lunes, 11 de septiembre de 2017

EL ABRAZO DE LA TIERRA: CAPÍTULO 25. AFRONTANDO LA VIDA


Capítulo 25

 

Afrontando la vida

 

Cuando Agnes se perdió entre los árboles y su presencia se mezcló con la lejanía, Neftis notó que se le partía el corazón. Como nubes arrastradas por el viento, se desvanecieron aquellos terribles sentimientos que la habían instado a tratarla de aquel modo tan horrible e hiriente. Se quedó paralizada recordando todas las injustas palabras que le había dirigido, recordando el tono de voz con el que le había gritado, y entonces le pareció que ella no se hallaba en aquella mujer tan cruel, que tan reprobablemente se había comportado con alguien que estaba enfermo, que necesitaba ayuda en lugar de desplantes y chillidos, en lugar de acusaciones lacerantes y destructivas.

Notó que se apoderaban de ella unas desgarradoras ganas de llorar. Se sentó en una silla intentando controlar sus intensos sentimientos. Necesitaba saber de dónde había emanado aquella rabia que le había arrebatado su cordura y que había destruido la calma y la comprensión con las que siempre trataba de acoger a Agnes. Entonces, sin que ni siquiera ella misma pudiese preverlo, su memoria evocó el recuerdo de las pocas ocasiones en las que Artemisa y Agnes se habían mirado a los ojos y se habían hablado íntima y cariñosamente. Se acordó también de que Artemisa solía preguntarle muy a menudo por Agnes, justo cuando más mágicos y hermosos eran los instantes que compartían. Artemisa le había insistido, demasiadas veces, en que le confesase por qué Agnes parecía siempre tan triste y frágil y también le había desvelado que le resultaba imponente y en exceso poderosa. Cuando Artemisa hablaba de Agnes, su voz se tornaba levemente queda, se atropellaban sus palabras, se volvía titubeante y se expresaba con un deje de timidez que de vez en cuando sonrojaba deliciosamente sus mejillas. Neftis intuía que no era compasión lo que impulsaba a Artemisa a interesarse tanto por Agnes, pero se creía totalmente incapaz de aceptar que en el corazón de Artemisa se encerrasen sentimientos distintos a la bondad.

Y, en aquellos momentos, percibió que aquellos recuerdos tan confusos alimentaban la rabia y la impotencia que sentía. No le costó descubrir que la emoción que la había descontrolado tan tristemente habían sido celos. Sí, estaba furiosamente celosa, tan celosa que apenas podía oír la voz de sus pensamientos.

Incluso tenía la sensación de que, a sus espaldas, se había desempeñado una vida que no podía imaginarse, que, más allá de su realidad, habían ocurrido hechos completamente opuestos a los que ella creía que alimentaban el presente de las personas que conocía. ¿Quién era Agnes en verdad? ¿Quién era Artemisa cuando ella no la miraba, cuando no estaban juntas? ¿Por qué no correspondía al amor que ella le profesaba? ¿Cuál era la verdadera razón que la había impulsado a rechazarla?

Entonces se declaró en su pecho y en su estómago un incendio que abrasó todos sus sentimientos y deshizo la calma que hasta entonces le había permitido respirar sosegadamente y pensar con un poco más de claridad. No le cupo duda de que existía entre Artemisa y Agnes algo que no sabía nombrar, que nunca podría describir, porque era inadmisible, completamente inadmisible, que suspirase en el mundo un lazo tan incomprensible. No, no lo aceptaría jamás. Lucharía por convencer a Artemisa de que no permitiese que Agnes se mezclase con su hermosa existencia.

Con resolución, se alzó de la silla que ocupaba y corrió hacia el hogar de Artemisa apenas sin pensar en lo que hacía, sin detenerse a valorar la fuerza de sus sentimientos. No percibía la impotencia que le latía en el corazón, sólo experimentaba la rabia que la ensordecía, que la cegaba, que la volvía tan irracional como un huracán.

Artemisa se hallaba junto al río, lavando su ropa. Cuando oyó que alguien corría hacia ella, se alzó sobresaltada del suelo y miró extrañada a quien se aproximaba a su hogar con tanta desesperación. Al descubrir que era Neftis quien ansiaba reencontrarse con ella, notó que el corazón comenzaba a latirle con una velocidad asfixiante. No deseaba hablar con Neftis todavía. Lo que habían vivido hacía tan poquitas horas se le agolpaba en la mente y la aturdía. Tenía que meditar para descubrir la mejor forma de afrontar aquella situación tan tensa. Los sentimientos que tanto la confundían aún gritaban con demasiada estridencia y furia. Estaba segura de que no podría mantener con Neftis ni la conversación más efímera y sutil.

     ¡Artemisa! —la llamó Neftis desesperada.

     Neftis, ¿qué ocurre? ¿Por qué vienes tan azorada? —le preguntó intentando expresarse con serenidad.

     Necesito hablar contigo, Artemisa.

     Neftis, no...

     escúchame, Artemisa. Yo te quiero muchísimo, ya lo sabes. Sabes que haría cualquier cosa por ti, cielo.

     Sí, lo sé, pero...

     Artemisa, entremos en tu cabaña. No quiero que el viento oiga mis palabras.

     Está bien.

Artemisa recogió la ropa que estaba lavando y, tras introducirla en un barreño, se dirigió rápidamente hacia su cabaña. Neftis la siguió con tensión y nervios, pero, cuando se introdujeron en aquel hogar tan anegado en serenidad, aquellas emociones tan terribles que tanto la agobiaban comenzaron a atenuarse.

     Artemisa, yo nunca permitiría que nadie te hiciese daño. Lo sabes, ¿verdad? —Artemisa asintió con la cabeza mientras hervía agua en una tetera—. Escúchame, Artemisa, hay alguien que quiere herirte, que quiere destruirte.

     Haré una infusión de valeriana y tila. Estás en exceso nerviosa —le comunicó mientras colocaba hiervas molidas en un filtro—. siéntate, por favor.

     No quiero tomar nada, Artemisa. Sólo quiero que me escuches.

     No te escucharé hasta que te calmes, Neftis. Cualquier palabra que me dediques no emanará de tu verdadera forma de ser, sino de esa tensión y esos nervios que sientes y que tanto te han descontrolado.

Neftis se preguntó cómo era posible que Artemisa fuese tan sabia, cómo era posible que apenas le costase percibir los sentimientos que a ella le anegaban el alma. No fue capaz de protestar ni de decirle nada más. Se sentó en una silla e intentó dominar los nervios que tanto le presionaban el corazón.

     Artemisa, dime la verdad, por favor. ¿Por qué no me correspondes? ¿Por qué ni siquiera te gusto un poquito? —le preguntó incapaz de detener aquellas palabras.

     Porque los sentimientos no se pueden dominar, Neftis.

     Pero yo te quiero tanto, Artemisa... —lloró Neftis sin poder evitarlo.

     Lo sé, cariño. Yo también te quiero muchísimo, pero no puedo obligarme a sentir un amor que mi corazón no puede crear.

     Tienes que alejarte de Agnes, Artemisa. Agnes es peligrosa. No te acerques a ella. Ni siquiera permitas que te mire ni te hable. No podéis formar parte del mismo mundo. No te mezcles con su existencia, Artemisa —le pidió apenas sin poder hablar.

     ¿Por qué, Neftis? —le cuestionó Artemisa totalmente paralizada por un frío muy gélido que se le esparcía rápidamente por todo su cuerpo, como si su corazón lo impulsase y su sangre lo transportase.

     Porque Agnes está muy enferma y puede creer que lo único que deseas es hacerle daño y destruirla. De hecho, ya lo piensa, Artemisa, y está planeando el modo de atacarte sin que ni siquiera tú lo intuyas o puedas preverlo.

     Eso no es verdad –susurró Artemisa completamente sobrecogida.

     Deseas saber qué enfermedad padece Agnes, ¿verdad? Pues yo te lo diré al fin. Agnes es bipolar y esquizofrénica. ¿Sabes lo que significa eso, Artemisa?

El gélido hálito de frío que se le había repartido por todo su ser se convirtió de repente en un río de miedo y desolación que deshizo la efímera calma que hasta entonces le había permitido ignorar la tensión que le inspiraba captar a Neftis tan nerviosa y tensa. Se quedó paralizada, pensativa, intentando aceptar que las palabras que Neftis acababa de dirigirle eran ciertas. Eran demasiado horribles. Declaraban una realidad en exceso triste y sobrecogedora.

     ¿Qué ocurre? ¿No me crees? Yo conozco a Agnes desde hace por lo menos cuatro años, ¿sabes? Y puedo describirte perfectamente los síntomas más terribles de su enfermedad.

     Pero no creo que sea justo que me aparte de Agnes simplemente porque esté enferma. Agnes se merece...

     Agnes no se merece nada, Artemisa. No es una buena mujer. Tiene el alma llena de odio, de rencor y de despecho y es capaz de hacer tanto daño...

     ¿Acaso lo ha hecho alguna vez? —Neftis no fue capaz de contestarle—. ¿Por qué estás tan convencida de que Agnes es peligrosa? Yo creo que necesita muchísima ayuda, Neftis; una ayuda que no os da la gana de entregarle —le recriminó notando que el alma se le anegaba en rabia. No obstante, la realidad que Neftis le había descubierto le había llenado el corazón de temor e inseguridad.

     No te acerques a ella, simplemente. Es muy peligrosa y lo peor es que, cuando se propone herir a alguien, no lo hace mirándolo a los ojos, sino silenciosamente. Lo hace sin que nadie pueda imaginárselo. Estoy segura de que ya ha comenzado a celebrar rituales para enviarte energía negativa y para llenar tu vida de oscuridad. Es una poderosa meiga, Artemisa. Conoce hechizos horribles con los que ya ha dañado a un sinfín de personas. Y lo sé porque me lo ha contado. En el sanatorio mental donde estuvo encerrada muchos años, fue capaz de empeorar la enfermedad de bastantes pacientes tan sólo con su magia. No te contaría todo esto si no te quisiese, Artemisa, si no me preocupase por ti. Agnes es muy peligrosa, te lo juro. Ni siquiera Gaya y Gilbert se atreven a hablar con ella ni a ayudarla porque saben que puede volverse en contra de ellos. Lo entiendes, ¿verdad?

Artemisa no podía creer las palabras de Neftis. No podía aceptar que aquella mujer tan dulce, tan mágica, de cuyos ojos se desprendía tanta tristeza y añoranza, cuya voz le resultaba la más arrulladora y aterciopelada que había oído en su vida, cuya forma entrañable de expresarse le acariciaba el alma, fuese tan dañina, fuese tan cruel y oscura como Neftis aseguraba. No, no podía creerlo. Se negaba a mezclar aquellas certezas con su vida, con su extraña vida. Sin embargo, aunque quisiese evitarlo, las confesiones de Neftis le habían rasgado ya el alma y habían llenado de miedo aquellas brechas. Un vacío se le abrió en el corazón y de repente notó que la sutil luz que había alumbrado su existencia temblaba hasta desvanecerse.

     ten mucho cuidado, Artemisa.

