viernes, 4 de noviembre de 2016

EL FUEGO DE HÉCATE: CAPÍTULO 12 - VIVIENDO EN LA OSCURIDAD DEL RENCOR




12

 

Viviendo en la oscuridad del rencor

 

La casa de Agnes se encontraba en un rincón del bosque casi inalcanzable donde las ramas de los árboles se enredaban las unas con las otras para crear un techo natural que impidiese el paso de la luz del día. Hacía mucho más frío que en cualquier otra parte del bosque y la humedad podía casi tocarse. Olía tanto a humedad que incluso aquel aroma, tan bello y revitalizante, resultaba incómodo y demasiado intenso si se respiraba durante unos largos minutos. Además, la oscuridad era tan espesa que, llegadas incluso las seis de la tarde de un día estival, se volvía difícil caminar por allí sin tropezar con las raíces salidas, las plantas tupidas que ocupaban cualquier senda y las ramas que el viento había conseguido tirar al suelo. Las hojas que en invierno habían quedado sepultadas bajo el hielo y la nieve parecían revivir cuando llegaba la primavera, aunque eran hojas secas que crujían al ser pisadas.

Gilbert y Gaya se habían enfrentado ya muchas veces a situaciones tensas y difíciles que habían conseguido superar y convertir en una enseñanza para todos aquéllos que las vivían junto a ellos; pero en aquella ocasión ambos sentían que les costaría mucho más mantener la calma en todo momento. Artemisa era como una hija para ellos. La querían como podrían haber querido a cualquier fruto de sus entrañas. Gaya nunca había sido madre biológica de ninguna persona, pero se sentía madre de todos los que se habían acercado a ella y le habían permitido tornarse una maestra para ellos. Gilbert sí había sido padre de algunas criaturas engendradas en la noche de Beltane, pero les había perdido el rastro en cuanto las madres se habían distanciado de él para conservar su honor como sacerdote; algo que a Gilbert le parecía totalmente inhumano y triste. Extrañaba a sus hijos, aunque realmente no los conocía y ni siquiera sabía cómo eran, qué pensaban y sentían.

Gaya y Gilbert habían compartido momentos muy íntimos cuando los rituales todavía se celebraban de una forma tan desenfrenada y enloquecida; pero pocas veces se había quedado embarazada, ni siquiera cuando ella había creído que se encontraba en los días fértiles del mes, y esas pocas ocasiones en las que creyó que al fin sería madre perdió al poco tiempo esa vida que había empezado a crecer en su interior. Aquello la había obligado a pensar que tenía algún problema para ser madre, pero nunca había comprobado que aquello fuese cierto y ya era demasiado tarde para hacerlo. Por eso, Artemisa, Neftis, Penélope y muchas más miembros del aquelarre eran para ella como las hijas que nunca pudo tener.

Se hallaban ambos en estos pensamientos cuando, sin esperarlo, llegaron al camino que comunicaba directamente con la casa de Agnes. Aquel camino estaba todo invadido por raíces olvidadas, hojas secas, plantas espesas, oscuridad, humedad y frío. Era la parte más íntima y peligrosa del bosque. Ambos se preguntaban cómo era posible que Agnes viviese en un lugar tan irrevocablemente apartado, pero también sabían que ella prefería vivir inmersa en la soledad más inquebrantable.

La casa de Agnes era vieja, pero sus paredes de madera y piedra brillaban como si fuesen el sol de aquel rincón tan oscuro. Tenía grabadas en la puerta de entrada una serie de imágenes cuyo significado no le había revelado nunca a nadie. Se trataba de símbolos que parecían pertenecer a una escritura ancestral. Además, de las ventanas siempre se escapaba el reflejo de la luminiscencia de las velas. Agnes vivía sin luz ni agua corriente, pero aquello nunca se le había notado ni en el olor de su cuerpo ni en su mirada. Agnes siempre parecía aseada y de su ser se desprendía un intenso olor a hierba y a flores que no resultaba nada incómodo. Tenía cerca de su hogar un lago de aguas cristalinas que el río siempre renovaba cuando las lluvias inundaban aquella naturaleza; algo que ocurría con bastante frecuencia. Además, Agnes también poseía un gran depósito de piedra que la lluvia llenaba de un agua fresca y limpia que le servía para muchas de las tareas cotidianas de su vida.

