Capítulo 26
Culpa y
desesperación
Beltane se aproximaba. El sol de la mañana, el que refulgía con
intensidad hasta que la cercanía de la noche lo intimidaba, ya había dorado en
exceso los pétalos de las flores, había reverdecido definitivamente los árboles
caducifolios y había madurado los primeros frutos de la primavera. Cantaba en
el bosque una dulce orquesta de pajaritos que rompían con mucha suavidad el
silencio que se acumulaba entre los troncos y emanaba de la tierra. El río
discurría con pausa, como si no quisiese asustar a aquellos pequeños e
indefensos animalitos que tanto adornaban la naturaleza con sus silbidos
melindrosos.
Incluso ya se adivinaba la presencia tersa y cálida del verano en el
matiz azulado que teñía los atardeceres y en las tibias brisas que se negaban a
aceptar que la noche debía ser más fría que el día. Los aromas que impregnaban
la tierra parecían hechos de sensualidad, de vida, de amor. Por doquier se
respiraba la continuidad de la existencia, el renacer de cada aliento que
guarnecía el bosque, de cada ser que moraba allí, en aquella naturaleza tan
exuberante, tan poderosa, tan densa e indestructible.
Y aquella fluidez de vida y aliento se le introdujo a Agnes en el alma,
deshaciendo las sombras gélidas que habían ocultado el brillo y el poder que
todavía le anegaban el corazón, que todavía la definían y que de vez en cuando
se convertían en el reflejo de aquella mujer imponente e impetuosa que
intimidaba a quienquiera que se hundiese en sus profundos ojos negros.
La fortaleza que la acompañaba desde que amanecía hasta que atardecía
(la que caía dormida en los brazos de la oscuridad cuando la noche se apoderaba
del cielo) la convenció de que debía asistir a Beltane ignorando todos sus miedos
y burlando cualquier ápice de inseguridad que desease detenerla. Ella tenía el
mismo derecho que los demás a disfrutar de aquella ceremonia tan inmensamente
mágica, tan poderosa y especial. Beltane siempre le había llenado el alma de
energía, de vida, de vigores indestructibles. Sabía que aquella vez le convenía
más que nunca participar en aquel ritual para el que Gaya y los demás miembros
de El fuego de Hécate llevaban tanto tiempo preparándose.
Con aquel ritual, celebraban el reencuentro amoroso del Dios y la Diosa;
el cual se manifestaba en la vida con la que la naturaleza se había revestido,
en la madurez de los frutos que parecían bolas de existencia a punto de estallar,
en el fulgor evanescente con el que el atardecer deseaba vencer las sombras de
la noche y sobre todo en el calor que tanto gritaba tras haber sido silenciado
por el último invierno; tan seco y gélido como todos los que atacaban aquellos
lares. La vida se respiraba por doquier, se aspiraba el aroma de la
sensualidad, del amor verdadero. Y precisamente eran aquellos estímulos los que
incitaban a Agnes a olvidarse de su profunda tristeza y acudir a aquella
celebración para demostrarles a todos que era mucho más valiente y fuerte de lo
que creían. Especialmente, anhelaba asegurarle a Artemisa que su magia no la
intimidaba tanto como parecía y que era capaz de sostener su mirada hasta que
el Universo entero se deshiciese de sus más recónditos rincones.
Sin embargo, aunque se hubiese apoderado de ella la mujer fuerte y
valiente que podía ayudarla a parecer imponente y en exceso mágica, no se había
silenciado la voz de sus verdaderos sentimientos. A pesar de que se creyese
capaz de hundirse en los ojos de Artemisa sin sentir miedo, cuando la recordaba
tenía la sensación de que el corazón se le descontrolaba y comenzaba a latirle
con una velocidad interrumpida que podía convertirlo repentinamente en una
ígnea esfera de luz que estallaría acallando para siempre su existencia. El
alma se le inundaba de calidez, se declaraba por dentro de ella un incendio que
siempre se hallaba pronto a destruir definitivamente el ímpetu con el que ella
deseaba enfrentarse a la vida. Apenas comprendía por qué se percibía tan trémula
y temerosa cuando pensaba en Artemisa. De vez en cuando, se imaginaba que
Artemisa atisbaba la sombra de las emociones más íntimas que se escondían en su
alma, la insultaba delante de todos los miembros del aquelarre y les aseguraba que
Agnes estaba terriblemente enferma y que, no obstante, se atrevía a acercarse a
ellos para intimidarlos, para deshacerlos con sus horribles hechizos. Neftis
corroboraba las hirientes palabras de Artemisa y entonces Gaya, Gilbert y las
demás personas que presenciaban aquellos momentos se lanzaban a ella y la
expulsaban de su lado mientras la despreciaban con saña y muchísimo odio.
Agnes regresaba de aquellos figurados momentos notando que su fortaleza
se deshacía, que el alma le temblaba hasta desvanecérsele y que se iban de su
interior aquellas sensaciones que tanto podían ayudarla a ser valiente; pero
enseguida resurgía por dentro de ella la mujer que destruía todos sus miedos y
parecía como si no hubiese existido en su vida ningún instante desalentador ni
horrible.
La tarde en la que aquella ceremonia tan esperada tendría lugar, Agnes
se esmeró en cuidar su aspecto. Se bañó calmadamente en el lago (cuyas aguas
resguardaban la tibieza creciente de aquellos días) y después se vistió con las
hermosas prendas que solía portar en los rituales. Se trataba de una falda
oscura que tenía bordados de flores entre sus pliegues, de un estrecho jersey
de tela fina y suave cuyo matiz violáceo resaltaba la profundidad de sus ojos y
de una bonita chaquetita que se unía al místico color de la falda. Se esmeró
también en elaborar una guirnalda de flores silvestres que después se colocó
alrededor de la cabeza.
Némesis la miraba sorprendida y conmovida. Hacía muchos días que no
detectaba tanto vigor susurrando en los ojos de su mejor amiga. Además, con
aquella guirnalda tan hermosa y aquellas prendas tan elegantes que
realzaban la estilizada y delgada forma de su figura, Agnes parecía muchísimo
más imponente. Incluso Némesis tenía la sensación de que la imagen de Agnes era
el reflejo de la aparición de una mística deidad.
— Némesis,
queridiña, hoxe virás comigo —le comunicó agachándose enfrente de ella—. Non me importa
que non te acepten no ritual. Eu non quero estar sen ti. Necesítote para ser
forte. Ti es a miña valentía, es o meu poder. Eu non quero camiñar polo mundo
se non estás comigo, se non estás ao meu lado. Xa verás que é un ritual moi
bonitiño e máxico. Cando termine o ritual, pedirémoslle perdón a Artemisa. Sei
que habemos de desculparnos por asustala. Pedirémoslle perdón e entón xa poderemos
irnos de aquí e permitir que sexan felices todos. Nós regresaremos a Galicia, á
miña querida terra. Galicia é un lugar moi fermoso no que ao fin seremos
libres.
Cuando salieron de aquel hogar
que tanto las protegía, Agnes notó que en el cielo se había acomodado una
niebla resplandeciente que atenuaba el brillo azulado de los atardeceres
primaverales que solían refulgir en aquellos lares. La presencia de aquellas
brumas tan delicadas despertó levemente la sosegada voz de su intuición; la que
hasta entonces había permanecido atenuada y calmada por la valentía y la
energía poderosa que le inundaba el corazón. Entonces Agnes tuvo la sensación
de que, al otro lado de aquellos momentos, la esperaban hechos que destruirían
de repente la aterciopelada tranquilidad que le permitía sonreír y creer que la
vida no era tan oscura e hiriente como pensaba. No obstante, se esforzó por
ignorar aquellos avisos. Se concentró en los mágicos e hipnóticos ojos de
Némesis para que su estabilidad anímica no se desvaneciese.
