jueves, 27 de julio de 2017

EL ABRAZO DE LA TIERRA: CAPÍTULO 12. ENTRANDO EN LA INICIACIÓN



Capítulo 12

 

Entrando en la iniciación

 

Aunque tratemos de eludir un hecho que nos espera con ansia en las brumas de nuestro futuro, no podemos evitar que las horas transcurran, acercándonos velozmente a esos instantes que tanto nos impone vivir. No tener en nuestras manos la capacidad de detener el paso del tiempo nos impide escapar de los acontecimientos que escribirán nuestro pasado y que serán el reflejo del camino que hemos recorrido en nuestra vida.

Conforme se acercaba la tarde en la que se iniciaría, Agnes lamentaba, cada vez más desesperadamente, no disponer del poder de destruir el transcurso del tiempo. Ansiaba formar parte de esa vida que la aguardaba en el aquelarre, pero también la asustaba muchísimo no ser capaz de responder a lo que todos esperaban de ella. No obstante, por mucho que desease esconderse de ese acontecimiento tan importante, el momento de iniciarse llegó sin que Agnes pudiese seguir escapándose de su mágico hechizo. Llegó cuando la primavera comenzaba a lanzar susurros azulados sobre los árboles, cuando los días se volvieron un poquito más largos y templados y cuando ya habían crecido las primeras flores que indicaban que la naturaleza había despertado al fin de su profundo e invernal sopor.

Agnes no conocía a los demás miembros del aquelarre. Los miraría a los ojos por primera vez aquella tarde tan aromática y hermosa. Agnes apenas pudo conciliar el sueño durante las noches previas a aquel momento. Estaba tan nerviosa e inquieta que notaba que el corazón le latía con un ritmo desequilibrado e interrumpido. Gaya trató de ayudarla a serenarse, le aseguraba continuamente que nadie la rechazaría, que aquel ritual sería uno de los más bonitos que vivirían en mucho tiempo; pero parecía como si Agnes no comprendiese las palabras que Gaya le dirigía.

     Nuestro aquelarre sólo está compuesto por diez personas —le recordaba Gaya riéndose con mucha ternura—. Además, ya conoces a Moira.

     Moira me detesta —le contestó Agnes con tristeza y miedo.

     ¿Por qué dices eso?

     Porque me mira con mucha rabia cuando nos encontramos, porque no me habla casi nunca y, cuando lo hace, me formula preguntas que me incomodan.

     Moira es muy curiosa e incluso un poco cotilla. No le des importancia a su comportamiento. Cuando descubra lo mágica que eres, comenzará a apreciarte con sinceridad.

     Además, me impidió siempre que conociese a los demás miembros del aquelarre. Oí cómo, muchas veces, te pedía que no me trajeses a ningún ritual. Aseguraba que mi magia es oscura y que turbaría las buenas energías que todos debíais sentir en esos momentos.

     Lo único que le ocurre a Moira es que tu poder la intimida, nada más, y actúa a la defensiva por miedo a que descubras que tú eres más fuerte que ella —le aseguró sobrecogida. Saber que Agnes había oído aquellas tensas conversaciones que había mantenido con Moira la desoló profundamente, pero escondió sus sentimientos para que Agnes no los captase—. No te preocupes por nada, Agnes. Yo te protegeré en todo momento.

     Me gustaría que Némesis también estuviese a mi lado.

     Me temo que Némesis no podrá asistir al ritual. Lo más conveniente es que te espere en casa de Gilbert.

     ¿Por qué? Ella también es muy mágica y tiene un alma muy pura. No le haría daño a nadie —la defendió con pena.

     No estoy segura de que todos soporten la presencia de Némesis. Ten en cuenta que es un animal muy especial. No es común encontrar una cobra real en estos lares. Es muy posible que los asuste a todos —se rió intentando hacer sonreír a Agnes, pero ella tenía el alma anegada en aflicción.

     Siempre son rechazados los seres más mágicos y especiales —musitó ella agachando los ojos.

     Yo no tengo ningún problema en que Némesis asista al ritual, pero...

     Es mi ritual de iniciación. Némesis también me ayudó muchísimo durante el año que duró mi período de aprendizaje. Es justo que ella también comparta conmigo ese momento tan especial.

     Te entiendo, Agnes, pero...

     No importa, Gaya. También comprendo los sentimientos de los demás. No te preocupes.

Agnes intentó desprenderse de la impotencia que le provocaba saber que, como le había ocurrido a ella siempre, Némesis también sería rechazada por quienes no podían comprenderla, por quienes creían que su presencia era amenazante. Intentó desvanecer esa tristeza para poder centrarse en los momentos que la esperaban al otro lado de aquellas horas tan impregnadas de nervios, de impaciencia y de inquietud.

Agnes sentía que, cuando llegó al fin el momento de iniciarse, había quedado atrás todo lo que había compuesto y definido su vida. Antes de salir del hogar de Gilbert para dirigirse junto a él y Gaya hacia el valle en el que tendría lugar aquella importante ceremonia, rememoró rápidamente todo lo que había vivido hasta entonces. El recuerdo que más se le hundió en el alma, el que más alzó su voz y el que más la paralizó fue el de Galicia. Parecía como si, pasase lo que pasase, dondequiera que estuviese, viviese lo que viviese, Agnes jamás podría separarse de su tierra. La llevaría siempre en el corazón, expresándose en un susurro palpitante que le recordaría continuamente de dónde provenía, quién era, quién había sido.

Mirando hacia el creciente atardecer, hacia el azulado cielo del que llovía aquella luz tan acogedora, sintiendo el tibio viento a través del que se expresaba la primavera, notó que la vida volvía a recibirla como si nunca hubiese respirado antes, como si hasta entonces hubiese permanecido sumida en un sopor inquebrantable que la había alejado de cualquier sensación. Sabía que, en cuanto comenzase a caminar hacia el lugar donde se celebraría su ritual de iniciación, empezaría a alejarse de todas las sombras que habían intentado atenuar el brillo de sus días y destruir la quietud de sus noches.

Se despidió de Némesis con una mirada anegada en cariño y emoción y después siguió a Gaya y a Gilbert, quienes la esperaban entre los árboles con los ojos llenos de esperanza y también muchísima ilusión. Ambos captaban los sentimientos que le inundaban el alma. Ser conscientes de que Agnes se encontraba tan feliz y esperanzada los conmovía profunda y tiernamente.

Sería la primera vez que Agnes compartiría un ritual con los demás miembros de El fuego de Hécate. Intentó que aquella certeza no le llenase el estómago de nervios, pero fue incapaz de luchar contra la potente timidez que siempre se adueñaba de ella cuando debía relacionarse con desconocidos. Supo que, por mucho que luchase contra su forma de ser, por mucho que se esforzase por curarse, nunca conseguiría desprenderse de aquella faceta de su carácter. Siempre sería aquella chica vergonzosa a la que tan difícil le resultaba conversar con los demás, que tan poco ducha era entablando amistad con otras personas.

Al fin, llegaron al prado en el que El fuego de Hécate solía celebrar sus rituales más importantes. Se trataba de un lugar muy acogedor. Los árboles cercaban aquel pequeño valle protegiéndolo de la mirada de cualquier camino. Cuando Agnes se halló rodeada por tanta magia, le pareció que había regresado a aquel bosque que tanto la había acogido siempre.

Las ramas poderosas de los árboles se enlazaban las unas con las otras, construyendo un techo natural que los ocultaba de la mirada indiscreta del cielo. Agnes notó que por dentro de ella se esparcía una calma indestructible. La serenidad que impregnaba aquel lugar le acarició el alma hasta desvanecer al fin las terribles emociones que le habían impedido vivir aquellos momentos con tranquilidad.

Fueron los primeros en llegar. Gaya y Gilbert, entonces, erigieron un sencillo altar en medio del prado. Colocaron, en el suelo, cuatro velas de distintos colores en representación de los cuatro elementos y una aromática varilla de incienso. Prendieron las velas y el incienso con mucho cuidado y después depositaron frutas y flores para ofrendarlos a la Diosa y al Dios. Durante aquellos instantes, Agnes se concentró en los sonidos que percibía, aspiró con lentitud los aromas que la envolvían y escuchó la voz de su alma. Debía ser ella quien invocase a los elementos y a los dioses por primera vez delante de aquellas personas que no la conocían. Tenía que hacerlo para demostrarles que ya estaba preparada para iniciarse y saber que sería ella quien atraería aquellas energías tan hermosas la sobrecogía irrevocablemente. Deseaba que aquel ritual fuese el más especial que todos vivían en muchísimo tiempo y, para lograr que su voz se expresase con nitidez, debía deshacer por completo la timidez que todavía le latía en el corazón.

Poco a poco, fueron llegando los demás miembros del aquelarre. Agnes se fijó en que en su mayoría eran mujeres un poco mayores que ella. En aquel entonces, Agnes solamente tenía veintitrés años. Creía que su corta edad era un motivo que los demás encontrarían para no confiar en ella.

Sin embargo, Agnes se percató enseguida de que nadie la miraba con desconfianza o rechazo; al contrario, de aquellos ojos que se habían hundido en su apariencia se desprendía mucho interés y protección. Agnes se sintió acogida al instante. La vergüenza que no dejaba de palpitarle en el alma fue disipándose lentamente hasta que al fin desapareció sin dejar rastro.

La única que no la miraba de forma acogedora era Moira, pero Agnes ignoró plenamente los sentimientos que le provocaban aquellos ojos tan agresivos y se centró en las preciosas sensaciones que dimanaba la presencia de aquellas personas que ansiaban conocerla, que aguardaban con esperanza el momento en que se iniciase aquel ritual tan importante.

