... y el retorno
del invierno.
—
En
Galicia la vida es simplemente más hermosa, la vida es vida —le contestó Agnes
con mucha nostalgia, aunque se esforzó por ocultar la inmensa morriña que podía
tornar trémula su voz—. No volví a sentirme viva desde que me fui de allí...
pero pronto regresaré.
—
¿Cuánto
tiempo hace que te marchaste de Galicia? —le preguntó intentando atenuar la
añoranza que se le desprendía de la voz.
—
Hace...
mucho tiempo —respondió Agnes incapaz de contar los años que llevaba lejos de
su amada tierra.
—
¿Con
cuántos años te fuiste de allí?
—
me
apartaron de Galicia, de mi único hogar, cuando tenía catorce años. Yo no
quería irme, no quería —le confesó con la voz impregnada de toda la melancolía
que la asfixiaba. Aquella nostalgia deshizo definitivamente la calma que le
había permitido existir con serenidad en aquel instante—. Siempre me sentí como
si me hubiesen arrancado el alma. Me cuesta respirar hallándome tan lejos de mi
tierra y, aunque estos lares sean tan hermosos, yo no puedo ser feliz aquí, ni
aquí ni en ninguna parte del mundo. Tengo que volver antes de que el corazón se
me deshaga para siempre...
Artemisa se estremeció al captar la desolación que humedecía las
palabras de Agnes. Nunca había oído a nadie expresar con tanta desesperación el
amor a un lugar del mundo. Artemisa pensó que ni siquiera el amor más
enloquecido podía compararse al que Agnes sentía por Galicia. Incluso tenía la
sensación de que Agnes portaba en el alma la nostalgia que aquella tierra
también le profesaría a ella, a alguien que no podía respirar un aire que no
manase de aquellos lares que eran su verdadero hogar.
—
Entiendo
lo que sientes, aunque yo no extraño tanto el lugar en el que nací. Sí, tienes
que regresar en cuanto puedas, Agnes. No creo que sea bueno albergar tanta
desesperación en el alma.
—
MI
alma ya está en exceso lacerada. Tengo heridas que jamás se me curarán, porque,
cuando más debían cuidarme y consolarme de la inmensa pena que me devoraba el corazón,
fue cuando peor me trataron —le confesó apenas sin pensar en sus palabras. Al
instante se arrepintió de haber sido tan inmensamente sincera.
—
¿Y
por qué te alejaron de allí? —le cuestionó deteniendo su paso y tomándola
delicadamente del brazo—. ¿Adónde te llevaron? ¿Y quién se comportó tan
cruelmente contigo?
—
Lo
sabes, ¿verdad? Sí, sabes lo que me ocurrió. Conoces más detalles de mi vida de
los que deberías saber —le indicó ella con impotencia. Sus recuerdos más
tristes y sobre todo la nostalgia que siempre le latía en el alma la
deshicieron de miedo. Era incapaz de mirar a Artemisa a los ojos, pero sin
embargo se fijó en su rostro lleno de extrañeza—. No me mientas, por favor. No
quiero que me engañen más.
—
Yo...
sólo sé que...
—
¿Qué
sabes de mí, Artemisa?
Artemisa notó que la tierra temblaba bajo sus pies. En ningún momento se
había planteado la posibilidad de que Agnes intuyese que conocía aquellos
detalles tan tristes de su vida. No deseaba que descubriese que sabía que
estaba irrevocablemente enferma y que la habían arrancado de Galicia porque ansiaban
encerrarla en un sanatorio.
Agnes estaba cada vez más convencida de que Artemisa conocía todo lo que
había vivido. Ser consciente de que aquella mujer a la que ella tanto quería
sabía que estaba horriblemente enferma la desoló muchísimo más, le destrozó el
corazón. Una brutal impotencia se le aferró con fuerza al alma y entonces, sin
esperárselo, resurgió repentinamente la mujer valiente que podía ayudarla a
esconder sus verdaderos sentimientos.
Entonces sí fue capaz de mirar a los ojos a Artemisa y lo hizo con
fortaleza, con una leve distancia que atenuaba la desgarradora frustración que
le latía en la mirada. Con aquella mirada, aspiraba a deshacer la tristeza que
había impregnado aquellos momentos. Ansiaba que Artemisa creyese que ella era
mucho más fuerte que nadie y que podía intimidar a quienquiera que se
propusiese burlarse de sus sentimientos y de sus tristes recuerdos.
—
Agnes,
no tengas miedo. Yo no te juzgaré nunca ni tampoco te rechazaré porque estés...