Némesis no dejaba de
transmitirle fortaleza con sus dorados ojos espirales y a Agnes le parecía que
toda la valentía que podía anegarle el alma brotaba de la de aquel animal que
tanto la quería, a quien estaba tan irreversiblemente unida, mucho más unida de
lo que jamás lo estuvo con nadie. Némesis la había ayudado más que cualquier
otro ser, la alentaba continuamente, la rescataba del abismo de la tristeza
cuando más hundida se sentía...
Lentamente, la mujer valiente
que escondía entre sus brazos a la Agnes frágil y en exceso sensible fue
acomodándose en aquella alma que tan herida estaba, fue apoderándose cada vez
más irrevocablemente de todos sus pensamientos, de sus más recónditas
emociones, de sus recuerdos y de sus anhelos. Agnes notaba que una esfera de
luz iba acallando las sombras que le latían en el corazón. Una corriente tibia
de energía resplandeciente le recorría las entrañas, volviéndola cada vez más
impetuosa, tornándola, al fin, en el reflejo de aquella mujer que ella deseaba
ser realmente. Se detuvo de pronto en medio de los árboles cuando experimentó
la fuerza de aquella nueva personalidad que había nacido por dentro de ella,
con mucho más brío que nunca, y sonrió amplia y luminosamente al ser plenamente
consciente de que se habían marchado de su alma aquella inseguridad y aquella
timidez que los demás convertían en un arma con la que atacarla hasta
destruirla.
— Si, son
máis forte do que pensan. Son máis poderosa que calquera deles —se
dijo notando que la valentía que tanto la impulsaba a caminar por la vida se convertía
en la única realidad que vivía y en la única emoción que le anegaba el alma.
Entonces no tuvo miedo. Ya no
temía que Artemisa pudiese deshacerla con su mágica mirada ni que los demás
creyesen que ella era peligrosa. Si se atrevían a insultarla o a expulsarla del
ritual, ella podría defenderse sin sentir inseguridad ni temor. Sí, era fuerte,
muy fuerte.
Lo que nadie podría revelarle
en aquellos momentos, lo que ni siquiera Némesis podía intuir era que la Agnes
que había nacido repentinamente remplazando a la que siempre había sido estaba
devorando el vínculo que podía conectar aquellos momentos con los recuerdos que
después quedarían de ellos en su memoria. Agnes no sería capaz de evocar los
instantes previos al ritual, al preciso momento en el que al fin llegó al valle
sagrado en el que ya había comenzado la ceremonia.
Mas ella no quería herir a
nadie. No quería intimidar a ninguna de aquellas personas que tanto apreciaba.
Lo único que anhelaba era compartir con ellas (y sobre todo con Artemisa) la
magia y el misticismo de aquel ritual tan especial. Creía firmemente que
aquélla sería la última vez que participaría en Beltane junto a ellos.
Se marcharía cuando aquella
ceremonia hubiese terminado. Volvería a Galicia y se alejaría para siempre de
aquellas personas que tanto se habían desvivido por ella. No quería que
siguiesen perdiendo el tiempo de su vida intentando ayudarla. Creía con un
convencimiento estremecedor que no merecía la pena que se esforzasen por
rescatarla de la inmensa nostalgia que le agrietaba el alma. Serían felices, al
fin, cuando ella se fuese, cuando desapareciese su presencia, su oscuro
recuerdo... y por ello quería vivir intensamente aquella noche, quería que los
últimos momentos que compartirían estuviesen anegados en luz, en amor, en
magia.
Mas, de pronto, cuando estaba a
punto de descender la pequeña cuesta que la separaba del valle sagrado, oyó
que, desde lo más profundo de aquel lugar, nacían unas voces amenizadas con la
quietud del atardecer. Se elevaban al cielo versos preciosos que alababan la majestuosidad
de la naturaleza, el renacer de la vida y la cercanía del verano y que rogaban
también por una esplendente cosecha que los ayudase a sobrevivir.
Agnes se quedó totalmente
paralizada cuando descubrió que habían comenzado a celebrar el ritual sin ella.
Era cierto que no le había asegurado a nadie que asistiría a aquella ceremonia,
pero le dolió inmensamente en el alma que nadie se hubiese molestado en
cerciorarse de que realmente deseaba faltar a aquellos momentos tan hermosos.
Se le abrió de repente una brecha en el corazón por la que cayeron sin remedio
todas las buenas sensaciones que la habían impulsado a desear vivir con ellos
aquellos instantes tan místicos y entonces se quedó paralizada en medio de los
árboles.
Némesis todavía la miraba con
aliento, pero Agnes apenas podía percibir las hermosas vibraciones que
irradiaban los ojos de su amiga. Sólo sentía la potente decepción que gritaba
en su interior, ensordeciendo cualquier ápice de paz y esperanza que pudiese
impulsarla a sonreír.
Pensó entonces que ella era
completamente prescindible en aquel aquelarre, que nadie la necesitaba de veras
y que hacía muchísimo tiempo que ya se habían acostumbrado a su ausencia.
Aquellas certezas la convencieron más profundamente de que debía marcharse de
allí cuanto antes e incluso le insinuaron que jamás debía haberse mezclado con
la existencia de aquellas personas que serían muchísimo más felices si nunca la
hubiesen conocido.
Experimentó unas desgarradoras
ganas de llorar cuando comprendió que, al contrario de lo que tanto había
anhelado, no podía despedirse de aquella vida celebrando aquel mágico ritual,
cuando fue plenamente consciente de cuán felices eran todos sin ella, sin
captar su presencia. Sabía que no podía interrumpir el ritual una vez éste
hubiese empezado y aquella certeza le golpeaba en el corazón como si quisiese derribárselo.
— Que hei
de facer? —se preguntó trémulamente, incapaz de recordar que
Némesis se hallaba a su lado, instándola a que no tuviese miedo ni se
acobardase—. Xa non podo...
Entonces Némesis se colocó
delante de ella, mirándola con una insistencia sobrecogedora. Agnes captó al
instante la poderosa impotencia que irradiaban los ojos de la serpiente y,
agachándose delante de ella, la abrazó como si hasta esos momentos nadie la
hubiese acogido jamás con un cálido gesto de amor.
— Non
podemos ir, Némesis, queridiña. Non podemos interromper o ritual —le
advirtió muy quedo mientras deslizaba los dedos por su poderoso cuerpo.
Agnes volvió a mirar a Némesis.
Intuía que ella deseaba hablarle, que anhelaba comunicarse con ella con aquel
lenguaje silente que solamente Agnes sabía interpretar. Cuando se hundió en los
ojos de Némesis, entonces, la voz del alma de su amiga se le adentró en el
corazón, haciendo temblar sus convicciones y sus tristes pensamientos:
«Sí podemos ir, Agnes. Es más,
debemos ir. No ocurrirá nada si interrumpimos el ritual. Tienen que entender
que no pueden celebrar nada sin ti. La magia con la que intentan teñir esa
ceremonia no tiene sentido ni fuerza si no estás con ellos. Tenemos que ir,
Agnes. No te acobardes, no permitas que el desaliento te venza. Sé fuerte,
Agnes. Eres mucho más poderosa que cualquiera de ellos, créelo. No pienso
aceptar que el desánimo te haya abatido de nuevo. Me envolveré en tu cuerpo y
te arrastraré hacia el ritual si es necesario. Si regresas a casa, me enfadaré
muchísimo contigo y no te ayudaré nunca más. No quiero que seas cobarde, Agnes,
porque no lo eres, yo sé que no lo eres. ¡Vayamos ya!»
