lunes, 24 de julio de 2017

EL ABRAZO DE LA TIERRA: CAPÍTULO 11. CONSTRUYENDO UN HOGAR


Capítulo 11

 

Construyendo un hogar

 

Había comenzado para Agnes una nueva vida. Se abrió ante sus ojos un camino esplendoroso cuyo brillo trataba de atravesar las sombras de su pasado; las que, sin embargo, se negaban a abandonarla definitivamente. Aunque junto a Némesis, Gaya y Gilbert, Agnes se sintiese protegida, todavía notaba susurrar en su interior la voz de esos agresivos miedos que destruían su consciencia sin avisar, sin que nadie pudiese evitarlo. Además, Agnes no conseguía desprenderse de la honda tristeza que le anegaba el alma, a pesar de que, a lo largo de los primeros meses que vivió en el hogar de Gilbert, hubo instantes muy hermosos que la amparaban como La Luz del alba cuida de las flores nacientes. Sin embargo, Agnes deseaba luchar contra su extraña enfermedad, deseaba ser fuerte y valiente para poder construir un nuevo futuro, un atrayente y bello presente que no la asustase.

Gaya y Gilbert se comprometieron a convertirse en sus maestros cuando ella estuviese preparada para recibir todos esos conocimientos que ellos deseaban transmitirle. Nunca habían experimentado un deseo tan fuerte de compartir con otra persona la hermosa sabiduría que ellos habían adquirido con el paso del tiempo y con las experiencias que habían vivido. La forma de ser de Agnes les parecía única y muy especial. Era la primera vez que ansiaban que alguien fuese su aprendiz. Estaban totalmente convencidos de que Agnes había llegado al mundo para enfocar su vida a esas creencias y ser inmensamente sabia. Pensaban, con potencia e insistencia, que Agnes tenía un sinfín de dones mágicos que debía desarrollar, pues, si descubría cuán poderosa era, entonces comprendería por qué siempre había sido tan especial, tan sensible, tan inteligente. No obstante, ambos eran conscientes de que, antes de iniciar aquel camino, Agnes debía recuperarse mínimamente de las heridas que tenía horadadas en el alma; esas heridas que le impedían ser libre en su propia vida, que no dejaban de sangrarle abundantemente y que se expresaban a gritos a través de las terribles pesadillas que la atacaban prácticamente todas las noches. Sabían que Agnes debía deshacerse de la inmensa inseguridad que dominaba sus movimientos, sus pensamientos y sus sentimientos. Agnes tenía que ser un poquito más fuerte para poder adentrarse en el período de iniciación que la esperaba.

Saber que, dentro de muy poco, si ella se esmeraba en curarse, Gilbert y Gaya se convertirían en sus maestros la alentaba muchísimo, la instaba a pugnar contra las sensaciones asfixiantes que todavía le apretaban el corazón. Se esforzó por aprender a disfrutar de cada instante que componía el día, a detectar los matices más bellos de los hechos que le acaecían y sobre todo se centró en esas sensaciones y esas emociones tiernas que le inundaban el corazón cuando sentía el amor que ambos le entregaban, cuando se percataba de que al fin era libre, de que ya no se hallaba encerrada en aquel horrible hospital que tanto la había destruido.

Agnes aprendió a apreciar de nuevo el susurro de la mañana cuando amanecía. Siempre que abría los ojos, se hundía en la suave melodía con la que La Luz del alba despertaba la naturaleza y entonces notaba que una paz inmensa, cálida y aterciopelada le llenaba el alma, deshaciendo el eco de las pesadillas que le habían impedido dormir serenamente. Y aquella ilusión que le acariciaba el corazón todos los días se intensificaba siempre que se reencontraba con Némesis, con quien pasaba la mayor parte de sus horas.

Aunque los primeros meses que Agnes vivía allí, lejos del hospital, fuesen difíciles y todavía tristes, Agnes empezó a disfrutar nuevamente de la vida. Hacía muchísimo tiempo que no se creía capaz de percibir la bondad de cada momento, la magia de cada lugar y de cada hecho. Desde que la habían alejado de Galicia tan injustamente, no había vuelto a sentirse dichosa de vivir, no había vuelto a encontrar razones para abrir los ojos todos los días.

Los años que había vivido en el hospital eran para ella unas brumas absorbentes y muy densas que de repente se cernían sobre su alma y oscurecían el creciente brillo que había comenzado a impregnar su vida. Agnes luchaba contra la sensación de asfixia que le provocaba evocar aquellos horribles momentos, pero muchas veces era incapaz de huir del pánico que se apoderaba de ella cada vez que aquellos recuerdos se le esparcían por la memoria. Entonces Gilbert o Gaya tenían que ayudarla a tranquilizarse. A veces les costaba mucho conseguir que Agnes comprendiese que se hallaba en un lugar en el que nadie la heriría, pero, en otras ocasiones, Agnes enseguida captaba el amor con el que ambos deseaban protegerla y recuperaba la noción de sí misma casi sin esfuerzo.

