Qué bonito me parece el invierno. Me
gusta el frío, me gustan las tardes cortas y los días en los que el sol se
esfuerza tanto por brillar y entregarnos calor. Me gustan esos días invernales
en los que no tienes prisa, esos días de vacaciones en los que puedes levantarte
a la hora que quieras y pasar todo el día en casa si no te apetece salir. Me
gustan esos días que van acercándonos al fin del año, pero también me hacen
sentir pequeña. Me empequeñece que estemos a punto de cambiar de año, aunque
para nosotras empezó un año nuevo ya el 1 de noviembre; pero ese cambio no se
refleja en ninguna parte, sólo en nuestro interior y en nuestras creencias,
aunque, sinceramente, casi nunca noto la influencia que podría ejercer en mí el
cambio de una época. Hay momentos que tienen más fuerza y que me avisan de que
está cerrándose una época en mi vida y otra está abriéndose ante mí; pero
también me ocurre muchas veces que se desvanece de súbito esa época que notaba
empezando en mí y todo sigue como si nada, como si nada hubiese ocurrido.
Agnes y yo tenemos vacaciones esta
semana. Bueno, yo realmente no tengo que volver al trabajo hasta el día 8 de
enero. Si fuese por mí, no volvería nunca, sinceramente. No me apetece nada
volver a ver a esos chicos tan maleducados e impertinentes. Tampoco me apetece
nada reencontrarme con mis compañeros de trabajo, de los que tan lejos me
siento, a pesar de que me lleve bien con alguno de ellos. Entiendo
perfectamente a Agnes cuando me dice que no se identifica con casi ninguna
persona de las que la rodean en el trabajo. A mí me pasa igual. Sin embargo, a
mí me cuesta mucho menos interactuar con los demás y empezar a conversar sobre
cualquier cosa. En cambio, a Agnes le resulta complicadísimo vencer la
vergüenza que siempre siente cuando se halla ante alguien a quien no tiene
confianza. Recuerdo que, hace un mes, organizaron en el instituto una cena a la
cual podíamos llevar a nuestra pareja. A mí me apetecía ir, sobre todo porque
quería que conociesen a Agnes, pero me resultó completamente imposible
convencerla de que fuésemos. Ella me pidió miles de veces que fuese sin ella,
pero a mí no me dio la gana de dejarla sola. No tenía sentido que fuese sin
ella. Yo quería ir, pero apoyándome en su presencia, sintiendo que formaba
parte de ese mundo en el que casi no podemos estar juntas; pero no pude
convencerla. Fue totalmente imposible. Y no es que me desanimase que no
fuésemos, pues tampoco era algo que me resultase vital; pero sí me decepcionó
un poco que no fuese capaz de luchar contra su inmensa timidez. Yo le aseguré
muchas veces que no estaría sola en ningún momento y que no tenía por qué
hablar con nadie si no le apetecía, pero ninguna de esas palabras le hicieron
cambiar de opinión. Me contradecía alegando que no se puede huir de las
preguntas de quienes están a tu lado y que no soportaba la idea de hallarse en
medio de un montón de gente que tuviese una carrera y un trabajo así como el
mío. Agnes es mucho más inteligente que cualquiera de esas personas, pero ella
no confía nada en sí misma y ni siquiera se plantea que eso sea cierto; lo cual
también me duele. Me duele que se quiera tan poco, que no se profese ni el
menor ápice de respeto a sí misma y que se valore tan poquito. No se valora
nada. El otro día sí me reconoció que físicamente se gustaba, que con su
apariencia no tenía ningún problema, pero anímicamente no se quiere nada, no se
respeta tampoco y ni siquiera piensa en sí misma con cariño. No obstante, sí
debo reconocer que, en estos 2 últimos años que hemos vivido juntas, he logrado
que Agnes comience a quererse más. Antes incluso se detestaba y ahora ya no
siente rencor hacia sí misma. He conseguido, con mucho esfuerzo y con varias
sesiones de Reiki y de otras terapias que yo conozco, borrar de su interior ese
odio que se tenía a sí misma. La he convencido de que no tiene sentido que se
odie si yo la quiero tanto, si la amo con tanta sinceridad, si para mí es lo
más grande y bonito que existe, si yo no sería quien soy si ella no estuviese
conmigo.