Agnes se quedó totalmente
paralizada cuando interpretó las silentes palabras que se le escapaban a
Némesis de la mirada. Sonaban tan exigentes, tan apremiantes y tan poderosas
que Agnes no podía ignorarlas, ni siquiera contradecir a su amiga. Permaneció
quieta y queda durante unos largos instantes en los que intentó ordenar sus
pensamientos. Trató de adivinar qué tenía que hacer, si obedecer a Némesis o
regresar a su cabaña sin molestar a nadie, sin impedir que los demás
disfrutasen de aquel Sabbat tan especial que de tanta vida llenaba el alma.
Mas Némesis no dejaba de animarla
con sus poderosos ojos. Al fin, los ruegos que continuamente le lanzaba se
hicieron un hueco entre los descontrolados sentimientos que le anegaban el alma
a Agnes y al fin se adueñaron de su trémula y tímida voluntad. Agnes notó que
una fuerza impetuosa e invencible se esparcía por todo su ser. Aquella fuerza
despertó a la mujer vigorosa e imponente que estaba a punto de hundirse bajo el
desaliento y entonces se levantó del suelo percibiendo que el corazón le latía
con más ánimo que nunca.
— Tes
razón, Némesis —le aseguró sonriéndole con muchísimo amor—. Iremos.
seguramente, non lles importará que interrompamos o ritual. Acollerannos coma
se nada ocorrese.
Caminó rápidamente hacia el
valle sagrado sin acordarse de que el alma se le había inundado de desaliento
hacía apenas unos instantes. Aquella valentía y aquella energía tan tibia que
habían deshecho su inseguridad le hacían experimentar una súbita alegría que la
convencía de que realmente sí la necesitaban y la querían.
Aquella energía tan hermosa ni
siquiera tembló cuando Agnes descubrió que Neftis y Artemisa compartían más
íntimamente que nadie la impetuosa y resplandeciente magia que teñía aquella
ceremonia. Las envolvía el humo fulgurante y el tibio aroma del incienso,
esplendía en su piel el reflejo de la luz de las velas y caía sobre ellas la
majestuosidad de los últimos rayos del atardecer. Bailaban y cantaban las
trovas que todos les dedicaban a los elementos, a la Diosa y al Dios como si no
existiese nada más en el mundo, como si a la Historia no le quedase ya
instantes por vivir.
Ardía en el centro del círculo
una cuidada y delicada hoguera que alumbraba las primeras sombras de la noche.
Danzaban todos con alegría y muchísimo amor alrededor de aquellas sinuosas
llamas cuyo baile también endulzaba aquellos místicos momentos.
Agnes se quedó quieta entre los
árboles, sin saber qué debía hacer, sin tener ni la menor idea de cómo podía
introducirse en aquellos instantes tan bellos sin que su magia se quebrase. De
nuevo pensó vagamente que nadie la añoraba, que su llegada solamente
desvanecería la calma y la felicidad con las que todos vivían aquel ritual. Notó
que una punzante tristeza deseaba atenuar el brillo de aquella energía que
tanto la impulsaba. Lentamente nacieron en su garganta unas intensas ganas de
llorar que le llenaron los ojos de lágrimas; pero luchó con ahínco y
desesperación contra aquellas emociones que tanto podían deshacerla y acobardarla,
pues no quería que aquel vigor que Némesis le entregaba se desvaneciese.
De pronto, cuando creyó que el
ritual terminaría sin que ella se hubiese atrevido a mezclarse con su impetuosa
magia, notó que alguien la miraba con insistencia desde el círculo mágico. No
dudó ni un momento de que las vibraciones que le acariciaban la piel provenían
de los ojos de Artemisa. Alzó la mirada y se cruzó inevitablemente con la que
Artemisa le lanzaba desde el misticismo de aquellos instantes.
Resplandecía en los castaños
ojos de Artemisa el reflejo de las llamas de la preciosa hoguera que guarnecía
el centro del círculo mágico. Agnes sintió que la mirada que Artemisa le
dedicaba estaba anegada en emociones punzantes que cada vez se volvían más
oscuras. Notó que le costaba respirar, que el corazón le latía descontroladamente
y que un pavor muy intenso se le repartía por todo el cuerpo, acallando la
bella energía que la había impulsado a querer vivir aquellos instantes.
Agnes miró disimuladamente a
Némesis para que sus ojos mágicos le entregasen el vigor que ella estaba
perdiendo. Némesis no sólo le transmitió fortaleza y valentía a través de aquella
mirada tan brillante y hechizante, sino sobre todo seguridad y serenidad.
Entonces, sin pensar en lo que hacía, Agnes se dirigió hacia el círculo mágico,
interrumpiendo el ritual que celebraban todos, y se situó entre Neftis y
Artemisa, quien se habían separado al notar que una energía extraña se mezclaba
con las que impregnaban aquella ceremonia tan luminosa y especial.
Entonces tuvo la sensación de
que todos la miraban con desprecio, extrañeza e incluso odio; un odio que se
materializó a su alrededor y se le introdujo en el alma como si de un huracán
desbocado se tratase. Le costaba entender por qué le dedicaban silenciosamente
aquellas emociones tan dañinas y por qué nadie la acogía, aunque sólo fuese con
una mirada tierna y tímida.
Se fijó especialmente en la
forma como Artemisa la miraba. Enseguida atisbó rencor y un feroz pánico
nadando en los ojos de aquella mujer que tan especial era para ella, a quien
anhelaba pedirle perdón por cualquier percance que hubiese vivido por culpa
suya. Le pareció incluso que Artemisa había comenzado a temblar y que buscaba a
Neftis desesperadamente con sus asustados ojos.
Neftis la miraba desafiante y
despreciativamente. Parecía preguntarle agresivamente con sus nocturnos ojos
qué hacía allí, cómo se había atrevido a inmiscuirse en unos instantes que en
absoluto existían para ella, cómo había osado interrumpir un ritual tan
especial e importante con su oscura presencia.
Quiso buscar protección en los
ojos de Gaya, quiso comprobar si ella tampoco la acogía. Entonces descubrió que
tanto Gaya como Gilbert la observaban con recelo e incomprensión. Un silencio
inquebrantable y tenso se había esparcido por el bosque, había acallado incluso
el crepitar de la hoguera que ardía en el centro del círculo y una espesa
atmósfera hecha sólo de hostilidad los había rodeado a todos.
— Disculpadme
por haber llegado tarde. Podemos seguir con el ritual —les propuso Agnes
intentando expresarse con naturalidad y felicidad, pero su voz sonó insegura,
aunque en absoluto trémula.
— ¿Qué
haces aquí, Agnes? —le cuestionó Neftis con apatía y distancia. Agnes se
preguntó cómo era posible que alguien que tanto la había querido le hablase con
tanto rencor y desprecio.
— Quería
participar en el ritual —le contestó Agnes mirándola dulcemente a los ojos.
Aunque latiese en ella la mujer que la impulsaba a ser valiente, no se habían
desvanecido sus más tiernos sentimientos ni su verdadera forma de ser. Aquella
identidad que tan imponente la volvía sólo la alentaba a comportarse con
firmeza—. Por favor, continuemos con la ceremonia.
— No
podemos seguir con el ritual una vez se haya interrumpido —aseveró Gaya—. Me
temo que tendremos que acabar de celebrarlo cada uno por nuestra cuenta.
— No,
Gaya, podemos reanudarlo —intervino Artemisa con amabilidad y dulzura. Agnes
sintió una punzada de alivio y también de nostalgia cuando la oyó hablar de ese
modo, cuando supo que la defendía delante de todos—. No creo que ocurra nada
malo si continuamos con la ceremonia. No se desvanecerá la magia porque Agnes
haya llegado tarde.
— Parece
mentira que precisamente tú asegures algo así. Parece como si no supieses que
un ritual debe empezarse, seguirse y terminarse exactamente con las mismas
personas que lo iniciaron —la contradijo Gaya con tensión y nervios.