Cuando todos se hubieron reunido alrededor del altar, Gaya tomó de la mano a Agnes y, mientras se la presionaba con mucho cariño, empezó a hablar con serenidad y paciencia. Su voz se esparció por el bosque, acallando los sonidos que podían turbar la paz que debía teñir aquellos momentos. Agnes notó que la voz de Gaya la apaciguaba definitivamente y le transmitía la energía que tanto necesitaba.

     Hermanos, al fin tenemos ante nosotros la oportunidad de recibir a Agnes en nuestra pequeña familia. Podríamos haberlo hecho hace mucho tiempo, pero a Agnes le costó mucho confiar en sí misma y continuamente creía que debía ser más sabia para merecerse que nosotros la acogiésemos —se rió con mucho amor mientras le dedicaba una mirada maternal—. El ritual que vamos a celebrar esta tarde es uno de los más importantes de su vida. Todos tenemos que colaborar para que se convierta en el más mágico que vivimos en mucho tiempo.

     ¿Y qué ocurre si no todos estamos dispuestos a recibirla? —preguntó de repente Moira.

     Creo que eres tú la única que la rechaza, Moira —intervino una mujer que Agnes no conocía—. Si no deseas presenciar este momento tan hermoso ni tampoco colaborar en este mágico ritual, ya puedes irte por donde has venido.

     Os ha hechizado a todos —exclamó Moira con desprecio.

     Eres tú la que está hechizada por la envidia y los celos —aclaró Gilbert de forma sabia e inteligente.

Moira no dijo nada más. Se marchó de allí sin que nadie osase pedirle que se quedase. Nadie la retuvo ni con palabras ni con una mirada acogedora. Hacía muchísimo tiempo que Moira se comportaba de forma extraña con ellos. Lo más conveniente era que no formase parte de aquel ritual.

     Mañana iré a hablar con ella —les aseguró Gaya con calma—. Por favor, no permitamos que estos momentos tan hermosos se tiñan de negatividad. Cerremos los ojos y hundámonos en la serenidad que impregna este atardecer, que emana de los árboles, que susurra en el viento, que se desprende del cielo.

Entonces Gaya los condujo, a través de una preciosa meditación, hacia ese estado de paz tersa en el que es posible percibir con mucha más nitidez que nunca el poder de la magia, la presencia de cada espíritu y de cada elemento. Poco a poco, fueron olvidando la tensa sensación que les había provocado la oscura energía que había irradiado la voz y la mirada de Moira.

Agnes tenía que invocar a los elementos y a los dioses cuando la calma más profunda y aterciopelada se les hubiese adentrado a todos en el alma. Sería su corazón el que le indicaría que aquel momento había llegado. Su intuición, en aquellos instantes, estaba mucho más despierta que nunca y su voz la ensordecía. No dudaba de que todo lo que captaba con los sentidos y con el alma era tan real como su propia existencia.

Al fin percibió que debía alzar su voz para convocar a aquellas fuerzas tan ancestrales y mágicas. Gaya le soltó la mano y la instó con una mirada anegada en serenidad y confianza a que diese un paso al frente y comenzase a invocarlos. En aquellos momentos, a Agnes le latía el corazón con una fuerza desbocada y casi insoportable, pero ignoró sus sentimientos para poder entregarles toda la magia que ella guardaba en su interior, para poder acogerlos en sus dones, para poder demostrarles que en ella encontrarían a alguien que podía guiarlos si lo necesitaban. Aquél era el preciso instante en el que se iniciaba realmente su verdadera vida.

Entonces, de repente, cuando estaba a punto de comenzar a recitar aquellos versos que llamarían a los elementos, la memoria se le anegó en recuerdos que ella nunca había evocado antes. Se percibió rodeada por la fuerza de un ocaso otoñal y por personas que jamás había visto. Notó que, por dentro de ella, se esparcía un poder inmensurable y que el alma se le engrandecía como si de repente la voz del viento y la del agua la hubiesen alimentado. Cerró los ojos para poder percibir todos los detalles de aquellos instantes, pero éstos desaparecieron mucho antes de que Agnes pudiese aferrarse a ellos. Lo único que logró fue descubrir que éstos no pertenecían a aquella vida ni tampoco habían emanado de su imaginación.

     Agnes, ya puedes empezar —le musitó Gaya tras de ella con un cariño infinito.

No era la primera vez que se disponía a invocar a los elementos, que se hallaba rodeada por personas que confiaban en su magia y en su poder. Ser consciente de que en otro tiempo ya había sido capaz de celebrar aquel tipo de rituales le llenó el alma de valentía.

Fue capaz de convocar a aquellas energías tan benévolas y poderosas. Cuando todos los miembros del aquelarre oyeron por primera vez la tersa y poderosa voz de Agnes, notaron que el corazón se les encogía y que el alma se les tornaba insignificante. Gaya también los sobrecogía tanto cuando celebraban juntos aquellos rituales tan especiales; pero nunca habían conocido una voz tan impetuosa, tan mágica, tan increíblemente sublime.

Ni siquiera Agnes era consciente de cuánto poder se encerraba en su interior. Había celebrado con Gaya algunos rituales que le habían permitido descubrir cuánta magia podía emanar de su voz; pero aquélla era la primera vez que se oía a sí misma expresándose de ese modo. Incluso ella misma se estremecía sin cesar al percibir el tono de sus palabras, al notar la influencia que su voz tenía en las almas que la oían.

Cuando Agnes hubo invocado a los elementos y a los dioses, entonces empezaron a trenzar la cuerda mágica que simbolizaba la unión que para siempre los enlazaría mientras danzaban y cantaban alrededor del altar. Gaya tañía el tambor y Gilbert le extraía a la guitarra melodías que intensificaron la magia que había inundado el alma de Agnes. En esos momentos, sin preverlo, se acordó de un sinfín de canciones que ella siempre había guardado en lo más hondo de su alma. Muchas de ellas se las había enseñado su abuela, pero otras habían restado encerradas en su memoria sin que nadie se las hubiese transmitido. Agnes nunca se había preguntado dónde había aprendido aquellas trovas, pues sabía que éstas no procedían de la vida en la que existía en aquel entonces.

Deseaba cantar aquellas cantigas ante aquellas personas que tanto la habían acogido, pero la timidez que siempre se le aferraba al alma le impidió pedirle a Gaya que le permitiese entregarles aquellos versos tan hermosos. Sin embargo, aquel hecho no turbó la belleza de aquel ritual que fluyó con tanta amenidad y magia hasta que las estrellas se apoderaron del cielo. Para entonces, ya habían despedido a los elementos y a los dioses y se hallaban todos sentados en la tierra, disfrutando de la comida que habían traído.

Agnes se sentía diferente. Nunca había notado palpitar en su alma una felicidad tan tierna y a la vez sobrecogedora. Sabía y notaba que se había adentrado sin regreso en una nueva vida, en la vida que realmente la definía. Junto a Gaya y los demás miembros del aquelarre, tenía la sensación de que nunca más volvería a percibirse abandonada. Ellos la habían recibido en su existencia como si siempre la hubiesen esperado.

A partir de aquella noche, Agnes comenzó a relacionarse cada vez más frecuentemente con los demás miembros del aquelarre. Celebraba con ellos todos los Sabbats e incluso la mayoría de los Esbats, también compartía con ellos mágicos momentos que nunca olvidaría e incluso, cuando alguna de aquellas personas se sentía perdida, Agnes la ayudaba a encontrar las respuestas a sus preguntas escuchando la voz de los arcanos. Había sido Gaya quien le había enseñado a interpretar el lenguaje de las cartas del tarot y Agnes había aprendido enseguida a canalizar la potente energía que se desprendía de aquellas poderosas imágenes.

El tiempo continuó fluyendo con pausa e ilusión, avanzaba en esa vida que Agnes cada vez adoraba más. Prácticamente todos los días se despertaba sintiendo que tenía el alma anegada en luz y felicidad. Sin embargo, durante esos meses, también nacieron en su interior sentimientos que le costaba mucho entender. Todavía tenía pesadillas que la asustaban infinitamente y, de repente, sin esperarlo, en cualquier momento la memoria se le llenaba de recuerdos que ella no podía evocar, recuerdos que le demostraban que aún flotaban en su destino muchísimas dudas que Gaya tenía que ayudarla a resolver. Sí, era Gaya quien podía disipar aquellas brumas que le impedían vivir definitivamente en paz.

Gaya había intentado curar a Agnes tratándola con terapias mágicas a través de las que lograba equilibrar sus sentimientos. Era cierto que Agnes vivía mucho más en paz desde que Gaya había comenzado a sanarla, pero todavía sufría aquellas crisis de tristeza que tanto destruían el brillo de su vida. La paz que Gaya conseguía entregarle con aquellas sesiones tan serenas y profundas duraba apenas unos días. Enseguida volvían las sombras y Agnes no podía evitar que la aflicción y el desaliento la hundiesen en un mar de desolación sin fondo ni orilla, distanciándola entonces de todo lo que formaba su existencia y de sus propios pensamientos y sentimientos.

