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Almas
perdidas
Artemisa sentía que la respiración se le detenía y que la noción de su
cuerpo se desvanecía, como si de repente el alma se le hubiese despegado de la
parte material de su ser y volase a la deriva por un abismo lleno de vientos
desgarradores e indomables. Le costaba recordar lo que le había ocurrido antes
de ese momento, pero de pronto dedujo que no merecía la pena esforzarse por
rememorar los últimos instantes de su vida, pues ésta estaba escapándosele de
las manos. Lentamente, ascendía hacia un cielo sin estrellas, sin ninguna luz
ni ninguna nube; un cielo vacío que no cubría ninguna tierra.
Oía, muy lejanamente, que alguien la llamaba con desesperación. Aquella
voz sonaba llena de ecos, como si atravesase una inmensidad en la que cualquier
susurro se repetiría hasta el último instante de la eternidad.
Despertó con lentitud. Los sonidos que la rodeaban fueron volviéndose
cada vez más nítidos a medida que pasaban los segundos. Descubrió que se
encontraba tendida en un lecho cómodo y que a su lado había alguien que le
sostenía la mano y se la presionaba de vez en cuando, alentándola con ese gesto
a que regresase a la vida al ritmo que ella necesitase emplear.
Conocía esos ojos grandes, rasgados y profundos, esa mirada serena y a la
vez tan cargada de sentimientos indescifrables, conocía ese rostro hermoso a la
par que inquietante, el tacto terso de esos dedos expertos, esos cabellos
largos y nocturnos, esa presencia imponente y sobrecogedora. La persona que se
hallaba a su lado era una mujer de cuyo cuerpo se desprendía un olor intenso a
hierbas y a flores silvestres. Aquella fragancia le resultaba muy familiar,
pero la intranquilizaba muchísimo, como si la hubiese aspirado en un momento
delirante cuyo recuerdo podía hacerle perder la temblorosa calma que le anegaba
el alma.
Al poco tiempo de estar despierta, cuando ya podía nombrar los sonidos
que percibía, reconoció a aquella mujer y el lugar en el que se encontraba. No
obstante, todavía estaba demasiado desorientada y le costaba mucho pensar con
claridad. Lo único que podía determinar era que aquella mujer tan oscura y
misteriosa se llamaba Agnes y que con ella había vivido instantes que le
costaría mucho explicar si alguien le preguntase por ellos. Los recuerdos que
las unían no le provocaban una sensación agradable al evocarlos, pero tampoco
podía justificar por qué le sucedía aquello.
—
¿Cómo te encuentras, querida? —le preguntó Agnes
sumergiendo un paño en un jarro con agua fresca y después colocándoselo en la
frente a Artemisa—. Has tenido mucha fiebre. Estás enferma. Te encontré en el
camino que conduce a mi casa tirada en el suelo, empapada por la lluvia.
Tras las palabras de Agnes se escondía una realidad que no coincidía en
absoluto con la que le declaraba, pero era incapaz de contradecirla y de
preguntarle si estaba diciéndole la verdad. Prefería relajarse y esperar a que
la mente se le aclarase.
—
Debes descansar, cariño. Mañana te encontrarás
mucho mejor. Toma, bebe un poco de esta tisana, ya verás cómo te reconforta, y
después duerme. Es muy tarde y debes permitir que el sueño te cure.
Artemisa no desobedeció las órdenes de Agnes. Bebió unos pocos sorbos de
la amarga infusión que ella le ofrecía y después cerró los ojos. Esperó a que
el sueño la invadiese. Deseaba separarse de aquella extraña realidad que tanto
la confundía. Al fin, la inconsciencia silenció su voz mental y la condujo al
indescifrable mundo de los sueños.
Soñó que se hallaba en medio de un bosque inundado de agua y que sobre
ella no cesaba de derramarse la luz de los relámpagos. El estruendo del trueno
hacía temblar el suelo y los árboles que la rodeaban. Apenas percibía el cielo
que la cubría. Éste se diluía en la oscuridad y se difuminaba tras las
frondosas copas que la ocultaban de la mirada de aquellas nubes que se
deshacían en aquella tormenta tenebrosa e intensa. No obstante, aunque la
naturaleza más poderosa la acompañase, ella se sentía sola, sola en medio de un
mundo que no era el suyo, que se distanciaba muchísimo del que formaba el
escenario de su vida. No conocía aquel bosque tan denso, tampoco había aspirado
nunca un olor tan intenso a humedad y el paisaje que el resplandor de los
relámpagos le mostraba le resultaba totalmente incomprensible. No había caminos
entre los troncos, no se adivinaba nada más allá de esa tupida vegetación, ni
siquiera la sombra de una alta montaña ni el reflejo del agua de algún río o
lago.
