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La
iniciación
El tiempo de aprendizaje de Artemisa llegó a su fin. Una mañana lluviosa,
Gaya se dirigió hacia la cabaña en la que vivía Artemisa para desvelarle que
había finalizado aquel período que para todo miembro de El fuego de Hécate era
tan importante. Por un lado, sentía pena al saber que Artemisa ya no sería su
discípula, pues con facilidad podía reconocer que los meses en los que para
Artemisa había sido una maestra habían sido los más felices de su vida; pero,
por el otro lado, estaba inmensamente orgullosa de ella. Había adoctrinado a
algunos miembros de El fuego de Hécate, pero Artemisa había sido su alumna más
especial. Había aprendido como nadie, con un interés bellísimo. Había apreciado
cada enseñanza, cada detalle que le revelaba sobre la Madre y sobre la religión
en la que creían y, además, ya podía dirigir un ritual con habilidad y mucha
devoción.
Juntas habían descubierto que la voz de Artemisa era idónea para cantar y
también había aprendido enseguida a tocar los instrumentos sagrados que se
usaban en los rituales. Lo único que le quedaba a Artemisa era perfeccionar la
forma de comunicarse plenamente con el fuego, de ver en sus llamas las líneas
indescifrables a través de las que la Diosa se expresaba. Aún tenía que saber
escuchar la voz de la Madre en el sonido del viento y en el murmullo del agua.
Podía hacerlo, pero sus traducciones todavía no eran exactas. No obstante, Gaya
estaba segura de que no debía transcurrir mucho tiempo para que Artemisa
pudiese conectar nítida y completamente con la Diosa. Confiaba en ella como
hacía mucho tiempo que no confiaba en nadie.
Cuando llegó a su cabaña abandonada, un estremecimiento profundo le
recorrió todo el cuerpo. Cada vez que perdía la mirada por aquella vivienda tan
poco segura, se arrepentía de no haberle preguntado todavía a Artemisa si de veras
no necesitaba trasladarse a una morada más protectora y acogedora. Deseaba
pedirle que se mudase a su hogar. Estaba convencida de que Artemisa no se
sentía amparada en aquel lugar, pues nada la protegía, salvo los poderosos
árboles que cercaban su singular casita. Aquel día se lo propondría. No podía
esperar más tiempo. La culpa gritaba en su ser como si en verdad ella hubiese
obligado a Artemisa a habitar en aquel sitio tan poco confortable.
Artemisa la recibió con un cariñoso abrazo y le hizo pasar al interior de
su hogar; el cual, al contrario de lo que parecía visto desde fuera, estaba muy
bien cuidado, muy meticulosamente ordenado y limpio. Artemisa había hecho suyo
cada rincón y lo había decorado con esmero y paciencia con los adornos que ella
creaba con sus propias manos. Artemisa era muy ingeniosa y siempre se le
ocurría una nueva forma de aprovechar la arcilla que encontraba en el bosque
sagrado. Además, el incienso que siempre ardía en su interior impregnaba
aquella morada de un intenso y exquisito aroma a vida y a misticismo.
—
Te noto distante —le dijo a Gaya cuando le hubo
servido una infusión de salvia y ortiga—. ¿Te ocurre algo, Gaya?
—
Hoy tengo que comunicarte varias cosas —le
contestó de forma distraída mientras movía la cuchara dentro de la tacita de
té—. ¿No sabes qué día es hoy?
—
Pues… Hoy hace un año y un día.
No era necesario desvelar el día en que Artemisa se había detenido para
contar el tiempo que había transcurrido, pues ambas podían comunicarse en
silencio, sabían oír más allá de las palabras que se dedicaban y para las dos
era innecesario decir nada más. Artemisa se sentó en la mesa, sintiendo un
extraño mareo proveniente de la emoción y del miedo, miedo a no saber caminar
sin la protección y la guía de Gaya. Ella continuaría a su lado, pero a partir
de aquel día Gaya se convertiría en un miembro más del aquelarre, aunque
seguiría siendo para todas la suprema sacerdotisa. De repente, Artemisa pensó
que no estaba preparada para ser quien tenía que ser. Notó que la invadían unas
intensísimas ganas de llorar que no pudo reprimirse. Las lágrimas le habían
inundado los ojos y se tapó los labios con las manos para que Gaya no detectase
la mueca de tristeza que los estremecía.
—
Artemisa, Artemisa —la apeló Gaya alargándole la
mano derecha para acariciarle los cabellos, los que eran rizados, oscuros y
densos—. No llores por lo irremediable, Artemisa. ¿Qué es lo que tanto te
aflige?