Así pues, cuando estaban a punto de transcurrir dos años de la llegada de Agnes al hogar de Gilbert, durante los cuales Agnes había vivido a merced de unas emociones nunca constantes, siempre cambiantes, Gaya le sugirió utilizar la hipnosis para intentar sanar esas heridas que no le permitían respirar ni vivir en paz. Agnes estaba dispuesta a luchar contra su enfermedad todo lo que fuese posible. No le importaba si, para conseguir al fin deshacerse de ella, debía entregarle a Gaya los fragmentos más mágicos de su alma. No obstante, en aquellos momentos de su vida, Agnes ya había aceptado que nunca se recuperaría, que siempre sería aquella mujer tan extraña a la que ni siquiera ella misma podría conocer plenamente. Se había conformado con saber que siempre estaría enferma. Sin embargo, anhelaba descubrir de dónde procedían las profundas heridas que le hendían el alma, que tanto le ardían por dentro de sí, que tanto la desestabilizaban. Era consciente de que aquellas heridas no habían nacido en aquella vida, pues eran demasiado potentes y desgarradoras. Aquellas heridas llenaban de pesadillas terribles e incomprensibles prácticamente todas sus noches. En aquellos sueños, Agnes notaba que la perseguía una sombra que la amenazaba con apresarla. Nunca estaba sola en aquellos instantes. Una mujer (a la cual apenas podía distinguir entre las brumas de la inconsciencia) se hallaba siempre a su vera, tomándola de la mano, animándola o serenándola. Agnes percibía que entre aquella mujer y ella existía un lazo muy especial cuya energía le costaba comprender. Lo único que podía asegurar cuando se escapaba de aquella realidad tan extraña era que el alma se le llenaba de calor cada vez que recordaba la sensación que aquel vínculo le producía.

Cuando Agnes le hablaba a Gaya de sus sueños, ella le aseguraba que la hipnosis también podría ayudarla a descubrir de dónde procedían aquellos momentos tan confusos. No obstante, Gaya no se atrevía a aplicarle a Agnes aquella terapia tan aparentemente peligrosa. Creía que el alma de Agnes podía regresar mucho más herida de aquel trance que le permitiría atisbar los matices más confusos de sus otras existencias; pero Agnes no dejaba de insistirle en que la ayudase a trasladarse a aquellos lejanos momentos. Estaba segura de que volvería de aquel viaje ya reconciliada con la vida y con su propia alma.

     Deseo que probemos este remedio antes de que llegue el otoño. El otoño siempre me desalienta muchísimo, siempre me arrebata la calma de mi vida, y me insta a evocar sin cesar los años que viví en Galicia. Ahora me encuentro bien. Me siento capaz de intentarlo. Tengo miedo a decaer —le pidió Agnes una noche en la que dormiría en la casa de Gaya.

     ¿De veras te sientes preparada para intentar algo tan complicado y posiblemente peligroso? —le preguntó inquieta.

     Sí, ahora es el momento.

     Tienes que confiar plenamente en mí.

     Ya confío plenamente en ti, Gaya. ¿Qué he de hacer?

     Tendrás que meditar hasta que sientas que te hallas lejos de esta realidad. Entonces yo te hipnotizaré con mi péndulo mágico y también te ayudaré a adentrarte en la dimensión de la hipnosis cantándote unos versos que suelen entonar los chamanes. No tengas miedo, Agnes. Si noto que estás en peligro, te rescataré enseguida de ese sopor.

     No tengo miedo. Hagámoslo cuanto antes, Gaya, por favor. Tengo la esperanza de que esta terapia me curará al fin. Sé que conseguiré recuperarme si lo intentamos.

     De acuerdo. Por favor, ven conmigo.

Gaya la condujo hacia una estancia en la que se acumulaba una energía muy queda y serena. Agnes notó que aquella energía tan bella le acariciaba la piel. Le pareció que aquella atmósfera era azulada como el anochecer.

Había, en El Centro de la habitación, una gruesa alfombra en la que Agnes tuvo que acomodarse. La Luz que iluminaba aquel lugar dimanaba de unas velas gruesas cuyo pábilo temblaba con timidez, reflejando su fulgor en las paredes de piedra. Olía a incienso. Agnes adoraba aquella fragancia. Durante unos largos instantes, permaneció con la mirada fija en el humo del incienso. La calmaba profundamente observar cómo el humo ascendía en espiral, mezclándose con la sosegada paz que invadía aquella estancia.

Agnes notó que el alma se le llenaba de armonía y paz. Parecía como si los mágicos detalles que componían su entorno hubiesen absorbido los rescoldos de aquellas sensaciones terribles que tanto destruían su vida.

Gaya se percató de que Agnes se hallaba cada vez más sosegada. Antes de aquel instante, Agnes había estado nerviosa e inquieta. Gaya había tenido la constante impresión de que Agnes podía perder la calma en cualquier momento.

     Agnes, tienes que relajarte profundamente. No pienses en nada. Solamente siente la calma que te rodea —empezó a decirle sentándose a su lado derecho y tomándola de la mano—. Lo que harás cuando notes que te has desprendido de toda la tensión que te presiona el alma será fijar la mirada en este péndulo. No quiero que recuerdes, no quiero que sientas. Húndete en un mar hecho de quietud y silencio.

Gaya se sumergió por unos instantes en los ojos expresivos de Agnes para intentar detectar las emociones que le anegaban el alma. Se sobrecogió al comprobar que la mirada de Agnes estaba impregnada de calma. Agnes percibió que la serenidad que inundaba a Agnes se le transmitía a su corazón a través de aquellos ojos. Entonces comprendió por qué Némesis adoraba tanto permanecer sumergida en los ojos de Agnes. Aquella mirada sí era hipnótica. Era tan poderosa, irradiaba tanta magia que resultaba imposible huir de su embrujo.

     ¿Estás preparada? —le preguntó hablando muy quedo. Cuando Agnes le asintió con la cabeza, entonces Gaya le pidió—: Mira aquí, por favor.

El péndulo que Gaya le había colocado ante los ojos resplandecía como si estuviese hecho de polvo de estrellas. Albergaba en los pequeños cristales de cuarzo que lo componían el reflejo del tímido fulgor de las velas. Agnes creyó que aquella preciosa esfera había nacido del brillo de la luna.

El péndulo empezó a girar muy lentamente ante sus ojos. Agnes notó que, poco a poco, la realidad en la que se hallaba sumida comenzaba a alejarse de ella. Solamente el péndulo y las quietas sensaciones que le anegaban el alma formaban aquel instante. Parecía como si unas manos cariñosas la distanciasen con mucho cuidado de todo lo que ella conocía.

Su entorno se cubrió de brumas azules. Antes de que su realidad cambiase, Agnes pensó que todo lo que viviría y todo lo que le ocurriría a partir de aquel instante sería tan cierto como su existencia. No dudaría de la veracidad de cada sensación que le acariciase la piel o le templase el corazón. Todo sería real, todo, más real que cualquier sueño.

Desaparecieron los sutiles sonidos que llenaban la noche. La Luz de las velas se desvaneció y su entorno se cubrió de silencio. Agnes notó que empezaba a flotar en una dimensión en la que moraba una oscuridad tangible y aterciopelada. Ni siquiera era capaz de preguntarse a sí misma qué sensaciones sentía. Parecía como si su materia y su alma se hubiesen dividido, como si, poco a poco, un vacío la absorbiese hacia unos instantes que nadie más que su destino podía recordar.

Aquella nada en la que flotaba la acogía como si fuesen unos brazos que la abrazaban con mucho amor. En aquel silencio tan carente de matices y de sonidos, Agnes encontró una serenidad que no sentía desde hacía muchísimo tiempo. No pensaba, no se preguntaba nada y tampoco recordaba; pero todavía creía percibir ante sus ojos el movimiento oscilante del péndulo. Captaba la energía poderosa y mágica que se desprendía de su reluciente presencia. El péndulo la atraía hacia sí. La había aferrado del alma para alejarla de aquella realidad.

Remotamente, oía los versos que Gaya entonaba junto a ella. Su voz intensificaba las quietas sensaciones que la apartaban de su herida realidad. Aquella trova tan sosegada, tan mágica y tan antigua la trasladaba, poco a poco, a un lugar donde no existía nada que ella conocía; un lugar recóndito en una tierra totalmente ajena a sus presentes sentimientos.

Agnes sintió que un sopor muy denso y cálido se expandía por todo su ser. La leve consciencia que la había mantenido enlazada sutilmente a aquella realidad tan vacía también comenzó a desvanecerse. Sin embargo, Agnes no notó que la voz de su alma se silenciase; al contrario, todavía podía oírla musitar a través de aquel inmenso silencio.

De pronto, aquel vacío oscuro y falto de susurros empezó a convertirse en una brisa fresca y nocturna que, poco a poco, fue extrayéndola de aquel sopor tan espeso que se había apoderado de su frágil razón. Agnes despertó en otro momento, en una realidad desconocida. Sin embargo, en aquellos instantes, ni tan sólo era consciente de que se hallaba en un lugar en el que no recordaba haber estado. Su memoria también se había hundido bajo aquel sueño que tanto la había alejado de su presente. Era un momento que seguía a otros que Agnes podía recordar sin necesidad de esforzarse.

La noche más profunda la rodeaba, la envolvía como si desease protegerla de la posibilidad de que aquel momento se desvaneciese. Cuando Agnes abrió los ojos en aquel mágico trance, descubrió que se hallaba sentada entre árboles milenarios. La naturaleza susurraba a su alrededor queda y tiernamente, como si no quisiese asustarla. Podía oír el croar de las ranas, el canto de los grillos, el ulular de un cárabo y el eco de los reclamos que un búho lanzaba al aire silencioso de aquellas horas nocturnas. Agnes notó que se sobrecogía, que la fascinación más intensa le anegaba el alma.