Artemisa se sintió de pronto tan frágil... Se preguntó por qué de repente tenía tanto pánico, por qué las palabras de Neftis habían influido tanto en sus sentimientos.

     tengo que irme ya. Por favor, no olvides lo que te he contado, Artemisa. Si necesitas cualquier cosa, no dudes en buscarme. Estaré todas las mañanas en mi cabaña, pues permaneceré un mes sin trabajar. Necesito recuperarme.

Tras aquellas palabras confusas, Neftis se marchó, dejando a Artemisa temblando de tristeza y temor.

Si Agnes hubiese oído las palabras más insignificantes de la horrible conversación que Artemisa y Neftis acababan de mantener, habría creído definitiva e irrevocablemente que en el mundo no existía ni un solo rincón que pudiese ampararla de la maldad de la vida ni de la oscuridad del desaliento; pero no era necesario que llegase hasta su alma el eco de aquellas injurias que Neftis había lanzado contra ella para sentirse inmensamente desprotegida. Corría por el bosque, dirigiéndose desesperada hacia su cabaña, sin percibir apenas los matices de su entorno.

Una rama caída, vencida por las recientes lluvias, se le enredó en los pies y perdió súbitamente el equilibrio, como si de veras toda la desolación que experimentaba hubiese convertido su cuerpo en hierro. Notó que la tierra la acogía queriendo resguardarla de su profundo dolor, pero aquella caída le desgarró más el alma y la convenció de que ni siquiera la naturaleza deseaba ampararla ni apiadarse de ella.

De pronto, una violenta ráfaga de viento agitó las ramas de los árboles, arrancándoles suspiros devastadores y punzantes que a Agnes se le hundieron en el corazón. Se arrodilló en la tierra, entre dos troncos, y, tras limpiarse las lágrimas que le empañaban los ojos, miró curiosa a su alrededor, como si acabase de despertar de un sopor extraño y denso que la había mantenido alejada del mundo durante un tiempo inmensurable.

La Luz de aquella cálida mañana primaveral reverberaba sobre las hojas de los árboles y se colaba entre sus ramas convertida en una lluvia tenue y tibia que acariciaba las flores que alimentaban a las abejas. Una mariposa tímida se le posó a Agnes en el hombro. Parecía mirarla con curiosidad y a la vez insistencia. Agnes se fijó nítidamente en cómo destellaban sus pequeñas y vaporosas alitas. Parecían polvo de estrellas.

Lo que más la sobrecogió fue descubrir que aquella mariposa era tan nívea como la escarcha. Sólo en Galicia había visto mariposas así, tan bonitas, tan delicadas y efímeras.

De súbito, cuando más embelesada se sentía, cuando la beldad de aquel pequeñito ser la había hipnotizado casi enteramente, Agnes oyó que alguien la llamaba, que un susurro quedo e impregnado de ecos atravesaba el bosque, quebrando el silencio que la rodeaba, pronunciando su nombre convertido en un diminutivo lleno de cariño. Se estremeció profundamente, sin regreso, cuando en aquella voz percibió el tono dulce con el que su avoíña siempre la apelaba.

     Agnesiña, Agnesiña.

Creyó que soñaba, que aquel momento nunca podría ser real, pero le costaba también negar que lo fuese. Notaba con demasiada viveza el eco que aquellos llamados le entregaban, aspiraba los aromas que la naturaleza exhalaba como si de veras éstos emanasen de su propio cuerpo y La Luz primaveral que la envolvía era tan cálida como la lumbre más acogedora.

Entonces, ante ella, entre los árboles, brumosa y quedamente, como si fuese el reflejo de una lejana nube, apareció una figura etérea, evanescente, que se difuminaba entre el verdor de los árboles, que parecía nacer del brillo de aquel hermoso día. Agnes no dudaba de a quién pertenecía aquella imagen. No había cambiado nada. Era tal como la guardaba en su memoria, era tal como la recordaba. Incluso le pareció que la lejanía que las había separado hasta entonces había alimentado su apariencia entrañable y tierna.

Buscó fugazmente a la mariposa que se le había posado en el hombro, pero había desaparecido.

     Avoíña —susurró incrédula, pero también tranquila. Entonces se preguntó por qué, si gozaba de la capacidad de hablar con los que ya se habían ido de la vida, nunca había podido comunicarse con su abuela, por qué ni siquiera había intentado atraerla hacia sí con su poderosa magia—, avoíña, Es ti? —le preguntó hablando en gallego, con una voz susurrante y trémula.

     Agnesiña, escóitame, por favor...

Al oír la voz de su abuela, la que, pese a que sonaba convertida en un incansable eco, era tan real como sus pensamientos, sintió que la voz de su memoria gritaba hasta ensordecerla. Le pareció que el tiempo se invertía y la transportaba a aquellas tardes en las que, cabe la lumbre, su abuela y ella habían conversado durante horas. Le pareció que oía el susurro del viento que agitaba las lejanas ramas de los árboles y recorría las silenciosas calles de su pequeña aldea como si quisiese llenarlas de vida, de amor, de calidez.

Era la misma voz que tantas veces la había serenado cuando más triste se sentía, junto a la que había entonado las cantigas más antiguas de Galicia, con la que había conversado durante horas sobre el valor de la vida, sobre la magia del amor a la tierra, sobre cualquier tema que a ambas les llenase el alma de paz y cariño.

Entonces le subió por el pecho una desesperación que le apretó la garganta, que la asfixió, que le impidió respirar con serenidad. Inspiró con fuerza, notando que el aire que la rodeaba le arrebataba el aliento, y luchó contra las desgarradoras ganas de llorar que la ahogaban. Sin embargo, no pudo evitar que toda la tristeza y la añoranza que le provocaba el recuerdo de los años más felices de su vida se expandiesen por todo su ser, agitando su corazón como si el vendaval más destructivo lo hubiese encerrado en su impiadosa fuerza.

     Avoíña, por favor, lévame contigo. non te vaias sen min, por favor —le rogó apoyándose en el suelo con sus trémulas manos, pues notaba que su equilibrio había comenzado a desvanecerse, vencido por la potente desesperación que la asfixiaba—. Por favor, lévame a Galicia entre os teus brazos. Non me deixes aquí soíña.

     Volve a Galicia canto antes, Agnesiña. Non perdas máis tempo. Se permaneces aquí...

     Aquí ninguén me quere, avoíña —protestó siendo plenamente consciente de que aquélla era la única realidad que formaba sus días—. Hai moito tempo da última vez que nos miramos aos ollos, pero aínda quérote moitísimo, quérote como o fixen sempre. Por favor, non me deixes soíña.

     Hai moito tempo, pero aínda eu vexo en ti á rapaciña á quen asustaban os berros e a maldade das persoas, a nena morriñosa e sensíbel que tiña a alma máis máxica que xamais puido existir. Escóitame, Agnes, has de regresar a Galicia. É o único lugar do mundo que pode ser o teu fogar. A terriña estráñate e ámate, queridiña.

     Alí tampouco teño a ninguén que me queira —musitó notando que el corazón deseaba detenérsele.

     volve a Galicia e busca á túa nai, Agnes. Arrepíntese moito de como se comportou contigo. Creme, por favor. Acollerate na súa vida e...

     Non, ela non me quere nin me quixo nunca —la contradijo cada vez más desolada.

     É a túa nai, Agnes. Por suposto que te quixo e aínda te quere. É imposíbel non quererte. Ademais, nunca puido perdoarse o dano que che fixo. Has de volver, Agnes, queridiña.

Entonces Agnes advirtió que la dulce imagen de su abuela comenzaba a desvanecerse. Se evaporó en el aire, se mezcló irrevocablemente con La Luz que el cielo lloraba cálidamente y después desapareció como si nunca hubiese existido.

     Avoíña, non te vaias, por favor! —gritó Agnes levantándose de pronto y comenzando a correr en pos de la desvanecida presencia de su abuela—. Non me deixes soa! Por favor, por favor, lévame contigo!

Mas ella ya se había ido y aquella vez sí era para siempre. Agnes se preguntó confusa y rápidamente por qué nunca se había planteado la posibilidad de que su abuela se escapase por unos instantes del mundo de la muerte y regresase a su lado. Había conversado con demasiadas almas fenecidas cuando ni siquiera podía entender que se hallaba a la vera de seres que ya no respiraban, y nunca se le había ocurrido que su abuela pudiese buscarla en el mundo de los vivos. Y la había tenido a su alcance efímera y fugazmente, y no había sabido transmitirle cuánto la había añorado siempre, cuánto la necesitaba.

Como si la aparición de su abuela y sobre todo las palabras tiernas y desesperadas que ella le había dirigido hubiesen sido un viento que disipaba las nieblas que se cernían sobre su mente, Agnes de pronto fue más consciente que nunca de cuánta soledad invadía su vida, de cuánto se había desmoronado su existencia, de cuánto había perdido durante los últimos meses.

Su abuela le había rogado que regresase a Galicia cuanto antes, pero no lo haría. No lo haría porque ni siquiera aquella tierra tan dulce, tan mágica y misteriosa se merecía percibir el profundísimo desaliento que le agrietaba el alma. No iría a ninguna parte, aunque sí se marcharía para siempre. Se marcharía de la vida sin despedirse de nadie. Estaba completamente convencida de que no merecía la pena existir si nadie podía quererla, si nunca se curaría de aquella horrible enfermedad que todos los que la conocían convertían en una excusa para rechazarla, para tratarla con una crueldad que de ningún lugar debía nacer. No merecía la pena respirar si cada suspiro de aire que se adentraba en su cuerpo estaba cargado de fuego y de desolación, si cada hálito de vida que la naturaleza le entregaba le quemaba las entrañas, si cada noche era una pesadilla, si no podía encontrar La Paz nunca, en ningún sitio.

Sí, se iría, pero antes deseaba hablar con Artemisa para cerciorarse de que ella la odiaba tanto y la temía tan tristemente como Neftis le había asegurado. Le costaba mucho creerse que alguien que con tanta dulzura la había mirado y hablado pudiese detestarla, pudiese experimentar por ella sentimientos tan horribles.

Si era cierto que Artemisa sólo sentía repulsión y pánico por ella, entonces ya no lucharía por nada ni nadie más, entonces permitiría que la tristeza deshiciese para siempre su alma y se alimentase de su aliento hasta que de éste ya no quedase ni la sombra más sutil. Se dejaría arrastrar por el abandono y el olvido hacia la tierra de la nada. No comería ni bebería nada hasta que su cuerpo perdiese definitivamente la energía que necesitaba para mezclarse con la vida. No dormiría para irritar a su mente hasta que ésta se enloqueciese definitivamente e incluso lo único que ingeriría serían tisanas venenosas que apagasen poco a poco sus suspiros, su respiración. Y lo haría sin que nadie lo supiese. A nadie le importaría que se esfumase tan irreversiblemente, que no volviese a hablar ni siquiera consigo misma. Némesis sería la única que presenciaría su fin y la acompañaría hasta que exhalase su último murmullo, su último haz de luz.

