lunes, 22 de enero de 2018

DIARIO DE ARTEMISA: JUEVES, 28 DE DICIEMBRE DE 2017

Jueves, 28 de diciembre de 2017

Qué bonito me parece el invierno. Me gusta el frío, me gustan las tardes cortas y los días en los que el sol se esfuerza tanto por brillar y entregarnos calor. Me gustan esos días invernales en los que no tienes prisa, esos días de vacaciones en los que puedes levantarte a la hora que quieras y pasar todo el día en casa si no te apetece salir. Me gustan esos días que van acercándonos al fin del año, pero también me hacen sentir pequeña. Me empequeñece que estemos a punto de cambiar de año, aunque para nosotras empezó un año nuevo ya el 1 de noviembre; pero ese cambio no se refleja en ninguna parte, sólo en nuestro interior y en nuestras creencias, aunque, sinceramente, casi nunca noto la influencia que podría ejercer en mí el cambio de una época. Hay momentos que tienen más fuerza y que me avisan de que está cerrándose una época en mi vida y otra está abriéndose ante mí; pero también me ocurre muchas veces que se desvanece de súbito esa época que notaba empezando en mí y todo sigue como si nada, como si nada hubiese ocurrido.

Agnes y yo tenemos vacaciones esta semana. Bueno, yo realmente no tengo que volver al trabajo hasta el día 8 de enero. Si fuese por mí, no volvería nunca, sinceramente. No me apetece nada volver a ver a esos chicos tan maleducados e impertinentes. Tampoco me apetece nada reencontrarme con mis compañeros de trabajo, de los que tan lejos me siento, a pesar de que me lleve bien con alguno de ellos. Entiendo perfectamente a Agnes cuando me dice que no se identifica con casi ninguna persona de las que la rodean en el trabajo. A mí me pasa igual. Sin embargo, a mí me cuesta mucho menos interactuar con los demás y empezar a conversar sobre cualquier cosa. En cambio, a Agnes le resulta complicadísimo vencer la vergüenza que siempre siente cuando se halla ante alguien a quien no tiene confianza. Recuerdo que, hace un mes, organizaron en el instituto una cena a la cual podíamos llevar a nuestra pareja. A mí me apetecía ir, sobre todo porque quería que conociesen a Agnes, pero me resultó completamente imposible convencerla de que fuésemos. Ella me pidió miles de veces que fuese sin ella, pero a mí no me dio la gana de dejarla sola. No tenía sentido que fuese sin ella. Yo quería ir, pero apoyándome en su presencia, sintiendo que formaba parte de ese mundo en el que casi no podemos estar juntas; pero no pude convencerla. Fue totalmente imposible. Y no es que me desanimase que no fuésemos, pues tampoco era algo que me resultase vital; pero sí me decepcionó un poco que no fuese capaz de luchar contra su inmensa timidez. Yo le aseguré muchas veces que no estaría sola en ningún momento y que no tenía por qué hablar con nadie si no le apetecía, pero ninguna de esas palabras le hicieron cambiar de opinión. Me contradecía alegando que no se puede huir de las preguntas de quienes están a tu lado y que no soportaba la idea de hallarse en medio de un montón de gente que tuviese una carrera y un trabajo así como el mío. Agnes es mucho más inteligente que cualquiera de esas personas, pero ella no confía nada en sí misma y ni siquiera se plantea que eso sea cierto; lo cual también me duele. Me duele que se quiera tan poco, que no se profese ni el menor ápice de respeto a sí misma y que se valore tan poquito. No se valora nada. El otro día sí me reconoció que físicamente se gustaba, que con su apariencia no tenía ningún problema, pero anímicamente no se quiere nada, no se respeta tampoco y ni siquiera piensa en sí misma con cariño. No obstante, sí debo reconocer que, en estos 2 últimos años que hemos vivido juntas, he logrado que Agnes comience a quererse más. Antes incluso se detestaba y ahora ya no siente rencor hacia sí misma. He conseguido, con mucho esfuerzo y con varias sesiones de Reiki y de otras terapias que yo conozco, borrar de su interior ese odio que se tenía a sí misma. La he convencido de que no tiene sentido que se odie si yo la quiero tanto, si la amo con tanta sinceridad, si para mí es lo más grande y bonito que existe, si yo no sería quien soy si ella no estuviese conmigo.

