viernes, 1 de septiembre de 2017

EL ABRAZO DE LA TIERRA: CAPÍTULO 22. CUANDO EL ALMA SUSPIRA POR ÚLTIMA VEZ...



 


Capítulo 22
 
Cuando el alma suspira por última vez...
 
Hay momentos de nuestra existencia en los que la vida se convierte en un camino totalmente intransitable que nos creemos incapaces de atravesar y nos intimida con los repentinos muros de piedra y desolación que emergen de lo más hondo de nuestros sueños. El último ápice de aliento que puede impulsarnos a seguir avanzando en nuestro destino tiembla hasta casi desvanecerse cuando la oscuridad del abandono se cierne sobre nuestros sueños, nuestras esperanzas y nuestras sonrisas, apagando cualquier haz de luz que puede refulgirnos en los ojos.
Agnes corría a través del bosque notando que huía de la última estela de paz y de amor que podía latir en su vida, percibiendo que se adentraba en un terreno desconocido y pantanoso en el que no existía ninguna senda. Apartaba las plantas que le ocultaban el camino que tenía que recorrer para alcanzar su cabaña creyendo que, en realidad, impelía con sus trémulas manos los brazos de seres horribles que deseaban apresarla. Le parecía incluso que el viento que de vez en cuando soplaba meciendo las ramas de los árboles eran carcajadas estremecedoras que le hacían sentir escalofríos.
Respiraba cada vez con más dificultad y apenas reconocía el lugar por el que corría, pero no le importaba. Lejanamente se acordaba de que su cabaña aparecería cuando llegase a la orilla de aquel lago que le proporcionaba el agua para vivir. Al fin, la divisó entre los árboles y le pareció que la llamaba con su bella presencia desde la lejanía, bajo el brillante cielo de aquella mañana que tanto le pesaba, que tan horrible se había vuelto para ella.
De vez en cuando, el recuerdo de los efímeros momentos que había compartido con Artemisa alzaba su voz, intensificando la desesperación que la invadía y que tanto la había descontrolado, ahondando la decepción que le latía con violencia en el alma. Agnes creía que Artemisa también conocía la verdad, también era partícipe de aquel engaño que tanto la había ilusionado y que, sin embargo, le había destrozado la vida. Estaba segura de que Artemisa también había sido hipócrita con ella, también se reía de ella, también la detestaba, también le dedicaba palabras horribles cuando hablaba con Neftis o con Gaya. La presencia de Artemisa le resultaba amenazante y asfixiante, como si ella representase todos sus miedos, todas sus inseguridades y sobre todo su locura.
Su mente, torturada e insana, la convencía cada vez más notablemente de que Artemisa era peligrosa y una amenaza a su vida y a sus sueños. Incluso le sugería que tuviese presente que Artemisa podía enviarla a aquel horrible sanatorio cuando menos se lo esperase. Ni siquiera Agnes era consciente de lo que pensaba y sentía. Se aferraba a los susurros que la voz de su intuición (la que se equivocaba por primera vez en su existencia) le lanzaba sin cesar, ahondando las heridas que le hendían poderosamente el alma.
Lejanamente, como si de pronto una voz intentase musitar en medio de los gritos que su corazón exclamaba, Agnes oyó que alguien le advertía de que estaba viviendo los últimos instantes de cordura de su existencia, le imploraba que se detuviese, la instaba a que valorase lo que pensaba y sentía; pero Agnes ignoró aquellos sutiles susurros, pues éstos no eran lo suficientemente potentes como para que ella pudiese comprenderlos. Eran los únicos rescoldos de su alma que aún no estaban deshechos por la desesperación y el miedo los que trataban de desvelarle que estaba a punto de desvanecerse, que todavía le quedaba en la mente un pequeñísimo ápice de razón y que debía aferrarse a él para no perderse para siempre; pero los esfuerzos de aquellos tímidos fragmentos de su espíritu fueron completa e irrevocablemente banales.
Cuando Agnes se adentró en su cabaña, se sentó junto a la chimenea todavía sollozando con un desconsuelo incalculable. Sentía que se ahogaba, que le faltaba el aire, que un río de lava le recorría todo el cuerpo, apagando cualquier ápice de serenidad que todavía se atreviese a resplandecer en su espíritu. Le dolía el pecho, la cabeza y sobre todo el corazón como si le hubiesen clavado allí una espada afilada y agresiva.
De pronto, tras de sí, entre su confusión y su profundísima aflicción, oyó que alguien se acercaba a ella. Estuvo a punto de rogar a gritos que la dejasen en paz, que no la molestasen más y que se olvidasen de que existía; pero enseguida advirtió que era Némesis quien se había acomodado junto a ella.
Percibió que Némesis la miraba, pero no se atrevía a hundirse en los ojos de su mejor amiga, pues estaba completamente segura de que ella podría detectar todas las terribles emociones que le invadían el alma y no quería que Némesis supiese que estaba tan destruida y triste. La avergonzaba explicarle que la habían engañado, que nunca podría regresar a Galicia. Aquella realidad la desolaba cada vez más, le arrancaba de lo más profundo de su ser un llanto desgarrador que había destruido su respiración.
Némesis miraba a Agnes con una preocupación que incluso podía tañerse. Intentaba llamar su atención colocándole la cabeza en su regazo o rozándole sutilmente la mano con su lengua, pero Agnes parecía tan ida, tan apartada de su presente...
Al fin, Agnes notó el cariño con el que Némesis deseaba ampararla y empezó a acariciarla aún con vaguedad y distancia. Némesis no dejó de mirarla en ningún momento. Intentaba proyectar en Agnes toda la fuerza que le latía en el alma y toda la energía que su poderoso cuerpo albergaba. De sus ojos emanaba una magia acogedora e hipnótica que habría podido serenar incluso al corazón más salvaje, pero la agonía que torturaba a Agnes no tenía cura ni tampoco existía ningún antídoto que pudiese combatir los efectos del veneno de la decepción.
     Némesis —la llamó al fin acercándose más a ella—, Némesis, enganáronme. Fixéronme crer que podería regresar a Galicia, e non é verdade, Némesis. Enganáronme cruelmente. Ríronse de min, burláronse dos meus sentimentos e dos meus desexos. Non llo perdoarei nunca, nunca, nunca! Ti es o único que teño, Némesis. Ti es a única que me quere de verdade. Graciñas por estar comigo sempre.
Entonces Agnes notó que de los ojos de Némesis emanaba una energía que incluso le quemaba en la piel, que le abrasaba las manos y que trataba de deshacer la desolación que había oscurecido su mirada. Entonces se hundió en los dorados ojos de la serpiente como si aquélla fuese la única forma de huir de sus desgarradores sentimientos.
Agnes tuvo la sensación de que los ojos de Némesis aplacaban el inmenso dolor que le resquebrajaba el alma, podían apartar de su corazón el potente manto de frustración que se lo había envuelto y deshacer sus más terribles pensamientos. La desilusión nacida de saber que no podía regresar a su tierra fue disipándose como lo hacen las nubes cuando ya han llorado lo que deseaban y entonces un recuerdo alzó gravemente su voz, silenciando los últimos susurros de la pena que le latía en el alma con tanta fuerza.
Agnes se acordó inmediatamente de Artemisa y de todo lo que había sentido cuando se habían mirado a los ojos, cuando se habían tomado de la mano y cuando habían compartido aquellas tiernas palabras que tanto le habían perforado el corazón. Al instante, Agnes creyó que aquellos recuerdos eran la única realidad que formaba sus días. Se olvidó, durante unos largos momentos, de su deseo de volver a Galicia y sólo quedó para ella la presencia de Artemisa y todos los sentimientos que le inspiraba su existencia.
El recuerdo de Artemisa, de su tierna hermosura, de su mágica mirada y de su tersa y calmada voz se expandió por todo su ser, acallando la decepción que sentía; pero, sin embargo, despertando sentimientos y sensaciones que Agnes no conocía, para los que Agnes todavía no estaba preparada. Notó que el mundo se aquietaba, que lo único que podía evocar su mente era la resplandeciente y atractiva imagen de Artemisa, eran las palabras confusas que ella le había dirigido, era la sonrisa luminosa y acogedora que le había dedicado...