Si había sufrido viviendo, si su vida había sido tan desgarradora, entonces su fin también tenía que ser lento, insostenible, destructivo. Padecería la muerte, la acogería en su aliento, entre sus brazos, se aferraría a la oscuridad para que ésta la dominase cada vez más irreversiblemente, y entonces todo se acabaría, todo. Se silenciarían sus sentimientos, sus recuerdos hermosos, sus recuerdos horribles, se acabaría todo, todo. Y ya nada quedaría, nadie se acordaría de ella, pues era inútil intentar dejar mella en personas que tan poco la querían, que tanto la detestaban. Se iría quedamente. Quizá gritase cuando el malestar que el veneno que pensaba tomar le deshiciese las entrañas, pero sería la última vez que alzaría su voz. Después de aquel instante, nadie, nunca más, jamás, volvería a oír su entrañable y tersa forma de hablar.

Mas, de repente, cuando más hundida en aquellos destructivos propósitos se hallaba, resurgió con potencia e incluso violencia la mujer que había nacido en su interior hacía tiempo. Ésta le gritó con fuerza, desgarradoramente, recriminándole que fuese tan débil, que permitiese que el desaliento la venciese de aquel modo tan reprobable y horrible. La animó a que fuese fuerte y valiente, a que luchase contra la tristeza para que ésta no deshiciese su poder. Agnes notó que se abría por dentro de ella un vacío por el que caían de repente aquellos pensamientos tan inicuos y de pronto un ímpetu se le esparció por todo el cuerpo.

De repente se acordó de que se había propuesto visitar a Artemisa. Evocó también las espantosas y desalentadoras palabras que Neftis le había dirigido y el recuerdo de aquella conversación tan hiriente alimentó su valentía, su decisión, su seguridad. No permitiría que Artemisa la intimidase con sus potentes sentimientos, no permitiría que nadie volviese a humillarla nunca más. Sería imponente como la noche más oscura, se esforzaría por tornar hipnótica su mirada y se expresaría continuamente con firmeza para que Artemisa no pudiese percibir ni la sombra más sutil de los verdaderos sentimientos que le invadían el alma.

Sin embargo, sabía que no le convenía acudir a la cabaña de Artemisa aquella mañana. Lo haría al día siguiente, cuando se hubiese recuperado del duro golpe con el que Neftis la había humillado. Tenía que celebrar primero un ritual a través del que adquiriría la energía y la valentía que necesitaba para enfrentarse a los momentos que viviría con Artemisa. Además, debía avisar a Némesis de que al fin había llegado el momento de visitar a Artemisa. También tenía que prevenirla para que supiese tolerar la oscura magia de Artemisa. Si eran ciertas las palabras que Neftis le había dedicado, entonces la magia de Artemisa sería mucho más destructiva de lo que jamás se había imaginado. Si era verdad que la odiaba, posiblemente ya estuviese atacándola desde la distancia, también con rituales tenebrosos a través de los que le enviaría sólo sombras y negatividad. Agnes no dudaba de que Artemisa utilizaba su magia para desvanecerla.

Permaneció aquel día releyendo los libros de magia que tenía, buscando en sus páginas los detalles más poderosos, reuniendo información para después utilizar todo lo que había aprendido en el ritual que tenía pensado celebrar bajo La Luz de las estrellas, entre la oscuridad densa de la noche.

Aquellas lecturas y sobre todo el ritual que celebró cuando ya no quedaba en el cielo ni el más frágil vestigio del atardecer alimentaron a la mujer poderosa que batallaba continuamente por vencer a la Agnes sensible y frágil. La energía que aquella ceremonia le entregó fortaleció aquel carácter imponente que la protegería de Artemisa y la ayudaría a ocultar sus verdaderos sentimientos. Agnes ni siquiera podía imaginarse que aquel ritual estaba acelerando los síntomas de su enfermedad y apresurando la llegada de la locura más terrible que jamás pudo apoderarse de su mente. Agnes ni tan sólo podía figurarse que, a partir de aquella noche, le costaría indeciblemente rememorar los momentos que viviría, que compondrían más tarde su lejano pasado y que la aguardaban en las sombras inciertas de su futuro.

No durmió en toda la noche. La fortaleza que le anegaba todo el cuerpo y que se había adueñado aparentemente para siempre de su alma la instaba a espantar forzosamente el sueño que deseaba posársele en los párpados y a huir continuamente del cansancio que le vibraba en los brazos, en la cabeza, en las piernas, incluso en el vientre. Aquella mujer tan poderosa que vivía por dentro de ella, la que se había acomodado en su corazón expulsando de allí todos los sentimientos que tan pequeña podían volverla, le indicaba, sin cesar, que, si se sumía en la inconsciencia, toda aquella valentía que sentía se desvanecería cuando el sol rozase con suavidad las sombras de la noche.

Némesis observaba con curiosidad todos los gestos y las miradas de Agnes. Analizaba las emociones que se le desprendían de los ojos, la escuchaba atentamente cuando le hablaba y también podía captar con nitidez los nervios que se le habían anudado al estómago. Némesis presentía que a Agnes estaba a punto de ocurrirle algo que mutaría para siempre la apariencia de su extraño presente y deseaba avisarla de que se cuidase, de que no permitiese que nadie le hiciese daño; pero apenas conocía el modo de expresar sus pensamientos con sus hipnóticos ojos. Lo que conseguía cuando miraba tan hondamente a su amiga era que a Agnes se le llenase el alma de paz y seguridad, nada más. Agnes ni siquiera podía imaginarse que Némesis temía por ella, por la frágil serenidad que resplandecía en su vida.

No obstante, aunque Agnes se esforzase por escaparse de las garras del sueño, cuando el alba estaba a punto de derramar sus rayos más tenues sobre las cumbres de las montañas, se quedó dormida junto al fuego. La cálida y entrañable caricia de la lumbre la arrulló como si de una nana tierna se tratase. El crepitar de los leños era la melodía de aquella canción de cuna que fue apartándola de sus pensamientos, de la extraña noche que estaba viviendo, de sus descontrolados sentimientos.

Despertó cuando el alba brillaba ya con fuerza en el cielo, cuando ya la noche se había deshecho en haces de oro que acariciaban las flores. Los mirlos y los ruiseñores unían sus cantos creando una hermosa y calmada trova que se perdía por la lejanía del silencio. Agnes abrió los ojos sintiéndose completamente desorientada. Notaba que le costaba respirar. Tenía una presión en el pecho que le impedía tragar y entender la voz de sus pensamientos.

Intentó deshacerse de aquella extraña sensación que tanto la asfixiaba sumergiéndose en las frías aguas del lago que había junto a su cabaña, pero le resultó completamente imposible emerger de aquella confusión en la que cada vez se sentía más hundida. Sin embargo, la calma más tersa y aterciopelada le acarició el alma cuando Agnes perdió los ojos por su alrededor mientras permitía que aquellas nítidas aguas apartasen de su piel todas las vibraciones oscuras que se la impregnaban.

El bosque despertaba lentamente. La luz del día se asomaba tras las montañas, curiosa y juguetona, y las sombras de la noche se apartaban respetuosamente de aquel dorado y esplendente fulgor que se aproximaba con tanta majestuosidad. El canto de los pájaros, el susurro del viento, el súbito crujir de las ramas y sobre todo el hondo silencio que inundaba los rincones de aquella naturaleza tan hermosa fueron un bálsamo de paz para Agnes, quien, lentamente, se desprendió de la tensión que le impedía comprender el matiz de los instantes que vivía.

Entonces recordó que se había propuesto visitar a Artemisa. También rememoró la extraña noche que había vivido. Evocó el recuerdo de aquel ritual tan mágico y poderoso que había celebrado ante la titilante luz de las estrellas, entre las sombras más densas de la noche, y le pareció que aquellos momentos no formaban parte de su existencia. No se reconocía en la mujer que había construido su imponente apariencia. Sin embargo, se esforzaría por recuperar aquella valentía y aquella fortaleza que tan hipnótica podían tornar su mirada, que tanto podían intimidar a quienquiera que la mirase a los ojos.

No fue capaz de desayunar nada, pues los nervios que se albergaban en su estómago habían devorado por completo su apetito. Tras revelarle a Némesis que al fin había llegado el momento de visitar a Artemisa, ambas se dirigieron hacia aquella cabaña que tan entrañable siempre le había parecido a Agnes. Mientras recorría la importante distancia que la separaba de aquel rincón del bosque, rememoró todas aquellas ocasiones en las que, disimulada y cautelosamente, se había aproximado a Artemisa sin que ella ni tan sólo pudiese intuir su presencia. Artemisa siempre le había resultado en exceso imponente y mágica. Sus miradas profundas la intimidaban y la empequeñecían como si fuesen una gran roca y ella, una delicada amapola.

Se preguntó por qué su vida era tan complicada, por qué no podía existir de un modo más calmado y sencillo, por qué siempre tenía que experimentar cada emoción con una fuerza que la devastaba, por qué no podía confesarle a Artemisa que siempre la había amado con una intensidad desgarradora, por qué no podían ser libres en aquel mundo tan mágico, libres al fin, y correr juntas hacia la dicha más absoluta e inquebrantable, por qué era tan cobarde, por qué necesitaba revestirse de valentía para evitar que Artemisa la destruyese con sus hermosos ojos castaños. Si todo fuese más fácil, si no fuese tan insegura, si no tuviese tanto miedo, se creería capaz de romper con sus propias manos las barreras que la separaban de la mujer que siempre había sido su único amor, que había compartido con ella tantos y tantos instantes místicos, que la había querido con una sinceridad inmensurable...

Aquellos pensamientos le llenaron el alma de desconsuelo. Sintió ganas de llorar cuando notó la fuerza que irradiaban, cuando se percató de que aquellos anhelos habían aniquilado a la mujer valiente que intentaba ser continuamente, en la que sin cesar trataba de convertirse.

A medida que se acercaba al hogar de Artemisa, el corazón le latía con más fuerza, golpeándole el pecho con desconsideración y agresividad. Agnes trataba sin tregua de dominar los nervios que le ardían en el alma, pero apenas podía oír la voz de sus sentimientos. Éstos parecían albergarse en otro espíritu que en nada se relacionaba consigo misma, con su vida ni con su pasado.

Artemisa la odiaba, la detestaba como si fuese el ser más despreciable de la Historia. Neftis no solía mentir nunca y conocía a Artemisa mucho mejor que nadie. Aunque era consciente de que Neftis le había dirigido todas aquellas palabras dominada por una furia profundamente dañina e incandescente, Agnes no dudaba de que Neftis le había comunicado la única realidad que podía existir en su vida. Además, aunque Gaya y Neftis le hubiesen asegurado que no se atreverían nunca a revelarle a Artemisa aquellos detalles de su vida que eran para ella los secretos más importantes, estaba totalmente convencida de que Artemisa conocía la mayor parte de los matices de su horrible pasado. Aquella certeza la intimidaba y la asustaba tanto que apenas podía respirar cuando la invadía, cuando vociferaba en medio de sus descontrolados sentimientos. Aquella certeza era capaz de hacer temblar el equilibrio de la mujer poderosa que le permitiría ser valiente e imponente delante de Artemisa, que le permitiría luchar contra la magia oscura de aquella mujer que deseaba herirla tanto.