A aquella hora de la tarde, la luz del día apenas se colaba ya entre las ramas de los árboles. Parecía ser un reflejo de otro mundo, el espejismo de otra realidad. Sin embargo, aunque la negrura y la neblina del atardecer prematuro que gobernaba en aquel lugar sobrecogiesen a Gaya y a Gilbert, debían reconocer que vivir en aquellos lares le proporcionaría a Agnes una paz que no podría hallar en ninguna otra parte del mundo.

Fue Gaya quien se acercó a la puerta de la casa de Agnes y quien llamó con sigilo y delicadeza. Se oyeron unos vacilantes pasos y, en breves instantes, Agnes abrió la puerta con lentitud y extrañeza. Al ver a Gilbert y a gaya, entornó los ojos, como si no quisiese que ellos captasen el fastidio que se había apoderado de su mirada. No obstante, les sonrió con amabilidad y los invitó a pasar mucho antes de que Gaya planease preguntarle si podían hacerlo.

Pocas veces habían entrado en el hogar de Agnes. Más bien, Gaya no recordaba haber estado allí antes. Aquélla era la primera vez que se fijaba en cómo vivía Agnes, aquella mujer tan misteriosa de pocas palabras que prefería expresarse a través del silencio. Se trataba de una cabaña parecida a la que había resguardado a Artemisa, pero mucho menos acogedora. La oscuridad se acumulaba en los rincones y olía también mucho a humedad, como si aquel aroma construyese los muros de aquella pequeña morada. Apenas tenía muebles, solamente los necesarios ocupaban el centro y algún recoveco de la casa. Una chimenea parecía ser la cocina de Agnes. Hervía en esos momentos en una gran olla algo que desprendía un cómodo aroma a comida templada y sana.

Agnes estaba vestida con un traje negro que apenas permitía adivinar la forma sensual de su cuerpo delgado y esbelto. Además, de su mirada emanaba una oscuridad que parecía ser la que ensombrecía el bosque.

Les ofreció asiento en una alfombra mullida de color negro y después se dirigió hacia la olla que se calentaba en la chimenea. El humo de aquella hoguera se escapaba velozmente por aquel empedrado conducto, adornado también con aquellos símbolos que Agnes había grabado en la puerta de su hogar. Gaya estuvo a punto de preguntarle qué significaban, pero la respuesta que pudiese darle Agnes la intimidaba tanto que prefirió mantenerse en silencio. Ni tan sólo quiso saber qué estaba preparándose para cenar.

     ¿Queréis cenar conmigo? —les preguntó sin mirarles, con una voz casi hueca, aunque muy dulce y a la vez potente.

     No, Agnes. No queremos que se nos haga muy tarde —contestó Gilbert con educación. Incluso los sobrecogía tener que declinar el ofrecimiento de Agnes.

     Sabía que ibais a venir. Por eso estoy preparando más caldo que de costumbre. Aunque no cenéis conmigo, os llevaréis algunos recipientes para que os lo comáis cuando podáis, pues lo he hecho para vosotros.

     Te lo agradecemos mucho, Agnes —intervino Gaya.

     ¿Sabías que íbamos a venir?

     Sí, por supuesto —respondió Agnes esbozando una burlona sonrisa que ninguno de los dos pudo ver por hallarse ella de espaldas, pero pudieron intuirla plenamente—. Entonces, si no queréis cenar conmigo, ¿para qué habéis venido a mi casa? He comprobado que queda muy retirada de la vuestra.

Para entonces Agnes ya se había volteado y los miraba inquisidora y fijamente; pero ninguno de los dos bajó la mirada, sino que ambos se la sostuvieron intentando que Agnes no captase que estaban totalmente intimidados. Aquella mujer tenía un poder especial que provocaba que quienquiera que se encontrase a su lado se empequeñeciese como una gota de lluvia.

     Hemos venido porque, desde hace algún tiempo, notamos que estás distinta. No participas tanto en los rituales e incluso has llegado a faltar a alguno bastante importante para nosotros —le explicó Gilbert con paciencia. Agnes le retiró al fin la mirada y la perdió por el paisaje oscuro y denso que se adivinaba tras los cristales de las ventanas de su hogar—. Queremos saber qué te sucede. Antes eras más activa, más alegre.

     ¿Alegre? —Se rió con sorpresa y sarcasmo—. En realidad, estoy cansada de tener que dar siempre explicaciones de por qué lo hago todo —susurró intentando no parecer violenta, pero de su voz se desprendió una agresividad escalofriante.

