El valor de la
bondad
La luz de la vida es inquebrantable. Incluso la noche más oscura se
rinde ante el fulgor de la magia y la soledad que más rasga el alma se
estremece al notar cerca de sí la presencia del amor que mora en los corazones
más tiernos y entrañables. Poco a poco, la dulzura del existir va llenando el
hogar del tiempo y, entonces, cada nuevo instante que surge de las sombras del
futuro incierto se torna en un presente luminoso que más bien parece el reflejo
de un añorado sueño.
Agnes notaba que se había adentrado en una dimensión muy distinta, e
incluso opuesta, de aquélla en la que había respirado el asfixiante olor del
abandono. Los sueños que agitaban su dormir eran cada vez más calmados e
incluso le parecía que cada vez le costaba menos sonreír.
Además de protegerla en su hogar y de ofrecerle todo lo que ella podía
necesitar, Gilbert se convirtió en un maestro para Agnes. La ayudó a adquirir
todos esos conocimientos por los que ella sentía tanto interés. Poco a poco,
Agnes fue encontrando esa estabilidad que tanto le había faltado. La hallaba
cuando estudiaba con tanta atención y entrega, cuando Gilbert le revelaba los
secretos más íntimos de la naturaleza, cuando la instruía sobre cualquier
materia en la que ella anhelase profundizar.
Gilbert descubrió que Agnes era inmensamente inteligente. Incluso podía
asegurar sin equivocarse que Agnes era una de las personas más inteligentes que
había conocido. Sus capacidades lo sobrecogían, incluso lo intimidaban
profundamente. A Agnes no le costaba nada asimilar los conocimientos que él le
transmitía. Era ágil realizando operaciones matemáticas, despejando incógnitas,
comprendiendo los entresijos más enrevesados de la química o la física; pero
también Agnes adoraba sumergirse en la filosofía más antigua, en la historia de
cualquier disciplina. No repudiaba ninguna materia, al contrario, por todas
sentía una curiosidad preciosa que a Gilbert lo enternecía y lo impulsaba a
enseñarle a aquella chica tan especial cualquier asunto que ella no conociese.
—
Agnes
es impresionantemente inteligente, Gaya —le comentó Gilbert una mañana tan fría
como el aliento de la nieve—. Yo sabía que Agnes era especial, pero nunca me
imaginé que tuviese unas capacidades tan potentes. Me apena muchísimo que le
hayan impedido seguir estudiando. Agnes habría llegado tan lejos...
—
O
tal vez no, Gilbert. Ten en cuenta que su enfermedad no le permite ser
constante.
—
No
hay nada que se le resista. Lo comprende todo enseguida, como si ya conociese
todo lo que le enseño. Puedo afirmar sin dudar que Agnes tiene un cociente
intelectual muy alto.
—
Puedes
medírselo —le propuso sonriéndole tiernamente.
—
No
me atrevo a sugerírselo. Cuando me refiero a su inteligencia, se queda en
silencio y ni siquiera es capaz de mirarme a los ojos. Parece como si esa
certeza la avergonzase profundamente.
—
Tal
vez siempre la hayan rechazado por eso.
—
No
obstante, quisiera preguntarle si desea estudiar alguna carrera universitaria.
Puede obtener cualquier graduado que le falte superando algunos exámenes.
Gilbert se dispuso a mantener con Agnes aquella conversación tan
importante una noche en la que la naturaleza lloraba con fuerza. La lluvia
golpeaba los muros de la casa de Gilbert y había encharcado peligrosamente el
jardín. Agnes observaba distraída cómo la oscuridad se deshacía en gotas de oro
y furia. Agnes siempre había adorado la lluvia, sobre todo cuando ésta se
convertía en poderosas tormentas que se mezclaban con el viento más feroz. La
entusiasmaba percibir cómo aquellas impetuosas ráfagas agitaban con rabia los
árboles, cómo los relámpagos se esmeraban por quebrar cualquier pedacito de
sombras que desease acumularse en el bosque y cómo los truenos perseguían
aquellos efímeros haces de luz que tanto la deslumbraban.
—
Agnes,
me gustaría preguntarte algo —le comentó Gilbert sentándose a su lado. Agnes lo
miró curiosa.
—
Gilbert,
¿crees que Némesis estará bien? Preferiría que se hallase aquí, con nosotros.