Mas al fin llegó el primer instante de su período de aprendizaje. Fue en febrero cuando Agnes se internó en el camino de la iniciación. Aunque todavía no se sintiese recuperada, Agnes les insistió muchísimo a Gaya y a Gilbert en que le permitiesen empezar a recorrer aquella senda que tanto la reclamaba. Ninguno de los dos se opuso a que Agnes se sumergiese en aquellas lecciones que podían volverla mucho más sabia. Incluso creían que volcarse en aquel estudio la ayudaría a luchar con más vigor contra los sentimientos más desgarradores que moraban en su alma.

Ser aprendiz de Gaya y Gilbert fue lo más hermoso que Agnes había vivido en muchísimo tiempo. Agnes confiaba plenamente en ellos y creía en todo lo que le aseguraban. Entre los tres había crecido una inquebrantable unión que los conectaba de forma irrevocable, como si todos perteneciesen a un mundo que sólo ellos conocían. Agnes únicamente había experimentado la magia y la luz de un lazo tan bonito y real con su abuela y, desde que ella se había marchado, ningún sentimiento había vuelto a llenarle el alma con tanta fuerza y esplendor.

Gaya y Gilbert no sólo le enseñaron a detectar los secretos más tiernos y hermosos de la naturaleza, sino también a descubrirse a sí misma, a potenciar sus dones, a expresarse a través de sus ojos, de su intuición, de su voz, de sus preciosas habilidades. Hasta entonces, Agnes había creído que las facetas más místicas de su carácter eran un error que nadie podría aceptar ni comprender, pero, en cuanto comenzó su aprendizaje, entendió por qué la Diosa la había llevado hasta allí y por qué gozaba de unos poderes tan importantes y mágicos.

No sólo le transmitieron conocimientos acerca de la naturaleza, de los seres que nacían en ella y del lenguaje en el que cada elemento se expresaba. También la ayudaron a comprender cada uno de los matices que definían la hermosa religión en la que ella siempre había creído sin saberlo. Le explicaron en qué consistía cada una de las festividades que marcaban su calendario, qué significaban sus preceptos más importantes, cómo debía vivir cada momento del año.

     Nunca olvides que la premisa más importante para nosotros es que te comportes con los demás como te gustaría que te tratasen y no hagas nada que no te gustaría que te hiciesen —le indicó Gilbert una mañana tiernamente soleada—. Nuestra religión se basa sobre todo en la magia que tenemos por dentro. Esa magia nos permite lograr objetivos relevantes para nosotros si nos esmeramos en conseguirlo, pero ten en cuenta que, si alguna vez usas esa magia para dañar a alguien o para perjudicar alguna vida, el mal que causes regresará a ti multiplicado por tres.

Al oír aquellas palabras, a Agnes se le aceleró el corazón. En algunas ocasiones, había ansiado vengarse de todas esas personas que la habían herido tanto, que tan cruelmente la habían tratado y rechazado. Se había imaginado enviándoles energía negativa en la distancia, sin que nadie pudiese figurarse que era ella quien estaba tiñendo de oscuridad sus vidas; mas siempre se había deshecho de esos pensamientos notando que el alma se le llenaba de inseguridad y miedo. Sabía que nunca sería capaz de comportarse de ese modo tan reprobable y triste.

     Además, creemos que la naturaleza debe ser inmensa e irreversiblemente respetada, pues es el cuerpo de nuestra Diosa. El sol es nuestro Dios, es el que se une a nuestra Madre para crear la rueda del año. Las estaciones del año dependen de la relación entre el Sol y la Tierra. Otro de nuestros preceptos más importantes es que nosotros no somos proselitistas. No le hablamos de nuestras creencias a nadie que no pueda entendernos. Si contigo hemos obrado de un modo distinto, es porque desde el principio estuvimos plenamente convencidos de que tú habías llegado a esta vida para formar parte de este camino.

     Gilbert, cuando vivía en Galicia, llegué a celebrar algún ritual sencillo en medio del bosque —le confesó Agnes nerviosa y emocionada. Nunca le había desvelado a nadie aquellos recuerdos.

     ¿Y qué solías hacer? —le preguntó interesado.

     Convocaba a los elementos y les prestaba muchísima atención a los susurros que me rodeaban. Entonces notaba que la Diosa se comunicaba conmigo. Ella me hablaba, Gilbert, te lo aseguro; pero nadie me creía cuando lo explicaba. Yo sentía que Ella siempre estaba conmigo, pero, cuando me encerraron en el hospital, dejé de oír su voz. Con el tiempo comprendí que no podía oírla porque la Diosa puede expresarse con nitidez si nos hallamos envueltos en la magia de la naturaleza. Lejos de los bosques o del mar, no podemos notar su presencia.

     Tienes tanta razón... ¿Y con qué finalidad celebrabas esos rituales?

     Básicamente lo hacía para conectar con la Diosa —le contestó sin mirarlo directamente a los ojos.

Gilbert intuyó que Agnes le ocultaba prácticamente toda la verdad, pero no fue capaz de preguntarle nada. Entendió que, si ella no deseaba revelarle todos los matices de aquellos momentos, era porque sentía que aquéllos debían quedar hundidos en su memoria sin que nadie los conociese.

Las conversaciones con Gilbert siempre le llenaban a Agnes el alma de impaciencia e ilusión. Ansiaba conocer todos los detalles de las enseñanzas que él le transmitía. Sin embargo, nunca desveló sus sentimientos. Se mantuvo serena siempre, aguardando cada lección con mucha esperanza y entusiasmo.