Hace unos días, estuve hablando con mi hermana sobre este tema, sobre lo difícil que es que alguien que ha sufrido tanto se quiera y se respete a sí mismo. MI hermana me comentó que, posiblemente, Agnes se quisiese tan poco porque apenas le habían entregado cariño a lo largo de su vida, porque había pasado demasiado tiempo sola, porque la habían traicionado y decepcionado muchas veces, pero ahora la queremos todos, todo aquél que la conoce aprende enseguida a respetarla, a pesar de que a veces sea tan difícil conocerla.

El año pasado, en octubre, me acuerdo de que fue un día después de su cumpleaños, conocimos a los chicos del templo de la Diosa. Me acuerdo de que mi hermana me habló de esta asociación y nosotras fuimos a conocerlos un jueves. Pues desde entonces siempre nos hemos reunido para celebrar los Sabbats y otros eventos que nos gusta festejar, como el día de la Diosa o el día del Paganismo. También hemos hecho algunos talleres juntos y otras cosas muy interesantes, como cursos, meditaciones colectivas..., y todos los meses, el tercer martes de cada mes, asistimos a la Tienda Roja. Es una reunión de mujeres en la que formamos un círculo y en la que hablamos de distintos temas. Me gusta mucho ir sobre todo porque entre nosotras hay una energía muy bonita y nos queremos como si fuésemos parte de una misma familia, aunque con alguna de ellas solamente nos veamos una vez al mes, pero la confianza que nos tenemos es mágica y sincera. Yo me llevo muy bien con varias de ellas e incluso a veces quedamos para merendar o para hacer alguna actividad juntas. Mi hermana también se une a nosotras muchos meses, siempre que puede, y también mantiene con alguna de ellas una relación de amistad bastante pura y bonita. Sin embargo, a Agnes le cuesta más relacionarse y abrirse más con ellas. Cuando en la tienda Roja nos pasamos la flor que simboliza el turno de palabra, le resulta muy difícil confesar cómo se siente en verdad, aunque siempre acaba haciéndolo, y sus intervenciones son más bien fugaces. Aún así, todas la quieren mucho y se preocupan por ella de verdad, de todo corazón. Cuando ocurrió lo de los incendios en Galicia, nos escribieron prácticamente todas las personas del templo preguntando por ella, preocupados por cómo se sentía.

Muchas veces me han propuesto formar parte de la junta directiva para organizar los rituales, para hacer algún taller o curso, pero realmente, en estos momentos de mi vida, no me apetece mucho volcarme en esas cosas. Tengo la cabeza en muchos asuntos al mismo tiempo y prefiero centrarme más en Agnes, en nuestra vida y en mi maldito trabajo. Sé que me vendría muy bien dedicarme a esos temas, pero creo que éste no es el momento de hacerlo con toda plenitud. Antes sí. Hace unos años, me acuerdo de que organicé un grupo de wiccanos con Neftis y que alquilamos un recinto que convertimos en nuestro templo sagrado, pero todo eso quedó ya muy atrás. Cuando estuve viviendo tan lejos, también me sentía capaz de llevar adelante muchas cosas al mismo tiempo. Me encargaba de muchos ámbitos del templo, organizaba los rituales, organizaba los cursos que impartíamos a las personas que aprendían en nuestra escuela. Todo era maravilloso. El tiempo pasaba muy rápido, los días se iban sin que apenas me diese cuenta de su paso, por eso tardé tanto en regresar, porque apenas me di cuenta de que habían transcurrido casi cuatro años desde aquella mañana en la que me marché. Sin embargo, ningún día dejé de extrañar a Agnes. La echaba de menos siempre, a todas horas, y no dejaba de imaginarme lo feliz que ella podría ser allí, en ese lugar apartado de cualquier amenaza; aunque sabía que a ella también le costaría mucho vivir tan lejos de su tierra y, además, para vivir allí, debes tener un buen dominio del inglés, pues era la lengua que nos comunicaba a todas. Aunque me costase mucho reconocerlo, sabía que, si quería vivir junto a Agnes, tendría que volver a España y también sabía que, si volvía junto a Agnes, ya no podría seguir escondiéndome de mis sentimientos y del amor que siempre sentí por ella. Tenía que enfrentarme a ese sentimiento tan fuerte que me había llevado a alejarme de ella, de la única persona que amé y amaré en mi vida.