—
Némesis
sabrá cuidarse, Agnes. No te preocupes por ella —le sonrió Gilbert con cariño—.
Némesis ha nacido en unas tierras en las que las tormentas son bastante
frecuentes.
—
Sí,
pero...
—
No
temas por ella.
—
Se
me parte el alma cuando me la imagino tan soliña, en medio de esta tormenta tan
agresiva. No quiero que le ocurra nada malo. Incluso me sentiría mucho más segura
si durmiese conmigo esta noche.
—
Tal
vez ella también esté preocupada por ti. Si lo deseas, podemos salir a buscarla
—le propuso riéndose con ironía, creyendo que Agnes rehusaría enseguida su idea.
—
Sí,
por favor. No es necesario que me acompañes. Puedo ir yo sola —le aseguró
levantándose de la silla que ocupaba.
—
No,
Agnes, no hablaba en serio —se rió más estridentemente—. Venga, siéntate y
cálmate. Némesis estará bien, te lo prometo. —Cuando Agnes lo hubo obedecido,
entonces Gilbert le preguntó repentinamente, ignorando el desconsuelo que había
inundado sus ojos expresivos y oscuros—: ¿A ti te gustaría estudiar en la
universidad?
Agnes lo miró completamente desorientada y extrañada. La pregunta de
Gilbert la sobresaltó tanto que durante unos largos momentos no supo qué debía
pensar. Sin embargo, al instante, sin que ni ella misma pudiese evitarlo,
comenzó a imaginarse cómo viviría ella aquellas lecciones. Se percató enseguida
de que la aterraba la idea de permanecer rodeada por tantas personas. Sí, siempre
la había entusiasmado la idea de estudiar en la universidad; pero lo había
anhelado cuando todavía no estaba enferma, cuando no sufría esos cambios de
ánimo tan repentinos y estremecedores.
—
Dime,
Agnes, ¿te gustaría? —le insistió Gilbert con paciencia y dulzura mientras la
tomaba de las manos—. Agnes, eres muy inteligente. Podrías llegar a donde
quisieses, te lo aseguro. Es una pena que no aproveches los dones que tienes.
—
Sí,
sí me gustaría. De hecho, siempre lo deseé; pero ahora ya no puedo hacerlo —le
respondió sin mirarlo a los ojos.
—
¿Por
qué no?
—
Porque
estoy enferma, porque me siento totalmente incapaz de permanecer durante horas
en un lugar tan lleno de gente. No podría soportar que me mirasen, que me
hablasen, que me exigiesen una atención que me cuesta tanto mantener cuando no
estoy sola. Lo que experimento cuando me hallo en medio de tantas personas es
horrible.
—
¿Y
qué es lo que sientes exactamente cuando hay gente a tu alrededor?
—
Noto
que me bloqueo, que no puedo pensar con claridad y mucho menos hablar. No puedo
soportar la vergüenza tan intensa que se apodera de mí. Incluso me cuesta
muchísimo detectar los matices de mi alrededor. Sólo experimento una tensión
horrible y cuando se dirigen a mí apenas puedo responder, pues no sé qué decir,
no sé qué hacer. Siempre fui tan timidiña... pero también me aseguraron en
muchísimas ocasiones que lo que yo sentía no era solamente vergüenza, que era
algo más, pero nunca supe de qué se trataba. Perdóname por expresarme tan
confusamente. Me resulta muy complicado convertir esas emociones en palabras.
—
Es
cierto. No se trata solamente de timidez, Agnes. Dime, ¿alguna vez tuviste
amigos cuando eras niña, cuando vivías en Galicia?
—
Los
únicos amigos que tenía eran animales. Con ellos me entendía mucho mejor que
con las personas —le sonrió con tensión y nostalgia—. Mi avoíña fue mi mejor
amiga hasta que se marchó. También sentía que mi tierra me amaba, que ella
correspondía al amor que yo le profesaba; pero es un sentimiento tan mágico que
no puedo expresarlo con palabras.
—
Te
entiendo, Agnes. ¿Y por qué no tenías amigos? Si no te apetece hablar de esto,
puedes decírmelo.
—
Lo
cierto es que no me gusta mucho hablar de mi pasado, pero sé que me vendrá muy
bien contarte estos recuerdos.
—
Sí,
por eso mismo te hago todas estas preguntas.
