Capítulo 12
Entrando en la iniciación
Aunque tratemos de eludir un hecho que nos
espera con ansia en las brumas de nuestro futuro, no podemos evitar que las
horas transcurran, acercándonos velozmente a esos instantes que tanto nos
impone vivir. No tener en nuestras manos la capacidad de detener el paso del
tiempo nos impide escapar de los acontecimientos que escribirán nuestro pasado
y que serán el reflejo del camino que hemos recorrido en nuestra vida.
Conforme se acercaba la tarde en la que se
iniciaría, Agnes lamentaba, cada vez más desesperadamente, no disponer del
poder de destruir el transcurso del tiempo. Ansiaba formar parte de esa vida
que la aguardaba en el aquelarre, pero también la asustaba muchísimo no ser
capaz de responder a lo que todos esperaban de ella. No obstante, por mucho que
desease esconderse de ese acontecimiento tan importante, el momento de
iniciarse llegó sin que Agnes pudiese seguir escapándose de su mágico hechizo.
Llegó cuando la primavera comenzaba a lanzar susurros azulados sobre los
árboles, cuando los días se volvieron un poquito más largos y templados y
cuando ya habían crecido las primeras flores que indicaban que la naturaleza
había despertado al fin de su profundo e invernal sopor.
Agnes no conocía a los demás miembros del
aquelarre. Los miraría a los ojos por primera vez aquella tarde tan aromática y
hermosa. Agnes apenas pudo conciliar el sueño durante las noches previas a
aquel momento. Estaba tan nerviosa e inquieta que notaba que el corazón le
latía con un ritmo desequilibrado e interrumpido. Gaya trató de ayudarla a
serenarse, le aseguraba continuamente que nadie la rechazaría, que aquel ritual
sería uno de los más bonitos que vivirían en mucho tiempo; pero parecía como si
Agnes no comprendiese las palabras que Gaya le dirigía.
—
Nuestro aquelarre sólo está compuesto por diez
personas —le recordaba Gaya riéndose con mucha ternura—. Además, ya conoces a
Moira.
—
Moira me detesta —le contestó Agnes con tristeza
y miedo.
—
¿Por qué dices eso?
—
Porque me mira con mucha rabia cuando nos
encontramos, porque no me habla casi nunca y, cuando lo hace, me formula
preguntas que me incomodan.
—
Moira es muy curiosa e incluso un poco cotilla.
No le des importancia a su comportamiento. Cuando descubra lo mágica que eres,
comenzará a apreciarte con sinceridad.
—
Además, me impidió siempre que conociese a los
demás miembros del aquelarre. Oí cómo, muchas veces, te pedía que no me
trajeses a ningún ritual. Aseguraba que mi magia es oscura y que turbaría las
buenas energías que todos debíais sentir en esos momentos.
—
Lo único que le ocurre a Moira es que tu poder
la intimida, nada más, y actúa a la defensiva por miedo a que descubras que tú
eres más fuerte que ella —le aseguró sobrecogida. Saber que Agnes había oído
aquellas tensas conversaciones que había mantenido con Moira la desoló
profundamente, pero escondió sus sentimientos para que Agnes no los captase—.
No te preocupes por nada, Agnes. Yo te protegeré en todo momento.
—
Me gustaría que Némesis también estuviese a mi
lado.
—
Me temo que Némesis no podrá asistir al ritual.
Lo más conveniente es que te espere en casa de Gilbert.
—
¿Por qué? Ella también es muy mágica y tiene un
alma muy pura. No le haría daño a nadie —la defendió con pena.
—
No estoy segura de que todos soporten la
presencia de Némesis. Ten en cuenta que es un animal muy especial. No es común
encontrar una cobra real en estos lares. Es muy posible que los asuste a todos
—se rió intentando hacer sonreír a Agnes, pero ella tenía el alma anegada en
aflicción.
—
Siempre son rechazados los seres más mágicos y
especiales —musitó ella agachando los ojos.
—
Yo no tengo ningún problema en que Némesis
asista al ritual, pero...
—
Es mi ritual de iniciación. Némesis también me
ayudó muchísimo durante el año que duró mi período de aprendizaje. Es justo que
ella también comparta conmigo ese momento tan especial.
—
Te entiendo, Agnes, pero...
—
No importa, Gaya. También comprendo los
sentimientos de los demás. No te preocupes.
Agnes intentó desprenderse de la
impotencia que le provocaba saber que, como le había ocurrido a ella siempre,
Némesis también sería rechazada por quienes no podían comprenderla, por quienes
creían que su presencia era amenazante. Intentó desvanecer esa tristeza para
poder centrarse en los momentos que la esperaban al otro lado de aquellas horas
tan impregnadas de nervios, de impaciencia y de inquietud.
Agnes sentía que, cuando llegó al fin el
momento de iniciarse, había quedado atrás todo lo que había compuesto y
definido su vida. Antes de salir del hogar de Gilbert para dirigirse junto a él
y Gaya hacia el valle en el que tendría lugar aquella importante ceremonia,
rememoró rápidamente todo lo que había vivido hasta entonces. El recuerdo que
más se le hundió en el alma, el que más alzó su voz y el que más la paralizó
fue el de Galicia. Parecía como si, pasase lo que pasase, dondequiera que
estuviese, viviese lo que viviese, Agnes jamás podría separarse de su tierra.
La llevaría siempre en el corazón, expresándose en un susurro palpitante que le
recordaría continuamente de dónde provenía, quién era, quién había sido.
Mirando hacia el creciente atardecer,
hacia el azulado cielo del que llovía aquella luz tan acogedora, sintiendo el
tibio viento a través del que se expresaba la primavera, notó que la vida
volvía a recibirla como si nunca hubiese respirado antes, como si hasta
entonces hubiese permanecido sumida en un sopor inquebrantable que la había
alejado de cualquier sensación. Sabía que, en cuanto comenzase a caminar hacia
el lugar donde se celebraría su ritual de iniciación, empezaría a alejarse de
todas las sombras que habían intentado atenuar el brillo de sus días y destruir
la quietud de sus noches.
Se despidió de Némesis con una mirada
anegada en cariño y emoción y después siguió a Gaya y a Gilbert, quienes la
esperaban entre los árboles con los ojos llenos de esperanza y también muchísima
ilusión. Ambos captaban los sentimientos que le inundaban el alma. Ser
conscientes de que Agnes se encontraba tan feliz y esperanzada los conmovía
profunda y tiernamente.
Sería la primera vez que Agnes compartiría
un ritual con los demás miembros de El fuego de Hécate. Intentó que aquella
certeza no le llenase el estómago de nervios, pero fue incapaz de luchar contra
la potente timidez que siempre se adueñaba de ella cuando debía relacionarse
con desconocidos. Supo que, por mucho que luchase contra su forma de ser, por
mucho que se esforzase por curarse, nunca conseguiría desprenderse de aquella
faceta de su carácter. Siempre sería aquella chica vergonzosa a la que tan
difícil le resultaba conversar con los demás, que tan poco ducha era entablando
amistad con otras personas.
Al fin, llegaron al prado en el que El
fuego de Hécate solía celebrar sus rituales más importantes. Se trataba de un
lugar muy acogedor. Los árboles cercaban aquel pequeño valle protegiéndolo de
la mirada de cualquier camino. Cuando Agnes se halló rodeada por tanta magia,
le pareció que había regresado a aquel bosque que tanto la había acogido
siempre.
Las ramas poderosas de los árboles se
enlazaban las unas con las otras, construyendo un techo natural que los
ocultaba de la mirada indiscreta del cielo. Agnes notó que por dentro de ella
se esparcía una calma indestructible. La serenidad que impregnaba aquel lugar
le acarició el alma hasta desvanecer al fin las terribles emociones que le
habían impedido vivir aquellos momentos con tranquilidad.
Fueron los primeros en llegar. Gaya y
Gilbert, entonces, erigieron un sencillo altar en medio del prado. Colocaron,
en el suelo, cuatro velas de distintos colores en representación de los cuatro
elementos y una aromática varilla de incienso. Prendieron las velas y el
incienso con mucho cuidado y después depositaron frutas y flores para
ofrendarlos a la Diosa y al Dios. Durante aquellos instantes, Agnes se
concentró en los sonidos que percibía, aspiró con lentitud los aromas que la
envolvían y escuchó la voz de su alma. Debía ser ella quien invocase a los
elementos y a los dioses por primera vez delante de aquellas personas que no la
conocían. Tenía que hacerlo para demostrarles que ya estaba preparada para
iniciarse y saber que sería ella quien atraería aquellas energías tan hermosas
la sobrecogía irrevocablemente. Deseaba que aquel ritual fuese el más especial
que todos vivían en muchísimo tiempo y, para lograr que su voz se expresase con
nitidez, debía deshacer por completo la timidez que todavía le latía en el
corazón.
Poco a poco, fueron llegando los demás
miembros del aquelarre. Agnes se fijó en que en su mayoría eran mujeres un poco
mayores que ella. En aquel entonces, Agnes solamente tenía veintitrés años.
Creía que su corta edad era un motivo que los demás encontrarían para no
confiar en ella.
Sin embargo, Agnes se percató enseguida de
que nadie la miraba con desconfianza o rechazo; al contrario, de aquellos ojos
que se habían hundido en su apariencia se desprendía mucho interés y protección.
Agnes se sintió acogida al instante. La vergüenza que no dejaba de palpitarle
en el alma fue disipándose lentamente hasta que al fin desapareció sin dejar
rastro.
La única que no la miraba de forma
acogedora era Moira, pero Agnes ignoró plenamente los sentimientos que le
provocaban aquellos ojos tan agresivos y se centró en las preciosas sensaciones
que dimanaba la presencia de aquellas personas que ansiaban conocerla, que
aguardaban con esperanza el momento en que se iniciase aquel ritual tan
importante.