—intentó decirle, pero notó que aquellas palabras intensificaban la frustración
que le latía a Agnes en el alma; la que la instaba a mirarla con tanta firmeza.
—
Lo
sabes, lo sabes todo —musitó Agnes retirándose levemente de ella, pero Artemisa
no la soltó del brazo—. Sabes que estoy enferma. Por eso te inspiro tanto
miedo.
—
Tú
no me inspiras miedo, Agnes. Agnes, tú eres la mujer más mágica que conozco —le
confesó asiéndola con mucho primor de la mano. Se estremeció al descubrir que
sus dedos estaban en exceso fríos y eran delgados como el tallo de una flor—.
Yo puedo ayudarte...
—
No
me mientas, Artemisa. Sí me temes.
—
No,
Agnes, no es así. Yo puedo ayudarte.
—
Nadie
puede ayudarme, Artemisa —le negó agachando los ojos. De nuevo notaba que la bondad
de Artemisa deshacía su valentía—. Lo mejor será que ni siquiera recuerdes que
existo, que te olvides de mí y que ni tan sólo me mires.
—
No,
eso no es verdad. Agnes, yo... yo nunca he ayudado a nadie que... pero...
—
Nunca
ayudaste a nadie que estuviese tan enfermo. Es eso lo que querías decir,
¿verdad? —le cuestionó profundamente intimidada.
—
Sí,
pero puedo aprender si tú me enseñas.
—
¿Y
por qué? ¿Por qué crees que me merezco que pierdas el tiempo de tu vida
intentando ayudarme?
—
Agnes,
sé que podemos estar muy unidas si vencemos...
—
No,
Artemisa, no. Además, tú estás consagrada a la Diosa, ¿verdad? —le preguntó
intentando recobrar la calma, intentando recuperar la valentía y la fortaleza
que tan segura volvían su voz.
Artemisa se quedó totalmente paralizada, sin saber qué decir, qué debía
pensar. Le costaba entender por qué Agnes le había dirigido aquella pregunta
tan inquietante, tan íntima, justo cuando más tiernamente conversaban, justo
cuando parecía que ya habían comenzado a deshacerse los miedos y la crueldad
que Neftis había derramado sobre el lazo que las unía. Entonces Artemisa volvió
a experimentar un pavor indestructible al plantearse la posibilidad de que
Agnes descubriese los sentimientos que guardaba para ella en lo más hondo de su
corazón.
—
Dime
la verdad, Artemisa. ¿Estás consagrada a la Diosa? —volvió a preguntarle, esta
vez notando que, al fin, regresaba a su ser la mujer imponente que podía deshacer
su timidez y sus emociones más desgarradoras.
—
¿Y
eso qué importa, Agnes?
—
Importa
porque, si lo estás... si lo estás, dentro de poco te convertirás en
sacerdotisa de la Diosa y después puede que seas la suma sacerdotisa del
aquelarre. Sé que Gaya piensa en ti como su sucesora.
—
¿Cómo?
—le cuestionó Artemisa completamente desubicada y sorprendida—. Yo no aspiro a
ser la suprema sacerdotisa del aquelarre. ¿Acaso crees que me interesa el poder?
—
No
es un poder mundano el que adquieres cuando...
—
¿Y
cómo sabes que Gaya desea relegar en mí esa responsabilidad tan grande? —siguió
interrogándola sintiendo que el alma le temblaba cada vez con más fuerza.
—
Eso
no importa.
—
Por
supuesto que importa, Agnes.
—
No
te preocupes, Artemisa. Yo no le contaré a nadie que estás consagrada a la
Diosa ni tampoco que Gaya quiere que seas la suma sacerdotisa del aquelarre.
Será un secreto entre las dos... o entre nosotras tres —le indicó al notar que
Némesis se acercaba a ellas, dándole ya ese valor que tanto le había faltado.
Impulsada por aquellas súbitas palabras, Artemisa deslizó los ojos por
su alrededor, desorientada y asustada. Entonces descubrió que, tras Agnes, una
enorme serpiente la miraba con ojos áureos e hipnóticos. Estuvo a punto de
proferir un alarido de terror cuando se encontró con la imagen de aquel animal
tan inmensamente imponente. Nunca había visto una serpiente de aquel tamaño tan
considerable, de cuyos ojos se desprendiese tanta sabiduría. Le pareció que
podía captar nítidamente las emociones de quienquiera que se hundiese en su
poderosa mirada.