—
Nunca
tuve amigos porque no me entendía con los rapaciños que vivían en mi aldeíña,
porque sentía que eran muy diferentes a mí y porque ellos me rechazaron
siempre. Prefería permanecer vagando sola por el bosque o pasarme las horas
leyendo. A ellos únicamente los entusiasmaba correr por las calles o divertirse
con juegos bastante absurdos. Alguna vez intenté conversar con alguno de ellos
acerca de los libros que tanto me gustaban, pero me ignoraban, y lo comprendo,
realmente. Siempre fui tan extraña... Además, ellos también creían que yo era
una meiga. Muchas veces me pidieron que hiciese hechizos delante de ellos.
Evidentemente, yo no conocía ninguno, pero ellos pensaban que podía encantar a
los animales con tan sólo una mirada. Y realmente eso tampoco era del todo
falso... pero no quería que ellos lo supiesen.
Agnes se expresaba con una leve distancia que volvía confusas sus
palabras, pero Gilbert podía comprender a la perfección todo lo que Agnes le
contaba. Los recuerdos que ella le transmitía lo ayudaban a convencerse cada
vez más de lo que pensaba sobre ella. No obstante, aunque todavía anhelase
formularle un sinfín de preguntas, no osó interrumpir su interesante relato.
—
Yo
notaba a veces que, cuando miraba a algún animal a los ojos, ya fuese un
pajariño, una serpiente o cualquier mamífero, se quedaba paralizado, sin
retirar sus ojos de los míos. Y aquello siempre me resultó tan interesante...
Por eso podía ser tan amiga de los animales, porque ellos enseguida confiaban
en mí. Una vez, cuando tenía seis años, encontré una cría de serpiente que
estaba a punto de morir. Volvía de una excursión que había hecho con la escuela
cuando la descubrí intentando moverse entre las plantas. Vi que tenía una
heridiña muy preocupante y la escondí debajo de mi abrigo para llevármela a mi
casa y curarla. Por suerte, nadie se percató de lo que hice. Cuando llegué a mi
hogar, me encerré en mi habitación y traté de sanarla como pude. Sabía que el
tomillo, el romero y la lavanda son desinfectantes, que la aloe vera es
regeneradora... Mis conocimientos sobre medicina natural eran insignificantes,
pero me esforcé muchísimo por preparar todas las infusiones que necesitaba y se
las apliqué con algodones. Después, la alimenté con insectos y otras cosas que
ahora no recuerdo muy bien. Sé que logré salvarle la vida. Cuando ya estuvo
recuperada, la acompañé al bosque y allí la liberé, pero la serpiente no quería
separarse de mí. Fue la primera amiga ofidia que tuve en mi vida. Más tarde,
descubrí que era una víbora de Seoane.
—
Es
una experiencia muy bonita, Agnes —le indicó Gilbert sobrecogido y conmovido—.
Por lo que tengo entendido, las víboras de Seoane son venenosas.
—
Sí,
lo son; pero nunca hizo el amago de atacarme.
—
La
curaste, le salvaste la vida, y eso jamás lo olvidaría.
—
No,
no lo olvidó nunca.
Gilbert anhelaba confesarle a Agnes todo lo que creía sobre ella, pero
se sentía incapaz de comunicarle sus pensamientos. Tenía la sensación de que
Agnes era mucho más consciente que nadie de lo especial que siempre había sido,
de lo mágica que podía llegar a ser si les prestaba a sus dones la atención que
se merecían.
—
Lo
que más me consuela es que me entiendas, Gilbert. Es muy complicado comprender
y aceptar a alguien como yo. Siempre fui consciente de que era muy distinta a
los demás, y no únicamente porque prefiriese estar soliña, sino porque mi modo
de pensar era inquietante. A mi nai siempre la intimidó muchísimo que fuese tan
precoz. Aprendí a hablar cuando ni siquiera tenía ocho meses. Además, soy capaz
de rememorar nítidamente todos los instantes de mi vida. En el recuerdo más
antiguo que guardo apenas tenía seis meses, pero todos los que me conocían me
aseguraban que era imposible que me acordase de algo que viví cuando era tan
pequeñina.
—
No
es imposible, Agnes. Agnes, tienes una mente privilegiada. Tienes una
inteligencia muy poco común. Eso debe hacerte sentir afortunada.