Cuando todos se hubieron reunido alrededor
del altar, Gaya tomó de la mano a Agnes y, mientras se la presionaba con mucho
cariño, empezó a hablar con serenidad y paciencia. Su voz se esparció por el
bosque, acallando los sonidos que podían turbar la paz que debía teñir aquellos
momentos. Agnes notó que la voz de Gaya la apaciguaba definitivamente y le
transmitía la energía que tanto necesitaba.
—
Hermanos, al fin tenemos ante nosotros la
oportunidad de recibir a Agnes en nuestra pequeña familia. Podríamos haberlo
hecho hace mucho tiempo, pero a Agnes le costó mucho confiar en sí misma y
continuamente creía que debía ser más sabia para merecerse que nosotros la
acogiésemos —se rió con mucho amor mientras le dedicaba una mirada maternal—. El
ritual que vamos a celebrar esta tarde es uno de los más importantes de su
vida. Todos tenemos que colaborar para que se convierta en el más mágico que
vivimos en mucho tiempo.
—
¿Y qué ocurre si no todos estamos dispuestos a
recibirla? —preguntó de repente Moira.
—
Creo que eres tú la única que la rechaza, Moira
—intervino una mujer que Agnes no conocía—. Si no deseas presenciar este
momento tan hermoso ni tampoco colaborar en este mágico ritual, ya puedes irte
por donde has venido.
—
Os ha hechizado a todos —exclamó Moira con
desprecio.
—
Eres tú la que está hechizada por la envidia y
los celos —aclaró Gilbert de forma sabia e inteligente.
Moira no dijo nada más. Se marchó de allí sin
que nadie osase pedirle que se quedase. Nadie la retuvo ni con palabras ni con
una mirada acogedora. Hacía muchísimo tiempo que Moira se comportaba de forma
extraña con ellos. Lo más conveniente era que no formase parte de aquel ritual.
—
Mañana iré a hablar con ella —les aseguró Gaya
con calma—. Por favor, no permitamos que estos momentos tan hermosos se tiñan
de negatividad. Cerremos los ojos y hundámonos en la serenidad que impregna
este atardecer, que emana de los árboles, que susurra en el viento, que se
desprende del cielo.
Entonces Gaya los condujo, a través de una
preciosa meditación, hacia ese estado de paz tersa en el que es posible
percibir con mucha más nitidez que nunca el poder de la magia, la presencia de
cada espíritu y de cada elemento. Poco a poco, fueron olvidando la tensa
sensación que les había provocado la oscura energía que había irradiado la voz
y la mirada de Moira.
Agnes tenía que invocar a los elementos y
a los dioses cuando la calma más profunda y aterciopelada se les hubiese
adentrado a todos en el alma. Sería su corazón el que le indicaría que aquel
momento había llegado. Su intuición, en aquellos instantes, estaba mucho más
despierta que nunca y su voz la ensordecía. No dudaba de que todo lo que
captaba con los sentidos y con el alma era tan real como su propia existencia.
Al fin percibió que debía alzar su voz
para convocar a aquellas fuerzas tan ancestrales y mágicas. Gaya le soltó la
mano y la instó con una mirada anegada en serenidad y confianza a que diese un
paso al frente y comenzase a invocarlos. En aquellos momentos, a Agnes le latía
el corazón con una fuerza desbocada y casi insoportable, pero ignoró sus
sentimientos para poder entregarles toda la magia que ella guardaba en su
interior, para poder acogerlos en sus dones, para poder demostrarles que en
ella encontrarían a alguien que podía guiarlos si lo necesitaban. Aquél era el
preciso instante en el que se iniciaba realmente su verdadera vida.
Entonces, de repente, cuando estaba a
punto de comenzar a recitar aquellos versos que llamarían a los elementos, la
memoria se le anegó en recuerdos que ella nunca había evocado antes. Se
percibió rodeada por la fuerza de un ocaso otoñal y por personas que jamás
había visto. Notó que, por dentro de ella, se esparcía un poder inmensurable y
que el alma se le engrandecía como si de repente la voz del viento y la del
agua la hubiesen alimentado. Cerró los ojos para poder percibir todos los
detalles de aquellos instantes, pero éstos desaparecieron mucho antes de que
Agnes pudiese aferrarse a ellos. Lo único que logró fue descubrir que éstos no
pertenecían a aquella vida ni tampoco habían emanado de su imaginación.
—
Agnes, ya puedes empezar —le musitó Gaya tras de
ella con un cariño infinito.
No era la primera vez que se disponía a
invocar a los elementos, que se hallaba rodeada por personas que confiaban en
su magia y en su poder. Ser consciente de que en otro tiempo ya había sido
capaz de celebrar aquel tipo de rituales le llenó el alma de valentía.
Fue capaz de convocar a aquellas energías
tan benévolas y poderosas. Cuando todos los miembros del aquelarre oyeron por
primera vez la tersa y poderosa voz de Agnes, notaron que el corazón se les
encogía y que el alma se les tornaba insignificante. Gaya también los
sobrecogía tanto cuando celebraban juntos aquellos rituales tan especiales;
pero nunca habían conocido una voz tan impetuosa, tan mágica, tan
increíblemente sublime.
Ni siquiera Agnes era consciente de cuánto
poder se encerraba en su interior. Había celebrado con Gaya algunos rituales
que le habían permitido descubrir cuánta magia podía emanar de su voz; pero
aquélla era la primera vez que se oía a sí misma expresándose de ese modo.
Incluso ella misma se estremecía sin cesar al percibir el tono de sus palabras,
al notar la influencia que su voz tenía en las almas que la oían.
Cuando Agnes hubo invocado a los elementos
y a los dioses, entonces empezaron a trenzar la cuerda mágica que simbolizaba
la unión que para siempre los enlazaría mientras danzaban y cantaban alrededor
del altar. Gaya tañía el tambor y Gilbert le extraía a la guitarra melodías que
intensificaron la magia que había inundado el alma de Agnes. En esos momentos,
sin preverlo, se acordó de un sinfín de canciones que ella siempre había
guardado en lo más hondo de su alma. Muchas de ellas se las había enseñado su
abuela, pero otras habían restado encerradas en su memoria sin que nadie se las
hubiese transmitido. Agnes nunca se había preguntado dónde había aprendido
aquellas trovas, pues sabía que éstas no procedían de la vida en la que existía
en aquel entonces.
Deseaba cantar aquellas cantigas ante
aquellas personas que tanto la habían acogido, pero la timidez que siempre se
le aferraba al alma le impidió pedirle a Gaya que le permitiese entregarles
aquellos versos tan hermosos. Sin embargo, aquel hecho no turbó la belleza de
aquel ritual que fluyó con tanta amenidad y magia hasta que las estrellas se
apoderaron del cielo. Para entonces, ya habían despedido a los elementos y a
los dioses y se hallaban todos sentados en la tierra, disfrutando de la comida
que habían traído.
Agnes se sentía diferente. Nunca había
notado palpitar en su alma una felicidad tan tierna y a la vez sobrecogedora.
Sabía y notaba que se había adentrado sin regreso en una nueva vida, en la vida
que realmente la definía. Junto a Gaya y los demás miembros del aquelarre,
tenía la sensación de que nunca más volvería a percibirse abandonada. Ellos la
habían recibido en su existencia como si siempre la hubiesen esperado.
A partir de aquella noche, Agnes comenzó a
relacionarse cada vez más frecuentemente con los demás miembros del aquelarre.
Celebraba con ellos todos los Sabbats e incluso la mayoría de los Esbats,
también compartía con ellos mágicos momentos que nunca olvidaría e incluso,
cuando alguna de aquellas personas se sentía perdida, Agnes la ayudaba a
encontrar las respuestas a sus preguntas escuchando la voz de los arcanos.
Había sido Gaya quien le había enseñado a interpretar el lenguaje de las cartas
del tarot y Agnes había aprendido enseguida a canalizar la potente energía que
se desprendía de aquellas poderosas imágenes.
El tiempo continuó fluyendo con pausa e
ilusión, avanzaba en esa vida que Agnes cada vez adoraba más. Prácticamente
todos los días se despertaba sintiendo que tenía el alma anegada en luz y
felicidad. Sin embargo, durante esos meses, también nacieron en su interior
sentimientos que le costaba mucho entender. Todavía tenía pesadillas que la
asustaban infinitamente y, de repente, sin esperarlo, en cualquier momento la
memoria se le llenaba de recuerdos que ella no podía evocar, recuerdos que le
demostraban que aún flotaban en su destino muchísimas dudas que Gaya tenía que
ayudarla a resolver. Sí, era Gaya quien podía disipar aquellas brumas que le
impedían vivir definitivamente en paz.
Gaya había intentado curar a Agnes
tratándola con terapias mágicas a través de las que lograba equilibrar sus
sentimientos. Era cierto que Agnes vivía mucho más en paz desde que Gaya había
comenzado a sanarla, pero todavía sufría aquellas crisis de tristeza que tanto
destruían el brillo de su vida. La paz que Gaya conseguía entregarle con
aquellas sesiones tan serenas y profundas duraba apenas unos días. Enseguida
volvían las sombras y Agnes no podía evitar que la aflicción y el desaliento la
hundiesen en un mar de desolación sin fondo ni orilla, distanciándola entonces
de todo lo que formaba su existencia y de sus propios pensamientos y
sentimientos.