Le pareció que la sangre le ardía y que en su pecho se declaraba un incendio desgarrador y potente que abrasaba todos los sentimientos que había experimentado hasta entonces. Se quedó paralizada de pronto, detuvo las caricias que le entregaba a Némesis y cerró los ojos como si aquellas sensaciones fuesen en realidad los ojos de Medusa y hubiesen convertido en piedra todo lo que ella era, todo lo que podía ser y había sido.
Némesis la miró extrañada cuando notó que Agnes se aquietaba y dejaba de llorar, pero el silencio en el que se había sumido la asustaba mucho más que los sollozos que tanto la habían descontrolado y agitado.
Agnes sintió que su interior se llenaba de unas emociones que mudaron por completo la voz de su alma; la que hasta esos momentos había susurrado desfallecida de tristeza. La noción de su presente y de sí misma regresó brutalmente a su memoria y derruyó el desaliento que le había impedido ser consciente de lo que estaba viviendo y valorar la apariencia del futuro que la esperaba al otro lado de aquellos instantes tan extraños.
     Némesis, hoxe coñecín a Artemisa. É ela, é ela a muller dos meus soños, a muller coa que estiven hai tanto tempo xa, noutra vida. É ela quen ten a outra metade da miña alma. Némesis, has de axudarme. Teño moito medo. Has de axudarme a ser forte. Eu síntome moi débil e desvalidiña e necesito a valentía que me dás sempre. Ela cre que non nos coñecemos, ela cre que foi hoxe cando nos miramos por primeira vez aos ollos. Nin sequera imaxínase que eu xa se como é, eu coñézoa moito mellor que a min mesma. Se ela soubese que xa nos coñecemos noutra vida, entón non me asustaría que descubrise quen e como son, pero non quero que ela saiba que xa non son a mesma. Non quero que ela me coñeza. Sei que ela pode afundirse na miña alma e descubrir todos os meus segredos. E non quero que saiba quen son. Non quero que saiba que estou enfermiña, que estou tola, que podo ser perigosa. Eu non quero estar enferma, Némesis. Non en tendo por que non podo ser una persoa normal, por que non podo entregarlle só paz e amor, como podería facelo calquera outra muller. Sei que Artemisa rexeitarame se me coñecese. Sei que os seus ollos son poderosos e poden adiviñar todo o que agocho.
Némesis ansiaba avisar a Agnes de que se equivocaba y que Artemisa no la rechazaría si la conocía. Némesis no deseaba que el alma de su querida amiga estuviese tan anegada en desesperación. Temía por ella, por su estabilidad, por su propia vida incluso; pero no encontraba el modo de detener el río de desolación en el que Agnes estaba hundiéndose. Por más que la mirase con profundidad y fortaleza, Agnes no captaba el aliento que dimanaban aquellos ojos tan hipnóticos y mágicos. Continuaba hablando como si pensase que Némesis también creía en aquellas certezas que a ella tanto estaban destruyéndola:
     Agora entendo por que me chamaban meiga, por que crían que son una bruxa. Non podo ser outra cousiña cando presinto con tanta forza e nitidez todo o que vou vivir antes de que sucedan eses feitos. Ninguén poderá negarme que nunca me equivoco coas miñas intuicións. Se permito que ela entre na miña vida, Némesis, vou sufrir moitísimo, moitísimo, pois ela cre que está consagrada á Deusa e ninguén poderá convencela de que pode namorarse, e esa certeza obrigaraa a rexeitarme sempre. Eu tamén o estou, pero, se todo fose máxico, se isto puidese curarme, eu renunciaría a todo, a todo o que son... Perdóame, miña Deusa. Non é certo que queira abandonarte. Nunca o farei, pero estou desesperada. E agora entre Neftis e ela naceu o que debía existir entre nós, e fun eu quen o provoquei. Son parva! —sollozaba Agnes casi hiperventilando—; pero igualmente vou perderme na tolemia, aínda que intente impedilo...
Némesis podía detectar los sentimientos que le inspiraban a su amiga aquellas palabras tan tristes. Sabía que Agnes estaba completamente desolada. Anhelaba consolarla, pero no podía hacerlo, pues Agnes se hallaba tan sumida en su dolor que no captaba el cariño con el que ella la arropaba.
Mas de repente, como si toda la decepción de Agnes se hubiese convertido en un puñal que le desgarró el corazón, Némesis notó que el desaliento más horrible se apoderaba de su alma. Sintió de pronto tanta impotencia por no poder ayudar a Agnes que creyó que aquel sentimiento la devoraría como devora la noche los últimos suspiros del ocaso.
Entonces miró a Agnes con fuerza, como si quisiese transmitirle con sus hipnóticos ojos una valentía que tal vez ya no existía para su amiga; pero, inesperadamente, al percibir el inmenso ímpetu que dimanaban los ojos de Némesis, Agnes notó que el alma se le llenaba de una cordura poderosa y muy distinta a la que le había permitido vivir en calma durante los últimos años de su vida. Se aferró a aquella especie de razón para que ésta silenciase las brumas que exhalaban su desolación, su miedo, su inseguridad.
Lo que Agnes jamás sería capaz de imaginarse era que precisamente esa cordura estaba alumbrando en su ser una nueva mujer muy diferente de la que ella había sido siempre y de la que podía ser. Estaba naciendo en su alma una Agnes mucho más fuerte que la que tanto se desvanecía ante la tristeza. Esa Agnes la desharía y la apartaría de su verdadero carácter, pero ella apenas podría reconocerlo. Lo único que pudo sentir fue que de pronto el corazón le latía con vigor, impulsado por una sensación que no podía describir; una sensación que la instaba a ser valiente, a no rendirse, a luchar contra la debilidad que podía vencerla para siempre.
     Pero non podo afundirme outra vez, Némesis. Prométoche que esta vez impedirei que a tristura me abata —le aseguró con fuerza—. Artemisa farame moitísimo dano, pero iso soamente sucederá se eu permítoo, e non o farei, prométocho. Xa se riron de min suficiente. Non permitirei que volvan burlarse das miñas emocións nin da miña forma de ser. Non permitirei que volvan abaterme. Antes de que sexan eles quen esnaquicen a miña vida, serei eu quen...
Agnes de repente se había vuelto fuerte. La dominaban unas emociones que jamás le habían invadido el alma y se hundió en ellas sabiendo que éstas le permitirían ser valiente y luchar contra la tristeza que tantas veces la había vencido.
     Sempre fun débil, sempre permitín que risen de min, que me rexeitasen, que me desprezasen. Agora serei forte, Némesis, moi forte, asegúrocho
Némesis sintió que la forma como Agnes le hablaba la inspiraba y la volvía mucho más poderosa. Adoraba oírla expresarse de ese modo tan seguro y vigoroso. Incluso el tono de voz de Agnes (el que sonaba anegado en fortaleza y decisión) la excitaba, como si, a través de sus frases, le ordenase que ella también fuese valiente e invencible.
Y fue precisamente en aquellos momentos cuando el lazo que unía a Agnes y a Némesis se volvió más fuerte, cuando más significado adquirió todo lo que habían vivido juntas y también cuando más desgarrador e invencible se volvió el cariño que la una sentía por la otra. El poder de Némesis y la valentía que de repente se había adueñado del alma de Agnes se mezclaron hasta convertirse en una única esencia, hasta tornarse indivisibles.
     E ti axudarasme, Némesis —le aseguró acariciándola lentamente mientras se hundía en sus espirales ojos—. Axudarasme a ser poderosa. Ti es o meu poder, Némesis. Agora sei por que nos atopamos, por que a Deusa uniunos tanto. Ti es a representación da miña inexpugnabilidade.
Agnes nunca había notado latir en su corazón un poder tan indestructible. Nunca se había sentido tan valiente, tan capaz de luchar contra cualquier sombra que desease oscurecer su vida, contra cualquier emoción que anhelase arrebatarle el aliento de vivir. Percibía, extrañada y sobrecogida, que había nacido en su interior una Agnes que ella no conocía, a la que nunca había mirado a los ojos. Aquella mujer la intimidaba profundamente, pero también la animaba, la impulsaba a ser fuerte y a no permitir que la aflicción la desvaneciese.