Empezó a caminar sabiendo perfectamente hacia dónde tenía que dirigirse. En esos momentos, ya no era la Agnes que se hallaba junto a Gaya. Ni siquiera se acordaba de que aquel instante no formaba parte de su presente. Era otra mujer que prácticamente no se diferenciaba de la que soñaba con aquella noche.

Agnes sabía que tenía treinta años, que vivía sola en medio del bosque y que era una poderosa curandera a la que muchas personas solían acudir para pedirle ayuda o consejo; pero aquellas certezas estaban totalmente arraigadas en su mente. Agnes no tuvo que descubrirlas, no las encontró en medio de la confusión. Éstas ya formaban parte de su existencia.

Caminó durante algunos momentos por aquella naturaleza que tan bien se conocía. Había luna llena. Su plateado y potente fulgor llovía del estrellado cielo y se esparcía por todos los rincones de aquel bosque tan espeso y precioso. Las sombras huían de aquel resplandor tan mágico como si temiesen que éste las desvaneciese.

Agnes llevaba en la mano una gran cantidad de tallos de hierba. En esos instantes, estaba levemente inquieta y preocupada. En su hogar la esperaba una mujer que padecía una preocupante enfermedad y deseaba curarla. Había llegado a su hogar hacía varias noches y desde entonces la mujer no quería separarse de Agnes, en quien confiaba plena y profundamente, como jamás había confiado en nadie.

A Agnes siempre le había costado muchísimo relacionarse con los demás. Había huido hacía ya varios años de la aldea en la que había nacido y desde entonces habitaba rodeada por la soledad más indestructible. Muy pocas personas la conocían. Solamente acudían a ella quienes habían oído hablar de su existencia de forma casual e inesperada. En algunas ocasiones, cuando por necesidad se había aproximado al pueblo en el que había nacido y crecido, muchos la habían insultado con desprecio. Todos los que la habían conocido aseguraban que era una hechicera muy peligrosa que podía destruir cualquier alma que se hallase a su lado.

Sin embargo, Agnes nunca le había hecho daño a nadie. Nunca se le había ocurrido herir ningún corazón, ninguna alma. Utilizaba sus mágicos dones para curar a los enfermos, para adivinar el futuro de quienes se hallaban perdidos en su propia vida y también conocía un sinfín de remedios para sanar cualquier herida. Además, mantenía con los animales una relación muy hermosa que dotaba de brillo y sentido su existencia. Los animales del bosque la adoraban. Siempre acudían a ella cuando alguien los lastimaba.

A pesar de que su vida fuese tan mágica y calmada, Agnes siempre se hallaba sumida en una melancolía muy intensa y profunda que le arrebataba, a veces, las ganas de seguir luchando por sus días y sus noches. Aunque no se sintiese sola, pues la acompañaba la grandeza de la naturaleza, había momentos en los que se preguntaba si de veras merecía la pena existir así. Era consciente de que asustaba a cualquier persona que oyese hablar de ella y también podía adivinar que, en cualquier momento, podrían atraparla para matarla simplemente por creer que era una bruja maligna. No obstante, sabía que el peligro no se hallaba ni en su tierra ni tampoco en las personas que allí vivían, sino en quienes, por casualidad, acudían a aquellos lares en busca de algún tipo de riqueza. Los extranjeros, los que procedían de otras ciudades muy distintas a las pocas que salpicaban el sitio donde vivía, eran quienes podían arrebatarle la vida. Quienes venían de fuera eran los más incomprensivos.

Sin embargo, la aparición de aquella mujer que esperaba su ayuda había llenado su vida de una luz muy especial que la alentaba, que la instaba a creer que el mundo no era tan cruel como ella pensaba. Aquella mujer era muy especial. Tenía una mirada muy hermosa que siempre la hipnotizaba y, además, la trataba como jamás nadie se había comportado con ella; con un cariño muy dulce, con una comprensión absoluta y una amabilidad que a Agnes continuamente la emocionaba. Enseguida se había percatado de que entre ellas dos existía un lazo muy bonito que, bien lo sabían ambas, no había nacido en esa vida. Incluso la mujer había llegado a asegurarle que llevaba muchísimos años buscándola.

Cuando llegó a su cabaña, la mujer la recibió con una sonrisa muy tierna. La tomó de la mano y la instó a adentrarse en aquel hogar antes de que la luna pudiese seguir detectando el cariño con el que se miraban. Aquella mujer todavía no le había revelado su nombre. Le aseguraba que no era necesario que lo conociese, pues lo que más importaba era el lazo que las unía. Ninguna de las dos se preguntaba si aquellos sentimientos eran reales o manaban de un mágico sueño, pues creían ambas en su pura existencia, sabían que siempre habían respirado en su destino. No eran dos personas distintas. Eran una misma alma, un mismo ser que se había dividido en dos hados que, sin embargo, no podían discurrir solos por el mundo.

En aquella noche de plenilunio, se desvaneció cualquier duda que aún pudiese palpitarles en el alma. Agnes no podría recordar todos los momentos que su memoria ancestral había recuperado en aquel trance. Solamente sabría que, de repente, se descubrió totalmente unida a aquella mujer que tanto la acogía entre sus brazos. Se había fundido cualquier mota de aire que pudiese separarlas. Apenas fue consciente de lo que vivía. Notaba que las rodeaba una tibieza muy protectora y deliciosa, que la noche las amparaba de cualquier mirada, que en esos momentos no quedaba ni pasado ni futuro, sólo ese bello presente que nadie conocería jamás.

La mujer le había revelado, en varias ocasiones, que no era libre, que había huido de su hogar, que seguramente estarían buscándola y que en cualquier momento la encontrarían y la arrancarían de su lado. La había avisado de que no podía permanecer durante más de tres días junto a ella porque entonces su vida también estaría en peligro, pero Agnes había ignorado aquellas dolorosas certezas por miedo a que, si les prestaba la atención que se merecían, la dulce realidad que tanto las había acogido se desvaneciese. Y en esos momentos apenas las recordaba. Había olvidado cualquier matiz estremecedor, cualquier idea sobrecogedora. Lo único que le anegaba el alma en esos instantes era paz y amor, sobre todo amor; todo ese amor que le había faltado durante tantos años.

Gaya no dejó de resguardar el alma de Agnes mientras duró aquel trance. Gaya podía adivinar si Agnes se hallaba cerca o lejos de aquel instante. El péndulo con el que la había hipnotizado no dejó de oscilar ante sus ojos. Parecía como si la calma más indestructible hubiese invadido el alma de Agnes para siempre, pero, de repente, cuando más quedo se había vuelto el silencio que las rodeaba, Agnes comenzó a temblar y a respirar hondamente. Enseguida se le escapó un alarido de horror de los labios y se aferró a las manos de Gaya sin ser consciente de lo que hacía.

Inesperadamente, empezó a exclamar palabras en un idioma que al principio Gaya no pudo comprender, pero enseguida se percató de que se asemejaba muchísimo al gallego. Agnes pedía desconsolada que no la separasen de ella, que no le hiciesen daño. Cada vez estaba más aterrada y desesperada.

Entonces Gaya intentó extraerla con mucha suavidad de aquel trance en el que Agnes tanto estaba sufriendo, pero le resultó muy complicado despertarla. Agnes no dejaba de agitarse ni de chillar. Gaya la llamaba cada vez con más insistencia y le mecía los hombros con una intensidad creciente y desgarradora.

Al fin, Agnes comenzó a aquietarse y entonces abrió los ojos. Tenía la respiración agitada y temblaba con brutalidad. Enseguida Gaya se percató de que estaba llorando desconsoladamente. Agnes se sentía tan desorientada que apenas podía entender lo que le sucedía.

     Agnes, ¿puedes oírme? —le preguntó Gaya acariciándole los cabellos.

     No sé qué me ocurrió —le reveló con una voz queda y quebrada. Todavía no había podido dejar de llorar.

     ¿Qué recuerdas?

     Estaba con ella. De repente alguien irrumpió en mi cabaña y me arrancó de su lado. Querían llevársela. Había muchas personas llamándome bruja y hechicera y a ella también querían matarla —le contó confusa y desconsoladamente.

     ¿Quién es ella, Agnes?

     No lo sé. Estaba con una mujer muy especial a la que estaba muy unida. Notaba que éramos una sola alma. Era un sentimiento muy hermoso, Gaya. Yo la conozco, la recuerdo, sé quién es, pero en esta vida no la vi nunca. Estoy tan confundida...

     Es comprensible, cariño. entonces, ¿no estabas sola?

     No, no. Estaba con ella. Era muy buena y me quería. Nos queríamos mucho, nos queríamos de verdad. Puede que te cueste entenderlo...

     No, en absoluto me cuesta entender lo que me cuentas, Agnes. ¿Y dónde estabais?

     Estábamos juntas en la cabaña donde yo vivía. Sé que volveré a esa cabaña algún día. Sé que vivía en Galicia. Era Galicia. Eran los mismos bosques que yo tanto amo. Y ella me buscó durante años.

     ¿Y qué más recuerdas, Agnes? ¿te acuerdas de cómo eras?

     Era igual que ahora —rememoró confundida—. Tenía dones muy bonitos. Podía curar cualquier enfermedad, podía sanar cualquier herida y los animales me adoraban. Era muy mágica, pero vivía sola en medio del bosque. Deseo que ese sueño se cumpla.

     ¿Quieres vivir sola en medio del bosque? —le cuestionó Gaya extrañada.