Hace unos días, estuve hablando con mi
hermana sobre este tema, sobre lo difícil que es que alguien que ha sufrido
tanto se quiera y se respete a sí mismo. MI hermana me comentó que,
posiblemente, Agnes se quisiese tan poco porque apenas le habían entregado
cariño a lo largo de su vida, porque había pasado demasiado tiempo sola, porque
la habían traicionado y decepcionado muchas veces, pero ahora la queremos
todos, todo aquél que la conoce aprende enseguida a respetarla, a pesar de que
a veces sea tan difícil conocerla.
El año pasado, en octubre, me acuerdo de
que fue un día después de su cumpleaños, conocimos a los chicos del templo de
la Diosa. Me acuerdo de que mi hermana me habló de esta asociación y nosotras
fuimos a conocerlos un jueves. Pues desde entonces siempre nos hemos reunido
para celebrar los Sabbats y otros eventos que nos gusta festejar, como el día
de la Diosa o el día del Paganismo. También hemos hecho algunos talleres juntos
y otras cosas muy interesantes, como cursos, meditaciones colectivas..., y
todos los meses, el tercer martes de cada mes, asistimos a la Tienda Roja. Es
una reunión de mujeres en la que formamos un círculo y en la que hablamos de
distintos temas. Me gusta mucho ir sobre todo porque entre nosotras hay una
energía muy bonita y nos queremos como si fuésemos parte de una misma familia,
aunque con alguna de ellas solamente nos veamos una vez al mes, pero la
confianza que nos tenemos es mágica y sincera. Yo me llevo muy bien con varias
de ellas e incluso a veces quedamos para merendar o para hacer alguna actividad
juntas. Mi hermana también se une a nosotras muchos meses, siempre que puede, y
también mantiene con alguna de ellas una relación de amistad bastante pura y
bonita. Sin embargo, a Agnes le cuesta más relacionarse y abrirse más con
ellas. Cuando en la tienda Roja nos pasamos la flor que simboliza el turno de
palabra, le resulta muy difícil confesar cómo se siente en verdad, aunque
siempre acaba haciéndolo, y sus intervenciones son más bien fugaces. Aún así,
todas la quieren mucho y se preocupan por ella de verdad, de todo corazón.
Cuando ocurrió lo de los incendios en Galicia, nos escribieron prácticamente
todas las personas del templo preguntando por ella, preocupados por cómo se
sentía.
Muchas veces me han propuesto formar
parte de la junta directiva para organizar los rituales, para hacer algún
taller o curso, pero realmente, en estos momentos de mi vida, no me apetece
mucho volcarme en esas cosas. Tengo la cabeza en muchos asuntos al mismo tiempo
y prefiero centrarme más en Agnes, en nuestra vida y en mi maldito trabajo. Sé
que me vendría muy bien dedicarme a esos temas, pero creo que éste no es el
momento de hacerlo con toda plenitud. Antes sí. Hace unos años, me acuerdo de
que organicé un grupo de wiccanos con Neftis y que alquilamos un recinto que
convertimos en nuestro templo sagrado, pero todo eso quedó ya muy atrás. Cuando
estuve viviendo tan lejos, también me sentía capaz de llevar adelante muchas
cosas al mismo tiempo. Me encargaba de muchos ámbitos del templo, organizaba
los rituales, organizaba los cursos que impartíamos a las personas que
aprendían en nuestra escuela. Todo era maravilloso. El tiempo pasaba muy
rápido, los días se iban sin que apenas me diese cuenta de su paso, por eso
tardé tanto en regresar, porque apenas me di cuenta de que habían transcurrido
casi cuatro años desde aquella mañana en la que me marché. Sin embargo, ningún
día dejé de extrañar a Agnes. La echaba de menos siempre, a todas horas, y no
dejaba de imaginarme lo feliz que ella podría ser allí, en ese lugar apartado
de cualquier amenaza; aunque sabía que a ella también le costaría mucho vivir
tan lejos de su tierra y, además, para vivir allí, debes tener un buen dominio
del inglés, pues era la lengua que nos comunicaba a todas. Aunque me costase
mucho reconocerlo, sabía que, si quería vivir junto a Agnes, tendría que volver
a España y también sabía que, si volvía junto a Agnes, ya no podría seguir
escondiéndome de mis sentimientos y del amor que siempre sentí por ella. Tenía
que enfrentarme a ese sentimiento tan fuerte que me había llevado a alejarme de
ella, de la única persona que amé y amaré en mi vida.