—
No estoy segura de poder ser quien tengo que ser
—le contestó de forma enigmática, pero Gaya la comprendió muy bien.
—
Yo tuve exactamente el mismo miedo que tú cuando
el período de mi aprendizaje hubo concluido. Sin embargo, el tiempo te enseña a
confiar en ti, te demuestra que no tienes motivos para no hacerlo y que
lentamente irás forjando en ti una seguridad que te ayudará a ser más sabia.
Artemisa, todos hemos pasado por esto.
—
¿Quién te enseñó a ti?
—
Gilbert, nuestro supremo sacerdote; un druida
muy especial que conocí en una tarde inolvidable. Él llevaba mucho tiempo
adoctrinando a los iniciados y empecé a confiar en él enseguida. Me ayudó a
descubrir cuál es mi destino, así como yo te he ayudado a ti a encontrar el
tuyo. No llores. Seguiremos juntas siempre, aunque ya no es necesario que sea
yo la única que puede enseñar. Tú también puedes mostrarme tus hallazgos. A
partir de ahora, tú también puedes ser una maestra para todos, aunque todavía
te falta mucha experiencia que irás adquiriendo con el paso de los días y a
medida que vayas protagonizando los rituales sagrados. Dentro de una semana, en
tu honor, celebraremos uno muy especial. Conocerás a Gilbert y a más miembros
de nuestro aquelarre. Hasta entonces, te aconsejo que permanezcas meditando
durante estos siete días y cuides mucho tu alimentación para no ingerir nada
que pueda entorpecer tus habilidades mágicas. ¿Tienes claro lo que debes hacer?
—Artemisa asintió débilmente con la cabeza—. Confía en ti, cariño. La ceremonia
que celebraremos la semana que viene será una de las más significativas que presenciaré
en muchísimo tiempo.
—
Gracias, Gaya. ¿Has dicho que conoceré al sumo
sacerdote del aquelarre? —le preguntó de repente nerviosa y esperanzada.
—
Sí, por supuesto, lo conocerás al fin. Me habría
gustado habértelo presentado antes, pero Gilbert es muy ermitaño y pocas veces
sale de su hogar para interactuar con los demás. Sin embargo, es muy sabio y
estoy segura de que enseguida te apreciará.
Aquellas palabras la sobrecogieron e hicieron nacer en su ser unos
nervios que no la abandonaron en toda aquella semana. Cualquier cosa que
hiciese le parecía superflua, pues las ansias de que llegase el momento tan
esperado de celebrar aquel ritual en su honor eran lo que más podía sentir, lo
que más la atacaba, incluso cuando se hundía en meditaciones profundas y
hermosas que la alejaban de la superficialidad del mundo y la acercaban
nítidamente al alma de la Diosa.
—
Además, Artemisa, me gustaría comentarte algo
más.
—
¿De qué se trata?
—
Verás, he estado pensándolo mucho y creo que te
mereces vivir en otro lugar. Has sabido acondicionar muy bien esta cabaña, pero
no considero que sea un buen sitio para que una mujer como tú habite. Si lo
deseas, puedes vivir conmigo. Tengo una habitación muy bella que podría ser tu
dormitorio.
—
Gaya, de veras te agradezco muchísimo tu
preocupación y tu ofrecimiento, pero me siento obligada a declinarlo y no
porque no me atraiga la idea de vivir en un sitio mejor, sino porque estoy
plenamente convencida de que habitar en esta cabaña me permite hallarme más
cerca de la Diosa y además me proporciona la posibilidad de aprender mucho más.
Incluso estoy enamorada de estos lares, de esta cabaña que ya he hecho tan mía.
No me concibo viviendo en otra parte. No necesito nada más para ser feliz.
Tengo todo lo que siempre deseé tener: libertad, armonía, calma. No puedo pedir
nada más. Además, recuerda que tú misma me aseguraste que nunca te atreverías a
considerar que este lugar no es digno para vivir.
—
Sí, me acuerdo perfectamente de lo que te dije. Está
bien. Si vivir aquí es tu deseo, no me opondré; pero no quiero que olvides que
tienes la oportunidad de morar en un lugar mejor, más confortable y con más
comodidades.
—
Créeme, Gaya, no echo en falta nada.