—
No,
Gilbert, en absoluto. Quizá esa inteligencia poco común que describes sea la
causa de mi enfermedad. Siempre percibí muchos más detalles que los demás.
Nunca me costó detectar las emociones de las personas que estaban a mi lado e
incluso, en muchísimas ocasiones, sabía lo que pensaban. Además, presentir el
futuro con tanta nitidez me asustó siempre mucho Y los llamados que
experimentaba, los que eran como una sensación física, me desorientaban y me
desconsolaban, pues yo deseaba seguirlos, pero nadie me lo permitía.
—
Me
siento muy dichoso de haberte conocido, Agnes —le aseguró presionándole las manos.
No se las habían soltado en ningún momento—. Habría sido el hombre más feliz
del mundo si la vida me hubiese regalado una hija como tú.
—
No,
no es cierto —lo contradijo ella conmovida, a punto de arrancar a llorar—. Me
habrías tenido miedo como mi madre.
—
No,
jamás te habría temido, Agnes; al contrario, me habría esforzado lo indecible
por guiarte en tu vida, por entenderte, por escucharte.
—
Muchísimas
gracias. Ya siento que me guías.
—
No
lo suficiente, pero debes ser tú quien me pida más orientación, y solamente lo
harás cuando de veras tengas que vivir ese momento.
—
Creo
que sé a lo que te refieres.
—
¿De
veras?
—
Sé
que Gaya y tú creéis en una religión preciosa que os vuelve sabios y ambos sois
conscientes de que esa religión también es mi destino.
—
Agnes,
nosotros no te hemos hablado todavía de...
—
No
lo habéis hecho porque vuestra religión no es proselitista, porque esperáis que
sea yo quien os pregunte por ella.
—
Pero
¿cómo...?
—
No
es difícil adivinarlo, Gilbert —le sonrió luminosamente—. Entendisteis enseguida
el amor que siento hacia la Madre de todos. Al instante me di cuenta de que vosotros
también creéis en Ella. Creer en la Diosa significa vivir por y para la
naturaleza, guiarse por ella, por sus estaciones, por sus reacciones. Cuando te
expliqué que yo siempre había comprendido la rueda del año, te brillaron los
ojos de un modo muy especial.
—
¿Y
qué piensas sobre todo esto?
—
Lo
único que deseo es conocer nítidamente vuestras creencias. Sé que, si estoy
aquí, es porque yo también debo formar parte de ese destino. Siempre me resultó
totalmente imposible creer todo lo que mi madre deseaba enseñarme. Nunca dudé
de que ésa no podía ser la religión que guiase mi vida. Sabía que me esperaba
otra mucho más bonitiña, más lógica, más mística...
—
¿Qué
deseas hacer, entonces?
—
Quiero
ser vuestra aprendiz. Deseo que Gaya y tú me instruyáis y me transmitáis todos
esos conocimientos que pueden volverme tan sabia. Anhelo comprender mucho mejor
la vida a través de la Diosa. No puede existir otro camino para mí. Sé que siempre
lo seguí, siempre, desde hace muchas existencias.
—
Tenemos
que hablar con Gaya, entonces —le sonrió con nervios.
—
No
me costará nada asumir todos los conocimientos que deseéis entregarme, pues,
aunque te parezca incomprensible, ya tengo en el alma la base de esas
creencias.
—
Sí,
lo sé, Agnes.
—
¿Cómo
se llama vuestra religión?
—
Nosotros
somos wiccanos —le contestó afablemente—. Y tú también lo has sido siempre sin
saberlo, Agnes.
—
Sí,
es cierto.
—
Es
una religión basada en la naturaleza, como muy bien has dicho, y parte de
muchísimos matices celtas. Además, reúne muchísimos conocimientos que siempre
permanecieron ocultos. Sabemos interpretar el lenguaje del viento, del fuego,
del agua, el de las cartas del Tarot...
—
¿De
veras? Ay, siempre me atrajeron tanto esos temas... —sonrió Agnes entusiasmada.
—
Ya
irás descubriendo sus matices poco a poco. No te impacientes —se rió al
captarla tan ilusionada.
—
Gilbert,
yo siempre tuve mucha facilidad para oír voces que no sonaban en este mundo. En
muchísimas ocasiones, pude comunicarme con personas que ya se habían marchado de
la vida. No te asustes, por favor.
—
No
me asusto, Agnes. Estoy habituado a encontrarme a personas que gozan de esos
dones.