— Yo
creo que la magia de Agnes es lo bastante hermosa como para que nos ayude a
proseguir sublimemente con el ritual —insistió Artemisa.
— ¡La
magia de Agnes no es en absoluto hermosa, Artemisa! —la contradijo Neftis con
impotencia—. ¿Acaso no recuerdas lo que te pedí, Artemisa? ¿Qué te ocurre? ¿Es
que Agnes te ha hechizado? ¿No te acuerdas de lo que está haciéndote?
— Y
encima se atreve a venir con ese horrible bicho —susurró otro miembro del
aquelarre.
— Tienes
que irte, Agnes —indicó Gilbert—. No te encuentras bien. No es conveniente que
estés aquí ni que celebres con nosotros este ritual.
— Ya
lo has oído, Agnes. ¡Vete! —le exigió Neftis con rabia—. ¿No te das cuenta de
que nos has asustado a todos, especialmente a Artemisa? Ella quiere defenderte
porque le inspiras mucha lástima, pero en realidad te teme porque eres
peligrosa y malvada. Márchate de aquí, Agnes. El ritual ya no puede continuar
porque tú lo has destrozado con tus espantosas energías. Fuera de aquí, Agnes.
Lárgate. Nadie te quiere aquí. No te queremos aquí, ¿verdad, Gaya?
— Neftis
tiene razón, Agnes. Esta vez no puedes participar en nuestro ritual. Se
desprende de tus ojos una energía muy inquietante que destruye el misticismo de
esta ceremonia que debe ser tan especial y luminosa. Mañana, si lo necesitas,
iré a visitarte y hablaremos largo y tendido, pero ahora me temo que tendrás
que volver a tu cabaña.
Entonces llovió del cielo una
gélida y asfixiante oscuridad que rodeó sin regreso a Agnes, que se le
introdujo en todos los rincones de su cuerpo y desvaneció definitivamente la
calma que le había permitido afrontar con valentía y seguridad aquellos
momentos. Le pareció que su corazón la abandonaba para huir lejos de las
terribles emociones que le habían anegado el alma. Se sintió súbitamente sin
aliento, le faltó el aire y la capacidad de comprender lo que estaba
ocurriendo. Lo único que sabía era que nadie la quería, que todos los que la
rodeaban y que supuestamente tanto la habían respetado la rechazaban y la
odiaban.
— Tienes
que irte cuanto antes, Artemisa —le pidió Neftis situándose delante de ella—.
Vete, vete antes de que esta malvada meiga te destruya para siempre. Vete. Lo
único que desea es absorber toda tu magia. Ha venido porque quiere quitarte tu
energía, porque quiere matarte, Artemisa.
— Pero...
¿qué dices, Neftis? —le preguntó Agnes incapaz de susurrar, con un pánico atroz
ensombreciendo su voz.
Agnes se estremeció
profundamente cuando descubrió que a Artemisa se le habían llenado los ojos de
un pánico destructivo que parecía poder desvanecer el fulgor aterciopelado de
las estrellas y de la luna. Artemisa se alejó de allí sin que nadie pudiese prever
sus movimientos, sin que nadie la detuviese ni le pidiese que no se marchase,
sin que nadie le asegurase que lo que Neftis acababa de comunicarle no podría
ser cierto jamás.
Se le partió el alma cuando vio
que Artemisa se alejaba de ellos, perdiéndose entre las densas sombras de la
noche, desapareciendo entre los poderosos árboles que cercaban aquel valle
mágico. El silencio más desgarrador se esparció por doquier, acallando los
suspiros con los que la naturaleza expresaba su quietud; mas de pronto Neftis
lo quebró sin piedad. Se dirigió a Agnes empleando una agresividad con la que
hasta entonces nadie la había oído expresarse:
— ¿Es
que no has oído a Gaya, Agnes? ¡Tienes que irte de aquí! ¡Artemisa está tan
asustada y enferma sólo por culpa tuya! ¡Idos de aquí tú y tu maldita
serpiente!
— Ya
basta, Neftis —oyó que le pedía Gaya, pero el desconsuelo y el miedo que le
anegaban el alma a Agnes eran tan intensos que apenas podía percibir los
detalles de su entorno—. No es necesario que la trates así. Hermanos, regresad
a vuestros hogares y terminad de celebrar Beltane a solas. Nosotros ya no
podemos proseguir con el ritual. Agnes, ¿quieres que Gilbert o yo te
acompañemos a tu casa?
Agnes no le contestó. La gélida
parálisis que se había apoderado de todo su ser se acrecía incesantemente y se
volvió ensordecedora e insoportable cuando descubrió que todos los miembros del
aquelarre deshacían el círculo mágico y se alejaban de allí sin ni siquiera
entregarle una mirada acogedora o una palabra amable.
Sin ni tan sólo advertir que
Gaya se había apiadado levemente de ella, sin ni siquiera saber que la había
defendido con timidez de las acusaciones de Neftis, Agnes se apartó de aquel
lugar notando que el alma se le resquebrajaba, sintiendo que se desvanecían
todas las emociones tiernas que podían controlarla. Se abrió ante ella la noche
más oscura, cayó sobre su existencia la tormenta más devastadora y sus
recuerdos más mágicos se hundieron bajo el mar más bravo y agresivo de la
Tierra. Apenas podía respirar, pues el desconsuelo que le había anegado todo su
ser la asfixiaba, pero no se detendría, no quería detenerse hasta percibir que
su hogar la protegía de aquellos momentos tan horribles, tan inmensamente
espantosos.
Némesis se deslizaba tras ella,
intentando controlar la rabia que sentía, tratando de ignorar la impotencia que
le ardía en el pecho. Si los animales pudiesen llorar, Némesis lo haría con una
frustración mucho más poderosa que cualquier huracán. En aquellos momentos, le
latía en el corazón una infinita ira y sobre todo unos deseos imperturbables y
poderosos de destruir a quienes tanto habían herido a su querida Agnes.
El peso de la desolación que le
aplastaba el alma le arrebató a Agnes el ímpetu de caminar. Le pareció que la
tierra comenzaba a temblar bajo sus pies y tuvo que aferrarse al poderoso
tronco de un árbol para preservar su equilibrio. La respiración se le había
vuelto profunda y espesa y le costaba mucho percibir el frescor de la noche;
aquél que podía convencerla de que el aire que la ayudaba a sobrevivir no se
había desvanecido.
Mas, aunque aquel ancestral
árbol la ayudase a mantenerse erguida, Agnes tenía la sensación de que la
gravedad se había disuelto en la nada. Tuvo que sentarse en la hierba para
asegurarse de que el suelo de sus días no había desaparecido.
En cuanto se acomodó junto a
aquel tronco tan grueso y protector, Némesis se acercó más a ella y apoyó la
cabeza en su pecho. Agnes entonces sintió la calidez con la que su amiga
deseaba arroparla y volvió a acariciarla como antes, aunque, esta vez, con un
deje de profunda tristeza que ensombrecía la suavidad con la que le deslizaba
sus fríos y delgados dedos por su escamosa piel.
— Agora si
chegou o fin da nosa vida, Némesis. Agora si é evidente que ninguén me quere,
que para todos son odiosa e desprezable. Non entendo nada, miña Némesis. Non
entendo o que pasou. Por que todos ódianme tanto? Por que cren que quero
facerlle dano a Artemisa? Por que nin sequera Gaya e Gilbert defendéronme?
Agnes comenzó a llorar
desgarradora, pero silenciosamente, notando que cada suspiro de dolor que se le
clavaba en el alma era un afilado puñal que destruía todas sus esperanzas, sus
más tiernos deseos, su confianza hacia la vida y hacia quienes la conocían y
supuestamente tanto la habían querido.