     ¿A qué te refieres, Agnes? Estamos aquí porque queremos ayudarte, porque nos importas —le comunicó Gaya levantándose de donde estaba sentada y situándose al lado izquierdo de Agnes, quien no retiraba los ojos del paisaje.

     No es verdad —se rió irónica y agriamente–. Estáis aquí porque la preocupación que sentís por Artemisa no os deja respirar, porque en realidad quien os importa tanto es ella.

     También nos importas tú, Agnes.

     No me mientas, Gaya. Eres demasiado mayor ya para hacerlo, ¿no te parece?

     Agnes, no te comportes así. De veras, estamos preocupados por ti.

     En fin —suspiró ella dirigiéndose de nuevo hacia la olla y removiendo su contenido distraídamente—. Os explicaré algo, por si todavía no conocéis esta información —dijo mientras se daba la vuelta y se encaraba de nuevo a ellos—. El fuego de Hécate es la primera familia que tengo, es el primer grupo de personas entre las que me siento realmente acogida. Tengo un hogar maravilloso gracias a vosotros, sois mi familia; la familia ideal que siempre soñé tener. Y ahora siento que estáis todos lejos, lejos de mí y de mi pasado, de todo lo que he sufrido a lo largo de toda mi vida. Némesis parece la única que me comprende de veras. Desde que llegó Artemisa, tú, Gaya, no tienes ojos ni brazos para nadie más. Tú, Gilbert, pareces embobado con ella. Nadie es quien era antes de que ella llegase. Incluso Neftis... pero eso no tiene importancia, puesto que estoy consagrada a la Diosa y ella también lo está, pero no quiere reconocerlo. Lo que quiero deciros es que, por primera vez desde que empecé a formar parte del aquelarre, me siento sola, sola en medio de mucha gente que antes me quería.

     Nunca te hemos conocido realmente, Agnes —apuntó Gilbert.

     ¿Ni siquiera me conociste en aquella noche de Beltane?

     ¿Cómo? —interrogó Gaya sorprendida.

     No lances calumnias, Agnes —la desafió Gilbert mirándola con impaciencia.

     ¿Vas a negarlo? Me escogiste a mí para enlazarte a la Diosa; pero eso tampoco tiene importancia ahora, no la tiene, por supuesto. Lo que me importa es lo que siento en estos momentos. Sé que muchos sentimientos que ahora me invaden el alma tienen su nacimiento en el pasado turbulento que viví.

     Tienes que apreciar más lo que la Diosa nos da, Agnes, y dejar atrás el recuerdo de los malos momentos —la animó gaya, a quien había conmovido la confesión de Agnes.

     No sé si alguna vez podréis imaginaros lo que yo sentí cuando era pequeña y cuando ni siquiera tenía dieciocho años —musitó con una voz trémula—. Pasarte media vida en un sanatorio mental es lo peor que puede ocurrirle a una persona. Sentirse cuerda en medio de tanta locura es terrible, inimaginablemente espantoso. Es imposible vivir en paz albergando esos recuerdos tan horribles.

Agnes se expresaba con un llanto contenido que ahogaba el tono siempre sereno y terso de su voz. Gaya sintió el impulso de abrazarla, pero la mirada de Agnes estaba anegada en una desesperación que le resultaba mucho más potente que cualquier huracán.

     Creo que te vendría bien hablarle a alguien de tus recuerdos, Agnes —le aconsejó Gilbert.

     No quiero torturar a nadie con mi horrible pasado, jamás.

     Todo eso ha quedado atrás.

     No, Gaya, no ha quedado atrás porque esos recuerdos me impiden ser feliz, me impiden amar a quienes están a mi lado, me impiden vivir con confianza y seguridad. Continuamente creo que vais a rechazarme o a tacharme de loca.

     No vamos a hacer eso —le aseguró Gaya sonriéndole maternalmente.

     No sientas eso, Agnes, así como tampoco deberías experimentar envidia o rencor hacia quienes desean quererte.

     De nuevo habláis pensando en Artemisa.

     No, cariño. Sí, es cierto que Artemisa nos preocupa, pues está muy enferma, pero también nos importas tú y queremos que estés bien. Si experimentas tanto odio por ella, tendrás el alma anegada en emociones terribles que te harán mucho más infeliz. Intenta conocerla, ser su hermana de veras. Ambas estáis consagradas a la Diosa. Deberíais entenderos en eso.