—
Al
principio, me estremecía de terror cuando percibía cerca de mí una de esas
presencias intangibles que moran en el otro mundo, pero, poco a poco, fui
habituándome a aquellas apariciones; de las que, evidentemente, no podía
hablarle a nadie. Alguna vez intenté explicarle a mi madre que podía conversar
y ver a los muertos, pero solamente sirvió para que me llevase rápidamente a la
iglesia con la intención de que algún sacerdote me curase. Aseguraba que estaba
poseída, que era peligrosa...
—
Tu
madre no era gallega de corazón —se rió Gilbert intentando hacer sonreír a
Agnes—. La gente de Galicia les guarda a los muertos un respeto distinto al
resto de las personas.
—
Sí.
Mi madre no se parecía nada a mi avoíña. Ella me pidió muchas veces que no les
tuviese miedo a las almas fenecidas. Ella era tan especial, tan... tan mágica,
tan boíña... La querrías muchísimo si la conocieses.
—
Si
se parecía a ti, estoy seguro de que era una bellísima persona.
Agnes y Gilbert permanecieron conversando durante toda aquella noche
tormentosa. Apenas se acordaban del paso del tiempo. Se hundieron sin regreso en
los recuerdos que Agnes le transmitía, dialogaron sobre los temas más
trascendentales de la vida e incluso Gilbert le contó a Agnes en qué consistía
aquella religión que tanto los definía. Agnes escuchaba con una atención
inquebrantable todo lo que Gilbert le contaba. Le parecía que desde siempre
había conocido esas certezas, que éstas no le resultaban nuevas, que ya las
albergaba en lo más profundo de su alma.
—
¿Y
practicáis esta religión en solitario? —le preguntó Agnes con inquietud y
curiosidad.
—
Hay
personas que prefieren encerrarse en sí mismas y no compartir sus creencias ni
sus conocimientos con nadie; pero nosotros pensamos que es mucho más hermoso
celebrar los Sabbats o cualquier otro ritual con personas que sienten de forma
similar a la nuestra.
—
Entonces,
¿conocéis a más personas que también creen en la Diosa?
—
Sí.
Quienes prefieren compartir su religión con otros se organizan en pequeñas
comunidades compuestas por sacerdotes, sacerdotisas, por iniciados y
aprendices. Gaya y yo somos los sumos sacerdotes de un aquelarre que se llama
El fuego de Hécate.
—
Yo
tenía entendido que aquelarre significaba simplemente reunión —observó Agnes
confundida.
—
Y
así es, pero nuestras reuniones son tan frecuentes que al final hemos ampliado
el sentido de esa palabra.
—
Ya
lo entiendo. Qué bonito nombre tiene vuestro aquelarre. Hécate es una diosa que
me atrae tanto...
—
Es
comprensible que te atraiga —le sonrió con amabilidad.
—
¿Y
qué diferencia hay entre los iniciados y los aprendices?
—
Los
iniciados son quienes han superado el período de aprendizaje y quienes esperan
el momento de convertirse en sacerdotes de la Diosa. Los aprendices son
aquellas personas que se hallan en el camino de la iniciación, quienes están
adquiriendo los conocimientos necesarios para iniciarse.
—
¿Y
cómo sabré que llegó al fin el momento de convertirme en sacerdotisa de la
Diosa?
—
Lo
sientes en tu corazón. Notas el llamado de la Diosa y, además, sabes
perfectamente que ya has alcanzado los conocimientos necesarios para dar ese
paso. No obstante, primero debes recorrer el camino de la iniciación, Agnes.
—
Gilbert,
yo siempre supe que estaba consagrada a Ella —le confesó con timidez y
emoción—. Tal vez esto te resulte incomprensible, pero nunca dudé de que tenía
que entregarle mi vida a la Diosa. Anhelé siempre darle todo lo que yo soy,
enfocar mis días a esos conocimientos que pueden comunicarme con Ella...
—
No
me parece incomprensible, Agnes. Gaya y yo también estamos consagrados a la
Diosa.
—
Ahora
lo entiendo todo —musitó sobrecogida—. Ahora sé por qué no vivís juntos, por
qué no os rendís a lo que sentís.
—
Así
que te has percatado de que entre Gaya y yo... —balbució con vergüenza y
nervios.