Agnes se percató enseguida de que a Artemisa se le había llenado el alma
de un gélido y súbito terror que había deshecho por completo la calma que le había
permitido afrontar con seguridad aquellos extraños momentos. Se desvanecieron
al instante los bellos sentimientos que le inspiraba la mirada afable y la
entrañable voz de Agnes y lo único que pudo experimentar fue pánico. Oyó de
nuevo en su mente, con mucha más nitidez que nunca, las palabras con las que
Neftis le había advertido de que Agnes era peligrosa, con las que le había
suplicado que se alejase de ella y que no permitiese que su vida se mezclase
con la de aquella mujer tan oscura. Le pareció que aquellas frases tan tristes
cobraban un sentido que hasta entonces no había sabido darles.
— Ay, pero no tengas miedo —le pidió
Agnes con mucho cariño y dulzura sonriendo con sinceridad. Era la primera vez
que Artemisa veía sonreír tan luminosamente a Agnes—. Némesis es muy buena y
nunca te hará daño, de veras —le aseguró mientras se agachaba junto a Némesis,
quien enseguida apoyó la cabeza en el pecho de Agnes—. Némesis, ela é
Artemisa. Aínda non a coñecías, verdade? Mira os seus olliños. Son tan
fermosos... verdade? Ten moito medo. Míraa cos teus ollos bonitiños e convéncea
de que nunca lle farás dano.
Al oír a Agnes expresarse en su entrañable lengua, Artemisa notó que se
atenuaba el inmenso pánico que se le había apoderado del alma. Sin embargo, le
costaba mucho recuperar definitivamente la calma si Némesis la miraba con tanta
profundidad, si aún se desprendía sin cesar tanta potencia y magia de los ojos
y de la voz de Agnes. No pudo evitar que aquella pequeñez que hasta entonces
había logrado mantener serena se esparciese de nuevo por todo su ser, acallando
definitivamente la confianza que le profesaba a aquella mujer tan...
inquietante. Sí, Agnes la inquietaba como nadie lo había hecho nunca en su
existencia. La inquietaba a la vez que la fascinaba, pero aquella fascinación
que sentía por ella lentamente moriría hasta tornarse en el reflejo de un
místico sueño.
—
Hemos
de irnos ya, Artemisa —le comunicó Agnes alzándose del suelo y mirándola con
fortaleza—. Regresaremos prontiño... o tal vez nos veamos en Beltane.
Agnes intentó sonreírle, pero advertir que Artemisa todavía estaba tan
asustada y que de su mirada solamente se desprendía inseguridad y desconfianza
la obligó a deshacer aquella dulce intención. Sin embargo, en aquellos
momentos, ya no la desasosegaba ni la hería saber que Artemisa la temía. La
mujer que vivía en su interior, batallando continuamente contra la débil
personalidad que siempre la había caracterizado, le había devuelto su valentía,
su imponente apariencia.
—
Adiós,
Artemisa.
Artemisa no le contestó. Cuando notó que Agnes y su temible serpiente se
alejaban de ella, se aferró al tronco de un árbol sintiendo que su equilibrio
temblaba y que las emociones y las sensaciones que le inundaban el alma la
tornaban trémula e insignificante como el último suspiro de vida de los pétalos
de una delicada flor.
Le costaba muchísimo comprender de dónde procedían aquellos sentimientos
tan sobrecogedores que tanto la intimidaban y la disminuían; pero estaba segura
de que la principal fuente de todos sus miedos era Agnes, eran la fortaleza y
la magia que irradiaban sus profundos ojos negros; aquellos ojos que le
parecían hipnóticos y hechiceros. Además, descubrir que Agnes era tan amiga de
un animal tan peligroso la desolaba hondamente sin que apenas pudiese saber por
qué experimentaba aquella congoja tan asfixiante. Se preguntó por qué nunca
nadie le había hablado de Némesis, por qué nadie le había contado que Agnes se
avenía tan íntimamente con las serpientes.
Aquella vida que le había parecido un mágico sueño estaba convirtiéndose
lenta, pero intensamente en una extraña pesadilla en la que los hechos más inverosímiles
eran los más reales e innegables, en la que las miradas que se cruzaban con sus
ojos guardaban en su silencio significados mucho más claros que el que definía
las palabras que conocía, en la que cualquier suspiro de vida se tornaba un
huracán, en la que la oscuridad de la noche podía ser interminable. Estaba
segura de que, a partir de aquellos momentos, nada volvería a ser igual, se
quebraría lentamente la senda estrecha y calmada por la que hasta entonces
había vagado. Debía recuperar la serenidad que le permitiría afrontar los
tensos instantes con los que la vida deseaba apuñalarle el alma y confundirla,
pero en su interior se había declarado un incendio que parecía inextinguible.