Agnes era una alumna muy aplicada que mostraba un inmenso amor por todos los seres que moraban en la naturaleza, que vivían de su fuerza, de su bondad y de sus cambios de tiempo. También le interesaba muchísimo el carácter de las plantas, el efecto que éstas tenían en el cuerpo y el lenguaje en el que ellas se expresaban. Algunos de aquellos conocimientos ya se albergaban en su alma desde hacía muchísimo tiempo; pero, mientras permaneció encerrada en el hospital, apenas había sido capaz de evocarlos. Gilbert y Gaya la ayudaron a rescatarlos, a recuperar todo lo que ella había aprendido en Galicia gracias a la paciencia y a la sabiduría que aquel bosque que ella tanto amaba le entregaba.

Mientras Gilbert le transmitía a Agnes todos aquellos conocimientos que tan sabia podían volverla, Gaya se esmeraba en intentar sanarle las profundas heridas que la vida le había hendido en el alma. Conversaba con ella largo y tendido, con profundidad e interés, casi todos los días. Agnes sabía que Gaya podría comprender todos sus sentimientos y sus pensamientos más extraños y enrevesados. Por eso se sentía capaz de desvelarle la mayor parte de sus recuerdos. Le hablaba sobre las emociones que éstos le suscitaban y de lo que experimentaba cada vez que, sin poder evitarlo, rememoraba los horribles y tristes días que había vivido en aquel espantoso hospital en el que ella se había enfermado irreversiblemente. Agnes le aseguraba a Gaya que notaba latir en su pecho esa profunda herida que la maldad y la distancia que la separaba de su tierra le habían horadado. La notaba palpitar, sangrante y ardiente. El dolor que aquella herida le lanzaba por todo su cuerpo era tangible y abrasador.

Gaya la trataba con terapias muy hermosas que a Agnes le llenaban el alma de paz; aunque todavía no había conseguido atenuar la intensidad de los síntomas de su terrible enfermedad. Sin embargo, gracias a aquellos tratamientos tan inocuos y mágicos, Agnes pudo recuperar una pequeña parte de esa serenidad que había inundado sus días mientras vivía en Galicia. También se restableció, poco a poco, su salud física. La debilidad que se había llevado consigo al marcharse del hospital fue desapareciendo hasta que, al fin, se esfumó por completo.

     Gaya, me gustaría contarte una cosiña —le comentó Agnes tras una sesión de Reiki.

     Sí, lo que desees.

     Hace muchos años que no menstrúo. Se me retiró el período cuando me encerraron en el hospital y desde entonces...

     Es probable que las terapias con las que te trataban te dañasen en exceso.

     ¿Crees que alguna vez recuperaré esa parte de mi feminidad? —le preguntó asustada y entristecida.

     No lo sé, Agnes; pero no debes inquietarte por eso. No serás menos mujer porque no tengas la menstruación; aunque, si lo deseas, puedo aplicarte una sesión muy especial de Reiki enfocada precisamente a recuperar esa parte de nosotras que las crueles experiencias nos han arrebatado.

     Sí, por favor.

Sorprendentemente, al cabo de unos meses, gracias a la paciencia y la magia de Gaya, Agnes, al fin, recuperó esa parte de sí misma que había perdido al ser encerrada en aquel sanatorio en el que tanto la maltrataron. La noche en la que descubrió que su período se había restablecido, llamó a Gaya por teléfono desde la casa de Gilbert y, con un entusiasmo muy tierno, le comunicó a Gaya aquella noticia que para ella era tan importante.

Aquel hecho le otorgó una seguridad en sí misma que hasta entonces sólo había palpitado en su alma en forma de destellos evanescentes. El ánimo que reinaba en sus días más brillantes se fortaleció y Agnes empezó a confiar con mucha más plenitud en la vida y en los seres que tanto la querían.

Agnes les resultaba siempre fascinante. Continuamente les demostraba que era mucho más mágica de lo que ellos habían creído. Durante las primeras semanas de su aprendizaje, Agnes mostró interés por todos los temas de los que le hablaban sus maestros; pero, poco a poco, ambos fueron dándose cuenta de que Agnes sentía predilección por las terapias naturales, por las propiedades de las plantas y de las piedras y también por la utilidad de todos los rituales que podía celebrar en solitario. Así pues, Gaya se esforzó por transmitirle a Agnes una gran parte de la sabiduría que ella había adquirido con el paso del tiempo y con todas las experiencias que había vivido. Además, aquellas lecciones les sirvieron a las dos para conocerse profunda y tiernamente.

Agnes nunca se cansaba de aprender. Continuamente les demostraba que ningún conocimiento le parecía suficiente. Gaya y Gilbert se sobrecogían cuando se percataban de que Agnes retenía con muchísima facilidad toda la información que ellos le transmitían y cuando advertían que nunca se agotaba, que siempre permanecía atenta a cualquier detalle que ellos le comunicasen.