     No puedo entender a alguien que desea quitarme todo lo que yo tengo.

     Ella no quiere arrebatarte nada, Agnes.

     Gaya, ya basta. Idos de mi casa si lo único que vais a saber hacer es hablarme de esa mentirosa.

     Agnes, te aconsejamos ambos que hables con Artemisa. Intenta desprenderte de la rabia que sientes y acércate a ella dominada por otras emociones más limpias y sanas —concluyó Gilbert antes de dirigirse hacia la puerta. Gaya lo siguió en silencio.

Al salir de la casa de Agnes, ambos sentían el peso de la tristeza que anegaba el alma de aquella mujer que tanto había sufrido en su pasado. No sabían si todo aquel dolor había turbado la bondad que podía invadirle el corazón o si, por el contrario, Agnes todavía podía seguir siendo aquella mujer tierna y asustadiza que conocieron hacía ya tantos años. Gilbert y Gaya tenían la impresión de que, en realidad, no conocían bien a Agnes. Las nociones que ellos podían dar de ella ni siquiera parecían reales.

     Agnes no está nada bien, Gaya —le comunicó Gilbert con temor, pero Gaya no fue capaz de contestarle.

La tarde se había hundido en las sombras de la noche. Cada paso que Gilbert y Gaya daban parecía acercarles a la negrura de un mundo invadido de sombras. Pesaba en el ambiente una densa atmósfera de temor y arrepentimiento. Gaya, en aquel día, se había sentido culpable por varios motivos: por un lado, se acusaba de que Artemisa estuviese enferma, pues pensaba que ella era la única responsable de que aquella mujer tan dulce, amable y mágica padeciese esos destructivos infortunios al haberla impulsado a formar parte de El fuego de Hécate y de aquella vida que estaba desvaneciéndola. Por el otro lado, la tristeza desesperada de Agnes le hacía pensar en lo poco que se había preocupado por ella durante los últimos meses. Siempre había detectado que la mirada de Agnes estaba llena de desolación y rabia, pero nunca se había atrevido a acercarse a ella para preguntarle si podía ayudarla en algo. Había creído que Agnes era lo suficientemente fuerte como para superar cualquier sentimiento adverso que quisiese ensombrecerle los ojos. En esos momentos, aquellas emociones tan terribles le oprimían el corazón y ansiaba poder confesarle a Gilbert todo lo que experimentaba, pero se le había formado en la garganta un nudo que apenas le dejaba respirar. Gilbert parecía no reparar en su estado, pues caminaba con decisión y firmeza hacia el hogar de Gaya sin mirar a su alrededor, como si quisiese huir cuanto antes de aquella atmósfera oscura y brumosa.

Llegaron a la preciosa casa de Gaya cuando las estrellas brillaban con timidez en el firmamento y la luna se asomaba suavemente tras la cumbre de una alta montaña. La noche estaba bellísima, pero no eran capaces de apreciarlo, pues tenían el corazón lleno de impaciencia y preocupación. Ninguno de los dos se lo había confesado al otro, pero ambos sentían que la visita a Agnes había sido totalmente banal e incluso peligrosa.

Cuando Artemisa los recibió, la culpa que Gaya sentía y la intranquilidad que invadía el alma de Gilbert se volvieron mucho más potentes e intensas. Artemisa lo notó, pero no fue capaz de decirles nada. Gilbert se despidió de ella mucho antes de que Artemisa pudiese hundirse en sus veteranos ojos.

Mas Gaya no pudo liberarse de la mirada de Artemisa; la que estaba llena de preguntas silentes que Artemisa no se atrevía a formularle. Gaya se sentó enfrente de Artemisa y, durante unos largos minutos, solamente fue capaz de perder los ojos por la noche que las rodeaba. La noche parecía hecha de misterio. Las aves nocturnas que se atrevían a acercarse al jardín de Gaya cantaban de vez en cuando, creando ecos que se esparcían por el bosque y llegaban hasta las montañas. El canto de un cárabo volvía mucho más sobrecogedor aquel ambiente tan íntimo y silencioso.

     Tengo la sensación de que no habéis logrado nada.

     Creo que hemos empeorado la situación. Agnes tiene el alma enferma y no creo que podamos curarla nunca. Además, te odia, Artemisa, te odia con todo su corazón, o al menos eso es lo que ella quiere creer.

     ¿Por qué?