Muchas veces, mi hermana me preguntó por qué me costó tanto aceptar lo que sentía por Agnes. Yo siempre le dije que, desde que era adolescente, había soñado con entregarle mi alma a la Diosa y vivir sola, sin tener que prestarle atención a nadie, pero ésa no es la realidad. Por supuesto que me he consagrado a la Diosa, pero, para ello, no he necesitado vivir sola. Me he consagrado a la Diosa en el sentido de que todo lo que hago lo enfoco a Ella, pero también tengo que confesar que, desde que empecé a vivir con Agnes, reconociendo plenamente lo que nos unió siempre, la Diosa ha pasado a formar parte de mi vida de un modo menos intenso. No dejé de creer en Ella nunca, pero ahora el centro de mi vida es Agnes, es ella quien compone el significado de mis días, el sentido de todos mis despertares, es Agnes por quien vivo, sinceramente, junto a quien quiero envejecer y morir; aunque eso no significa que mis creencias hayan perdido fuerza. Para nada es así.

Lo que realmente me impedía reconocer lo que sentía y siento por Agnes eran mis propios prejuicios, los prejuicios que tenía hacia mí misma. Me costó aceptar mi orientación sexual, me costó aceptar que yo era más diferente de lo que mi madre se esperaba que fuese. Cuando ella me preguntaba si había algún chico de la escuela que me gustase, yo sentía un inmenso rechazo a la posibilidad de enamorarme, pero porque no me atraía nadie y pensaba que siempre sería así, que nunca me atraería nadie y que nunca me enamoraría, que siempre viviría yo sola, conmigo misma, sola, como mi tía; pero, en cuanto conocí a Agnes, cuando la vi por primera vez, se derrumbaron todos esos pensamientos y entendí por qué siempre había creído esas cosas sobre mí y mi vida. Ninguna de esas ideas tenía sentido si Agnes existía. Cuando la miré a los ojos, todo aquello en lo que yo había creído con tanta convicción perdió su sentido. Perdió sentido todo, todo lo que yo había pensado sobre el amor y sobre mi propia vida. Cuando la miré a los ojos y la tomé de la mano por primera vez, sentí que mi mundo temblaba hasta desaparecer y que el significado de mi pasado se borraba como si la mirada de Agnes tuviese el poder de desvanecer todos mis recuerdos. cuando la oí hablar por primera vez, cuando oí su voz suave, aterciopelada y tan hermosa, sentí que algo en ella me atraía sin poder evitarlo, como si fuésemos las dos polos opuestos, y no pude evitar que el mundo que me rodeaba en esos momentos desapareciese y sólo quedase ella, con sus ojos grandes, negros y expresivos, con su preciosa voz, con su entrañable modo de hablar, con sus efímeras sonrisas y esas manos que parecían tan frágiles y que sin embargo siempre han sido tan fuertes. Y entonces me sentí tan pequeña... cada vez más pequeña, como si la tierra hubiese empezado a absorberme y a atraerme hacia su centro y su corazón de fuego me devorase. Me hablaban, Agnes de vez en cuando me decía algo, pero para mí no existía ningún sonido, ningún estímulo que no procediese de ella, de esa mujer que había derribado todo mi mundo y había vuelto añicos todas mis convicciones. Evidentemente, en esos momentos, no entendía lo que estaba ocurriéndome. Más bien, aunque lo entendiese, no podía aceptarlo, no me cabía en la cabeza que aquello pudiese ser real. Empecé a amar a Agnes sin quererlo, sin reconocer que la amaba. Soñaba con ella casi todas las noches. Siempre la veía de la misma forma en mis sueños, inalcanzable y cercana, envuelta en ese halo de misterio que a mí tanto me atraía. En mis sueños, Agnes me hablaba como si siempre hubiésemos formado parte del mismo mundo, pero nos separaban los prejuicios que yo tenía y el miedo que sentía a ese amor tan fuerte que estaba desgarrándome las entrañas. No podía evitar que, de repente, en cualquier momento, la mente se me llenase de su recuerdo y entonces me evadía pensando en ella, solamente recordándola, evocando su voz, sus ojos, sus intensas miradas, sus preciosas y fugaces sonrisas, su forma de gesticular y de expresarse. Y, cuando pensaba en ella, sentía un calor muy agradable recorriéndome todo el cuerpo, pero yo siempre me esforcé por ignorar esas sensaciones que, después, en el mundo de los sueños, se convertían en mi única realidad. De esas sensaciones que yo me reprimía nacía la mayor parte de mis sueños. En sueños, esas sensaciones creaban situaciones muy íntimas entre Agnes y yo. Aunque yo nunca hubiese compartido con nadie esos momentos tan hermosos, para mí eran tan reales como mi propia vigilia. Yo podía recordar perfectamente lo que había sentido en sueños al besar a Agnes, al acariciarla y al fundirme con ella, como si todo aquello hubiese sido verdad, como si de veras hubiese tenido al alcance de mis manos todos los rincones de su cuerpo, como si ella me hubiese acariciado de verdad. Y lo más curioso era que me despertaba sintiendo las mismas sensaciones que experimentaría si aquellos momentos formasen parte de mi realidad y no de un mágico sueño del que me daba muchísima rabia despertarme; pero, en la vigilia, yo no me sentía capaz de reconocer que me gustaba tanto y tanto soñar con Agnes, que todas las noches, antes de dormirme, deseaba que ella me visitase en aquel mundo en el que nadie podía hacernos daño. Las primeras veces que soñé con ella, sí me costó muchísimo entregarme a su amor porque me detenían mis miedos; pero incluso mi alma consiguió vencer en ese mundo onírico todas las barreras que yo intentaba erigir entre nosotras.