     Sí. Ése siempre fue mi sueño: vivir lejos de cualquier mirada, de cualquier persona que pueda hacerme daño, lejos de las ciudades...

     Bueno, ahora no te preocupes por eso.

     Creo que la mujer con la que estuve hace tantos años volverá. aparecerá de nuevo, pero yo no quiero que me conozca. En aquella vida en la que estuve hace unos momentos, yo no estaba enferma. Sí me sentía melancólica y triste, pero no estaba enferma como ahora.

     Agnes, ¿cómo estás tan segura de que ella volverá?

     Porque siento que el lazo que me unía a ella no murió nunca. Todavía late en mí como si de los ecos de mi corazón se tratase, pero esos sentimientos me asustan.

     Ahora creo que deberías descansar. Vayamos ya a dormir, Agnes. Mañana continuaremos hablando sobre todo lo que recuerdas. Te recomiendo que lo escribas para no olvidar ni un solo detalle de esos momentos.

Las confesiones de Agnes le habían llenado el alma de inquietud, de misterio y de curiosidad. Gaya se preguntaba en qué momento del tiempo se hallaba la primera vida de Agnes, con quién había compartido ella sus días, de dónde procedían las heridas que tanto le sangraban todavía. Aquella noche en la que la había hipnotizado por primera vez, se planteó la posibilidad de que la intensa tristeza que vivía en su alma naciese de las desgarradoras experiencias que había vivido con aquella mujer de la que tan cariñosa y confusamente le había hablado. No obstante, era consciente de que Agnes necesitaba recibir algunas sesiones más de hipnosis para descubrir todo lo que se encerraba en su corazón.

Gaya intentaba que las confesiones que Agnes le realizaba tras cada sesión de hipnosis no la confundiesen ni la sobrecogiesen, pues deseaba ayudarla plena y serenamente. Sin embargo, no podía evitar que el alma se le empequeñeciese cada vez que recordaba todo lo que Agnes le contaba. Saber que Agnes había vivido en otro tiempo, tener ante sí la prueba de que la muerte no era el fin y sobre todo cerciorarse de que no resultaba tan complicado descubrir cómo habían sido aquellas otras existencias la sumía en un estado de silencio y soledad en el que se mezclaban la inquietud más intensa y la desolación más indestructible. Era la primera vez que conocía a alguien como Agnes. Había hipnotizado a algunas personas a lo largo de su vida para ayudarlas a curarse de heridas que otras terapias no podían sanar, pero nunca se había encontrado con un caso similar.

Además, Agnes nunca regresaba del trance de la hipnosis portando los mismos recuerdos ni las mismas sensaciones. Parecía como si cada sesión la transportase a diferentes vidas. Aquello sobrecogía tanto a Gaya que, en muchísimas ocasiones, no sabía qué podía decirle ni cómo debía tratarla. Ser consciente de que Agnes había vivido más de una existencia a la cual era posible acceder a través de aquellos viajes intangibles la volvía pequeña como una hoja caduca. Sólo con Gilbert desahogaba sus sentimientos, sólo a él le confesaba cómo se sentía.

Ambos se estremecían cuando conversaban acerca de Agnes, de todo lo que había sufrido en su existencia y de su forma de ser y de hallarse en el mundo. Prácticamente siempre compartían lo que les suscitaba la presencia de Agnes, pero ninguno de los dos se atrevía a confesarle al otro que su magia también los asustaba. Temían que los preciosos dones de los que Agnes gozaba pudiesen destruir la calma de su vida y tergiversar de repente la realidad en la que habitaba.

Además, ninguno de los dos se olvidaba de que Agnes estaba enferma. Era cierto que podía permanecer durante semanas viviendo en una calma hermosa y luminosa que la protegía, pero aquella serenidad podía quebrarse de repente. Lo que más los sobrecogía era recordar que el doctor Martín le había asegurado a Gilbert, en varias ocasiones, que Agnes tenía trastornos de personalidad. Hasta entonces, Agnes no les había indicado que resguardaba en su interior otro modo de ser. Podían asegurar sin dudar que Agnes era completamente transparente con ellos, era siempre sincera y franca y que su personalidad era una de las más fuertes e indomables que habían conocido en su vida.

Lo que más sobrecogía a Gaya era haber descubierto los matices de las otras existencias en las que Agnes había vivido. Necesitaba contarle a Gilbert todo lo que ella le había revelado. Así pues, una mañana, Gaya acudió a su casa ansiando desahogar con él todo lo que sentía. No había podido dormir en toda la noche pensando en Agnes, planeando el mejor modo de curarle esas heridas cuya voz nunca se silenciaría, ni siquiera cuando el alma de Agnes estuviese llena de felicidad y luz, pues aquellas heridas eran muy dolorosas. Gaya sabía que no existía sufrimiento más indestructible que el que nace de hallarnos separados de alguien a quien amamos con todo nuestro corazón.

Gilbert le dedicó a Gaya una mirada muy acogedora en cuanto se percató de que sus preciosos ojos azules aparecían anegados en preocupación. La invitó a sentarse junto a la ventana del salón y, mientras le servía una taza de té, le preguntó con ternura:

     ¿Qué ha ocurrido, Gaya? tienes una mirada muy nostálgica.

     Gilbert, necesito que hablemos sobre Agnes.

     tú dirás —la invitó a hablar mientras se sentaba enfrente de ella.

     Necesito contarte lo que ocurrió la primera vez que hipnoticé a Agnes. Todo iba bien hasta que comenzó a gritar y a agitarse. tuve que extraerla del trance y, cuando se halló de nuevo en nuestra realidad, empezó a dedicarme unas palabras que no puedo olvidar. No puedo olvidar lo que me contó, Gilbert.

     ¿Qué te dijo, Gaya¿

     Antes de que la rescatase de ese trance, empezó a pedir que no le hiciesen daño. Hablaba en un gallego antiguo que me costaba mucho entender. Y, cuando volvió, me confesó que había estado con otra mujer y que alguien la había apartado de ella para matarlas a las dos. Es muy posible que Agnes muriese quemada en una hoguera hace muchísimo tiempo, pero no es eso lo que más me sobrecoge. Lo que me inquieta es que tengo la sensación de que Agnes no forma parte de este mundo. Cuando la alecciono sobre algún tema que le interesa de veras, percibo que en realidad ella ya dispone de esos conocimientos. Parece como si los tuviese silenciados en su interior y nosotros estuviésemos ayudándola a rescatarlos.

     Hemos hablado de esto ya muchas veces, Gaya. Ya te dije que Agnes es muy inteligente. ¿Por qué eso te desasosiega tanto ahora?

     No lo sé, Gilbert —suspiró ella temblorosamente—. Nunca he conocido a nadie como Agnes. Si lo que percibo es cierto, entonces ella jamás podrá encontrar La Paz en este mundo.

     eso no es verdad, Gaya. Ella ahora vive muy tranquila y felizmente conmigo.

     Pero también está sola la mayor parte del día. Creo que no le conviene pasar tantas horas con Némesis.

     Agnes adora la soledad. estar sola le conviene para poder reencontrarse consigo misma. Además, ya sabes cómo es la gente de Galicia. Los gallegos son muy solitarios —se rió intentando hacer sonreír a Gaya. Lo logró fugazmente.

     Hay algo que me preocupa mucho, pero no sé con certeza lo que es. Cuando la miro a los ojos, me empequeñezco, como si ella fuese inmensamente poderosa y yo...

     Tú eres poderosa y muy mágica, Gaya. No le tengas miedo a Agnes. No actúes como Moira, quien ni siquiera desea oír hablar de ella.

     No le tengo miedo, Gilbert, al contrario. quizá creas que estoy delirando, pero muchas veces me parece que me hallo junto a la Diosa. Me parece verla en Agnes y oír su voz en la de Agnes.

     La Diosa está en cada uno de nosotros, Gaya —le aseguró tomándola tiernamente de las manos—. Agnes es muy especial y tenemos que cuidarla mucho.

     No podemos dejarla sola mucho tiempo, Gilbert. Tiene un alma muy frágil.

     Está bien, Gaya. No te preocupes más. Ve a buscarla, anda. Está en el jardín junto a Némesis.

     Quería comentarte también que ella me confesó que anhelaba vivir sola en una cabaña en medio del bosque. ¿Crees que es posible cumplir su deseo?

     Sí, pero todavía no. Creo que aún no le conviene vivir sola. Aplícale algunas sesiones de hipnosis más para que podamos descubrir si de veras su enfermedad tiene cura. La próxima primavera, ya podremos empezar a volver realidad lo que ella tanto anhela.

     De acuerdo.

Varias fueron las sesiones de hipnosis que Agnes vivió antes de decidir que no deseaba volver a viajar hacia sus inciertas existencias. Al contrario de lo que Gaya y ella habían esperado, las heridas que Agnes tenía horadadas en el alma se volvían cada vez más profundas y desgarradoras. Parecía como si conocer lo que había vivido antes de aquella vida la desolase y la confundiese mucho más.

Agnes jamás olvidaría todo lo que descubrió gracias al inmenso poder de Gaya. Cada vez que Gaya la hipnotizaba, Agnes sentía que nunca había vivido aquellos momentos, que era la primera ocasión en la que tenía la oportunidad de sumirse en aquel trance que la llevaría hasta unos instantes que permanecían hundidos en el olvido más inquebrantable.

Siempre experimentaba las mismas emociones cuando se tendía en aquella alfombra mullida y fijaba la mirada en el movimiento brillante y oscilante del péndulo. Se apoderaba de ella un sopor azulado y tierno que la transportaba, como si de una barca serena se tratase, hacia una dimensión en la que solamente existían el silencio y la soledad más profundos.

