martes, 15 de noviembre de 2016

EL FUEGO DE HÉCATE: CAPÍTULO 15. ALMAS PERDIDAS




15

 

Almas perdidas

 

Artemisa sentía que la respiración se le detenía y que la noción de su cuerpo se desvanecía, como si de repente el alma se le hubiese despegado de la parte material de su ser y volase a la deriva por un abismo lleno de vientos desgarradores e indomables. Le costaba recordar lo que le había ocurrido antes de ese momento, pero de pronto dedujo que no merecía la pena esforzarse por rememorar los últimos instantes de su vida, pues ésta estaba escapándosele de las manos. Lentamente, ascendía hacia un cielo sin estrellas, sin ninguna luz ni ninguna nube; un cielo vacío que no cubría ninguna tierra.

Oía, muy lejanamente, que alguien la llamaba con desesperación. Aquella voz sonaba llena de ecos, como si atravesase una inmensidad en la que cualquier susurro se repetiría hasta el último instante de la eternidad.

Despertó con lentitud. Los sonidos que la rodeaban fueron volviéndose cada vez más nítidos a medida que pasaban los segundos. Descubrió que se encontraba tendida en un lecho cómodo y que a su lado había alguien que le sostenía la mano y se la presionaba de vez en cuando, alentándola con ese gesto a que regresase a la vida al ritmo que ella necesitase emplear.

Conocía esos ojos grandes, rasgados y profundos, esa mirada serena y a la vez tan cargada de sentimientos indescifrables, conocía ese rostro hermoso a la par que inquietante, el tacto terso de esos dedos expertos, esos cabellos largos y nocturnos, esa presencia imponente y sobrecogedora. La persona que se hallaba a su lado era una mujer de cuyo cuerpo se desprendía un olor intenso a hierbas y a flores silvestres. Aquella fragancia le resultaba muy familiar, pero la intranquilizaba muchísimo, como si la hubiese aspirado en un momento delirante cuyo recuerdo podía hacerle perder la temblorosa calma que le anegaba el alma.

Al poco tiempo de estar despierta, cuando ya podía nombrar los sonidos que percibía, reconoció a aquella mujer y el lugar en el que se encontraba. No obstante, todavía estaba demasiado desorientada y le costaba mucho pensar con claridad. Lo único que podía determinar era que aquella mujer tan oscura y misteriosa se llamaba Agnes y que con ella había vivido instantes que le costaría mucho explicar si alguien le preguntase por ellos. Los recuerdos que las unían no le provocaban una sensación agradable al evocarlos, pero tampoco podía justificar por qué le sucedía aquello.

     ¿Cómo te encuentras, querida? —le preguntó Agnes sumergiendo un paño en un jarro con agua fresca y después colocándoselo en la frente a Artemisa—. Has tenido mucha fiebre. Estás enferma. Te encontré en el camino que conduce a mi casa tirada en el suelo, empapada por la lluvia.

Tras las palabras de Agnes se escondía una realidad que no coincidía en absoluto con la que le declaraba, pero era incapaz de contradecirla y de preguntarle si estaba diciéndole la verdad. Prefería relajarse y esperar a que la mente se le aclarase.

     Debes descansar, cariño. Mañana te encontrarás mucho mejor. Toma, bebe un poco de esta tisana, ya verás cómo te reconforta, y después duerme. Es muy tarde y debes permitir que el sueño te cure.

Artemisa no desobedeció las órdenes de Agnes. Bebió unos pocos sorbos de la amarga infusión que ella le ofrecía y después cerró los ojos. Esperó a que el sueño la invadiese. Deseaba separarse de aquella extraña realidad que tanto la confundía. Al fin, la inconsciencia silenció su voz mental y la condujo al indescifrable mundo de los sueños.

Soñó que se hallaba en medio de un bosque inundado de agua y que sobre ella no cesaba de derramarse la luz de los relámpagos. El estruendo del trueno hacía temblar el suelo y los árboles que la rodeaban. Apenas percibía el cielo que la cubría. Éste se diluía en la oscuridad y se difuminaba tras las frondosas copas que la ocultaban de la mirada de aquellas nubes que se deshacían en aquella tormenta tenebrosa e intensa. No obstante, aunque la naturaleza más poderosa la acompañase, ella se sentía sola, sola en medio de un mundo que no era el suyo, que se distanciaba muchísimo del que formaba el escenario de su vida. No conocía aquel bosque tan denso, tampoco había aspirado nunca un olor tan intenso a humedad y el paisaje que el resplandor de los relámpagos le mostraba le resultaba totalmente incomprensible. No había caminos entre los troncos, no se adivinaba nada más allá de esa tupida vegetación, ni siquiera la sombra de una alta montaña ni el reflejo del agua de algún río o lago.