Fui tan tonta... tan estúpida, tan inexperta, tan absurdamente inepta... si hubiese sido valiente, le habría confesado enseguida lo que sentía, mucho antes de que ella creyese erróneamente que yo la odiaba y deseaba hacerle daño. La habría cuidado como tanto necesitaba que la cuidasen, la habría mimado, la habría protegido de su terrible enfermedad (la que, en el momento en que nos conocimos, estaba mucho más descontrolada que nunca). Agnes no se merecía estar así, tan descuidada, tan sola, tan peligrosamente cerca de la locura. Ella se merecía formar parte de mi mundo, de esa protección que todos creaban en torno a mí, no de ese mundo de sombras y tan gélido en el que tan poco amparada se sentía, en el que todo le parecía una amenaza, en el que todo la laceraba tanto; pero no supe enfrentarme al poder de su alma, no supe atravesar la impresión que me causaba haber conocido a alguien con un alma tan mágica y a la vez llena de emociones descontroladas. Y realmente me costó mucho aprender a cuidarla. No confiaba en que Agnes pudiese sentirse protegida junto a mí si yo le había parecido en aquel momento una amenaza tan grande; pero ella, en cuanto detectó que deseaba ayudarla, se aferró a mí con una fuerza invencible, empezó a confiar en mí enseguida, sin que tuviese que pedirle que lo hiciese, y no se habría soltado de mí nunca, nunca; pero fui yo quien la abandonó, fui yo quien la dejó sola cuando ella me necesitaba tanto y fui yo quien se desprendió de sus cariñosas manos.

Mas, por suerte, todo eso ya queda muy lejos de nosotras. Esos años parecen formar parte de otra historia que en nada se relaciona con nosotras y con nuestra vida. Incluso me resulta difícil creer que esa mañana en la que nos conocimos en esta vida forme parte de nuestro pasado. No me reconozco en esa mujer que no conocía al amor de su vida y que vivía pensando que la vida solamente era habitar en medio del bosque, lejos de la realidad, porque era lo único que yo deseaba y pretendía viviendo en mi cabaña; alejarme del mundo, de ese mundo que creía tan horrible; pero, en cuanto comencé a vivir con Agnes, me di cuenta de que ella podía volver hermoso cualquier mundo. No me reconozco tampoco en esa mujer cobarde que se calló cuando oyó que Gaya y Neftis hablaban de Agnes de ese modo tan injusto, criticándola por estar enferma, y tampoco me reconozco en esa mujer que se reprimía las intensas ganas que sentía de ir a la cabaña de Agnes para hablar con ella, para confesarle lo que le sucedía y para advertirle de que jamás se le ocurriría hacerle daño. No me reconozco tampoco en la mujer que huyó de ella hace unos años para irse a vivir a un lugar tan lejano, tampoco me reconozco en la mujer que regresó tan temerosa, tan arrepentida y tan horrorizada por todos los errores que había cometido. No me reconozco porque en esos momentos no estaba con Agnes, porque me faltaba sin ella la mayor parte de lo que soy, porque estaba incompleta sin ella. Yo no digo que la necesite para ser quien soy. Solamente digo que nací para estar con ella porque ése es mi destino, siempre lo fue, por eso vine a este mundo. Ambas nos complementamos a la perfección, pero ninguna es lo que es si no estamos juntas. Aunque yo me sintiese feliz viviendo en aquel templo tan lejano, tenía un profundísimo vacío en el alma y sabía muy bien que Agnes era la única que podía llenarlo y lograr que desapareciese.