—
De acuerdo —rió Gaya al detectar que Artemisa le
hablaba con plena sinceridad—. Ahora debo marcharme. Tengo que prepararlo todo
para el Esbat que celebraremos esta noche. Me gustaría que asistieses, pero sé
que la primera vez que tienes que compartir con nosotros una celebración será
la noche en la que te inicies. Permaneceremos una semana sin vernos; pero, si
necesitas cualquier cosa con urgencia, no dudes en buscarme. Te aguardo dentro
de siete días en mi jardín. Mientras tanto, medita, reflexiona, ensaya las canciones
que más te gusten para entregárselas a la Diosa en señal de agradecimiento,
conversa con Ella, encuéntrate a ti misma, despídete de esta época que se
cierra para ti.
Artemisa trató de permanecer serena durante aquellos siete días previos a
su iniciación, pero los intensos nervios que experimentaba le impedían
concentrarse con plenitud. No podía meditar con profundidad, pues su mente se
llenaba sin tregua de recuerdos pasados, de momentos hipotéticos que la
esperaban tras cada noche y de miedos que no se correspondían en absoluto con
la realidad.
Noche tras noche, ensayaba con el laúd y otros instrumentos que para ella
eran sagrados las canciones que Gaya y Neftis le habían enseñado; a través de
las cuales se comunicaban con la Diosa, en cuya melodía y letra encontraban con
facilidad el alma de la Madre.
La canción que más adoraba versaba sobre la magnificencia de los bosques,
sobre el poder de los elementos y sobre lo diminuta que es nuestra vida frente
a tanta belleza y tanto brío. Cuando Artemisa tocaba y cantaba aquella preciosa
trova, sentía una punzada de admiración y de dolor al mismo tiempo al pensar en
que debía entonar aquella melodía en honor a la diosa, la que tanto le había
enseñado, cuando para ella la verdadera maestra había sido Gaya. Entonces
pensaba que la Diosa estaba en Gaya siempre que ella la adoctrinaba, siempre
que dejaba atrás el trato amoroso y maternal con el que se dirigía a ella y se
convertía en una maestra casi severa y paciente que aguardaba a que Artemisa
adquiriese esos conocimientos que ella deseaba trasmitirle. Aquel pensamiento
la estremecía profundamente y le impedía cantar con serenidad.
No obstante, se esforzó lo indecible por concentrarse en cada meditación.
Ensayaba sin tregua esas canciones que anhelaba que sonasen en medio de la
noche, junto a la hoguera, frente a la solemnidad de los bosques.
Comentarios:
Los meses han pasado y ahora Mila es Artemisa. Se nota que es una alumna muy especial y que Gaya está encantada con ella. Me resulta muy sugerente que aprenda a leer en la naturaleza, que se fije en el agua, el viento, el fuego... seguro que también en los animales y en todo lo natural, no hace tanto tiempo las religiones eran así de verdad, aunque luego todo se estropeo, pero no nos desviemos... También que sepa cantar y tocar le da un encanto especial a su persona. El panorama se ha agrandado con la mención de las tres compañeras (que no he podido evitar relacionar con las brujas de Macbeth, aunque no tengan nada que ver porque no son maléficas, aunque las supongo poderosas), y también ese misterioso Gilbert que casi es un ermitaño, ¿cómo será? Por otra parte, según leía el párrafo en que Gaya le ofrece vivir con ella estaba seguro que Artemisa iba a aceptar, y no podía evitar sentirme inexplicablemente decepcionado por ello, así que cuando ha decidido quedarse en la cabaña me ha parecido muy bien, después de todo es como un logro personal, y me parece que se empequeñecería viviendo con Gaya. Lo más notable de la historia, creo yo, es que siendo un relato actual, de nuestro tiempo, recupera situaciones que parecen totalmente perdidas, es decir, que nos has traido a nuestra realidad aquello que aparece en libros antiguos, y eso es muy bonito. Ahora a esperar esas ceremonias que seguro serán bien bonitas...
ResponderEliminarPor fin he podido leer los dos capítulo! Te los comento aquí los dos. En primer lugar, no me esperaba en ningún momento que Mila fuese Artemisa. Esperaba que en algún momento apareciese Artemisa, por lo que no sabía muy bien en que lugar quedaría Mila, ya que parecía la protagonista. Ahora lo entiendo todo jajaja. Me parece muy original.Ya aparecen Agnes, Penélope y Gilbert, y eso me trae muy buenos recuerdos. El fuego de Hécate me parece un nombre precioso para el aquelarre, siempre me lo ha parecido. Artemisa se ha convertido en toda una experta y la mejor alumna para Gaya. Me ha dado pena que no haya decidido ir a vivir con ella, pero es cierto que siendo leales con el personajes, debía rechazar la oferta. Pues me está encantando la historia. Artemisa ya está sumergida en su nueva vida y yo creo que ni se acuerda de la comodidad en al ciudad y su antigua vida. Una historia maravillosa!!!!
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