Así pues, cuando estaban a punto de
transcurrir dos años de la llegada de Agnes al hogar de Gilbert, durante los
cuales Agnes había vivido a merced de unas emociones nunca constantes, siempre
cambiantes, Gaya le sugirió utilizar la hipnosis para intentar sanar esas
heridas que no le permitían respirar ni vivir en paz. Agnes estaba dispuesta a
luchar contra su enfermedad todo lo que fuese posible. No le importaba si, para
conseguir al fin deshacerse de ella, debía entregarle a Gaya los fragmentos más
mágicos de su alma. No obstante, en aquellos momentos de su vida, Agnes ya
había aceptado que nunca se recuperaría, que siempre sería aquella mujer tan
extraña a la que ni siquiera ella misma podría conocer plenamente. Se había
conformado con saber que siempre estaría enferma. Sin embargo, anhelaba
descubrir de dónde procedían las profundas heridas que le hendían el alma, que
tanto le ardían por dentro de sí, que tanto la desestabilizaban. Era consciente
de que aquellas heridas no habían nacido en aquella vida, pues eran demasiado
potentes y desgarradoras. Aquellas heridas llenaban de pesadillas terribles e
incomprensibles prácticamente todas sus noches. En aquellos sueños, Agnes
notaba que la perseguía una sombra que la amenazaba con apresarla. Nunca estaba
sola en aquellos instantes. Una mujer (a la cual apenas podía distinguir entre
las brumas de la inconsciencia) se hallaba siempre a su vera, tomándola de la
mano, animándola o serenándola. Agnes percibía que entre aquella mujer y ella
existía un lazo muy especial cuya energía le costaba comprender. Lo único que
podía asegurar cuando se escapaba de aquella realidad tan extraña era que el
alma se le llenaba de calor cada vez que recordaba la sensación que aquel vínculo
le producía.
Cuando Agnes le hablaba a Gaya de sus
sueños, ella le aseguraba que la hipnosis también podría ayudarla a descubrir
de dónde procedían aquellos momentos tan confusos. No obstante, Gaya no se
atrevía a aplicarle a Agnes aquella terapia tan aparentemente peligrosa. Creía
que el alma de Agnes podía regresar mucho más herida de aquel trance que le
permitiría atisbar los matices más confusos de sus otras existencias; pero
Agnes no dejaba de insistirle en que la ayudase a trasladarse a aquellos
lejanos momentos. Estaba segura de que volvería de aquel viaje ya reconciliada
con la vida y con su propia alma.
—
Deseo que probemos este remedio antes de que
llegue el otoño. El otoño siempre me desalienta muchísimo, siempre me arrebata
la calma de mi vida, y me insta a evocar sin cesar los años que viví en
Galicia. Ahora me encuentro bien. Me siento capaz de intentarlo. Tengo miedo a
decaer —le pidió Agnes una noche en la que dormiría en la casa de Gaya.
—
¿De veras te sientes preparada para intentar algo
tan complicado y posiblemente peligroso? —le preguntó inquieta.
—
Sí, ahora es el momento.
—
Tienes que confiar plenamente en mí.
—
Ya confío plenamente en ti, Gaya. ¿Qué he de
hacer?
—
Tendrás que meditar hasta que sientas que te
hallas lejos de esta realidad. Entonces yo te hipnotizaré con mi péndulo mágico
y también te ayudaré a adentrarte en la dimensión de la hipnosis cantándote
unos versos que suelen entonar los chamanes. No tengas miedo, Agnes. Si noto
que estás en peligro, te rescataré enseguida de ese sopor.
—
No tengo miedo. Hagámoslo cuanto antes, Gaya,
por favor. Tengo la esperanza de que esta terapia me curará al fin. Sé que
conseguiré recuperarme si lo intentamos.
—
De acuerdo. Por favor, ven conmigo.
Gaya la condujo hacia una estancia en la
que se acumulaba una energía muy queda y serena. Agnes notó que aquella energía
tan bella le acariciaba la piel. Le pareció que aquella atmósfera era azulada
como el anochecer.
Había, en El Centro de la habitación, una
gruesa alfombra en la que Agnes tuvo que acomodarse. La Luz que iluminaba aquel
lugar dimanaba de unas velas gruesas cuyo pábilo temblaba con timidez,
reflejando su fulgor en las paredes de piedra. Olía a incienso. Agnes adoraba
aquella fragancia. Durante unos largos instantes, permaneció con la mirada fija
en el humo del incienso. La calmaba profundamente observar cómo el humo
ascendía en espiral, mezclándose con la sosegada paz que invadía aquella
estancia.
Agnes notó que el alma se le llenaba de
armonía y paz. Parecía como si los mágicos detalles que componían su entorno
hubiesen absorbido los rescoldos de aquellas sensaciones terribles que tanto
destruían su vida.
Gaya se percató de que Agnes se hallaba
cada vez más sosegada. Antes de aquel instante, Agnes había estado nerviosa e
inquieta. Gaya había tenido la constante impresión de que Agnes podía perder la
calma en cualquier momento.
—
Agnes, tienes que relajarte profundamente. No
pienses en nada. Solamente siente la calma que te rodea —empezó a decirle
sentándose a su lado derecho y tomándola de la mano—. Lo que harás cuando notes
que te has desprendido de toda la tensión que te presiona el alma será fijar la
mirada en este péndulo. No quiero que recuerdes, no quiero que sientas. Húndete
en un mar hecho de quietud y silencio.
Gaya se sumergió por unos instantes en los
ojos expresivos de Agnes para intentar detectar las emociones que le anegaban
el alma. Se sobrecogió al comprobar que la mirada de Agnes estaba impregnada de
calma. Agnes percibió que la serenidad que inundaba a Agnes se le transmitía a
su corazón a través de aquellos ojos. Entonces comprendió por qué Némesis
adoraba tanto permanecer sumergida en los ojos de Agnes. Aquella mirada sí era
hipnótica. Era tan poderosa, irradiaba tanta magia que resultaba imposible huir
de su embrujo.
—
¿Estás preparada? —le preguntó hablando muy
quedo. Cuando Agnes le asintió con la cabeza, entonces Gaya le pidió—: Mira
aquí, por favor.
El péndulo que Gaya le había colocado ante
los ojos resplandecía como si estuviese hecho de polvo de estrellas. Albergaba en
los pequeños cristales de cuarzo que lo componían el reflejo del tímido fulgor
de las velas. Agnes creyó que aquella preciosa esfera había nacido del brillo
de la luna.
El péndulo empezó a girar muy lentamente
ante sus ojos. Agnes notó que, poco a poco, la realidad en la que se hallaba
sumida comenzaba a alejarse de ella. Solamente el péndulo y las quietas
sensaciones que le anegaban el alma formaban aquel instante. Parecía como si
unas manos cariñosas la distanciasen con mucho cuidado de todo lo que ella
conocía.
Su entorno se cubrió de brumas azules.
Antes de que su realidad cambiase, Agnes pensó que todo lo que viviría y todo
lo que le ocurriría a partir de aquel instante sería tan cierto como su
existencia. No dudaría de la veracidad de cada sensación que le acariciase la
piel o le templase el corazón. Todo sería real, todo, más real que cualquier
sueño.
Desaparecieron los sutiles sonidos que
llenaban la noche. La Luz de las velas se desvaneció y su entorno se cubrió de
silencio. Agnes notó que empezaba a flotar en una dimensión en la que moraba
una oscuridad tangible y aterciopelada. Ni siquiera era capaz de preguntarse a
sí misma qué sensaciones sentía. Parecía como si su materia y su alma se
hubiesen dividido, como si, poco a poco, un vacío la absorbiese hacia unos
instantes que nadie más que su destino podía recordar.
Aquella nada en la que flotaba la acogía
como si fuesen unos brazos que la abrazaban con mucho amor. En aquel silencio
tan carente de matices y de sonidos, Agnes encontró una serenidad que no sentía
desde hacía muchísimo tiempo. No pensaba, no se preguntaba nada y tampoco
recordaba; pero todavía creía percibir ante sus ojos el movimiento oscilante
del péndulo. Captaba la energía poderosa y mágica que se desprendía de su
reluciente presencia. El péndulo la atraía hacia sí. La había aferrado del alma
para alejarla de aquella realidad.
Remotamente, oía los versos que Gaya
entonaba junto a ella. Su voz intensificaba las quietas sensaciones que la
apartaban de su herida realidad. Aquella trova tan sosegada, tan mágica y tan
antigua la trasladaba, poco a poco, a un lugar donde no existía nada que ella
conocía; un lugar recóndito en una tierra totalmente ajena a sus presentes
sentimientos.
Agnes sintió que un sopor muy denso y
cálido se expandía por todo su ser. La leve consciencia que la había mantenido
enlazada sutilmente a aquella realidad tan vacía también comenzó a
desvanecerse. Sin embargo, Agnes no notó que la voz de su alma se silenciase;
al contrario, todavía podía oírla musitar a través de aquel inmenso silencio.
De pronto, aquel vacío oscuro y falto de
susurros empezó a convertirse en una brisa fresca y nocturna que, poco a poco,
fue extrayéndola de aquel sopor tan espeso que se había apoderado de su frágil
razón. Agnes despertó en otro momento, en una realidad desconocida. Sin embargo,
en aquellos instantes, ni tan sólo era consciente de que se hallaba en un lugar
en el que no recordaba haber estado. Su memoria también se había hundido bajo
aquel sueño que tanto la había alejado de su presente. Era un momento que
seguía a otros que Agnes podía recordar sin necesidad de esforzarse.
La noche más profunda la rodeaba, la
envolvía como si desease protegerla de la posibilidad de que aquel momento se
desvaneciese. Cuando Agnes abrió los ojos en aquel mágico trance, descubrió que
se hallaba sentada entre árboles milenarios. La naturaleza susurraba a su
alrededor queda y tiernamente, como si no quisiese asustarla. Podía oír el
croar de las ranas, el canto de los grillos, el ulular de un cárabo y el eco de
los reclamos que un búho lanzaba al aire silencioso de aquellas horas
nocturnas. Agnes notó que se sobrecogía, que la fascinación más intensa le
anegaba el alma.