Llegó a la cabaña de Artemisa cuando más confundida y asustada estaba. Se percató de que los destructivos y tensos pensamientos que le habían anegado la mente habían resquebrajado el disfraz de mujer valiente tras el que anhelaba y pretendía ocultarse. Habían resurgido por dentro de ella la nostalgia y la desesperación que siempre se adueñaban de su razón cuando recordaba a Artemisa, cuando evocaba todos los instantes que habían compartido ya hacía tantos años. No obstante, se esforzó por recobrar la serenidad, por erigir de nuevo el muro de piedra y apatía que tanto podía protegerla.

Tras pedirle a Némesis que la aguardase escondida entre los troncos de los árboles, Agnes llamó muy delicadamente a la puerta de la cabaña de Artemisa. Una parte de su alma (la que resistía el embrujo que tan irrevocablemente la dominaba) rogaba que Artemisa no abriese, rogaba que no se hallase allí y que fuese completamente imposible encontrarla.

Mientras Artemisa no le abría la puerta, Agnes se preguntó rápidamente por qué estaba allí, qué deseaba conseguir, a qué aspiraba. Aquellas preguntas la convencieron súbitamente de que regresase a su cabaña, pero, justo cuando estaba a punto de alejarse de allí, Artemisa apareció ante ella.

Aunque estuviese confundida y levemente aturdida, Agnes pudo analizar con nitidez el significado de la mirada que se apoderó de los hermosos ojos de Artemisa. Fue extrañeza, fue inseguridad y fue sobre todo miedo lo que invadió esos ojos que parecían el reflejo de los troncos de los robles en un sereno lago. Fue miedo, sí, había sido miedo; un miedo que había helado las facciones de su rostro, que la había hecho retroceder un paso cuando había descubierto quién era la persona que había irrumpido en su calma. Fue miedo. Sí, Artemisa la temía como Neftis le había asegurado. Aquella realidad la golpeó con tanta fuerza en el corazón que Agnes estuvo a punto de perder el aliento.

     Agnes —la saludó Artemisa sonriendo forzadamente, con una voz que pretendía ser dulce y acogedora; pero Agnes percibió demasiado temor en su sonar—, ¿Qué deseas?

¿Debía responderle? ¿O realmente no merecía la pena esforzarse por convertir en palabras sus extraños sentimientos y mucho menos sus insanos deseos? Agnes sintió que toda aquella valentía que la había impulsado a correr hacia el hogar de Artemisa se deshacía como si Artemisa fuese un incendio y ella solamente estuviese hecha de escarcha. La verdadera Agnes venció a la mujer poderosa que tan imponente la volvía. Se esparcieron por todo su ser esas emociones que tanto la empequeñecían y de pronto notó que los ojos le brillaban, que las mejillas se le sonrojaban y que el corazón comenzaba a latirle descontrolado y desubicado, como si nunca hubiese palpitado antes, como si acabase de nacer.

     Me gustaría hablar contigo —le respondió al fin. Su voz sonó serena, a pesar de lo nerviosa que estaba, a pesar de las punzantes emociones que le reverberaban en el alma—; pero, si estás ocupada, puedo volver en otro momento.

     Estaba moldeando una figura de la Diosa para el altar de Beltane, pero puedes pasar —la invitó retirándose de la puerta.

Agnes se introdujo tímidamente en la cabaña de Artemisa sintiendo que las manos le temblaban. Era la primera vez que estaba en aquel hogar que desde la distancia tan acogedor le había parecido siempre. En cuanto se halló rodeada por los muros de madera que lo formaban, advirtió que una calma muy tersa y cálida le acariciaba la piel. Olía a flores, a incienso, a la humedad y a la rebeldía de la arcilla.

Saber que se hallaba a solas con Artemisa, lejos de cualquier mirada indiscreta, lejos de cualquier voz que pudiese irrumpir en aquellos momentos tan especiales, la convirtió en el trémulo pábilo de una antigua vela. Se sintió desvanecer al ser plenamente consciente de que apenas le había costado conseguir que Artemisa la invitase a su morada. Estaba a solas con ella, estaban solas en unos instantes que nadie podría quebrar. Aquella certeza la instó a dedicarle a Artemisa una mirada anegada en cariño, en dulzura y sobre todo en amor. Se olvidó de los miedos que ensombrecían su vida. Se olvidó de que Artemisa supuestamente la temía, olvidó la crueldad de su pasado y de su tortuoso presente.

Sin embargo, Artemisa parecía tan distante... Agnes advirtió que Artemisa se esforzaba por no mirarla. Se apartaba de la trayectoria de sus ojos como si irradiasen unas potentes vibraciones que la deshacían. Agachaba la cabeza justo cuando Agnes estaba a punto de envolverla en aquella mirada tan dulce con la que tanto deseaba protegerla. Sin embargo, Artemisa sí percibía la calidez con la que Agnes la observaba, pero no se atrevía a corresponder a aquella mirada que tanto le acariciaba el alma. Estaba asustada y cada vez más intimidada, pero trató de esconder sus emociones tras una sonrisa amable y luminosa que a Agnes la enamoró profundamente.

     ¿Quieres tomar algo? —le preguntó Artemisa con educación mientras limpiaba la mesa donde estaba trabajando—. tengo té...

     Te agradecería mucho que me dieses un vaso de agua —le pidió intentando expresarse con claridad.

     Sí, los que quieras —se rió Artemisa nerviosa—. El camino que separa tu cabaña de la mía es bastante largo, ¿verdad?

     Un poquiño, pero no tanto como la distancia que tendría que recorrer si quisiese ir a la casa de Gaya.

Artemisa no se atrevía a mirar a Agnes a los ojos. Tenía la sensación de que de su voz se desprendía ya un sinfín de sentimientos, de sensaciones y de emociones que la paralizaban y la intimidaban profundamente y sabía que, si se hundía en la nocturnidad expresiva de los ojos de Agnes, su fortaleza y su valentía se desharían para siempre, sin dejar rastro.

Agnes le parecía tan dulce, tan bondadosa y amable en aquellos momentos... Su forma de hablar era arrulladora y muy tierna, era acogedora como el sonido y el olor de la lumbre que deshace el frío del invierno. Se expresaba con tanta calma, con tanta calidez y sentimiento que Artemisa creyó que aquella voz era la que convertía en palabras las emociones que invadían el vientre de la Madre Tierra. Tuvo la impresión de que Agnes portaba en su alma el espíritu mágico de la Diosa. Fue incapaz de comprender por qué le invadían la mente pensamientos tan extraños, pero le resultaba tan complicado huir de su poderosa presencia...

Al fin, cuando ya terminó de limpiar la mesa en la que había estado trabajando con la arcilla, se acercó a Agnes y se atrevió a mirarla a los ojos. Agnes se quedó paralizada cuando notó que la envolvía la magia de aquella honda mirada. No pudo pensar y tampoco sabía cómo debía actuar. Artemisa nunca la había mirado de ese modo, con tanta profundidad e incluso indiscreción. Parecía como si se hubiese adentrado en sus ojos para analizar todas las emociones que le inundaban el alma.

De repente se sintió completamente desprotegida, como si, con sus ojos castaños y mágicos, Artemisa estuviese desnudando su alma, arrebatándole todas las máscaras que podían ocultar los sentimientos que le latían con fuerza en el corazón. Agnes tuvo la sensación de que podía oír la voz de los pensamientos de Artemisa. Le pareció que Artemisa se preguntaba a sí misma qué hacía Agnes en su hogar, cómo se había atrevido a visitarla cuando tanto la odiaba y cómo podía lograr que se marchase y que nunca más volviese a mirarla en lo que le restaba de vida.

Mas Artemisa jamás sería capaz de formularse unas preguntas tan horribles y tristes. En aquellos momentos, todos sus pensamientos y sus sentimientos se habían convertido en una desgarradora esfera de niebla que había ensombrecido su razón y su seguridad. Los ojos de Agnes eran hipnóticos, parecían poder atisbar cualquier suspiro de tristeza o de regocijo que le latiese en el alma. Ella también se sintió totalmente expuesta ante la mirada de Agnes, como si ninguna prenda ni física ni anímica pudiese cubrir sus emociones y sus recuerdos.

     ¿Vendrás a Beltane, Agnes? —le preguntó intentando huir de la confusión que la había aferrado del alma—. Lo celebraremos el miércoles que viene. Como el jueves es fiesta, podremos permanecer festejándolo hasta el amanecer. Es una noche tan mágica...

     Supongo que sí —le respondió Agnes confundida agachando los ojos.

     Hace tiempo que no asistes a nuestros rituales. ¿Por qué?

Agnes no sabía qué contestarle. Tenía la sensación de que Artemisa deseaba quebrar con la palabra más insignificante el silencio que antes las había amparado de cualquier emoción tensa. Enseguida advirtió que Artemisa se sentía cada vez más nerviosa, como si su presencia la alterase. Lo cierto era que ella también tenía el corazón en exceso acelerado y una terrible intranquilidad se le había aferrado al alma, impidiéndole disfrutar de la belleza de aquel instante que tantas veces había soñado vivir.

     Me gustaría que vinieses —le confesó acercándose más a ella—. Se nota mucho que no estás cuando faltas a los rituales. Eres tan poderosamente mágica...

Aquellas palabras fueron una profunda caricia que atenuó la intensidad de los nervios que experimentaba. Deshicieron por unos efímeros instantes la inseguridad y el miedo que le impedían comportarse con Artemisa tal como siempre había anhelado hacerlo. No obstante, enseguida supo que Artemisa no le hablaba con franqueza. Con aquel halago que tan hermoso había sonado, Artemisa únicamente había aspirado a arrancarle del alma certezas que ella jamás sería capaz de confesarle.

Mas Artemisa no le mentía. Las bellas palabras que acababa de dirigirle eran el más puro reflejo de lo que pensaba sobre ella. Estaba completamente segura de que Agnes era muchísimo más mágica y especial de lo que todos creían y, en esos momentos, ansiaba destruir aquel miedo que las palabras de Neftis le habían inspirado para demostrarle que confiaba en ella, para convencerla de que en sus brazos podía encontrar un hogar en el que protegerse.

Sin embargo, aunque se negase a aceptar que fuesen totalmente ciertas, las palabras que Neftis le había dirigido el día anterior habían condicionado y modificado su forma de pensar. Tampoco podía olvidar en ningún momento que la enfermedad que Agnes padecía era demasiado punzante, era incluso peligrosa. Aquella certeza volvía trémulos e inseguros sus movimientos y le impedía expresarse con ligereza. Además, era plenamente consciente de que Agnes podía detectar todas sus reacciones y todos sus gestos, hasta los más insignificantes y aparentemente fugaces.

     Gracias —dijo al fin Agnes, sonriendo muy efímeramente, casi de forma imperceptible—. Eres muy gentil conmigo.

     Sólo digo la verdad —le aseguró ella retirándole la mirada.