Muchas veces, mi hermana me preguntó por
qué me costó tanto aceptar lo que sentía por Agnes. Yo siempre le dije que,
desde que era adolescente, había soñado con entregarle mi alma a la Diosa y
vivir sola, sin tener que prestarle atención a nadie, pero ésa no es la
realidad. Por supuesto que me he consagrado a la Diosa, pero, para ello, no he
necesitado vivir sola. Me he consagrado a la Diosa en el sentido de que todo lo
que hago lo enfoco a Ella, pero también tengo que confesar que, desde que
empecé a vivir con Agnes, reconociendo plenamente lo que nos unió siempre, la
Diosa ha pasado a formar parte de mi vida de un modo menos intenso. No dejé de
creer en Ella nunca, pero ahora el centro de mi vida es Agnes, es ella quien
compone el significado de mis días, el sentido de todos mis despertares, es
Agnes por quien vivo, sinceramente, junto a quien quiero envejecer y morir;
aunque eso no significa que mis creencias hayan perdido fuerza. Para nada es
así.
Lo que realmente me impedía reconocer lo
que sentía y siento por Agnes eran mis propios prejuicios, los prejuicios que
tenía hacia mí misma. Me costó aceptar mi orientación sexual, me costó aceptar
que yo era más diferente de lo que mi madre se esperaba que fuese. Cuando ella
me preguntaba si había algún chico de la escuela que me gustase, yo sentía un
inmenso rechazo a la posibilidad de enamorarme, pero porque no me atraía nadie
y pensaba que siempre sería así, que nunca me atraería nadie y que nunca me
enamoraría, que siempre viviría yo sola, conmigo misma, sola, como mi tía;
pero, en cuanto conocí a Agnes, cuando la vi por primera vez, se derrumbaron
todos esos pensamientos y entendí por qué siempre había creído esas cosas sobre
mí y mi vida. Ninguna de esas ideas tenía sentido si Agnes existía. Cuando la
miré a los ojos, todo aquello en lo que yo había creído con tanta convicción
perdió su sentido. Perdió sentido todo, todo lo que yo había pensado sobre el
amor y sobre mi propia vida. Cuando la miré a los ojos y la tomé de la mano por
primera vez, sentí que mi mundo temblaba hasta desaparecer y que el significado
de mi pasado se borraba como si la mirada de Agnes tuviese el poder de
desvanecer todos mis recuerdos. cuando la oí hablar por primera vez, cuando oí
su voz suave, aterciopelada y tan hermosa, sentí que algo en ella me atraía sin
poder evitarlo, como si fuésemos las dos polos opuestos, y no pude evitar que
el mundo que me rodeaba en esos momentos desapareciese y sólo quedase ella, con
sus ojos grandes, negros y expresivos, con su preciosa voz, con su entrañable
modo de hablar, con sus efímeras sonrisas y esas manos que parecían tan
frágiles y que sin embargo siempre han sido tan fuertes. Y entonces me sentí
tan pequeña... cada vez más pequeña, como si la tierra hubiese empezado a
absorberme y a atraerme hacia su centro y su corazón de fuego me devorase. Me
hablaban, Agnes de vez en cuando me decía algo, pero para mí no existía ningún
sonido, ningún estímulo que no procediese de ella, de esa mujer que había
derribado todo mi mundo y había vuelto añicos todas mis convicciones.
Evidentemente, en esos momentos, no entendía lo que estaba ocurriéndome. Más
bien, aunque lo entendiese, no podía aceptarlo, no me cabía en la cabeza que
aquello pudiese ser real. Empecé a amar a Agnes sin quererlo, sin reconocer que
la amaba. Soñaba con ella casi todas las noches. Siempre la veía de la misma
forma en mis sueños, inalcanzable y cercana, envuelta en ese halo de misterio
que a mí tanto me atraía. En mis sueños, Agnes me hablaba como si siempre
hubiésemos formado parte del mismo mundo, pero nos separaban los prejuicios que
yo tenía y el miedo que sentía a ese amor tan fuerte que estaba desgarrándome
las entrañas. No podía evitar que, de repente, en cualquier momento, la mente
se me llenase de su recuerdo y entonces me evadía pensando en ella, solamente
recordándola, evocando su voz, sus ojos, sus intensas miradas, sus preciosas y
fugaces sonrisas, su forma de gesticular y de expresarse. Y, cuando pensaba en
ella, sentía un calor muy agradable recorriéndome todo el cuerpo, pero yo
siempre me esforcé por ignorar esas sensaciones que, después, en el mundo de
los sueños, se convertían en mi única realidad. De esas sensaciones que yo me
reprimía nacía la mayor parte de mis sueños. En sueños, esas sensaciones
creaban situaciones muy íntimas entre Agnes y yo. Aunque yo nunca hubiese
compartido con nadie esos momentos tan hermosos, para mí eran tan reales como
mi propia vigilia. Yo podía recordar perfectamente lo que había sentido en
sueños al besar a Agnes, al acariciarla y al fundirme con ella, como si todo
aquello hubiese sido verdad, como si de veras hubiese tenido al alcance de mis
manos todos los rincones de su cuerpo, como si ella me hubiese acariciado de
verdad. Y lo más curioso era que me despertaba sintiendo las mismas sensaciones
que experimentaría si aquellos momentos formasen parte de mi realidad y no de
un mágico sueño del que me daba muchísima rabia despertarme; pero, en la
vigilia, yo no me sentía capaz de reconocer que me gustaba tanto y tanto soñar
con Agnes, que todas las noches, antes de dormirme, deseaba que ella me
visitase en aquel mundo en el que nadie podía hacernos daño. Las primeras veces
que soñé con ella, sí me costó muchísimo entregarme a su amor porque me
detenían mis miedos; pero incluso mi alma consiguió vencer en ese mundo onírico
todas las barreras que yo intentaba erigir entre nosotras.