Empezó a caminar sabiendo perfectamente
hacia dónde tenía que dirigirse. En esos momentos, ya no era la Agnes que se
hallaba junto a Gaya. Ni siquiera se acordaba de que aquel instante no formaba
parte de su presente. Era otra mujer que prácticamente no se diferenciaba de la
que soñaba con aquella noche.
Agnes sabía que tenía treinta años, que
vivía sola en medio del bosque y que era una poderosa curandera a la que muchas
personas solían acudir para pedirle ayuda o consejo; pero aquellas certezas
estaban totalmente arraigadas en su mente. Agnes no tuvo que descubrirlas, no
las encontró en medio de la confusión. Éstas ya formaban parte de su
existencia.
Caminó durante algunos momentos por
aquella naturaleza que tan bien se conocía. Había luna llena. Su plateado y
potente fulgor llovía del estrellado cielo y se esparcía por todos los rincones
de aquel bosque tan espeso y precioso. Las sombras huían de aquel resplandor
tan mágico como si temiesen que éste las desvaneciese.
Agnes llevaba en la mano una gran cantidad
de tallos de hierba. En esos instantes, estaba levemente inquieta y preocupada.
En su hogar la esperaba una mujer que padecía una preocupante enfermedad y
deseaba curarla. Había llegado a su hogar hacía varias noches y desde entonces
la mujer no quería separarse de Agnes, en quien confiaba plena y profundamente,
como jamás había confiado en nadie.
A Agnes siempre le había costado muchísimo
relacionarse con los demás. Había huido hacía ya varios años de la aldea en la que
había nacido y desde entonces habitaba rodeada por la soledad más
indestructible. Muy pocas personas la conocían. Solamente acudían a ella
quienes habían oído hablar de su existencia de forma casual e inesperada. En
algunas ocasiones, cuando por necesidad se había aproximado al pueblo en el que
había nacido y crecido, muchos la habían insultado con desprecio. Todos los que
la habían conocido aseguraban que era una hechicera muy peligrosa que podía
destruir cualquier alma que se hallase a su lado.
Sin embargo, Agnes nunca le había hecho
daño a nadie. Nunca se le había ocurrido herir ningún corazón, ninguna alma.
Utilizaba sus mágicos dones para curar a los enfermos, para adivinar el futuro
de quienes se hallaban perdidos en su propia vida y también conocía un sinfín
de remedios para sanar cualquier herida. Además, mantenía con los animales una
relación muy hermosa que dotaba de brillo y sentido su existencia. Los animales
del bosque la adoraban. Siempre acudían a ella cuando alguien los lastimaba.
A pesar de que su vida fuese tan mágica y
calmada, Agnes siempre se hallaba sumida en una melancolía muy intensa y profunda
que le arrebataba, a veces, las ganas de seguir luchando por sus días y sus
noches. Aunque no se sintiese sola, pues la acompañaba la grandeza de la
naturaleza, había momentos en los que se preguntaba si de veras merecía la pena
existir así. Era consciente de que asustaba a cualquier persona que oyese
hablar de ella y también podía adivinar que, en cualquier momento, podrían
atraparla para matarla simplemente por creer que era una bruja maligna. No
obstante, sabía que el peligro no se hallaba ni en su tierra ni tampoco en las
personas que allí vivían, sino en quienes, por casualidad, acudían a aquellos
lares en busca de algún tipo de riqueza. Los extranjeros, los que procedían de
otras ciudades muy distintas a las pocas que salpicaban el sitio donde vivía,
eran quienes podían arrebatarle la vida. Quienes venían de fuera eran los más
incomprensivos.
Sin embargo, la aparición de aquella mujer
que esperaba su ayuda había llenado su vida de una luz muy especial que la
alentaba, que la instaba a creer que el mundo no era tan cruel como ella
pensaba. Aquella mujer era muy especial. Tenía una mirada muy hermosa que
siempre la hipnotizaba y, además, la trataba como jamás nadie se había
comportado con ella; con un cariño muy dulce, con una comprensión absoluta y
una amabilidad que a Agnes continuamente la emocionaba. Enseguida se había
percatado de que entre ellas dos existía un lazo muy bonito que, bien lo sabían
ambas, no había nacido en esa vida. Incluso la mujer había llegado a asegurarle
que llevaba muchísimos años buscándola.
Cuando llegó a su cabaña, la mujer la
recibió con una sonrisa muy tierna. La tomó de la mano y la instó a adentrarse
en aquel hogar antes de que la luna pudiese seguir detectando el cariño con el
que se miraban. Aquella mujer todavía no le había revelado su nombre. Le
aseguraba que no era necesario que lo conociese, pues lo que más importaba era
el lazo que las unía. Ninguna de las dos se preguntaba si aquellos sentimientos
eran reales o manaban de un mágico sueño, pues creían ambas en su pura
existencia, sabían que siempre habían respirado en su destino. No eran dos
personas distintas. Eran una misma alma, un mismo ser que se había dividido en
dos hados que, sin embargo, no podían discurrir solos por el mundo.
En aquella noche de plenilunio, se
desvaneció cualquier duda que aún pudiese palpitarles en el alma. Agnes no
podría recordar todos los momentos que su memoria ancestral había recuperado en
aquel trance. Solamente sabría que, de repente, se descubrió totalmente unida a
aquella mujer que tanto la acogía entre sus brazos. Se había fundido cualquier
mota de aire que pudiese separarlas. Apenas fue consciente de lo que vivía.
Notaba que las rodeaba una tibieza muy protectora y deliciosa, que la noche las
amparaba de cualquier mirada, que en esos momentos no quedaba ni pasado ni
futuro, sólo ese bello presente que nadie conocería jamás.
La mujer le había revelado, en varias
ocasiones, que no era libre, que había huido de su hogar, que seguramente
estarían buscándola y que en cualquier momento la encontrarían y la arrancarían
de su lado. La había avisado de que no podía permanecer durante más de tres
días junto a ella porque entonces su vida también estaría en peligro, pero
Agnes había ignorado aquellas dolorosas certezas por miedo a que, si les
prestaba la atención que se merecían, la dulce realidad que tanto las había
acogido se desvaneciese. Y en esos momentos apenas las recordaba. Había
olvidado cualquier matiz estremecedor, cualquier idea sobrecogedora. Lo único
que le anegaba el alma en esos instantes era paz y amor, sobre todo amor; todo
ese amor que le había faltado durante tantos años.
Gaya no dejó de resguardar el alma de
Agnes mientras duró aquel trance. Gaya podía adivinar si Agnes se hallaba cerca
o lejos de aquel instante. El péndulo con el que la había hipnotizado no dejó
de oscilar ante sus ojos. Parecía como si la calma más indestructible hubiese
invadido el alma de Agnes para siempre, pero, de repente, cuando más quedo se
había vuelto el silencio que las rodeaba, Agnes comenzó a temblar y a respirar
hondamente. Enseguida se le escapó un alarido de horror de los labios y se
aferró a las manos de Gaya sin ser consciente de lo que hacía.
Inesperadamente, empezó a exclamar
palabras en un idioma que al principio Gaya no pudo comprender, pero enseguida
se percató de que se asemejaba muchísimo al gallego. Agnes pedía desconsolada
que no la separasen de ella, que no le hiciesen daño. Cada vez estaba más
aterrada y desesperada.
Entonces Gaya intentó extraerla con mucha
suavidad de aquel trance en el que Agnes tanto estaba sufriendo, pero le
resultó muy complicado despertarla. Agnes no dejaba de agitarse ni de chillar.
Gaya la llamaba cada vez con más insistencia y le mecía los hombros con una
intensidad creciente y desgarradora.
Al fin, Agnes comenzó a aquietarse y
entonces abrió los ojos. Tenía la respiración agitada y temblaba con
brutalidad. Enseguida Gaya se percató de que estaba llorando desconsoladamente.
Agnes se sentía tan desorientada que apenas podía entender lo que le sucedía.
—
Agnes, ¿puedes oírme? —le preguntó Gaya
acariciándole los cabellos.
—
No sé qué me ocurrió —le reveló con una voz
queda y quebrada. Todavía no había podido dejar de llorar.
—
¿Qué recuerdas?
—
Estaba con ella. De repente alguien irrumpió en
mi cabaña y me arrancó de su lado. Querían llevársela. Había muchas personas
llamándome bruja y hechicera y a ella también querían matarla —le contó confusa
y desconsoladamente.
—
¿Quién es ella, Agnes?
—
No lo sé. Estaba con una mujer muy especial a la
que estaba muy unida. Notaba que éramos una sola alma. Era un sentimiento muy
hermoso, Gaya. Yo la conozco, la recuerdo, sé quién es, pero en esta vida no la
vi nunca. Estoy tan confundida...
—
Es comprensible, cariño. entonces, ¿no estabas
sola?
—
No, no. Estaba con ella. Era muy buena y me
quería. Nos queríamos mucho, nos queríamos de verdad. Puede que te cueste
entenderlo...
—
No, en absoluto me cuesta entender lo que me
cuentas, Agnes. ¿Y dónde estabais?
—
Estábamos juntas en la cabaña donde yo vivía. Sé
que volveré a esa cabaña algún día. Sé que vivía en Galicia. Era Galicia. Eran
los mismos bosques que yo tanto amo. Y ella me buscó durante años.
—
¿Y qué más recuerdas, Agnes? ¿te acuerdas de
cómo eras?
—
Era igual que ahora —rememoró confundida—. Tenía
dones muy bonitos. Podía curar cualquier enfermedad, podía sanar cualquier
herida y los animales me adoraban. Era muy mágica, pero vivía sola en medio del
bosque. Deseo que ese sueño se cumpla.
—
¿Quieres vivir sola en medio del bosque? —le cuestionó
Gaya extrañada.
—
Sí. Ése siempre fue mi sueño: vivir lejos de
cualquier mirada, de cualquier persona que pueda hacerme daño, lejos de las
ciudades...