     Vives en un lugar muy hermoso del bosque —le indicó mientras se sentaba en una silla, junto a la ventana del salón.

     Yo no he estado nunca en tu cabaña, pero tengo entendido que también moras en uno de los rincones más bellos de esta naturaleza.

     Sí, lo cierto es que sí —le respondió con nostalgia perdiendo los ojos por la inmensa vegetación que rodeaba la cabaña de Artemisa.

Artemisa le ofreció el vaso de agua y después se sentó delante de ella. Deseaba volver a hundirse en sus preciosos ojos negros, pero no se atrevía a hacerlo. Creía que, si se sumergía de nuevo en aquella mirada tan hipnótica y mágica, sus convicciones temblarían hasta deshacerse para siempre. Le costaba muchísimo comprender lo que sentía, le costaba entender lo que Agnes le inspiraba. Aquella mezcla de temor, de compasión y de atracción que le latía en el alma la ensordecía como si de veras tuviese una voz estridente y destructiva. Era la primera vez que le ocurría algo así y estaba tan desorientada que apenas podía pensar en las palabras que pronunciaba.

Además, la voz de su intuición no dejaba de advertirle de que, en un futuro lejano, Agnes se convertiría en la razón que la impulsaría a abrir los ojos todos los días. Agnes se tornaría su anhelo más fuerte, su deseo más indestructible. También le desvelaba que aquel sutil lazo que ya las unía (el cual Artemisa ni siquiera sabía experimentar) se fortalecería hasta volverse indestructible. Aquellas certezas la asustaban, la desmoronaban como si fuese un montón de piedras ya cansadas de permanecer lejos del agua, ya cansadas de vivir tan solas. Ni tan siquiera se creía capaz de aceptarlas como parte de su futuro incierto, pero tampoco podía negar que fuesen reales, que definiesen la apariencia de los años que la aguardaban al otro lado del paso del tiempo.

A Artemisa le parecía que la voz de su intuición brotaba de la presencia de Agnes, de sus ojos silentes y nocturnos, de su entrañable modo de hablar, de su quietud y de la calma que se desprendía de todos sus gestos, esa calma que contrastaba tan profundamente con las verdaderas emociones que le anegaban el alma.

Deseaba preguntarle tantas cosas... pero parecía como si se hubiese olvidado de todas las palabras que conocía. Para tratar de huir del aturdimiento que tanto la dominaba, analizó con minuciosidad y cariño los pausados y serenos gestos de Agnes. Entonces advirtió, como si nunca lo hubiese hecho antes, que Agnes parecía inmensamente triste y también asustada, como si aquel silencio que la envolvía la intimidase hondamente.

Artemisa se sobrecogió cuando se percató de que Agnes también se sentía tan empequeñecida. Le costaba mucho entender por qué Agnes, quien tan poderosa parecía, se deshacía ante ella, quien apenas había comenzado a albergar la magia de la vida en su quebradiza alma. Sí, era indudable que su presencia la estremecía, la amedrentaba incluso.

Entonces ansió quebrar con preguntas profundas aquella máscara de quietud tras la que Agnes se ocultaba, pero era plenamente consciente de que Agnes huiría de su lado en cuanto reparase en que Artemisa deseaba indagar en sus intensos y desgarradores sentimientos.

     Agnes, ¿por qué estás tan triste? —le preguntó sin poder retener aquellas indiscretas palabras, sin valorar apenas el efecto que éstas producirían en el alma de Agnes—. Te noto tan decaída...

Agnes la miró sorprendida y sobrecogida, mucho más sobrecogida que antes. La pregunta de Artemisa le había agitado tanto el alma que de pronto le pareció que un terremoto violento y desgarrador removía todo su interior. No obstante, tratando de esconder su profunda turbación, le contestó con dulzura y amenidad:

     No me ocurre nada que tenga importancia. Yo siempre fui así, tan nostálgica...

     Si deseas hablar con alguien, Agnes, yo puedo escucharte todo el tiempo que necesites —le ofreció Artemisa acercándose más a ella e intentando tomarla de la mano, pero Agnes se la retiró disimuladamente, temiendo que la frágil serenidad que le permitía hablar con ella con seguridad se desvaneciese si la tocaba, si sentía en su propia piel la calidez y la suavidad de la de Artemisa—. Sé que te cuesta mucho confiar en los demás, pero yo te aseguro que nunca te juzgaré.

     Me apetece que conversemos en el bosque. Hace una mañana muy bonitiña y mágica —le propuso levantándose nerviosa de la silla que ocupaba. Artemisa se dio cuenta enseguida de que Agnes había huido de sus palabras, de su cercanía, de la protección que ella podía ofrecerle.

     Sí, es cierto, hace una mañana preciosa. Vayamos, pues. Es absurdo que estemos encerradas cuando brilla tanto el sol, cuando hay tanta vida en el bosque.

     Sí, por eso —le musitó ella intentando sonreírle, pero estaba tan sobrecogida que la intención de esbozar aquel mágico gesto que tan resplandeciente tornaba su rostro se desvaneció al instante.

Agnes se sentía cada vez más desecha por la magia que se desprendía de los ojos y la voz de Artemisa. Tenía la impresión de que ya no le quedaba en el alma ni el más sutil vestigio de la vida de aquella mujer poderosa que tanto podía ayudarla a ser valiente. Le temblaba el corazón, le temblaban las manos, y un frío muy gélido se le había repartido por todo el cuerpo, helándole la sangre. Le costaba muchísimo entender por qué estaba tan inquieta, por qué se sentía tan desvanecida; pero enseguida dedujo que era el vigor que dimanaban los gestos y las palabras de Artemisa lo que tanto la empequeñecía.

Y Agnes sabía que, en cuanto se hundiese en los hipnóticos y dorados ojos de Némesis, recuperaría esa valentía que tan imponente le haría parecer. Sí, necesitaba a Némesis. No le importaba realmente que la mañana brillase con una fuerza azulada y cálida. Lo único que anhelaba era que Némesis le devolviese ese ímpetu que Artemisa le había arrebatado.

Lo que Agnes jamás se imaginaría era que Artemisa se sentía exactamente como ella. Artemisa también notaba que el poder y la magia que irradiaban los ojos de Agnes, los que le parecían hipnóticos y en exceso especiales, la habían empequeñecido, habían tornado su seguridad en el reflejo de una lágrima, y en aquellos momentos creía que Agnes podía deshacerla con tan sólo una leve y fugaz mirada. Además, continuamente se le repetían en la memoria las palabras de Neftis; aquéllas con las que le había asegurado que Agnes deseaba atacarla silenciosa e imperceptiblemente, con las que le había revelado que Agnes era peligrosa, que la enfermedad que padecía la convertía en un ser totalmente despreciable que únicamente albergaba en su alma odio y despecho. No obstante, le costaba muchísimo creer que Agnes, aquella mujer de ojos dulces y de hablar tan entrañable y calmado, pudiese tener el alma anegada en unas emociones tan horribles. Incluso podía asegurar que Agnes la miraba con ternura, con amor, con muchísimo cariño, y que era precisamente la vergüenza que siempre la invadía cuando debía relacionarse con otra persona la que atenuaba la fuerza de aquellos sentimientos tan hermosos.

Cuando empezaron a caminar entre los árboles, Artemisa se fijó en que Agnes parecía un pedacito de noche abandonado en medio de La Luz, parecía el rescoldo de una sombra triste que el amanecer se había negado a deshacer, de la que la noche se había olvidado al alejarse del día. Su hermosura se intensificaba cuando la envolvía el fulgor de la mañana, cuando el verdor de las hojas de los árboles y el de la hierba contrastaba con sus negras vestiduras, con sus oscuros cabellos y sus profundos ojos. Además, su piel pálida parecía el eco de la presencia de la luna. Artemisa pensó que Agnes era la mujer más bella que había conocido en su vida y sabía que Agnes ni siquiera era consciente de cuánta beldad teñía su apariencia y se albergaba en su alma. No dudaba de que la autoestima de Agnes era completamente nula, inexistente, un mero espejismo de un amor propio que nunca se desarrollaría. Y aquella certeza la entristeció profundamente. No obstante, se preguntó si la lástima que de repente le había inundado el corazón provenía de aquellos pensamientos o de los ojos de Agnes. Quizá se le hubiese contagiado la pena que invadía la vida de Agnes.

     La primavera en estos lares es muy hermosa —le indicó Artemisa con cariño, notando que lentamente se recuperaba de la pequeñez que tanto la había deshecho—; pero supongo que no será tan bonita como lo es en tu tierra.

Aquellas palabras fueron una punzada de nostalgia que se le clavó en lo más profundo del corazón. Artemisa tenía tanta razón... Agnes recordaría siempre, recordaba con demasiado amor y nitidez, cómo la naturaleza que tanto amaba despertaba con lentitud del sopor en el que el invierno la sumía. Agnes adoraba percibir cómo los días se tornaban cada vez más tibios, más azulados, más largos, y cómo la nieve se derretía tañida por los rayos del sol, como si aquella luz tan dorada y mágica la enamorase hasta deshacerla de timidez. Entonces regresaban con pausa las aves que se habían alejado de allí buscando la calidez de la vida. Renacían las flores, se liberaba el cauce del río en el que en estío solía bañarse todas las tardes y el bosque se impregnaba de olores muy dulces e intensos, de colores, de sonidos que la arrullaban como si fuesen la nana más tierna. Galicia cantaba en el resurgir de la vida tras la sombría y gélida época del invierno. En Galicia era tan sencillo percibir el paso de las estaciones, el advenimiento de la primavera, del verano, del otoño... y el retorno del invierno.

     En Galicia la vida es simplemente más hermosa, la vida es vida —le contestó Agnes con mucha nostalgia, aunque se esforzó por ocultar la inmensa morriña que podía tornar trémula su voz—. No volví a sentirme viva desde que me fui de allí... pero pronto regresaré.

     ¿Cuánto tiempo hace que te marchaste de Galicia? —le preguntó intentando atenuar la añoranza que se le desprendía de la voz.

     Hace... mucho tiempo —respondió Agnes incapaz de contar los años que llevaba lejos de su amada tierra.

     ¿Con cuántos años te fuiste de allí?

     me apartaron de Galicia, de mi único hogar, cuando tenía catorce años. Yo no quería irme, no quería —le confesó con la voz impregnada de toda la melancolía que la asfixiaba. Aquella nostalgia deshizo definitivamente la calma que le había permitido existir con serenidad en aquel instante—. Siempre me sentí como si me hubiesen arrancado el alma. Me cuesta respirar hallándome tan lejos de mi tierra y, aunque estos lares sean tan hermosos, yo no puedo ser feliz aquí, ni aquí ni en ninguna parte del mundo. Tengo que volver antes de que el corazón se me deshaga para siempre...

Artemisa se estremeció al captar la desolación que humedecía las palabras de Agnes. Nunca había oído a nadie expresar con tanta desesperación el amor a un lugar del mundo. Artemisa pensó que ni siquiera el amor más enloquecido podía compararse al que Agnes sentía por Galicia. Incluso tenía la sensación de que Agnes portaba en el alma la nostalgia que aquella tierra también le profesaría a ella, a alguien que no podía respirar un aire que no manase de aquellos lares que eran su verdadero hogar.