Le costaba mucho caminar por aquel terreno húmedo que la lluvia había
vuelto completamente intransitable. Además, sentía que sus esfuerzos eran
absolutamente banales, pues, por mucho que anduviese, nunca llegaría a ninguna
parte. La lluvia la mojaba cada vez más y le costaba ver lo que quedaba al
alcance de sus manos, puesto que la cortina de agua que la rodeaba se volvía
cada vez más opaca. Aquella intensa tormenta oscurecía la noche hasta
convertirla en un abismo profundo en el que jamás podría relucir el menor haz
de luz.
De repente, notó que algo se le enredaba en los pies y le arrebataba el
equilibrio. Cayó al suelo encharcado sintiendo que el miedo intensificaba los
temblores que la atacaban. Percibió que algo se le clavaba en el tobillo y que,
después, su alrededor empezaba a desaparecer.
Abrió los ojos despertada por su propia voz. Había gritado en medio del
sueño y fue su alarido el que la extrajo de aquella espantosa pesadilla. La
oscuridad que la rodeaba no la serenó en absoluto, al contrario, se sintió
mucho más aterrada cuando se descubrió tan sola. Su miedo se acentuó cuando oyó
que, allí afuera, la lluvia y los truenos ensordecían el silencio de la noche.
La tormenta que había percibido en sueños formaba parte de la realidad de la
que había intentado escapar.
Trató de conciliar de nuevo el sueño escuchando la arrulladora voz de la
lluvia, pero las sensaciones que había experimentado en aquella terrible
pesadilla todavía le latían en el alma. No podía dormir. Además, cualquier
sonido que percibiese la asustaba muchísimo. No podía encontrar la calma si no
conocía el lugar en el que se hallaba.
De repente, oyó
que algo se movía a su lado. El miedo la paralizó y notó que el estómago se le
encogía hasta provocarle náuseas. Miró a su alrededor, intentando distinguir
alguna sombra en medio de tanta oscuridad, pero lo único que pudo captar fue el
tenue brillo de unos ojos que fulguraban con timidez entre las sombras. Quiso
cubrirse mucho más con la manta que la protegía, temiendo que alguien pudiese
tocarle las manos inesperadamente; pero una voz en su interior le advirtió de
que lo mejor que podía hacer era no moverse y que lo que se hallaba tan cerca
de ella era una amenaza indestructible.
—
Némesis, ¿qué haces aquí?
La súbita aparición de Agnes estuvo a punto de hacerle gritar. Agnes
entró en la habitación donde se hallaba Artemisa portando una gran vela en la
mano. Las sombras se arremolinaron en los rincones cuando aquella tenue luz
intentó quebrarlas y Artemisa tuvo la impresión de que la oscuridad de la noche
se volvía más intensa ante el contacto de aquel fulgor amarillento.
A la luz de la vela que portaba, Agnes parecía mucho más pálida. Sus
negros cabellos resaltaban un rostro reinado por la apatía y el misterio. No
sonreía, pero de los ojos le brotaba una emoción que a Artemisa le pareció
indescriptible. Némesis dejó de mirar a Artemisa para dirigir los ojos hacia
los de Agnes, quien se agachó para acariciarle la cabeza a aquel animal tan
peligroso. La mano pálida de Agnes resaltó en medio de la oscuridad. En esos
momentos, un trueno resonó estruendosamente, haciendo temblar los muros de
aquel hogar antiguo. Artemisa se sobrecogió y estuvo a punto de perder la razón
por culpa del miedo que sentía.
—
No queremos que Artemisa se despierte, ¿verdad?
—le preguntó Agnes a Némesis con una voz dulce—. Lo mejor que podemos hacer es
permitir que descanse. Lo necesita. No seamos egoístas. Mañana tendremos que
acompañarla a la casa de Gaya, tal como le he prometido que haría cuando nos ha
visitado esta tarde para preguntarnos por Artemisa.
—
Agnes —susurró Artemisa intentando que su voz
sonase clara, pero fue un tierno musitar que se perdió en el tormentoso sonido
de la lluvia—, Agnes, por favor…
—
Está soñando, Némesis. Tenemos que irnos antes
de que se despierte.
—
Agnes, no estoy dormida —protestó Artemisa con
un hilo de voz. Hasta esos momentos no se percató de que no podía moverse
apenas—. Agnes, Agnes.
—
¿Artemisa?
Agnes se acercó a la cama donde estaba tumbada y deslizó una mano por los
cabellos de Artemisa, quien la miró con los ojos llenos de súplicas.
—
Tienes que dormir, Artemisa. No juegues con tu
salud. Tienes que obedecerme.