Agnes no era capaz de plantearse la posibilidad de que aquella mujer tan imponente y fuerte fuese hija de su terrible enfermedad. En aquellos momentos, nadie estaba a su lado para avisarla de que las emociones que le habían anegado el alma eran inmensamente peligrosas. Nadie estaba allí para ordenarle que no permitiese que éstas la dominasen ni la alejasen de su verdadera forma de ser. Sólo Némesis se hallaba junto a ella y precisamente era Némesis quien más la animaba a que convirtiese aquella valentía en su única realidad.
Estaba abriéndose ante Agnes la época más confusa de su vida. Ni siquiera en el sanatorio en el que había perdido tantos años de su existencia se había sentido tan desorientada. La aguardaba una locura muy distinta a todas las que le habían destrozado el alma; una insania que dividiría su carácter, que la desmenuzaría como si Agnes fuese un montón de hierba inútil cuyas briznas el viento arranca de la tierra sin el menor ápice de consideración.
Hasta entonces, Agnes había sufrido ya en demasiadas ocasiones los síntomas de su triste enfermedad, pero siempre había conseguido renacer de aquella oscuridad que deseaba destruirle irreversiblemente el alma. Sin embargo, ni tan sólo ella misma podía imaginarse que su enfermedad todavía no había gritado de veras, con toda la fuerza y la violencia que la definían.
 Y lo peor sería que quienes la habían querido y cuidado ya no podrían reconocerla en aquella mujer que parecía tan valiente; la que, sin embargo, se desharía cuando llegase la noche, cuando el día perdiese la fuerza con la que brillaba. Agnes albergaría en su interior a dos mujeres contrapuestas, que se vencían mutuamente y se detestaban con un vigor insostenible. A partir de aquella mañana, comenzaría a desempeñarse en su corazón una batalla entre aquellas dos mujeres que tanto se odiaban, que continuamente anhelaban destruirse la una a la otra. Némesis sería la representación de la Agnes imponente y valiente que conseguiría intimidar irreversiblemente a todos aquéllos que intentasen encontrar en sus ojos el reflejo de lo que Agnes siempre había sido. Némesis la alentaría ininterrumpidamente con sus miradas hipnóticas, nutriría su alma de la magia que ella albergaba en su cuerpo y la instaría a no permitir que nadie la despreciase nunca más.
Durante aquel extraño día, Agnes permaneció buscando, en todos los libros que tenía, la descripción y los pasos que debía seguir para celebrar rituales que le permitiesen fortalecer las potentes emociones que le anegaban el alma. Su mente turbada, de vez en cuando, tergiversaba los pasajes que leía y extraía de aquellas palabras otros métodos mucho más oscuros a través de los que transformaba en poder la espesa energía que había embargado todo su ser.
Cuando llegó la noche, Agnes se percató de que no había comido nada y ni siquiera había salido de su cabaña para comprobar a qué olía el aire del atardecer. No se acordaba apenas de lo que había vivido durante aquellas horas. Sólo quedaba en su mente la certeza de que Artemisa ya se había mezclado irrevocablemente con su presente. Era, en realidad, aquella certeza la que la instaba a hundirse sin regreso en las sensaciones y los sentimientos que habían inundado su herida alma y su acelerado corazón.
Estaba agotada. En su cuerpo apenas quedaba ya energía y lo único que deseaba era adentrarse en el mundo de la inconsciencia. Anhelaba alejarse de allí y perder el rastro de sus intensos pensamientos.
Cuando el sueño se adueñó de su vigilia, descubrió que se hallaba caminando desorientada por un bosque en el que llovía cada vez con más intensidad. Los árboles que la rodeaban tenían el tronco tan retorcido que parecían sonrisas burlonas que resplandecían de vez en cuando bajo los relámpagos. La envolvía una oscuridad tan profunda, tan densa, tan gélida y húmeda que Agnes notaba que apenas podía respirar.
De repente, Agnes se percató de que ante ella había surgido un profundo valle al que nunca llegaría la tormenta brutal que el cielo derramaba sobre la naturaleza; tormenta que, a la vez, se le desprendía con violencia del alma. Agnes corrió hacia ese valle, se protegió entre sus altas plantas, y desde allí miró desafiante a las nubes que todavía deseaban cernirse sobre su corazón. Se rió de ellas, deseó que se marchasen cuanto antes, que desapareciesen el desaliento y la timidez. Arrancó de aquel yermo suelo unas sutiles hierbas que crecían entre las piedras y las mordió con rabia, extrayendo de sus raíces aquel jugo que podía alimentar la fortaleza que había comenzado a latir en su interior. Notaba el calor del fuego y a la vez la frialdad más gélida del invierno rozándole la piel sin tregua. Percibía que la cubría un sol que no brillaba y que el cielo que la protegía de la mirada de las montañas se apagaba incansablemente, pero no le importaba. En aquellos momentos, aquel valle era la única realidad que podía atisbar en las tinieblas de su incierto futuro.
De súbito, oyó que alguien corría cerca de ella y que una voz suave la llamaba con insistencia. Una risa alegre se mezclaba con el sonar de su nombre; el cual parecía mucho más hermoso si aquella mujer lo pronunciaba. Se levantó rápidamente de la tierra y buscó desorientada a la persona que la reclamaba tan tierna y a la vez desasosegadamente, sonando su voz en medio de un millón de ecos que se perdían en la inmensidad.
     ¡Agnes! ¡Agnes! ¡Agnes! ¡Ven! ¡Sígueme, Agnes!
Enseguida descubrió que era Artemisa quien la llamaba con tanto ahínco, con tanta dulzura y a la vez urgencia. Entonces Agnes la vio en la distancia, mezclándose con la sombra de los extraños árboles que poblaban aquel bosque. Un cielo grisáceo que apenas brillaba la cubría y un feroz viento agitaba de vez en cuando las hojas ya fenecidas y la hierba que moría en brazos del gélido y cercano aliento del invierno.
Agnes comenzó a correr en pos de Artemisa, temiendo que ella desapareciese de repente y que su imagen se mezclase irrevocablemente con la niebla que de pronto había comenzado a esparcirse por su alrededor. Corría apenas sin adivinar la apariencia de su entorno. Tenía los ojos fijos en Artemisa, quien se desplazaba por aquel bosque como si fuese el lugar más acogedor de la tierra.
Agnes notó que el terreno se volvía árido, adusto, inclinado. Estaba subiendo una de las montañas que rodeaban su hogar, pero la niebla que le ocultaba el rostro de la tarde apenas le permitía atisbar los matices de su alrededor. En cambio, Artemisa se movía con tanta seguridad, con tanta ligereza...
Al fin, tras esforzarse inmensamente por ascender rápidamente aquella montaña, adivinó que se hallaba en su lejana y majestuosa cumbre. Entre las tinieblas que habían inundado su entorno, atisbó la imagen quieta y hermosa de Artemisa. Artemisa la miraba con cariño y a la vez satisfacción. Le dedicaba una sonrisa luminosa que a Agnes le acarició el alma a la vez que le agrietaba el corazón.
Tras Artemisa, había un inmenso abismo del que parecía nacer la poderosa y densa niebla que las rodeaba; la que, sin embargo, se atenuaba alrededor de Artemisa, como si la magia de aquella mujer tan especial la intimidase. Agnes trató de acercarse a ella, pero entonces Artemisa la detuvo con su voz tierna y dulce:
     Si me abrazas, abrazarás tu fin. Si me anhelas, anhelarás la locura. ¿Es eso lo que quieres, Agnes? Lánzate entonces a este abismo y crea tu nueva insania.
El viento le agitaba los cabellos a Artemisa con una delicadeza mágica. Volaban entonces a su alrededor unas sutiles brumas oscuras que volvían más resplandecientes sus hermosos ojos. Aquel viento tan agresivo devoraba el sonar de las palabras de Artemisa. Agnes apenas podía comprender lo que ella le decía, pero notaba que el significado que encerraban aquellas advertencias podía destruirla para siempre.
     Podrías haber sido la fuente de la que brotan todos mis deseos. Yo podría ser los brazos que adormezcan tus miedos. Yo podría ser esa calma que te apartaría de la tristeza, pero has querido tomar otro camino, Agnes, y descubrirás, cuando ya sea demasiado tarde, que te has equivocado irremediablemente.
     Artemisa, ayúdame —le pidió desmoronándose como si fuese un montón de nieve que el sol desgarra—. Yo no puedo luchar sola contra...
     Ven a mí, pues, Agnes. Ven a mí y no tengas miedo. Corre, ven, ven.