Así pues, cuando llegó el verano, Agnes gozaba ya de un sinfín de conocimientos que habían mudado su forma de sentir y de pensar. Se comportaba con mucha más serenidad que antes, observaba su alrededor con una paciencia desbordante y también se expresaba con más seguridad, tiñendo de razón y de lógica cada una de sus palabras. Además, cuando presentía que su bello ánimo estaba a punto de mudar, avisaba a Gilbert para que la ayudase, para que no la dejase sola en unos momentos que tanto le costaba vivir. Sin embargo, parecía como si Agnes se hubiese habituado a sus cambios de humor y a los ataques de pánico que de vez en cuando todavía le sobrevenían. No se asustaba tanto cuando percibía que la tristeza alzaba brutalmente su voz por dentro de ella. Los días en los que se creía incapaz de vivir permanecía encerrada en el hogar de Gilbert refugiándose en la lectura o en la escritura; aunque había instantes en los que Agnes solamente deseaba desaparecer. No quería que nadie le hablase o la mirase. Prefería sumergirse en la soledad más inquebrantable hasta que aquellas brumas que se habían cernido sobre su corazón se disipasen.

Cuando el desaliento la embargaba tan irrevocablemente, Agnes no podía dejar de recordar la tierra en la que había nacido. Era cuando más la extrañaba y el recuerdo de Galicia le perforaba muchísimo más el alma, intensificaba la destructiva tristeza que se apoderaba de ella. Lo único que experimentaba eran unas desgarradoras ganas de llorar que devoraban sin remedio la efímera calma que teñía sus días. Nadie podía consolarla cuando plañía con tanto sentimiento y con tanta desesperación.

Mas siempre conseguían rescatarla de aquella pena tan honda. Cuando Agnes se escapaba de las garras de la tristeza, sentía muchas más ganas de vivir que nunca. Ansiaba recuperar la rutina que compartía con Gilbert, con Gaya y con Némesis, de quienes se mantenía alejada mientras duraban sus terribles crisis.

Cuando llegó el verano, Gaya y Gilbert advirtieron que Agnes ya era capaz de poner en práctica todos los conocimientos que ellos le habían transmitido. Hasta entonces, Agnes no había celebrado todavía ningún ritual con ellos y tampoco había asistido a los Sabbats que habían festejado en primavera. Agnes anhelaba con una fuerza muy hermosa presenciar alguna de aquellas ceremonias tan importantes y bonitas, pero nunca se sintió capaz de pedírselo. Creía que lo haría cuando de veras le hubiese llegado la oportunidad, cuando realmente estuviese preparada para formar parte de aquellos eventos que tan bellos serían.

Así pues, cuando ambos captaron que había llegado para Agnes el momento de celebrar su primer ritual, Gaya comenzó a entregarle unos conocimientos muchísimo más intangibles y trascendentales. Gaya también la ayudó a diferenciar las distintas voces que musitaban en su alma y a prestarles atención a los susurros que los elementos lanzaban para comunicarse con ella. Le enseñó a invocar a los espíritus de la tierra, a los del agua, a los del fuego y a los del aire. También la ayudó a encontrar el mejor modo de atraer la presencia de la Diosa a través de sus dones mágicos. Aunque no fuese la primera vez que lo intentaba, Agnes se sobrecogía siempre que debía poner en práctica los hermosos conocimientos que Gaya le había transmitido. Cuando había celebrado aquellos sencillos rituales que le permitían comunicarse con la Diosa y los elementos, apenas había sido consciente de cuán importantes eran aquellos llamados; mas, al transcurrir tanto tiempo de la última vez que había pretendido conversar con Ellos, le parecía que sería incapaz de convocarlos.

Además, se creía incapaz de llamar la atención de aquellas almas tan antiguas y pensaba que no tenía derecho a molestarlas con sus solicitudes sin importancia; pero Gaya le hizo entender que nunca debía sentirse tan pequeña ante el poder de la Diosa y el de los elementos. Le aseguraba que cada ser viviente era portador del aliento de la Diosa y despreciarse a uno mismo era insultar directamente al espíritu que nos ha dado la vida, que nos ha insuflado ese aliento que nos permite existir.

Cuando Gaya le aseguró a Agnes por primera vez que era posible invocar a los espíritus elementales e incluso a la misma Diosa, Agnes notó que se sobrecogía, que su pasado cobraba un significado innegable, que su alma se empequeñecía hasta volverse del tamaño de una lágrima y que, de repente, por su interior se repartían unos nervios gélidos que la paralizaron:

     Siempre tenemos que ser consecuentes con nuestras acciones, es decir, no podemos reclamar la atención de los espíritus elementales y después ignorar su presencia como si ellos no hubiesen venido —le explicó Gaya con seriedad—. Además, siempre tenemos que despedirlos cuando nuestro ritual haya llegado a su fin.

     Yo siempre me pregunté cómo era posible que nos oigan, que capten nuestra energía.

     Nos oyen, sienten nuestro llamado porque éste es energía que se une a la que los define, a la que los crea. todo lo que se desprende de nosotros en los rituales es energía, Agnes. todo lo que habita en nuestro interior y en el mundo es energía.

     No sé si seré capaz de sentir que vienen, que están conmigo. Hace muchos años que no los llamo.