Némesis no dejó de mirarla en
ningún momento. Némesis ansiaba que Agnes se hundiese al fin en sus ojos para
que pudiese comunicarse con ella y transmitirle lo que ella pensaba. Se removió
inquieta entre los brazos de Agnes, buscando la forma de que Agnes la mirase.
Al fin, Agnes buscó, entre las
oscuras sombras de la noche, la poderosa mirada de Némesis. A Agnes le pareció
que Némesis tenía los ojos llenos de lágrimas, pues resplandecía en ellos una
luz que jamás había brillado antes en sus miradas hipnóticas. Intentó
convencerse de que era el fulgor de las estrellas el que relucía en los dorados
ojos de su amiga, pero aquella certeza no era tan poderosa como el esplendor que
irradiaba aquella mirada tan expresiva. Némesis también parecía sentirse
inmensamente triste y decepcionada.
— Non
entendo por que nos odian tanto, Némesis —le susurró con
una voz llena de lágrimas, tan susurrante como el último aliento que emana de
la noche que ya se desvanece ante la llegada del alba.
Al oír lo triste y brumosa que había
sonado la voz de Agnes (la que siempre la inspiraba y la convencía de que era
mucho más poderosa y fuerte de lo que jamás había creído), Némesis reunió en su
corazón las energías que le anegaban el alma y las emociones que con tanta
desesperación la atacaban y miró a Agnes con un vigor jamás empleado antes.
Ansiaba que irradiasen de sus ojos, convertidos en alaridos de impotencia, los
pensamientos y los sentimientos que aquella situación le provocaba.
Agnes se quedó quieta, nadando
cada vez más serenamente en los ojos de Némesis, los que le comunicaban
certezas que, al principio, le costaba mucho entender; pero el silencio que la
rodeaba y la insistencia con la que Némesis la observaba la ayudaron a comprender
nítidamente el significado de las insonoras palabras que Némesis le entregaba:
«Es Artemisa. Ha sido por culpa
de Artemisa. Es Artemisa quien los ha convencido a todos de que tú estás
haciéndole daño y que quieres destruirla. Es Artemisa quien ha encendido en el
corazón de todos ese odio que te profesan. Tienes que destruirla, Agnes, tienes
que defenderte, tienes que erguirte potente y fuerte entre las sombras de tu
vida, tienes que luchar por ti, por tus sueños. Artemisa está desvaneciendo tu
energía. No permitas que te hunda y te silencie para siempre. Véncela y luego
marchémonos de aquí cuanto antes; pero no nos vayamos sin que te hayas vengado
de ellos por todo el mal que te han causado, Agnes, mi querida Agnes.»
— Artemisa é moi boíña, Agnes. Ela nunca lle faría
dano a ninguén —le comunicó con una
voz queda y trémula.
«Artemisa
te teme porque sabe que eres mucho más fuerte que ella y por eso quiere
destruir tu magia, Agnes, y tú no debes permitirlo. No puedes permitir que
alguien tan débil como Artemisa te intimide ni te acobarde. Artemisa ha destrozado
el amor que todos sentían por ti. Por culpa suya, Gaya, Gilbert y Neftis te
odian. Ya no puedes recuperar su cariño, pero por lo menos tienes que vengarte
de todo el daño que Artemisa te ha hecho y después irte de aquí. Tenemos que
marcharnos antes de que sigan haciéndote más daño.»
— Pero eu
non se como podo vingarme de Artemisa. Non me atrevo a facerlle dano. Eu quéroa
moito, Némesis
«No puedes querer a alguien que
te odia y que desea que desaparezcas. Puedes vengarte de ella tan sólo intimidándola
con tu hipnótica mirada. Sabes perfectamente que tu magia es muy poderosa,
Agnes. Incluso puedes debilitar la de Artemisa con esos rituales tan místicos y
potentes que sabes celebrar. Tienes que atenuar su vigor y su energía. Destruye
la energía de Artemisa. No se merece que sufras tanto por culpa suya. ¡Ella no
vale nada comparada contigo! ¡Maldita sea, Agnes! ¿Por qué no te das cuenta de
lo valiosa y especial que eres? ¡Eres más mágica que nadie!»
— Némesis...
Agnes notó, entonces, que de la
tierra, del aire e incluso de los troncos de los árboles emanaba una inmensa
energía que la rodeaba como si de un manto hecho de vigor se tratase. Se
desvanecieron lentamente las sensaciones que la asustaban, las emociones que
tanto la empequeñecían y esos sentimientos que tanto le destruían el alma y de
pronto nació por dentro de ella una fuerza que acalló cualquier pensamiento que
pudiese susurrar en su mente.
Cerró con fuerza los ojos,
intimidada por la potencia y la insistencia con la que Némesis la miraba. No se
creía capaz de permanecer hundida en aquellos ojos que parecían gritar en vez
de mirar. Las emociones que anegaban el alma de Némesis se le transmitían a su
corazón con demasiado brío, como si se adentrasen en su cuerpo convertidas en
un vendaval que arrasaba cualquier sentimiento que pudiese latirle en su ser.
Al mismo tiempo, cada vez se notaba más unida a aquella serpiente que le
inspiraba tanta valentía y que le entregaba tanto ímpetu.
Entonces creyó que nadie más
podría vencerla, que para siempre podría ser esa mujer valiente que destruiría
cualquier sonrisa burlona, cualquier palabra hiriente o cualquier mirada
aterradora que le dedicasen. Se levantó de la tierra advirtiendo que su materia
se había vuelto volátil, que su alma ya no le pesaba tanto y que incluso su
corazón había recuperado la cadencia tranquila de sus latidos. Inspiró
profundamente con la intención de captar todos los aromas que guarnecían
aquella noche y, cuando percibió que el aliento de la naturaleza se había
esparcido por todo su ser, le sonrió a Némesis y empezó a caminar con
tranquilidad, alejándose del último rincón en el que había estado a punto de
desvanecerse.
La luz de la luna llovía con
muchísima suavidad de aquel cielo estrellado. Descendía a la tierra convertida
en suaves caricias esplendentes que quebraban con delicadeza las sombras que
dormían entre los troncos de los árboles.
Agnes creyó que, a pesar de lo
terriblemente mal que había empezado, aquella noche era una de las más hermosas
que vivía en mucho tiempo. El frío del invierno ya se había ocultado bajo la
tierra y sólo una brisa tímida recordaba de vez en cuando que la naturaleza
también podía revestirse con la gelidez más asfixiante. El ambiente que lo
invadía todo estaba cargado de fragancias brillantes y revitalizantes y de
sonidos que acogían y acariciaban el alma. Además, la plateada luz de la luna
volvía mucho más mágicos aquellos instantes que a Agnes tanto le llenaban el
corazón de esperanza.
Cuando pensaba que la imagen
entrañable de su cabaña aparecería quebrando el vacío de la noche, Némesis se
detuvo de repente. Agnes advirtió que su amiga se esforzaba por atravesar la
oscuridad con sus hipnóticos ojos dorados. Estuvo a punto de preguntarle qué
ocurría, pero entonces oyó que alguien lloraba entre los árboles.
Agnes reconoció enseguida a
Artemisa en aquellos suspiros tan profundos. Sí, era Artemisa quien lloraba.
Artemisa se hallaba sentada entre los troncos de los árboles, en aquella tierra
tan anegada en vida. Tal vez estuviese perdida, tal vez no se sintiese capaz de
buscar el camino de regreso a casa entre aquellas sombras tan absorbentes.
Agnes fue consciente, al instante, de que nadie se conocía tan bien como ella
aquel bosque con todos sus rincones, con sus escondidas sendas. Enseguida
dedujo que era la única que podía ayudarla a encontrar su cabaña; pero entonces
se acordó de todas las horribles certezas que Némesis le había comunicado; las
que continuamente le emanaban de sus ojos brillantes, y aquel tierno anhelo de
ayudarla se hundió en la impotencia que le provocaba saber que Artemisa había
conseguido que todos los que la querían la odiasen tan injustamente.