Sin embargo, aunque las sesiones de hipnosis comenzasen de un modo tan calmado, Agnes siempre regresaba de aquellos viajes sintiéndose completamente desorientada y aturdida, tanto que podía permanecer durante más de un día sumida en un estado de ensimismamiento que nadie podía resquebrajar. Además, arrastraba siempre los sentimientos que había experimentado en aquel trance que apenas duraba treinta minutos. La tristeza más desgarradora le inundaba toda el alma y le costaba mucho deshacerla. Fueron aquellos motivos los que la instaron a solicitarle a Gaya que no volviese a hipnotizarla nunca más. La asustaba descubrir que sus heridas no tenían cura y que para siempre viviría notando que el alma le sangraba sin que nadie pudiese sanársela.

     Gaya, creo que lo más conveniente es que no vuelvas a hipnotizarme. Creía que la hipnosis me ayudaría a encontrar las razones por las cuales siempre me sentí tan herida, pero me parece que no existe ninguna cura para mi enfermedad. Mañana viajaré por última vez a ese tiempo que puede darme las respuestas que necesito, pero ya no regresaré nunca más a esa dimensión que resguarda todos mis recuerdos. Lamento mucho haberte hecho perder el tiempo.

     No me has hecho perder el tiempo, Agnes. No vuelvas a pensar algo así; pero entiendo lo que sientes. No quiero que te desalientes, cariño.

     No te preocupes por mí. Creo que siempre deberé vivir sintiéndome tan frágil.

     No me opondré a tus deseos, pero me entristece que te desanimes tanto.

Lo que Agnes sentía en realidad era muchísimo miedo a que las ideas que se le habían aferrado al alma se convirtiesen en certezas innegables. Las sesiones de hipnosis que la habían ayudado a encontrarse con sus otras existencias le habían sugerido que la cura a su enfermedad se hallaba en Galicia, sólo en Galicia, y que, regresando a aquella tierra, las heridas que tan profundamente tenía hendidas en el alma se cerrarían para siempre; pero se creía incapaz de confesarle lo que pensaba a Gaya. Era consciente de que todavía no había llegado el momento de retornar al lugar que la vio nacer y crecer y no soportaría que ellos le negasen la posibilidad de vivir allí de nuevo, de reencontrarse con los lugares que ella tanto amaba.

La noche de su última sesión de hipnosis llegó espesamente. De nuevo, Agnes se perdió en la hermosura de aquel péndulo que resplandecía ante sus ojos. El sopor que se esparcía por su alma se deshizo en unas brumas que, poco a poco, fueron disipándose. Como si fuesen unos brazos cariñosos, la transportaron a través del tiempo pasado hasta liberarla en imágenes que le costó mucho comprender. Se sentía volátil, como si no tuviese materia, pero, lentamente, empezó a tomar consciencia de su cuerpo. Pudo aspirar los olores que la rodeaban y oír los sonidos que susurraban en el silencio.

Estaba sentada sobre una tela gruesa, junto a una lumbre que ardía en El Centro de una estancia circular. Como si la misma oscuridad que la rodeaba se lo desvelase, enseguida supo que se hallaba en su hogar. Aquella habitación era su casa, una casita redonda construida en lo alto de una colina toda impregnada de verdor, dominada por la fuerza de los árboles.

Había personas durmiendo a su alrededor, pero ella no podía conciliar el sueño. Estaba inquieta. Notaba que le palpitaba en el alma una sensación fortísima que no podía ignorar. Aquella sensación la instaba a abandonar la protección de su hogar y correr entre los árboles, bajo la poderosa luz de la luna llena, hasta llegar a la rocosa orilla del mar.

Sin hacer ruido, se levantó de donde estaba sentada y salió conteniendo la respiración. En su memoria, flotaba el recuerdo de otra ocasión en la que también se había dispuesto a abandonar su casa en mitad de la noche y se lo habían impedido, alegando que no era conveniente que ella anduviese tan sola a aquellas horas tan silenciosas y oscuras. Sus familiares la protegían como si su cuerpo fuese de cristal. No olvidaba en ningún momento que ella era una de las personas más importantes del poblado. La gente se refugiaba en su sabiduría, leía en sus ojos la continuidad de la vida y encontraban en sus manos la guía que a ellos muchas veces les faltaba.

Nadie advirtió sus movimientos. La noche fue quien la detuvo, quien la recibió en su oscuridad, en sus brazos silentes. Olía tanto a savia que le pareció que aquel olor la asfixiaba, pero no tuvo miedo. Cerró con fuerza los ojos y empezó a caminar entre los árboles, alejándose de su hogar.

El silencio era tan profundo que incluso le daba miedo quebrarlo con el murmullo suave de su respiración; pero entonces se percató de que el bosque la había recibido con un inmenso cariño. La arropaba la noche con su oscuridad y su silencio, la luna con su plateado fulgor y el viento que de vez en cuando soplaba con fuerza, como si quisiese impedir que las ramas de los árboles permaneciesen sumidas en el tierno sopor al que las nieblas las conducían.

La voz de su alma era muy potente. No se callaba nunca y en esos momentos gritaba en vez de susurrar, revelándole con insistencia y desesperación certezas que le costaba mucho comprender. Sentía que en su pecho latía un miedo que jamás había experimentado. Temía que aquel mundo que ella tanto amaba se desvaneciese, que alguien, con maldad e incomprensión, la alejase de su tierra; la que ella sentía tan suya. No obstante, enseguida se percató de que aquel pavor no formaba parte de su presente ni de su cercano futuro, sino que nacía de un tiempo remoto e inalcanzable. Debían transcurrir muchos años hasta que aquel temor se volviese realidad.

Su alma también le insistía en que viviese cada instante como si fuese el último que podía compartir con aquella tierra. Le desvelaba que su amado hogar cambiaría con el paso del tiempo, que vería crecer la nostalgia en su corazón, experimentaría el vacío de la añoranza, de la insoportable morriña que siempre le llenaría el alma, que siempre le horadaría heridas que jamás nadie podría sanarle, solamente su amada tierra; a la que en esos momentos ni siquiera la llamaban con el nombre que ella conocía, que tantas veces se repetiría en su memoria recordándole cuánto la extrañaba, cuánto la necesitaba. Sólo un vago musitar se perdía en los remotos confines de su futura memoria, exclamando una palabra que se repetía cada vez con más debilidad, como si el tiempo que aún no había transcurrido la desvaneciese... «Gallaecia, Gallaecia, Gallaecia...»

Notó que le faltaba el aire, que todas aquellas sensaciones se le agolpaban en el pecho y se le hundían en el alma como si de una espada afilada se tratase. Como si quisiese huir de aquellas emociones que tanto la sobrecogían, empezó a correr, colina abajo, a través de los árboles, sintiendo cómo el viento la abrazaba y le agitaba los cabellos, oyendo cómo el silencio de la noche se mezclaba con los latidos de su corazón, notando palpitar la tierra sagrada bajo sus pies.

Entonces, de pronto, el rugido del bravo mar le golpeó en el alma. Se detuvo en cuanto aquella poderosa voz se le hundió en el corazón. Había llegado al rincón más sagrado de su tierra. La hierba y las rocas se fundían en una única visión nebulosa. La luna lanzaba sus rayos al mar y su poderoso movimiento los devoraba, sumergiéndolos en su lejano fondo.

Se arrodilló en la hierba y cerró los ojos de nuevo. El viento que antes había soplado de vez en cuando se volvió insistente. Empezó a recorrer su alrededor con una velocidad creciente a la vez que el mar gritaba cada vez con más fuerza, como si quisiese protestar.

Había tenido a su alcance el brillo de las estrellas, pero de repente unas nubes gruesas cubrieron el cielo, ocultando también la tierna luz de la luna. La oscuridad se hizo tenebrosa, absoluta, silente. Debía regresar a su hogar antes de que empezase a llover con la fuerza que ella ya tanto conocía. Su tierra era así, calmada y de pronto furiosa.

De súbito, aquel momento empezó a deshacerse. Agnes notó que algo la alejaba de aquel viento, de aquella hierba mullida, de los suspiros desesperados del mar. Quiso aferrarse a aquel instante para impedir que la distanciasen de aquel lugar tan mágico que, de repente, la instó a evocar lejanos recuerdos que apenas pudo recuperar. Sólo los sintió latir en su alma durante unos efímeros segundos, pero después desaparecieron, volando hacia el silencio del olvido.

Las nieblas la envolvieron de nuevo. Se sintió perdida entre los tiempos, entre sus propias vidas. Mas la oscuridad y la confusión duraron apenas unos instantes. De repente un olor muy intenso a leña quemada, a agua y a hojas vivas se hundió en aquella soledad. Vio crecer ante sí una tímida hoguera que, poco a poco, fue engrandeciéndose. Alguien la tomaba de la cintura con cariño y le susurraba en el oído unas palabras que al principio le costó mucho comprender. La luna brillaba con una fuerza inmensa. Casi la deslumbraba. Aquel fulgor la aturdía, la hechizaba incluso.

Era una mujer quien le hablaba con tanto primor en el oído. Entonces empezó a entender lo que ella le pedía, aunque, durante unos largos instantes, solamente existió para ella aquella voz tan suave que, sin comprender por qué, contenía un sinfín de recuerdos.

     Agnes, salta, salta, salta antes de que se haga más grande.