     Serás capaz de atraerlos, ya lo verás. Lo sentirás en tu alma y en todo tu cuerpo. experimentarás sensaciones que no provienen de tu ser ni del mundo en el que te hallas. Además, cuando celebras rituales con otras personas, esas personas también notan la presencia de los espíritus elementales y de la Diosa y el Dios.

     Yo no me creo capaz de conseguir algo tan bonito. Antes era mucho más mágica. Estaba más conectada con la tierra en la que vivía. Ahora...

     Por supuesto que sí lo conseguirás, Agnes. Recuerda que fuiste capaz de invocarlos muchísimas veces. Incluso creo que ellos te han protegido siempre. Ellos te han entregado aliento y energía para que nunca te rindas.

Aquellas palabras emocionaron repentina y profundamente a Agnes. No pudo evitar que los ojos se le llenasen de lágrimas. Gaya la tomó de las manos con mucha dulzura en cuanto advirtió lo conmovida que se sentía.

     Siempre me costó creer que le importo a la vida, pero, si sigo aquí, es porque...

     ...es porque tienes que vivir muchísimas experiencias hermosas, es porque te mereces ser feliz, cariño.

     Yo no creo en la felicidad, Gaya —le confesó con timidez—. Creo en momentos efímeros que pueden llenarnos el alma de paz.

     Acabarás creyendo en la felicidad perenne cuando hayan transcurrido unos cuantos años, cuando de repente te des cuenta de que todo lo que forma tu vida es hermoso y brillante, cuando hayas encontrado el amor.

     ¿Cómo? —le cuestionó Agnes totalmente sobrecogida—. Yo nunca me enamoraré.

     Por supuesto que sí —se rió Gaya con mucha dulzura mientras le acariciaba los cabellos—. eres humana, Agnes; una humana con un corazón inmenso lleno de amor para dar, con un alma todavía aterida por la crueldad de la vida; un alma que se merece recibir muchísimo cariño, por cierto.

     No, Gaya. Yo siempre estaré consagrada a la Diosa.

     Sí, puede que durante unos largos años creas fervorosamente en ello, pero...

     ¿Cómo sabes todo eso?

     Mi poder de adivinación a veces es demasiado indiscreto. De todas formas, ahora no debes preocuparte por eso.

     ¿Y cómo será la persona de la que...? —quiso saber con timidez y miedo.

     No puedo decírtelo, Agnes. Solamente sé que es alguien a quien ya estás inmensamente unida sin saberlo. Quizás os hayáis conocido en otra vida.

     Pero...

     No sigamos hablando de esto. recuperemos el tema primigenio de nuestra conversación. Deseo que, mañana, celebremos juntas un ritual en el que invocarás a los elementos, al Dios y a la Diosa.

     No, mañana no —le negó asustada y sobrecogida.

     Serás capaz de hacerlo, cielo. Cree en mí. Cree en ti.

Agnes jamás podría olvidar la primera vez que se atrevió a invocar a aquellas almas ancestrales y eternas ante Gaya. Gaya y ella se hallaban rodeadas por los árboles más antiguos y poderosos del bosque, bajo la luz decreciente y dorada del atardecer. El silencio más dulce y aterciopelado las envolvía como si fuese un manto terso y protector. Entre los troncos de los árboles, la cercana noche ya había derramado unas sombras densas que oscurecían los caminos.

Agnes estaba tan nerviosa que apenas podía pensar con claridad, pero, de pronto, aquellos nervios, los que se asemejaban a nieblas densas que cubrían el horizonte de la tarde, empezaron a disiparse. Se centró en los sonidos que captaba, en la voz Del Río (la que susurraba entre las sombras del ocaso, cerca de ellas, entre las poderosas rocas que formaban su orilla), en los aromas que manaban de la tierra y en la presencia de la Diosa; la cual brotaba de los protectores troncos de los árboles, de la tierra que amparaba su equilibrio y del musitar Del Río, pero sobre todo del cielo atardeciente que las cubría. Agnes percibió que aquella voz inmortal y bondadosa empezaba a susurrar en su alma sin que ni siquiera ella misma pudiese preverlo, sin que la hubiese reclamado ni un ápice. Parecía como si la naturaleza, tanto con su parte física como con su alma, quisiese ayudarla a caminar por aquella vida que estaba abriéndose ante ella, como si la misma Diosa quisiese asegurarle que su magia era mucho más poderosa de lo que creía.

Invocó a los espíritus elementales casi sin esfuerzo. Se sobrecogía cada vez que oía cómo su voz (la que sonaba nítida y tersa en medio del silencio del ocaso) los reclamaba con firmeza e incluso con emoción. Notaba que los ojos no dejaban de llenársele de lágrimas, pero luchaba sin cesar contra el llanto que deseaba apoderarse de su entereza para que aquel momento no se deshiciese en la inmensidad de la emoción que la invadía. Incluso podía advertir que las sensaciones que le anegaban el alma eran mucho más vigorosas que las que la habían dominado siempre. No conocía la voz de esos sentimientos que gritaban en su interior. Ni siquiera podía describir la fuerza que latía en su corazón, en su espíritu, en su mente. Parecía como si su pasado y su presente se hubiesen apartado de ella, como si su ser se hubiese convertido en otra alma, en otra persona. No se encontraba en la mujer que invocaba con tanto poder y seguridad. Ésta le imponía a la vez que la fascinaba. No obstante, una vocecita en su interior no dejaba de advertirle de que había llegado al mundo para vivir instantes tan mágicos, para controlar su propia magia, para ser libre en aquella dimensión mística en la que la terrenalidad de la existencia se evaporaba.