—
Sí,
enseguida adiviné que os unía un lazo mucho más fuerte que el que crea la
amistad.
—
Gaya
y yo nos conocemos desde hace tantos años ya... —recordó con nostalgia.
—
Hay
una conexión muy bonita entre vosotros.
—
Sí,
la hay, te lo aseguro.
—
¿Y
en qué consisten vuestras celebraciones?
—
Nosotros
celebramos ocho Sabbats. Son festividades que brotan de la relación entre el
Sol y la Tierra. Interpretamos el transcurso del tiempo dependiendo de esa
rueda interminable que se repite año tras año; la que no es más que la
representación del ciclo de la vida: nacimiento, vida, muerte, renacimiento,
vida... Estas festividades tienen lugar en los solsticios, en los equinoccios y
también entre solsticio y equinoccio. Sus nombres son Samhain, Yule, Imbolc,
Ostara, Beltane, Litha, Lamas y Mabon.
—
¿Y
cómo festejáis esos Sabbats? —le preguntó Agnes con un interés inquebrantable.
—
Celebramos
rituales muy hermosos a través de los que nos comunicamos con nuestro interior,
con la tierra, con los elementos y con las energías que nos rodean.
—
¿Y
cuál es el próximo que celebraréis?
—
Será
Imbolc, el dos de febrero.
—
¿Y
yo podría...? —quiso cuestionarle con timidez.
—
Sí,
pero es necesario que al menos dispongas de algunas nociones sobre nuestra
religión antes de asistir a alguno de nuestros rituales.
—
Sí,
lo entiendo.
—
Cuando
lo desees de veras, podrás iniciar el período de aprendizaje; el cual dura un
año y un día.
—
Ya
estoy preparada, Gilbert. No puedo esperar más. Aguardé veintidós años a que
llegase este momento. Al fin, puedo responder al llamado con el que la Diosa
siempre me reclamó.
—
Entonces,
mañana hablaremos con Gaya para empezar cuanto antes el camino hacia tu
iniciación.
Agnes notó que, en medio de aquella tormentosa y oscura noche, brillaba
con fuerza una luz que la impulsaba hacia la vida. Hasta entonces, no había
sentido con tanta nitidez el latir de la existencia, el significado del
presente, de cada momento, del futuro y de cada recuerdo. Se había desplegado
ante ella el verdadero sentido de su destino. No dudaba ni un momento de que
aquélla era la existencia para la cual había llegado al mundo.
Notar que de repente su vida empezaba de nuevo, susurrando junto a la
intensa lluvia que ensordecía el silencio de la noche, le hizo sentir unas
repentinas ganas de llorar de emoción contra las que apenas pudo luchar.
Gilbert también estaba inmensamente conmovido. Había sido el maestro de
muchísimas personas a lo largo de los años que llevaba existiendo en aquella
vida, pero nunca había experimentado una necesidad tan fuerte de guiar a alguien
en aquel camino tan mágico y místico.
—
Llegarás
a ser tan poderosa, Agnes... tan mágica, tan especial... Ahora entiendo por qué
estás aquí, por qué eres así.
Agnes ni siquiera se imaginaba cuántos conocimientos y cuánta sabiduría
la esperaban al otro lado de aquella noche. Era levemente consciente de que
aquel camino la volvería mucho más mágica y la ayudaría a respetarse más a sí
misma, pero ni siquiera podía figurarse cómo cambiaría su vida cuando comenzase
a recorrer el camino de la iniciación.
Agnes estudiaba con muchísimo entusiasmo e interés todo lo que Gaya y
Gilbert deseaban enseñarle. Leía excesivamente veloz los libros que ellos le
prestaban, les comunicaba siempre lo que pensaba sobre cada certeza, sobre cada
creencia...
Agnes podía permanecer leyendo durante casi todo el día sin apenas
acordarse de lo que la rodeaba, de su pasado ni de su futuro. Solamente
regresaba a su presente cuando compartía las horas con Némesis o cuando
conversaba con Gilbert o Gaya, quienes cada vez se hallaban más unidos a
aquella mujer tan sensible, tan especial, tan mágica.
Agnes era feliz en aquella vida
tan llena de sabiduría y paz. No obstante, jamás cesaba de temer que la
enfermedad terrible que padecía, la que continuamente la acechaba desde las
sombras de la inconsciencia, ensombreciese aquella existencia tan hermosa.