La voz de Artemisa, al contrario de lo que debía ocurrir, sonaba tranquila, como si hubiese permanecido toda la tarde preparándose para recibir aquellas tristes palabras. Artemisa solamente deseaba que Gaya le ofreciese una explicación lógica y convincente que la ayudase a comprender por qué Agnes se comportaba así con ella.

     Agnes ha tenido una vida horrible, Artemisa. Por eso, cuando nos conoció, creyó que había encontrado su verdadera familia. Agnes piensa que, desde tu llegada, ya no nos comportamos con ella de la misma forma. Está convencida de que todos nos hemos centrado en ti y que estamos hechizados por tus habilidades. Eso no es muy cierto. Bueno, sí es verdad que tanto Gilbert como yo nos hemos volcado mucho en ti, pero lo hemos hecho porque ambos sabíamos que tenías un sinfín de dones de los que no eras para nada consciente y queríamos hacértelos descubrir; pero no es cierto que ya no sintamos lo mismo por Agnes. También la queremos mucho. No obstante, debo confesarte que, realmente, nunca la he conocido plenamente como sí he podido conocerte a ti, que eres tan transparente como las aguas del río que nos da la vida. Agnes, en cambio, es turbia como las aguas removidas de un lago profundo y oscuro. Es imposible acceder a su alma a través de sus ojos, como sí podemos hacerlo contigo. Tu alma se percibe más allá de tus miradas, se capta en tus movimientos, en tu voz y en tus acciones. Yo aprecio a Agnes, pero no me siento conectada a ella como sí me siento atada a ti por un lazo invisible y potente. Ella ha advertido todo eso y es imposible convencerla de lo contrario. Está dolida con el mundo, con nosotros. Tiene el alma llena de rencor y odio porque no se siente querida. Le hemos aconsejado que se acerque a ti portando otras emociones en el alma, pero no creo que nos obedezca, ni siquiera sé si ha detectado la parte positiva de esas palabras. Solamente cree que queremos defenderte de ella y de cualquier peligro. Ni tan sólo es capaz de imaginarse que todo lo que le decimos es por su bien, también.

Gaya había perdido la noción del tiempo, del espacio y de sí misma mientras hablaba. La tristeza que se desprendía de su voz sin que ni siquiera ella pudiese intuirlo se había introducido en el alma de Artemisa y la había anegado como si de un mar desbocado se tratase. Artemisa no podía imaginarse su futuro si todas aquellas certezas reinaban en su vida y la condicionaban hasta el punto de sentir que ni tan sólo ella era dueña de su destino; pero, al mismo tiempo, sabía que aquella situación podía solucionarse si tanto Agnes como ella ponían el empeño necesario. Sin embargo, Artemisa no se creía capaz de luchar contra la negativa energía de aquella mujer que tenía el corazón tan lleno de rencor y envidia.

Gaya, de pronto, se dio cuenta de que a Artemisa le costaba mucho escucharla y entender el significado que se hallaba tras sus palabras. Así pues, decidió callar y permitió que hablase por ellas el silencio. En esos momentos lamentó que Gilbert no hubiese entrado con ella en su hogar. Se habría sentido mucho más protegida si él se hubiese hallado a su lado. Sus palabras y sus razonamientos habrían poseído una fuerza inquebrantable.

Decidió que había llegado la hora de descansar, así que le propuso a Artemisa que durmiese plácidamente en una habitación que Gaya le había asignado desde hacía ya mucho tiempo sin que Artemisa lo supiese. Sabía que, tarde o temprano, aquella chica tan adorable y entrañable le pediría cobijo. Aquel momento había llegado, aunque a Artemisa le costase mucho reconocerlo. No sabía si Artemisa había aceptado que se había quedado sin hogar; sin ese lugar que tan suyo había sido desde que había llegado a esas tierras. No se atrevía a preguntarle cómo se encontraba. Aquel tema era una espina clavada en el silencio que se extendía entre las dos cuando ninguna se molestaba en hablar.

     Tienes una habitación en la segunda planta. La preparé hace tiempo para ti —le confesó Gaya intentando que su voz no reflejase todas las emociones que aquella situación le provocaba. Artemisa no le dijo nada. Sólo la siguió a través de aquel hogar tan acogedor hasta que llegaron a la alcoba en la que dormiría—. Puedes acomodarte como desees.