Némesis la miró suplicante, comunicándole
con sus ojos brillantes que aquélla era la ocasión perfecta para intimidar a
Artemisa y para demostrarle que nadie tenía derecho a desvanecer su seguridad
de ese modo. A Agnes apenas le costó interpretar el significado de la silente y
potente mirada que su amiga le dirigía; la que, de pronto, le inspiró una
valentía mucho más invencible que cualquiera que le hubiese invadido antes el
corazón.
— Vaiamos
xunto a ela, Némesis. Creo que necesita a nosa axuda —le susurró
sonriéndole burlona. En aquellos momentos, su verdadero carácter estaba
durmiéndose en brazos de la mujer poderosa que ya tantas veces se había
adueñado de todo lo que ella era—. Non a deixemos soíña.
Artemisa estaba tan sumida en
su llanto que apenas podía detectar el eco de los sonidos que llenaban su
alrededor, pero, de repente, oyó que alguien se acercaba a ella con sigilo. El
miedo que le latía cada vez con más fuerza en el alma se intensificó hasta
volverse casi insoportable cuando Artemisa atisbó la imponente silueta de
Némesis entre las oscurecidas plantas del bosque.
Deseó huir, anheló ser valiente
para alejarse de aquel rincón cuanto antes, pero sabía que, sintiéndose tan
aterrada, no conseguiría divisar entre los árboles ni la senda más brumosa.
Además, aunque notase que las estrellas brillaban tras las frondosas copas de
los árboles, reflejándose de vez en cuando en sus lágrimas, a Artemisa le
parecía que la noche que la rodeaba, que tan impiadosamente la cubría, era la
más oscura e impenetrable que había vivido en muchísimo tiempo.
Alguien se había situado ante
ella, pero estaba tan asustada que apenas podía distinguir las facciones de la
persona que en esos momentos le hablaba y la miraba. Lo único que percibía era
la poderosa energía que se desprendía de aquella lejana voz y de aquellos ojos
que estaban fijos en ella, como si quisiesen extraerle la vida.
— Artemisa,
¿qué haces aquí? ¿Estás perdidiña?
Era Agnes, sí, era ella, quien
le hablaba con tanta serenidad, con aquel deje de nostalgia tiñendo su dulce
voz, tornando muchísimo más entrañable su modo de expresarse; el que siempre le
había parecido tan tierno, tan melódico, tan inmensamente arrullador... Mas en
aquellos momentos estaba tan sugestionada por las insistentes advertencias que
Neftis le había dedicado que apenas podía captar los matices hermosos que
definían a Agnes. Le parecía que la forma de hablar de Agnes era hipnótica
y hechizante. Creía que Agnes podía dormirla sólo pronunciando algunas frases
con aquel acento tan bello y cariñoso. Además, sus profundísimos ojos negros le
resultaban tan absorbentes que apenas podía huir de su mirada cuando Agnes la
observaba con aquella mezcla de fascinación y timidez que tan delicada la
volvía.
— Sólo
quiero irme a mi casa —le contestó sin pensar ni controlar sus palabras.
— Nosotras
podemos acompañarte si lo deseas.
— No,
no, no, no, por favor. Dejadme en paz.
— ¿Por
qué estás tan asustada? —le preguntó sonriéndole amablemente mientras la tomaba
de las manos. Artemisa quería que Agnes la soltase, pero no se atrevía a
moverse—. ¿Qué crees que podemos hacerte? Tranquilízate. Nunca te heriremos. Némesis,
afástache un pouquiño dela. Está demasiado asustadiña. Ten moitísimo medo,
coitadiña —le pidió expresándose con mucha más dulzura que
antes.
Artemisa notó que Némesis se
retiraba de ella y se acomodaba junto a Agnes, pero todavía no había dejado de
mirarla; lo cual la amedrentaba cada vez más. Le parecía que los ojos de
Némesis resplandecían como si se albergase en ellos toda la luz que hay
esparcida por el Universo y, además, las vibraciones que emanaban de aquella
mirada tan insistente y espiral la empequeñecían sin cesar, como si fuesen una
roca que podía aplastarla sin remedio.
— Artemisa,
me enteré hace tiempo de que Gaya quiere que seas su sucesora, pero creo que ni
Némesis ni yo queremos tener una suprema sacerdotisa tan cobarde que ni
siquiera es capaz de encontrar el camino de regreso a su cabaña, a la que la
asusta tanto la oscuridad de la noche... Verdade, Némesis?
— Yo
no quiero ser la suma sacerdotisa del aquelarre —lloró Artemisa con más
desesperación y profundidad.
— Pues
me temo que no puedes huir de tu destino, pero tampoco me importa si lo eres o
no, pues, cuando llegue el momento de que te conviertas en suprema sacerdotisa,
nosotras ya estaremos muy lejos de aquí.
— Agnes...
— Eres
tan cobarde, Artemisa... Crees que puedes vencerme con tu magia, pero se te
olvida que no eres tan poderosa como nosotras. Escúchame: no te atrevas a
atacarme nunca. Sé que quieres destruirme —le aseguró apretándole las manos.
— Eso
no es verdad, Agnes.
— ¡Por
supuesto que lo es! —exclamó con rabia, pero sin alzar la voz—. No es necesario
que me mientas, pues yo conozco toda la verdad siempre.
— Quiero
irme a casa...
— No
temas. Nosotras te acompañaremos a tu casa.
Agnes apenas era consciente de
las palabras que le dirigía a Artemisa, pues no era su verdadera personalidad
quien las pronunciaba, sino aquella mujer que reinaba con tanta autoridad en su
cuerpo, en su alma y en su corazón; la que había deshecho el eco de la voz de
sus más profundos sentimientos. Agnes jamás podría rememorar los detalles de
aquellos instantes, pues, cuando aquella identidad que tanto la dominaba
desapareciese al fin, se llevaría consigo todos los recuerdos de los momentos
que había vivido. Aquella noche, se iniciaba una época de confusión que
solamente se albergaría en su memoria en forma de oscuridad y de nieblas que
nunca la cordura podría disipar.
— Ven
con nosotras. No tengas miedo. Nosotras somos mucho más poderosas que tú y te
defenderemos si alguien quiere hacerte daño, ¿vale? —le propuso alzándose del
suelo y tirándole insistentemente de la mano—. ¿Qué te ocurre? ¿No puedes
caminar?
Artemisa se esforzó por ignorar
el pánico que tanto le hacía temblar y se levantó de la tierra percibiendo que
su equilibrio se había desvanecido. Se agarró involuntariamente a la mano de
Agnes con una fuerza imprevista y del todo inconsciente. Agnes notó que la
valentía que le había permitido enfrentarse a aquellos momentos se tornaba
mucho más vigorosa al advertir que en esos momentos Artemisa dependía única e
irrevocablemente de ella.
No obstante, Agnes sabía que,
si permanecía asida a la mano de Artemisa, si no la soltaba, aquella valentía y
aquella seguridad que tan imponente la volvían ante Artemisa comenzarían a
agrietarse hasta desvanecerse, dejando entonces al descubierto los verdaderos
sentimientos que yacían bajo aquel traje de mujer despiadada y calculadora que
tanto asustaba a Artemisa. Ni siquiera podía preguntarse si merecía la pena
revestirse con aquel disfraz que le ofrecía una imagen completamente opuesta a
lo que ella era en realidad, pues la mujer que la dominaba apenas le permitía
pensar y le impedía recuperar los recuerdos de su pasado y de su presente.
Así pues, notando que aquella
acción la tornaba más valiente, Agnes soltó la mano de Artemisa y comenzó a
caminar ágil y velozmente entre los árboles. Sabía perfectamente hacia dónde
tenía que dirigirse, pues ella no estaba perdida y además no la controlaba
tampoco el inmenso pánico que a Artemisa le impedía reconocer el lugar donde se
hallaba.