De repente había surgido entre Artemisa y ella una horrible distancia. Una profunda brecha se había abierto entre ellas, pero Agnes intentó que aquella visión tan desgarradora no la acobardase. La asustaban muchísimo más las palabras que Artemisa le había dirigido.
Artemisa se hallaba quieta allí, en el borde de aquel abismo del que parecía emanar todo aquel viento feroz que les agitaba los cabellos. El atardecer se apagaba tras ella, muriendo rápidamente, y la noche se acercaba, persiguiendo aquellos últimos destellos dorados que se derramaban por aquel desierto bosque.
Agnes ignoró el miedo que le latía en el alma y corrió hacia Artemisa sin pensar en nada, sin sentir cómo las piedras que formaban aquel camino temblaban bajo sus pies intentando arrebatarle el equilibrio. Estuvo a punto de caerse, pero entonces se irguió de nuevo y siguió atravesando aquella distancia que la separaba de Artemisa; la que parecía crecer con cada paso que daba. Lejanamente pensó que aquélla era la misma distancia que la apartaba de su tierra; una distancia nunca salvable, nunca vencible; pero el recuerdo de Galicia también desapareció devorado por la furia del viento que la empujaba hacia Artemisa.
Ante ella se abrió la tierra y apareció un agujero irascible que Agnes tenía que sortear saltando con toda su energía. Artemisa la esperaba al otro lado de aquel pequeño abismo, animándola con sus ojos brillantes, con su tierna sonrisa.
Entonces, sin pensar en nada, olvidándose de su esencia y de su cuerpo, Agnes saltó hacia Artemisa. Saltó empleando todas las fuerzas que vivían en su ser, saltó notando que el corazón le latía cada vez más rápido. Y, justo cuando Agnes estaba a punto de aferrar a Artemisa de los brazos, ella, orgullosa y aliviada, se apartó de Agnes, liberando de su presencia la pedregosa y amenazante orilla de aquel horrible abismo.
Entonces Agnes sintió que la gravedad se desvanecía y que la rodeaba un inmenso vacío del que parecía emanar toda la soledad de la Tierra y de la Historia. Gritó al descubrir que no había a su alrededor nada a lo que pudiese aferrarse para detener aquella impetuosa y agresiva caída.
Y fue aquel alarido de terror y de impotencia el que la extrajo brutalmente de aquella horrible y extraña pesadilla. Agnes se despertó notando que le faltaba el aire, que los ojos le ardían y que un burdo temblor se había apoderado de su cuerpo. Le costó reconocer incluso el lugar en el que se hallaba. Tal era su confusión.
Supo que aquel sueño era el reflejo de su realidad, de la vida que la esperaba, de lo que podía ocurrirle si se rendía a las emociones que experimentaba cuando evocaba el tierno recuerdo de Artemisa. Lo que Agnes no podía adivinar era que aquella pesadilla era la representación de lo que su mente vivía. El abismo al que Artemisa la había lanzado tan repentinamente era la locura que ya había comenzado a cernirse sobre su cordura, el bosque que había sido el escenario de aquellos extraños momentos era el desierto en el que se convertiría su vida a partir de entonces y Artemisa... Artemisa era quien podía salvarla de la insania, era la única que podía destruir las poderosas certezas que se adueñarían de la razón de Agnes, convenciéndola de que cualquiera que la mirase la odiaba y que continuamente la instarían a ser esa mujer valiente que tanto podía intimidar a los demás, que tanto empequeñecería a Artemisa en las pocas ocasiones en las que la una se hallase junto a la otra.
Agnes notó que la oscuridad de la noche devoraba aquella poderosa seguridad que la había impulsado a luchar por su alma, por su felicidad y su quebradizo corazón. La intimidaba el profundo silencio en el que la naturaleza se había sumido y continuamente recordaba el extraño e inquietante sueño que tanto la había agitado. Analizaba los instantes que había vivido en aquel mundo onírico tan absorbente intentando descifrar el significado oculto que aquellas imágenes encerraban, pero apenas podía pensar con claridad.
No obstante, a partir de aquella noche, la vida ya no tuvo el mismo sabor para Agnes. Se abrió ante ella una nueva época muy distinta a todas las que había vivido hasta entonces, compuesta de momentos poderosos que la impulsaban a ser fuerte, a olvidar la triste voz de la locura y la añoranza. Cuando el amanecer doraba el cielo, resurgía por dentro de Agnes aquella mujer tan poderosa e invencible y entonces se sentía capaz de enfrentarse a cualquier acontecimiento con el que su destino desease golpearla.
Se encerró, sin embargo, en una soledad que únicamente Némesis se atrevía a quebrar. Pasaba los días y las noches junto a su mejor amiga, hablándole de sus deseos, comentando con ella los pasajes que leía y confesándole cómo se sentía. Además, la hacía partícipe de los rituales que celebraba, a través de los que Agnes fortalecía la imperiosa energía que se había adueñado de su alma.
El transcurso de las semanas convencía cada vez más a Agnes de que Artemisa planeaba destruirla. Soñaba con ella todas las noches. En aquellas pesadillas, Artemisa se burlaba de ella, la golpeaba con saña, la insultaba e incluso conseguía que todos los que hasta entonces la habían respetado le gritasen dedicándole palabras hirientes que se le clavaban en lo más profundo del alma. Agnes trataba de huir de aquellas situaciones tan tristes, mas Artemisa la agarraba violentamente de los brazos y la arrastraba hacia un lugar que Agnes era incapaz de imaginarse; pero de repente aspiraba el olor asfixiante a medicinas, oía alaridos estremecedores y la rodeaba una intensa luz blanca y apagada que la asustaba muchísimo más de lo que ya lo estaba. Percibía que una puerta se cerraba tras ella y entonces se descubría tendida en el suelo de la habitación que había ocupado mientras había vivido interna en aquel horrible hospital.
Se despertaba de aquellos sueños percibiendo que su vida temblaba como si el terremoto más destructivo desease derruirla; pero siempre conseguía rescatar a la mujer que le permitía ser fuerte, que la animaba y que la alejaba de los intensos miedos que le gritaban en el alma.
Agnes deseaba demostrarles a todos los que la conocían que era mucho más fuerte de lo que creían. No obstante, apenas le apetecía conversar con ellos o mirarlos a los ojos. Cuando aquella mujer tan poderosa la dominaba, olvidaba los hechos que le habían provocado aquellas heridas que tanto le sangraban. No se acordaba de por qué experimentaba tanta impotencia y decepción cuando evocaba el recuerdo de Gaya y de todos los que supuestamente la querían. Lo único que sabía era que no deseaba volver a verlos, aunque los extrañase con saña, aunque su corazón le rogase a gritos que recorriese la distancia que los separaba.
Némesis la ayudaba a desprenderse de aquella debilidad que podía ensordecer la fuerza con la que ella anhelaba caminar por su vida. Némesis alimentaba los sentimientos que gritaban en el alma de Agnes y que tanto la obligaban a ser mucho más valiente que nunca.
Sin embargo, Agnes no dejaba de pensar en Artemisa. Cuando evocaba su imagen hermosa, notaba que el alma se le resquebrajaba y ansiaba correr hacia ella para pedirle que la perdonase, para rogarle que la comprendiese y que se esmerase en conocerla antes de rechazarla con tanta saña. Agnes creía que Artemisa la odiaba y que los sueños que todas las noches la atacaban eran el mero reflejo de aquellos terribles sentimientos que Artemisa le profesaba.
Además, la soledad que la rodeaba alimentaba sus impresiones terribles y sus descontrolados pensamientos. Desde la mañana en la que había acudido junto a Neftis y Penélope a la casa de Gaya, no había vuelto a hablar con ningún miembro del aquelarre. Además, apenas recordaba los desoladores momentos que había vivido con Gilbert cuando la había encontrado llorando en medio del bosque.
Entre sus desolados pensamientos y sus afligidas emociones, susurraba con timidez el deseo de regresar a Galicia. De vez en cuando, Agnes se acordaba, vaga e imprecisamente, de que ya tendría que estar viviendo allí, junto a sus amados bosques, en su añorada tierra, y ser consciente de que ese sueño nunca se tornaría realidad la entristecía tanto que le parecía que se habían desvanecido para siempre todos los amaneceres de la Historia.