Fui tan tonta... tan estúpida, tan
inexperta, tan absurdamente inepta... si hubiese sido valiente, le habría
confesado enseguida lo que sentía, mucho antes de que ella creyese erróneamente
que yo la odiaba y deseaba hacerle daño. La habría cuidado como tanto
necesitaba que la cuidasen, la habría mimado, la habría protegido de su terrible
enfermedad (la que, en el momento en que nos conocimos, estaba mucho más
descontrolada que nunca). Agnes no se merecía estar así, tan descuidada, tan
sola, tan peligrosamente cerca de la locura. Ella se merecía formar parte de mi
mundo, de esa protección que todos creaban en torno a mí, no de ese mundo de
sombras y tan gélido en el que tan poco amparada se sentía, en el que todo le
parecía una amenaza, en el que todo la laceraba tanto; pero no supe enfrentarme
al poder de su alma, no supe atravesar la impresión que me causaba haber
conocido a alguien con un alma tan mágica y a la vez llena de emociones
descontroladas. Y realmente me costó mucho aprender a cuidarla. No confiaba en
que Agnes pudiese sentirse protegida junto a mí si yo le había parecido en aquel
momento una amenaza tan grande; pero ella, en cuanto detectó que deseaba
ayudarla, se aferró a mí con una fuerza invencible, empezó a confiar en mí
enseguida, sin que tuviese que pedirle que lo hiciese, y no se habría soltado
de mí nunca, nunca; pero fui yo quien la abandonó, fui yo quien la dejó sola
cuando ella me necesitaba tanto y fui yo quien se desprendió de sus cariñosas
manos.
Mas, por suerte, todo eso ya queda muy
lejos de nosotras. Esos años parecen formar parte de otra historia que en nada se
relaciona con nosotras y con nuestra vida. Incluso me resulta difícil creer que
esa mañana en la que nos conocimos en esta vida forme parte de nuestro pasado.
No me reconozco en esa mujer que no conocía al amor de su vida y que vivía
pensando que la vida solamente era habitar en medio del bosque, lejos de la
realidad, porque era lo único que yo deseaba y pretendía viviendo en mi cabaña;
alejarme del mundo, de ese mundo que creía tan horrible; pero, en cuanto
comencé a vivir con Agnes, me di cuenta de que ella podía volver hermoso
cualquier mundo. No me reconozco tampoco en esa mujer cobarde que se calló
cuando oyó que Gaya y Neftis hablaban de Agnes de ese modo tan injusto,
criticándola por estar enferma, y tampoco me reconozco en esa mujer que se
reprimía las intensas ganas que sentía de ir a la cabaña de Agnes para hablar
con ella, para confesarle lo que le sucedía y para advertirle de que jamás se
le ocurriría hacerle daño. No me reconozco tampoco en la mujer que huyó de ella
hace unos años para irse a vivir a un lugar tan lejano, tampoco me reconozco en
la mujer que regresó tan temerosa, tan arrepentida y tan horrorizada por todos
los errores que había cometido. No me reconozco porque en esos momentos no
estaba con Agnes, porque me faltaba sin ella la mayor parte de lo que soy,
porque estaba incompleta sin ella. Yo no digo que la necesite para ser quien
soy. Solamente digo que nací para estar con ella porque ése es mi destino,
siempre lo fue, por eso vine a este mundo. Ambas nos complementamos a la perfección,
pero ninguna es lo que es si no estamos juntas. Aunque yo me sintiese feliz
viviendo en aquel templo tan lejano, tenía un profundísimo vacío en el alma y
sabía muy bien que Agnes era la única que podía llenarlo y lograr que
desapareciese.