Le hablaba en castellano; en un idioma en el que ella no solía expresarse ni pensar. El poder que le latía en el alma la desorientaba y le parecía que las palabras que ella le dedicaba se perdían en una confusión inquebrantable. No obstante, sabía lo que tenía que hacer. Se despojó rápidamente del vestido que llevaba y empezó a correr alrededor de la hoguera. La voz poderosa y alegre de la gaita comenzó a sonar quebrando el silencio de la noche. Agnes respiró profundamente para introducir en su alma toda la magia de ese instante y se unió a los cantos que todos los que la rodeaban, todos los que vivían con ella aquel momento, habían principiado a entonar.

«Lúa Lúa, sacra Lúa,
Lúa, branca, sacra Lúa,
Lúa, Lúa, branca Lúa, Lúa sacra, branca Lúa».

Cantaban cada vez con más ímpetu, con más alegría, con más emoción, alimentando la noche con aquella melodía tan mágica, tan impetuosa y hermosa.

Era la noche del solsticio de verano. El calor se asomaba entre las montañas, la luna esplendía cada vez con más poder, como si los cantos que todos entonaban la animasen y alimentasen su resplandor.

     ¡Salta, Agnes!

La voz de la misma mujer que antes le había hablado en el oído resurgió en medio de los cantos, se volvió poderosa de repente y la impulsó como si de veras fuesen unas manos que la empujaban.

     Purifica nosa terra!

Otra voz la había animado, la había impelido a la locura. Entonces se detuvo y cerró con fuerza los ojos. Todavía no había dejado de cantar aquella canción que tanto se conocía, que año tras año entonaban todos en aquella noche tan mágica.

Abrió los ojos unos instantes para comprobar cuán grandes eran las llamas y entonces, sintiéndose libre, se alejó de allí, retornó corriendo hacia la hoguera y saltó, saltó lo más alto que pudo. Notó latir bajo su cuerpo la presencia ígnea del fuego y se sintió tan volátil, tan fuerte, tan poderosa...

Cayó a la tierra con delicadeza. Lo primero que notó fue que el alma se le llenaba de orgullo y felicidad. Tenía los ojos lacrimosos. La felicidad era casi asfixiante. Todos reían a su alrededor, también con una alegría desbordante.

La felicidad que teñía aquel momento se intensificó con brutalidad, como si de repente La Luz de la luna la hubiese vuelto imperecedera e invencible. Entonces Agnes sintió que ansiaba reír, reír hasta perder la noción del tiempo. Se levantó rápidamente de la tierra, corrió hacia la vera de la mujer que con tanta ilusión le había pedido que saltase y la tomó de la mano mientras ya todos comenzaban a danzar alrededor de la hoguera, cuyas llamas cada vez se alzaban con más fuerza hacia el cielo. Nadie dejaba de cantar. Se mezclaban todas las voces en una melodía hipnótica que a Agnes le encogía el corazón, pero todavía tenía muchas ganas de reír de alegría, de entusiasmo incluso.

La mujer que también bailaba junto a ella la miró a los ojos efímeramente y, al percibir que Agnes se sentía tan inmensamente feliz, le sonrió con muchísima luz.

     Es la primera vez que lo consigo —le reveló Agnes hablando en castellano; el idioma en el que la mujer se expresaba—. Y te aseguro que lo que se siente es tan inmenso... Tendremos muy buenas cosechas este año, te lo prometo.

     Si tú lo dices, entonces será cierto —le contestó ella sonriendo feliz.

Y entonces danzaron sin sentir el paso del tiempo, cantaron sin notar el cansancio en la voz, sin que temblase ninguna palabra. La luna descendía entre las estrellas hacia al otro lado del horizonte mientras la noche se llenaba cada vez de más magia.

Cuando el amanecer se hizo un hueco en la oscuridad, entonces las llamas de la hoguera comenzaron a morir. Ya todos habían comido y bebido hasta sentirse saciados, todos menos Agnes, quien no había podido probar ni el bocado más sutil. Estaba inquieta, nerviosa, estaba tan feliz, tan llena de energía que apenas podía respirar. Se le habían agolpado en el alma las sensaciones más hermosas de la vida y en esa noche notó, con más potencia que nunca, cuán grande podía ser su poder, cuánta voz tenían sus dones.

Cuando comenzó a alborear, entonces se levantó de la arena y, sin avisar a nadie, corrió hacia el mar. Sintió bajo sus pies la dureza de las rocas e incluso notó que alguna deseaba arañarle la piel, pero no le importó. Debía saltar hacia el agua. Siempre la había sobrecogido la fuerza y la ferocidad del océano, pero aquel amanecer se sentía distinta. Un ímpetu ancestral la impulsaba.

Cerró los ojos y saltó al vacío. El viento la envolvió en un abrazo travieso y la empujó hacia el mar con una velocidad vertiginosa. Las olas jugaron con ella durante unos instantes que a Agnes ni siquiera la asustaron. Había perdido el control de su cuerpo, pero enseguida lo recuperó. Forcejeó con las olas poderosas hasta que al fin consiguió empezar a nadar hacia la orilla. El acantilado quedaba lejos, escondido entre las estrellas. Ni tan sólo se preguntaba cómo era posible que se hubiese sentido capaz de saltar.

De repente, cuando más mezclada se sentía con el agua, comenzaron a desvanecerse las sensaciones que experimentaba, los sonidos que oía y también la oscuridad decreciente de la noche. Las sombras de aquella nada que la separaba de su pasado se cernieron de nuevo sobre su mente, pero esta vez ninguna imagen las quebró.

Agnes se percató de que se hallaba en la realidad de la que la hipnosis la alejaba. Notó que a su lado Gaya la llamaba con mucho cariño y delicadeza. Ya no sentía el movimiento oscilante del péndulo. Todo estaba en silencio y en calma, pero en su interior batallaban las sensaciones más intensas. No podía distinguir un sentimiento de otro. Todos le parecían una maraña de recuerdos, de impresiones, de intuiciones y emociones que apenas podía soportar.

     Agnes, ¿puedes oírme?

Sí, la oía y comprendía todas sus palabras, pero estaba tan confundida que apenas sabía qué debía decirle. Abrió los ojos con lentitud, como si temiese que las imágenes que se encontraría tras la oscuridad la asustasen infinitamente.

     Era a noite do solsticio do verán —susurró para sí misma en gallego, como si no quisiese que nadie más oyese sus palabras.

     Agnes, tienes que contarme lo que has vivido.

     Eu saltei por primeira vez, Sentíame moi forte. Era tan máxico todo... O lume brillaba con moita forza e o mar estaba embravecido.

     Agnes, ¿estás aquí conmigo? —le preguntó Gaya con preocupación acariciándole la cabeza.

     Gaya, me siento perdida y desorientada —le confesó mirándola brumosa y vagamente.

     es comprensible, Agnes.

     Gaya, estaba celebrando el solsticio de verano. Salté por primera vez por encima del fuego y me sentía fuerte. Además me lancé al mar. Me hallaba de nuevo junto a la mujer que siempre me encuentro en esa realidad. Celebrábamos el solsticio de verano cabe un precioso acantilado y yo salté sin sentir miedo, Gaya; pero antes estuve en una casa redondiña muy graciosa, con mucha gente que dormía, y yo salía de allí y corría libre por el bosque hasta llegar a la vera del mar. Era Galicia, pero estaba tan cambiada... Sé que estaba en Galicia y yo era importante para mucha gente. Incluso en la noche del solsticio de verano tenía que saltar por encima del fuego para purificar la tierra a través de mi cuerpo. Y también presentía que tendríamos muy buenas cosechas —le explicó confusa y casi desesperadamente.

     Necesitas dormir. Tras cada sesión te desorientas mucho.

     Gaya, necesito que sigamos con este tratamiento. Ya sé que te dije que no quería que...

     No, Agnes. Ésta ha sido la última sesión de hipnosis que te aplico.

     No, Gaya. Todavía no sé por qué me siento tan triste cuando me hallo lejos de mi tierra. Me cuesta respirar cuando pienso en Galicia, cuando recuerdo lo lejos que estoy de ella —le reveló con lágrimas en los ojos.

     Tienes con ese lugar un lazo muy fuerte que no ha nacido en esta vida, Agnes.

     Y tampoco sé por qué siempre fui tan propensa a entristecerme, por qué siempre tuve en el alma esa nostalgia tan grande.

     ¿Todavía no puedes extraer alguna conclusión de todo lo que has visto?

     No sé ni siquiera cuántas vidas tuve, cuántos años viví, cuántas veces me reencarné; pero puedo asegurarte que fui siempre como soy ahora, que siempre fui la misma, Gaya. Siempre tuve un poder especial en el alma. Siempre estuve muy conectada con la tierriña, con su magia, con sus costumbres —le indicó empezando a llorar—. Escúchame, Gaya. sé que mi cura está en Galicia. Gaya, tengo que volver a Galicia. No soporto estar lejos de mi hogar. Si regreso, me curaré, te lo aseguro.

     Tienes que curarte primero, Agnes, o al menos aprender a vivir con tus heridas. Hasta entonces, no es conveniente que te marches sola a ninguna parte.

     Pero yo no me curaré jamás si no regreso a Galicia —le insistió con un desconsuelo interminable mientras se sentaba y miraba a Gaya con desesperación.

     No puedes volver a Galicia todavía, cariño.

Aquellas palabras le apuñalaron el corazón. Se sintió perdida en sus propios sentimientos. No comprendía por qué Gaya, quien la quería tanto, le impedía regresar a su tierra. Le pareció que de nuevo se hallaba en aquel hospital en el que tanto le habían cortado las alas. No obstante, también entendía las palabras de Gaya.