Se habían cernido sobre su corazón anhelante unas brumas que ocultaban
cualquier ápice de valentía que le facilitase respirar sosegadamente sin sentir
miedo, sin notar que cualquier hecho la empequeñecía.
Regresó a su cabaña tratando de serenarse, tratando de reencontrarse con
los pedacitos de su alma que le había arrebatado la tensión que había
impregnado los momentos que había vivido con Agnes, pero enseguida se percató
de que aquéllos eran ya irrecuperables, pues Agnes se los había llevado consigo
para albergarlos en su alma, para alimentar con ellos los sentimientos que le
profesaba sin que ni ella misma fuese capaz de reconocerlo. Se preguntó qué
haría Agnes, cómo se enfrentaría al repentino y desgarrador presente que se había
apoderado de su vida, cómo respiraría sabiendo que existía en el mundo alguien
que la quería y a la vez la temía, porque, sí, era plenamente consciente de que
Agnes había atisbado la sombra y los destellos de todas las emociones que ella
albergaba en su alma, que le dedicaba sin que ni siquiera su propio corazón
pudiese soportarlas.
Y, cuando se formuló aquellas tensas preguntas, una inmensa y poderosa
intuición se irguió ante sí, oscureciendo la tierna luz que el día derramaba
sobre ella, con la que envolvía los árboles en un manto de amor y calidez.
Aquella intuición le reveló que precisamente serían aquellos sentimientos
inaceptables que la una sentía por la otra los que derruirían irreversiblemente
los muros que construían su hogar, los que desvanecerían las sendas por las que
podía deslizarse su existencia. Aquella intuición la avisó de que estaba a
punto de comenzar para las dos una insufrible época llena solamente de temor,
de oscuridad, de inseguridad y de mentiras lacerantes. Supo que no serían
únicamente las emociones que a ambas les anegaban el alma las que provocarían
aquellos acontecimientos que tanto podían distanciarlas y quebrar la paz de su
existencia, sino también la actitud de las personas que las conocían y que
podían interceder por ellas. Gaya, Gilbert y sobre todo Neftis podían impregnar
de interpretaciones dolorosas los hechos que viviesen, que las esperasen a las
dos al otro lado de cada amanecer.
Aquella realidad era inaceptable, era tan dañina como un poderoso
vendaval que arranca de la tierra los árboles más milenarios. Artemisa se
preguntó cómo podría vivir aquella situación, cómo podría respirar en el mundo
sintiendo tanto miedo y tanta inseguridad. No quería experimentar aquel
desaliento, no quería que sus noches no brillasen. Deseaba que Agnes y ella
pudiesen introducirse juntas en una existencia que nadie pudiese quebrar ni
rasgar con mentiras horribles; pero sabía que nadie, ni tan sólo su propia
alma, la ayudaría a destruir las fronteras que la separaban de aquella mujer que
tanto la intimidaba y que tanto la fascinaba. Sabía también que Agnes la
sobrecogía tanto con su poder porque ella también ansiaba ocultar lo que
sentía. Agnes no quería que ella percibiese las verdaderas emociones que le
anegaban el alma.
Cuánta confusión se albergaba en su corazón, cuántas nieblas se habían
cernido sobre su mente. Parecía como si, en vez de recibir la luz de la
primavera, Artemisa Sólo captase las sombras de un ocaso interminable. Ni
siquiera se sintió protegida cuando se adentró en su cabaña. La soledad que la
rodeaba, que invadía cada rincón de su hogar, era tangible como la piedra más
invencible. Era incluso asfixiante. Le arrebataba el aire y la sabiduría que
hasta entonces estaba cultivando con tanto amor y entrega. Ante Agnes, se creía
completamente ignorante, completamente absurda e ingenua.
Y aquella confusión que inundaba el corazón y el alma de Artemisa
también se había apoderado de la claridad con la que Agnes podía pensar, con la
que Agnes había pensado hasta aquellos momentos. Se sentía desorientada en sus
propios sentimientos, como si éstos se hubiesen convertido en una tierra
insondable llena de rincones inhóspitos. Némesis iba tras ella, intentando
entender la energía que emanaba de la mirada y de los gestos de Agnes. El silencio
en el que su mejor amiga se había sumido la intimidaba profundamente e incluso
le impedía desplazarse con agilidad.