Agnes sabía que no sería tan sencillo ignorar sus síntomas ni tampoco huir de
los destructivos altibajos que tanto la turbaban. Sin embargo, experimentaba un
aliento que jamás la había dominado. Estaba dispuesta a luchar contra cualquier
adversidad para conseguir que su vida se tiñese de luz, de amor, de sencillez y
de libertad. Sabía, sin que nadie tuviese que asegurárselo, que al fin lograría
ser ella misma, podría por fin vivir como tanto había deseado siempre, a merced
de su magia, de sus sentimientos y sus anhelos más profundos.
No obstante, aunque la vida de Agnes se hubiese anegado en calma y
sabiduría, Agnes todavía sufría, de vez en cuando, aquellos ataques de pánico
que tanto la desestabilizaban. Gilbert siempre conseguía serenarla, pero, tras
cada brote de psicosis, Agnes se hundía en una tristeza que parecía
indestructible. Perdía de repente la ilusión de vivir, el interés por todo lo
que formaba su presente y también la capacidad de prestarles a quienes se
hallaban a su alrededor la atención que se merecían. Sólo reaccionaba levemente
cuando Némesis se acercaba a ella y la miraba con los ojos anegados en ternura
y preocupación. Agnes notaba que Némesis le hablaba a través del silencio que
las comunicaba y entonces permitía que aquel animal tan sabio la rodease en
aquel abrazo que tanto la protegía.
Fue bastante complicado acostumbrarse a los cambios de humor de Agnes.
Gilbert llegó a creer que Agnes nunca se curaría, por muchas terapias que le
aplicasen, por muchas medicinas naturales que ella tomase. Cuando parecía que
al fin la locura se había alejado definitivamente de ella, cuando más feliz
Agnes se sentía, entonces unas brumas espesas y destructivas cubrían su mente y
se la llenaban de sombras. No obstante, Agnes siempre resurgía de aquella
oscuridad sintiéndose fuerte y valiente. Cuando recuperaba mínimamente la
noción de sí misma, entonces se esforzaba por emerger de aquel mar de
desolación que tanto la asfixiaba.
Gaya había comenzado a tratarla con aquella terapia tan mágica que podía
ayudarla a mantener equilibrada su energía. El Reiki le ofrecía a Agnes una paz
que no habría podido encontrar en ninguna otra parte. Incluso la instaba a
comprenderse a sí misma, a escuchar mejor lo que sentía y pensaba. También le hizo descubrir cuánta conexión podía sentir con
algunos minerales, cuánto podían revelarle con tan sólo tocarlos y protegerlos
entre sus manos.
Sin embargo, fue muy complicado encontrar el modo de estabilizar la
energía anímica y física de Agnes. El Reiki desbloqueaba nítidamente los
sentimientos que se le agolpaban a Agnes en el corazón y en el alma, provocando
que de repente ella se sintiese incapaz de permitir que la sesión siguiese
fluyendo. Gaya tenía que interrumpir aquellos momentos tan mágicos cuando Agnes
se desmoronaba excesivamente delante de ella, cuando se apoderaban de su relajada
serenidad aquellas desgarradoras y profundas ganas de llorar que arrastraban al
exterior toda la tensión y el miedo que anegaban su interior. Mas, poco a poco,
Agnes fue acostumbrándose al ímpetu con el que sus emociones vociferaban y
también aprendió a controlarlas.
Además, empezar a recorrer el camino de la iniciación también la ayudó
a serenarse y a creer con más viveza que su vida podía tornarse deslumbrante.
Recorrer el camino de la iniciación significaba para Agnes dejar atrás aquella existencia
oscura que había estado a punto de destruirla para siempre. Significaba
comprender los matices más sombríos de cada instante, significaba aceptar la
tristeza, pero también luchar por la felicidad. Agnes notó que su forma de
pensar cambiaba, que se sentía más fuerte con cada día que vivía. Entonces sí
creyó que sería posible respetarse y quererse a sí misma si lograba alcanzar
aquella paz con la que Gilbert y Gaya tanto la acogían, si al fin conseguía encontrar
ese pedacito de mundo que podía ser su nuevo hogar, si al fin aprendía a
convivir con sus recuerdos más desalentadores y nostálgicos, con sus inestables
sentimientos y con su forma de ser; la que era única, mágica, trascendente.