—
Bueno, ahora no te preocupes por eso.
—
Creo que la mujer con la que estuve hace tantos
años volverá. aparecerá de nuevo, pero yo no quiero que me conozca. En aquella
vida en la que estuve hace unos momentos, yo no estaba enferma. Sí me sentía
melancólica y triste, pero no estaba enferma como ahora.
—
Agnes, ¿cómo estás tan segura de que ella
volverá?
—
Porque siento que el lazo que me unía a ella no
murió nunca. Todavía late en mí como si de los ecos de mi corazón se tratase,
pero esos sentimientos me asustan.
—
Ahora creo que deberías descansar. Vayamos ya a
dormir, Agnes. Mañana continuaremos hablando sobre todo lo que recuerdas. Te
recomiendo que lo escribas para no olvidar ni un solo detalle de esos momentos.
Las confesiones de Agnes le habían llenado
el alma de inquietud, de misterio y de curiosidad. Gaya se preguntaba en qué
momento del tiempo se hallaba la primera vida de Agnes, con quién había compartido
ella sus días, de dónde procedían las heridas que tanto le sangraban todavía. Aquella
noche en la que la había hipnotizado por primera vez, se planteó la posibilidad
de que la intensa tristeza que vivía en su alma naciese de las desgarradoras experiencias
que había vivido con aquella mujer de la que tan cariñosa y confusamente le
había hablado. No obstante, era consciente de que Agnes necesitaba recibir
algunas sesiones más de hipnosis para descubrir todo lo que se encerraba en su
corazón.
Gaya intentaba que las confesiones que
Agnes le realizaba tras cada sesión de hipnosis no la confundiesen ni la
sobrecogiesen, pues deseaba ayudarla plena y serenamente. Sin embargo, no podía
evitar que el alma se le empequeñeciese cada vez que recordaba todo lo que
Agnes le contaba. Saber que Agnes había vivido en otro tiempo, tener ante sí la
prueba de que la muerte no era el fin y sobre todo cerciorarse de que no
resultaba tan complicado descubrir cómo habían sido aquellas otras existencias
la sumía en un estado de silencio y soledad en el que se mezclaban la inquietud
más intensa y la desolación más indestructible. Era la primera vez que conocía
a alguien como Agnes. Había hipnotizado a algunas personas a lo largo de su
vida para ayudarlas a curarse de heridas que otras terapias no podían sanar,
pero nunca se había encontrado con un caso similar.
Además, Agnes nunca regresaba del trance
de la hipnosis portando los mismos recuerdos ni las mismas sensaciones. Parecía
como si cada sesión la transportase a diferentes vidas. Aquello sobrecogía
tanto a Gaya que, en muchísimas ocasiones, no sabía qué podía decirle ni cómo
debía tratarla. Ser consciente de que Agnes había vivido más de una existencia
a la cual era posible acceder a través de aquellos viajes intangibles la volvía
pequeña como una hoja caduca. Sólo con Gilbert desahogaba sus sentimientos,
sólo a él le confesaba cómo se sentía.
Ambos se estremecían cuando conversaban acerca
de Agnes, de todo lo que había sufrido en su existencia y de su forma de ser y
de hallarse en el mundo. Prácticamente siempre compartían lo que les suscitaba
la presencia de Agnes, pero ninguno de los dos se atrevía a confesarle al otro
que su magia también los asustaba. Temían que los preciosos dones de los que
Agnes gozaba pudiesen destruir la calma de su vida y tergiversar de repente la
realidad en la que habitaba.
Además, ninguno de los dos se olvidaba de
que Agnes estaba enferma. Era cierto que podía permanecer durante semanas
viviendo en una calma hermosa y luminosa que la protegía, pero aquella
serenidad podía quebrarse de repente. Lo que más los sobrecogía era recordar
que el doctor Martín le había asegurado a Gilbert, en varias ocasiones, que
Agnes tenía trastornos de personalidad. Hasta entonces, Agnes no les había
indicado que resguardaba en su interior otro modo de ser. Podían asegurar sin
dudar que Agnes era completamente transparente con ellos, era siempre sincera y
franca y que su personalidad era una de las más fuertes e indomables que habían
conocido en su vida.
Lo que más sobrecogía a Gaya era haber
descubierto los matices de las otras existencias en las que Agnes había vivido.
Necesitaba contarle a Gilbert todo lo que ella le había revelado. Así pues, una
mañana, Gaya acudió a su casa ansiando desahogar con él todo lo que sentía. No
había podido dormir en toda la noche pensando en Agnes, planeando el mejor modo
de curarle esas heridas cuya voz nunca se silenciaría, ni siquiera cuando el
alma de Agnes estuviese llena de felicidad y luz, pues aquellas heridas eran
muy dolorosas. Gaya sabía que no existía sufrimiento más indestructible que el
que nace de hallarnos separados de alguien a quien amamos con todo nuestro
corazón.
Gilbert le dedicó a Gaya una mirada muy
acogedora en cuanto se percató de que sus preciosos ojos azules aparecían
anegados en preocupación. La invitó a sentarse junto a la ventana del salón y,
mientras le servía una taza de té, le preguntó con ternura:
—
¿Qué ha ocurrido, Gaya? tienes una mirada muy
nostálgica.
—
Gilbert, necesito que hablemos sobre Agnes.
—
tú dirás —la invitó a hablar mientras se sentaba
enfrente de ella.
—
Necesito contarte lo que ocurrió la primera vez
que hipnoticé a Agnes. Todo iba bien hasta que comenzó a gritar y a agitarse.
tuve que extraerla del trance y, cuando se halló de nuevo en nuestra realidad,
empezó a dedicarme unas palabras que no puedo olvidar. No puedo olvidar lo que
me contó, Gilbert.
—
¿Qué te dijo, Gaya¿
—
Antes de que la rescatase de ese trance, empezó
a pedir que no le hiciesen daño. Hablaba en un gallego antiguo que me costaba mucho
entender. Y, cuando volvió, me confesó que había estado con otra mujer y que
alguien la había apartado de ella para matarlas a las dos. Es muy posible que
Agnes muriese quemada en una hoguera hace muchísimo tiempo, pero no es eso lo
que más me sobrecoge. Lo que me inquieta es que tengo la sensación de que Agnes
no forma parte de este mundo. Cuando la alecciono sobre algún tema que le
interesa de veras, percibo que en realidad ella ya dispone de esos
conocimientos. Parece como si los tuviese silenciados en su interior y nosotros
estuviésemos ayudándola a rescatarlos.
—
Hemos hablado de esto ya muchas veces, Gaya. Ya
te dije que Agnes es muy inteligente. ¿Por qué eso te desasosiega tanto ahora?
—
No lo sé, Gilbert —suspiró ella
temblorosamente—. Nunca he conocido a nadie como Agnes. Si lo que percibo es
cierto, entonces ella jamás podrá encontrar La Paz en este mundo.
—
eso no es verdad, Gaya. Ella ahora vive muy
tranquila y felizmente conmigo.
—
Pero también está sola la mayor parte del día.
Creo que no le conviene pasar tantas horas con Némesis.
—
Agnes adora la soledad. estar sola le conviene
para poder reencontrarse consigo misma. Además, ya sabes cómo es la gente de Galicia.
Los gallegos son muy solitarios —se rió intentando hacer sonreír a Gaya. Lo
logró fugazmente.
—
Hay algo que me preocupa mucho, pero no sé con
certeza lo que es. Cuando la miro a los ojos, me empequeñezco, como si ella
fuese inmensamente poderosa y yo...
—
Tú eres poderosa y muy mágica, Gaya. No le
tengas miedo a Agnes. No actúes como Moira, quien ni siquiera desea oír hablar
de ella.
—
No le tengo miedo, Gilbert, al contrario. quizá
creas que estoy delirando, pero muchas veces me parece que me hallo junto a la
Diosa. Me parece verla en Agnes y oír su voz en la de Agnes.
—
La Diosa está en cada uno de nosotros, Gaya —le
aseguró tomándola tiernamente de las manos—. Agnes es muy especial y tenemos
que cuidarla mucho.
—
No podemos dejarla sola mucho tiempo, Gilbert.
Tiene un alma muy frágil.
—
Está bien, Gaya. No te preocupes más. Ve a
buscarla, anda. Está en el jardín junto a Némesis.
—
Quería comentarte también que ella me confesó
que anhelaba vivir sola en una cabaña en medio del bosque. ¿Crees que es
posible cumplir su deseo?
—
Sí, pero todavía no. Creo que aún no le conviene
vivir sola. Aplícale algunas sesiones de hipnosis más para que podamos
descubrir si de veras su enfermedad tiene cura. La próxima primavera, ya
podremos empezar a volver realidad lo que ella tanto anhela.
—
De acuerdo.
Varias fueron las sesiones de hipnosis que
Agnes vivió antes de decidir que no deseaba volver a viajar hacia sus inciertas
existencias. Al contrario de lo que Gaya y ella habían esperado, las heridas
que Agnes tenía horadadas en el alma se volvían cada vez más profundas y
desgarradoras. Parecía como si conocer lo que había vivido antes de aquella
vida la desolase y la confundiese mucho más.
Agnes jamás olvidaría todo lo que
descubrió gracias al inmenso poder de Gaya. Cada vez que Gaya la hipnotizaba,
Agnes sentía que nunca había vivido aquellos momentos, que era la primera ocasión
en la que tenía la oportunidad de sumirse en aquel trance que la llevaría hasta
unos instantes que permanecían hundidos en el olvido más inquebrantable.
Siempre experimentaba las mismas emociones
cuando se tendía en aquella alfombra mullida y fijaba la mirada en el
movimiento brillante y oscilante del péndulo. Se apoderaba de ella un sopor
azulado y tierno que la transportaba, como si de una barca serena se tratase,
hacia una dimensión en la que solamente existían el silencio y la soledad más
profundos.