     Entiendo lo que sientes, aunque yo no extraño tanto el lugar en el que nací. Sí, tienes que regresar en cuanto puedas, Agnes. No creo que sea bueno albergar tanta desesperación en el alma.

     MI alma ya está en exceso lacerada. Tengo heridas que jamás se me curarán, porque, cuando más debían cuidarme y consolarme de la inmensa pena que me devoraba el corazón, fue cuando peor me trataron —le confesó apenas sin pensar en sus palabras. Al instante se arrepintió de haber sido tan inmensamente sincera.

     ¿Y por qué te alejaron de allí? —le cuestionó deteniendo su paso y tomándola delicadamente del brazo—. ¿Adónde te llevaron? ¿Y quién se comportó tan cruelmente contigo?

     Lo sabes, ¿verdad? Sí, sabes lo que me ocurrió. Conoces más detalles de mi vida de los que deberías saber —le indicó ella con impotencia. Sus recuerdos más tristes y sobre todo la nostalgia que siempre le latía en el alma la deshicieron de miedo. Era incapaz de mirar a Artemisa a los ojos, pero sin embargo se fijó en su rostro lleno de extrañeza—. No me mientas, por favor. No quiero que me engañen más.

     Yo... sólo sé que...

     ¿Qué sabes de mí, Artemisa?

Artemisa notó que la tierra temblaba bajo sus pies. En ningún momento se había planteado la posibilidad de que Agnes intuyese que conocía aquellos detalles tan tristes de su vida. No deseaba que descubriese que sabía que estaba irrevocablemente enferma y que la habían arrancado de Galicia porque ansiaban encerrarla en un sanatorio.

Agnes estaba cada vez más convencida de que Artemisa conocía todo lo que había vivido. Ser consciente de que aquella mujer a la que ella tanto quería sabía que estaba horriblemente enferma la desoló muchísimo más, le destrozó el corazón. Una brutal impotencia se le aferró con fuerza al alma y entonces, sin esperárselo, resurgió repentinamente la mujer valiente que podía ayudarla a esconder sus verdaderos sentimientos.

Entonces sí fue capaz de mirar a los ojos a Artemisa y lo hizo con fortaleza, con una leve distancia que atenuaba la desgarradora frustración que le latía en la mirada. Con aquella mirada, aspiraba a deshacer la tristeza que había impregnado aquellos momentos. Ansiaba que Artemisa creyese que ella era mucho más fuerte que nadie y que podía intimidar a quienquiera que se propusiese burlarse de sus sentimientos y de sus tristes recuerdos.

     Agnes, no tengas miedo. Yo no te juzgaré nunca ni tampoco te rechazaré porque estés... —intentó decirle, pero notó que aquellas palabras intensificaban la frustración que le latía a Agnes en el alma; la que la instaba a mirarla con tanta firmeza.

     Lo sabes, lo sabes todo —musitó Agnes retirándose levemente de ella, pero Artemisa no la soltó del brazo—. Sabes que estoy enferma. Por eso te inspiro tanto miedo.

     Tú no me inspiras miedo, Agnes. Agnes, tú eres la mujer más mágica que conozco —le confesó asiéndola con mucho primor de la mano. Se estremeció al descubrir que sus dedos estaban en exceso fríos y eran delgados como el tallo de una flor—. Yo puedo ayudarte...

     No me mientas, Artemisa. Sí me temes.

     No, Agnes, no es así. Yo puedo ayudarte.

     Nadie puede ayudarme, Artemisa —le negó agachando los ojos. De nuevo notaba que la bondad de Artemisa deshacía su valentía—. Lo mejor será que ni siquiera recuerdes que existo, que te olvides de mí y que ni tan sólo me mires.

     No, eso no es verdad. Agnes, yo... yo nunca he ayudado a nadie que... pero...

     Nunca ayudaste a nadie que estuviese tan enfermo. Es eso lo que querías decir, ¿verdad? —le cuestionó profundamente intimidada.

     Sí, pero puedo aprender si tú me enseñas.

     ¿Y por qué? ¿Por qué crees que me merezco que pierdas el tiempo de tu vida intentando ayudarme?

     Agnes, sé que podemos estar muy unidas si vencemos...

     No, Artemisa, no. Además, tú estás consagrada a la Diosa, ¿verdad? —le preguntó intentando recobrar la calma, intentando recuperar la valentía y la fortaleza que tan segura volvían su voz.

Artemisa se quedó totalmente paralizada, sin saber qué decir, qué debía pensar. Le costaba entender por qué Agnes le había dirigido aquella pregunta tan inquietante, tan íntima, justo cuando más tiernamente conversaban, justo cuando parecía que ya habían comenzado a deshacerse los miedos y la crueldad que Neftis había derramado sobre el lazo que las unía. Entonces Artemisa volvió a experimentar un pavor indestructible al plantearse la posibilidad de que Agnes descubriese los sentimientos que guardaba para ella en lo más hondo de su corazón.

     Dime la verdad, Artemisa. ¿Estás consagrada a la Diosa? —volvió a preguntarle, esta vez notando que, al fin, regresaba a su ser la mujer imponente que podía deshacer su timidez y sus emociones más desgarradoras.

     ¿Y eso qué importa, Agnes?

     Importa porque, si lo estás... si lo estás, dentro de poco te convertirás en sacerdotisa de la Diosa y después puede que seas la suma sacerdotisa del aquelarre. Sé que Gaya piensa en ti como su sucesora.

     ¿Cómo? —le cuestionó Artemisa completamente desubicada y sorprendida—. Yo no aspiro a ser la suprema sacerdotisa del aquelarre. ¿Acaso crees que me interesa el poder?

     No es un poder mundano el que adquieres cuando...

     ¿Y cómo sabes que Gaya desea relegar en mí esa responsabilidad tan grande? —siguió interrogándola sintiendo que el alma le temblaba cada vez con más fuerza.

     Eso no importa.

     Por supuesto que importa, Agnes.

     No te preocupes, Artemisa. Yo no le contaré a nadie que estás consagrada a la Diosa ni tampoco que Gaya quiere que seas la suma sacerdotisa del aquelarre. Será un secreto entre las dos... o entre nosotras tres —le indicó al notar que Némesis se acercaba a ellas, dándole ya ese valor que tanto le había faltado.

Impulsada por aquellas súbitas palabras, Artemisa deslizó los ojos por su alrededor, desorientada y asustada. Entonces descubrió que, tras Agnes, una enorme serpiente la miraba con ojos áureos e hipnóticos. Estuvo a punto de proferir un alarido de terror cuando se encontró con la imagen de aquel animal tan inmensamente imponente. Nunca había visto una serpiente de aquel tamaño tan considerable, de cuyos ojos se desprendiese tanta sabiduría. Le pareció que podía captar nítidamente las emociones de quienquiera que se hundiese en su poderosa mirada.

Agnes se percató enseguida de que a Artemisa se le había llenado el alma de un gélido y súbito terror que había deshecho por completo la calma que le había permitido afrontar con seguridad aquellos extraños momentos. Se desvanecieron al instante los bellos sentimientos que le inspiraba la mirada afable y la entrañable voz de Agnes y lo único que pudo experimentar fue pánico. Oyó de nuevo en su mente, con mucha más nitidez que nunca, las palabras con las que Neftis le había advertido de que Agnes era peligrosa, con las que le había suplicado que se alejase de ella y que no permitiese que su vida se mezclase con la de aquella mujer tan oscura. Le pareció que aquellas frases tan tristes cobraban un sentido que hasta entonces no había sabido darles.

     Ay, pero no tengas miedo —le pidió Agnes con mucho cariño y dulzura sonriendo con sinceridad. Era la primera vez que Artemisa veía sonreír tan luminosamente a Agnes—. Némesis es muy buena y nunca te hará daño, de veras —le aseguró mientras se agachaba junto a Némesis, quien enseguida apoyó la cabeza en el pecho de Agnes—. Némesis, ela é Artemisa. Aínda non a coñecías, verdade? Mira os seus olliños. Son tan fermosos... verdade? Ten moito medo. Míraa cos teus ollos bonitiños e convéncea de que nunca lle farás dano.

Al oír a Agnes expresarse en su entrañable lengua, Artemisa notó que se atenuaba el inmenso pánico que se le había apoderado del alma. Sin embargo, le costaba mucho recuperar definitivamente la calma si Némesis la miraba con tanta profundidad, si aún se desprendía sin cesar tanta potencia y magia de los ojos y de la voz de Agnes. No pudo evitar que aquella pequeñez que hasta entonces había logrado mantener serena se esparciese de nuevo por todo su ser, acallando definitivamente la confianza que le profesaba a aquella mujer tan... inquietante. Sí, Agnes la inquietaba como nadie lo había hecho nunca en su existencia. La inquietaba a la vez que la fascinaba, pero aquella fascinación que sentía por ella lentamente moriría hasta tornarse en el reflejo de un místico sueño.

     Hemos de irnos ya, Artemisa —le comunicó Agnes alzándose del suelo y mirándola con fortaleza—. Regresaremos prontiño... o tal vez nos veamos en Beltane.

Agnes intentó sonreírle, pero advertir que Artemisa todavía estaba tan asustada y que de su mirada solamente se desprendía inseguridad y desconfianza la obligó a deshacer aquella dulce intención. Sin embargo, en aquellos momentos, ya no la desasosegaba ni la hería saber que Artemisa la temía. La mujer que vivía en su interior, batallando continuamente contra la débil personalidad que siempre la había caracterizado, le había devuelto su valentía, su imponente apariencia.

     Adiós, Artemisa.

Artemisa no le contestó. Cuando notó que Agnes y su temible serpiente se alejaban de ella, se aferró al tronco de un árbol sintiendo que su equilibrio temblaba y que las emociones y las sensaciones que le inundaban el alma la tornaban trémula e insignificante como el último suspiro de vida de los pétalos de una delicada flor.

Le costaba muchísimo comprender de dónde procedían aquellos sentimientos tan sobrecogedores que tanto la intimidaban y la disminuían; pero estaba segura de que la principal fuente de todos sus miedos era Agnes, eran la fortaleza y la magia que irradiaban sus profundos ojos negros; aquellos ojos que le parecían hipnóticos y hechiceros. Además, descubrir que Agnes era tan amiga de un animal tan peligroso la desolaba hondamente sin que apenas pudiese saber por qué experimentaba aquella congoja tan asfixiante. Se preguntó por qué nunca nadie le había hablado de Némesis, por qué nadie le había contado que Agnes se avenía tan íntimamente con las serpientes.