Cuando oyó la forma como Agnes invocaba a los espíritus sublimes, Gaya notó que un escalofrío de placer y de solemnidad le recorría todo el cuerpo. Había enseñado a muchísimas personas a atraer la presencia de los elementos y la de los dioses, pero jamás había detectado tanta magia, tanta energía positiva y poderosa repartiéndose por su alrededor cuando alguien llamaba a las fuerzas ancestrales. Supo al instante que Agnes no sólo era una mujer muy especial, sino también inmensamente poderosa, tanto que ni siquiera ella misma podría conocer plenamente el alcance de sus habilidades.

Agnes sentía que el mundo que conocía, en el que trataba continuamente de encontrar la magia de la vida, había quedado irrevocablemente atrás. Ni siquiera percibía ya la presencia de Gaya. Le parecía que se había abierto ante ella una dimensión que no tenía materia, que solamente se formaba de sensaciones sobrecogedoras y poderosas que alimentaban el alma.

Entonces sus dones más especiales y mágicos alzaron con potencia su voz, dominándola por completo, dominándola sin regreso. Agnes se sintió volátil de pronto, como si su materia se hubiese diluido en el misticismo que teñía aquel instante. Le pareció que el aire de la noche la rodeaba y la separaba de la tierra, que una gran esfera de luz la envolvía en calor y euforia. Ni siquiera controlaba las palabras que pronunciaba, pero su significado se le hundía en el alma como si éstas fuesen unos dedos fuertes que agitaban todas sus emociones.

Agnes de pronto se percató de que, al fin, se había vuelto poderosa y valiente, que había dejado atrás esos miedos que la detenían y la tristeza que todavía se le aferraba al corazón; la que procedía de sus recuerdos más oscuros y desoladores. Se sintió fuerte, muy fuerte, y capaz incluso de alzarse hacia el cielo y recorrer las sombras de la noche hasta llegar a las estrellas.

Notó que alguien la tomaba de las manos y que la tierra empezaba a temblar bajo sus pies. Hacía varios minutos que se había quedado en silencio, pero ni siquiera ella misma había advertido que su voz se hundía en la quietud de la noche. Lo único que podía percibir era que las manos que asían las suyas la protegían y tiraban de su alma como si deseasen arrancarla de los brazos de aquellas sensaciones tan potentes.

     Agnes, ¿puedes oírme?

Enseguida reconoció la voz de Gaya atravesando las confusas brumas que se habían cernido sobre su alma. Entonces regresó repentinamente a aquel instante notando que el mundo en el que se hallaba empezaba a girar sin detenerse. No pudo evitar que su equilibrio se desvaneciese y cayó desmayada entre los brazos de Gaya.

Durante los espesos minutos que duró aquel extraño y denso sopor, Agnes no dejó de oír, lejana y vagamente, la voz de Gaya. Percibía que la llamaba con ahínco, insistencia y preocupación, pero era incapaz de aferrarse a aquellos reclamos que podrían ayudarla a regresar a la consciencia.

Al fin, Gaya consiguió que Agnes recuperase el conocimiento. Cuando Agnes abrió los ojos, descubrió que estaba tendida entre los árboles, protegida por el estrellado cielo de la noche y por la cercanía de Gaya, quien le humedecía las sienes con un paño impregnado de esencia de hierbabuena y lavanda.

     ¿Qué me ocurrió? —le preguntó a Gaya confusa y brumosamente. No reconocía el tono denso de su voz y le costaba muchísimo expresarse con claridad—. Estoy mareada.

     Has sufrido un exceso de energía. Todavía no sabes dominar tu poder, pero no te inquietes. Con la práctica y el paso del tiempo, conseguirás hacerlo. ¿Te acuerdas de lo que has vivido antes de perder el conocimiento?

La voz de Gaya era tierna, dulce, maternal y acogedora. La forma como Gaya le hablaba le hacía sentir inmensamente amparada y le permitió empezar a recuperar la noción de sí misma y del lugar en el que se hallaba. Al cabo de unos densos segundos, mientras se incorporaba dispuesta a levantarse del suelo, le confesó a Gaya:

     Recuerdo que el alma se me llenó de sensaciones que nunca había experimentado. Además, esas sensaciones tenían una voz que me ensordecía, pero todo lo que sentía era tan hermoso... Creía que nada podía hacerme daño ni destruirme. Me creía fuerte y valiente, pero...

     Ahora debes descansar —le indicó Gaya tomándola de la mano—. Vayamos a mi casa.

No fue la primera vez que Agnes perdió el conocimiento entre los brazos de la magia. Le costó muchísimo aprender a dominar la fuerza de sus dones y a canalizar la inmensa energía que los elementos, el Dios y la Diosa le transmitían con su presencia; pero, poco a poco, le resultaba menos complicado controlar las reacciones de su alma y de su cuerpo. Además, Gaya cada vez confiaba más en ella; lo cual le permitía creer que, algún día, podría invocar a aquellos benévolos espíritus sin que la consciencia se le desvaneciese.