Entonces tomó la repentina y potente decisión de marcharse al fin, sin que nadie advirtiese su partida. Estaba convencida de que no merecía la pena vivir en un lugar en el que nadie la quería. No sabía cómo podría lograr llegar hasta allí junto a Némesis, pero aquellas dudas no la disuadirían de volver. Sabía que nadie la extrañaría cuando se fuese, al contrario, todos los que la conocían respirarían aliviados y serenos cuando se enterasen de que ella ya se hallaba muy lejos de aquellos lares.
Agnes también estaba segura de que se marcharía de allí sin hablar una última vez con las personas que la conocían, que tantos momentos hermosos habían compartido con ella; pero inesperadamente, una mañana gris, lluviosa, casi opaca, mientras lavaba su ropa en el lago que había cerca de su casa, oyó que alguien se aproximaba a aquellos lares tan solitarios en los que se sentía tan inmensamente protegida, tan apartada de cualquier mirada indiscreta.
Rogó que fuese Némesis quien se acercaba a ella, pero enseguida recordó que su amiga se hallaba tras ella, descansando entre los troncos de los árboles, atenta a cualquier palabra que Agnes pudiese dirigirle.
     ¿Agnes?
Era Neftis quien la llamaba. Agnes sintió que el corazón comenzaba a latirle con una velocidad vertiginosa. No le apetecía hablar con ella. De hecho, no quería que ninguna de las personas que formaban su pasado se dirigiese a ella ni la mirase. Anhelaba permanecer lejos de todos ellos como si formasen parte de mundos distintos. Sabía que, en cuanto se hundiesen en sus ojos, atisbarían las extrañas emociones que le anegaban el alma. En aquellos momentos de su vida, Agnes se volcaba con firmeza y perseverancia en descubrir el mejor modo de defenderse del odio y el rencor que Artemisa sentía por ella a través de la distancia. Incluso anhelaba encontrar la manera de debilitar el poder de Artemisa. Estaba convencida de que, si lograba destruir la magia que inundaba el alma de Artemisa, ella nunca podría hacerle daño.
Se hallaba en estas cavilaciones cuando notó que alguien le rozaba el hombro con mucha delicadeza. Neftis estaba a su lado, arrodillada en la orilla del lago, mirándola con asombro e inquietud. Agnes no se atrevía a corresponder a la mirada de Neftis, pues se sentía totalmente sobrecogida e intimidada por sus propios pensamientos; pero de repente, sin que ni ella misma pudiese preverlo, resurgió por dentro de sí aquella mujer imponente y fuerte que no temía a ninguna de las palabras que pudiesen dirigirle. Así pues, guiada por aquella súbita valentía que había comenzado a latirle con vigor en el corazón, alzó sus expresivos ojos negros y miró a Neftis preguntándole en silencio qué hacía allí, por qué se había molestado en acudir junto a ella.
     Hola, Agnes —la saludó Neftis sentándose en el suelo, sin dejar de mirarla—. ¿He llegado en un mal momento?
     Depende de lo que quieras —le respondió enigmática retirándole la mirada y frotando contra una piedra una de las prendas que lavaba.
     Agnes, me gustaría que supieses que yo no estaba de acuerdo con la actitud de Gaya y de Gilbert. Yo no quería que te mintiesen de ese modo y muchas veces les pedí que te dijesen la verdad cuanto antes. —Agnes no le contestó, ni siquiera la miraba, lo cual sobrecogía inexplicablemente a Neftis; pero ella no se calló. Con muchísima ternura, le aseguró—: Yo sí te habría ayudado de veras a regresar; pero no podemos luchar contra una situación tan tensa como la que te une a Gilbert, es decir, si yo pudiese...
     Tú sabías la verdad. Es lo único que me importa —la interrumpió con una voz impregnada de apatía.
     No puedes pasarte toda la vida enfadada con nosotros y mucho menos conmigo. Yo no te hice nada, Agnes, al contrario, yo siempre he intentado...
     Tú te apartaste de mí en cuanto te conté que regresaría a Galicia. Y ahora entiendo por qué lo hiciste. Lo hiciste porque no eras capaz de mirarme a los ojos sabiendo la verdad.
     Lo hice porque no soportaba verte tan ilusionada por algo que nunca ocurriría.
     Habría preferido que fueses sincera conmigo, Neftis. Sin embargo, no debes preocuparte por mí. Dentro de poco me iré y nadie me lo impedirá. Esta vez no.
     Yo puedo ayudarte —le ofreció acercándose más a ella.
     No quiero que me ayudes, Neftis. Ya no confío en nadie.
     Yo no impediré que te vayas.
     Gracias, pero no necesito tu ayuda para nada.
     ¿Por qué estás tan decepcionada conmigo? Ya te he dicho que yo no estaba de acuerdo...
     Eso es lo que menos me importa ahora, sinceramente.
     Espero que algún día puedas perdonarme todos los errores que he cometido contigo. Es tan fácil herirte que muchas veces ni siquiera nos damos cuenta de que te hemos destrozado el corazón.
     Es cierto. Me hundo con muchísima facilidad, pero eso se terminó —le aseguró mientras se levantaba del suelo con un barreño lleno de ropa entre las manos—. He de tender estas prendas. Si quieres, puedes acompañarme.
     Sí. Quiero hablar contigo de otro asunto...
Neftis siguió a Agnes, quien andaba con ligereza y seguridad, hasta que llegaron a la parte trasera de la cabaña de Agnes. Entonces Neftis comenzó a hablarle con franqueza y mucha ternura; lo cual, poco a poco, fue serenando la desconfianza que a Agnes se le había aferrado al corazón:
     He venido a visitarte porque quiero que sepas que yo no he dejado de quererte todavía; pero lo que siento por ti ahora es solamente un cariño de amigas que puede unirnos mucho más que el que nos enlazaba antes. Sé que estás dolida conmigo, y lo entiendo. A mí también me habría destrozado el alma que me hubieses ocultado una verdad que para mí era tan importante, pero eso fue un error que nunca más cometeré, Agnes. Quiero recuperarte, cariño. Eres muy importante para mí. Además, te necesito. Escúchame, Agnes. La aparición de Artemisa me ha desestabilizado un poco y tengo miedo. Desde que nos conocimos, no nos hemos separado. Estamos juntas todos los días, compartiendo momentos preciosos que me llenan el corazón de esperanza y sueños que con ella sí presiento que podrán cumplirse. Artemisa es tan especial, Agnes... Lo que anhelaba pedirte era que me acompañases mañana a su ritual de iniciación. No quiero ir sola, Agnes. Artemisa me tiene totalmente hechizada y no me creo capaz de vivir esos místicos momentos si no me tomas de la mano. Para mí eres un gran apoyo, te lo aseguro.
Mientras Neftis hablaba con tanta sinceridad y dulzura, Agnes colgaba su ropa en su tendedero. Sus movimientos eran ágiles, pero, sin embargo, ella notaba que cada vez le pesaba más el alma. El corazón le latía con una fuerza creciente y sentía que le faltaba el aire; pero se esforzó por ocultarle sus sentimientos a Neftis, quien parecía haberse alejado de aquel momento y no poder regresar nunca más junto a ella.
     ¿Me acompañarás, Agnes? Ya sé que a ti Artemisa no te cae muy bien, pero...
     ¿En qué te basas para afirmar algo así? —le preguntó Agnes riéndose nerviosa. Notaba que los ojos le ardían.
     Me baso en que cuando la conocimos te fuiste enseguida. Además, la forma como la miraste nos desveló a todos que la detestabas profundamente por haberse ganado sin el menor esfuerzo la simpatía y el amor de todos nosotros. Agnes, te conozco perfectamente. Además, no has asistido a ninguno de los rituales que hemos celebrado últimamente; lo cual desvela que no quieres saber nada más de nosotros porque piensas que lo único que nos interesa es Artemisa.
     No tienes ni la menor idea de lo que siento y pienso, Neftis —le aseveró mirándola con impotencia, percibiendo que la decepción más ardiente se le repartía por todo el cuerpo.
     Bueno, pues entonces confiésame lo que sientes y piensas —la invitó apoyándose en la pared que había tras ella.
     Tengo la sensación de que no sois conscientes de cuánto puedo sentir las cosas, de cuánto puede herirme una mentira, una traición y un rechazo. Creéis que soy de piedra, tal vez, o que mi alma es más fuerte que el muro ése que sostiene tu equilibrio, pero no es verdad, Neftis. No obstante, estoy cansada de demostraros que soy tan débil. Si me mantengo lejos de vosotros, es porque no quiero relacionarme con unas personas que son capaces de engañar con tanta vileza. Me demostrasteis que sois hipócritas y para mí la hipocresía es el peor defecto que puede tener una persona.