Le costaba mucho caminar por aquel terreno húmedo que la lluvia había vuelto completamente intransitable. Además, sentía que sus esfuerzos eran absolutamente banales, pues, por mucho que anduviese, nunca llegaría a ninguna parte. La lluvia la mojaba cada vez más y le costaba ver lo que quedaba al alcance de sus manos, puesto que la cortina de agua que la rodeaba se volvía cada vez más opaca. Aquella intensa tormenta oscurecía la noche hasta convertirla en un abismo profundo en el que jamás podría relucir el menor haz de luz.

De repente, notó que algo se le enredaba en los pies y le arrebataba el equilibrio. Cayó al suelo encharcado sintiendo que el miedo intensificaba los temblores que la atacaban. Percibió que algo se le clavaba en el tobillo y que, después, su alrededor empezaba a desaparecer.

Abrió los ojos despertada por su propia voz. Había gritado en medio del sueño y fue su alarido el que la extrajo de aquella espantosa pesadilla. La oscuridad que la rodeaba no la serenó en absoluto, al contrario, se sintió mucho más aterrada cuando se descubrió tan sola. Su miedo se acentuó cuando oyó que, allí afuera, la lluvia y los truenos ensordecían el silencio de la noche. La tormenta que había percibido en sueños formaba parte de la realidad de la que había intentado escapar.

Trató de conciliar de nuevo el sueño escuchando la arrulladora voz de la lluvia, pero las sensaciones que había experimentado en aquella terrible pesadilla todavía le latían en el alma. No podía dormir. Además, cualquier sonido que percibiese la asustaba muchísimo. No podía encontrar la calma si no conocía el lugar en el que se hallaba.

De repente, oyó que algo se movía a su lado. El miedo la paralizó y notó que el estómago se le encogía hasta provocarle náuseas. Miró a su alrededor, intentando distinguir alguna sombra en medio de tanta oscuridad, pero lo único que pudo captar fue el tenue brillo de unos ojos que fulguraban con timidez entre las sombras. Quiso cubrirse mucho más con la manta que la protegía, temiendo que alguien pudiese tocarle las manos inesperadamente; pero una voz en su interior le advirtió de que lo mejor que podía hacer era no moverse y que lo que se hallaba tan cerca de ella era una amenaza indestructible.

     Némesis, ¿qué haces aquí?

La súbita aparición de Agnes estuvo a punto de hacerle gritar. Agnes entró en la habitación donde se hallaba Artemisa portando una gran vela en la mano. Las sombras se arremolinaron en los rincones cuando aquella tenue luz intentó quebrarlas y Artemisa tuvo la impresión de que la oscuridad de la noche se volvía más intensa ante el contacto de aquel fulgor amarillento.

A la luz de la vela que portaba, Agnes parecía mucho más pálida. Sus negros cabellos resaltaban un rostro reinado por la apatía y el misterio. No sonreía, pero de los ojos le brotaba una emoción que a Artemisa le pareció indescriptible. Némesis dejó de mirar a Artemisa para dirigir los ojos hacia los de Agnes, quien se agachó para acariciarle la cabeza a aquel animal tan peligroso. La mano pálida de Agnes resaltó en medio de la oscuridad. En esos momentos, un trueno resonó estruendosamente, haciendo temblar los muros de aquel hogar antiguo. Artemisa se sobrecogió y estuvo a punto de perder la razón por culpa del miedo que sentía.

     No queremos que Artemisa se despierte, ¿verdad? —le preguntó Agnes a Némesis con una voz dulce—. Lo mejor que podemos hacer es permitir que descanse. Lo necesita. No seamos egoístas. Mañana tendremos que acompañarla a la casa de Gaya, tal como le he prometido que haría cuando nos ha visitado esta tarde para preguntarnos por Artemisa.

     Agnes —susurró Artemisa intentando que su voz sonase clara, pero fue un tierno musitar que se perdió en el tormentoso sonido de la lluvia—, Agnes, por favor…

     Está soñando, Némesis. Tenemos que irnos antes de que se despierte.

     Agnes, no estoy dormida —protestó Artemisa con un hilo de voz. Hasta esos momentos no se percató de que no podía moverse apenas—. Agnes, Agnes.

     ¿Artemisa?

Agnes se acercó a la cama donde estaba tumbada y deslizó una mano por los cabellos de Artemisa, quien la miró con los ojos llenos de súplicas.

     Tienes que dormir, Artemisa. No juegues con tu salud. Tienes que obedecerme.