Fueron unos meses anegados en sabiduría, en momentos mágicos que a Agnes le arrebataban el aliento, en aprendizaje, incluso en felicidad. Gaya la cuidaba como nadie lo había hecho hasta entonces y Gilbert le demostraba, constantemente, que la quería como si ella fuese su hija. Gracias al cariño que los dos le entregaban sin cesar, Agnes aprendió a vivir consigo misma, a tolerar sus cambiantes y profundas emociones, a luchar en contra de esos recuerdos destructivos que deseaban resquebrajarle el alma.

Además, la compañía de Némesis (quien nunca la dejaba sola, quien la seguía dondequiera que fuese) le inspiraba una paz que llevaba muchísimos años sin sentir. Némesis la ayudaba a creer en sus dones, a ser más fuerte, a ser valiente. Némesis presenció muchos de los momentos mágicos que Agnes compartía con Gaya y Gilbert. Fue testigo de cómo Agnes aprendía a dominar su magia y siempre la animaba a pugnar por su felicidad. Cuando Agnes se desalentaba y perdía la confianza en sí misma, Némesis la impulsaba hacia la vida, le transmitía con sus ojos hipnóticos y dorados aquel ímpetu que a Agnes tanto le faltaba cuando padecía aquellas etapas de depresión y oscuridad.

Mas, a pesar de que nunca lograse mantener en su alma ese aliento que la impulsaba a luchar sin cesar, Agnes encontró al fin esa paz protectora que la ayudaba a vivir, a ser ella misma. No dudaba de que aquella vida que tan cariñosamente la había acogido era una recompensa por haber estado tan sola, por haber sufrido tanto.

Sin embargo, su período de aprendizaje también se compuso de instantes muy duros y difíciles. Agnes tuvo que esforzarse muchísimo por lograr mantener la calma que le permitía vivir serenamente. Cualquier hecho o situación la desmoronaba. Todavía se encontraba muy débil anímicamente y había momentos en los que creía que jamás podría recuperarse, que siempre sería esa mujer tan dolida que lloraba con tanta facilidad.

Mas ninguno de los tres se desalentaba cuando aquellas crisis tan tristes deshacían el brillo de la vida de Agnes, pues nunca perdían la esperanza de que el paso del tiempo lograría arrancarle la desesperación que todavía se le cernía sobre el alma.

Gaya había empezado a querer a Agnes con una sinceridad muy brillante y hermosa y Agnes cada vez confiaba más en Gaya. Cuando estaban juntas, disfrutando de la hermosura de la naturaleza, descubriendo la voz de la Diosa en cada planta, en cada susurro que el viento lanzaba o en cada llama a través de la que se expresaba el fuego, Agnes creía que nunca más volvería a sentirse sola. Gaya se había tornado para ella en el mayor apoyo que la vida podía haberle entregado. El amor que comenzó a profesarle se asemejaba mucho al que le había dedicado a su abuela, pues era tan entrañable como el que siempre le latía en el alma cada vez que la recordaba.

Agnes habitó en el hogar de Gilbert durante dos años. A lo largo de ese tiempo, se esforzó por vivir plenamente cada día que la Diosa le regalaba. Nunca dejaba de aprender. Además, el cariño que los tres se profesaban no cesaba de intensificarse. Había crecido entre Gilbert, Agnes y Gaya una complicidad indestructible. Agnes se sentía feliz morando junto a ellos. Aunque supiese que jamás se curaría, nunca perdía la esperanza de que, algún amanecer, se despertaría notando que su enfermedad se había desvanecido.

Tampoco se olvidaba de que, si conseguía curarse, podría regresar a Galicia. Sin embargo, cuando se imaginaba volviendo a su amada tierra, el alma se le empequeñecía hasta tornarse el reflejo de un suspiro. Aunque extrañase muchísimo el lugar en el que había nacido, debía reconocer que en aquel entonces era feliz. Se sentía querida por personas maravillosas, nunca se creía sola y abandonada. Sabía que, si retornaba a Galicia, debería construir una vida solamente acompañada por sus propios pensamientos y sentimientos; los que le resultaban a veces tan indomables e incomprensibles.

Su período de aprendizaje duró un año y un mes. Agnes huía continuamente del momento de iniciarse porque se creía incapaz de celebrar aquel ritual que la lanzaría a aquella nueva vida para la que Gilbert y Gaya estaban preparándola. Hasta que dejó de ser aprendiz, no asistió a ningún ritual que El fuego de Hécate celebraba. Se sentía completamente incapaz de compartir aquellos momentos con personas que no la conocían. Creía que todos la rechazarían cuando descubriesen cuán distinta era, cuán especial eran sus sentimientos y su modo de ser. Gaya y Gilbert no dejaban de animarla a que asistiese a alguna de aquellas festividades, pero Agnes siempre prefería permanecer encerrada en sí misma, junto a Némesis, quien la acompañaba siempre con una mansedumbre aterciopelada.