Aquella vida que le había parecido un mágico sueño estaba convirtiéndose lenta, pero intensamente en una extraña pesadilla en la que los hechos más inverosímiles eran los más reales e innegables, en la que las miradas que se cruzaban con sus ojos guardaban en su silencio significados mucho más claros que el que definía las palabras que conocía, en la que cualquier suspiro de vida se tornaba un huracán, en la que la oscuridad de la noche podía ser interminable. Estaba segura de que, a partir de aquellos momentos, nada volvería a ser igual, se quebraría lentamente la senda estrecha y calmada por la que hasta entonces había vagado. Debía recuperar la serenidad que le permitiría afrontar los tensos instantes con los que la vida deseaba apuñalarle el alma y confundirla, pero en su interior se había declarado un incendio que parecía inextinguible. Se habían cernido sobre su corazón anhelante unas brumas que ocultaban cualquier ápice de valentía que le facilitase respirar sosegadamente sin sentir miedo, sin notar que cualquier hecho la empequeñecía.

Regresó a su cabaña tratando de serenarse, tratando de reencontrarse con los pedacitos de su alma que le había arrebatado la tensión que había impregnado los momentos que había vivido con Agnes, pero enseguida se percató de que aquéllos eran ya irrecuperables, pues Agnes se los había llevado consigo para albergarlos en su alma, para alimentar con ellos los sentimientos que le profesaba sin que ni ella misma fuese capaz de reconocerlo. Se preguntó qué haría Agnes, cómo se enfrentaría al repentino y desgarrador presente que se había apoderado de su vida, cómo respiraría sabiendo que existía en el mundo alguien que la quería y a la vez la temía, porque, sí, era plenamente consciente de que Agnes había atisbado la sombra y los destellos de todas las emociones que ella albergaba en su alma, que le dedicaba sin que ni siquiera su propio corazón pudiese soportarlas.

Y, cuando se formuló aquellas tensas preguntas, una inmensa y poderosa intuición se irguió ante sí, oscureciendo la tierna luz que el día derramaba sobre ella, con la que envolvía los árboles en un manto de amor y calidez. Aquella intuición le reveló que precisamente serían aquellos sentimientos inaceptables que la una sentía por la otra los que derruirían irreversiblemente los muros que construían su hogar, los que desvanecerían las sendas por las que podía deslizarse su existencia. Aquella intuición la avisó de que estaba a punto de comenzar para las dos una insufrible época llena solamente de temor, de oscuridad, de inseguridad y de mentiras lacerantes. Supo que no serían únicamente las emociones que a ambas les anegaban el alma las que provocarían aquellos acontecimientos que tanto podían distanciarlas y quebrar la paz de su existencia, sino también la actitud de las personas que las conocían y que podían interceder por ellas. Gaya, Gilbert y sobre todo Neftis podían impregnar de interpretaciones dolorosas los hechos que viviesen, que las esperasen a las dos al otro lado de cada amanecer.

Aquella realidad era inaceptable, era tan dañina como un poderoso vendaval que arranca de la tierra los árboles más milenarios. Artemisa se preguntó cómo podría vivir aquella situación, cómo podría respirar en el mundo sintiendo tanto miedo y tanta inseguridad. No quería experimentar aquel desaliento, no quería que sus noches no brillasen. Deseaba que Agnes y ella pudiesen introducirse juntas en una existencia que nadie pudiese quebrar ni rasgar con mentiras horribles; pero sabía que nadie, ni tan sólo su propia alma, la ayudaría a destruir las fronteras que la separaban de aquella mujer que tanto la intimidaba y que tanto la fascinaba. Sabía también que Agnes la sobrecogía tanto con su poder porque ella también ansiaba ocultar lo que sentía. Agnes no quería que ella percibiese las verdaderas emociones que le anegaban el alma.

Cuánta confusión se albergaba en su corazón, cuántas nieblas se habían cernido sobre su mente. Parecía como si, en vez de recibir la luz de la primavera, Artemisa Sólo captase las sombras de un ocaso interminable. Ni siquiera se sintió protegida cuando se adentró en su cabaña. La soledad que la rodeaba, que invadía cada rincón de su hogar, era tangible como la piedra más invencible. Era incluso asfixiante. Le arrebataba el aire y la sabiduría que hasta entonces estaba cultivando con tanto amor y entrega. Ante Agnes, se creía completamente ignorante, completamente absurda e ingenua.

Y aquella confusión que inundaba el corazón y el alma de Artemisa también se había apoderado de la claridad con la que Agnes podía pensar, con la que Agnes había pensado hasta aquellos momentos. Se sentía desorientada en sus propios sentimientos, como si éstos se hubiesen convertido en una tierra insondable llena de rincones inhóspitos. Némesis iba tras ella, intentando entender la energía que emanaba de la mirada y de los gestos de Agnes. El silencio en el que su mejor amiga se había sumido la intimidaba profundamente e incluso le impedía desplazarse con agilidad.

Némesis tenía la impresión de que, desde que Artemisa se había introducido en la vida de Agnes, desde que Agnes había descubierto que volvía a existir, su alma se había quebrado irreversiblemente, se habían tornado muchísimo más hondas y desgarradoras las heridas que se la hendían. Némesis estaba cada vez más convencida de que Artemisa había destrozado el corazón de Agnes y que nadie podría devolverle la calma que ella le había arrebatado.

Cuando se había hundido en los ojos de Artemisa, Némesis había notado que el alma de aquella mujer que parecía tan mágica estaba llena de miedo. No cabía duda de que Artemisa temía a su amiga, a su querida amiga, precisamente a Agnes, quien era mucho más bondadosa y tierna que cualquier persona que ella conociese. Agnes se minusvaloraba cada vez con más impiedad y saña por culpa de la existencia de Artemisa. Némesis sabía que Artemisa la empequeñecía, que los poderosos y castaños ojos de aquella mujer que Agnes creía tan especial la disolvían en la nada, intensificaban sus profundos miedos y su insaciable tristeza.

Y Némesis no soportaba aquella realidad. No soportaba notar que Agnes se sentía cada vez más desolada. Además, la enfurecía que todas las personas que la conocían y que supuestamente tanto la habían querido la hubiesen tratado con tanta desconsideración, como si ella no tuviese sentimientos, y la hubiesen dejado tan inmensamente sola cuando Agnes más las necesitaba. Némesis incluso era capaz de preguntarse por qué los humanos no querían de veras, por qué eran tan inestables las emociones que les anegaban el corazón. Sólo Agnes parecía experimentar amor sincero, sólo ella amaba realmente, amaba más que nadie. Amaba a la naturaleza con una entrega estremecedora, amaba con desesperación la tierra en la que había nacido, la amaba a ella, a un animal que aterraba a cualquier ser que la mirase a los ojos.

Némesis creía que Agnes valía muchísimo más que aquellas personas que tan amables y buenas parecían, aquellas personas que se creían con el derecho de despreciar a la mujer más mágica que existía, que se sentían capaces de herir un alma tan pura, tan dulce, tan maltratada por la vida y por las injusticias que habían oscurecido su existencia.

A medida que se alejaban de la casa de Artemisa, Némesis notaba que los sentimientos y los pensamientos que la dominaban se intensificaban cada vez con más fuerza, convirtiéndose en sensaciones que incluso la asfixiaban. Experimentaba una creciente impotencia y una rebelde rabia que estaban a punto de impedirle seguir desplazándose con tanta calma. Agnes ni siquiera se imaginaba que el alma de su amiga estaba tan llena de desolación y frustración.

Agnes se había sumido en una confusión que parecía inquebrantable. No dejaba de recordar los extraños instantes que había compartido con Artemisa. Le parecía que éstos no eran reales, sino parte de uno de aquellos sueños con los que su mente la torturaba todas las noches. Artemisa le había revelado demasiadas certezas con sus ojos mágicos, pero también la había intimidado en exceso, le había arrebatado la seguridad y la valentía con las que pretendía enfrentarse a la vida. No obstante, también se sobrecogía y la aliviaba percibir que Artemisa la temía. Aquello significaba que no parecía tan débil como creía, que podía impedir con su presencia y sus hipnóticos ojos que se burlasen de ella.

Al fin, su protectora cabaña apareció entre los árboles, queda y quieta, aguardándola con amor y cariño. Agnes se introdujo en su hogar sin acordarse de que Némesis iba tras ella; mas, cuando se sentó junto a la chimenea, enseguida percibió que su amiga la miraba con insistencia e incluso potencia. Se estremeció al captar las vigorosas emociones que irradiaban los hermosos ojos de Némesis. Le costaba comprender por qué la observaba de ese modo tan profundo. Se preguntó qué deseaba comunicarle Némesis con aquella mirada tan significativa; la que gritaba con un ímpetu que ensordecía el aterciopelado silencio de la mañana.

     Némesis...

Némesis se acomodó junto a ella sin dejar de mirarla. Con sus potentes ojos le suplicaba, le suplicaba que hiciese algo que Agnes no podía comprender. Incluso Agnes tuvo la sensación de que su amiga le imploraba que la escuchase, que interpretase el significado de la desgarradora mirada que con tanta desesperación le dirigía.

     Némesis, miña Némesis —la apeló muy dulcemente mientras la acariciaba con primor y suavidad—, non teñas medo, bonitiña. Artemisa non che fará dano nunca. Eu non o permitirei; pero non é medo o que sentes, verdade?

Mientras le hablaba con tanta delicadeza y dulzura, Agnes se hundía cada vez más profundamente en sus ojos espirales; los que, de pronto, se convirtieron en el eco de la voz del alma de Némesis. Desapareció su entorno y lo único que existió para ella fueron las inaudibles palabras que Némesis le entregaba a través de aquella silenciosa y poderosa mirada...

«Agnes, por favor, no permitas que Artemisa te venza. No permitas que nadie te intimide. Tú eres mucho más fuerte que nadie, Agnes. Por favor, no te rindas, Agnes. Eres muy fuerte, mucho más fuerte que cualquier persona que conoces. Eres mucho más valiosa que nada en el mundo. No quiero que te pierdas en la oscuridad. Otra vez no, por favor. No te aflijas, no te dejes abatir por la tristeza. No estás sola, no lo estás, jamás lo estarás si yo sigo respirando. Estoy aquí para ser tu fuerza. Agnes, lucha por tus sueños. Vayámonos de aquí cuanto antes. Regresemos a tu tierra y olvidémonos de estas personas falsas que no te quieren de verdad, que solamente piensan en ti con lástima, que en absoluto te ayudan. Agnes, yo te quiero con sinceridad. Yo no te dejaré sola nunca. Por favor, resiste, resiste. Pugna contra ellos para recuperar tu valentía, tu fortaleza y tu poder. No permitas que tu enfermedad te debilite de nuevo. Yo no lo soportaré, no soportaré verte tan deshecha nuevamente. Artemisa puede hacerte mucho daño si no detienes a tiempo esta situación, si no batallas contra su magia oscura. Ella es quien tiene miedo y su miedo te destruirá, con su miedo los convencerá a todos de que estás mucho más enferma de lo que realmente estás. Te culparán de hechos que tú no has provocado ni provocarías jamás, porque de repente desconfiarán de ti como si fueses el ser más despreciable de la Tierra. Y yo no quiero que eso pase, Agnes. No quiero que te hieran más. Huye, huye lejos de aquí, conmigo. Atravesemos la distancia que nos separa de tu verdadero hogar sin sentir temor. Seamos libres. La naturaleza nos ayudará siempre y yo también haré por ti todo lo que pueda; pero no te rindas, por favor, por favor. Necesito tu energía, tu poderosa fortaleza.»