     No tengo nada —le informó Artemisa con un hilo de voz—. No tengo ropa, ni enseres personales ni tampoco ningún libro que me pertenezca. Todo lo que era mío se ha quemado en ese maldito incendio. Si Gilbert y tú pretendéis que sea comprensiva con Agnes después de que ella haya intentado matarme, estáis muy equivocados.

Entonces Gaya descubrió que el alma de Artemisa estaba llena de un rencor infinito que se le reflejaba en la voz y se le desprendía de los ojos como si de un vaho brumoso se tratase.

     Ni Gilbert ni yo te obligamos a que seas comprensiva con ella. Sólo te animamos a que converséis y solucionéis vuestras diferencias.

     ¿Por quién deseáis que lo hagamos, por nosotras o por vosotros? —le preguntó Artemisa intentando no parecer alterada, pero lo cierto era que el corazón cada vez le latía más rápido.

     Por vosotras, cariño, siempre por vosotras, pero sobre todo por ti —le contestó Gaya tomándola de las manos, tratando de calmarla con aquel suave gesto.

     Creo que me mientes, Gaya. Quieres que solucionemos nuestras diferencias sobre todo por el bienestar del aquelarre.

     No es cierto.

Mas nada podía luchar contra las certezas que se le habían arraigado en el alma. Artemisa no dudaba de que Gaya deseaba que ella estuviese bien y fuese feliz, pero no confiaba plenamente en sus palabras. Intuía que, sobre todas las cosas, lo que más le interesaba a Gaya era que el aquelarre estuviese protegido por una calma indestructible, independientemente de lo que sintiesen ella y Agnes.

Entonces, de repente, aunque Gaya la tuviese tomada de las manos, aunque se hallase junto a ella en aquel estrecho corredor, alojada en su precioso hogar, protegida supuestamente por su amor maternal, Artemisa se sintió inmensamente sola, tan sola que notó que se le horadaba un vacío profundísimo en el alma por el que caían todas sus esperanzas e ilusiones.

No pudo evitar que los ojos se le llenasen de unas lágrimas espesas que enseguida empezaron a resbalarle por las mejillas. Gaya, al verla llorar, la soltó de las manos para rodearla con sus cariñosos brazos; pero Artemisa se deshizo de ese gesto de ternura y se excusó pronunciando palabras casi ininteligibles antes de encerrarse en la habitación que Gaya le había ofrecido.

Aunque hubiese cerrado la puerta con delicadeza, sabía que Gaya todavía se hallaba al otro lado de aquella madera gruesa y oscura, esperando a que Artemisa saliese de aquel escondite protector para pedirle consuelo; pero Artemisa no lo hizo. Se sentó en la cama en la que debía dormir notando que se apoderaba de ella un llanto indomable. Se esforzó lo indecible por impedir que sus sollozos fuesen sonoros. No quería que Gaya la oyese llorar.

Se tumbó intentando encontrar refugio entre las mantas y la cómoda almohada que cubrían el lecho. Sin darse cuenta, se durmió llorando. Aún cuando el sueño estaba a punto de apoderarse de su torturada consciencia, se preguntaba qué iba a ser de su vida, adónde iría, qué la esperaba al otro lado del futuro. Ni siquiera podía pensar que le quedaba presente después de haber vivido aquellos acontecimientos tan tristes. Perder un hogar es como perder la vida, es morir en vida, si es que podemos experimentar una muerte que no nos arrebate el aliento físico. Ella sentía que su alma se había quedado sin aire, que ya no tenía impulso para seguir adelante, para luchar por una vida mejor. No sabía en qué lugar de la Tierra ni en qué año de aquella era se encontraba su próxima sonrisa.

 
 

2 comentarios:

  1. No podrías haber inventado un lugar más idóneo en el que vive Agnes, como anillo al dedo. Da miedo y sobrecoge. Encima, su casa tiene esa oscuridad y...poca vida que todo ser vivo otorga a su hogar. Hay varias cosas que me han sorprendido de este capítulo, muy revelador.