Sin embargo, aunque las sesiones de
hipnosis comenzasen de un modo tan calmado, Agnes siempre regresaba de aquellos
viajes sintiéndose completamente desorientada y aturdida, tanto que podía
permanecer durante más de un día sumida en un estado de ensimismamiento que
nadie podía resquebrajar. Además, arrastraba siempre los sentimientos que había
experimentado en aquel trance que apenas duraba treinta minutos. La tristeza
más desgarradora le inundaba toda el alma y le costaba mucho deshacerla. Fueron
aquellos motivos los que la instaron a solicitarle a Gaya que no volviese a
hipnotizarla nunca más. La asustaba descubrir que sus heridas no tenían cura y
que para siempre viviría notando que el alma le sangraba sin que nadie pudiese
sanársela.
—
Gaya, creo que lo más conveniente es que no
vuelvas a hipnotizarme. Creía que la hipnosis me ayudaría a encontrar las
razones por las cuales siempre me sentí tan herida, pero me parece que no
existe ninguna cura para mi enfermedad. Mañana viajaré por última vez a ese tiempo
que puede darme las respuestas que necesito, pero ya no regresaré nunca más a
esa dimensión que resguarda todos mis recuerdos. Lamento mucho haberte hecho
perder el tiempo.
—
No me has hecho perder el tiempo, Agnes. No
vuelvas a pensar algo así; pero entiendo lo que sientes. No quiero que te
desalientes, cariño.
—
No te preocupes por mí. Creo que siempre deberé
vivir sintiéndome tan frágil.
—
No me opondré a tus deseos, pero me entristece
que te desanimes tanto.
Lo que Agnes sentía en realidad era
muchísimo miedo a que las ideas que se le habían aferrado al alma se
convirtiesen en certezas innegables. Las sesiones de hipnosis que la habían
ayudado a encontrarse con sus otras existencias le habían sugerido que la cura
a su enfermedad se hallaba en Galicia, sólo en Galicia, y que, regresando a
aquella tierra, las heridas que tan profundamente tenía hendidas en el alma se
cerrarían para siempre; pero se creía incapaz de confesarle lo que pensaba a
Gaya. Era consciente de que todavía no había llegado el momento de retornar al
lugar que la vio nacer y crecer y no soportaría que ellos le negasen la
posibilidad de vivir allí de nuevo, de reencontrarse con los lugares que ella
tanto amaba.
La noche de su última sesión de hipnosis
llegó espesamente. De nuevo, Agnes se perdió en la hermosura de aquel péndulo
que resplandecía ante sus ojos. El sopor que se esparcía por su alma se deshizo
en unas brumas que, poco a poco, fueron disipándose. Como si fuesen unos brazos
cariñosos, la transportaron a través del tiempo pasado hasta liberarla en
imágenes que le costó mucho comprender. Se sentía volátil, como si no tuviese
materia, pero, lentamente, empezó a tomar consciencia de su cuerpo. Pudo aspirar
los olores que la rodeaban y oír los sonidos que susurraban en el silencio.
Estaba sentada sobre una tela gruesa,
junto a una lumbre que ardía en El Centro de una estancia circular. Como si la
misma oscuridad que la rodeaba se lo desvelase, enseguida supo que se hallaba
en su hogar. Aquella habitación era su casa, una casita redonda construida en
lo alto de una colina toda impregnada de verdor, dominada por la fuerza de los
árboles.
Había personas durmiendo a su alrededor,
pero ella no podía conciliar el sueño. Estaba inquieta. Notaba que le palpitaba
en el alma una sensación fortísima que no podía ignorar. Aquella sensación la
instaba a abandonar la protección de su hogar y correr entre los árboles, bajo
la poderosa luz de la luna llena, hasta llegar a la rocosa orilla del mar.
Sin hacer ruido, se levantó de donde
estaba sentada y salió conteniendo la respiración. En su memoria, flotaba el
recuerdo de otra ocasión en la que también se había dispuesto a abandonar su
casa en mitad de la noche y se lo habían impedido, alegando que no era
conveniente que ella anduviese tan sola a aquellas horas tan silenciosas y
oscuras. Sus familiares la protegían como si su cuerpo fuese de cristal. No
olvidaba en ningún momento que ella era una de las personas más importantes del
poblado. La gente se refugiaba en su sabiduría, leía en sus ojos la continuidad
de la vida y encontraban en sus manos la guía que a ellos muchas veces les
faltaba.
Nadie advirtió sus movimientos. La noche
fue quien la detuvo, quien la recibió en su oscuridad, en sus brazos silentes.
Olía tanto a savia que le pareció que aquel olor la asfixiaba, pero no tuvo
miedo. Cerró con fuerza los ojos y empezó a caminar entre los árboles,
alejándose de su hogar.
El silencio era tan profundo que incluso
le daba miedo quebrarlo con el murmullo suave de su respiración; pero entonces
se percató de que el bosque la había recibido con un inmenso cariño. La
arropaba la noche con su oscuridad y su silencio, la luna con su plateado
fulgor y el viento que de vez en cuando soplaba con fuerza, como si quisiese
impedir que las ramas de los árboles permaneciesen sumidas en el tierno sopor
al que las nieblas las conducían.
La voz de su alma era muy potente. No se
callaba nunca y en esos momentos gritaba en vez de susurrar, revelándole con
insistencia y desesperación certezas que le costaba mucho comprender. Sentía
que en su pecho latía un miedo que jamás había experimentado. Temía que aquel
mundo que ella tanto amaba se desvaneciese, que alguien, con maldad e incomprensión,
la alejase de su tierra; la que ella sentía tan suya. No obstante, enseguida se
percató de que aquel pavor no formaba parte de su presente ni de su cercano
futuro, sino que nacía de un tiempo remoto e inalcanzable. Debían transcurrir
muchos años hasta que aquel temor se volviese realidad.
Su alma también le insistía en que viviese
cada instante como si fuese el último que podía compartir con aquella tierra.
Le desvelaba que su amado hogar cambiaría con el paso del tiempo, que vería
crecer la nostalgia en su corazón, experimentaría el vacío de la añoranza, de
la insoportable morriña que siempre le llenaría el alma, que siempre le
horadaría heridas que jamás nadie podría sanarle, solamente su amada tierra; a la
que en esos momentos ni siquiera la llamaban con el nombre que ella conocía,
que tantas veces se repetiría en su memoria recordándole cuánto la extrañaba,
cuánto la necesitaba. Sólo un vago musitar se perdía en los remotos confines de
su futura memoria, exclamando una palabra que se repetía cada vez con más
debilidad, como si el tiempo que aún no había transcurrido la desvaneciese...
«Gallaecia, Gallaecia, Gallaecia...»
Notó que le faltaba el aire, que todas
aquellas sensaciones se le agolpaban en el pecho y se le hundían en el alma
como si de una espada afilada se tratase. Como si quisiese huir de aquellas
emociones que tanto la sobrecogían, empezó a correr, colina abajo, a través de
los árboles, sintiendo cómo el viento la abrazaba y le agitaba los cabellos,
oyendo cómo el silencio de la noche se mezclaba con los latidos de su corazón,
notando palpitar la tierra sagrada bajo sus pies.
Entonces, de pronto, el rugido del bravo
mar le golpeó en el alma. Se detuvo en cuanto aquella poderosa voz se le hundió
en el corazón. Había llegado al rincón más sagrado de su tierra. La hierba y
las rocas se fundían en una única visión nebulosa. La luna lanzaba sus rayos al
mar y su poderoso movimiento los devoraba, sumergiéndolos en su lejano fondo.
Se arrodilló en la hierba y cerró los ojos
de nuevo. El viento que antes había soplado de vez en cuando se volvió
insistente. Empezó a recorrer su alrededor con una velocidad creciente a la vez
que el mar gritaba cada vez con más fuerza, como si quisiese protestar.
Había tenido a su alcance el brillo de las
estrellas, pero de repente unas nubes gruesas cubrieron el cielo, ocultando
también la tierna luz de la luna. La oscuridad se hizo tenebrosa, absoluta,
silente. Debía regresar a su hogar antes de que empezase a llover con la fuerza
que ella ya tanto conocía. Su tierra era así, calmada y de pronto furiosa.
De súbito, aquel momento empezó a
deshacerse. Agnes notó que algo la alejaba de aquel viento, de aquella hierba
mullida, de los suspiros desesperados del mar. Quiso aferrarse a aquel instante
para impedir que la distanciasen de aquel lugar tan mágico que, de repente, la
instó a evocar lejanos recuerdos que apenas pudo recuperar. Sólo los sintió
latir en su alma durante unos efímeros segundos, pero después desaparecieron,
volando hacia el silencio del olvido.
Las nieblas la envolvieron de nuevo. Se
sintió perdida entre los tiempos, entre sus propias vidas. Mas la oscuridad y
la confusión duraron apenas unos instantes. De repente un olor muy intenso a
leña quemada, a agua y a hojas vivas se hundió en aquella soledad. Vio crecer
ante sí una tímida hoguera que, poco a poco, fue engrandeciéndose. Alguien la
tomaba de la cintura con cariño y le susurraba en el oído unas palabras que al
principio le costó mucho comprender. La luna brillaba con una fuerza inmensa.
Casi la deslumbraba. Aquel fulgor la aturdía, la hechizaba incluso.
Era una mujer quien le hablaba con tanto
primor en el oído. Entonces empezó a entender lo que ella le pedía, aunque,
durante unos largos instantes, solamente existió para ella aquella voz tan
suave que, sin comprender por qué, contenía un sinfín de recuerdos.
—
Agnes, salta, salta, salta antes de que se haga
más grande.