— Agnes,
por favor, espérame —le pidió intentando dejar de llorar—. ¡Agnes! ¡Agnes!
— Estoy
aquí, Artemisa —le contestó con apatía deteniéndose antes de ascender la cuesta
que la alejaría de aquellos lares—. Sé dónde tengo que ir.
— Pero
no me sueltes, por favor. No puedo ver casi nada. Está muy oscuro...
— ¿Nunca
caminaste en medio de la noche por el bosque? —le preguntó mientras la agarraba
con lejanía del brazo.
— Sí,
pero...
— Pero
ahora estás demasiado asustada, ¿verdad? —le cuestionó sonriéndole burlona.
— Tú
no solías comportarte así conmigo —reflexionó Artemisa con lástima.
— Anda
más deprisa. Yo también tengo ganas de llegar a mi casa y he de hacerlo antes
de que sea más tarde —le exigió esforzándose por ignorar los sentimientos que
le habían suscitado las palabras tiernas y tristes que Artemisa acababa de
dirigirle.
Artemisa luchó contra su pavor
para poder caminar con serenidad y firmeza, para no parecer tan cobarde y
asustadiza ante Agnes, quien parecía burlarse de ella con cada palabra que le dirigía
y desde sus profundos ojos expresivos. Además, la presencia de Némesis, la que
le resultaba completamente imponente, la más imponente que jamás se había
mezclado con su destino, acentuaba sus temores y su inseguridad y dotaba de
mucho más significado las advertencias con las que Neftis tanto la había
amedrentado.
— Qué
lástima que no pudiésemos celebrar juntas Beltane —le indicó de pronto Agnes
con su voz aterciopelada y su entrañable y melancólico modo de expresarse—. Me
habría gustado mucho compartirlo contigo. Ya nunca más tendré la oportunidad de
asistir a vuestras ceremonias.
Artemisa no era capaz de
contestarle. En aquellos momentos, le parecía que el ritual de Beltane formaba
parte de un sueño, de otro tiempo, de otra vida incluso. Apenas podía evocar
los instantes que habían compuesto aquella ceremonia desde que empezó hasta que
Agnes apareció.
— Ya
estamos a punto de llegar, Artemisa —le anunció soltándola de pronto—. No es
necesario que te acompañe hasta la puerta, ¿verdad?
— No,
no es necesario —le respondió casi inaudiblemente.
— Pues
entonces... hasta pronto, Artemisa, o quizá hasta nunca —le sonrió en medio de
la noche. Entonces desapareció y Némesis se deslizó tras ella.
Artemisa notaba que todo el
pavor que le anegaba el alma y la inseguridad que tan trémula la volvía se le
aferraban al estómago convertidos en un asfixiante dolor que le retorció las
entrañas. Experimentó de repente unas náuseas horribles contra las que fue
incapaz de luchar. Comenzó a vomitar sin que pudiese encontrar un rincón del
bosque que la arropase en aquellos momentos tan horribles.
Se encontraba tan desvalida,
tan desvanecida... Incluso le parecía que se hallaba completamente sola en el
mundo, que se habían esfumado todas las personas que la conocían y que podían
ayudarla. Creía que se había internado por error en un mundo desconocido, en
una existencia que la hería con cada segundo que la formaba, en un presente que
en absoluto se asemejaba al que había soñado vivir. Aquellos espantosos
momentos, tan brumosos, tan asfixiantes, eran el reflejo de los que componían
su pasado, tan lejano ya.
Intentó serenarse, pero apenas
podía encontrar paz en medio de tanto desconsuelo y tanto pavor. Incluso,
cuando trataba de evocar aquel momento en el que Agnes había aparecido
interrumpiendo el mágico ritual que celebraba junto al aquelarre, le parecía
que ni Gaya ni Gilbert habían sabido defenderla del poder de aquella mujer que
tanto estaba absorbiendo su energía, contra quien Neftis no dejaba de
prevenirla.
Cuando las náuseas perdieron la
intensidad con la que la atacaban, se introdujo en su cabaña rogando que, al
traspasar aquella puerta que la protegía de la noche, dejase atrás no sólo la
oscuridad que la rodeaba, sino también el pánico y la inseguridad que habían
ensombrecido sus días y habían convertido en pesadillas todas sus noches.
Se preguntó por qué su vida se
había vuelto tan incomprensible, por qué se había apoderado de sus días una
niebla tan gélida que apagaba cualquier ápice de calor que le templase el alma,
por qué no había sabido ni sabía afrontar los momentos tensos con los que la
Diosa deseaba fortalecerla. Entonces se imaginó, rápida y apasionadamente, que,
a la mañana siguiente, se dirigía corriendo hacia la cabaña de Agnes y le pedía
que no se odiasen, que conversasen serenamente acerca de lo que sentían, que no
se temiesen la una a la otra. Anhelaba insistirle en que ella podía ayudarla,
en que jamás se le había ocurrido burlarse de ella ni tampoco dedicarle
palabras hirientes cuando ella no podía oírla para quebrar el amor que los
demás le profesaban. Ansiaba poder prometerle que ella jamás le haría daño y
que siempre estaría a su lado tomándola de la mano para guiarla por los caminos
que formaban su destino; pero enseguida entendió que el mal que Agnes y ella se
habían hecho de forma involuntaria era irreversible, pues había nacido de
acontecimientos intangibles que ninguna de las dos sabría describir. Era
imposible derruir ya las barreras que las separaban y las habían encerrado en
mundos distintos.
Sin embargo, Artemisa no dudaba
de que aquello no habría sucedido si Neftis no le hubiese suplicado que no se acercase
a Agnes, si Neftis nunca le hubiese confesado que Agnes era en realidad una
mujer tan oscura; pero ¿cómo podía ser oscura una mujer tan mágica, cuya voz irradiaba
tanta añoranza, cuya forma de hablar era tan entrañable y melodiosa, de cuyos
ojos se desprendía tanta admiración hacia la naturaleza y hacia los recuerdos
más bonitos de su existencia? ¿Cómo podía ser cruel una mujer que la miraba con
fascinación, que sonreía tan efímera, pero resplandecientemente? Artemisa
estaba segurísima de que Agnes no albergaba en su interior ni la menor estela
de maldad ni de rencor. Era posible que Agnes sí sintiese recelo y
resentimiento hacia la misma vida, pues ésta no la había tratado con la dulzura
y el amor que se merecía recibir, pero sabía que Agnes no se atrevería a herir
a nadie nunca.
Mas Artemisa la temía. Aquella realidad
era inmutable. Artemisa ya no podía controlar los sentimientos que se le
despertaban tan intensamente cuando Agnes se hallaba a su lado o cuando oía que
alguien hablaba de ella. Había nacido entre Agnes y ella una energía que la
aterraba, que la deshacía, que incluso podía destruir la calma con la que ella
deseaba existir y que llenaba de oscuridad todas sus noches. Artemisa no vivía
serenamente desde que Neftis le había exigido tan insistente y desesperadamente
que se alejase de Agnes y que no permitiese que ella se mezclase con su
existencia. Lo que le costaba entender era por qué le habían influido tanto
aquellos avisos que, seguramente, Neftis le habría lanzado guiada únicamente
por los celos. A veces, Artemisa creía que Neftis estaba inmensamente celosa. Lo
más probable era que hubiese detectado las tiernas emociones que se les habrían
escapado de los ojos a Agnes y a ella cuando se habían mirado en las pocas
ocasiones en las que se habían encontrado en un ritual.