     Ay, Agnes, estás tan equivocada... No te imaginas cuán arrepentidos están Gaya y Gilbert de su comportamiento.
     Pues ninguno de ellos se molesta en demostrármelo —le indicó con rencor. Neftis percibió que en los ojos de Agnes brillaba sutilmente una emoción que le costaba mucho comprender y nombrar—. Preferiría que te fueses y me dejases en paz si lo único que sabrás hacer es atacarme de ese modo.
     No, cariño, no me iré. Estás perdiéndote de nuevo.
     ¡No es verdad! —exclamó Agnes con impotencia. Neftis se fijó en que retorcía con fuerza un jersey entre sus nerviosas manos.
     ¿Qué te ocurre, Agnes? ¿Por qué estás tan alterada?
     Me duele mucho mantener esta conversación contigo.
     Te duele mantener cualquier conversación con cualquier persona, Agnes, porque la soledad en la que te encierras está destruyendo las sutiles y quebradizas capacidades que te permiten comunicarte con los demás.
     Ya basta, Neftis.
     Agnes, lo único que deseo es que regreses junto a nosotros.
     ¿Para qué? ¿Para que os riáis de mí otra vez? ¿Para que os burléis de mis sentimientos? —le cuestionó desafiante y herida.
     Para que nos des la oportunidad de demostrarte que te queremos y te echamos de menos.
     No es cierto, Neftis. Por favor, no me engañes más.
     Estás muy equivocada.
     ¡Sois vosotros los que os equivocasteis conmigo!
     Ven mañana al ritual de iniciación de Artemisa y te darás cuenta de que yerras pensando así de nosotros.
     No quiero ir.
     Por favor, Agnes, ven.
Neftis la miraba con tanta dulzura, con una súplica tan ardiente en sus ojos que Agnes percibió que el hielo que envolvía su corazón se agrietaba y comenzaba a deshacerse. Entonces se quedó paralizada tanto física como anímicamente, hundida en aquellos ojos que le transmitían tanto cariño, tanta afabilidad...
     Vendrás, ¿verdad? —le preguntó risueña acercándose a ella y tomándola de los brazos—. Venga, tonta, si todos te queremos mucho, aunque seas tan... especial —seguía sonriéndole sensualmente—. Nos cuesta mucho percibir la magia de los rituales si no los compartes con nosotros.
     Hace tiempo me dijiste que, cuando me encontraba tan mal…
     No importa lo que dijese, Agnes, sino lo que siento ahora. Te necesito, cariño.
Agnes adivinó, sin dificultad, que Neftis la necesitaba con tanta fuerza y desesperación porque su vida estaba comenzando a mudar rápidamente de apariencia y precisaba de su mano para notar que su equilibrio no se desvanecía, para percibir que no se hallaba sola en un comienzo vacío que apenas podía atisbar ni comprender; pero no fue capaz de protestar. Permitió que Neftis la abrazase con aquel cariño con el que siempre la acogía. Se protegió entre sus brazos mientras la mañana se volvía cada vez más grisácea, más lluviosa.  
Neftis la abrazaba cada vez con más fuerza y dulzura mientras la besaba cariñosamente en la frente, entre los cabellos, en las mejillas... Agnes supo, sin dudar ni un ápice, sin preguntarse por qué estaba tan convencida de ello, que Neftis estaba despidiéndose de ella, de lo que habían compartido, del lazo que las había unido, del amor que había sentido por ella durante tanto tiempo. Le decía adiós con aquel abrazo tan entregado y cálido, con aquellos besos tan sutiles, con aquellas caricias tímidas con las que le rozaba la piel... Aquel momento era un fin, un fin a lo que ya había comenzado a terminar, sin embargo.
Neftis había captado en los ojos de Agnes ese destello irascible que precede a una poderosa y destructiva tormenta. Había atisbado en su desolada mirada el primer ápice de locura que ya vivía en su mente y rápidamente había comprendido, sin que nadie tuviese que confirmárselo, que Agnes había comenzado a perderse, tal vez para siempre. Neftis había detectado en su voz ese deje de insania que tiñe las palabras de quienes están abandonando la razón, de quienes están hundiéndose en el mar de la enfermedad.
Por eso la abrazaba así, tan fuerte, apretándola contra su pecho, entregándole aquel adiós que ya no tenía voz, que se perdía en la inmensidad del cielo tormentoso y nebuloso que las cubría. Al mismo tiempo, sentía que Agnes captaba plena y nítidamente sus intenciones y sus emociones; pero no fue capaz de preguntárselo, y no porque supiese que aquella pregunta podía deshacer por completo la ternura y la magia que impregnaban aquellos instantes, sino porque un feroz nudo le había invadido la garganta y había devorado su voz.
Y es que duele tanto ver marchar a alguien que queremos con todo nuestro corazón... Se nos destroza el alma cuando percibimos los últimos momentos de esa mente que guarda recuerdos que también nos pertenecen a nosotros... Y no podemos hacer nada para retener a nuestro lado la mano que se aleja, la mirada que se apaga, la voz que se desvanece en las sombras del olvido.
Agnes no se había ido, era evidente, y tampoco moriría hasta que transcurriesen muchísimos años; pero Neftis ya no había encontrado en aquella mirada a la mujer por la que tanto había suspirado, con la que tantas experiencias hermosas y mágicas había compartido. Agnes tampoco estaba en aquella voz que le había hablado con tanta distancia e incluso rencor. Sin embargo, la encontró de nuevo en aquel abrazo al que ella correspondía con tanta entrega. Agnes todavía estaba allí, en sus gestos cariñosos, pero lo que quedaba de ella era ya tan frágil, tan quebradizo...
Neftis notó que de los ojos le brotaban lágrimas espesas y cálidas que le surcaban las mejillas velozmente, con una rebeldía que ella deseó volver añicos. Intentó controlar las ganas de llorar que sentía, pero éstas eran muchísimo más potentes que sus deseos. Para evitar que Agnes advirtiese que su respiración estaba a punto de convertirse en suspiros de dolor, la apretó mucho más fuerte contra su pecho, dándole en aquel abrazo el poco amor que le quedaba ya para ella. Neftis sabía que aquel sentimiento también había comenzado a morir desde que conoció a Artemisa y quería exprimir sus últimos rescoldos para que Agnes los guardase para siempre en su triste corazón.
     Te quise mucho, Agnes —musitó inaudiblemente—. No sé si alguien volverá a quererte como yo, pero...
     Neftis —la llamó de repente Agnes separando la cabeza de su pecho y mirándola insistentemente a los ojos—, Neftis, no me dejes sola.
La voz de Agnes sonaba tan impregnada de temor... En esos momentos, las emociones que podían alentarla se habían desvanecido y sólo le quedaban en el alma los miedos que tan pequeña la volvían y que tanto la intimidaban. La mujer que le entregaba aquella valentía que la ayudaba a ser imponente y fuerte se había marchado, dejándola a solas con su verdadero carácter, con la Agnes sensible, frágil y nostálgica de la que Neftis se había enamorado hacía ya tanto tiempo.
Neftis no le contestó. Ni siquiera la miró a los ojos cuando percibió el inmenso desconsuelo que teñía su voz. Se mantuvo en silencio, acariciándola con muchísima delicadeza, de una forma casi imperceptible, y fue en realidad aquella falta de respuesta lo que desasosegó mucho más a Agnes.
     Neftis...
     Ven mañana al ritual, Agnes, por favor. Artemisa también desea que asistas a su ceremonia. Me pregunta continuamente por ti y yo no sé qué decirle, pues no quiero explicarle que estás tan enferma, ya que es algo que solamente te corresponde a ti desvelarle. Ven sin falta. Será a las siete de la tarde en el valle sagrado.
Neftis se alejó de ella y desapareció rápidamente entre los árboles. Se marchó dejándola allí sola, con esa emoción que le palpitaba brutalmente en el alma, esa emoción de la que se desprendía un desconsuelo y un miedo interminables. Agnes notó que su corazón se convertía en el eco de un deseo perdido, de una esperanza inasible, de un sueño que se desvanece en los últimos haces de luz de una vida.
Entonces, justo en aquellos momentos, comenzó a llover.
 