Agnes se quedó completamente paralizada. Nunca dudaría de que podía interpretar nítidamente el lenguaje con el que Némesis se comunicaba con ella; un lenguaje que nadie más conocía. Los ruegos que le había entregado eran tan reales como el tacto de la tierra que protegía su existencia, como el cielo que cubría aquellos bellos lares.

No obstante, aunque hubiese captado con tanta facilidad y claridad el significado de las silenciosas palabras que Némesis le había dirigido, no sabía qué debía hacer, no tenía ni la menor idea de cómo debía enfrentarse a su propia vida. Sí deseaba regresar a Galicia junto a Némesis sin importarle lo que abandonaba en aquellos lares, pero también era consciente de que no podía irse sin poner fin a aquella situación tan extraña que se había adueñado de su vida.

Por lo pronto, se mantendría lejos de Artemisa para intentar recuperarse del temor que le había inspirado su magia. Incluso se atrevería a celebrar densos rituales que la ayudasen a atenuar el poder de aquella mujer que era capaz de aniquilarla con tan sólo una mirada para que, cuando volviesen a encontrarse, Artemisa ya no fuese tan fuerte, ya no tuviese en sus manos la capacidad de destruir la valentía y la seguridad con las que anhelaba vivir con ella los momentos que la aguardaban en su incierto futuro.

No tenía muy claro todavía si asistiría al ritual de Beltane. Lo decidiría cuando llegase aquel día. Sería su alma quien le desvelaría si debía formar parte de aquella ceremonia o mantenerse lejos de todos los que creaban El fuego de Hécate para que nadie adivinase sus intenciones. Tal vez aquella noche sería la más idónea para partir hacia Galicia, para iniciar aquel viaje de regreso hacia el único lugar del mundo que podía devolverle todo lo que ella había perdido recorriendo la dura y escarpada senda que su destino había preparado para ella.

3 comentarios:

  1. ¿Por qué Agnes no ha vuelto aún a Galicia? Sí, ahora lo tiene decidido, pero no deja de sorprender cuánto ha tardado en tomárselo en serio, y en realidad tampoco estamos seguros de que lo vaya a hacer, (en realidad bien sé que no lo hará), en fin... Lo que quiero decir es que todo ocurre por algo, y la permanencia de Agnes yo creo que viene justificada porque tiene que interactuar con Artemisa. En este capítulo por primera vez la relación entre ellas toma importancia capital, no es un elemento más del relato.

    Me gusta mucho una frase del principio: ¿Quién era Agnes en verdad? ¿Quién era Artemisa cuando ella no la miraba, cuando no estaban juntas? ¿Por qué no correspondía al amor que ella le profesaba? ¿Cuál era la verdadera razón que la había impulsado a rechazarla? En ella no solamente Neftis se lo plantea todo, me gusta esa idea de que es dudoso que las cosas existan cuando no las vemos, ¿qué pasa con Artemisa cuando Neftis no la ve? Detrás de esa pregunta se esconde la misma idea que hace suponer a los niños que los juguetes se mueven solos y disfrutan por la noche; la incertidumbre de lo ignorado es siempre la peor. Así que Neftis va una vez más a ver qué puede sacar de Artemisa, supongo que sabe que nada va a cambiar, pero es como la polilla hipnotizada por la llama, incluso aunque se queme al tocarla, y así, le hace una pregunta que cada día seguro miles de personas hacen a otras, de uno u otro modo; ella, al menos, tiene una razonable respuesta, pero no creo que le sirva de consuelo...

    Artemisa, dime la verdad, por favor. ¿Por qué no me correspondes?

    ¿Por qué ni siquiera te gusto un poquito? —le preguntó incapaz de detener aquellas palabras.

    —     Porque los sentimientos no se pueden dominar, Neftis.
    —     Pero yo te quiero tanto, Artemisa... —lloró Neftis sin poder evitarlo.

    Más tarde Agnes habla con su abuela en ese pasaje tan delicado, su abuela en realidad es la misma voz de Galicia que la reclama; Escóitame, Agnes, has de regresar a Galicia. É o único lugar do mundo que pode ser o teu fogar. A terriña estráñate e ámate, queridiña.

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  2. Pero, sorprendentemente, Agnes decide quedarse de momento, porque siente que tiene cosas pendientes antes de poder irse.

    Y luego... luego viene Artemisa. Antes en Agnes pugnan sus dos facetas, debilidad, fortaleza... autocompasión y agresividad, de modo que los preparativos del encuentro van armando un preámbulo que parece anteceder a un choque formidable, a algo muy agresivo. Y sin embargo, usando una palabra que me gusta de la descripción, todo este aparato se resquebraja, y el tú a tú lo cambia todo. Bastan unas palabras para comprender que entre ellas hay una comunicación muy especial, algo que se escapa a ellas mismas, esto queda muy bien plasmado en el diálogo inicial:

    ¿Quieres tomar algo? —le preguntó Artemisa con educación mientras limpiaba la mesa donde estaba trabajando—. tengo té...

    —     Te agradecería mucho que me dieses un vaso de agua —le pidió intentando expresarse con claridad.

    —     Sí, los que quieras —se rió Artemisa nerviosa—. El camino que separa tu cabaña de la mía es bastante largo, ¿verdad?

    —     Un poquiño, pero no tanto como la distancia que tendría que recorrer si quisiese ir a la casa de Gaya.

    ¡Pero si parecen amigas de toda la vida! Claro, es que lo son, en realidad ¿Verdad? Lo que de allí se llevará es el propósito dudoso de acudir a Beltane; y es que Artemisa pone el dedo en la llaga cuando le pregunta ¿por qué estás tan triste? Creo que ahí se desarma cualquiera, porque está manifestando interés genuino, sin deseo de juzgarla, más de lo que por ella han hecho Gilbert, Gaya o Neftis. Por mucho que se quiera revestir de prevenciones, Artemisa demuestra ser buena y amistosa. Y sus ojos seguramente le prometen mucho más, por mucho que le pregunte que si la diosa, que si tal y que si Pascual: ahí hay algo, que posiblemente asusta a Agnes, pero algo luminoso, no oscuro.

    Y es Némesis, la quintaesencia del amor puro e inconmovible, el amor incondicional que no precisa ser correspondido para llegar al extremo, quien es plenamente consciente del embrujo que Artemisa ejerce en su amiga: Némesis tenía la impresión de que, desde que Artemisa se había introducido en la vida de Agnes, desde que Agnes había descubierto que volvía a existir, su alma se había quebrado irreversiblemente, se habían tornado muchísimo más hondas y desgarradoras las heridas que se la hendían. Némesis estaba cada vez más convencida de que Artemisa había destrozado el corazón de Agnes y que nadie podría devolverle la calma que ella le había arrebatado.

    Por eso la persuade de irse, de salir corriendo, de huir hacia esa Galicia que representa el pasado pero también puede ser el futuro, Galicia es la paz, lo que los psicólogos llamarían "la zona de confort". En otras ocasiones no pudo reunir fuerzas para alcanzarla ¿habrá puesto Némesis con las suyas el empuje suficiente para que realmente se vaya? Y si lo hace ¿qué va a pasar con todo? Me pregunto si la diosa sigue pensando que debe irse, en realidad todas las fuerzas buenas, por así llamarlas, están totalmente de acuerdo: su abuela, Némesis, la diosa... pero no dejo de pensar que a veces nos pasa eso, tenemos el consejo de todos los que bien nos quieren, y no obstante algo por dentro nos corroe y nos hace pensar que no, que la opción ha de ser otra. ¿Se escapará esa noche Agnes? Lo veremos... gracias por otro capítulo tan estupendo.

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  3. Neftis la vuelve a liar. Cuando empieza el capítulo me sorprendo por la capacidad que tiene de comprender el gran error que acaba de cometer. Se arrepiente profundamente y le invade la tristeza. Esperaba que fuese tras ella a disculparse, o al menos a decirle que todas esas horribles palabras que le dedica son mentira, solamente son fruto de sus celos y locura. Pero al último segundo, decido irse...¡Ha decirle a Artemisa que no se acerque a Agnes que es una mierda malvada y monumental! Otra vez con lo de meiga y para colmo, miente sobre ella diciendo que hace daño a la gente...Tenía una oportunidad de oro para pedirle perdón, para redimirse, pero nada, lo empeora todo. Ella misma reconoce que no es justa y que no se merece ese trato. Se deja llevar de nuevo por los celos y la lía. Encima, la pulpo piensa "oye, ya que estoy de nuevo aquí, le tiro otra vez la caña a Artemisa, y le reprocho que no esté enamorada de mi". Artemisa le tiene que dar un par de clases básicas de la vida para que se calle y la deje en paz. De verdad que con esta yo flipo.

    Por otro lado, me gusta que Agnes haya sido capaz de ir en busca de Artemisa.Al menos, Artemisa ha descubierto muchas cosas durante esa visita. Ha visto a la verdadera Agnes, sincera y cariñosa. Además, ha podido intuir muchas cosas importantes sobre ellas. Tiene claro que están destinadas a estar juntas, pero que no será fácil para ambas.

    Hay algo que me desespera. Cuando Agnes se plantea volver a Galicia, que diga "mi tierra no merece percibir la tristeza en la que me encuentro" o algo así. ¡Ahhhhhhhhhhhhh! Eso es una tontería. Su tierra le curará, no se pondrá a llorar y las plantas se marchitarán. Al menos se plantea lo de volver, aunque todo se disipa rápidamente cuando piensa en los pros y los contras.

    Némesis es una pasada de animal. ¿De qué sitio dices que sale? ¡Yo quiero una! Su capacidad de comprender los sentimientos más profundos de Artemisa es fascinante. Me ha gustado muchísimo la parte en la que le le transmite todo lo que siente. Aunque me sorprende que le diga que Artemisa le puede hacer mucho daño o que no debe permitir que la venza. Imagino que al igual que Gaya, capta el amor que hay entre ellas, pero el calvario por el que tendrán que pasar para estar juntas. Pero el amor es mucho más fuerte que cualquier otro sentimiento, si hay amor, todo se supera.

    Me ha gustado mucho la frase "Artemisa se fijó en que Agnes parecía un pedacito de noche abandonado en medio de La Luz, parecía el rescoldo de una sombra triste que el amanecer se había negado a deshacer, de la que la noche se había olvidado al alejarse del día". Es preciosa esa frase, me encanta. Un pedacito de noche abandonado en medio de la luz, es precioso.

    La parte en la que aparece su abuela es sin duda muy entrañable y triste. La profunda emoción al verla pero la desgarradora tristeza cuando desaparece. Es la persona que más le ha querido en el mundo, y aunque siempre la ha necesitado, se me antoja que en estos momentos todavía más.

    En fin, un capítulo sobresaliente, cargado de emociones a flor de piel y sentimientos profundos y desgarradores. Está escrito con el corazón y el alma, se puede percibir en cada una de sus palabras. Me está encantado, Ntoch.

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