Todas aquellas preguntas,
aquellos pensamientos y aquellas dudas fueron conduciéndola, lentamente, hacia
el mundo de los sueños. Artemisa apenas podía mantener los ojos abiertos, pues
los párpados le pesaban como si se le hubiesen convertido en hierro. Se encontraba
tan débil, tan febril, tan delicada...
Se durmió notando que la piel
le ardía, que le dolía la cabeza y los ojos y que tenía el estómago lleno de
nervios que continuamente se agitaban como si quisiesen destruir los sutiles
ápices de paz que podían albergarse en su alma. Lo que ni siquiera podía
imaginarse era que en el mundo onírico en el que se introducía la esperaban
pesadillas que desharían para siempre la seguridad y la energía hermosa que le
había permitido vivir en aquella existencia tan mágica y mística amando todo lo
que formaba sus instantes.
Tenía ganas de que llegase este capítulo. Es un momento importante en la historia, cuando realmente se siente traicionada y rechazada. Me sobrecoge cuando Némesis le transmite todas esas palabras. Le infunde fortaleza y confianza en si misma. Quizás sabiendo lo que iba a ocurrir no le habría aconsejado que acudiese a la ceremonia, pero lo único que intentaba es que su amiga fuese fuerte y afrontase los problemas.
ResponderEliminarEl trato recibido por parte de todos es nefasto. Neftis es la peor, dedicándole palabras cargadas de odio sin que nadie se lo recrimine ni defienda a Agnes. Ni Gilbert y Gaya la defienden. Me he acordado un poco de Carrie, de Stephen King. Ella tiene poderes, es poderosa, pero desea ante todo ser aceptada, tener amigos. Cuando en la fiesta de fin de curso la maltratan y se ríen de ella (incluso una profesora que siempre le apoyó), se los carga a todos. El trato de todos es igual, aunque a Agnes no se le va tanto la cabeza como a Carrie, por suerte para todos. Me parece fatal que Gaya la trate así, y Gilbert. Ella no iba con malas intenciones ni malas energías, intentaba celebrar el ritual con la mejor de las intenciones. De verdad que Neftis es monstruosa. Yo por menos, me habría largado para no volver. Me costaría mucho (por no decir que no lo haría), perdonar todo esto. ¿Cómo confiar de nuevo en toda esta gente? Han sido en exceso crueles con ella.
Me sorprende que Némesis le diga que debe destruir a Artemisa. Si Artemisa es la única que la ha defendido. Se equivoca de objetivo, debería haber sido Neftis, que es realmente su peor enemigo. Me estaba recordando a la serpiente de Edén, cuando les dice a Eva y Adán que coman del fruto prohibido. Némesis tiene mucha influencia en ella, y sus palabras pueden ser determinantes. ¿También se percata de que Artemisa y ella sufrirán mucho por su amor? ¿Son celos? ¿Se cree las palabras de Agnes y también la considera un enemigo?
Para rematar, cuando se encuentra a Artemisa en el bosque es cruel y seca con ella. La única que la defendía. Con ese comportamiento le da la razón a la lunática de Neftis y los demás. Creo que es ahora cuando Artemisa se enferma...Este es el momento en el que Agnes pierde totalmente el control, por lo que recuerdo. Irá de mal a peor...sabía que sucedería, pero nunca quieres que llegue. Me da mucha pena, que una persona buena se pierda por culpa de los malos tratos de los demás y una enfermedad. Pobre Agnes...
Es interesante leer esta otra versión de lo ocurrido. Recuerdo que Agnes me parecía malvada y deseaba que dejase en paz a Artemisa, pero cuando conoces de cerca la historia...todo cambia. Por eso es bueno siempre saber las dos partes de una historia para poder opinar.
Me está gustando mucho. Esto se está poniendo cada vez más difícil para Agnes y Artemisa, pero muy interesante para nosotros, los lectores. Enhorabuena, me parece una historia extraordinaria. ¡Que sigaaaa!
Es sorprendente la fuerza que toma Agnes en este capítulo, y efectivamente resulta también muy mágica. El episodio de Beltane y su interrupción ya lo conocía, pero ahora resulta mucho más claro e interesante; Agnes interrumpe a propósito, eso es indudable, y comprendo que se sienta herida cuando lo han iniciado sin ella... en realidad la cosa empieza antes. Me impresiona cuando late en ella esa doble realidad, como si en cierto modo se estuviese apagando su personalidad y siendo suplantada por esa mujer fuerte, decidida y más oscura; pero ¿de dónde viene esa personalidad? ¿es su enfermedad, es Némesis? Bien lo representa este párrafo... Agnes notaba que una esfera de luz iba acallando las sombras que le latían en el corazón. Una corriente tibia de energía resplandeciente le recorría las entrañas, volviéndola cada vez más impetuosa, tornándola, al fin, en el reflejo de aquella mujer que ella deseaba ser realmente.
ResponderEliminarPor cierto, que lo que no cambia son los bonitos párrafos en gallego, es genial cómo me parece tan normal que una chica se dirija a una cobra usando el gallego: Némesis, queridiña, hoxe virás comigo —le comunicó agachándose enfrente de ella—. Non me importa que non te acepten no ritual. Eu non quero estar sen ti. Necesítote para ser forte. Ti es a miña valentía, es o meu poder. Eu non quero camiñar polo mundo se non estás comigo, se non estás ao meu lado.
Némesis sin duda está influyendo en Agnes, me pregunto si esos diálogos entre ellas son reales, es decir, ¿verdaderamente lo que aparecen son pensamientos de la cobra, o solo lo que Agnes percibe, y de este modo canaliza, por así decir, sus miedos y aprensiones? Porque no comprendo la animadversión de Némesis contra Artemisa, ¿por qué destruirla? A no ser, claro, que Némesis supera todo de ella y tuviera ganas de destruirla porque ella en otra vida también hubiera sido amantes de Agnes y la vea como una amenaza, pero esa realidad no me gustaría nada, ya que en todo caso para mí Némesis me cae bien, incluso si está equivocada en sus acciones me parece un ser puro, y ese tipo de razonamientos son tan humanos (en el peor sentido)...
A partir de ahí el capítulo tiene dos escenas principales: el frustrado ritual, donde hay un choque entre Agnes y los demás (con especial repelús a causa de la actitud de Némesis), y luego la conversación entre Agnes y Artemisa, que también da bastante miedito, la verdad.
En el ritual es innegable que Agnes "da mal rollo", ha venido con ganas de liarla, y la lía. Incluso Gaya, de la que no lo habría esperado, efectivamente trata de echarle un capote, pero ella no se da ni cuenta, empeñada como está en dar un fuerte golpe de atención, o no sé cómo llamarlo.
Y en el encuentro con Artemisa ya se ha desatado por completo la tragedia, es decir, Agnes ya no es quien solía ser..
Vaiamos xunto a ela, Némesis. Creo que necesita a nosa axuda —le susurró sonriéndole burlona. En aquellos momentos, su verdadero carácter estaba durmiéndose en brazos de la mujer poderosa que ya tantas veces se había adueñado de todo lo que ella era—. Non a deixemos soíña.
Lo que viene a continuación es un desastre, un comportamiento cruel y lleno de saña. Ahora quien me da ternura y pena es Artemisa, no Agnes, porque se porta con ella mal, muy mal. ¿Por qué no se va simplemente? Tiene el valor hasta de despedirse de ella con un "hasta nunca", cuando es evidente que Artemisa nunca le dio motivos para agredirla, en realidad, Gaya o Neftis han tenido sus altibajos, también Gilbert, pero ¿qué tiene contra Artemisa? ¿Qué le ha quitado el puesto en el aquelarre, o su futuro? No comprendo por qué se ha puesto así contra ella... y lo cierto es que ahora me temo lo peor... Sé que pronto va a pasar algo malo, y intriga en papel de Agnes, ¿qué pasará? Aaaaaah... tendremos que seguir atentos a nuestras pantallas...