Y, cuando tan secretamente enamorada
empecé a estar de Agnes, no me sentía capaz de confesarle a nadie esos
sentimientos. Me aterraba la posibilidad de que alguien descubriese que me
había enamorado de Agnes, pero no porque fuese ella la persona que tanto se me
había introducido en el alma, sino porque no quería que supiesen cómo era yo en
realidad, porque no quería reconocer que era así; aunque, sorprendentemente,
Neftis me demostró que no era la única que amaba así, de ese modo tan bonito.
Cuando Neftis me confesó que se había enamorado de mí, me pregunté entonces por
qué me parecía tan imposible aceptar que yo me había enamorado de Agnes. El
amor que Neftis sentía por mí me entristecía, pero no porque yo no la
correspondiese, sino porque me demostraba que, al contrario que ella, yo no era
valiente, yo no era capaz de aceptar lo que sentía y también me hizo descubrir
que yo jamás sería capaz de confesarle a Agnes lo que sentía por ella; y
aquella posibilidad me aterraba muchísimo. Me sobrecogía profundamente pensar que
el tiempo pasaría y pasaría sin que ese amor fuese libre, sin que yo pudiese
liberarlo. Me imaginaba que moriría tragándome ese sentimiento que al final
acabaría también devorándome el alma. Y no me imaginaba la vida así,
silenciando siempre el amor que sentía. Me planteaba también la posibilidad de
que la enfermedad que Agnes padecía nunca me permitiese confesarle lo que
sentía por ella, y esa idea también me destrozaba el corazón.
Lo cierto es que esos meses que viví
desde que conocí a Agnes hasta que me mudé con Neftis a la casa que después
compartimos me parecen tan oscuros, tan carentes de calor, de luz y de
sentido... Cuando pienso en esos momentos, me parece que estoy rememorando una
historia que no se relaciona nada con mi vida, como si fuese un fragmento de
una novela cuyo argumento me hizo llorar hasta deshacerme. Cuando evoco esos
meses, me parece que estoy pensando en una persona que nada tiene que ver
conmigo, que no se parece nada a mí, e incluso, cuando recuerdo alguno de los
momentos que viví en aquel entonces, tengo la misma sensación que sentiría si
me hallase en medio de una noche totalmente oscura, sin luna ni estrellas,
perdida en un inmenso desierto que no tiene caminos, en el que nunca amanecerá.
Experimento la misma angustia que sentiría alguien que ha perdido todo lo que
tenía en su vida. Y es que así es mi vida sin Agnes y así espero que nunca
vuelva a ser mi vida.
En este capítulo me siento muy identificado con Agnes. Soy como ella, un poco”antisocial”, vergonzoso y prefiero no salirme de mi circulo de confianza. Eso es un error, está claro, no hay que cerrarse, pero lo llevamos en la personalidad, en el ADN. Nos intentamos superar, aunque en esta ocasión Agnes no lo hace, prefiere pasar, le pueden sus miedos, su baja autoestima. Quizás se sienta mal, al declinar la invitación, sobretodo por Artemisa, por no acompañarla si era su deseo. A decir verdad, hablo por experiencia personal, llega un momento que pones las cosas en una balanza. Por ejemplo, con Luis he ido a muchas fiestas, cenas, quedadas...pero cuando pasa el tiempo, algunas de esas salidas solamente fueron una pérdida de tiempo, pues podría haber estado haciendo algo que me gustase y con la gente con la que quería estar. Ahora, con la experiencia que te da la vida, paso ya de muchas situaciones, aunque a algunas te veas obligado a ir, sé cuando pierdo el tiempo y quienes son importantes en mi vida. Sí, la timidez tiene un gran peso en nuestra personalidad y eso hace que nos cueste el doble, pero jolin, si hacemos el esfuerzo, que sea por algo que valga la pena, o por gente que de verdad nos aporte algo.