    En primer lugar el pasado de Agnes. Lo ha debido pasar realmente mal, pero...¿Estuvo encerrada debido a la mala suerte o por razones justificadas? ¿Siempre ha sentido tanto odio por otras personas? Puede que fuese una chica (por poco escribo clack jajaja) normal y eso le provocase un trauma que la haya llevado a ser así de malvada. De todas formas, esto resuelve la razón por la que se comporta así, pero no la justifica. Sigo con la duda de saber si fue ella la que quemó la casa de Artemisa...aunque estoy seguro en un 90% de que sí. Tendrían que habérselo preguntado directamente, pero bastante han hecho ya con enfrentarse a ella e intentar ayudarla. Me recuerda al típico caso de unos padre y dos hijos. Uno es un desastre, loco y poco obediente. El otro es un chico cariñoso y todo lo hace bien, pero los padres se preocupan más del que está no va por buen camino, y no dan tanta atención al hijo responsable, creyendo que no lo necesita. Artemisa no es mala hija, por así decirlo, pero necesita más atención para resolver algunas cuestiones y ayudarle a crecer en el aquelarre. No es que no quieran a Agnes. Aunque es cierto que como ya ha confesado Gaya, nunca la ha llegado a conocer del todo y no siente tanta conexión, pero supongo que esto es culpa de Agnes, por no abrirse y hacerles entender que no necesita tanta atención. Ahora está celosa y odia a Artemisa a muerte...y eso la puede llevar a la autodestrucción. El odio no es un buen sentimiento.

    Por otro lado he flipado con el Beltane. ¡¡¡Que Gilbert se acuesta con mujeres del aquelarre!!! ¿Pero eso es normal? ¿Por el bien de la Diosa? ¿Y si hay muchos hombres, lo puede hacer igual una mujer? Espero que eso no sea exclusivo de los hombres, me parecería machista. Aunque reconozco que eso no va conmigo y lo veo un poco desagradable jajaja, pero es mi punto de vista. No me queda claro si eso es normal, ya que Gaya se ha sorprendido y parece dolida. No tienen nada aparentemente, pero sin duda el pasado siempre vuelve y en su caso parece ser una evidencia. Creo que se aproximan tormentas... Ains, espero que no empiecen a acostarse una a una con Gilbert o que elija a una para acostarse y le toque a Artemisa...¡AAAAAAAAAAAHHHH!

    Menudo papelón el de Gaya...primero aguantando el chaparrón con Gaya y ahora con Artemisa, que también le reprocha cosas, imagino que por la situación del momento y el disgusto. Me sabe mal por ella...por el momento veo que es la más perjudicada en todo esto...parece que todo se le pone en contra. En fin, no ne enrollo más, espero con ansias el próximo capítulo, está muy emocionante!!!

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  2. Este es un capítulo en el que se baja un escalón, por así decir. No en el sentido de pérdida de interés ni de calidad, por supuesto, sino en el de descender a lo mundano, a lo psicológico, a lo real por así decir, en contraposición con lo sublime y lo mágico de entregas anteriores. Pero es necesario para que la narración avance, los personajes son así de carne y hueso, no ideales inaprehensibles.

    Agnes es un personaje fascinante, no cabe duda, está preparando la cena y espera la llega de Gilbert y Gaya, ¿por qué precisamente esa noche? ¿sabía que el incendio se había producido y que iba a ser acusada de él, directa o indirectamente? Es curioso como a Gaya tanto Agnes como Artemisa la acusan de mentir, algo que supongo es sumamente grave dentro del aquelarre. Y de algún modo creo que las dos tienen razón, o por lo menos un poco de razón. En cierto modo el mundo de Agnes se ha desmoronado con la llega de Artemisa, y comprendo su decepción, aunque es infantil no aceptar la situación, pero las personas somos así, débiles y temerosos, capaces de sacar los celos a relucir a las primeras de cambio. Me ha gustado el titubeo de Agnes cuando dice "incluso Neftis..." Claro que Artemisa ha absorbido la atención de Gaya y Gilbert, (quien parece que aprovechó Beltane, y claro que a ambos les interesa que el aquelarre siga sin que el conflicto Agnes/Artemisa lo destruya... curiosamente ambas tienen un sentimiento de soledad, y de estar consagradas a la diosa... tienen más en común de lo que creen.

    Sigue sin resolverse el asunto del incendio de la casa de Artemisa, desde luego si fuera responsabilidad de Agnes no habría ninguna justificación para su comportamiento, y curiosamente parece que Gilbert y Gaya no se han atrevido ni a insinuarlo, y si no ha sido ella ¿qué ha pasado? De lo que no cabe duda es de que el relato está en un punto crítico, hay una especie de nudo narrativo que tiene que deshacerse en uno u otro sentido... y me parece que no hay otro modo de saber cómo seguirá la cosa que esperar, ¡espero tener conexión para leer lo que siga!

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