Le hablaba en castellano; en un idioma en
el que ella no solía expresarse ni pensar. El poder que le latía en el alma la desorientaba
y le parecía que las palabras que ella le dedicaba se perdían en una confusión
inquebrantable. No obstante, sabía lo que tenía que hacer. Se despojó
rápidamente del vestido que llevaba y empezó a correr alrededor de la hoguera.
La voz poderosa y alegre de la gaita comenzó a sonar quebrando el silencio de
la noche. Agnes respiró profundamente para introducir en su alma toda la magia
de ese instante y se unió a los cantos que todos los que la rodeaban, todos los
que vivían con ella aquel momento, habían principiado a entonar.
«Lúa
Lúa, sacra Lúa,
Lúa, branca, sacra Lúa,
Lúa, Lúa, branca Lúa, Lúa sacra, branca Lúa».
Lúa, branca, sacra Lúa,
Lúa, Lúa, branca Lúa, Lúa sacra, branca Lúa».
Cantaban cada vez con más ímpetu, con más
alegría, con más emoción, alimentando la noche con aquella melodía tan mágica,
tan impetuosa y hermosa.
Era la noche del solsticio de verano. El
calor se asomaba entre las montañas, la luna esplendía cada vez con más poder,
como si los cantos que todos entonaban la animasen y alimentasen su resplandor.
—
¡Salta, Agnes!
La voz de la misma mujer que antes le
había hablado en el oído resurgió en medio de los cantos, se volvió poderosa de
repente y la impulsó como si de veras fuesen unas manos que la empujaban.
—
Purifica nosa terra!
Otra voz la había animado, la había
impelido a la locura. Entonces se detuvo y cerró con fuerza los ojos. Todavía
no había dejado de cantar aquella canción que tanto se conocía, que año tras
año entonaban todos en aquella noche tan mágica.
Abrió los ojos unos instantes para
comprobar cuán grandes eran las llamas y entonces, sintiéndose libre, se alejó
de allí, retornó corriendo hacia la hoguera y saltó, saltó lo más alto que
pudo. Notó latir bajo su cuerpo la presencia ígnea del fuego y se sintió tan
volátil, tan fuerte, tan poderosa...
Cayó a la tierra con delicadeza. Lo
primero que notó fue que el alma se le llenaba de orgullo y felicidad. Tenía
los ojos lacrimosos. La felicidad era casi asfixiante. Todos reían a su
alrededor, también con una alegría desbordante.
La felicidad que teñía aquel momento se
intensificó con brutalidad, como si de repente La Luz de la luna la hubiese
vuelto imperecedera e invencible. Entonces Agnes sintió que ansiaba reír, reír
hasta perder la noción del tiempo. Se levantó rápidamente de la tierra, corrió
hacia la vera de la mujer que con tanta ilusión le había pedido que saltase y
la tomó de la mano mientras ya todos comenzaban a danzar alrededor de la hoguera,
cuyas llamas cada vez se alzaban con más fuerza hacia el cielo. Nadie dejaba de
cantar. Se mezclaban todas las voces en una melodía hipnótica que a Agnes le
encogía el corazón, pero todavía tenía muchas ganas de reír de alegría, de
entusiasmo incluso.
La mujer que también bailaba junto a ella
la miró a los ojos efímeramente y, al percibir que Agnes se sentía tan
inmensamente feliz, le sonrió con muchísima luz.
—
Es la primera vez que lo consigo —le reveló
Agnes hablando en castellano; el idioma en el que la mujer se expresaba—. Y te
aseguro que lo que se siente es tan inmenso... Tendremos muy buenas cosechas
este año, te lo prometo.
—
Si tú lo dices, entonces será cierto —le
contestó ella sonriendo feliz.
Y entonces danzaron sin sentir el paso del
tiempo, cantaron sin notar el cansancio en la voz, sin que temblase ninguna
palabra. La luna descendía entre las estrellas hacia al otro lado del horizonte
mientras la noche se llenaba cada vez de más magia.
Cuando el amanecer se hizo un hueco en la
oscuridad, entonces las llamas de la hoguera comenzaron a morir. Ya todos
habían comido y bebido hasta sentirse saciados, todos menos Agnes, quien no
había podido probar ni el bocado más sutil. Estaba inquieta, nerviosa, estaba
tan feliz, tan llena de energía que apenas podía respirar. Se le habían
agolpado en el alma las sensaciones más hermosas de la vida y en esa noche
notó, con más potencia que nunca, cuán grande podía ser su poder, cuánta voz
tenían sus dones.
Cuando comenzó a alborear, entonces se
levantó de la arena y, sin avisar a nadie, corrió hacia el mar. Sintió bajo sus
pies la dureza de las rocas e incluso notó que alguna deseaba arañarle la piel,
pero no le importó. Debía saltar hacia el agua. Siempre la había sobrecogido la
fuerza y la ferocidad del océano, pero aquel amanecer se sentía distinta. Un
ímpetu ancestral la impulsaba.
Cerró los ojos y saltó al vacío. El viento
la envolvió en un abrazo travieso y la empujó hacia el mar con una velocidad
vertiginosa. Las olas jugaron con ella durante unos instantes que a Agnes ni
siquiera la asustaron. Había perdido el control de su cuerpo, pero enseguida lo
recuperó. Forcejeó con las olas poderosas hasta que al fin consiguió empezar a
nadar hacia la orilla. El acantilado quedaba lejos, escondido entre las estrellas.
Ni tan sólo se preguntaba cómo era posible que se hubiese sentido capaz de
saltar.
De repente, cuando más mezclada se sentía
con el agua, comenzaron a desvanecerse las sensaciones que experimentaba, los
sonidos que oía y también la oscuridad decreciente de la noche. Las sombras de
aquella nada que la separaba de su pasado se cernieron de nuevo sobre su mente,
pero esta vez ninguna imagen las quebró.
Agnes se percató de que se hallaba en la
realidad de la que la hipnosis la alejaba. Notó que a su lado Gaya la llamaba
con mucho cariño y delicadeza. Ya no sentía el movimiento oscilante del
péndulo. Todo estaba en silencio y en calma, pero en su interior batallaban las
sensaciones más intensas. No podía distinguir un sentimiento de otro. Todos le
parecían una maraña de recuerdos, de impresiones, de intuiciones y emociones
que apenas podía soportar.
—
Agnes, ¿puedes oírme?
Sí, la oía y comprendía todas sus
palabras, pero estaba tan confundida que apenas sabía qué debía decirle. Abrió
los ojos con lentitud, como si temiese que las imágenes que se encontraría tras
la oscuridad la asustasen infinitamente.
—
Era a noite do solsticio do verán —susurró para
sí misma en gallego, como si no quisiese que nadie más oyese sus palabras.
—
Agnes, tienes que contarme lo que has vivido.
—
Eu saltei por primeira vez, Sentíame moi forte.
Era tan máxico todo... O lume brillaba con moita forza e o mar estaba
embravecido.
—
Agnes, ¿estás aquí conmigo? —le preguntó Gaya
con preocupación acariciándole la cabeza.
—
Gaya, me siento perdida y desorientada —le
confesó mirándola brumosa y vagamente.
—
es comprensible, Agnes.
—
Gaya, estaba celebrando el solsticio de verano.
Salté por primera vez por encima del fuego y me sentía fuerte. Además me lancé
al mar. Me hallaba de nuevo junto a la mujer que siempre me encuentro en esa realidad.
Celebrábamos el solsticio de verano cabe un precioso acantilado y yo salté
sin sentir miedo, Gaya; pero antes estuve en una casa redondiña muy graciosa,
con mucha gente que dormía, y yo salía de allí y corría libre por el bosque
hasta llegar a la vera del mar. Era Galicia, pero estaba tan cambiada... Sé que
estaba en Galicia y yo era importante para mucha gente. Incluso en la noche del
solsticio de verano tenía que saltar por encima del fuego para purificar la
tierra a través de mi cuerpo. Y también presentía que tendríamos muy buenas
cosechas —le explicó confusa y casi desesperadamente.
—
Necesitas dormir. Tras cada sesión te
desorientas mucho.
—
Gaya, necesito que sigamos con este tratamiento.
Ya sé que te dije que no quería que...
—
No, Agnes. Ésta ha sido la última sesión de
hipnosis que te aplico.
—
No, Gaya. Todavía no sé por qué me siento tan
triste cuando me hallo lejos de mi tierra. Me cuesta respirar cuando pienso en Galicia,
cuando recuerdo lo lejos que estoy de ella —le reveló con lágrimas en los ojos.
—
Tienes con ese lugar un lazo muy fuerte que no
ha nacido en esta vida, Agnes.
—
Y tampoco sé por qué siempre fui tan propensa a
entristecerme, por qué siempre tuve en el alma esa nostalgia tan grande.
—
¿Todavía no puedes extraer alguna conclusión de
todo lo que has visto?
—
No sé ni siquiera cuántas vidas tuve, cuántos
años viví, cuántas veces me reencarné; pero puedo asegurarte que fui siempre
como soy ahora, que siempre fui la misma, Gaya. Siempre tuve un poder especial
en el alma. Siempre estuve muy conectada con la tierriña, con su magia, con sus
costumbres —le indicó empezando a llorar—. Escúchame, Gaya. sé que mi cura está
en Galicia. Gaya, tengo que volver a Galicia. No soporto estar lejos de mi
hogar. Si regreso, me curaré, te lo aseguro.
—
Tienes que curarte primero, Agnes, o al menos
aprender a vivir con tus heridas. Hasta entonces, no es conveniente que te
marches sola a ninguna parte.
—
Pero yo no me curaré jamás si no regreso a
Galicia —le insistió con un desconsuelo interminable mientras se sentaba y
miraba a Gaya con desesperación.
—
No puedes volver a Galicia todavía, cariño.
Aquellas palabras le apuñalaron el
corazón. Se sintió perdida en sus propios sentimientos. No comprendía por qué
Gaya, quien la quería tanto, le impedía regresar a su tierra. Le pareció que de
nuevo se hallaba en aquel hospital en el que tanto le habían cortado las alas.