Némesis tenía la impresión de que, desde que Artemisa se había
introducido en la vida de Agnes, desde que Agnes había descubierto que volvía a
existir, su alma se había quebrado irreversiblemente, se habían tornado
muchísimo más hondas y desgarradoras las heridas que se la hendían. Némesis
estaba cada vez más convencida de que Artemisa había destrozado el corazón de
Agnes y que nadie podría devolverle la calma que ella le había arrebatado.
Cuando se había hundido en los ojos de Artemisa, Némesis había notado
que el alma de aquella mujer que parecía tan mágica estaba llena de miedo. No
cabía duda de que Artemisa temía a su amiga, a su querida amiga, precisamente a
Agnes, quien era mucho más bondadosa y tierna que cualquier persona que ella
conociese. Agnes se minusvaloraba cada vez con más impiedad y saña por culpa de
la existencia de Artemisa. Némesis sabía que Artemisa la empequeñecía, que los
poderosos y castaños ojos de aquella mujer que Agnes creía tan especial la
disolvían en la nada, intensificaban sus profundos miedos y su insaciable
tristeza.
Y Némesis no soportaba aquella realidad. No soportaba notar que Agnes se
sentía cada vez más desolada. Además, la enfurecía que todas las personas que
la conocían y que supuestamente tanto la habían querido la hubiesen tratado con
tanta desconsideración, como si ella no tuviese sentimientos, y la hubiesen
dejado tan inmensamente sola cuando Agnes más las necesitaba. Némesis incluso
era capaz de preguntarse por qué los humanos no querían de veras, por qué eran
tan inestables las emociones que les anegaban el corazón. Sólo Agnes parecía
experimentar amor sincero, sólo ella amaba realmente, amaba más que nadie.
Amaba a la naturaleza con una entrega estremecedora, amaba con desesperación la
tierra en la que había nacido, la amaba a ella, a un animal que aterraba a
cualquier ser que la mirase a los ojos.
Némesis creía que Agnes valía muchísimo más que aquellas personas que
tan amables y buenas parecían, aquellas personas que se creían con el derecho
de despreciar a la mujer más mágica que existía, que se sentían capaces de
herir un alma tan pura, tan dulce, tan maltratada por la vida y por las injusticias
que habían oscurecido su existencia.
A medida que se alejaban de la casa de Artemisa, Némesis notaba que los
sentimientos y los pensamientos que la dominaban se intensificaban cada vez con
más fuerza, convirtiéndose en sensaciones que incluso la asfixiaban.
Experimentaba una creciente impotencia y una rebelde rabia que estaban a punto
de impedirle seguir desplazándose con tanta calma. Agnes ni siquiera se
imaginaba que el alma de su amiga estaba tan llena de desolación y frustración.
Agnes se había sumido en una confusión que parecía inquebrantable. No
dejaba de recordar los extraños instantes que había compartido con Artemisa. Le
parecía que éstos no eran reales, sino parte de uno de aquellos sueños con los que
su mente la torturaba todas las noches. Artemisa le había revelado demasiadas
certezas con sus ojos mágicos, pero también la había intimidado en exceso, le
había arrebatado la seguridad y la valentía con las que pretendía enfrentarse a
la vida. No obstante, también se sobrecogía y la aliviaba percibir que Artemisa
la temía. Aquello significaba que no parecía tan débil como creía, que podía
impedir con su presencia y sus hipnóticos ojos que se burlasen de ella.
Al fin, su protectora cabaña apareció entre los árboles, queda y quieta,
aguardándola con amor y cariño. Agnes se introdujo en su hogar sin acordarse de
que Némesis iba tras ella; mas, cuando se sentó junto a la chimenea, enseguida
percibió que su amiga la miraba con insistencia e incluso potencia. Se
estremeció al captar las vigorosas emociones que irradiaban los hermosos ojos
de Némesis. Le costaba comprender por qué la observaba de ese modo tan
profundo. Se preguntó qué deseaba comunicarle Némesis con aquella mirada tan
significativa; la que gritaba con un ímpetu que ensordecía el aterciopelado
silencio de la mañana.
—
Némesis...
Némesis se acomodó junto a ella sin dejar de mirarla. Con sus potentes
ojos le suplicaba, le suplicaba que hiciese algo que Agnes no podía comprender.
Incluso Agnes tuvo la sensación de que su amiga le imploraba que la escuchase,
que interpretase el significado de la desgarradora mirada que con tanta
desesperación le dirigía.
— Némesis,
miña Némesis —la apeló
muy dulcemente mientras la acariciaba con primor y suavidad—, non teñas medo, bonitiña.