 

2 comentarios:

  1. Es muy interesante, y una de las cosas que siempre me ha sorprendido de tus novelas, el estudio psicológico de los personajes, en este caso el de Agnes, pero tú ¿de dónde sacas para tanto como das? En fin... la transformación de Agnes, aunque creo que tratas de presentarla como un proceso terrible, y en cierto modo "a peor", reconozco que me dan una Agnes más fuerte a la que prefiero, aunque sea una coraza dentro de la que quedan ocultas muchas cosas buenas, pero me gusta más así, más capaz, me resulta también más inteligente, en el sentido tanto de la inteligencia emocional como de más calculadora, y no creo que sean aspectos que le perjudiquen en absoluto. Aunque a lo mejor se hace un poco más pirómana, jajajajaja, bueno, ya sé que no. Este capítulo es más monolítico, es decir, está al servicio de una idea, de una trama más sencilla y por eso mismo también más potente porque no se dispersa; como casi siempre, el capítulo es un pequeña novela con presentación, nudo y desenlace.

    Tras la aparición de una Agnes engañada y dolida, hablando su gallego tan bonito, se cruza Némesis y ahí parece cambiar todo; me gusta la insinuación de que este renacer no es solo por efecto de las reflexiones de Agnes, sino también por algo que proviene de la serpiente: Entonces Agnes notó que de los ojos de Némesis emanaba una energía que incluso le quemaba en la piel, que le abrasaba las manos y que trataba de deshacer la desolación que había oscurecido su mirada. Entonces se hundió en los dorados ojos de la serpiente como si aquélla fuese la única forma de huir de sus desgarradores sentimientos.