     No puedo moverme, Agnes —protestó Artemisa intentando incorporarse.

     Tienes una pesadilla.

     No puedo mover las piernas.

La voz de Artemisa sonaba cada vez más desesperada y quebrada por el miedo. Creyó que no poder mover las piernas era responsabilidad del intenso pánico que sentía y la dominaba, pero, cuando trató de incorporarse por segunda vez, se cercioró de que, en efecto, la mayor parte de su cuerpo estaba totalmente paralizada.

     Eso se te habrá pasado mañana, ya verás.

     Necesito levantarme para ir al baño.

     Creo que no es conveniente que te pongas en pie.

     No puedo ni siquiera sentarme.

Estaba a punto de ponerse a llorar. De hecho, las lágrimas ya le habían inundado la mirada y algunas se habían atrevido a resbalarle por las mejillas. Agnes se compadeció levemente de ella y la ayudó a sentarse en la cama colocándole una almohada en la espalda.

     ¿Así estás mejor?

     Ayúdame a levantarme. Necesito...

     ¿Qué necesitas?

     Necesito ir al servicio.

     ¿Qué servicio? —se rió Agnes de forma estridente. Un trueno acompañó su risa—. Para ir al servicio, me temo que tendrás que salir afuera y no creo que te convenga.

     No me digas que...

     Tienes que dormir.

     Tengo muchas ganas de orinar —le confesó desesperadamente.

     Ahora te traigo una bacinilla.

Agnes desapareció, Némesis lo hizo en pos de ella, y Artemisa se quedó sola en un lugar que para nada la acogía. Las lágrimas le resbalaban velozmente por las mejillas y no podía controlar el disgusto y el miedo que le anegaban toda el alma. Agnes regresó a los pocos minutos portando una especie de jofaina ancha y honda en la cual tuvo que orinar costosamente. Lo que más la inquietaba no era tener que hacer sus necesidades biológicas en un lugar tan antiguo, sino que no pudiese valerse por sí misma. Agnes la ayudó en todo momento, pero Artemisa no se sentía nada cómoda ni protegida. De hecho, tenía la sensación de que Agnes se burlaba de ella sin que lo viese.

Cuando la dejó sola de nuevo, lloró desconsoladamente, tal como estaba haciéndolo el cielo de la noche. Al menos la naturaleza también estaba triste.

No dejaba de preguntarse por qué no podía moverse apenas y qué sucedería con ella si nunca podía recuperar la agilidad de su cuerpo.

Entonces le pareció que la vida era una montaña imposible de escalar, cuya cumbre se hallaba entre las más altas nubes. Se imaginó siempre dependiendo de los demás, necesitando las piernas y los brazos de quienes la acompañaban para poder existir, para hacer hasta el más insignificante movimiento.

Volvió a dormirse llorando. El llanto la alejó del mundo y de sus propios sentimientos, mas la tristeza no se desvaneció, sino que se expresó con mucha más fuerza en el mundo de los sueños.

 
 

2 comentarios:

  1. Artemisa se encuentra en una situación límite. ¿Habrá sido todo lo que ocurrió en el anterior capítulo una pesadilla? Me extrañaría. Agnes es una profesional de la mentira y la manipulación. No hay nada peor que quedar a merced de la persona que te odia o de un desequilibrado(me viene a la mente Misery, en la que el protagonista se encuentra en una situación parecida). Espero que sea verdad eso de que Gaya sabe lo que le ocurre a Artemisa, pero no me cuadra que la deje ahí, a merced de Agnes, sabiendo las cosas que es capaz de hacer...

    Al final, Artemisa ha empeorado su situación acudiendo a casa de Agnes, pero es que necesitaba hablar cara a cara con ella, es comprensible. En esa oscuridad, con esas pesadillas y Némesis por ahí...es horrible. ¡Gaya se debería haber quedado con ella! Encima no se puede mover, eso es ya la rematada. Eso demuestra que Némesis le mordió y su veneno recorre sus venas...hasta que no pase el efecto...ya sabemos de lo que es capaz su veneno. Luego tener ganas de orinar, y tener que necesitar su ayuda...menudo panorama. Espero que consiga salir de ahí cuanto antes. No me fío de Agnes, dándole de beber vete a saber que... ¡¡Está muy emocionante, Ntoch!! ¡¡Que sigaaaa!!

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  2. Pues yo en cambio creo que efectivamente todo ha sido una ensoñación, y que son los temores de Artemisa lo que se manifiesta en sus pesadillas... sería sorprendente que Agnes no fuera "la mala", que es como todos la perciben ¿será esto posible? Sigo adelante...

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