Artemisa non che fará dano nunca. Eu non o permitirei; pero non é medo o que
sentes, verdade?
Mientras le hablaba con tanta delicadeza y dulzura, Agnes se hundía cada
vez más profundamente en sus ojos espirales; los que, de pronto, se
convirtieron en el eco de la voz del alma de Némesis. Desapareció su entorno y
lo único que existió para ella fueron las inaudibles palabras que Némesis le
entregaba a través de aquella silenciosa y poderosa mirada...
«Agnes, por favor, no permitas que Artemisa te venza. No permitas que
nadie te intimide. Tú eres mucho más fuerte que nadie, Agnes. Por favor, no te
rindas, Agnes. Eres muy fuerte, mucho más fuerte que cualquier persona que
conoces. Eres mucho más valiosa que nada en el mundo. No quiero que te pierdas
en la oscuridad. Otra vez no, por favor. No te aflijas, no te dejes abatir por
la tristeza. No estás sola, no lo estás, jamás lo estarás si yo sigo
respirando. Estoy aquí para ser tu fuerza. Agnes, lucha por tus sueños.
Vayámonos de aquí cuanto antes. Regresemos a tu tierra y olvidémonos de estas
personas falsas que no te quieren de verdad, que solamente piensan en ti con
lástima, que en absoluto te ayudan. Agnes, yo te quiero con sinceridad. Yo no
te dejaré sola nunca. Por favor, resiste, resiste. Pugna contra ellos para
recuperar tu valentía, tu fortaleza y tu poder. No permitas que tu enfermedad
te debilite de nuevo. Yo no lo soportaré, no soportaré verte tan deshecha
nuevamente. Artemisa puede hacerte mucho daño si no detienes a tiempo esta
situación, si no batallas contra su magia oscura. Ella es quien tiene miedo y
su miedo te destruirá, con su miedo los convencerá a todos de que estás mucho
más enferma de lo que realmente estás. Te culparán de hechos que tú no has
provocado ni provocarías jamás, porque de repente desconfiarán de ti como si
fueses el ser más despreciable de la Tierra. Y yo no quiero que eso pase,
Agnes. No quiero que te hieran más. Huye, huye lejos de aquí, conmigo.
Atravesemos la distancia que nos separa de tu verdadero hogar sin sentir temor.
Seamos libres. La naturaleza nos ayudará siempre y yo también haré por ti todo
lo que pueda; pero no te rindas, por favor, por favor. Necesito tu energía, tu
poderosa fortaleza.»
Agnes se quedó completamente paralizada. Nunca dudaría de que podía
interpretar nítidamente el lenguaje con el que Némesis se comunicaba con ella;
un lenguaje que nadie más conocía. Los ruegos que le había entregado eran tan
reales como el tacto de la tierra que protegía su existencia, como el cielo que
cubría aquellos bellos lares.
No obstante, aunque hubiese captado con tanta facilidad y claridad el
significado de las silenciosas palabras que Némesis le había dirigido, no sabía
qué debía hacer, no tenía ni la menor idea de cómo debía enfrentarse a su
propia vida. Sí deseaba regresar a Galicia junto a Némesis sin importarle lo
que abandonaba en aquellos lares, pero también era consciente de que no podía
irse sin poner fin a aquella situación tan extraña que se había adueñado de su
vida.
Por lo pronto, se mantendría lejos de Artemisa para intentar recuperarse
del temor que le había inspirado su magia. Incluso se atrevería a celebrar
densos rituales que la ayudasen a atenuar el poder de aquella mujer que era
capaz de aniquilarla con tan sólo una mirada para que, cuando volviesen a
encontrarse, Artemisa ya no fuese tan fuerte, ya no tuviese en sus manos la
capacidad de destruir la valentía y la seguridad con las que anhelaba vivir con
ella los momentos que la aguardaban en su incierto futuro.
No tenía muy claro todavía si asistiría al ritual de Beltane. Lo
decidiría cuando llegase aquel día. Sería su alma quien le desvelaría si debía
formar parte de aquella ceremonia o mantenerse lejos de todos los que creaban
El fuego de Hécate para que nadie adivinase sus intenciones. Tal vez aquella
noche sería la más idónea para partir hacia Galicia, para iniciar aquel viaje
de regreso hacia el único lugar del mundo que podía devolverle todo lo que ella
había perdido recorriendo la dura y escarpada senda que su destino había
preparado para ella.