Y, cuando tan secretamente enamorada empecé a estar de Agnes, no me sentía capaz de confesarle a nadie esos sentimientos. Me aterraba la posibilidad de que alguien descubriese que me había enamorado de Agnes, pero no porque fuese ella la persona que tanto se me había introducido en el alma, sino porque no quería que supiesen cómo era yo en realidad, porque no quería reconocer que era así; aunque, sorprendentemente, Neftis me demostró que no era la única que amaba así, de ese modo tan bonito. Cuando Neftis me confesó que se había enamorado de mí, me pregunté entonces por qué me parecía tan imposible aceptar que yo me había enamorado de Agnes. El amor que Neftis sentía por mí me entristecía, pero no porque yo no la correspondiese, sino porque me demostraba que, al contrario que ella, yo no era valiente, yo no era capaz de aceptar lo que sentía y también me hizo descubrir que yo jamás sería capaz de confesarle a Agnes lo que sentía por ella; y aquella posibilidad me aterraba muchísimo. Me sobrecogía profundamente pensar que el tiempo pasaría y pasaría sin que ese amor fuese libre, sin que yo pudiese liberarlo. Me imaginaba que moriría tragándome ese sentimiento que al final acabaría también devorándome el alma. Y no me imaginaba la vida así, silenciando siempre el amor que sentía. Me planteaba también la posibilidad de que la enfermedad que Agnes padecía nunca me permitiese confesarle lo que sentía por ella, y esa idea también me destrozaba el corazón.

Lo cierto es que esos meses que viví desde que conocí a Agnes hasta que me mudé con Neftis a la casa que después compartimos me parecen tan oscuros, tan carentes de calor, de luz y de sentido... Cuando pienso en esos momentos, me parece que estoy rememorando una historia que no se relaciona nada con mi vida, como si fuese un fragmento de una novela cuyo argumento me hizo llorar hasta deshacerme. Cuando evoco esos meses, me parece que estoy pensando en una persona que nada tiene que ver conmigo, que no se parece nada a mí, e incluso, cuando recuerdo alguno de los momentos que viví en aquel entonces, tengo la misma sensación que sentiría si me hallase en medio de una noche totalmente oscura, sin luna ni estrellas, perdida en un inmenso desierto que no tiene caminos, en el que nunca amanecerá. Experimento la misma angustia que sentiría alguien que ha perdido todo lo que tenía en su vida. Y es que así es mi vida sin Agnes y así espero que nunca vuelva a ser mi vida.

2 comentarios:

  1. En este capítulo me siento muy identificado con Agnes. Soy como ella, un poco”antisocial”, vergonzoso y prefiero no salirme de mi circulo de confianza. Eso es un error, está claro, no hay que cerrarse, pero lo llevamos en la personalidad, en el ADN. Nos intentamos superar, aunque en esta ocasión Agnes no lo hace, prefiere pasar, le pueden sus miedos, su baja autoestima. Quizás se sienta mal, al declinar la invitación, sobretodo por Artemisa, por no acompañarla si era su deseo. A decir verdad, hablo por experiencia personal, llega un momento que pones las cosas en una balanza. Por ejemplo, con Luis he ido a muchas fiestas, cenas, quedadas...pero cuando pasa el tiempo, algunas de esas salidas solamente fueron una pérdida de tiempo, pues podría haber estado haciendo algo que me gustase y con la gente con la que quería estar. Ahora, con la experiencia que te da la vida, paso ya de muchas situaciones, aunque a algunas te veas obligado a ir, sé cuando pierdo el tiempo y quienes son importantes en mi vida. Sí, la timidez tiene un gran peso en nuestra personalidad y eso hace que nos cueste el doble, pero jolin, si hacemos el esfuerzo, que sea por algo que valga la pena, o por gente que de verdad nos aporte algo.

    Agnes se menosprecia, se cree inferior a los demás. Eso me da rabia, pues yo creo que casi nadie habría sido capaz de superar con éxito todas las cosas que le han ocurrido en la vida. Otros se habrían rendido, se habrían quedado por el camino, ella, a pesar de sufrir miles de altibajos, sigue ahí, luchando. Eso no es capaz de verlo, ni de lo inteligente que es. Artemisa sufre por ella, por ver que no es capaz de valorarse como es debido.