—
No puedo moverme, Agnes —protestó Artemisa
intentando incorporarse.
—
Tienes una pesadilla.
—
No puedo mover las piernas.
La voz de Artemisa sonaba cada vez más desesperada y quebrada por el
miedo. Creyó que no poder mover las piernas era responsabilidad del intenso pánico
que sentía y la dominaba, pero, cuando trató de incorporarse por segunda vez,
se cercioró de que, en efecto, la mayor parte de su cuerpo estaba totalmente
paralizada.
—
Eso se te habrá pasado mañana, ya verás.
—
Necesito levantarme para ir al baño.
—
Creo que no es conveniente que te pongas en pie.
—
No puedo ni siquiera sentarme.
Estaba a punto de ponerse a llorar. De hecho, las lágrimas ya le habían
inundado la mirada y algunas se habían atrevido a resbalarle por las mejillas.
Agnes se compadeció levemente de ella y la ayudó a sentarse en la cama
colocándole una almohada en la espalda.
—
¿Así estás mejor?
—
Ayúdame a levantarme. Necesito...
—
¿Qué necesitas?
—
Necesito ir al servicio.
—
¿Qué servicio? —se rió Agnes de forma
estridente. Un trueno acompañó su risa—. Para ir al servicio, me temo que
tendrás que salir afuera y no creo que te convenga.
—
No me digas que...
—
Tienes que dormir.
—
Tengo muchas ganas de orinar —le confesó
desesperadamente.
—
Ahora te traigo una bacinilla.
Agnes desapareció, Némesis lo hizo en pos de ella, y Artemisa se quedó
sola en un lugar que para nada la acogía. Las lágrimas le resbalaban velozmente
por las mejillas y no podía controlar el disgusto y el miedo que le anegaban
toda el alma. Agnes regresó a los pocos minutos portando una especie de jofaina
ancha y honda en la cual tuvo que orinar costosamente. Lo que más la inquietaba
no era tener que hacer sus necesidades biológicas en un lugar tan antiguo, sino
que no pudiese valerse por sí misma. Agnes la ayudó en todo momento, pero
Artemisa no se sentía nada cómoda ni protegida. De hecho, tenía la sensación de
que Agnes se burlaba de ella sin que lo viese.
Cuando la dejó sola de nuevo, lloró desconsoladamente, tal como estaba
haciéndolo el cielo de la noche. Al menos la naturaleza también estaba triste.
No dejaba de preguntarse por qué no podía moverse apenas y qué sucedería
con ella si nunca podía recuperar la agilidad de su cuerpo.
Entonces le pareció que la vida era una montaña imposible de escalar,
cuya cumbre se hallaba entre las más altas nubes. Se imaginó siempre
dependiendo de los demás, necesitando las piernas y los brazos de quienes la
acompañaban para poder existir, para hacer hasta el más insignificante
movimiento.
Volvió a dormirse llorando. El llanto la alejó del mundo y de sus propios
sentimientos, mas la tristeza no se desvaneció, sino que se expresó con mucha
más fuerza en el mundo de los sueños.
Artemisa se encuentra en una situación límite. ¿Habrá sido todo lo que ocurrió en el anterior capítulo una pesadilla? Me extrañaría. Agnes es una profesional de la mentira y la manipulación. No hay nada peor que quedar a merced de la persona que te odia o de un desequilibrado(me viene a la mente Misery, en la que el protagonista se encuentra en una situación parecida). Espero que sea verdad eso de que Gaya sabe lo que le ocurre a Artemisa, pero no me cuadra que la deje ahí, a merced de Agnes, sabiendo las cosas que es capaz de hacer...
ResponderEliminarAl final, Artemisa ha empeorado su situación acudiendo a casa de Agnes, pero es que necesitaba hablar cara a cara con ella, es comprensible. En esa oscuridad, con esas pesadillas y Némesis por ahí...es horrible. ¡Gaya se debería haber quedado con ella! Encima no se puede mover, eso es ya la rematada. Eso demuestra que Némesis le mordió y su veneno recorre sus venas...hasta que no pase el efecto...ya sabemos de lo que es capaz su veneno. Luego tener ganas de orinar, y tener que necesitar su ayuda...menudo panorama. Espero que consiga salir de ahí cuanto antes. No me fío de Agnes, dándole de beber vete a saber que... ¡¡Está muy emocionante, Ntoch!! ¡¡Que sigaaaa!!
Pues yo en cambio creo que efectivamente todo ha sido una ensoñación, y que son los temores de Artemisa lo que se manifiesta en sus pesadillas... sería sorprendente que Agnes no fuera "la mala", que es como todos la perciben ¿será esto posible? Sigo adelante...
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