No obstante, también entendía las palabras de Gaya.
—
Sí estoy preparada para volver —la contradijo
sin embargo, notando que el corazón se le convertía en una punzada de dolor.
—
No, Agnes, todavía no estás preparada, cariño.
Venga, vayamos a dormir ya.
—
Tal vez, si empiezo a vivir sola en medio del
bosque, en alguna cabaña, pueda acostumbrarme más a mí misma y a mis
sentimientos y pueda prepararme para habitar en Galicia sin que nadie tenga
que estar pendiente de mis emociones ni de mi existencia.
—
Ya hablaremos de eso mañana, cariño.
—
Ya transcurrieron prácticamente dos años desde
que Gilbert me rescató del hospital y todavía no tuve la oportunidad de
demostraros que yo sí puedo depender de mí misma. Gilbert luchó mucho para
convertirse en mi tutor legal y es cierto que yo apenas les presté atención a
todos esos procesos que él tuvo que sufrir para lograrlo, pero...
—
Agnes, estás muy confundida. Tienes que
calmarte.
—
Al fin lo consiguió. Él es mi tutor legal, pero
sabe perfectamente que yo puedo vivir sola, Gaya.
—
No te conviene ponerte tan nerviosa.
Tranquilízate, Agnes.
—
¡Es que tú tampoco me entiendes! —exclamó con
una impotencia desgarradora—. ¡No comprendes que lo único que me conviene es
volver a mi tierra, a mi verdadero hogar! ¡Viviendo lejos de Galicia nunca me
curaré!
Agnes había comenzado a hiperventilar y a
temblar con una brutalidad que no dejaba de intensificarse. Para intentar
calmarla, Gaya la abrazó con mucho amor, pero Agnes huyó de sus brazos antes de
percibir el inmenso cariño con el que Gaya deseaba protegerla. Se levantó
rápidamente de donde estaba sentada y corrió hacia el exterior ignorando la voz
de Gaya, quien la llamaba con paciencia y ternura.
Gaya intentó impedir que Agnes huyese de
su hogar y se internase en la oscuridad espesa de la noche, pero Agnes se había
vuelto ágil y escurridiza. En esos momentos, apenas controlaba lo que sentía.
Lo único que experimentaba era aquel poderoso pavor que le arrebataba la calma
y que le provocaba aquellos ataques de pánico que tanto la deshacían.
Todos los recuerdos antiguos que la
hipnosis le había mostrado se le agolpaban en el alma. Las emociones que se
desprendían de ellos la confundían muchísimo más y ahondaban el miedo que tan
irrevocablemente se había apoderado de su entereza.
Cuando la oscuridad de la noche la rodeó,
Agnes se quedó paralizada en medio del jardín de Gaya, sin saber a dónde ir,
sin saber qué hacer. La soledad que en esos momentos la envolvía eran unas
manos que no dejaban de apuñalarle el alma. Creía que, en todas partes, había
ojos que la miraban con ira y odio y que, en cualquier momento, alguien la
agarraría con violencia para arrastrarla de nuevo hacia aquella habitación
horrible y sobria en la que había vivido los peores momentos de su existencia.
La hermosa naturaleza que la rodeaba
comenzó a convertirse para Agnes en los solitarios y asfixiantes pasillos del
hospital en el que había permanecido encerrada durante tanto tiempo. Mirase por
donde mirase, creía detectar la presencia de alguno de aquellos enfermeros que
tanto la habían maltratado o de aquellas chicas malvadas que se habían burlado
tan desconsideradamente de ella.
Aquellas percepciones la instaron a correr
apenas sin advertir la apariencia de lo que la rodeaba. Se tropezó muchísimas
veces con las raíces de los árboles y con las piedras que accidentalmente le
golpeaban en los pies. De repente, perdió el equilibrio y cayó al suelo notando
que la tierra temblaba con fuerza.
Aquella caída la paralizó y le arrebató la
energía que le había permitido correr tan despavorida. Gaya había seguido
esforzándose por igualar el acelerado paso al que Agnes se desplazaba. Al fin,
la encontró tendida en el suelo, llorando con una desolación desgarradora. Gaya
se agachó junto a Agnes e intentó convocar su frágil atención, pero parecía
como si Agnes no se hallase en su misma realidad. La llamó con amor e
insistencia, pero Agnes no reaccionaba.
—
Agnes, cariño, mírame.
Deseaba abrazarla para protegerla, pero
sabía que Agnes se asustaría muchísimo más si la tocaba. Sin embargo, era la
única forma de hacerle sentir a Agnes que no estaba sola ni tan desamparada
como creía.
Al contrario de lo que había creído,
cuando la abrazó, Agnes se aferró con fuerza a ella y se escondió entre sus
brazos como si en esos momentos Gaya fuese la materialización de todos sus anhelos
más antiguos. Gaya la acunó con mucho amor mientras no dejaba de susurrarle
palabras de aliento y calma.
—
Ya pasó todo, Agnes. Estás aquí, conmigo —le
musitaba con una voz maternal.
—
No quiero que me encierren de nuevo —le contestó
casi sin poder hablar.
—
Nadie va a encerrarte en ninguna parte, Agnes.
—
Ahora no, pero, cuando pasen unos cuantos años,
me llevaréis a ese lugar —hipaba sin consuelo.
—
Eso no es cierto, Agnes.
—
No me permitiréis regresar a Galicia y eso me
enfermará mucho más... Y cuando queráis curarme ya será demasiado tarde.
—
Ahora no pienses en eso, cariño. Podrás
regresar, pero tienes que sentirte más fuerte.
—
No podré sentirme más fuerte si no me dejáis
vivir sola, si me sobreprotegéis tanto.
—
Puede que tengas razón, cielo. Mañana hablaremos
con Gilbert, ¿de acuerdo? Ahora vayamos a dormir.
Agnes consiguió dominar sus intensos
sentimientos. Gaya la ayudó a serenarse y a desprenderse de las horribles
certezas que le habían anegado toda el alma. Sin embargo, no pudo dormir
prácticamente en toda la noche. Continuamente soñaba con Galicia. Soñaba que
podía regresar, que de nuevo se hallaba en el bosque que ella tanto extrañaba.
Se despertaba de aquellos sueños notando que le dolía intensamente el alma,
pero trataba de ignorar aquellas emociones para poder ser fuerte y así
demostrarles a Gaya y a Gilbert que estaba preparada para vivir sola, aunque no
fuese verdad. Les mentiría si era necesario para conseguir que al fin le
permitiesen volver al único hogar que ella tenía en el mundo.
Creo que por primera vez un capítulo tuyo se me queda corto, es decir, muchas veces, igual que ahora, me quedo con ganas de más, pero esta vez el sentimiento es aún mayor de lo común, me lo he leído todo de un tirón, sin parpadear, disfrutando cada línea, cada palabra. Es increíble todo lo que encierra Agnes, y cómo se va desgranando, aunque con cada certeza se abran también nuevas incógnitas.
ResponderEliminarEl rito de iniciación ha dejado bien clara la aversión mutua entre Moira y Agnes, aunque es más bien la primera quien tiene algo contra la protagonista, después de todo ¿qué le ha hecho? Me imagino que la cosa irá a más y que veremos algún episodio fuera de tono entre ellas, si no al tiempo. Pero la parte más interesante, para mí, viene con la hipnosis de Agnes, porque se transporta a una realidad que me sobrecoge, el interés de esos momentos es máximo para mí. Y, sobre todo, ¿quién es esa mujer con la que se encuentra en el pasado? Estos momentos son en principio desconocidos, así que no se puede adivinar su identidad, o sea, me pregunto ¿dónde pasa todo esto? parece que en Galicia, tanto por lo que parece entorno natural como por el lenguaje, en una zona rural, por aquello de hablar de cosechas y celebrar la noche de san juan, etc; bien pero ¿cuándo? Es el pasado, pero lo mismo puede ser hace 30 años que hace 300 o más, ya que precisamente el entorno rural gallego se ha movido muy poco, tal vez me inclino porque hace mucho tiempo, ya que se menciona que hay habla gallega antigua, como si fuese una variante ancestral. En esa realidad, por así llamarla, Agnes tiene 30 años, por tanto es evidente que no se trata de ella, no podría ser de ningún modo, tengo que pensar en una vida anterior, además ella misma se reconoce distinta, "no estoy enferma", dice, ¿cuándo sería todo eso? Y, además, queda la pregunta mayor, ¿quién es esa mujer que la acompaña? Quieren hacerle daño, parece sabia, la acompaña... ¿tiene que ver con Gaya? ¿con Némesis incluso? ¿con otro personaje conocido o con alguno totalmente inédito? Me hago cábalas con eso, es la razón por la que decía al principio que quiero saber más... a Agnes le pasa un poco lo mismo, llega un momento que se asusta con la hipnosis y se quiere desentender, pero luego comprende que tener todo el conocimiento es siempre lo mejor, cerrar los ojos no lleva a nada, solo nos retrasa ¿quién es entonces esa misteriosa mujer? Todo el proceso ha servido también para que Gilbert y sobre todo Gaya se den cuenta de que Agnes no es una persona cualquiera, sí, es lista, es sensible, pero el asunto va más allá, porque abarca más vidas, ¿por qué razón las personas van y vienen? ¿será verdad que regresamos porque tenemos una razón para hacerlo y esperamos el momento que nos parece oportuno? Es sobrecogedora la premonición de Agnes sobre que irá de nuevo al hospital, da una cosa en el estómago pensarlo que... vamos... En fin, muy bueno el capítulo, me quedo esperando los próximos que vas a poner. Me he quedado muy bien, no sé cómo decirte, con ganas de más pero a la vez satisfechísimo por estar participando como lector en esto, así que muchas gracias.