Su iniciación era un hecho que brillaba en la lejanía de su futuro, llenando de esplendor las horas vinientes. Agnes creía que aquella ceremonia supondría para ella una ruptura con todo lo que había vivido hasta entonces. Era la primera vez que notaba que la llegada de un acontecimiento tan importante la aterraba a la vez que la entusiasmaba. Aunque tratase de vivir con calma los días que la distanciaban todavía de la tarde en la que se iniciaría, no podía evitar que el corazón se le llenase de impaciencia. Ansiaba fervientemente que el tiempo transcurriese veloz a la par que rogaba que las semanas no pasasen. Se esforzaba, continuamente, por deshacer las nebulosas sensaciones que le oprimían el pecho y le impedían disfrutar de cada instante que la Diosa le regalaba. Sabía que lo único que la aguardaba en su destino era esplendor, era magia y amor, sobre todo amor.

2 comentarios:

  1. Agnes sigue creciendo, casi diría yo que agigantándose. Hay muchísima emoción encerrada en esta escritura, y se transmite perfectamente al lector. En realidad ella no es la protagonista de este capítulo, parece absurdo porque ella es quien lo protagoniza de cabo a rabo (como todos los demás, me imagino), pero en realidad son Gilbert y Gaya quienes merecen para mí mayor atención. Ayudar a crecer a Agnes no me parece fácil, pero ellos lo hacen muy bien. Vemos a una Agnes principiante, que viene de un saber autodidacta, tal vez muy poderosa, pero también muy ignorante, aunque me encanta su mansedumbre y buena predisposición, en ningún momento duda de sus mentores. El relato de sus rituales inventados en Galicia está muy bien, me quedo intrigado sobre cuál sería su verdadero propósito, me imagino que Gilbert se queda con la misma intriga que yo. Gaya y Gilbert son el acicate y la guía que Agnes necesitaba para ir cerrando la página del hospital (que como todas las páginas verdaderamente importantes de la vida nunca se cierran del todo), al menos para poder seguir adelante. Agnes ahora tiene ilusiones, planes, empezando por querer volver a Galicia (que yo la hubiera llevado a todo meter, pero en fin), quiere ser iniciada. Y me da un poquito de rabia saber que va conociendo por qué es tan mágica y por qué está donde está y yo no seguir ignorándolo, ¿por qué? Y qué malina Gaya que no le dice más de su amor futuro, aunque la verdad amor lo que se dice amor el que siente Némesis por ella, desde que sé que estuvieron juntos en otra vida no hago más que hacerme cábalas, y encima sé que Agnes nunca se va a enterar bien de lo que pasó, eso también me deja una desazón que pa qué. Y el tiempo sigue pasando... dos años en casa de Gilbert, de los cuales año y un mes de aprendizaje. Ah, la escena de invocación de los espíritus es sobrecogedora, me la imagino perfectamente, ¿así que tuvo un exceso de energía? A mí no se me habría ocurrido narrarla desde el punto de vista de Agnes, lo habría hecho más narrativo, del de Némesis, por ejemplo, o en plan impersonal, pero claro eso habría supuesto contar otras cosas, en cambio como lo has dejado se queda tan a la imaginación del lector que es mejor y mucho más sobrecogedor, un acierto narrativo total. Me dijiste que era un capítulo de transición, y claro, no se muere nadie, pero pasan cosas muy bonitas y muy bien contadas, a ver qué tal se le da en el fuego de Hécate, que ya me imagino que con alguna tontusa va a chocar, pero eso lo leeremos más adelante... ¡esto va viento en popa!

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  2. Es un capítulo muy revelador. Queda constatado claramente que Agnes es muy poderosa y mágica. Gaya y Gilbert lo han descubierto y sabrán enseñarle (ya lo están haciendo) de modo que sepa canalizar toda esa energía y poder.

    La inseguridad de Agnes, causada por las terribles personas que se ha ido encontrando por el camino, y su enfermedad son enormes piedras en el camino hacia su aprendizaje y curación, pero gracias a Gaya y Gilbert, lo está sobrellevando. La pobre está plañendo siempre recordando su querida Galicia. ¡Ay! También gracias a Némesis. Son los tres pilares de su vida, los que le ayudan a recuperarse tras cada caída. Claro está, la Diosa es su guía y ella le transmite la fuerza (la fe mueve montañas), aunque su recuperación no será fácil.

    Agnes es muy poderosa, ya lo ha podido constatar Gaya. Nosotros lo sabemos gracias a que sabemos cual será su futuro, pero aunque no lo supiésemos, lo intuiríamos. Me hace mucha gracia cuando Agnes dice "yo estaré siempre consagrada a la Diosa" y no cree que se pueda enamorar, ayyyy, lo que le espera. Yo creo que esa frase la terminará por odiar...Artemisa se lo dice tantísimas veces. Conocerá el amor más puro, ¡estoy deseando que llegue ese momento!

    En resumen, está viviendo un momento muy dulce en su vida, pero le siguen persiguiendo los fantasmas del pasado y su enfermedad no se cura tan fácilmente como un corte o una herida en la piel. Como siempre, escrito todo de una forma muy cercana y delicada. ¿Te he dicho ya que me gusta como escribes? Pues te lo digo otra vez. ¡Me encanta como escribes!

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