    Se dedicará a la diosa, en cuerpo y alma, aunque tenga que arrastrar esa insania, esa locura que la acompaña como si fuera una maldición. Ahora tiene fuerzas para ello, se ve el ímpetu con el que toma su decisión. Está también el conflicto de su relación con Artemisa, es evidente que teme salir dañada de ella, y prefiere rechazarla... al menos por ahora. En cambio su alianza con Némesis se estrecha mucho, eso me encanta: E ti axudarasme, Némesis —le aseguró acariciándola lentamente mientras se hundía en sus espirales ojos—. Axudarasme a ser poderosa. Ti es o meu poder, Némesis. Agora sei por que nos atopamos, por que a Deusa uniunos tanto. Ti es a representación da miña inexpugnabilidade.

    Llega a materializar su miedo a Artemisa en ese sueño lleno donde Agnes lo pasa tan mal. Y, finalmente, Neftis aparece de nuevo, esta vez como un asidero en el que encontrar alivio. No la ama, claro está, pero al menos es una especie de amenaza conocida, con sus límites delimitados; en cierto modo, ambas son náufragas del mismo barco de desamor; se necesitan, son lo único certero que tienen, se abrazan, se dan calor... me parece una relación tortuosa pero no exenta de belleza. El modo en que le pide que vuelva para celebrar la iniciación de Artemisa está descrito tan bien... qué pasaje tan hermoso. Y el final me dejó clavado en el asiento... Entonces, justo en aquellos momentos, comenzó a llover.

    Me quedo empapado de emoción y sensaciones. Es magia pura.

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  2. En este capítulo somos testigos de la transformación de Agnes. De una mujer débil y triste a una más fuerte y decidida. Eso es lo que ocurre cuando te dan palos por todas partes y no hay comprensión y cariño. Al final, un corazón con luz se vuelve oscuro y rencoroso. Sobrecoge que Némesis la siga en su transformación, pues la hace más poderosa y juntas hacen un equipo casi invencible. Némesis es capaz de captar cualquier sentimiento y cambio en ella, por lo que se empapará del sentimiento que prevalezca en ella. Es fascinante.

    El sueño/pesadilla da un poco de miedo. La parte en la que arranca hierbas y se las come me ha sorprendido. Es casi un animal, ahí riéndose de la tormenta que no la puede alcanzar. La envuelve la oscuridad, o la enfermedad, no sé. Esa obsesión con que Artemisa le quiere hacer daño se está convirtiendo en casi una realidad para ella, a la que no pone en duda. Terrible que sueñe con ella toda las noches y de esa forma tan deformada y alejada de la verdad.Es lo que dijimos ayer, que es como un puzle que va tomando forma. Se van entendiendo muchas cosas.

    Pulpi aparece de nuevo en acción. Ahora ya como amiga, que dice que ya no la quiere sobar. Al menos Agnes le contesta con contundencia, pero poco a poco pierde fuerza hasta pedirle que no la deje sola...ains, otra vez la está liando. ¿Que la necesita para que esté junto a ella en el ritual? ¿Perdona? Como dice Luis, Oh my gol. "Te necesito, cariño", "Nos cuesta mucho percibir la magia en los rituales si no estás tú". ¡¡No hace más que contradecirse!! La última vez le dijo que se marchase, y ahora la necesita...con un cariño en la frase para que parezca más real...no me la creo.

    Irá al ritual, eso lo sabemos, y encima, sabemos también como se comportará Neftis y los demás...en fin. Yo de ella me habría marchado a Galicia. Da igual, me llevo a Némesis en una cacharro de esos para meter gatos, que ahí nadie sabe lo que tienes dentro y "palante". ¿Para qué quedarse ahí? Más vale arriesgarse y luchar por su sueño que esperar a que vengan todos a usarla como una diana a la que tirar dardos. Lo sorprendente es que son capaces de hacer pleno y darle justo dónde más duele.

    Sé que esto no sucederá, son mis deseos, pero me gustaría tanto... Este se está poniendo cada vez más interesante. ¡¡¡Me gusta muchoooo!!!

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