Fue como si se cerrase tras de sí una cortina que la distanciaba del
desaliento y del abandono. Fue cerrar la puerta que la separaba de la
incomprensión, de la soledad dañina bajo la cual habían intentado hundirla. Fue
sentir que se expandía ante sí una inmensa y luminosa senda llena de fortaleza,
de magia, de sabiduría y de amor, sobre todo de mucho amor; del amor a los
seres que habitaban junto a ella en aquella existencia, del amor a la Madre
Tierra, a la belleza de cada instante; del amor a su propia alma, a sus dones;
del amor sincero a la vida y a los sueños que aún le quedaban por cumplir.
Y sin darnos cuenta... Agnes se nos hace mayor. Sí, es lo que siento leyendo el capítulo, no es que envejezca, es que crece y crece, como esos niños que se han quedado pequeñitos toda la infancia y al final de ella se ponen a crecer y crecer como si quisieran recuperar todo el tiempo perdido; y es que así es en realidad, Agnes está viviendo todo lo que no pudo. Me gusta mucho que ella y Gilbert sean los protagonistas casi absolutos del capítulo, en cierto modo Gilbert es el padre que ella nunca tuvo, una persona fiable en la que se puede apoyar y que sabe que siempre la querrá. Por eso se abre tanto... bueno, es indudable que ella es más que inteligente, pero hacerle el test estaría muy bien... esa ha sido la excusa, el punto de partida, para que ambos hablen de varias cosas importantes. Así que con el asunto de la inteligencia, de los estudios, de la universidad, hemos pasado a sus miedos cuando está rodeada de gente (el caso es que me la imagino tan feliz en la universidad de Santiago, pero en fin...), y de ahí a la infancia y a sus amigos animales... he de confesarte que me ha encantado que curase a esa cría de serpiente, pero claro, llevar una cría ahí en el abrigo me daban unos escalofríos... brrrr... el caso es que es verdad, ella no le iba a morder, los animales saben perfectamente lo que pasa y cómo se los trata, pero de todos modos... que conste que me gusta mucho esa parte, mucho. De ahí viene luego la conversación de la wicca, Gilbert es muy didáctico y está muy bien explicado, lo que me choca es que a ella le parezca tan natural que Gaya y él no podían convivir como una pareja normal por ese motivo, ni lo entiendo ni lo entenderé, claro, con razón luego le pasa lo que le pasa con Artemisa... wicca, reiki... todo está ahí, va a adornando a Agnes, e incluso se presiente ya que tal vez le gustaría compartir todo eso con otras personas de la misma sensibilidad; finalmente Gaya, Gilbert y ella forman una familia, no tengo ninguna duda en llamarla así, porque conviven y se quieren, para una familia no hace falta más. También en eso tu texto es muy liberador, no planteas las cosas como ideología, sino por la fuerza y naturalidad de los hechos... Es de esas veces que me quedo con el té y el incienso saboreando lo leído.
ResponderEliminarPor fin hablan de la Diosa, de lo que sienten y lo unidos que están por su fe y amor. Me encanta que Gilbert le haya hablado de la Diosa, su religión y todo aquello que la envuelve. Está claro que Agnes estaba consagrada a la Diosa desde su nacimiento. Sin saber muy bien lo que le estaba sucediendo, su corazón ya lo tenía claro. Desde pequeña tuvo que luchar contra la incomprensión y radicalismo de su madre. Habría tenido una vida tan distinta si llega a ser hija de Gilbert...
ResponderEliminarPero bueno, lo importante es que se han encontrado. Ahora puede aprender y dedicarse plenamente a lo que le gusta y apasiona. Siente curiosidad y yo creo que le sorprende descubrir que hay más personas que creen igual que ella. ¡No sabe lo que le espera y la gente que conocerá!
Me apena mucho que los ataques no cesen...a pesar del reiki y los cuidados de Gaya. Menos mal que no se rinden y siguen luchando por ella, ayudándola en los momentos más crudos. Son dos personas maravillosas.
Me encanta el momento en el que se ponen a hablar mientras cae una tormenta. Me los imagino ahí charlando tranquilamente y escuchando el sonido de la lluvia al caer. Un momento relax total y muy bonito. ¡Yo quiero que llueva! Lo de ayer me supo a poco.
Me está gustando muchooooooo, ¡en cuanto pueda me leeré el otro!