¿Por qué Agnes no ha vuelto aún a Galicia? Sí, ahora lo tiene decidido, pero no deja de sorprender cuánto ha tardado en tomárselo en serio, y en realidad tampoco estamos seguros de que lo vaya a hacer, (en realidad bien sé que no lo hará), en fin... Lo que quiero decir es que todo ocurre por algo, y la permanencia de Agnes yo creo que viene justificada porque tiene que interactuar con Artemisa. En este capítulo por primera vez la relación entre ellas toma importancia capital, no es un elemento más del relato.
ResponderEliminarMe gusta mucho una frase del principio: ¿Quién era Agnes en verdad? ¿Quién era Artemisa cuando ella no la miraba, cuando no estaban juntas? ¿Por qué no correspondía al amor que ella le profesaba? ¿Cuál era la verdadera razón que la había impulsado a rechazarla? En ella no solamente Neftis se lo plantea todo, me gusta esa idea de que es dudoso que las cosas existan cuando no las vemos, ¿qué pasa con Artemisa cuando Neftis no la ve? Detrás de esa pregunta se esconde la misma idea que hace suponer a los niños que los juguetes se mueven solos y disfrutan por la noche; la incertidumbre de lo ignorado es siempre la peor. Así que Neftis va una vez más a ver qué puede sacar de Artemisa, supongo que sabe que nada va a cambiar, pero es como la polilla hipnotizada por la llama, incluso aunque se queme al tocarla, y así, le hace una pregunta que cada día seguro miles de personas hacen a otras, de uno u otro modo; ella, al menos, tiene una razonable respuesta, pero no creo que le sirva de consuelo...
Artemisa, dime la verdad, por favor. ¿Por qué no me correspondes?
¿Por qué ni siquiera te gusto un poquito? —le preguntó incapaz de detener aquellas palabras.
— Porque los sentimientos no se pueden dominar, Neftis.
— Pero yo te quiero tanto, Artemisa... —lloró Neftis sin poder evitarlo.
Más tarde Agnes habla con su abuela en ese pasaje tan delicado, su abuela en realidad es la misma voz de Galicia que la reclama; Escóitame, Agnes, has de regresar a Galicia. É o único lugar do mundo que pode ser o teu fogar. A terriña estráñate e ámate, queridiña.
Pero, sorprendentemente, Agnes decide quedarse de momento, porque siente que tiene cosas pendientes antes de poder irse.
ResponderEliminarY luego... luego viene Artemisa. Antes en Agnes pugnan sus dos facetas, debilidad, fortaleza... autocompasión y agresividad, de modo que los preparativos del encuentro van armando un preámbulo que parece anteceder a un choque formidable, a algo muy agresivo. Y sin embargo, usando una palabra que me gusta de la descripción, todo este aparato se resquebraja, y el tú a tú lo cambia todo. Bastan unas palabras para comprender que entre ellas hay una comunicación muy especial, algo que se escapa a ellas mismas, esto queda muy bien plasmado en el diálogo inicial:
¿Quieres tomar algo? —le preguntó Artemisa con educación mientras limpiaba la mesa donde estaba trabajando—. tengo té...
— Te agradecería mucho que me dieses un vaso de agua —le pidió intentando expresarse con claridad.
— Sí, los que quieras —se rió Artemisa nerviosa—. El camino que separa tu cabaña de la mía es bastante largo, ¿verdad?
— Un poquiño, pero no tanto como la distancia que tendría que recorrer si quisiese ir a la casa de Gaya.
¡Pero si parecen amigas de toda la vida! Claro, es que lo son, en realidad ¿Verdad? Lo que de allí se llevará es el propósito dudoso de acudir a Beltane; y es que Artemisa pone el dedo en la llaga cuando le pregunta ¿por qué estás tan triste? Creo que ahí se desarma cualquiera, porque está manifestando interés genuino, sin deseo de juzgarla, más de lo que por ella han hecho Gilbert, Gaya o Neftis. Por mucho que se quiera revestir de prevenciones, Artemisa demuestra ser buena y amistosa. Y sus ojos seguramente le prometen mucho más, por mucho que le pregunte que si la diosa, que si tal y que si Pascual: ahí hay algo, que posiblemente asusta a Agnes, pero algo luminoso, no oscuro.
Y es Némesis, la quintaesencia del amor puro e inconmovible, el amor incondicional que no precisa ser correspondido para llegar al extremo, quien es plenamente consciente del embrujo que Artemisa ejerce en su amiga: Némesis tenía la impresión de que, desde que Artemisa se había introducido en la vida de Agnes, desde que Agnes había descubierto que volvía a existir, su alma se había quebrado irreversiblemente, se habían tornado muchísimo más hondas y desgarradoras las heridas que se la hendían. Némesis estaba cada vez más convencida de que Artemisa había destrozado el corazón de Agnes y que nadie podría devolverle la calma que ella le había arrebatado.