     Sí estoy preparada para volver —la contradijo sin embargo, notando que el corazón se le convertía en una punzada de dolor.

     No, Agnes, todavía no estás preparada, cariño. Venga, vayamos a dormir ya.

     Tal vez, si empiezo a vivir sola en medio del bosque, en alguna cabaña, pueda acostumbrarme más a mí misma y a mis sentimientos y pueda prepararme para habitar en Galicia sin que nadie tenga que estar pendiente de mis emociones ni de mi existencia.

     Ya hablaremos de eso mañana, cariño.

     Ya transcurrieron prácticamente dos años desde que Gilbert me rescató del hospital y todavía no tuve la oportunidad de demostraros que yo sí puedo depender de mí misma. Gilbert luchó mucho para convertirse en mi tutor legal y es cierto que yo apenas les presté atención a todos esos procesos que él tuvo que sufrir para lograrlo, pero...

     Agnes, estás muy confundida. Tienes que calmarte.

     Al fin lo consiguió. Él es mi tutor legal, pero sabe perfectamente que yo puedo vivir sola, Gaya.

     No te conviene ponerte tan nerviosa. Tranquilízate, Agnes.

     ¡Es que tú tampoco me entiendes! —exclamó con una impotencia desgarradora—. ¡No comprendes que lo único que me conviene es volver a mi tierra, a mi verdadero hogar! ¡Viviendo lejos de Galicia nunca me curaré!

Agnes había comenzado a hiperventilar y a temblar con una brutalidad que no dejaba de intensificarse. Para intentar calmarla, Gaya la abrazó con mucho amor, pero Agnes huyó de sus brazos antes de percibir el inmenso cariño con el que Gaya deseaba protegerla. Se levantó rápidamente de donde estaba sentada y corrió hacia el exterior ignorando la voz de Gaya, quien la llamaba con paciencia y ternura.

Gaya intentó impedir que Agnes huyese de su hogar y se internase en la oscuridad espesa de la noche, pero Agnes se había vuelto ágil y escurridiza. En esos momentos, apenas controlaba lo que sentía. Lo único que experimentaba era aquel poderoso pavor que le arrebataba la calma y que le provocaba aquellos ataques de pánico que tanto la deshacían.

Todos los recuerdos antiguos que la hipnosis le había mostrado se le agolpaban en el alma. Las emociones que se desprendían de ellos la confundían muchísimo más y ahondaban el miedo que tan irrevocablemente se había apoderado de su entereza.

Cuando la oscuridad de la noche la rodeó, Agnes se quedó paralizada en medio del jardín de Gaya, sin saber a dónde ir, sin saber qué hacer. La soledad que en esos momentos la envolvía eran unas manos que no dejaban de apuñalarle el alma. Creía que, en todas partes, había ojos que la miraban con ira y odio y que, en cualquier momento, alguien la agarraría con violencia para arrastrarla de nuevo hacia aquella habitación horrible y sobria en la que había vivido los peores momentos de su existencia.

La hermosa naturaleza que la rodeaba comenzó a convertirse para Agnes en los solitarios y asfixiantes pasillos del hospital en el que había permanecido encerrada durante tanto tiempo. Mirase por donde mirase, creía detectar la presencia de alguno de aquellos enfermeros que tanto la habían maltratado o de aquellas chicas malvadas que se habían burlado tan desconsideradamente de ella.

Aquellas percepciones la instaron a correr apenas sin advertir la apariencia de lo que la rodeaba. Se tropezó muchísimas veces con las raíces de los árboles y con las piedras que accidentalmente le golpeaban en los pies. De repente, perdió el equilibrio y cayó al suelo notando que la tierra temblaba con fuerza.

Aquella caída la paralizó y le arrebató la energía que le había permitido correr tan despavorida. Gaya había seguido esforzándose por igualar el acelerado paso al que Agnes se desplazaba. Al fin, la encontró tendida en el suelo, llorando con una desolación desgarradora. Gaya se agachó junto a Agnes e intentó convocar su frágil atención, pero parecía como si Agnes no se hallase en su misma realidad. La llamó con amor e insistencia, pero Agnes no reaccionaba.

     Agnes, cariño, mírame.

Deseaba abrazarla para protegerla, pero sabía que Agnes se asustaría muchísimo más si la tocaba. Sin embargo, era la única forma de hacerle sentir a Agnes que no estaba sola ni tan desamparada como creía.

Al contrario de lo que había creído, cuando la abrazó, Agnes se aferró con fuerza a ella y se escondió entre sus brazos como si en esos momentos Gaya fuese la materialización de todos sus anhelos más antiguos. Gaya la acunó con mucho amor mientras no dejaba de susurrarle palabras de aliento y calma.

     Ya pasó todo, Agnes. Estás aquí, conmigo —le musitaba con una voz maternal.

     No quiero que me encierren de nuevo —le contestó casi sin poder hablar.

     Nadie va a encerrarte en ninguna parte, Agnes.

     Ahora no, pero, cuando pasen unos cuantos años, me llevaréis a ese lugar —hipaba sin consuelo.

     Eso no es cierto, Agnes.

     No me permitiréis regresar a Galicia y eso me enfermará mucho más... Y cuando queráis curarme ya será demasiado tarde.

     Ahora no pienses en eso, cariño. Podrás regresar, pero tienes que sentirte más fuerte.

     No podré sentirme más fuerte si no me dejáis vivir sola, si me sobreprotegéis tanto.

     Puede que tengas razón, cielo. Mañana hablaremos con Gilbert, ¿de acuerdo? Ahora vayamos a dormir.

Agnes consiguió dominar sus intensos sentimientos. Gaya la ayudó a serenarse y a desprenderse de las horribles certezas que le habían anegado toda el alma. Sin embargo, no pudo dormir prácticamente en toda la noche. Continuamente soñaba con Galicia. Soñaba que podía regresar, que de nuevo se hallaba en el bosque que ella tanto extrañaba. Se despertaba de aquellos sueños notando que le dolía intensamente el alma, pero trataba de ignorar aquellas emociones para poder ser fuerte y así demostrarles a Gaya y a Gilbert que estaba preparada para vivir sola, aunque no fuese verdad. Les mentiría si era necesario para conseguir que al fin le permitiesen volver al único hogar que ella tenía en el mundo.

1 comentario:

  1. Creo que por primera vez un capítulo tuyo se me queda corto, es decir, muchas veces, igual que ahora, me quedo con ganas de más, pero esta vez el sentimiento es aún mayor de lo común, me lo he leído todo de un tirón, sin parpadear, disfrutando cada línea, cada palabra. Es increíble todo lo que encierra Agnes, y cómo se va desgranando, aunque con cada certeza se abran también nuevas incógnitas.
    El rito de iniciación ha dejado bien clara la aversión mutua entre Moira y Agnes, aunque es más bien la primera quien tiene algo contra la protagonista, después de todo ¿qué le ha hecho? Me imagino que la cosa irá a más y que veremos algún episodio fuera de tono entre ellas, si no al tiempo. Pero la parte más interesante, para mí, viene con la hipnosis de Agnes, porque se transporta a una realidad que me sobrecoge, el interés de esos momentos es máximo para mí. Y, sobre todo, ¿quién es esa mujer con la que se encuentra en el pasado? Estos momentos son en principio desconocidos, así que no se puede adivinar su identidad, o sea, me pregunto ¿dónde pasa todo esto? parece que en Galicia, tanto por lo que parece entorno natural como por el lenguaje, en una zona rural, por aquello de hablar de cosechas y celebrar la noche de san juan, etc; bien pero ¿cuándo? Es el pasado, pero lo mismo puede ser hace 30 años que hace 300 o más, ya que precisamente el entorno rural gallego se ha movido muy poco, tal vez me inclino porque hace mucho tiempo, ya que se menciona que hay habla gallega antigua, como si fuese una variante ancestral. En esa realidad, por así llamarla, Agnes tiene 30 años, por tanto es evidente que no se trata de ella, no podría ser de ningún modo, tengo que pensar en una vida anterior, además ella misma se reconoce distinta, "no estoy enferma", dice, ¿cuándo sería todo eso? Y, además, queda la pregunta mayor, ¿quién es esa mujer que la acompaña? Quieren hacerle daño, parece sabia, la acompaña... ¿tiene que ver con Gaya? ¿con Némesis incluso? ¿con otro personaje conocido o con alguno totalmente inédito? Me hago cábalas con eso, es la razón por la que decía al principio que quiero saber más... a Agnes le pasa un poco lo mismo, llega un momento que se asusta con la hipnosis y se quiere desentender, pero luego comprende que tener todo el conocimiento es siempre lo mejor, cerrar los ojos no lleva a nada, solo nos retrasa ¿quién es entonces esa misteriosa mujer? Todo el proceso ha servido también para que Gilbert y sobre todo Gaya se den cuenta de que Agnes no es una persona cualquiera, sí, es lista, es sensible, pero el asunto va más allá, porque abarca más vidas, ¿por qué razón las personas van y vienen? ¿será verdad que regresamos porque tenemos una razón para hacerlo y esperamos el momento que nos parece oportuno? Es sobrecogedora la premonición de Agnes sobre que irá de nuevo al hospital, da una cosa en el estómago pensarlo que... vamos... En fin, muy bueno el capítulo, me quedo esperando los próximos que vas a poner. Me he quedado muy bien, no sé cómo decirte, con ganas de más pero a la vez satisfechísimo por estar participando como lector en esto, así que muchas gracias.

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