ResponderEliminarAgnes se menosprecia, se cree inferior a los demás. Eso me da rabia, pues yo creo que casi nadie habría sido capaz de superar con éxito todas las cosas que le han ocurrido en la vida. Otros se habrían rendido, se habrían quedado por el camino, ella, a pesar de sufrir miles de altibajos, sigue ahí, luchando. Eso no es capaz de verlo, ni de lo inteligente que es. Artemisa sufre por ella, por ver que no es capaz de valorarse como es debido.
En esta entrada nos relata todo lo que sufrió y sintió por Agnes durante tantos años. Creo que nunca valoré eso, que ella tenía que aceptarse a si misma, aceptar que puede amar a otra mujer. Es tan normal en mi vida que ni me había planteado que Artemisa tenía que aceptar su forma de amar, comprender que no pasa nada, que es hermoso y natural. Todos hemos pasado por etapas así, y esas etapas no duran días, a veces duran años...aunque yo pienso que eso se está perdiendo poco a poco, todo se está normalizando mucho (aunque queda taaaaaanto por hacer y barreras que superar...).
Por suerte, esa época en la que dudaba si podía amar a otra mujer, si era digna de Agnes ya pasó, y ahora es feliz junto a ella. Hacen una pareja preciosa, que vive su amor plenamente. Espero que Agnes, aunque siempre sea tímida y dada a querer estar sola o con poca gente, pueda superar sus miedos, se quiera más y pueda reunirse de vez en cuando con más personas. Suerte que cuentan con la gente del tempo y lo de la tienda roja es algo maravilloso que le sirve de terapia, sin ella proponérselo.
Una entrada preciosa, otra declaración de amor que me despierta una envidia sana. Como siempre, maravilloso poder leerte.
Lo primero que pienso al leer este pasaje del diario de Artemisa es que, en realidad, no son tan diferentes, lo que pasa es que varían circunstancias que parecen convertirlas en seres muy diferentes, cuando no lo son. Lo digo porque ambas tienen un problema de aceptación propia, en eso coinciden, pero claro, no son las mismas cosas las que les cuesta aceptar, y eso sí marca diferencias entre ellas; Agnes siempre tuvo claro su amor por Artemisa, y los problemas que esa relación le podían suponer eran ajenos a ella, es decir, era Artemisa quien no respondía a su amor, pero para Agnes no había conflicto en sentir ese amor, en cambio para Artemisa sin duda hubo una huida hacia otras muchas cosas que la distrajeran de esa pasión, viajó, se relacionó... todo para terminar regresando al punto de partida, porque no se puede escapar de un destino tan claro. Artemisa dio muchas vueltas sobre sí misma antes de darse cuenta de lo que quería hacer, creo que todos muchas veces caemos en eso, nos ilusionamos con tal o cual cosa, cuando en realidad sabemos perfectamente que son cosas falsas, es como cuando justamente al momento de tener que ponerte a hacer algo que no quieres, como estudiar para un examen, se te ocurren mil cosas que normalmente no harías, por ejemplo tienes que ordenar un armario, o salir a comprar tal cosa, o poner una lavadora, normalmente cosas que no son precisamente agradables, por eso las haces, porque puedes mentirte diciendo que son tu deber, pero no es así, te estás intentando escapar. Artemisa se dio mil razones para no estar con Agnes, desde aislarse en la naturaleza, suponer que la diosa le exigía exclusividad, hasta menospreciar a Agnes o rechazar sus propios deseos... lo bueno es que paró a tiempo, y no siempre es fácil, ¡cuánta gente nunca vuelve la cara hacia donde debe y no quiere mirar!
ResponderEliminarMe gusta también lo atinadamente que describes el asunto de la cena con compañeros de trabajo, ahí se ve lo que pasa con la pareja, para Artemisa sería muy sencillo ir, para Agnes todo lo contrario entonces ¿qué se hace? No es fácil, pero me gusta cómo Artemisa tiene muy claro que o van las dos o van ninguna. La pareja es eso, un ser bicéfalo, y no funcionará si una de sus dos almas va a rastras de la otra, me ha parecido una reflexión muy cierta sobre algo que es el día día de mucha gente.
En fin, lo importante es que ahora están juntas, y tiene razón Artemisa al reconocer que mientras se cerró a su amor no era ella misma, era una máscara... Cuando evoco esos meses, me parece que estoy pensando en una persona que nada tiene que ver conmigo, que no se parece nada a mí.
Ojalá tengamos la certeza anímica de Agnes para elegir nuestro destino, o al menos la inteligencia de Artemisa para reconocer el error si estamos buscando en el sitio equivocado. Un texto precioso y perfecto.