Por eso la persuade de irse, de salir corriendo, de huir hacia esa Galicia que representa el pasado pero también puede ser el futuro, Galicia es la paz, lo que los psicólogos llamarían "la zona de confort". En otras ocasiones no pudo reunir fuerzas para alcanzarla ¿habrá puesto Némesis con las suyas el empuje suficiente para que realmente se vaya? Y si lo hace ¿qué va a pasar con todo? Me pregunto si la diosa sigue pensando que debe irse, en realidad todas las fuerzas buenas, por así llamarlas, están totalmente de acuerdo: su abuela, Némesis, la diosa... pero no dejo de pensar que a veces nos pasa eso, tenemos el consejo de todos los que bien nos quieren, y no obstante algo por dentro nos corroe y nos hace pensar que no, que la opción ha de ser otra. ¿Se escapará esa noche Agnes? Lo veremos... gracias por otro capítulo tan estupendo.
Neftis la vuelve a liar. Cuando empieza el capítulo me sorprendo por la capacidad que tiene de comprender el gran error que acaba de cometer. Se arrepiente profundamente y le invade la tristeza. Esperaba que fuese tras ella a disculparse, o al menos a decirle que todas esas horribles palabras que le dedica son mentira, solamente son fruto de sus celos y locura. Pero al último segundo, decido irse...¡Ha decirle a Artemisa que no se acerque a Agnes que es una mierda malvada y monumental! Otra vez con lo de meiga y para colmo, miente sobre ella diciendo que hace daño a la gente...Tenía una oportunidad de oro para pedirle perdón, para redimirse, pero nada, lo empeora todo. Ella misma reconoce que no es justa y que no se merece ese trato. Se deja llevar de nuevo por los celos y la lía. Encima, la pulpo piensa "oye, ya que estoy de nuevo aquí, le tiro otra vez la caña a Artemisa, y le reprocho que no esté enamorada de mi". Artemisa le tiene que dar un par de clases básicas de la vida para que se calle y la deje en paz. De verdad que con esta yo flipo.
ResponderEliminarPor otro lado, me gusta que Agnes haya sido capaz de ir en busca de Artemisa.Al menos, Artemisa ha descubierto muchas cosas durante esa visita. Ha visto a la verdadera Agnes, sincera y cariñosa. Además, ha podido intuir muchas cosas importantes sobre ellas. Tiene claro que están destinadas a estar juntas, pero que no será fácil para ambas.
Hay algo que me desespera. Cuando Agnes se plantea volver a Galicia, que diga "mi tierra no merece percibir la tristeza en la que me encuentro" o algo así. ¡Ahhhhhhhhhhhhh! Eso es una tontería. Su tierra le curará, no se pondrá a llorar y las plantas se marchitarán. Al menos se plantea lo de volver, aunque todo se disipa rápidamente cuando piensa en los pros y los contras.
Némesis es una pasada de animal. ¿De qué sitio dices que sale? ¡Yo quiero una! Su capacidad de comprender los sentimientos más profundos de Artemisa es fascinante. Me ha gustado muchísimo la parte en la que le le transmite todo lo que siente. Aunque me sorprende que le diga que Artemisa le puede hacer mucho daño o que no debe permitir que la venza. Imagino que al igual que Gaya, capta el amor que hay entre ellas, pero el calvario por el que tendrán que pasar para estar juntas. Pero el amor es mucho más fuerte que cualquier otro sentimiento, si hay amor, todo se supera.
Me ha gustado mucho la frase "Artemisa se fijó en que Agnes parecía un pedacito de noche abandonado en medio de La Luz, parecía el rescoldo de una sombra triste que el amanecer se había negado a deshacer, de la que la noche se había olvidado al alejarse del día". Es preciosa esa frase, me encanta. Un pedacito de noche abandonado en medio de la luz, es precioso.
La parte en la que aparece su abuela es sin duda muy entrañable y triste. La profunda emoción al verla pero la desgarradora tristeza cuando desaparece. Es la persona que más le ha querido en el mundo, y aunque siempre la ha necesitado, se me antoja que en estos momentos todavía más.
En fin, un capítulo sobresaliente, cargado de emociones a flor de piel y sentimientos profundos y desgarradores. Está escrito con el corazón y el alma, se puede percibir en cada una de sus palabras. Me está encantado, Ntoch.