    En esta entrada nos relata todo lo que sufrió y sintió por Agnes durante tantos años. Creo que nunca valoré eso, que ella tenía que aceptarse a si misma, aceptar que puede amar a otra mujer. Es tan normal en mi vida que ni me había planteado que Artemisa tenía que aceptar su forma de amar, comprender que no pasa nada, que es hermoso y natural. Todos hemos pasado por etapas así, y esas etapas no duran días, a veces duran años...aunque yo pienso que eso se está perdiendo poco a poco, todo se está normalizando mucho (aunque queda taaaaaanto por hacer y barreras que superar...).

    Por suerte, esa época en la que dudaba si podía amar a otra mujer, si era digna de Agnes ya pasó, y ahora es feliz junto a ella. Hacen una pareja preciosa, que vive su amor plenamente. Espero que Agnes, aunque siempre sea tímida y dada a querer estar sola o con poca gente, pueda superar sus miedos, se quiera más y pueda reunirse de vez en cuando con más personas. Suerte que cuentan con la gente del tempo y lo de la tienda roja es algo maravilloso que le sirve de terapia, sin ella proponérselo.

    Una entrada preciosa, otra declaración de amor que me despierta una envidia sana. Como siempre, maravilloso poder leerte.

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  2. Lo primero que pienso al leer este pasaje del diario de Artemisa es que, en realidad, no son tan diferentes, lo que pasa es que varían circunstancias que parecen convertirlas en seres muy diferentes, cuando no lo son. Lo digo porque ambas tienen un problema de aceptación propia, en eso coinciden, pero claro, no son las mismas cosas las que les cuesta aceptar, y eso sí marca diferencias entre ellas; Agnes siempre tuvo claro su amor por Artemisa, y los problemas que esa relación le podían suponer eran ajenos a ella, es decir, era Artemisa quien no respondía a su amor, pero para Agnes no había conflicto en sentir ese amor, en cambio para Artemisa sin duda hubo una huida hacia otras muchas cosas que la distrajeran de esa pasión, viajó, se relacionó... todo para terminar regresando al punto de partida, porque no se puede escapar de un destino tan claro. Artemisa dio muchas vueltas sobre sí misma antes de darse cuenta de lo que quería hacer, creo que todos muchas veces caemos en eso, nos ilusionamos con tal o cual cosa, cuando en realidad sabemos perfectamente que son cosas falsas, es como cuando justamente al momento de tener que ponerte a hacer algo que no quieres, como estudiar para un examen, se te ocurren mil cosas que normalmente no harías, por ejemplo tienes que ordenar un armario, o salir a comprar tal cosa, o poner una lavadora, normalmente cosas que no son precisamente agradables, por eso las haces, porque puedes mentirte diciendo que son tu deber, pero no es así, te estás intentando escapar. Artemisa se dio mil razones para no estar con Agnes, desde aislarse en la naturaleza, suponer que la diosa le exigía exclusividad, hasta menospreciar a Agnes o rechazar sus propios deseos... lo bueno es que paró a tiempo, y no siempre es fácil, ¡cuánta gente nunca vuelve la cara hacia donde debe y no quiere mirar!

    Me gusta también lo atinadamente que describes el asunto de la cena con compañeros de trabajo, ahí se ve lo que pasa con la pareja, para Artemisa sería muy sencillo ir, para Agnes todo lo contrario entonces ¿qué se hace? No es fácil, pero me gusta cómo Artemisa tiene muy claro que o van las dos o van ninguna. La pareja es eso, un ser bicéfalo, y no funcionará si una de sus dos almas va a rastras de la otra, me ha parecido una reflexión muy cierta sobre algo que es el día día de mucha gente.

    En fin, lo importante es que ahora están juntas, y tiene razón Artemisa al reconocer que mientras se cerró a su amor no era ella misma, era una máscara... Cuando evoco esos meses, me parece que estoy pensando en una persona que nada tiene que ver conmigo, que no se parece nada a mí.

    Ojalá tengamos la certeza anímica de Agnes para elegir nuestro destino, o al menos la inteligencia de Artemisa para reconocer el error si estamos buscando en el sitio equivocado. Un texto precioso y perfecto.



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